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domingo, 8 de marzo de 2020

CHICAS QUE CORREN


La Chica de Jersey
Fotografía: Pedro Delgado

Todas las mañanas, camino del trabajo o de vuelta a casa, me cruzo con chicas que corren por las aceras; también cuando voy a hacer algún recado por el barrio o mientras espero al autobús nº 8 en la parada para bajar al centro. Y al verlas, me acuerdo de la Chica de Jersey de Garriga Vela. El texto salió publicado el 5 de octubre del año pasado, en su sección Cruce de vías del diario Sur.

CHICA DE JERSEY

Por José Antonio Garriga Vela

La chica del cuarto izquierda sale todas las mañanas a correr. El vecino del segundo la ve salir del portal y le grita que no corra tanto, que está muy delgada, que coma más, que hay que meterle gasolina al cuerpo; pero cuando termina de soltar la retahíla de consejos ella se encuentra demasiado lejos para escucharlo. Yo los observo desde el tercero. Abajo en la calle hay un hombre de alrededor de cincuenta años que toca la guitarra y canta 'Jersey Girl' con la misma voz desgarrada de Tom Waits. El traumatólogo que tiene la consulta en el primero, se asoma a la ventana y le grita que se vaya con la música a otra parte, que él está trabajando. Lleva una bata blanca que certifica sus palabras. El hombre de la calle recoge sus cosas y se aleja murmurando. El cartero entra en el portal con un fajo de sobres y postales. Nada para mí, supongo; sólo me llegan facturas. Un día abrí el buzón y encontré una postal de Niza. Me emocionó leerla, aunque no fuera para mí. Al día siguiente deposité aquel mensaje de amor en el buzón del auténtico destinatario. Desde entonces, cuando nos cruzamos por la escalera tengo la sensación de conocer algo íntimo que él guarda en secreto.
 Sigo asomado al balcón como si estuviera esperando una visita que se retrasa. Pienso en las postales, recortes de periódico y fotografías, que guardo en una caja de madera en el altillo del armario. Retazos de un tiempo pasado. A veces tengo la intención de enseñarlo, pero me da pereza sacar la escalera. Un día, hace años, le oí hacer este mismo comentario a Lauren Bacall. Ella hablaba de que ya no podía subir la escalera, curiosamente guardaba el pasado en el mismo sitio que yo. Hay que tomarse una molestia incluso para revisar las fotos de toda una vida. No sé lo que produce mayor cansancio, si sacar la escalera o abrir la caja de los recuerdos. Dicen que los recuerdos nos hacen viejos, que hay que mirar al presente y al futuro. Yo me obstino en volver hacia atrás en el tiempo y recuperar la memoria.
 Vuelve la Chica de Jersey, acabo de rebautizarla, hasta hoy era la chica del cuarto izquierda. Su pecho sube y baja como una delicada bomba de oxígeno. Al entrar en el portal da la sensación de cruzar la línea de meta. La oigo subir la escalera corriendo hacia su casa. Pasa delante de mi puerta como una cometa. Luego oigo sus pisadas, los mismos sonidos de cada día. No sé si hará caso al vecino del segundo y repostará gasolina. Veo a una mujer salir a la calle cojeando. Sin duda es una paciente del traumatólogo. La cruz de la moneda, la cara es la Chica de Jersey.

 Como siempre, el texto va acompañado de una ilustración del Sr. García. En esta ocasión un collage protagonizado por Lauren Bacall.

Ilustración: Sr. García (Cruce de vías (diario Sur))

Pueden ver el artículo original en el siguiente enlace:

lunes, 14 de septiembre de 2015

INSULARIDAD: DE MEDIAS MARATONES Y CORAZONES ROTOS




A pesar de que esta novela fue finalista del Premio Desnivel de Literatura 2014, no encontrará el lector montañas en sus páginas; aunque sí retos personales que pueden asemejarse a éstas.

 "Hubo un tiempo no muy lejano en el que eso de un medio maratón era para ti un sinónimo del Everest. Algo absurdo e inalcanzable, tan desmesuradamente grande que solo pensarlo resultaba inabarcable".

 Valiéndose de la autoficción, Ralph del Valle ha escrito el cuaderno de alguien que empieza a correr para huir de un desengaño amoroso, un hombre que deja su hogar y su trabajo para poner tierra de por medio marchándose a Alemania: a Tegel, donde correr sigue siendo la mejor terapia, el mejor bálsamo para el alma, para volver a sentirse en paz consigo mismo y ordenar sus pensamientos. Es allí, en el frío invierno prusiano, donde empieza a escribir este bloc, como los estudiantes de Bellas Artes que garabatean, esbozan o emborronan sus libretas.

 "Yo, que no sé dibujar, solo lleno este cuaderno y huyo de mis cosas. Como huyen los hombres que huimos: en silencio, sin aspavientos, sin tragedias griegas a la hora del té. John Wayne, Centauros del Desierto: nos giramos y nos vamos hasta que nuestra espalda se pierda en el horizonte. Por eso cuando nos cruzamos con otro corredor le miramos brevemente a los ojos. Si huye de lo obvio, el infarto de miocardio, el colesterol, el pantalón de hace dos años que ya no le cabe, si huye de todo eso le miraremos sin interrumpir en absoluto el fluyo ni el ritmo de nuestro movimiento. Pero si le miramos a los ojos y vemos que huye de lo inesperado, del menú y el hotel para uno, de la foto de boda que desde la estantería le recuerda todas y cada una de las veces que ella le propuso hacer cosas que él jamás hizo, hasta que dejó de decírselas y la fotografía se convirtió en madera varada, transformando las palabras en pasado, en sombras que sin piedad se reflejan en cada zancada que él da para negar el hecho irremediable de que ella no volverá jamás; si podemos ver como vemos todo eso porque él también lo ve en nosotros, le saludaremos con una leve inclinación de cabeza al cruzarnos, acaso un parpadeo lento y respetuoso, un casi invisible gesto en el que reconoceremos todo su pasado y el peso granítico que conlleva huir de algo tan grande que acabaría aplastándole de todas formas, al igual que él comprende nuestro presente, donde el vacío resuena como las pisadas de un bisonte que nos cierra el aire sobre el cuello y nos hace pedir una clemencia sorda cada vez que pasamos del kilómetro 10 en nuestra loca y estúpida huida de nosotros mismos hacia ninguna parte".

 Es éste un libro lleno de referencias (Kerouac, John Wayne, Larry Bird, David Bowie...),


Fotografía: Pedro Delgado

de reflexiones, de pensamientos filosóficos y de preguntas.

  "Hoy he tenido que contestarme a mí mismo en voz alta por qué corro. Estaba con I., comiendo una pizza como si no hubiera un mañana, y ha surgido el tema de mi supuesta delgadez, lo cual ha llevado inexorablemente a las preguntas.  
   -¿Por qué corres?, ¿por qué correr?  
 Parecen la misma pregunta, pero no, son dos muy distintas y con muy diferentes escalas de dificultad en la respuesta. La segunda es muy sencilla, la jodida es la primera".

 También de lugares comunes: el enganche a correr como forma de meditación o liberación; el miedo a la lesión, a esa rodilla que empieza a doler de la noche a la mañana y que amenaza la preparación de la prueba que has marcado con rojo en el calendario; los días en los que no puedes calzarte las zapatillas por un resfriado o porque las inclemencias meteorológicas son excesivas. ¿Y quién no tiene un amigo que  se echó a correr con su perro tras un descalabro amoroso?

 "Nada más que la niebla de tu vaho y el tintineo del collar del perro que corre a tu lado. Se aburre, tu ritmo humano es apenas un trote para su velocidad, pero ahí está, quebrando contigo el invierno como quebró contigo el verano, cuando eras otro y huías tan fuerte que daba miedo mirarte a los ojos si alguien se cruzaba contigo mientras enfilabas la avenida y sobre vosotros caían el atardecer y las panzas de los aviones comerciales que en un par de minutos tomarían tierra en Tegel".

 Es el título, Insularidad: el viaje interior de un corredor (Ediciones Desnivel, 2014), una metáfora del corredor solitario, ese que finalmente descubre que la felicidad reside en el movimiento.
 Como en el libro de Murakami, aquí no hay grandes atletas ni grandes marcas, por lo que son los corredores anónimos que engrosan las cifras de participantes los que más identificados se sentirán con su protagonista: alguien que no aspira más que a bajar de 1 hora 50 minutos en su primera media maratón, la de Berlín. Y aunque el personaje nos dedica unas líneas duras, injustas y gratuitas a los que entrenamos duro para disputar las pruebas,


"Siempre habrá deficientes mentales poniéndose objetivos de kilómetros, tiempos, promedios y series; por supuesto. Esa gente es la que llena el mundo de porcentajes y de cuotas, de audiencias medidas en tanto por ciento de share, esa espuma rezumante que mancha el mundo de jerarquías y clasificaciones y vive de espaldas a sí misma, pendientes de generar números que se puedan lanzar, mostrar, publicar; esa gente que no corre para sí misma sino para los demás, que expone su alma abierta de patas en un escaparate indecente; esa escoria es la que te dirá que no hay razones sino objetivos, que no hay tardes en las que todo te dé un poco igual sino metas, y tú tendrás que hacer un esfuerzo para no dejarte absorber por su deleznable prosa y seguir corriendo porque sí, porque no se te ocurre otra forma mejor de conectar contigo mismo en la meditación infinita de los eternos pasos que se suceden rítmicamente y que solo te llevan al punto de partida de nuevo".

el tiempo le hará percibir las cosas de otra manera, pues él también empezará a fijarse en el crono: 1h 38'42" en la Media Maratón de Potsdam, en la antigua RDA.


"Has sobrevivido al mayor sufrimiento que recuerdas corriendo, y te has pulverizado a ti mismo en seis minutos. Qué agonía, te dices, yo que me reía de los imbéciles preocupados de sus marcas y me he convertido en uno de ellos. En alguien que sonríe cuando le dicen que ha quedado en el puesto 288. De 2.400. En alguien que piensa que es un milagro. Tú, que hace un año a duras penas podías completar 7 kilómetros. Tú, que es este tu segundo medio maratón".

 La parte final del libro me reserva una sorpresa, pues el protagonista viaja a Islandia para correr la Midnight Sun Race de Reikiavik, una ciudad y un país que visité en el verano de 2014 y del que guardo muy buenos recuerdos. Como él, también pasé allí el solsticio de verano, aunque yo lo hice con mi hijo mayor, recorriendo durante un mes toda la isla.


En la carretera, Islandia 2014 Fotografía: Pedro Delgado Fernández

 Viajábamos a dedo y en autobús, en el sentido de las agujas del reloj, con la mochila a la espalda y los ojos bien abiertos. Allí, en el país de los volcanes, los icebergs y las cascadas, el trasunto de Ralph del Valle comprenderá por fin que correr no tiene por qué ser una huida.
 Si quieren acompañarlo en ese descubrimiento, no tienen más que hacerse con este libro, seguro que luego querrán calzarse un par de zapatillas.



Ralph del Valle (Londres, 1978). Criado en Alicante, vive desde hace nueve años en Berlín. En 2012 ganó el IV Premio de Creación Literaria Bubok con su primera novela Gnadenlos (Sin compasión), y en 2014 fue finalista del XVI Premio Desnivel de Literatura de Montaña, Viajes y Aventuras con Insularidad.


                                           


martes, 5 de mayo de 2015

MARATÓN DE LOS ANGELES VINTAGE

En esa pantalla del ordenador de la que les hablaba el otro día, tengo un archivo con un montón de fotos de la Maratón de Los Ángeles (California) que me mandó mi primo Sergio, que también es fotógrafo y de los buenos. Son unas imágenes en blanco y negro muy vintage, pues pertenecen a la primera edición de la prueba que data de 1986, año en el que corrieron unas 11.000 personas pertenecientes a 48 estados y 28 países. Una maratón que seguía la estela de la que se celebró en la ciudad con motivo de los Juegos Olímpicos en 1984, y de la que prometo hablarles en otra ocasión pues fue una carrera especial en muchos aspectos.

 Hoy he curioseado en internet cuándo se celebra la próxima maratón de la ciudad de Los Ángeles, por si ponía las fotos al hilo de ésta, pero ya he visto que queda un mundo para ello. Tenerlas guardadas casi un año, hasta el 14 de febrero, me parece un despropósito, así que he decidido mostrároslas ahora, haciéndoos partícipes de paso del buen hacer de los fotógrafos estadounidenses Con Keyes, Jayne Kamin y Gary Friedman.


Marines de los Estados Unidos marcando la línea de salida
I Maratón de la ciudad de Los Ángeles, California, 9 de marzo de 1986
Fotografía: Jayne Kamin


Salida de la I Maratón de la ciudad de Los Ángeles, California, 9 de marzo de 1986
Fotografía: Jayne Kamin


Primeros compases de la I Maratón de Los Ángeles, 9 de marzo de 1986
Fotografía: Con Keyes


Los Ángeles Marathon, 9 de marzo de 1986
Fotografía: Gary Friedman


I Maratón de Los Ángeles, 9 de marzo de 1986
Fotografía: Jayne Kamin


 Las fotos fueron publicadas el 10 de marzo de 1986 en el periódico Los Ángeles Times. Si queréis leer el post de Scott Harrison sobre esa primera maratón de Los Ángeles, con el texto original de Julie Cart, y ver alguna foto más de las siguientes ediciones (87-88-89 y 91), podéis pinchar en el siguiente enlace:
http://framework.latimes.com/2015/03/12/los-angeles-marathons-first-years/#/0


Nota: Ya de paso, os recuerdo que mañana miércoles día 6, a partir de las 18:00 horas, estaré firmando ejemplares de Carta desde el Toubkal en la caseta de la librería Luces en el Palmeral de las Sorpresas del puerto de Málaga, donde se celebra esta semana la Feria del Libro. Será grato veros por allí.
http://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com.es/

jueves, 4 de septiembre de 2014

RUNNING TOURS

Islandia es pura naturaleza, así que no es de extrañar que se dé allí un turismo activo, con empresas que ofrecen paseos en barco para ver ballenas, espeleología en cuevas de lava o hielo, submarinismo entre las placas tectónicas o senderismo por los muchos glaciares y montañas que hay en el país.


Glaciar de Svínafellsjökull, Islandia. Fotografía: Pedro Delgado Fernández


Grieta en el glaciar Svínafellsjökull, parque nacional del Vatnajökull, Islandia
Fotografía: Pedro Delgado Fernández




 Lo que sí me sorprendió fue descubrir que existe una empresa pensada para los corredores que bajo el lema Run wild in Iceland ofrece circuitos pedestres, guiados por otros corredores, por algunos de los sitios más interesantes del país. Se llama Arctic running, operan desde la capital y desde Akureyri, y tienen una página web: www.arcticrunning.is


Arcticrunning  (Fotografía: Brian McCurdy)


 No realicé ninguna actividad con ellos, pero imagino lo que tiene que ser llegar corriendo a la cascada de Dettifoss después de recorrer el cañón de Ásbyrgi. Nosotros llegamos haciendo autostop desde el lago Mývatn, lo que tampoco estuvo mal.


Cascada de Dettifoss, Islandia. Fotografía: Pedro Delgado Fernández


Pedro Delgado Fernández en la cascada de Dettifoss, Islandia.


Cascada de Dettifoss, Islandia. Vídeo grabado por Pedro Delgado Fernández



 Pienso ahora en todo esto e imagino a Manolo Espárraga corriendo con un grupo de turistas por los senderos de El Torcal, en Antequera; a Verdugo mostrándoles a golpe de zapatillas el casco viejo de Ronda antes de correr hasta las ruinas de Acinipo; a Juan Vázquez metiéndose una maratón para llevarlos desde el castillo de Álora a la fortaleza de Teba; a Agustín Molina pateando el paseo marítimo de Torre del Mar antes de subirlos a Vélez; o a mí mismo enseñándoles, zancada a zancada, el centro de Málaga y sus paseos marítimos. Así que, si alguna empresa se anima o algún hotel quiere ofrecer el servicio, no tiene más que ponerse en contacto conmigo.
 "Running tours with some of the most experienced runners in Málaga". ¿A que suena bien?



Nota: Mi experiencia con Air Berlin y Germanwings fue nefasta. Nos dejaron sin equipaje durante dos días, indemnizándonos con la irrisoria cantidad de 26 euros (13 euros por persona). Así que les recomiendo viajar con cualquier otra compañía.

jueves, 1 de mayo de 2014

REYES DEL ASFALTO


Portada Reyes del Asfalto

"Como todo corredor, Bill Rodgers había perdido más carreras de las que había ganado. Conocía el tormento de la derrota mejor que las mieles del éxito, y aunque había perdido la costumbre de perder, sabía que la derrota formaba parte del juego. Solo uno cruzaría la línea de meta el primero; todos los demás irían detrás de él. Llevaba una buena racha, pero siempre había sabido que ese momento llegaría, del mismo modo que el cátcher veterano siente que le crujen las articulaciones cuando mira al banquillo y ve cómo la joven promesa se pone la careta de protección. De pronto, ahí estaba Alberto Salazar preguntándole si quería que marcara él el paso. ¿No consistía en eso el atletismo? "En destronar a los reyes", había dicho el propio Rodgers".

Como indica su subtítulo, Reyes del asfalto es la crónica de la época dorada del running en Estados Unidos, la que va de 1972 a 1982, cuando Frank Shorter, Bill Rodgers y Alberto Salazar consiguieron que correr dejase de ser un deporte de hippies y chiflados.


    


 Frank Shorter fue el pionero. Su oro en los Juegos Olímpicos de Múnich marcó a los otros el camino a seguir. Bill Rodgers sería el popularizador, con sus 4 triunfos en las maratones de Boston y Nueva York. Y Alberto Salazar sería el novato que les arrebataría finalmente la corona. Décadas después, ningún estadounidense ha igualado los logros de estos tres atletas.

"En 1963 nadie salía a correr; a excepción de en los Juegos Olímpicos, la gente solo corría para tomar un tren o escapar de la policía".

 Ellos "allanaron el camino y mil carreras florecieron a su paso".

 Para mí, su lectura ha sido muy grata, entre otras cosas porque al leerlo extrapolaba mentalmente las situaciones a Málaga: si el libro hablaba de la Falmouth Road Race yo pensaba en la Carrera Urbana Ciudad de Málaga; si el boom americano se producía en la década de los 70 y primeros de los 80 yo me acordaba del que se dio aquí en la década de los 80 y primeros de los 90. Incluso me he sentido como ese Alberto Salazar cuando llega a Boston y con 16 años se pone a entrenar junto a gente que le saca diez años, atletas que eran el ejemplo a seguir, pero también el objetivo a batir. Francisco Espejo, Rafael Morales, Juan Sarria y un servidor, Pedro Delgado, fuimos los protagonistas de aquel boom en la ciudad malagueña, cuando a base de entrenar juntos disparamos el nivel a las nubes.

 En "un deporte en el que apenas había diferencia entre perder y llegar segundo [...]" "[...] su rivalidad los animó a entrenarse con más ahínco, a correr más rápido, a elaborar mejores estrategias. Por separado, se habrían limitado a ganar carreras; juntos, lo cambiaron todo".


Francisco Espejo, Juan Sarria, Rafael Morales y Pedro Delgado (1988)


 Como los americanos, nosotros también vivimos la oleada de dinero que llegó a las carreras al rebufo de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, y cómo esos premios en metálico atrajeron a los atletas africanos y portugueses, convirtiendo cada carrera en una dura pugna. 

 Es este un libro que daría para muchas entradas (de hecho ya me referí a él en dos de ellas: Múnich y La hora de los tramposos), y que toca muchos de los temas que ya han asomado por este blog: el doping; el entrenamiento interválico; la tragedia de Múnich; el correr descalzo; la figura de Chris Chataway, Emil Zátopek y Abebe Bikila; y cómo a medida que los eventos han aumentado en tamaño e ingresos, la carrera en sí ha pasado a un segundo plano y se han ralentizado los tiempos medios de la mayoría de las carreras. 


Frank Shorter en los Juegos Olímpicos de Múnich


 Leyendo las páginas de Reyes del asfalto asistimos también al nacimiento de la maratón de Nueva York y al de algunas de las marcas de calzado punteras hoy día; también al inicio de la profesionalización en el atletismo con el conflicto inherente entre los organizadores y los corredores de élite. Además, podemos ser testigos de cómo surgió el boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú y cómo éste afectó a los atletas.

 Hay algunas mujeres en las páginas de Reyes del asfalto, como la campeona olímpica estadounidense Joan Benoit Samuelson o la noruega Greta Waitz, ganadora de 9 maratones de Nueva York, pero sus nombres sólo aparecen de pasada, lo que me lleva a preguntar: ¿para cuándo un Reinas del asfalto?



 
  Joan Benoit


  Greta Waitz (Foto AP Photo/Scanpix)


 No hacen falta excusas para comprar el libro de Cameron Stracher, que por cierto contiene un epílogo muy aclaratorio y un buen prólogo de Carlos Arribas, pero si las necesitan, celebren el pasado día 23, día del libro, o la llegada de la Feria del Libro al Puerto de Málaga, y regálense un ejemplar. Y por favor, no se olviden de los campeones.


"Los corredores de élite atrajeron a las masas a la carretera, pero después la masa se olvidó de ellos. Hoy en día es habitual que quienes participan en una gran carrera no sepan -ni les importe- quién ha ganado. Lo que cuenta es la lucha personal contra la adversidad y el superarse a uno mismo. Ya no hay héroes; sólo bolsitas de recuerdo y botellines de agua de sabores exóticos".


                                                                                                     
Nota: Los pasajes de Reyes del asfalto, de Cameron Stracher, pertenecen a la primera edición de marzo de 2014 de Contra Ediciones, con traducción de David Paradela López.

     
  

miércoles, 2 de abril de 2014

MÚNICH


Hay libros o incluso pasajes de estos que te conducen a otros; a veces, incluso te llevan a una película como me ocurrió esta semana con uno de los capítulos de Reyes del asfalto, de Cameron Stracher, cuya lectura me hizo buscar entre las estanterías de deuvedés que jalonan una de las escaleras de casa, películas que regalan o venden a bajo precio con los periódicos de los domingos, junto a otras que me han marcado y que me reconforta tener a mano. Entre las primeras hay muchas que todavía tienen su precinto de plástico y que aguardan su oportunidad, pues los que tenemos niños no siempre disponemos de dos horas para sentarnos a ver una película: entre que se acuestan y cenas..., al final se te cierran los ojos y terminas convirtiendo un largometraje en una serie televisiva. MUNICH, de Steven Spielberg, estaba aún sin desprecintar y en la carátula se leía:

"Basada en hechos reales, Múnich nos descubre la intensa historia de un escuadrón israelí, asignado para localizar y asesinar a los 11 palestinos sospechosos de planear la masacre de Múnich de 1972 de 11 atletas israelíes, cuya venganza recaerá sobre el grupo y el hombre que los lidera. Aclamada como "tremendamente excitante" (Peter Travers, Rolling Stone) este explosivo thriller de suspense de Steven Spielberg cosechó 5 nominaciones a los Oscars, incluidas Mejor Película y Mejor Director".

 El argumento no trata de la masacre en sí, sino de las consecuencias. Es la historia de una misión, una misión que no se reconoció cuando se llevó a cabo en su momento. La primera ministra israelí, Golda Meir, junto a varios oficiales gubernamentales y miembros del Mossad, decidieron hacer una lista con la gente que creían responsable de lo ocurrido en Múnich e ir a por ellos. Algunos de los señalados pertenecían a una red terrorista, otros eran líderes políticos e intelectuales. La idea era hacerle saber al mundo que Israel no permitiría aquel tipo de actos, que responderían con un ojo por ojo. Los principales personajes de la película son los cinco que cometen los asesinatos selectivos, hombres susceptibles de tener las mismas dudas morales que cualquiera y que vienen a ejemplificar como el odio y la venganza sólo llevan a la destrucción.




 ¿El pasaje del libro de Cameron que me llevó a la película? Aquí os lo dejo:
"Los terroristas llegaron antes del alba. Con la ayuda de varios atletas estadounidenses, saltaron la valla con sus bolsas deportivas y vestidos con chándal rojo. La seguridad era poco estricta y nadie se molestó en detenerlos ni hacerles preguntas. Eran los "Juegos Amistosos", y los alemanes esperaban borrar con ellos el recuerdo de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, organizados bajo la mirada aprobatoria de Hitler. Saltar una valla a altas horas de la madrugada tras una noche de copas parecía lo más indicado. A continuación, los ocho palestinos, miembros del comando Septiembre Negro, avanzaron a hurtadillas hacia el número 31 de la Connollystrasse, donde se alojaban los atletas de Uruguay, Hong kong e Israel. Eran las 4.10 de la madrugada del 5 de septiembre de 1972. Derribaron la puerta del primer apartamento de una patada, despertando a Iósef Gutfreund, un árbitro de lucha libre israelí, que se abalanzó hacia la puerta mientras les gritaba a sus compatriotas que escapasen. Tuvia Sokolovsky, entrenador de halterofilia, consiguió romper una ventana y escapar, pero los otros cinco entrenadores y árbitros no tuvieron tanta suerte; fueron capturados, atados y trasladados junto con Gutfreund a un dormitorio vacío del segundo piso en calidad de rehenes. Los terroristas obligaron al entrenador de lucha libre Moshe Weinberg a que los condujera hasta el resto de compañeros del equipo. Weinberg pensó que los luchadores y los levantadores de pesas tendrían más posibilidades de neutralizar a sus captores, de modo que los convenció de que el apartamento número 2 -donde se alojaban los equipos de tiro, esgrima y atletismo- estaba ocupado por la delegación uruguaya. Siguieron hasta el apartamento número 3, donde uno de los luchadores logró escapar, pero el resto de sus compañeros fueron apresados. Cuando Weinberg y el levantador de pesas Iósef Romano trataron de escapar, los mataron de un balazo. El cuerpo de Weinberg cayó al suelo, donde lo encontró un guardia de seguridad que alertó a las autoridades alemanas. Empezaban así veinticuatro agónicas horas que acabaron con una torpe operación de rescate que la policía alemana lanzó en el aeropuerto, adonde los terroristas habían llegado en helicóptero con el propósito de volar a El Cairo para continuar ahí con las negociaciones. Durante el tiroteo subsiguiente, los terroristas asesinaron al resto de rehenes. La crisis se saldó con once atletas, cinco terroristas y un policía muertos. El corredor de fondo norteamericano Frank Shorter vio cómo se desataba el terror desde su balcón, que daba justo delante del complejo israelí. Se había ido a dormir convencido de que los atletas estaban seguros, pero por la mañana, al despertar, se encontró con la cruda verdad".

 Frank Shorter ganaría pocos días después la maratón, y "justo en ese instante, oscurecido por el dolor y la muerte", nacería el boom del running en Estados Unidos.



Nota: El pasaje de Reyes del asfalto, de Cameron Stracher, pertenece a la primera edición de marzo de 2014 de Contra Ediciones, con traducción de David Paradela López.



                             


lunes, 17 de febrero de 2014

LAS ZAPATILLAS MINIMALISTAS DE LOS QUE ESTUDIAMOS LA E.G.B.


Adidas ROM
(Eran para jugar en sala, pero nosotros las llevábamos hasta para salir)


Estos son algunos de los modelos de zapatillas minimalistas que teníamos los que estudiamos la E.G.B.


Zapatillas de lona John Smith
(sabíamos que en teoría eran para baloncesto, pero
gracias a nuestras madres las hicimos polivalentes)

Adidas Stan Smith
(Con ellas pasaba como con las anteriores: sabíamos que eran
 para jugar al tenis, pero se usaban para todo)

Adidas SL72

Adidas SL76
(Una mejora del modelo anterior que llevaba
Starsky, el poli de la serie Starsky y Huctch)

Yumas Galaxia
(otro clásico de la época, producto nacional, como las Paredes y las Kelme)


 Creedme que éstas son las mejores, pues al principio teníamos que conformarnos con unas tórtolas, unas victoria o unas bambas con las que dábamos Educación Física, corríamos las vueltas de rigor en torno al patio, jugábamos al fútbol, al sota-caballo-rayo, pedaleábamos en la Peugeot o en la Orbea (no la mires que se estropea) o intentábamos subirnos a uno de esos sancheskis naranja sin rompernos la crisma (confieso que la vez que me lo prestaron me hice un esguince de tobillo del copón, con lo cual se acabó rápido eso de hacer el Leiff Garref). Estas zapatillas de marca estuvieron reservadas para los últimos años de la E.G.B., y eso los que lográbamos convencer a nuestras madres de que los modelos horrendos y, claro está, más económicos que ellas proponían se iban a romper mucho antes.


Zapatillas Tortolas de los años 70


Bambas


 Cuando empecé a correr en el equipo de atletismo del colegio Los Olivos, estos eran los modelos de zapatillas que llevábamos. Es decir, que correr, correr, se puede correr con cualquier cosa (sino que le pregunten a mi amigo Ángel Bueno que también corría por aquella época en los cross de Portada Alta).


 Como comprenderéis, cuando el progreso nos trajo zapatillas más blandas y con mejores acabados, lo flipamos.


Pedro Delgado (con unas Munich de las que usa ahora para vestir) y Jesús Suárez "Pipi" (con las primeras Nike que trajeron a Málaga) entrenando en la Universidad Laboral en 1981.

 Y no os digo nada cuando llegaron las adidas TRX. ¡Dios! Son las zapatillas que recuerdo con más emoción.


Adidas TRX, las ferrari de la época

 Decir que las pulí es poco, las llevé hasta que se les cayó la suela a trozos. Y, aún así, seguía ganando carreras y mejorando marcas.


Pedro Delgado Fernández (con sus zapatillas adidas TRX) recibiendo de manos del alcalde de Mijas, Antonio Maldonado, el trofeo al Campeón Absoluto de la Fiesta del Deporte. Mijas, Málaga, 19-3-1982. 

 ¿Significa eso que se debe correr con unas zapatillas pulidas? Pues claro que no, aquello era fruto de una época, una época que, ahora que lo pienso, ha acabado pareciéndose a ésta. Vale que les metas kilómetros a las zapatillas por mor del presupuesto, pero de ahí a hacerlo por veleidades minimalistas va un trecho.
 Para los profanos o los que se inician en este deporte, os diré que lo básico es tener dos zapatillas:
 -unas de entrenamiento para las sesiones generales (son zapatillas más pesadas y con mayor amortiguación),
 -y otras de competición para los entrenamientos específicos: series, interval, carrera continua rápida y la propia competición (son zapatillas muy ligeras y con menos amortiguación).

 Y luego están las zapatillas de clavos. Las hay de pista y de cross (incluso, si flojea la economía podemos usar las mismas para ambas especialidades cambiándole la longitud de los clavos). Las zapatillas de clavos son muy minimalistas, de ahí que en fondo y mediofondo sólo se usen en la competición y en algunos entrenamientos (intervals muy rápidos y series por encima del ritmo de competición), pues te cargan mucho los gemelos.

 En la época en la que me patrocinaba Karhu, Joma o Mizuno, cambiaba de zapatillas de entrenamiento cada pocos meses, y compaginaba varias de competición en la misma temporada (reservaba unas para los entrenamientos rápidos y otras para las competiciones en función de la distancia de éstas: millas, carreras de cinco o diez kilómetros, medias, y maratones en el momento en que me tocó subir de distancia).
 Para mí esto es lo ideal, usar un calzado específico para cada cosa (igual que usé unas Mizuno de montaña cuando corrí en el 99 la maratón alpina del Aneto), pero ahora que no me patrocina nadie y me cuesta el dinero, intento alargar la vida deportiva de mis zapatillas. Algo a lo que también contribuye, claro está, que no haga ni un tercio de los kilómetros que hacía antes. De esta manera, las de entrenamiento me duran toda la temporada, y algo más las de competición. Pues bien, por alargarles la vida más de la cuenta a estas últimas ando lesionado del talón izquierdo.

 Moraleja: No trates de alargarles la vida a las zapatillas porque al final acabarás pagándolo caro.

 Y otro consejo para los que pesáis más de 65 kg: muchas zapatillas de competición son para atletas de un peso específico (la mayoría para atletas de menos de 60 kilos), así que tenedlo en cuenta a la hora de comprar vuestras zapatillas. Si sólo vais a tener una zapatilla para todo, deberíais primar la amortiguación antes que la levedad, sobre todo si pesáis más de 65 kilos.

 Por supuesto que ésta es mi opinión, la de alguien que lleva corriendo desde los 14 años y que ha estado siempre inmerso en el atletismo de competición, muy diferente a lo que es hoy día el mundo de las carreras populares, del running o, como antes se le llamaba, del footing. Sé lo que opinan los que propugnan las teorías minimalistas y de barefoot, todo eso de los apoyos, de Caballo Loco y demás. ¿Qué os puedo decir? Si os sentíis más en contacto con la naturaleza corriendo descalzos o con apenas un trozo de suela debajo de la planta del pie, pues seguid haciéndolo; pero para mí sería como volver a la E.G.B.

sábado, 18 de enero de 2014

CORRER, EL LIBRO ACERCA DE ZÁTOPEK



En las pocas semanas de vida que tiene este blog ya ha salido a relucir varias veces el apellido Zátopek, un apellido mítico, pues pertenece al único atleta del mundo capaz de ganar en unos mismos Juegos Olímpicos tres medallas de oro en las pruebas de fondo; una gesta que el corredor checoslovaco Emil Zátopek (1922-2000) consiguió en la Olimpiada de Helsinki de 1952, cuando en diez días consiguió ganar los 5.000 metros, los 10.000 y la maratón.

 A mí Emil Zátopek me acompañó en muchas tardes de entrenamientos extenuantes, en intervals infinitos que el checo había llevado hasta límites exagerados. Así que, para darme ánimos, me acordaba de él cada vez que tenía que hacer un interval training de 200 o 400 metros. Si Emil hacía 40 o 70 repeticiones, cómo no iba a acabar yo mis entrenamientos. Recuerdo, hablando de intervals de 400, que una tarde, cuando estudiaba y entrenaba en Granada, el amigo Miguel Leiva se pasó un buen rato cronometrándome el entrenamiento para comprobar que, efectivamente, no iba de farol y era capaz de hacer 20x400 a 1'02" recuperando 1'30". Y lo que son las cosas, movido por este recuerdo me he tomado la molestia de buscar en las agendas de aquellos años hasta dar con aquel día, y he descubierto algo que me ha dejado, ahora que escribo sobre Zátopek, con la boca abierta:

 5 de febrero de 1987
[...] y después, a las siete, me fui a entrenar: los 20 cuatrocientos. Leiva se puso conmigo y tan sólo aguantó 10. Yo las hice con clavos, todas a 1'02" menos varias a 1'03". Aquí dicen que estoy "corgao", que eso es lo que hacía Zátopek. Ya quisieran ellos llegar a ser 1/4 parte de lo que fue Zátopek, La locomotora humana.


 Si el fartlek (la carrera continua por la naturaleza con cambios de ritmo) fue el "sistema panacéa" para los finlandeses, Zátopek abrazó el interval training: dividir una distancia en otras más pequeñas para correrlas a más velocidad, con una pequeña recuperación entre ellas que Emil hacía corriendo a menor velocidad. Quizás eso fue lo que lo convirtió en plusmarquista en aquella época. Ese correr sin parar, agónico, que no se centraba en la técnica ni en el estilo, sino en sus ansias de correr más rápido que nadie.


Emil Zátopek, en una fotografía de 1954. Foto: Keystone / Getty Images

 A finales de 2010, el escritor francés Jean Echenoz publicó Correr, un libro sobre Zátopek que fue muy recomendado por los libreros y los críticos literarios (Babelia la eligió como una de las mejores novelas de 2010).




            




 De Echenoz yo había leído Me voy, obra con la que obtuvo el Premio Goncourt en 1999, una novela corta o nouvelle que dicen los franceses que me había gustado bastante. Quizás ese hecho, junto a tantas recomendaciones, ha jugado en su contra a la hora de enfrentarme estos días a Correr, pues las expectativas que tenía eran demasiado altas.
 Echenoz no corre, y eso es algo que notamos los que lo hacemos habitualmente. Y luego está el estilo que ha elegido para narrarnos la vida de Zátopek, como si fuese un notario el que apuntase la crónica deportiva del atleta, lejano a sus sentimientos, a sus pensamientos e ideas.
 A pesar de esa pequeña decepción, ésta es una novela que debemos leer todos aquellos lectores a los que nos gusta calzarnos las zapatillas de correr, entre otras cosas porque creo que los que amamos este bello deporte estamos necesitados de novelas que hablen de él. Hay mucha narrativa ambientada en el mundo del fútbol o del boxeo, pero muy poca en el del atletismo.


Zapatilla adidas de Emil Zatopek. Fotografía: Zac Allan

 La novela arranca cuando Emil tiene 17 años y los alemanes acaban de invadir Moravia (Bohemia) y Checoslovaquia. Por entonces Emil trabaja en la fábrica de calzado Bata, un Emil al que le horroriza el deporte: primero las carreras del circuito de Zlin que organiza la fábrica para publicitar sus zapatillas y luego las exhibiciones atléticas que organizan los alemanes para los jóvenes con carácter obligatorio.
"La primera carrera en la que participa Emil es un cross-country de nueve kilómetros montado por la Wehrmacht en Brno y que enfrentará a una selección alemana atlética, espigada, arrogante, impecablemente equipada, todos igualitos a lo übermensch, con una cuadrilla de famélicos y astrosos checos, jóvenes campesinos, montaraces con calzón largo o dudosos futbolistas amateurs mal afeitados. Emil no participa de buen grado en esa prueba pero es un muchacho concienzudo, se entrega y da de sí todo lo que puede. Comoquiera que acaba segundo, sin darse cuenta y no sin vivo despecho por parte de los arios, un entrenador del club local se interesa por él. Corres raro pero no corres nada mal, le dice. Lo cierto es que corres muy raro, insiste el entrenador con cara de incredulidad, pero, bueno, no corres mal. De ambas aserciones, Emil sólo escucha y oye distraídamente la segunda".
 Aún así, Emil no termina de cogerle el gusto a eso de correr hasta que un buen día sucede lo inesperado: empieza a gustarle correr; al principio por propio placer, luego por el gusto de medir sus fuerzas en la competición.
 Mientras los alemanes comienzan a sembrar el terror en el protectorado con su política de deportaciones y exterminio, Emil Zátopek, ya con 20 años, se vuelca en el atletismo. Además, Emil se obstina en no trabajar el estilo. A Emil no le importa correr raro, para él el estilo es una gilipollez. Puestos a correr lo que quiere es correr lo más rápido posible.
"De modo que se obstina en no trabajar más que la resistencia, como quienes preparan sólo los trayectos largos de fondo o de semifondo. Él, invirtiendo el sistema, se entrena cada vez más en la velocidad, en pequeñas distancias indefinidamente repetidas, gracias a lo cual comienza a experimentar claros progresos". 
 Emil descubre también a sus competidores el sprint final.
"Doscientos metros antes de la llegada, intensifica la velocidad, sabedor de que puede hacerlo pues se ha preparado para ello: gana.
 Por aquella época no se conoce el sprint final, los corredores procuran espaciar el esfuerzo, repartirlo a lo largo de una prueba. En su afán de escatimar fuerzas hasta el final, no se creen capaces y sobre todo no se atreven a reservar la velocidad para desplegarla en la última recta, para dar lo máximo de sí mismos al final de la carrera. De ahí la inmensa utilidad de entrenar también con pequeñas distancias: el sprint final, que acaba de inventar Emil".
 Cuando el frente de batalla avanza y llegan las sirenas y los bombardeos y el tableteo de las ametralladoras y con ello los rusos, los alemanes, entre refriegas, se apresuran a retirarse. Termina la guerra y Checoslovaquia recupera sus fronteras. El país reorganiza su ejército y Emil es llamado a filas. La vida militar le gusta más que la vida de peón en la fábrica de Bata.
"Y además puede seguir corriendo: como se han organizado campeonatos militares en la República liberada, los oficiales de estado mayor, que tienen puesto el ojo en el deporte, autorizan a Emil a presentarse. Éste establece tranquilamente dos nuevos récords y, a su regreso, es citado en el orden del día por haber representado con honor a su unidad. Lo cierto es que con el uniforme no todo va tan mal, así que Emil se plantea matricularse en la Academia donde se forma a los oficiales de carrera. Además, cualquier cosa antes de volver a trabajar en la empresa Bata".
 Estando en la Academia se enfrenta al sueco Sundin en su primera competición internacional y, aunque no consigue ganarle, bate el récord de Checoslovaquia de los dos mil metros. Luego mejora el de 3.000 llegando detrás del holandés Slijkhuis. El sueco y el holandés son corredores elegantes cuyo estilo contrasta con el de Zátopek.
"Hay corredores que parecen volar, otros bailar, otros desfilar, otros parecen avanzar como sentados sobre las piernas. Algunos dan tan sólo la impresión de ir lo más rápido posible a donde acaban de llamarlos. Emil nada de eso. Emil parece que se encoja y desencoja como si cavara, como en trance. Lejos de los cánones académicos y de cualquier prurito de elegancia, Emil avanza de manera pesada, discontinua, torturada, a intermitencias. No oculta la violencia de su esfuerzo, que se trasluce en su rostro crispado, tetanizado, gesticulante, continuamente crispado por un rictus que resulta ingrato a la vista. Sus rasgos se distorsionan, como desgarrados por un horrible sufrimiento, la lengua fuera intermitentemente, como si tuviera un escorpión alojado en cada zapatilla de deporte. Está como ausente cuando corre, tremendamente ausente, tan concentrado que ni parece estar cuando está ahí más que nadie, y su cabeza, encogida entre los hombros, sobre el cuello siempre inclinado hacia el mismo lado, se balancea sin cesar, se bambolea y oscila de derecha a izquierda. 
 Puños cerrados, contorsionando caóticamente el tronco, Emil hace también todo tipo de cosas con los brazos. Cuando todo el mundo os dirá que se corre con los brazos. A fin de propulsar mejor el cuerpo, los miembros superiores deben utilizarse para aligerar las piernas de su propio peso: en las pruebas de fondo, el mínimo de movimientos con cabeza y brazos mejora el rendimiento. Pues Emil hace exactamente lo contrario, parece correr sin que le importen los brazos, cuya impulsión convulsiva arranca de demasiado arriba, describiendo curiosos desplazamientos, a ratos alzados o proyectados hacia atrás, colgando o abandonando a una absurda gesticulación, y sacude también los hombros levantando exageradamente los codos como si transportase una carga demasiado pesada. Mientras corre parece un boxeador luchando contra su sombra, por lo que todo su cuerpo se asemeja a un mecanismo descompuesto, dislocado, doloroso, salvo la armonía de sus piernas, que muerden y mastican la pista con voracidad". 
  En los primeros Campeonatos de Europa de posguerra, en Oslo, Emil queda quinto en los cinco mil metros, mejorando de nuevo el récord checoslovaco, y ya en los Juegos Olímpicos de Londres, en 1948, se gana el apodo de La Locomotora Humana al lograr en los diez mil metros la primera medalla de oro del atletismo checo y obtener una plata en los cinco mil.


Emil Zátopek en los 10.000 metros de los Juegos Olímpicos de Londres en 1948
Emil ganaría el oro y el francés Alain Mimoun la plata

 Luego llegará el récord del mundo de los diez mil y el ascenso a capitán, pero con ello comienzan los problemas.
"Se reúnen los altos mandos. Todos convienen en que Emil, cómo no, es un fenómeno del socialismo real. Pero por eso mismo es preferible guardárselo, economizarlo y no enviarlo demasiado al extranjero. Cuanto menos se lo vea, mejor. Porque sería una auténtica lástima que por una cabezonada, durante algunos de esos viajes, se pasara al otro bando, al inmundo bando de las fuerzas imperiales y del gran capital. Por consiguiente convocan a Emil, que acaba de ser invitado a participar en una prueba internacional de cinco mil metros en Los Ángeles. 
 Camarada, le dicen, el comité militar ha decidido que, en lo sucesivo, no podrás participar en ninguna competición deportiva sin previa autorización. Conforme, dice Emil, pero eso no cambia nada. Hasta ahora se me han concedido esas autorizaciones. Pues ahí está, camarada, a partir de ahora ya no las recibirás. Puedes retirarte. Y el comité se descuelga con un comunicado en el que anuncia dicha medida, alegando que las invitaciones demasiado numerosas a encuentros de escasa importancia apartan a Emil de sus deberes militares, impidiéndole proseguir su perfeccionamiento deportivo".
 Temen que en una de esas no regrese a Praga, que pida asilo político en uno de esos países capitalistas. En aras del partido se suceden las purgas como cuando estaban los alemanes. La única alegría del momento es su boda con Dana, futura campeona olímpica de Jabalina. 



 En el extranjero se preguntan qué habrá sido de Emil, si sigue entrenando, si estará lesionado o habrá dejado de correr. Emil les responde batiendo dos récords del mundo, el de los 20 kilómetros y el de la hora. Luego llegarán los Juegos de Helsinki, donde conseguirá lo que nadie ha vuelto a conseguir hasta la fecha, ganar las tres pruebas de fondo: el 5.000, el 10.000 y la maratón.

Emil Zátopek (oro) seguido por el francés Mimoun (plata) y el alemán Herbert Schade (bronce) 
Fotografía coloreada de la final de 5.000 metros de los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952

La imagen anterior desde otra perspectiva, donde se aprecia la caída del inglés Chris Chataway

 A la vuelta a Emil lo ascienden de capitán a comandante y se convierte "en el hombre de los ocho récords del mundo en distancias superiores a cinco mil metros: seis, diez y quince millas; diez, veinte, veinticinco y treinta kilómetros; por no hablar del récord de la hora". A ellos añadirá pronto un noveno, el de los cinco mil metros.
 Muere Stalin y el presidente checoslovaco Gottwald y en el país se producen minúsculos cambios. Lo dejan correr en Sao Paulo, donde gana, igual que en el Cross de L'Humanité (lo que ahora son los Campeonatos del Mundo de Cross). A partir de ahí empieza lentamente su declive, sus altibajos, las derrotas y la decisión de retirarse tras los Juegos de Melbourne, donde sólo disputará la maratón, quisiera hacerlo con un pódium pero sólo alcanza a ser sexto en una prueba que gana el francés Alain Mimoun, la sombra de Zátopek, pues había sido plata en los 10.000 metros de los juegos de Londres y en los 5.000 de los de Helsinki por detrás, en ambas ocasiones, del checo.
 Al volver de Australia, como premio al final de su carrera, lo ascienden a coronel y lo nombran director de deportes en el ministerio de defensa; aunque el punto final no lo pondrá hasta el Cross de San Sebastián, en Lasarte, donde Emil se planta definitivamente tras su victoria.


Emil Zátopek tirando del grupo en el Cross Internacional de San Sebastián, Lasarte 1958

 Zátopek sigue corriendo a diario, pero ya sólo lo hace para mantenerse en forma no para ganar ninguna carrera.
"Y como se entrena menos, le queda más tiempo para interesarse en lo que sucede en su país".
¿Qué pudo ocurrir en su país para que Emil fuese destituido de su cargo en el ministerio y se le enviase a barrer las calles de la capital?  Lean el libro y salgan de dudas, y, si quieren profundizar en lo que ocurrió en Checoslovaquia en 1968, lean también La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, una de mis novelas favoritas, llevada también al cine por Philip Kaufman con Daniel Day-Lewis, Juliette Binoche y Lena Olin en el papel de Tomás, Teresa y Sabina.


 


 Por último, quisiera recoger aquí una anécdota entrañable que leí en la página de la RFEA, y que muestra el gran corazón que siempre tuvo Emil Zátopek. El artículo, firmado por Miguel Villaseñor cuenta que Ron Clarke (Australia, 1937), un gran fondista que poseyó los récords del mundo de 5.000 y 10.000 metros pero que, por cosas del destino, nunca pudo ganar un oro olímpico, viajó después de los Juegos Olímpicos de México 1968 a Praga a ver a Zátopek, a quien admiraba mucho. Entabló con él amistad y cuando fue a abandonar la capital para volver a Australia, Zátopek fue a despedirlo al aeropuerto. Allí, en el último momento y de manera disimulada, le dio un pequeño paquete. "Clarke creyó que era algo de contrabando o quizá un mensaje que Emil quería comunicar al mundo exterior, dadas las circunstancias políticas. Al dárselo le había dicho "porque te lo mereces", frase que el australiano en ese momento no entendió. Ya en el avión abrió el paquete y con gran sorpresa vio que en él estaba la medalla de oro olímpica que Zátopek había ganado en los 10.000 metros de Helsinki en 1952. De esta manera se la regalaba. La admiración era, obviamente mutua. Ahora sí que su amigo Ron Clarke tenía su propia medalla de oro". 


Ron Clarke











Nota: Los párrafos de Correr, novela de Jean Echenoz, están extraídos de la edición española, publicada por Anagrama en septiembre de 2010, con traducción de Javier Albiñana.