domingo, 9 de octubre de 2022

EL ADIÓS DE FEDERER


Roger Federer y Rafa Nadal, en la retirada del tenista suizo
Fotografía: GTRES (Vanity Fair)

A veces, el mejor periodismo deportivo lo generan los escritores:

Lágrimas

Manuel Vicent

La pelea entre Apolo y Dionisos, origen de la tragedia griega, ha sido representada ante nuestros ojos en las canchas de tenis. En la mitología clásica Apolo encarna el lado platónico del espíritu, el equilibrio, la elegancia, la precisión, la medida, la contención, el límite. Dionisos representa la pasión, el exceso, el instinto, el esfuerzo, el desgarro, las lágrimas. Desde la tribuna de una cancha de tenis, mientras Federer y Nadal disputaban cualquier final agónica de un Grand Slam, Nietzsche hubiera podido explicar ese partido como una lección de filosofía moral. Federer manejaba la raqueta como si el tenis fuera un deporte matemático, mental, equilibrado. La pelota salía de su brazo con una velocidad ingrávida hacia un punto de la línea con la fuerza precisa. No sudaba, no gritaba, podía haber jugado con esmoquin. En cambio, Nadal, frente a Federer, daba a entender que el tenis era un deporte explosivo, crispado, sobrehumano. Cada golpe imposible, más allá de toda medida, iba acompañado de un grito tal vez de dolor o de placer orgiástico. Nadal sudaba. El sudor de Nadal era su corona. En sus inicios, Federer rompía la raqueta cuando la pelota no obedecía al impulso de su mente. A la derrota le seguía la cólera. Este desequilibrio fue corregido a tiempo hasta alcanzar la serenidad del héroe apolíneo, frío, incapaz de mostrar ninguna emoción. Al principio de su carrera el adolescente Nadal vestía en la pista pantalones de bucanero y tenía una mirada obsesiva de guerrero apache. Sus ojos concentrados expresaban una disposición a resistir la adversidad a cualquier precio hasta la agonía. El mito de Apolo y Dionisos representado por estos dos tenistas alcanzó su culminación el pasado día 23 con la despedida de Federer cuando estos dos héroes de la mitología moderna, cogidos de la mano, juntaron sus lágrimas. Venció la emoción, venció Dionisos.

Artículo aparecido en el EL PAÍS del 2 de octubre de 2022


lunes, 3 de octubre de 2022

KIPCHOGE, UN RÉCORD NADA INCREÍBLE


El keniata Eliud Kipchoge tras cruzar la meta en la maratón de Berlín 2022
Fotografía: AFP

Hace apenas una semana, el keniata Eliud Kipchoge, doble campeón olímpico, volvió a batir el récord del mundo de maratón, marcando un crono de 2:01:09 en la maratón de Berlín, medio minuto menos que su anterior plusmarca, conseguida también en la capital alemana.

 "Increíble" ha sido el comentario más oído estos días a cuenta de esa marca, y muchos más increíbles volverán a oírse el día que vuelva a bajar de las dos horas sin ayudas externas (en 2019 hizo 1:59:41 en Viena, pero el récord no fue homologado por haber sido ayudado por cuarenta y una liebres que se dieron relevos en grupos de siete cada cinco kilómetros). Sin embargo, no deberíamos emplear el adjetivo "increíble" cuando nos estamos refiriendo a un hecho totalmente creíble, pues si había alguien preparado para batir esa marca era el propio Kipchoge. Sí habría resultado increíble si el ganador hubiese sido uno de mis vecinos o yo mismo. Por eso, será mejor adjetivar al atleta, su triunfo o su récord con formidable, magnífico, espléndido, sobresaliente, inolvidable, impresionante, enorme o fabuloso.

 Y toda esta retahíla viene porque el mismo día en que Kipchoge atravesaba la línea de meta, el escritor y periodista Álex Grijelmo publicaba en su sección La punta de la lengua,  del diario EL PAÍS, un artículo sobre el uso inadecuado de la palabra "increíble" al comentar ante el micrófono un gran éxito deportivo. Y supongo que en su libro Con la lengua fuera –Críticas, chascarrillos y explicaciones sobre el léxico deportivo– (Editorial Taurus, 2021) se podrán encontrar ejemplos parecidos a éste.

Con la lengua fuera (Ed. Taurus, 2021)

LA PUNTA DE LA LENGUA

Increíble pobreza de adjetivos

Por Álex Grijelmo

Increíble, increíble. Veinte veces increíble. Treinta veces increíble. Es el adjetivo preferido por deportistas, cantantes, cocineros, artistas en general y demás familia cuando han de comentar ante el micrófono un gran éxito. Primero dicen "la verdad que" y luego repiten "increíble" en cada frase. Increíble el apoyo del público, increíble el ambiente en el concierto, increíble haber recibido ese premio. Increíble que digan tantas veces increíble.
 Muchas celebridades que hablan en público no tienen por oficio la palabra y, por tanto, no cabe exigirles nada. Otro asunto es lo que cada uno se exija a sí mismo y la imagen que desee mostrar ante los demás. Las palabras son baratas, y su pobreza o su variedad retratan las carencias del pensamiento o sus caudales. Vale la pena prestarles atención.
 El adjetivo "increíble" ofrece expresividad, no digo que no. Es rotundo, señala algo que sobreviene, que llega de súbito. Por ejemplo, la repentina herencia de un tío en América; algo increíble, ya se ve. O sea: "lo que no puede creerse", como dice el Diccionario en la primera acepción; o lo que es "muy difícil de creer", según matiza la segunda, abriendo la mano.
 Pero habrá quien vea raros estos increíbles "increíbles" de esas declaraciones cuando se refieren a hechos creíbles una vez que han sucedido, como un triunfo deportivo o un éxito musical de quienes estaban dotados para ello (por eso los consiguieron). Sí resultará increíble que el vecino del quinto vaya a ganar el US Open o que la empleada del banco sea aclamada de repente en el Liceu. Ahí estaríamos de acuerdo.
 Para mejorar su léxico, a los entrevistados de urgencia tras una jornada estelar les sería de utilidad memorizar una breve relación de adjetivos, elaborada con la misma intención con que se suelen preparar los discursos ante una entrega de premios: para pronunciarlos en caso de obtener el galardón y para dejarlos en el bolsillo si el jurado ha elegido a otro. Mediante esa escueta relación de palabras adecuadas, deslumbrarían al público, mejorarían su efecto como referentes sociales y recibirían más propuestas de patrocinio por su mayor crédito y prestigio.
 Un adjetivo posible para esas ocasiones sería, por ejemplo, "formidable", y así lo rescatarían de su camino hacia el desuso. De hecho, aquel programa de radio legendario que presentó Alberto Oliveras en la Cadena SER entre 1960 y 1997 no se llamaría hoy Ustedes son formidables, sino Ustedes son increíbles.
 "Formidable" vale, como "increíble", para muchas situaciones. Podemos hallarnos frente a un ser formidable ("muy temible, que infunde asombro y miedo), como un gran rival deportivo; o ante algo "excesivamente grande en su línea" ("un triunfo formidable"). También equivale a "magnífico", sinónimo que se puede unir a la serie: "El apoyo del público ha sido magnífico", "qué magnífica remontada".
 Además de "magnífico", el español ofrece a campeones y narradores algunos adjetivos cuyas definiciones los hacen similares entre sí: "espléndido", "excelente", "sobresaliente"... Todos ellos nos sirven a la hora de expresar admiración, gratitud, sorpresa; pero también disponemos de otros, como "inolvidable", "inenarrable", "maravilloso", "impresionante", "enorme", "fabuloso", "gigantesco", "descomunal", "impensable", "inesperado".
 No alargaremos más la lista, a fin de facilitar que los entrevistados de urgencia la memoricen y escojan de entre sus elementos alguno que les plazca, con el inusual propósito de hacer tan admirables sus palabras como sus triunfos.
Artículo aparecido en EL PAÍS, el domingo 25 de septiembre de 2022