viernes, 28 de marzo de 2014

LOS SIETE MAGNÍFICOS



Sí, sí..., ya sé que sólo hay seis atletas en la fotografía, pero no puedo dejar de acordarme del mítico western de Johs Sturges cada vez que la miro pues probablemente yo podría estar allí, junto a ellos, de no haber tenido que correr aquel día algún cross o un 1.500.
 La imagen, tomada en la pista de atletismo de la Ciudad Deportiva de Carranque, recoge los instantes previos a la salida de un 800, y en ella se pueden ver, de izquierda a derecha, a Francisco Espejo, Tristán González, Miguel Bandera, Juan Sarria, Rafael Morales y Erik Berg Madsen.

Francisco Espejo, Tristán González, Miguel Bandera, Juan Sarria, Rafael Morales y Erik Berg Madsen en los instantes previos a una salida de 800 metros en la pista de atletismo de Carranque en 1982 (Fotografía: Leal)

 Le he preguntado a Miguel Bandera por la fecha de la prueba y me ha dicho que es de febrero de 1982 (el año del ascenso a División de Honor en Fuenlabrada). También me ha comentado detalles curiosos, como que ni él ni Juani llevan la camiseta oficial del club CAIM, en el que todos militaban por entonces, porque las de la talla L no llegaron hasta más tarde. Juan corrió con la de la temporada anterior. Y dos apuntes de premio: salió de liebre marcando el ritmo Tristán, que pasó a 54.5, y Miguel hizo una marca de 1.59.5 en una carrera que ganó Francisco Espejo con 1.54.
 No sé si alguno más de ellos se acordará de su orden de llegada o de los tiempos que les cronometraron, pero de ser así les ruego que lo apunten aquí a modo de comentario. Juan Sarria no se acuerda de nada de eso, pero me apunta que el atleta que se ve de pie y de espaldas, a la derecha de la imagen, es su hermano Manolo Sarria quien estaba participando en la prueba de longitud.

 En fin, ya de paso, aprovechen los lectores de este blog para revisar ese magnífico western, curiosa adaptación de la película de Akira Kurosawa Los siete valientes, Los siete samurais. La banda sonora de Elmer Bernstein no tiene desperdicio.





 Por cierto, ahora que lo pienso, encuentro cierta similitud entre ese grupo de pistoleros que aceptan un trabajo, no por dinero, sino por la oportunidad de volver a la acción, y ese otro grupo de atletas que, por lo mismo, se están volviendo a calzar las zapatillas deportivas. Ánimo a todos ellos.

sábado, 22 de marzo de 2014

LA HORA DE LOS TRAMPOSOS

Como si de una pantomima se tratase, el presidente de la Real Federación Española de Atletismo, José María Odriozola, se cisca en el pasaporte biológico y, junto a su Comité de Disciplina Deportiva, absuelve a Marta Domínguez de las acusaciones de dopaje por anomalías en su Pasaporte Biológico. Y todo ello contra el criterio de la Federación Internacional de Atletismo, la Agencia Mundial Antidopaje y el Consejo Superior de Deportes. La primera de ellas, la IAAF, que pidió cuatro años de sanción para la atleta palentina y la devolución de sus medallas de oro y plata del Mundial de Berlín 2009 y el Europeo de Barcelona 2010, ya anunció que en el caso de que la Federación Española no la sancionase recurriría al Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) de Lausana, con lo que el culebrón promete ir para largo.

 En Málaga, que hay mucha guasa y mucho arte, ya le sacaron punta al tema de Marta cuando la Operación Galgo.

Atletas disfrazados de la Operación Galgo, con Marta Dopinguez en la 9ª San Silvestre de la Salud de Málaga, 2010

 Yo creo que esto no lo arregla ni la Operación Dragón de mi querido Bruce Lee, pues la cinta rosa del pelo de Marta la tiene ahora Odriozola en los ojos a modo de venda, así que de nada sirven Operaciones Galgo, Puerto o Skype, ni las investigaciones de la Guardia Civil vinculando a la atleta con el médico Eufemiano Fuentes y con el nombre Urco en el listado de las bolsas de sangre. En el colmo de los colmos, ante las irregularidades en el Pasaporte Biológico, que reflejan indicios de consumo de EPO o empleo de transfusiones de sangre, no es que no las vea, es que dice que el método no es fiable. ¡Toma ya!
 La directora general de Deportes y anteriormente de la Agencia Antidopaje Española, Ana Muñoz, le ha recordado al Sr. Odriozola que el pasaporte biológico es un instrumento fiable desde el punto de vista científico y jurídico, contrastado por expertos y en laboratorios de referencia, que es fiable jurídicamente, y que aparte de estar recogido en una ley de nuestro ordenamiento y del Código Mundial, ha sido aprobado por unanimidad por los gobiernos, las agencias antidopaje y los Comités Olímpicos.
 Pero como si nada.

 A mí todo esto me recuerda un capítulo del libro que corona estos días la pila de ejemplares que tengo sobre la mesita de noche. Se titula Reyes del asfalto (prometo una crítica literaria para el mes que viene). En el capítulo 9, titulado La hora de los tramposos, el autor Cameron Stracher, habla de como el maratoniano estadounidense Frank Shorter quiso igualar la gesta de Abebe Bikila ganando dos maratones olímpicas consecutivas. Frank Shorter se hizo con el oro en aquellos juegos trágicos de Munich en 1972 y cuatro años después lo intentó en Montreal 76, donde sólo pudo ser segundo. El atleta alemán oriental Cierpinski ganó aquella maratón con un nuevo récord olímpico.

Frank Shorter le da la mano a Waldemar Cierpinski
tras la llegada de la maratón olímpica de Montreal 76
Ap Photo/Gtresonline

 "Muchos años después, cuando los archivos de la Stasi, la policía secreta de la República Democrática Alemana, quedaron abiertos al público, salió a la luz el Plan Estatal 14:25, un programa de dopaje oficial destinado a atletas olímpicos. Uno de los nombres que figuraban en el plan, en la página 105, con el número de código 62, era el de Waldemar Cierpinski".

lunes, 17 de marzo de 2014

ESTOY CANSADO




En un principio tenía pensado titular esta entrada LA ATRACCIÓN DEL LADO OSCURO. Ya saben, Star Wars y los dos lados de la Fuerza: el Lado Luminoso y el Lado Oscuro, pues para cada luz siempre hay una sombra. El primero es un aliado de Yoda, y los Jedi pasan su vida estudiándolo, mientras que el segundo es un gran peligro. Quienes cruzan al Lado Oscuro de la Fuerza están impulsados por emociones negativas como la avaricia y la ira. El Lado Oscuro les ofrece un poder casi ilimitado... pero se cobra un precio, dañando sus cuerpos e incluso sus mentes. No me negarán que la metáfora con el tema del doping no es perfecta.

 Incluso había dejado discurrir la semana y demorado este post para ver las dos trilogías galácticas y anotar algunas frases del maestro Yoda, y, de paso, tratar de entender esa caída a los infiernos. Ya se imaginan: "El miedo es el camino hacia el Lado Oscuro; "Todo aquello que perder temes, aprender a perder debes" (¡¡qué gran frase!! Imagínate si se la hubiesen soplado al oído a algunos a tiempo); "Una vez que tomas el sendero del Lado Oscuro, para siempre dominará tu destino"...

 Uno ve la evolución de Anakin Skywalker a lo largo de las películas, lo ve sucumbir al Lado Oscuro, y no puede más que sentir pena. Anakin como uno de esos atletas detenidos, y esa República Galáctica en la que los atletas que vamos limpios somos como padawans y Caballeros Jedi permanentemente amenazados por el Imperio de Darth Sidious, ese Oscuro señor Sith, y sus Darth Maul y condes Dooku de turno. 

 La Agencia Española Antidopaje es fundamental para el destino de la Galaxia atlética, la única que, visto lo que hace el canciller/emperador Palpatine, puede derrotar al poder del Imperio y llevar el equilibrio a la Fuerza. Como diría el maestro Yoda: "Menores en cantidad somos, pero mayores en espíritu".

 Podría terminar así, de esta manera tan fina y metafórica, este artículo. Pero no. Ya estoy cansado.

Estoy cansado de tanto ídolo con pies de barro.
Estoy cansado de tantas medallas bajo sospecha.
Estoy cansado de lo del camelo del boom. 
Estoy cansado de los que ensucian este bello y esforzado deporte.
Estoy cansado del mal ejemplo que se le está dando a los jóvenes que empiezan a hacer deporte.
Estoy cansado de ver que las sanciones no son de por vida a la primera y de que se rebajen las penas.
Estoy cansado de que las federaciones hagan la vista gorda y escurran el bulto, supongo que por mor de los resultados y las subvenciones.
Estoy cansado de que casi ninguno de los dirigentes federativos diga nada del tema, y de que nadie dimita.
Estoy cansado de leer comentarios chorras diciendo que bueno, que esto pasa en todos los deportes y que los atletas de otros países también se dopan, como si eso justificase algo.
Estoy cansado de que la gente diga que es malo para nuestro deporte que se hable de esto, cuando es de operaciones como éstas de las que más necesitados estamos.
Estoy cansado de leer que esto ha sido un mazazo para el atletismo sevillano, andaluz y español cuando esto era vox pópuli desde hace años.
Estoy cansado de los tramposos, de los que no juegan limpio y en igualdad de condiciones.
Y, sobre todo, estoy cansado de que nos tomen por gilipollas. Ojalá esos cerca de 300 correos electrónicos con pedidos y envíos que tienen en los ordenadores revelen sus nombres. Nombres de gente despreciable que quitan premios en metálico, trofeos, becas, patrocinios y gloria atlética a otros. Nombres de atletas federados y populares, porque desgraciadamente esta gangrena se ha extendido hasta niveles insospechados. ¿En qué cabeza cabe que un popular llegue a doparse para mejorar sus tiempos o ganar una carrera? ¿En qué cabeza cabe que un veterano de cuarenta y tantos años se dope para hacer registros en 1.500 o en 3.000 que no hizo en toda su vida atlética? Marcas cuanto menos sospechosas, por no decir que no se las cree ni el Tato. Por favor, ya está bien, que no somos tontos.

 Lo dicho, que estoy cansado.

P.D.: Quiero cerrar esta entrada con un mensaje de esperanza. Primero: se está pillando a gente que parecía intocable. Segundo: a veces se hace justicia, como lo prueba que gané una medalla por equipos en el Mundial de Cross de veteranos M-40 en Clermont-Ferrand gracias a la descalificación por dopaje de Mohamed Zouak. Y tercero: afortunadamente y como lo demostramos la gran mayoría, aún se pueden ganar títulos y medallas de forma limpia, de las que podemos estar más que orgullosos.

Aviso: No publicaré ningún comentario en esta entrada a favor del doping. Los que justifican lo injustificable que se hagan un blog y escriban allí sus milongas.

martes, 11 de marzo de 2014

CEMENTERIO DE PIANOS

Toda Olimpiada tiene sus héroes, pero estos no son únicamente los que se cuelgan las medallas. Los hay que tienen que enfrentarse a las adversidades: atletas que se desorientan y no atinan a dar con la meta; atletas que caen por un tropiezo, un empujón o un roce y se levantan para seguir; atletas que llegaban con la vitola de favoritos y sucumbieron ante el coraje de otros; atletas que se retiran, que abandonan la pista mientras los demás continúan corriendo y desaparecen del mundo perseguidos por sus fantasmas, presos de sus remordimientos; y, por último, los hay que fallecen en el esfuerzo como personajes de una tragedia griega. A este último grupo es al que pertenece el héroe de Cementerio de pianos.




 El personaje real del que se vale el escritor portugués José Luis Peixoto para anclarnos a las páginas de esta novela es Francisco Lázaro, un corredor de fondo luso que falleció mientras disputaba la maratón de los Juegos Olímpicos de Estocolmo en 1912.


Francisco Lázaro


 Lo demás, la trama narrativa que construye Peixoto con ese hecho y los otros episodios y personajes que aparecen en sus páginas, como muy bien nos apunta el autor al final del libro, son absolutamente ficticios.  Son tres Franciscos (el atleta, su padre y su hijo) los que hacen de narradores, intercalando sus historias familiares y personales desde épocas y prismas distintos, dudando uno a veces si es uno u otro el que se dirige a nosotros, una muestra de la indisolubilidad de ese vínculo familiar. 


"Miraba los pianos muertos, recordaba cómo había piezas que resucitaban dentro de otros pianos y creía que toda la vida podría ser reconstruida de aquella manera. Todavía no estaba enfermo, mis hijos crecían y se convertían en los muchachos que, muy poco tiempo atrás, yo mismo había sido. El tiempo pasaba. Y tenía la seguridad de que una parte de mí, como las piezas de pianos muertos, seguiría funcionando dentro de ellos. Entonces, me acordaba de mi padre: su rostro en la fotografía, la caja de medallas, sus historias contadas por la voz de mi tía o por la voz de mi tío: y tenía la seguridad de que una parte de él seguía viva en mí, la resucitaba todos los días en mis gestos, en mis palabras y en mis pensamientos. Una parte de mi padre resucitaba cuando me veía en el espejo, cuando existía y cuando mis manos seguían construyendo todo aquello que él, en secreto, tan próximo y tan distante, había comenzado. Entonces, pensaba que había una parte de mi padre que permanecía en mí y que les entregaba a mis hijos para que permaneciese en ellos hasta que un día empezasen a entregársela a mis nietos. Lo mismo sucedía con aquello que era solamente mío, con aquello que era solamente de mis hijos y con aquello que era solamente de mis nietos. Nos repetíamos y nos separábamos y nos acercábamos. Éramos perpetuos los unos en los otros".


 Nada más que por tener por escrito este pensamiento y poder subrayarlo ya merece la pena tener este libro. Un pensamiento que hemos tenido todos aquellos que hemos sido padre, pero que nunca hemos sabido plasmarlo en un papel. Y luego está la parte deportiva, escrita desde las sensaciones de un escritor que, para no faltar a la realidad, se ha obligado a calzarse las zapatillas deportivas, a preparase para correr algunas medias maratones, para sentir esa voz, ese Pepito Grillo que habita en nuestra cabeza, que te pide que aflojes el ritmo o que pares cuando más hay que sufrir en una carrera.


"unos por otros. Pasan grupos de corredores por delante de mí. No sé qué viento los lleva. El sol me aplasta contra el suelo. El sol me dobla la espalda, el sol me tira del pecho, pero yo soy más fuerte, más fuerte, más grande que el cansancio. Hace mucho tiempo que conozco el instante en que el cuerpo empieza a repetir: para, para, para. Mis piernas no paran. Para, para, para. Pero sigo alternando los brazos por delante del tronco, como si diera puñetazos al aire, como si luchara con el aire y lo volviera cada vez más débil, cada vez más cerca de rendirse. Y el cuerpo es más pesado que el barco que me trajo de Lisboa. Para, para, para. No paro. Ahora pasan grupos de corredores por delante de mí, el viento los lleva pero yo soy más grande que el cansancio".


"Pero, cuando iba a entrenar, pasaba corriendo por las calles y nadie se podía imaginar el mundo de palabras que llevaba conmigo. Correr es estar absolutamente solo. Lo sé desde el principio: en la soledad, me es imposible huir de mí mismo. Tras las primeras zancadas, inmediatamente se alzan muros negros a mi alrededor. Inofensivo, el mundo se aleja. Mientras corro, me quedo parado dentro de mí y espero. Quedo finalmente a mi merced. Al principio tenía trece años y corría porque encontraba el silencio de una paz que creía que no me pertenecía. No sabía aún que era el reflejo de mi propia paz. Después, cuando la vida se complicó, era demasiado tarde para poder parar. Correr formaba parte de mí igual que mi nombre".


 Tiene la escritura de Peixoto una cadencia repetitiva y poética, más cercana a la literatura latinoamericana que a la europea, que te envuelve y te atrapa, que te acuna y te reconforta. El cementerio de pianos que da título a la novela es una sala cerrada del taller de carpintería, en la que almacenan apilados viejos pianos en los que buscar piezas con las que reparar a su vez otros pianos.


"Tras pasar días enteros haciendo puertas y ventanas, bancos y mesas, soñando con pianos, mi padre cerraba el portón del taller y corría por las calles de Lisboa, contra las calles de Lisboa, corría y rasgaba las calles de Lisboa. Después, llegaba temprano a las carreras que se disputaban los domingos por la mañana. Cogía trenes en Santa Apolónia y, él solo, viajaba en segunda clase hasta los alrededores o, a un ritmo suave, corría hasta diferentes zonas de la ciudad. Cuando había maratones, mi padre llegaba y los demás corredores lo miraban de lejos. En aquellas miradas podía haber miedo o desdén, pero lo que había era miedo y, por lo tanto, fingían que había desdén. Mi padre los ignoraba, vivía solo dentro de su propia luz".


 Saber el destino de nuestro héroe no quita ni un ápice de emoción a la lectura, y, llegados a las páginas finales, hay que tragar saliva para aliviar ese nudo que se te forma en la garganta con la voz del locutor, una voz que sale de la radio que hay sobre el frigorífico como si hablara a través de un embudo, y con esa madre y esos hijos y nietos que siguen la crónica a varios miles de kilómetros de distancia ese domingo festivo que, poco a poco, se tornará en tragedia. El motivo, deberán buscarlo ustedes en las páginas de esta magnífica novela.


 "[...] Juntos. Cuando no están mirándose unos a los otros, están mirando hacia la radio o hacia el aire, mezclando sus pensamientos con la voz del locutor.  Ha empezado el maratón. Va entre los primeros. Es el único que corre con la cabeza descubierta. La voz del locutor son las imágenes de lo que dice. Son imágenes diferentes en los ojos de cada uno. Salen del estadio. Francisco va entre los primeros".


Francisco Lázaro con el dorsal 50 y la cabeza descubierta
Maratón de los Juegos Olímpicos de Estocolmo de 1912


"porque no quiero mirar a los corredores que hay a mi alrededor. Sé que, en sus casas, tienen gente que habla otras lenguas y que los esperan igual que en mi casa me esperan a mí. Tienen nombres y tienen infancias. Sin girar la cabeza directamente hacia ellos, veo sus bultos borrosos en los márgenes de la vista. En esa mezcla de manchas de colores, me doy cuenta de que ellos tampoco miran a nadie. Así como corremos aquí por las calles de Estocolmo, corremos dentro de nosotros. En la meta, la distancia y el peso de este maratón interior serán tan importantes como los kilómetros de estas calles y como el calor de este sol. Mientras levanto un pie para dar una zancada, el otro pie se afirma en el suelo. Si el mundo se parara en el instante en que tengo un pie levantado, avanzando, y el otro pie clavado en el suelo, podrían crecer raíces a partir de este pie firme que me sostiene. Esas raíces podrían penetrar por los intervalos de tierra entre las piedras de la calle. Pero yo no dejo que el mundo se pare. Después de una zancada, otra, otra"



P.D.: Esta entrada está dedicada a José Mestre, Carlos Calado, Rui Correira, Fernando Fernández, Domingo Barroso, Rui Correa, Jorge Guerreiro, Luis Costa, Brito Americo, Macedo Arlindo, Luis Raposo, Marques Joao, Antonio Correira, Loao Monteiro, Natalio Penas y Joao Canvaleiro, atletas portugueses con los que tantas "batallas" libramos (decidme si me olvido de alguno). Recuerdo que unos llevaban camisetas amarillas  y otros de franjas verdes y blancas y que la mayoría pertenecían a los clubes Playa da Salema, Grupo Sportivo Loures y C. Atlético Algarve. Un gran saludo para todos ellos.





José Luís Peixoto nació en 1974 en Galveias, Ponte de Sor, Portugal. Es licenciado en Lenguas y Literaturas Modernas (inglés y alemán) por la Universidade Nova de Lisboa. En 2001, su novela Nadie nos mira recibió el Premio Literario José Saramago.
www.joseluispeixoto.net





Los textos entrecomillados, sacados del libro, pertenecen a la edición de 2007 de Cementerio de pianos, editada por El Aleph Editores con traducción de Carlos Acevedo. El libro se acaba de reeditar y pueden conseguirlo en la Librería Luces.





domingo, 9 de marzo de 2014

RAZONES DE PESO

Borja Vivas

En esto del atletismo, tan difícil es llegar como mantenerse, de ahí el mérito que tiene esa sexta medalla de oro (undécima si sumamos los nacionales al aire libre) que consiguió el lanzador malagueño Borja Vivas en los pasados campeonatos de España de pista cubierta celebrados en Sabadell. Si encima anotamos que logró su mejor marca personal bajo techo, con 20.51, podemos afirmar que no sólo se mantiene sino que sigue avanzando, y que quizás al aire libre podamos verlo pronto lanzando el peso más allá de los 20.63 que constituyen su tope hoy día. De momento, acabamos de verlo resarcirse de sus internacionalidades anteriores consiguiendo un meritorio noveno puesto en el Mundial de Pista Cubierta que se está celebrando este fin de semana en Sopot, Polonia. El viernes lanzó los 7,260 kilos (16 libras) que pesa la bola a 20.19 metros y durante gran parte de la jornada fue octavo, hasta que el último lanzamiento del ruso Lesnoi le arrebató la plaza dejándolo a tan sólo siete centímetros del pase a la final. Fue un desenlace demasiado cruel que le dejó con la miel en los labios, pero que aún así ha supuesto un paso adelante en su carrera, pues por fin ha brillado en él ese espíritu combativo que hay que tener en este tipo de campeonatos. Sacudida la presión, el miedo al fracaso, tenemos razones de peso para esperar todavía mucho de Borja.


Borja Vivas, oro en los Juegos del Mediterráneo con 19.99
 Mersin, Turquía 2013

 Quizás debido a ese aspecto tan antagónico que tienen los lanzadores y los fondistas, al modo de Goliath y Crispín en El Capitán Trueno, o Taurus y Fideo de Mileto en El Jabato, siempre ha existido entre nosotros una corriente de simpatía muy peculiar. Yo además tuve la ocasión de compartir un viaje en coche con Borja desde Sevilla a Málaga. Fue en febrero de 2011. Sus 2,03 metros de altura lo hacían ir como encogido al volante de su modesto utilitario, mientras que yo, de copiloto, trataba de darle palique para que no le diese sueño la carretera y el esfuerzo de la mañana. Él había lanzado en el meeting Ciudad de Sevilla de pista cubierta y aunque había ganado creo que no iba muy contento con la marca que había realizado. Yo, sin embargo, iba feliz, pues la noche anterior había ganado los 3.000 metros en el Campeonato de Andalucía de pista cubierta de veteranos M-40 con una marca de 9'09"52. A pocos días de pasar a la categoría M-45 había llegado incluso por delante de los M-35, lo que me hacía sentir despreocupado y dicharachero. Además, aquella misma noche, en el 3.000 del meeting que se celebraba en paralelo a nuestro andaluz, habíamos visto a Dani Pérez, también compañero por entonces del club Atletismo Málaga, de bajar de los ocho minutos (7'58"12) lo que suponía toda una proeza.

 Aquel viaje a solas con Borja, aquel hablar de lo divino y lo humano durante cerca de dos horas, hace que ahora viva más intensamente sus campeonatos y le dedique esta entrada.

 Mi enhorabuena por como han rodado las cosas hasta este momento y mucha fuerza, técnica y concentración para lo que resta de temporada. Y saludos a ese pedazo de entrenador que tiene: Tomás Fernández, quien también fue lanzador.

Borja Vivas con su entrenador Tomás Fernández

domingo, 23 de febrero de 2014

1997: EL AÑO QUE AGUSTÍN DIO LA CAMPANADA EN LA MARATÓN DE SEVILLA




Cada vez que se celebra la Maratón de Sevilla, me embarga una especie de melancolía, una añoranza de lo que pudo ser y no fue.

 Era 1997, y tanto Agustín como yo habíamos marcado en rojo el día 23 de febrero en el calendario, pues ambos habíamos decidido correr nuestra primera maratón en la ciudad hispalense. Para ello, por separados y desde septiembre, nos preparamos con ahínco, doblando sesiones y haciendo kilómetros por un tubo. Para el 24 de noviembre corrí la primera media de la temporada, la Media Maratón Internacional de Jerez, que gané con un tiempo de 1h 7'04" (2º y 3º fueron los portugueses Guerreiro y Mestre); luego, el 6 de enero, corrí los 20 Km de Espera, donde quedé 4º con 1h 2'38" (por detrás del portugués Calado, de Agustín Molina y de Mestre); el 12 de enero, en el test principal, los exigentes 25 km de la VIII Carrera Popular Ruta Carlos III Ciudad del Sol, quedé 3º con un tiempo de 1h 21'55" (1º fue Calado, 2º Juan Antonio Ortega, 4º Juan Vázquez, 5º Escalera, 6º el marroquí Abderrahim Oumaiz y 7º Miguel Ríos); y el 26 de enero ganaba el Campeonato Provincial de Cross por delante de Juan Vázquez y Agustín Molina. Todo parecía ir sobre ruedas, sin embargo, a los dos días de ese cross, a menos de un mes para la maratón, todo se truncó. Caí enfermo con anginas o faringitis y, con recaída incluida, me tiré doce días en el dique seco. Para cuando salí de la cama, sólo restaban catorce días para la Maratón y los primeros siete me los pasé rodando sin dejar de tomar antibióticos. Aún así, como era uno de esos atletas invitados por la organización, decidí presentarme en la salida, sin tener claro si iba a terminar o no la prueba.

 Aquella mañana calenté con Agustín. Y luego echamos a correr con la intención de bajar de 2h 20'. Corrimos juntos hasta cerca de la media maratón, entonces me dijo que iba a tirar para adelante y que me fuese con él. Miré el cronómetro, íbamos por debajo de 3'20" cada kilómetro. "Vamos bien, tira tú si quieres", le dije sabiendo que yo ya no era el mismo de hacía un mes. Agustín pasó la media maratón en 1h 9'15", y yo en 1h 10', acompañado por Juan Vázquez que corría su tercera maratón. Por delante de nosotros todavía iba un pequeño grupo de atletas y lejos de éste, a más de dos minutos, el keniata John Mutai. En aquel momento, viendo que podía mantener el ritmo de las dos horas veinte, decidí seguir corriendo y terminar la prueba. Mientras tanto, Agustín, poco a poco, fue alcanzando al grupo, que ya no era grupo sino una hilera de corredores desperdigados por las calles de Sevilla, y después, más pensando en asegurar el segundo puesto que en alcanzar al keniata (al que ni siquiera veía), siguió solo hacia adelante. Fueron los gritos de ánimo del público al doblar cada esquina, ese "Corre, corre, que lo tienes ahí", ese "Corre, corre, que lo coges", ese "Corre, corre, que va muerto" los que le hicieron apretar los dientes en los últimos kilómetros, los que le hicieron plantearse que la prueba empezaba allí. Agustín vio a Mutai al entrar en la Avenida de La Palmera, a cien metros de distancia, iba K.O., casi trotando, así que aumentó el ritmo y lo adelantó. Era el último kilómetro, y aún así tuvo tiempo de meterle un minuto y cuatro segundos de ventaja en la línea de meta, una cinta que arrastró con el pecho brazos en alto, con un grito exultante de alegría y un crono de 2h 17'43". Fue el triunfo de un albañil de 29 años, que trabajaba en el Ayuntamiento de Fuengirola, sobre un granjero keniata, el triunfo soñado de todo debutante. Tras Mutai llegaban el marroquí Fikry (2:19:30), Miguel Ríos (2:19.55), Jorge Juan Sempere (el vencedor de la anterior edición), Juan Vázquez (2:20.19) y el sueco Ulf Olsson. Mientras que yo, descolgado de Vázquez poco más allá del kilómetro 25, perdía fuelle en la última parte de la prueba y entraba el décimo con un tiempo de 2h 24'16".

 Para mí, nuestro debut aquel domingo reflejó lo que es la cara y la cruz de este deporte. De ahí esos sentimientos agridulces. Por un lado, la satisfacción y el orgullo porque un amigo ocupase lo más alto del cajón, y por otro la tristeza por la convicción de que, de no haber sido por la enfermedad, podría haberlo acompañado en aquel pódium.

Agustín Molina con el dorsal 1423, Sempere con el 2 y Pedro Delgado Fernández con el 1904
XIII Maratón Ciudad de Sevilla, 23 de febrero de 1997


 A las tres semanas, el 16 de marzo, buscando resarcirme, corrí la Maratón de Barcelona, pero el cuerpo no es una máquina y sólo pude hacer 2h 24'26", diez segundos por detrás del crono de Sevilla. Entré en meta el 14º de la general y el 6º de los españoles. A partir de entonces, decidí no obsesionarme y seguir el consejo de Rainer María Rilke, ese poeta que tanto amaba Ronda, quien decía que "El verano llega. Pero sólo llega para los que saben esperar. Tan tranquilos y abiertos como si tuvieran la eternidad por delante". Y afortunadamente ese "verano" llegó en 1999, cuando gané la Maratón de Badajoz, pero eso ya forma parte de otra historia, quizás de otra entrada.

P.D.: Juan Vázquez tuvo también su estío en 2001, cuando ganó en León la Maratón Toral de los Vados, repitiendo luego en las maratones del Campeonato del Mundo de veteranos celebradas en San Sebastián y Rímini en 2005 y 2007, y ya con la friolera de 49 años, en la I Maratón Ciudad de Málaga en el 2010.



Para ampliar la información sobre la XIII Maratón de Sevilla:
http://hemeroteca.abcdesevilla.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/sevilla/abc.sevilla/1997/02/24/082.html

lunes, 17 de febrero de 2014

LAS ZAPATILLAS MINIMALISTAS DE LOS QUE ESTUDIAMOS LA E.G.B.


Adidas ROM
(Eran para jugar en sala, pero nosotros las llevábamos hasta para salir)


Estos son algunos de los modelos de zapatillas minimalistas que teníamos los que estudiamos la E.G.B.


Zapatillas de lona John Smith
(sabíamos que en teoría eran para baloncesto, pero
gracias a nuestras madres las hicimos polivalentes)

Adidas Stan Smith
(Con ellas pasaba como con las anteriores: sabíamos que eran
 para jugar al tenis, pero se usaban para todo)

Adidas SL72

Adidas SL76
(Una mejora del modelo anterior que llevaba
Starsky, el poli de la serie Starsky y Huctch)

Yumas Galaxia
(otro clásico de la época, producto nacional, como las Paredes y las Kelme)


 Creedme que éstas son las mejores, pues al principio teníamos que conformarnos con unas tórtolas, unas victoria o unas bambas con las que dábamos Educación Física, corríamos las vueltas de rigor en torno al patio, jugábamos al fútbol, al sota-caballo-rayo, pedaleábamos en la Peugeot o en la Orbea (no la mires que se estropea) o intentábamos subirnos a uno de esos sancheskis naranja sin rompernos la crisma (confieso que la vez que me lo prestaron me hice un esguince de tobillo del copón, con lo cual se acabó rápido eso de hacer el Leiff Garref). Estas zapatillas de marca estuvieron reservadas para los últimos años de la E.G.B., y eso los que lográbamos convencer a nuestras madres de que los modelos horrendos y, claro está, más económicos que ellas proponían se iban a romper mucho antes.


Zapatillas Tortolas de los años 70


Bambas


 Cuando empecé a correr en el equipo de atletismo del colegio Los Olivos, estos eran los modelos de zapatillas que llevábamos. Es decir, que correr, correr, se puede correr con cualquier cosa (sino que le pregunten a mi amigo Ángel Bueno que también corría por aquella época en los cross de Portada Alta).


 Como comprenderéis, cuando el progreso nos trajo zapatillas más blandas y con mejores acabados, lo flipamos.


Pedro Delgado (con unas Munich de las que usa ahora para vestir) y Jesús Suárez "Pipi" (con las primeras Nike que trajeron a Málaga) entrenando en la Universidad Laboral en 1981.

 Y no os digo nada cuando llegaron las adidas TRX. ¡Dios! Son las zapatillas que recuerdo con más emoción.


Adidas TRX, las ferrari de la época

 Decir que las pulí es poco, las llevé hasta que se les cayó la suela a trozos. Y, aún así, seguía ganando carreras y mejorando marcas.


Pedro Delgado Fernández (con sus zapatillas adidas TRX) recibiendo de manos del alcalde de Mijas, Antonio Maldonado, el trofeo al Campeón Absoluto de la Fiesta del Deporte. Mijas, Málaga, 19-3-1982. 

 ¿Significa eso que se debe correr con unas zapatillas pulidas? Pues claro que no, aquello era fruto de una época, una época que, ahora que lo pienso, ha acabado pareciéndose a ésta. Vale que les metas kilómetros a las zapatillas por mor del presupuesto, pero de ahí a hacerlo por veleidades minimalistas va un trecho.
 Para los profanos o los que se inician en este deporte, os diré que lo básico es tener dos zapatillas:
 -unas de entrenamiento para las sesiones generales (son zapatillas más pesadas y con mayor amortiguación),
 -y otras de competición para los entrenamientos específicos: series, interval, carrera continua rápida y la propia competición (son zapatillas muy ligeras y con menos amortiguación).

 Y luego están las zapatillas de clavos. Las hay de pista y de cross (incluso, si flojea la economía podemos usar las mismas para ambas especialidades cambiándole la longitud de los clavos). Las zapatillas de clavos son muy minimalistas, de ahí que en fondo y mediofondo sólo se usen en la competición y en algunos entrenamientos (intervals muy rápidos y series por encima del ritmo de competición), pues te cargan mucho los gemelos.

 En la época en la que me patrocinaba Karhu, Joma o Mizuno, cambiaba de zapatillas de entrenamiento cada pocos meses, y compaginaba varias de competición en la misma temporada (reservaba unas para los entrenamientos rápidos y otras para las competiciones en función de la distancia de éstas: millas, carreras de cinco o diez kilómetros, medias, y maratones en el momento en que me tocó subir de distancia).
 Para mí esto es lo ideal, usar un calzado específico para cada cosa (igual que usé unas Mizuno de montaña cuando corrí en el 99 la maratón alpina del Aneto), pero ahora que no me patrocina nadie y me cuesta el dinero, intento alargar la vida deportiva de mis zapatillas. Algo a lo que también contribuye, claro está, que no haga ni un tercio de los kilómetros que hacía antes. De esta manera, las de entrenamiento me duran toda la temporada, y algo más las de competición. Pues bien, por alargarles la vida más de la cuenta a estas últimas ando lesionado del talón izquierdo.

 Moraleja: No trates de alargarles la vida a las zapatillas porque al final acabarás pagándolo caro.

 Y otro consejo para los que pesáis más de 65 kg: muchas zapatillas de competición son para atletas de un peso específico (la mayoría para atletas de menos de 60 kilos), así que tenedlo en cuenta a la hora de comprar vuestras zapatillas. Si sólo vais a tener una zapatilla para todo, deberíais primar la amortiguación antes que la levedad, sobre todo si pesáis más de 65 kilos.

 Por supuesto que ésta es mi opinión, la de alguien que lleva corriendo desde los 14 años y que ha estado siempre inmerso en el atletismo de competición, muy diferente a lo que es hoy día el mundo de las carreras populares, del running o, como antes se le llamaba, del footing. Sé lo que opinan los que propugnan las teorías minimalistas y de barefoot, todo eso de los apoyos, de Caballo Loco y demás. ¿Qué os puedo decir? Si os sentíis más en contacto con la naturaleza corriendo descalzos o con apenas un trozo de suela debajo de la planta del pie, pues seguid haciéndolo; pero para mí sería como volver a la E.G.B.

sábado, 8 de febrero de 2014

¡RECUPERATE PRONTO, CAMPEÓN!

Juan Sarria Cuevas
Del 400 (49"2) al maratón (2h19'04")

Como decía Oscar Tusquets en Todo es comparable, el diseño es algo fundamental en nuestra vida; pero claro está, el diseño bueno, porque el malo... Y si no que le pregunten a mi amigo Juan Sarria Cuevas que el otro día, cuando iba en moto y lloviznaba, pisó una de esas rejillas de ventilación de las del metro y se fue al suelo. Esas rejillas son un peligro de muerte los días de lluvia: a Juan, con la clavícula rota en tres trozos, le ha costado una buena operación y tener que estar inmovilizado un montón de días. Y encima hay que dar gracias porque no viniese ningún coche detrás.
 Tomad nota, motoristas y ciclistas. Y a ti, Juan, ánimo, que lo peor ya ha pasado.
  Un abrazo desde Calle 1.

domingo, 2 de febrero de 2014

WHAT THE FUCK?

El año pasado hubo una expresión que se puso de moda entre los adolescentes, una especie de muletilla que acompañaba a todo acto de sorpresa, asombro o estupefacción, un What the fuck? que traigo aquí a colación a cuenta de los vídeos que me manda mi amigo (médico deportivo y profesor de Fisiología en el INEF de Granada) el Dr. Ángel Gutiérrez, el "Doc" del programa de televisión de la cadena cuatro Desafío Everest. Unos vídeos que hablan sobre esa "moda" de correr descalzo tal cual Abebe Bikila en la maratón de los Juegos Olímpicos de Roma en 1960 o la sudafricana Zola Budd en Los Ángeles 1984 (7º clasificada en el 3.000 más polémico de la historia de los Juegos Olímpicos) y en  los Campeonatos del Mundo de Cross en Lisboa y Neuchâtel en 1985 y 1986.


                   Abebe Bikila, en la maratón de los Juegos Olímpicos de Roma
                   de 1960, donde se impondría al marroquí  Abdessalem Rhadi






                                                             Zola Budd descalza en Los Ángeles 84


 Pero claro, esos atletas estaban acostumbrados desde niños a andar, correr y jugar descalzos, lo que no es nuestro caso. Aquí en Málaga, por el mismo motivo que los dos ejemplos anteriores, hemos visto correr descalza a la marroquí Nejma Ezzentri, del Club Nerja de Atletismo (por cierto que Nejma acaba de volver a la competición, ya en la categoría de veteranas).





 Distinto fue lo de un par de atletas de la FANE, Paco Román y Jaime Barranquero, que por algún motivo que se me escapa se atrevieron a intentarlo en algunas carreras de campo a través y de pista, aunque desistieron pronto del intento. Quizás aquello sólo fue un arrebato o una apuesta; un pecado de juventud, pues de eso hace ya muchos años (creo recordar que en 1986), entonces eran muy jóvenes y hoy son ya veteranos. Mi hermano, que también aparece en la foto de abajo, estaba con ellos en la FANE, pero afortunadamente me tenía a mí al lado para decirle que se dejase de experimentos.


Paco Román, mi hermano Paco Delgado y Jaime Barranquero

 Realmente muy bueno no debe de ser el asunto, porque sino habría creado tendencia y, que yo sepa, por Carranque en el último año sólo hemos visto a una persona correr descalza. Y la verdad es que no estuvo por allí muchas semanas.
 Mi amigo Manolo Camacho, atento siempre a las modas y novedades, se compró unas de esas chanclas minimalistas con suela Vibram (¡a precio de zapatilla de marca!), pero al final, a pesar de la euforia inicial, acabó lesionándose.


 
 Manolo Camacho con sus zapatillas minimalistas





       






 También he leído sobre Santiago Ruiz, ese atleta granadino que promueve esta práctica. Corrió la última maratón de Málaga descalzo, pero leí en un periódico y en su blog cualquierapuedehacerlo.es que en la edición anterior tuvo que abandonar con una buena herida en el talón. 


Maratón de Málaga 2012
Santi Ruiz en la Maratón de Málaga 2013

Tras acabar la maratón de este año, a modo de conclusión, Santiago anotó en su blog: "[...]No creo que lo vuelva a hacer descalzo. Ahora el cuerpo me pide hacerlo con sandalias [...]". Un pensamiento que dice mucho al respecto. Abebe Bikila ganó su primera maratón olímpica descalzo, pero la siguiente ya la ganó calzando unas adidas.

 Junto a los vídeos, Ángel Gutiérrez me adjunta un artículo sobre el minimalismo y el barefoot en el que se rebaten las supuestas bondades de esta moda; pero como viene sin firmar (él no lo ha escrito, sólo me remite un artículo recibido), y para que no haya error o dudas sobre su autoría, he decidido eliminarlo (aparecía en una entrada previa a ésta). Si consigo dar con el nombre del verdadero autor del artículo y éste me da su permiso, estaré encantando de publicarlo en un nuevo post, pues el artículo me parece bien argumentado.



 De todas formas, en este tema ya se sabe... para gusto colores. Yo si alguna casa comercial me pasa unas Five Fingers, prometo probarlas y comentarles la experiencia.



Vibram Five Fingers Bikila


P.D.: Un abrazo desde aquí para Ángel Gutiérrez, uno de esos profesores que gusta tener. De esos que no se olvidan.

domingo, 26 de enero de 2014

TRISTES CASUALIDADES

Christopher John Chataway (Londres, Reino Unido 1931-2014)


Me envía mi primo Sergio Camacho un correo que lleva por asunto "parece que está de moda todo lo referente al atletismo". Lo pincho y veo que no trae texto, tan sólo un enlace, una línea azul que me deja mudo y me provoca un escalofrío.
 Hace unos días, el 18 de enero más concretamente, al escribir mi post sobre Zátopek para mi blog Calle 1 (y para mi crítica literaria atlética en El loco que corre) puse dos fotografías de la final de los 5.000 metros de los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952. En la primera de ellas, coloreada, se veía a Emil Zátopek corriendo hacia la meta en la última curva antes de meta, seguido por el francés Alain Mimoun y el alemán Herbert Schade. Detrás de éste último se podía observar a otro corredor caído en el suelo. Como quiera que en la imagen no se veía bien a ese atleta, añadí otra en blanco y negro en la que se podía ver un mejor plano de la caída de ese atleta, que resultó ser el británico Chris Chataway, quien finalmente entró en quinta posición.

Emil Zátopek (oro), Alain Mimoun (plata) y Herbert Schade (bronce)
en la final de 5.000 metros de los Juego Olímpicos de Helsinki en 1952


La imagen anterior desde otra perspectiva, donde se aprecia la caída del inglés Chris Chataway tras pisar el bordillo de la cuerda (Al pasar mi post a la página de El loco que corre, Salvador Moreno eliminó esta foto, lo que supone otra de esas casualidades).

 Luego seguí escribiendo mi entrada lamentando la mala suerte del británico y pensando que tenía que ver el vídeo de aquella carrera para ver la secuencia completa y escribir algún post sobre la fatalidad del destino, el azar o la casualidad, entendiendo ésta como esa combinación de circunstancias imprevisibles e inevitables que a veces nos pasan la mano por el lomo o nos sacuden duro.






 Pues bien, el enlace que me envía mi primo es otra de esas casualidades:
www.diariosur.es/rc/20140125/sociedad/muere-christopher-chataway-201401231925.html

Chris Chataway disputando la prueba de la milla en 1952

 Sir Christopher John Chataway murió a los 82 años el pasado 19 de enero, al día siguiente de subir mi post con la imagen de su caída. Mi condolencia a la familia del que fue un gran atleta: Subcampeón de Europa de 5.000 metros en 1954 (tras el soviético Vladímir Kuts), batió el récord del mundo de la distancia dos semanas después con un crono de 13'51"6 y fue la segunda liebre de Roger Bannister en su famoso asalto a la barrera de los cuatro minutos en la milla.


Chris Chataway haciéndole de liebre a Roger Bannister en su récord de la milla 3'59"4, marca que lo convirtió en el primer hombre en la historia en bajar de los 4 minutos en la milla.
(6 de mayo de 1954, pista de Iffley Road en Oxford)

 Por lo demás, les remito al artículo de Álvaro Soto para el diariosur.es y al de Carlos Arribas para el diario El País que he encontrado curioseando en internet, 
"elpais.com/deportes/2014/01/24/actualidad/1390518192_941993.html"
y le agradezco a Sergio los servicios prestados.
 Un abrazo para él y otro para Chataway donde quiera que ahora esté.

sábado, 18 de enero de 2014

CORRER, EL LIBRO ACERCA DE ZÁTOPEK



En las pocas semanas de vida que tiene este blog ya ha salido a relucir varias veces el apellido Zátopek, un apellido mítico, pues pertenece al único atleta del mundo capaz de ganar en unos mismos Juegos Olímpicos tres medallas de oro en las pruebas de fondo; una gesta que el corredor checoslovaco Emil Zátopek (1922-2000) consiguió en la Olimpiada de Helsinki de 1952, cuando en diez días consiguió ganar los 5.000 metros, los 10.000 y la maratón.

 A mí Emil Zátopek me acompañó en muchas tardes de entrenamientos extenuantes, en intervals infinitos que el checo había llevado hasta límites exagerados. Así que, para darme ánimos, me acordaba de él cada vez que tenía que hacer un interval training de 200 o 400 metros. Si Emil hacía 40 o 70 repeticiones, cómo no iba a acabar yo mis entrenamientos. Recuerdo, hablando de intervals de 400, que una tarde, cuando estudiaba y entrenaba en Granada, el amigo Miguel Leiva se pasó un buen rato cronometrándome el entrenamiento para comprobar que, efectivamente, no iba de farol y era capaz de hacer 20x400 a 1'02" recuperando 1'30". Y lo que son las cosas, movido por este recuerdo me he tomado la molestia de buscar en las agendas de aquellos años hasta dar con aquel día, y he descubierto algo que me ha dejado, ahora que escribo sobre Zátopek, con la boca abierta:

 5 de febrero de 1987
[...] y después, a las siete, me fui a entrenar: los 20 cuatrocientos. Leiva se puso conmigo y tan sólo aguantó 10. Yo las hice con clavos, todas a 1'02" menos varias a 1'03". Aquí dicen que estoy "corgao", que eso es lo que hacía Zátopek. Ya quisieran ellos llegar a ser 1/4 parte de lo que fue Zátopek, La locomotora humana.


 Si el fartlek (la carrera continua por la naturaleza con cambios de ritmo) fue el "sistema panacéa" para los finlandeses, Zátopek abrazó el interval training: dividir una distancia en otras más pequeñas para correrlas a más velocidad, con una pequeña recuperación entre ellas que Emil hacía corriendo a menor velocidad. Quizás eso fue lo que lo convirtió en plusmarquista en aquella época. Ese correr sin parar, agónico, que no se centraba en la técnica ni en el estilo, sino en sus ansias de correr más rápido que nadie.


Emil Zátopek, en una fotografía de 1954. Foto: Keystone / Getty Images

 A finales de 2010, el escritor francés Jean Echenoz publicó Correr, un libro sobre Zátopek que fue muy recomendado por los libreros y los críticos literarios (Babelia la eligió como una de las mejores novelas de 2010).




            




 De Echenoz yo había leído Me voy, obra con la que obtuvo el Premio Goncourt en 1999, una novela corta o nouvelle que dicen los franceses que me había gustado bastante. Quizás ese hecho, junto a tantas recomendaciones, ha jugado en su contra a la hora de enfrentarme estos días a Correr, pues las expectativas que tenía eran demasiado altas.
 Echenoz no corre, y eso es algo que notamos los que lo hacemos habitualmente. Y luego está el estilo que ha elegido para narrarnos la vida de Zátopek, como si fuese un notario el que apuntase la crónica deportiva del atleta, lejano a sus sentimientos, a sus pensamientos e ideas.
 A pesar de esa pequeña decepción, ésta es una novela que debemos leer todos aquellos lectores a los que nos gusta calzarnos las zapatillas de correr, entre otras cosas porque creo que los que amamos este bello deporte estamos necesitados de novelas que hablen de él. Hay mucha narrativa ambientada en el mundo del fútbol o del boxeo, pero muy poca en el del atletismo.


Zapatilla adidas de Emil Zatopek. Fotografía: Zac Allan

 La novela arranca cuando Emil tiene 17 años y los alemanes acaban de invadir Moravia (Bohemia) y Checoslovaquia. Por entonces Emil trabaja en la fábrica de calzado Bata, un Emil al que le horroriza el deporte: primero las carreras del circuito de Zlin que organiza la fábrica para publicitar sus zapatillas y luego las exhibiciones atléticas que organizan los alemanes para los jóvenes con carácter obligatorio.
"La primera carrera en la que participa Emil es un cross-country de nueve kilómetros montado por la Wehrmacht en Brno y que enfrentará a una selección alemana atlética, espigada, arrogante, impecablemente equipada, todos igualitos a lo übermensch, con una cuadrilla de famélicos y astrosos checos, jóvenes campesinos, montaraces con calzón largo o dudosos futbolistas amateurs mal afeitados. Emil no participa de buen grado en esa prueba pero es un muchacho concienzudo, se entrega y da de sí todo lo que puede. Comoquiera que acaba segundo, sin darse cuenta y no sin vivo despecho por parte de los arios, un entrenador del club local se interesa por él. Corres raro pero no corres nada mal, le dice. Lo cierto es que corres muy raro, insiste el entrenador con cara de incredulidad, pero, bueno, no corres mal. De ambas aserciones, Emil sólo escucha y oye distraídamente la segunda".
 Aún así, Emil no termina de cogerle el gusto a eso de correr hasta que un buen día sucede lo inesperado: empieza a gustarle correr; al principio por propio placer, luego por el gusto de medir sus fuerzas en la competición.
 Mientras los alemanes comienzan a sembrar el terror en el protectorado con su política de deportaciones y exterminio, Emil Zátopek, ya con 20 años, se vuelca en el atletismo. Además, Emil se obstina en no trabajar el estilo. A Emil no le importa correr raro, para él el estilo es una gilipollez. Puestos a correr lo que quiere es correr lo más rápido posible.
"De modo que se obstina en no trabajar más que la resistencia, como quienes preparan sólo los trayectos largos de fondo o de semifondo. Él, invirtiendo el sistema, se entrena cada vez más en la velocidad, en pequeñas distancias indefinidamente repetidas, gracias a lo cual comienza a experimentar claros progresos". 
 Emil descubre también a sus competidores el sprint final.
"Doscientos metros antes de la llegada, intensifica la velocidad, sabedor de que puede hacerlo pues se ha preparado para ello: gana.
 Por aquella época no se conoce el sprint final, los corredores procuran espaciar el esfuerzo, repartirlo a lo largo de una prueba. En su afán de escatimar fuerzas hasta el final, no se creen capaces y sobre todo no se atreven a reservar la velocidad para desplegarla en la última recta, para dar lo máximo de sí mismos al final de la carrera. De ahí la inmensa utilidad de entrenar también con pequeñas distancias: el sprint final, que acaba de inventar Emil".
 Cuando el frente de batalla avanza y llegan las sirenas y los bombardeos y el tableteo de las ametralladoras y con ello los rusos, los alemanes, entre refriegas, se apresuran a retirarse. Termina la guerra y Checoslovaquia recupera sus fronteras. El país reorganiza su ejército y Emil es llamado a filas. La vida militar le gusta más que la vida de peón en la fábrica de Bata.
"Y además puede seguir corriendo: como se han organizado campeonatos militares en la República liberada, los oficiales de estado mayor, que tienen puesto el ojo en el deporte, autorizan a Emil a presentarse. Éste establece tranquilamente dos nuevos récords y, a su regreso, es citado en el orden del día por haber representado con honor a su unidad. Lo cierto es que con el uniforme no todo va tan mal, así que Emil se plantea matricularse en la Academia donde se forma a los oficiales de carrera. Además, cualquier cosa antes de volver a trabajar en la empresa Bata".
 Estando en la Academia se enfrenta al sueco Sundin en su primera competición internacional y, aunque no consigue ganarle, bate el récord de Checoslovaquia de los dos mil metros. Luego mejora el de 3.000 llegando detrás del holandés Slijkhuis. El sueco y el holandés son corredores elegantes cuyo estilo contrasta con el de Zátopek.
"Hay corredores que parecen volar, otros bailar, otros desfilar, otros parecen avanzar como sentados sobre las piernas. Algunos dan tan sólo la impresión de ir lo más rápido posible a donde acaban de llamarlos. Emil nada de eso. Emil parece que se encoja y desencoja como si cavara, como en trance. Lejos de los cánones académicos y de cualquier prurito de elegancia, Emil avanza de manera pesada, discontinua, torturada, a intermitencias. No oculta la violencia de su esfuerzo, que se trasluce en su rostro crispado, tetanizado, gesticulante, continuamente crispado por un rictus que resulta ingrato a la vista. Sus rasgos se distorsionan, como desgarrados por un horrible sufrimiento, la lengua fuera intermitentemente, como si tuviera un escorpión alojado en cada zapatilla de deporte. Está como ausente cuando corre, tremendamente ausente, tan concentrado que ni parece estar cuando está ahí más que nadie, y su cabeza, encogida entre los hombros, sobre el cuello siempre inclinado hacia el mismo lado, se balancea sin cesar, se bambolea y oscila de derecha a izquierda. 
 Puños cerrados, contorsionando caóticamente el tronco, Emil hace también todo tipo de cosas con los brazos. Cuando todo el mundo os dirá que se corre con los brazos. A fin de propulsar mejor el cuerpo, los miembros superiores deben utilizarse para aligerar las piernas de su propio peso: en las pruebas de fondo, el mínimo de movimientos con cabeza y brazos mejora el rendimiento. Pues Emil hace exactamente lo contrario, parece correr sin que le importen los brazos, cuya impulsión convulsiva arranca de demasiado arriba, describiendo curiosos desplazamientos, a ratos alzados o proyectados hacia atrás, colgando o abandonando a una absurda gesticulación, y sacude también los hombros levantando exageradamente los codos como si transportase una carga demasiado pesada. Mientras corre parece un boxeador luchando contra su sombra, por lo que todo su cuerpo se asemeja a un mecanismo descompuesto, dislocado, doloroso, salvo la armonía de sus piernas, que muerden y mastican la pista con voracidad". 
  En los primeros Campeonatos de Europa de posguerra, en Oslo, Emil queda quinto en los cinco mil metros, mejorando de nuevo el récord checoslovaco, y ya en los Juegos Olímpicos de Londres, en 1948, se gana el apodo de La Locomotora Humana al lograr en los diez mil metros la primera medalla de oro del atletismo checo y obtener una plata en los cinco mil.


Emil Zátopek en los 10.000 metros de los Juegos Olímpicos de Londres en 1948
Emil ganaría el oro y el francés Alain Mimoun la plata

 Luego llegará el récord del mundo de los diez mil y el ascenso a capitán, pero con ello comienzan los problemas.
"Se reúnen los altos mandos. Todos convienen en que Emil, cómo no, es un fenómeno del socialismo real. Pero por eso mismo es preferible guardárselo, economizarlo y no enviarlo demasiado al extranjero. Cuanto menos se lo vea, mejor. Porque sería una auténtica lástima que por una cabezonada, durante algunos de esos viajes, se pasara al otro bando, al inmundo bando de las fuerzas imperiales y del gran capital. Por consiguiente convocan a Emil, que acaba de ser invitado a participar en una prueba internacional de cinco mil metros en Los Ángeles. 
 Camarada, le dicen, el comité militar ha decidido que, en lo sucesivo, no podrás participar en ninguna competición deportiva sin previa autorización. Conforme, dice Emil, pero eso no cambia nada. Hasta ahora se me han concedido esas autorizaciones. Pues ahí está, camarada, a partir de ahora ya no las recibirás. Puedes retirarte. Y el comité se descuelga con un comunicado en el que anuncia dicha medida, alegando que las invitaciones demasiado numerosas a encuentros de escasa importancia apartan a Emil de sus deberes militares, impidiéndole proseguir su perfeccionamiento deportivo".
 Temen que en una de esas no regrese a Praga, que pida asilo político en uno de esos países capitalistas. En aras del partido se suceden las purgas como cuando estaban los alemanes. La única alegría del momento es su boda con Dana, futura campeona olímpica de Jabalina. 



 En el extranjero se preguntan qué habrá sido de Emil, si sigue entrenando, si estará lesionado o habrá dejado de correr. Emil les responde batiendo dos récords del mundo, el de los 20 kilómetros y el de la hora. Luego llegarán los Juegos de Helsinki, donde conseguirá lo que nadie ha vuelto a conseguir hasta la fecha, ganar las tres pruebas de fondo: el 5.000, el 10.000 y la maratón.

Emil Zátopek (oro) seguido por el francés Mimoun (plata) y el alemán Herbert Schade (bronce) 
Fotografía coloreada de la final de 5.000 metros de los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952

La imagen anterior desde otra perspectiva, donde se aprecia la caída del inglés Chris Chataway

 A la vuelta a Emil lo ascienden de capitán a comandante y se convierte "en el hombre de los ocho récords del mundo en distancias superiores a cinco mil metros: seis, diez y quince millas; diez, veinte, veinticinco y treinta kilómetros; por no hablar del récord de la hora". A ellos añadirá pronto un noveno, el de los cinco mil metros.
 Muere Stalin y el presidente checoslovaco Gottwald y en el país se producen minúsculos cambios. Lo dejan correr en Sao Paulo, donde gana, igual que en el Cross de L'Humanité (lo que ahora son los Campeonatos del Mundo de Cross). A partir de ahí empieza lentamente su declive, sus altibajos, las derrotas y la decisión de retirarse tras los Juegos de Melbourne, donde sólo disputará la maratón, quisiera hacerlo con un pódium pero sólo alcanza a ser sexto en una prueba que gana el francés Alain Mimoun, la sombra de Zátopek, pues había sido plata en los 10.000 metros de los juegos de Londres y en los 5.000 de los de Helsinki por detrás, en ambas ocasiones, del checo.
 Al volver de Australia, como premio al final de su carrera, lo ascienden a coronel y lo nombran director de deportes en el ministerio de defensa; aunque el punto final no lo pondrá hasta el Cross de San Sebastián, en Lasarte, donde Emil se planta definitivamente tras su victoria.


Emil Zátopek tirando del grupo en el Cross Internacional de San Sebastián, Lasarte 1958

 Zátopek sigue corriendo a diario, pero ya sólo lo hace para mantenerse en forma no para ganar ninguna carrera.
"Y como se entrena menos, le queda más tiempo para interesarse en lo que sucede en su país".
¿Qué pudo ocurrir en su país para que Emil fuese destituido de su cargo en el ministerio y se le enviase a barrer las calles de la capital?  Lean el libro y salgan de dudas, y, si quieren profundizar en lo que ocurrió en Checoslovaquia en 1968, lean también La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, una de mis novelas favoritas, llevada también al cine por Philip Kaufman con Daniel Day-Lewis, Juliette Binoche y Lena Olin en el papel de Tomás, Teresa y Sabina.


 


 Por último, quisiera recoger aquí una anécdota entrañable que leí en la página de la RFEA, y que muestra el gran corazón que siempre tuvo Emil Zátopek. El artículo, firmado por Miguel Villaseñor cuenta que Ron Clarke (Australia, 1937), un gran fondista que poseyó los récords del mundo de 5.000 y 10.000 metros pero que, por cosas del destino, nunca pudo ganar un oro olímpico, viajó después de los Juegos Olímpicos de México 1968 a Praga a ver a Zátopek, a quien admiraba mucho. Entabló con él amistad y cuando fue a abandonar la capital para volver a Australia, Zátopek fue a despedirlo al aeropuerto. Allí, en el último momento y de manera disimulada, le dio un pequeño paquete. "Clarke creyó que era algo de contrabando o quizá un mensaje que Emil quería comunicar al mundo exterior, dadas las circunstancias políticas. Al dárselo le había dicho "porque te lo mereces", frase que el australiano en ese momento no entendió. Ya en el avión abrió el paquete y con gran sorpresa vio que en él estaba la medalla de oro olímpica que Zátopek había ganado en los 10.000 metros de Helsinki en 1952. De esta manera se la regalaba. La admiración era, obviamente mutua. Ahora sí que su amigo Ron Clarke tenía su propia medalla de oro". 


Ron Clarke











Nota: Los párrafos de Correr, novela de Jean Echenoz, están extraídos de la edición española, publicada por Anagrama en septiembre de 2010, con traducción de Javier Albiñana.