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martes, 14 de enero de 2020

ZÁTOPEK: LA NOVELA GRÁFICA


Zátopek, Aloha! Editorial, la novela gráfica de Jan Novák y Jaromír 99
Fotografía: Lucía Rodríguez 

Aunque Zátopek se retiró de la competición en 1958 y murió hace 19 años, sus logros permanecen entre nosotros y nos siguen impresionando como el primer día. La sola mención de su nombre evoca el genio de ese atleta, sus cabalgadas y sus medallas. La discusión saldada con esas tres sílabas rotundas y sonoras al dilucidar quién es el mejor atleta de la historia. En esto reside la magia de los más grandes deportistas. Eternos mientras haya quien los admire. Inmortales cada vez que alguien escribe sobre sus gestas: Jean Echenoz en Correr o Jan Novák y Jaromír 99 en la novela gráfica Zátopek.
 De la novela del francés ya les hablé en 2014, así que hoy voy a hablarles del cómic de los checos, publicado por Aloha! Editorial hace dos veranos. Un volumen que se abre con un excelente prólogo del atleta olímpico Juan Carlos Traspaderne (Logroño, 1956), campeón de España de maratón en 1983. Ese mismo año, el español corrió sobre el asfalto de Helsinki en 2h.11.34, su mejor marca personal y récord nacional en la época.

Juan Carlos Traspaderne

Es libertad
Juan Carlos Traspaderne, corredor olímpico. 
 La tarde del catorce de agosto de 1983, entré en el Estadio Olímpico de Helsinki para terminar la prueba de maratón del primer Campeonato del Mundo de Atletismo. Algo menos de un minuto transcurrió desde la entrada al estadio hasta cruzar la línea de meta, pero puedo decir que ese escaso minuto fue, sin duda, el más intenso que he vivido en mi vida. 
 Entraba en un estadio olímpico repleto de amantes del atletismo que ovacionaban a todos los participantes por la gesta que estaban a punto de finalizar. 
 Abajo, en la pista, me sentía pequeño ante las dimensiones de la emoción colectiva y me sentía grande ante la emoción que me embargaba. 
 Entraba con la incredulidad de quien todavía no se cree lo que está haciendo, pero la realidad me esperaba en la línea de meta: dos horas once minutos treinta y cuatro segundos en la prueba de la maratón. 
 Entraba también con miedo: ¿Y si me lesiono? ¿Y si no llego a la meta? Eso no debía ocurrir, pero era una posibilidad, y quizás fue por ese temor que no esprinté lo suficiente y dejé que me adelantaran dos participantes en el estadio. Entraba recordando todo lo realizado para llegar a este momento. Esos entrenamientos a las once de la noche o a las seis de la mañana, siempre en función de mis horarios de trabajo. Ese sacrificio impuesto a la familia. Esos fines de semana en los cuales no me movía más que para entrenar, ya que el resto del tiempo lo necesitaba para recuperarme de la fatiga acumulada. Recordaba esos desprecios de la gente al verme entrenar por las calles… Eran otros tiempos. 
 Entraba por la misma puerta por la que el tres de agosto de 1952 entró un tal Emil Zátopek para proclamarse campeón de maratón en la Olimpiada de Helsinki, con dos horas veintitrés minutos y tres segundos. Fue su primera maratón, y en aquella misma olimpiada ya había ganado los cinco mil y los diez mil metros. Logró pues una hazaña única, y quizás irrepetible, en la historia olímpica. 
 Sentí un gran honor por poder compartir el mismo espacio en la distancia con uno de los grandes mitos de la historia del atletismo. 
 Entraba cuando Robert de Castella, con dos horas diez minutos y tres segundos, se proclamaba como primer campeón del mundo. 
 Al final de ese minuto, crucé la meta en el puesto doce. ¡Qué lástima esos dos puestos que perdí, por pecar de prudente! Vi la marca que había conseguido y me dije: "Sí, sí, esto merece la pena". No porque ahora me lo fueran a reconocer y todo serían adulaciones por lo conseguido. No, no por eso. Merece la pena porque te has llevado al límite, porque te has demostrado a dónde te pueden llevar la determinación, el trabajo, la humildad, la confianza, la constancia y el apoyo de las personas: a lograr objetivos que redundan en tu mejora personal. ¿Y todo esto por hacer una marca en una maratón? 
 Sí, por una maratón. 
 ¿Pero qué es una maratón? Desde luego, es mucho más que correr cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros. 
 Es llevar tu determinación de lograr un objetivo para el que es necesario explorar tus límites físicos y psíquicos. 
 Es libertad. ¿Qué mayor grado de libertad se puede sentir cuanto tu elección te lleva al límite? 
 Es encontrarte contigo mismo, mediante el diálogo que se establece entre tus deseos conscientes y tu instinto de protección. 
 Es ser consciente de que el primer límite es el tuyo propio; no importan tanto tus rivales, porque el primer rival eres tú mismo. 
 Es demostrarte tu capacidad para superar sentimientos negativos que se producen en la prueba y en los entrenamientos. 
 Es persistir en el esfuerzo cuando tu cuerpo y tu mente te dicen "para". En ese momento solo te queda la voluntad. 
 Todos esos sentimientos provocan una emoción que te recorre a lo largo de la prueba y que explota cuando has terminado. Cuando el resultado es negativo o lo conseguido no cumple con tus expectativas, te queda la satisfacción de haberlo intentado, y de haberte encontrado contigo mismo. La primera vez que oí hablar de Emil Zátopek fue el veintiséis de enero de 1975 en mi debut en el Cross de Lasarte. Recuerdo escuchar a mi entrenador, Iluminado Corcuera, decir que este cross había sido ganado por gente de la importancia de Emil. Efectivamente, Zátopek ganó la prueba ese mismo día en 1958, en su última carrera como atleta. Entonces hice poco caso a aquel comentario. Hoy puedo decir que, gracias a Emil Zátopek, yo soy un poco como soy y he podido tener el honor de escribir estas líneas en su recuerdo y tributo. 
 La maratón es una prueba que está llena de ejemplos de vida, de humildes personas y grandes atletas que, como Emil Zátopek, son capaces de decir: "Sí quieres correr, corre la milla. Si quieres cambiar tu vida, corre la maratón". 
 Gracias, Emil.

 Aloha! Editorial ha tirado la casa por la ventana para ofrecernos una edición de lujo, con tapas duras y sobrecubierta; una portada que da gusto ver de cara en la estantería, con el personalísimo dibujo de Jaromír 99, en mate y a cuatro tintas: salmón, beige, azul y negro.

Pedro Delgado hojeando la novela gráfica Zátopek en la Ciudad Deportiva de Carranque
Fotografía: Lucía Rodríguez

 El tomo comienza en 1952, cuando Emil y Stanislav Jungwirth, un prometedor corredor de la milla, entrenan juntos en el parque forestal Houstka, en la ciudad de Stará Boleslav, en las inmediaciones de Praga. Ambos pertenecen al Club Deportivo o Unidad de Educación Física Dukla Praga, perteneciente a las Fuerzas Armadas de Checoslovaquia, un club que aún existe. Y Emil trata de enseñarle al joven Jungwirth (al que llama cariñosamente Yogur) sus peculiares métodos de entrenamiento mientras se preparan para los juegos olímpicos de ese año. Ideas novedosas y métodos nunca antes probados. Algunos poco heterodoxos:
–¡Venga! ¡Ahora solo con una inspiración! 
–¿Cómo con una inspiración? 
–Fácil, ¡cogemos aire y vemos quién llega más lejos!
 Luego Jan Novák, el guionista, da un salto en el tiempo y se va a 1922, año de nacimiento del atleta, y a 1929, para mostrarnos la infancia del hijo del carpintero. También su entrada en la fabrica de calzado Bata con tan solo quince años; la invasión alemana en 1939; sus carreras con el equipo de la fábrica; su primeros planes de entrenamiento de la mano del doctor Haluza, también corredor de fondo; sus primeros récords; el fin de la guerra en 1945; su primer campeonato de Checoslovaquia y su ingreso en el ejército.
–Entonces, allá en Zlin, ¿quién te entrena? Nadie, ¿verdad? Con nosotros en el ejército vas a tener los mejores entrenadores, los mejores médicos, ¡los mejores masajistas! 
 Ahora ya no será como en la guerra, ahora se viajará al extranjero, ¡ahora vas a representar a la patria! ¡Y fuera hay otra competencia! 
 ¡No puedes vencer a esos tipos siendo un zapatero de Zlin!
 En febrero de 1948, los comunistas tomaron el poder en Checoslovaquia, y su vida se vio alterada de nuevo. Mientras prepara los cinco mil y diez mil metros de los Juegos Olímpicos de Londres, conoce en las pistas de atletismo a la lanzadora Dana Ingrová. Ambos nacieron el mismo día, del mismo mes y del mismo año, así que parecen predestinados a casarse. Juntos formarán una de las parejas más bonitas del atletismo mundial. Emil la ayuda y anima a mejorar en los entrenamientos, y Dana consigue la mínima olímpica en lanzamiento de jabalina.

Zátopek (Aloha! Editorial), la novela gráfica de Jan Novák y Jaromír 99
Fotografía: Lucía Rodríguez

 En Londres Emil gana el oro en los 10.000 metros –le saca 200 metros al segundo clasificado marcando un nuevo récord olímpico con un tiempo de 29:59,6– y la plata en los 5.000 metros. Dana lanzó cerca de su mejor marca y se clasificó en el séptimo puesto.

Zátopek, Aloha! Editorial, novela gráfica de Jan Novák y Jaromír 99
Fotografía: Lucía Rodríguez

 En la página 137, las viñetas de Jaromír 99 nos devuelven al inicio de la novela. Tras el entrenamiento, mientras se asean y se cambian de ropa en el vestuario, nos enteramos de los problemas políticos que tiene Jungwirt para ir a la siguiente olimpiada (Helsinki 1952), pues su padre está preso en un campo de trabajo por subversión al estado –en realidad por largar contra el gobierno en un bar–. Emil se tomará el caso como algo personal, y a riesgo de ser juzgado y castigado por desacato, llegará a tensar la cuerda hasta el punto de renunciar a los Juegos.
 Si Jungwirt consiguió correr los 1.500 metros en Helsinki es algo que deberán averiguar ustedes leyendo esta novela gráfica; lo que sí sabemos, porque es historia, es que Dana se hará con el oro en jabalina, y Emil se colgará al cuello lo que parece imposible: tres medallas de oro, en los cinco mil, los 10.000 mil metros y la maratón –siendo éste su estreno en la distancia de Filípides–, que lo mantienen como el mejor atleta de fondo de todos los tiempos.

Zátopek, de Aloha! Editorial, sobre el tartán de la pista de atletismo de Carranque
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Lo que no recogen las viñetas, potentes y algo expresionistas de Jaromír 99, es algo que sucedió diez años después de su retirada del atletismo y que lo honra todavía más como persona. Ocurrió durante la Primavera de Praga, cuando el líder del país, Alexander Dubcek, trataba de reformar el régimen comunista; algo que no fue bien visto por la Unión Soviética y sus aliados del Pacto de Varsovia, que enviaron sus tropas a ocupar el país. Cuando los tanques aparecieron por la ciudad, el pueblo, y con él Zátopek,  salió a la calle a protestar por la injerencia soviética, algo por lo que sufriría represalias. Se le expulsó del ejército, donde tenía el grado de coronel, y lo mandaron a trabajar a las minas de uranio. Luego lo pondrían a barrer las calles de Praga. Cuentan que la gente salía a barrer las aceras antes de que él pasara para ahorrarle tamaña humillación.


 Personalmente, me siento identificado en algunas cosas con Zátopek, al que empezaron a llamar la Locomotora Humana tras su paso por Helsinki.
–Tenía dos opciones: una, desgastar a los otros corredores durante la carrera, o dos, perder al final. Elegí la primera opción. 
***
–¿Por qué corre tan rápido? Le hubiera bastado con un tiempo normal para ganar. 
–Porque quiero aprender a correr, y no ir de listo. No quiero ir detrás de un rival para ganarle al final. A mí no me importa cansarme. Para eso entreno. 
–El respondió: "Correr lento, ¿para qué?"
 Y como estos, hay otros detalles que compartimos y de los que ya les hablé en el artículo que le dediqué a la novela Correr de Jean Echenoz.

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2014/01/correr-el-libro-acerca-de-zatopek.html

 Por último, comentar que en las últimas páginas figura un apartado de notas, apuntes interesantes que te hacen volver a repasar las viñetas del libro. Unas son de Carlos Traspaderne y otras de la traductora, Ester Vignolles Podhradska, a la que desde aquí le doy las gracias por verter por primera vez la obra al español. También se las doy a Adriana Bañares, fundadora y directora de la editorial Aloha!, por apostar por este proyecto.

Nota: Gracias a Juan Sarria hijo, que se prestó a mostrarnos su gemelaco en la fotografía que abre este artículo.

miércoles, 27 de junio de 2018

SOBRE MUHAMMAD ALI Y ALGO QUE NO VAN A CREER PERO QUE ES COMPLETAMENTE CIERTO


Al poco de fallecer Mohamed Ali, un alumno vino a clase con una camiseta en la que se veía al boxeador con los brazos alzados en señal de victoria, así que aproveché el momento para hablar del deceso y de lo que aquel deportista de Kentucky significó para los jóvenes que no querían ir a la guerra de Vietnam, los negros que eran discriminados en su propio país y los musulmanes estadounidenses a los que dio visibilidad con su conversión al Islam –un hecho que le llevó a abandonar el nombre de Cassius Clay–.
 Recuerdo que era uno de esos calurosos días de junio. El mes todavía no había llegado a su mediación y los alumnos estaban agitados por la inminencia de los exámenes de recuperación y el final del curso. Han pasado dos años, y tampoco se me olvida el momento en el que una alumna levantó el brazo tímidamente para decir que una tía de su madre había estado casada con aquel boxeador. “¡¿Cómo?!”, exclamé con los ojos como platos. “¿No me estarás tomando el pelo, no?”, le pregunté. “Que no, maestro, que es de verdad. Que me lo contó mi madre el otro día", me dijo apurada. 
 Habían visto en el televisor las imágenes del cortejo fúnebre por las calles de Louisville, cuando miles de personas salieron a despedirlo coreando su nombre. Y mientras veían pasar la comitiva, su madre rescató aquella historia que ellas desconocían. Y digo ellas porque son tres las hermanas Moussaid, nacidas en España de padres marroquíes y alumnas modélicas. "¿Y la tía de tu madre está todavía viva?" "Sí, pero vive en Londres". "¿Y cómo se llama?" "Zohoor". "¿Y tienes alguna foto de ellos juntos?" "No sé, tengo que preguntarle a mi madre".
 Durante el recreo estuve hurgando un poco en el asunto. Google me decía que Muhammad se había casado cuatro veces: con Sonji Roi, Belinda Boyd, Veronica Porsche y Yolanda Lonnie Williams. Ninguna era marroquí. A la clase siguiente se lo hice saber a Maroua, y ella me dijo que le preguntaría a su madre. La respuesta fue que no habían estado casados, sino a punto de casarse. Y tenía algunas fotos de ellos. "Maroua, me parece a mí que el trabajo de esta evaluación me lo vas a hacer sobre la vida de Mohamed Ali y todo esto". "Pero, ¿puedo hacerlo a mano o tiene que ser a ordenador?" "Como quieras, mientras me cuentes la historia...".
 Y he aquí parte de ese trabajo.
Al margen de sus relaciones formales, Alí, que tuvo fama de mujeriego e infiel, tuvo relaciones con otras mujeres, algunas furtivas y otras más duraderas. Zohoor, mi tía abuela de parte de madre, fue una de sus amantes. Tuvieron una relación pero nunca se llegaron a casar, aunque lo planearon muchas veces. Su encuentro fue en Las Vegas, en los antiguos casinos. Ella era una fanática de los casinos, le volvían loca, y siempre estaba allí. Se entendieron pronto: compartían religión, y a ella le apasionaba el boxeo y siempre iba a sus combates. 
 A parte, ella tenía su propia vida llena de riquezas, ya que jugaba mucho en los casinos y era una excelente jugadora. También tenía sus propios negocios en Londres por las calles de Harrods.  Ella es de origen marroquí, nacida en Rabat la capital de Marruecos. Salió muy joven de su casa en busca de aventuras. Londres es donde reside actualmente, pero por desgracia se encuentra ingresada en un hospital porque tiene Alzheimer.
Zohoor Bouhsina y Muhammad Ali durante su noviazgo

 Maroua irá este verano a Marruecos, y me ha prometido buscar más fotos y hablar con más familiares para profundizar en la historia. "Aún no he tenido el placer de conocerla, pero sigue viva".

 El pasado viernes aproveché que era el último día de clases y que llegan las vacaciones de verano –que es cuando más tiempo libre hay– para recomendarles un par de libros a los alumnos. Sé que muchos llegan a la literatura a través de los cómics, así que les mostré dos novedades de tapa dura con el empaque que tienen ahora las novelas gráficas. Una de ellas es la biografía de Muhammad Ali con guión de Sybille Tiyeux de la Croix y dibujos de Amazing Améziane (editado por Flow Press) y la otra es la historia de Zátopek, uno de los mejores corredores de la Historia, con guión de Jan Novák y dibujos de Jaromír 99 (editado por Aloha! Editorial).


 En clase tengo un alumno de Mali al que le vuelven loco las artes marciales y el boxeo. Se llama Harouna Doumbia, y el solo hecho de verlo me recuerda lo mucho que me gustó su país. "Muhammad Ali es negro y musulmán, como yo. Es mi héroe", me dijo tras lanzar un par de jab al aire. Después me pidió que le prestase el cómic y se sentó en la grada a verlo. Incluso quiso posar con él para la foto. "Luego me la manda, eh, maestro". Amagué un gancho, y me sonrió dejando ver sus dientes blancos. Este verano vuelve a su país por vacaciones. "Doumbia, algún verano voy a ir a África a verte". "Sí, sí, maestro. Tiene que venir. África es increíble". "¿Increíble como Ali?" "Ja, ja, increíble como Ali".

Harouna Doumbia con el cómic de Muhammad Ali, editado por Flow Press
Fotografía: Pedro Delgado

Harouna Doumbia con el cómic de Muhammad Ali, editado por Flow Press
Fotografía: Pedro Delgado



https://flowpress.media/producto/muhammad-ali/

jueves, 4 de diciembre de 2014

LA MEDIA DISTANCIA

Portada de La media distancia, novela de Alejandro Gándara

"La cuerda del cronómetro me araña la muñeca. Ya falta poco. Después de los veinte kilómetros se pisa un umbral en el que la fatiga pierde el ímpetu, los sentidos se adormecen, los músculos empiezan a soñar por su cuenta. Los accidentes del terreno se vuelven muelles como neumáticos. Sólo los giros y los cambios de horizonte producen malestar. En línea recta, con un paisaje inmóvil, podría durarse días enteros con este ritmo fácil y mecánico que ni el corazón advierte. El roce de la muñeca es el único aviso, enrojecido por el sudor. Se podría durar siempre. Quizá sea la verdadera aspiración, la carrera eternizándose y el transcurrir de los años, haciéndose viejo con las piernas en movimiento, que el corazón se detenga primero que el pie".

Nada más empezar a leer esta novela supe que me iba a llevar tiempo acabarla, pues las palabras de Alejandro Gándara hacían aflorar continuamente en mi cabeza imágenes que creía tener olvidadas, escenas y sensaciones que me asaltaban vívidas y claras desde tiempos lejanos, frases o párrafos que me hacían detener a menudo la lectura ensimismado en mis propios recuerdos. Y es que Gándara fue atleta en su juventud. Y eso se nota. Se nota y se agradece, porque uno puede disfrutar del libro por partida doble. Por un lado la lectura de las aventuras y desventuras de Charro, un mirobrigense (gentilicio que reciben los habitantes de Ciudad Rodrigo) que tras ganar una segunda vuelta pedestre a su pueblo es instado por el delegado de la Unión Deportiva Salamanca a correr un mil en el Helmántico para ver si ficha por la Unión, y por otro la lectura de esas cosas con las que, de un modo u otro, te puedes sentir identificado. Lugares comunes como la gente que se picaba hasta en los entrenamientos,

"Ahí viene otra vez. Ni siquiera el calentamiento es una tregua para él. ¿Por qué no le dejo pasar? ¿Estoy tan loco como él?"

las series en pista con las leyes de este deporte,

"Sonó la primera serie. Gazapo en el estómago: síntoma reconocible. [...] Salida y zapatazos. Marca el ritmo Bilbao, en evitación de vagancias. Mogollón. Voy a salir por fuera. Corro por el cielo, alegre y diáfano, sin el peso de las suelas. Los brazos bajos, intangibles, como haciendo rebaño de nubes. Doscientos metros. Bilbao se queda. Estrecho vigilancia y me cruzo hacia adentro. Sale un juvenil que no sabe dónde va. Otro. Me pego discretamente. Por el cielo, con los brazos bajos, sin barro, sin invierno, sin Lucio, sin músculos. No pensar en nada, porque eso es trabajo, el trabajo un peso, el peso mayor que altera el ritmo. Trescientos. ¡Lucio, como una bala! Los juveniles atrás, zombis totales, con el pulmón agarrado. Nos vamos cinco con Lucio. No resopla; yo, en cambio, me siento como un fuelle antiguo. Me quedaría, pero me empujan desde atrás. Lucio cambia, el animal, y se va solo. Me entra una desesperación pequeñita, porque la asfixia es mayor. Debería seguirle. Sin querer le estoy siguiendo. A cincuenta está Barbeitos. Tiene un crono en cada mano. Los dos cronos son nuestros dos corazones y empiezo a escuchar el mío, que se va emparejando con el de Lucio. El suyo no lo oigo. Ahora sí. Le he pescado a veinte metros. No es cuestión de picarse: regla de oro de este deporte. Hay que llegar juntos, hermanados, en un tiempo único. Cruzamos y suena el clic. De pronto, estoy mirando el suelo como si me fueran a enterrar en él. Lo miro fijamente y alguien me da por detrás. La ley dice que hay que moverse. Trotando, veo el cielo otra vez. Hasta dentro de siete minutos".

las maneras que cada uno tenía de enroscar los clavos en las zapatillas o de sopesar, tras unos años, si realmente merecía la pena seguir corriendo por la fuerza de la costumbre;

"Algunos ya se han desnudado. Afuera llueve. Hoy no habrá series rápidas: no serán necesarios los clavos. A veces, un entrenamiento de esta angustia muerta de cambiarse de ropa es desenroscar clavos de las zapatillas y volverlos a enroscar. Cada uno tiene su manera. Es parte del estilo. Lucio los enrosca con la mano hasta casi el final, es el método más rápido, para después ajustar con la llave. Mientras lo hace, no mira a nadie. Bilbao los trae preparados de casa. Si el tiempo o el plan cambian, y se precisan de otras medidas, siempre tiene zapatillas preparadas. Yo uso la llave desde el principio y empiezo a darle vueltas y vueltas y vueltas. Tardo mucho y siempre soy el último en salir del vestuario. En los demás no me he fijado. Pero cada uno tiene una manera diferente. Cada uno piensa algo distinto de lo que nos espera afuera. Hay en cada uno una forma distinta de sentir el futuro inmediato y de acercarse a él. ¿Seré el único que piensa en ideas como "afuera", "inmediato", "angustia"? ¿Todo lo que está sucediendo le sucede a alguien más que a mí? ¿Me hago estas preguntas tan repentinas sólo para demorar más el tiempo, cuando sería tan sencillo colgar las zapatillas por el resto de los inviernos? También sería sencillo no pensar, y sólo correr. Correr contra el tiempo para no tener que demorarlo. Cada cual, enrosque los clavos como los enrosque, tiene más inteligencia que yo. Ellos saben que demorar el tiempo no elimina la pesadilla de tener que correr contra él".

también la carga psicológica de retirarte en un entrenamiento (y no te digo nada en una competición),

"El domingo abandoné. Era la tercera vez. La primera Barbeitos dijo que faltaba rodaje. Y lo mismo la segunda. Después de la tercera, me quejé de la rodilla. Ni siquiera me tomaba el tiempo de cansarme. Un pinchazo, que era menos que un dolor tenue y, plaf, me venía abajo, miraba el suelo y me marchaba andando hasta la línea de meta. Él me veía llegar. No preguntaba nada. Metía un cronómetro en el bolsillo de la gabardina y seguía controlando a los otros. Es lo más duro de todo. No podía deshacerme de esa imagen fija, de un cronómetro metido en el fondo de un bolsillo. Tenía algo de vudú. El tictac se detiene y algo fundamental de uno mismo se detiene también. Después, cuatro expresiones parcas, casi epitafios. "Vete a rodar." "No sigas el plan estas dos semanas; alterna rodaje y descanso." "No te preocupes más de las pruebas de invierno." "El lunes nos vemos.""

y la gente que entrena por épocas, que van y vienen como el Guadiana.

"Ese Víctor es de los que entrenan por épocas, después desaparecen, hacen un viaje o se casan y aparecen de nuevo con gesto de venir a demostrarse algo; y tanto si se lo demuestran como si no, vuelven a esfumarse lo mismo".

 Alejandro retrata la España de los años setenta, pero mi cabeza, por mi fecha de nacimiento (qué cosecha la del 66), se me iba a los ochenta. Imposible remediarlo.


Pedro Delgado Fernández encabezando un 800
Ciudad Deportiva de Carranque, Málaga 1983


 Como el protagonista, yo también me había pagado los estudios con el atletismo,

"Sabía que era un atleta del Real Madrid y a veces me había mostrado algún periódico en el que salía  mi nombre. "Es lo ideal", comentó una vez, "pagarse los estudios con el deporte sin dejar lo uno ni lo otro"".

e incluso había ganado un par de medallas en las pistas del Helmántico: un bronce y una plata en los Campeonatos de España Universitarios de Atletismo en los 3.000 metros obstáculos y los 10.000 metros, en 1989 y 1991 respectivamente.

"El Helmántico estaba plantado contra los tesos pardos y los campos amarillos, a la derecha de la carretera de Zamora. Era una construcción rara en aquel paisaje. Por fuera enseñaba el hormigón deslucido, propio del que tiene clientela asegurada. El club de fútbol había ascendido a Primera División y el Salamanca vivía un renacimiento futbolero. A todo ello había contribuido aquel nuevo estadio que, además de campo de fútbol, contaba con pistas de atletismo, lo que no era frecuente ni siquiera en la imaginación de clubes más poderosos. Estaba todavía la palabra "Helmántico", con su eco nigromántico, como señalando a la catedral de un culto recién instaurado. Alrededor, el campo pelado y limpio que rodea las ermitas".

Estadio y Pistas del Helmántico, Salamanca

"Salí por el corredor de tribuna, encima del túnel de salida al campo. El césped tenía un brillo de ilusión que yo no había visto en los prados. El pistoletazo había sido la señal de una prueba corta que terminaba ahora. Los jueces estaban subidos en una escalera, en el punto de meta, como en una pirámide. Lucían en sus chaquetas brillantes escudos y en sus manos brillantes cronómetros. No sabré nunca si tanto brillo estaba sólo en mi imaginación o si fue la impresión de la primera vez, en la que yo iba dispuesto a que las cosas brillaran y a zambullirme en ese mar de fulgores como Ivanhoe en la marisma. También brilló un martillo, lanzado desde su jaula, cruzando la diagonal del campo como una bola de cañón. Los corredores hacían el calentamiento por un borde de la pista, en un margen de césped con bordillo. De los pequeños grupos de corredores saltaban también lentejuelas de sudor, que se esparcían como lluvia. Había muchachas que realizaban ejercicios cerca del listón de altura. Todo daba la impresión de ser distinto a las carreras pedestres. En Ciudad Rodrigo, como mucho, las chicas jugaban al escondite". 
"[...] Allí había movimientos precisos, todo lo que se podía sentir parecía haberse calculado antes. Un lanzamiento o un salto duraban un instante de nada en comparación con la quietud que los rodeaba. Correr o saltar eran actos instantáneos de un trabajoso pensamiento que duraba mucho más que la carrera o el salto".

 La novela de Alejandro está ambientada en el mundo del ATLETISMO, y lo escribo con mayúsculas porque tiene poco que ver con esa moda del running, esa campaña de marketing que ha hecho que mucha gente confunda los términos. Para lo segundo basta con calzarte unas zapatillas, salir a correr a la calle y participar en algunas carreras populares sin la presión del puesto o del crono, pero para lo primero hay que calzarse los clavos en el cross y en la pista. El Atletismo de verdad no se puede entender sin el campo a través y el anillo de 400 metros de la pista, sin la exigencia de la clasificación y del tiempo cronometrado, ni sin las zonas de saltos y lanzamientos.

"[...] Para eso tenía que evitar el fallo, aunque fuera incapaz de prever lo que podía ocurrir en una pista de tierra batida, compitiendo contra unas buenas zapatillas de clavos, con jueces, pistoletazo y todo ese solemne aparato tan distinto de las soledades de la alameda y el piso duro donde oía mis pisadas. Yo tenía la carrera cómoda de los que marchan según su instinto y que después supe que en el argot llamaban "trotones", como a los caballos libres de la madrugada en el campo. La pista era diferente. Al atleta se le marcaban los tiempos parciales y se le advertía durante la prueba, y de esta manera podía acomodar su ritmo a sus posibilidades. Ir más lento o más rápido de lo que se puede, es buscarse la ruina de un tipo de competición donde lo que cuenta es tiempo con décimas y centésimas. El atleta, desde la línea de salida, conocía a sus rivales. Sabía su tiempo y sabía hasta dónde podía seguirles o en qué momento debía dejarles. Conocía también a las liebres, y sabía lo que iba a hacer la suya, si la tenía. Las liebres marcan un ritmo de muerte por razones que hay que conocer antes de salir: quemar a algún trotón; marcar el parcial del galgo que la ha colocado para buscar el récord; trabajar para el equipo; lanzarse a tumba abierta y aguantar la pájara final, fiando en el trecho que puso en medio con su salida a la locura. El atleta tiene una estrategia para el tiempo y otra para ganar la prueba. A veces tiene las dos. A veces le falla una y se queda con la otra. En cualquier caso, sabe lo que tiene que hacer al final, conoce su prueba metro a metro y segundo a segundo, y mucho antes de que acabe ya tiene un veredicto que se parecerá bastante a los resultados. Cuanto más corta es la distancia mayores son las consecuencias del error y la ignorancia. También hay un lugar para la intuición, pero sólo después de que uno haya conocido sus límites. [...] Todo lo que sabía sobre una prueba de mil metros es que había que correrla deprisa y, al final, intentar algo parecido a un sprint, como decían en el Instituto. "El sprint es lo fundamental", me dijo uno que leía el Marca todos los recreos, al sol de la plaza. Yo tenía quince años y escuchaba embelesado sus conocimientos".  

 Pero no piensen que La media distancia es un tratado de atletismo, no, La media distancia es una novela que llamó la atención del mismísimo Juan Benet, quien dijo de ella que era la mejor novela que había leído en los últimos quince años en España. En la contraportada del libro, en la edición de Alfaguara, puede leerse lo siguiente:

 "Un hombre corre e intenta ordenar su vida entre zancada y zancada. Lo que empezó como un arrebato de niño se ha convertido para Charro en un brillante futuro. Recién llegado a Madrid, tras fichar por un equipo de la capital, verá cómo la gloria del triunfo se funde con una realidad que comienza a deslizarse hacia el vacío.
 El desamor, las victorias a medias y las derrotas olvidadas forjarán en él la sensación de encontrarse en la mitad de todo y el inicio de nada. Charro tardará años en encontrar la paz de reconocerse en las distancias medias".

 Gándara aprovecha dos momentos de la novela para deslizar algunos nombres, atletas que seguramente pertenecen a su Olimpo propio, como Zatopek; el etíope Abebe Bikila;


Abebe Bikila


el keniata Kipchope Keino y el estadounidense Jim Ryun, oro y plata en los 1500 metros en la Olimpiada de México en 1968;


Tras el keniata Kipchope Keino, podemos ver al estadounidense Jim Ryun


el afroamericano John Hines, que fue el primer hombre que rompió la barrera de los 10" en los cien metros imponiéndose en la final de esos mismos Juegos Olímpicos con 9.95;


John Hines, oro en la final de los 100 metros en los Juegos Olímpicos de México 1968


o el velocista salmantino José Luis Sánchez Paraíso, quien llegó a participar en tres Olimpiadas (México 68, Munich 72 y Montreal 76).


Sánchez Paraíso en un cromo de la colección
Campeones de España de la editorial Crosal, 1965


 Pero también aprovecha para rendir homenaje a esa larga lista de atletas que no alcanzaron ningún reconocimiento, como el fondista Jeróme Benedetti del que cuenta el narrador que, en 1944, tras cruzar la meta de la maratón de Boston, continuó corriendo hasta un bosque cercano, y ya nadie volvió a verlo.

"Jeróne Benedetti debería ser el Santo patrón del atleta devoto. Pero los libros de historia sagrada del atletismo le han escondido. No subió nunca a un pódium, ni registró una marca imbatible. ¿Qué puede decirse entonces de un corredor que sencillamente se fue? He conocido tipos que hubieran dado algo por conseguirlo. Podría hacer una lista muy larga. Una lista de los que persisten en el fracaso, no han ganado ni un trozo de lata que exponer en la vitrina del comedor familiar, ni han robado siquiera las letras de su nombre a la linotipia de un periódico local. Además, conocen su futuro mejor que nadie, y está de sobra que algún despabilado les delate su anonimato. Persiguen su sola soledad por esos campos y no se esfuerzan menos que el resto. Pero persisten y esto les distingue de muchos que prometen a ojos entendidos; duran como si su organismo tuviera un fondo indestructible y con su resistencia, puede uno figurarse que sólo los ídolos tienen los pies de barro".

 No sé de dónde sacó Alejandro esta información. No sé si es real o si se trata de una leyenda urbana, o si tal vez fue fruto de su imaginación. Hay otras cosas que me gustaría preguntarle a Alejandro: ¿cuántos años estuvo haciendo atletismo?, ¿qué pruebas y qué marcas hacía?, ¿por qué lo dejó?, ¿si ha vuelto a ver a esos amigos a los que cogió prestado el nombre?, esos amigos ya perdidos en la distancia. Por eso, he anotado en el calendario de la cocina llamar a Pablo Aranda. Decirle que tiene que traer a Alejandro a uno de esos encuentros de café cargados de lecturas que organiza con escritores en el aula de cultura del diario Sur. Además, Alejandro Gándara ha seguido escribiendo, y muy bien, después de esta primera novela que publicó en 1984 con 27 años. Antes, en 1979, ya había recibido el Premio Ignacio Aldecoa de Cuentos, al que seguirían el Premio Nadal en 1992 por Ciegas esperanzas, y el Premio Herralde en 2001 por Ultimas noticias de nuestro mundo. Su última novela, Las puertas de la noche, se publicó el año pasado, aunque yo ando ahora buscando Ciegas esperanzas, cuya historia transcurre en Marruecos (en los años inmediatos a la independencia), y la que fue su tercera novela, La sombra del arquero


Alejandro Gándara (Santander, 1957)


 "Sea", me dije. "Correr deprisa y, a lo último, el sprint."




domingo, 2 de noviembre de 2014

VERGÜENZA, QUE EN HÚNGARO SE DICE SZÉGYEN


Sello húngaro en homenaje al atleta Sándor Iharos 

Desde el año 2009, cuando atravesé Europa en tren hasta Finlandia con mi hijo mayor, somos miembros de Couchsurfing, una red social que conecta a cualquier viajero con los habitantes de más de 230 países, una red hospitalaria con la que uno puede aprender más de los países y de las personas que los habitan.
 A raíz de ello, estos días tenemos en casa a Gabriel Saltan, un húngaro al que ya alojamos dos noches el año pasado, un tipo agradable que vive a caballo entre Budapest y Bristol y que sueña con venirse a vivir a Málaga. En 1988, con quince años, Gabriel fue campeón de Hungría de 400 metros con una marca de 50.06, y, aunque más adelante se apartó de los entrenamientos y las competiciones atléticas, sigue manteniendo la afición por este deporte.
 Su padre, Miklós Tóth, fue también atleta. Corría los 1.500 metros con Sándor Iharos, Tábori Laszló y Rózsavölgyi István, pero el nivel de éstos, que llegaron a batir el récord del mundo de la distancia, lo empujaron a subir de prueba hasta recalar en la maratón. En 1961, su padre, junto a Kovács Zoltán y Sovák János, ganó el Campeonato de Hungría de maratón por equipos. Fue en la capital, representando al Club de atletismo Budapest Honvéd. Gabriel no recuerda la marca de su padre, pero me enseña una foto suya que lleva en el móvil. "No es de ese campeonato, pero es la única que tengo".


Miklós Tóth (a la izquierda de la imagen)


 "Murió hace quince años. Era muy mayor. Cuando yo nací el ya tenía 46 años... Era profesor de matemáticas, y jugaba al ajedrez con los ojos vendados. Él era quien me entrenaba".

 Gabriel también me habla de aquellos atletas húngaros que asombraron al mundo a base de batir récords del mundo: Sándor Iharos, Laszló Tábori y István Rózsavölgyi, los mismos con los que empezó a correr su padre. "Entre 1955 y 1956 los tres se arrebataron el récord del mundo de 1.500. El primero en batirlo fue Sándor Iharos que en Helsinki, el día 28 de julio de 1955, paró el cronómetro en 3.40.8".


Sándor Iharos


 Apenas un mes después, el 6 de septiembre de ese mismo año, Laszló Tábori igualaba ese crono en Oslo".


Laszló Tábori

 "Y al año siguiente, en Tata, el 3 de agosto, István Rózsavölgyi rebajó el récord en dos centésimas, deteniendo el crono en 3.40.6. ¿No es increíble?", me interroga mientras busca imágenes en Google y abre páginas escritas en húngaro.


István Rózsavölgyi

 "¿El más grande de los tres?", le pregunto. "Sin duda Sándor Iharos, que batió seis récords del mundo en distintas distancias, entre ellas los 10.000 metros, cuyo récord ostentaba hasta el 15 de julio de 1956 Emil Zátopek. Sándor lo dejó en 28.42.8".


Iharos (dorsal 229) junto a Emil Zátopek (dorsal 50) en 1955. Fotografía: Komlós Tibor.


 "¿Ganó alguna medalla olímpica?" "Lamentablemente, Sándor se perdió los Juego Olímpicos del 56, los de Melbourne, por la invasión de los tanques soviéticos. Los rusos ocuparon Hungría para atajar la revolución anticomunista desencadenada en el país, y no le dejaron viajar". Mientras Gabriel me cuenta esto último, me acuerdo de un artículo de Guillermo Altares que leí hace unos días en un Babelia atrasado, hablaba sobre el regreso literario de Milan Kundera con La fiesta de la insignificacia y recogía un chiste checoslovaco de 1968: ¿Cómo visitan los rusos a sus amigos? En tanque.
 "Para colmo, unos meses después de que se le escapase la posibilidad de alcanzar la gloria olímpica, otro ruso, Vladimir Kuts, le quitó el récord".

 Gabriel me muestra y me traduce una entrevista espectacular en Youtube en la que el entrevistador le recuerda a un Sándor Iharos, ya en la vejez, que es el mejor atleta húngaro de la historia. En ese momento, a Sándor se le humedecen los ojos detrás de los grandes cristales de sus gafas y, con un pequeño quiebro en la voz responde que sí, que muy bien, que llegó a tener seis récords del mundo, pero que ahora sólo tiene una pensión mísera, por debajo del mínimo establecido, que le ahoga la vida más que el ritmo trepidante que alcanzaron sus piernas.




 "Vergüenza, es lo que un húngaro siente después de ver este vídeo. Vergüenza, que en mi idioma se dice Szégyen".

domingo, 26 de enero de 2014

TRISTES CASUALIDADES

Christopher John Chataway (Londres, Reino Unido 1931-2014)


Me envía mi primo Sergio Camacho un correo que lleva por asunto "parece que está de moda todo lo referente al atletismo". Lo pincho y veo que no trae texto, tan sólo un enlace, una línea azul que me deja mudo y me provoca un escalofrío.
 Hace unos días, el 18 de enero más concretamente, al escribir mi post sobre Zátopek para mi blog Calle 1 (y para mi crítica literaria atlética en El loco que corre) puse dos fotografías de la final de los 5.000 metros de los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952. En la primera de ellas, coloreada, se veía a Emil Zátopek corriendo hacia la meta en la última curva antes de meta, seguido por el francés Alain Mimoun y el alemán Herbert Schade. Detrás de éste último se podía observar a otro corredor caído en el suelo. Como quiera que en la imagen no se veía bien a ese atleta, añadí otra en blanco y negro en la que se podía ver un mejor plano de la caída de ese atleta, que resultó ser el británico Chris Chataway, quien finalmente entró en quinta posición.

Emil Zátopek (oro), Alain Mimoun (plata) y Herbert Schade (bronce)
en la final de 5.000 metros de los Juego Olímpicos de Helsinki en 1952


La imagen anterior desde otra perspectiva, donde se aprecia la caída del inglés Chris Chataway tras pisar el bordillo de la cuerda (Al pasar mi post a la página de El loco que corre, Salvador Moreno eliminó esta foto, lo que supone otra de esas casualidades).

 Luego seguí escribiendo mi entrada lamentando la mala suerte del británico y pensando que tenía que ver el vídeo de aquella carrera para ver la secuencia completa y escribir algún post sobre la fatalidad del destino, el azar o la casualidad, entendiendo ésta como esa combinación de circunstancias imprevisibles e inevitables que a veces nos pasan la mano por el lomo o nos sacuden duro.






 Pues bien, el enlace que me envía mi primo es otra de esas casualidades:
www.diariosur.es/rc/20140125/sociedad/muere-christopher-chataway-201401231925.html

Chris Chataway disputando la prueba de la milla en 1952

 Sir Christopher John Chataway murió a los 82 años el pasado 19 de enero, al día siguiente de subir mi post con la imagen de su caída. Mi condolencia a la familia del que fue un gran atleta: Subcampeón de Europa de 5.000 metros en 1954 (tras el soviético Vladímir Kuts), batió el récord del mundo de la distancia dos semanas después con un crono de 13'51"6 y fue la segunda liebre de Roger Bannister en su famoso asalto a la barrera de los cuatro minutos en la milla.


Chris Chataway haciéndole de liebre a Roger Bannister en su récord de la milla 3'59"4, marca que lo convirtió en el primer hombre en la historia en bajar de los 4 minutos en la milla.
(6 de mayo de 1954, pista de Iffley Road en Oxford)

 Por lo demás, les remito al artículo de Álvaro Soto para el diariosur.es y al de Carlos Arribas para el diario El País que he encontrado curioseando en internet, 
"elpais.com/deportes/2014/01/24/actualidad/1390518192_941993.html"
y le agradezco a Sergio los servicios prestados.
 Un abrazo para él y otro para Chataway donde quiera que ahora esté.