¡Pista!, ¡Calle! o ¡Calle 1! es lo que se grita al corredor que ocupa dicha calle de la pista, cuando hace series a un ritmo menor que otro que viene por detrás, con la intención de que se aparte.
Calle 1 es también un blog sobre atletismo, una remembranza de aquellos tiempos en los que uno podía gritar esa especie de contraseña. Un blog en el que relacionar el atletismo con la literatura, el cine, el arte y los viajes; en definitiva, con todo aquello que nos hace más agradable la vida.
6 libros para regalar en Reyes a los más deportistas de la casa Fotografía: Lucía Rodríguez
Para que este próximo año no les falte a los más deportistas de la casa un libro en la bolsa o mochila de deportes, les voy a recomendar seis títulos para regalar o autorregalarse en Reyes; novelas, libros de relatos, ensayos y cómics que se centran en distintos deportes.
Atletismo:
Libros para regalar en Reyes a los atletas de la casa Fotografía: Pedro Delgado
Prefiero que me trates de tú, de Daniel Azcona
(Los aciertos & Pepitas, 2022)
Correr es una filosofía, de Gaia de Pascale
(Duomo Ediciones, 2015)
Natación:
Un libro para regalar en Reyes a los nadadores de la casa Fotografía: Pedro Delgado
Bocetos de natación, de Leanne Shapton
(Blatt & Ríos, 2022)
Ciclismo:
Un libro para regalar en Reyes a los ciclistas de la casa Fotografía: Pedro Delgado
El gran libro de las bicicletas, una antología de más de cien autores
(Blackie Books, 2022)
Fútbol:
Libros para regalar en Reyes a los más futboleros de la casa Fotografía: Pedro Delgado
El partido de la muerte, de Gálvez y Escriche
(Desfiladero Ediciones, 2021)
El partido, de Piero Trellini
(Editorial Debate, 2022)
De uno de estos libros ya les hablé recientemente*, y de los otros espero poder hacerlo a lo largo del nuevo año, ese 2023 para el que les deseo salud, salud y nada más que salud. Lean, hagan ejercicio y cuídense.
Prefiero que me trates de tú, de Daniel Azcona Editorial Los Aciertos & Pepitas
En las librerías, las portadas de los libros reclaman nuestra atención desde los escaparates, las mesas de novedades y las estanterías. Algunas te susurran «léeme» con timidez, pero otras te gritan directamente «llévame a casa».
La portada de Prefiero que me trates de tú, de Daniel Azcona (Hempstead, Nueva York, 1965), es de las segundas, de ahí que haya engrosado mi lista de lecturas. Los créditos del interior no recogen la autoría de esa imagen poderosa, que hace que te detengas delante y tomes el libro entre las manos, que leas la contra y la solapa y pases por caja, pero tras indagar en la editorial (Los Aciertos & Pepitas) he encontrado la fotografía en la Miami University Libraries. Su autor es Frank R. Snyder, y la tomó en junio de 1912 en un instituto de secundaria de Oxford, Ohio. Lleva por título Runners on track with judges at high school track meet 1912. Como se observa, la imagen se recortó y reencuadró para el libro.
Runners on track with judges at high school track meet 1912, Oxford (Ohio) Miami University Libraries - Digital Collections (Wikimedia Commons) Fotografía de Frank R. Snyder
En la misma colección de fotografías, digitalizadas por la Universidad de Miami, se puede ver otra instantánea de Frank R. Snyder tomada en la misma curva, mes y año; aunque en este caso no resulta tan espectacular como la anterior, donde la composición, con ese atleta que gira la cabeza para ver la distancia que lo separa de su perseguidor y el perro que los sigue a dos calles de distancia, es más lírica.
Runners on track with judge at high school track meet 1912, Oxford (Ohio) Miami University Libraries - Digital Collections (Wikimedia Commons) Fotografía: Frank R. Snyder
Estamos ante un libro de relatos, y el primero, en consonancia con la portada, se centra plenamente en el atletismo. Se titula Un atleta de clase familiar, y uno quisiera que no terminara nunca. En apenas cuatro páginas, el autor recoge con brillantez lo que significa para un chaval que su profesor de Ed. Física (en el cuento se dice Gimnasia porque refleja otros tiempos) le seleccione para una competición escolar de campo a través, y cómo eso se convierte en una puerta de acceso al mundo del atletismo.
Lo recuerdo como si fuera ayer. Fuimos andando desde el colegio hasta la iglesia de Santa Gema. Cronómetro en mano, el profesor de gimnasia nos hizo dar, uno por uno, la vuelta corriendo a la plaza que hay frente a la iglesia. La mayoría de mis compañeros de clase se lo tomaron a broma y ralentizaban el ritmo cuando el profesor dejaba de observarles en su recorrido por el perímetro designado. Por el contrario, yo no podía contener mi excitación. Cuando me tocó a mí, esperé a que sonase su silbato para salir lo más rápido posible y no parar hasta completar el recorrido. Al cruzar una imaginaria meta, el profesor anotó mi tiempo sin decir nada, pero en el camino de vuelta al colegio me invitó a participar en una prueba de campo a través, de tres kilómetros de distancia, que tendría lugar ese fin de semana en los terrenos del colegio Estudio.
Yo mismo me he visto reflejado en la historia, y he recordado cómo D. Pablo Madrid me llevaba, junto a otros compañeros del colegio Los Olivos, a las carreras de campo a través que se celebraban en la zona de Portada Alta y la feria (hoy día todo eso está urbanizado), donde teníamos que medir nuestra resistencia con la de los integrantes de los equipos de otros colegios.
Pedro Delgado recibiendo una medalla tras una carrera escolar en Los Olivos Detrás, Pablo Madrid y Javier Palmero, profesores de Ed. Física del centro Fotografía: Pablo Mayo
Y espero que mis propios alumnos, a los que en algunas ocasiones he llevado a competir al cross intercentros que organiza el instituto La Rosaleda, también se puedan sentir identificados cuando lean este relato.
Alumnos del IES Isaac Albéniz con su profesor de Ed. Física (Pedro Delgado) Carrera solidaria del IES La Rosaleda, 5 de diciembre de 2017
Alumnas del IES Isaac Albéniz con su profesor de Ed. Física (Pedro Delgado) Carrera solidaria del instituto La Rosaleda, 5 de diciembre de 2017
Alumnado del IES Isaac Albéniz en la Carrera Solidaria del IES La Rosaleda 4 de diciembre de 2018. Fotografía: Pedro Delgado
Si el autor ganó en su etapa escolar el campeonato de Madrid de campo a través, yo a los pocos años de aquellos crosses ya estaba subiéndome a un podio nacional. Fue en el Campeonato de España Escolar del año 1983, celebrado en Santander, donde fui subcampeón de España en los 1.500 m. Entramos en meta casi a la vez, y fueron unas décimas de segundo las que dilucidaron el vencedor. Fue mi primera medalla en un campeonato de España, y la primera vez que aparecía en el diario deportivo Marca. Como se imaginarán, conservo aquel recorte en mis archivos, junto a otro del diario Sur anunciando la participación de los atletas malagueños en el campeonato.
Pedro Delgado Fernández, subcampeón de España escolar en los 1.500 m
Escolares malagueños al Campeonato de España de Atletismo (Diario Sur) (Por esos duendes de las imprentas, hay un error en el segundo de mis apellidos)
Un atleta de clase familiar recoge además una anécdota curiosa, porque el autor es hijo de Rafael Azcona, novelista y guionista con trabajos tan reconocidos como Plácido, El verdugo, La escopeta nacional, Belle époque, El pisito, El cochecito,La niña de tus ojos o Los muertos no se tocan, nene. Pues bien, Azcona padre acompaña a Azcona hijo al campeonato de campo a través de la Comunidad de Madrid que se celebra en la Casa de Campo. Allí, antes de la salida, el hombre parece estar absorto en su periódico; sin embargo, cuando dan la salida, el hombre parece tener el don de la ubicuidad, animando y cantando los tiempos aquí y allá. Y es que, como dice el refrán: De casta le viene al galgo.
Sello dedicado a Rafael Azcona, 2011
Rafael Azcona (Logroño, 1926-Madrid, 2008), que era un lector empedernido, decía que todas las noches de su vida había leído. Estoy seguro de que le habría encantado llevarse el libro de su hijo a la cama para comprobar una vez más lo dicho, que de padres gatos, hijos mininos. Ahí están su humor, su visión del mundo, su escepticismo, el tema de la muerte y la vejez, incluso algún detalle fetichista, como el que aparece en el segundo de los relatos, El mundo rendido a sus pies, donde los pies son el objeto de deseo. Una historia un tanto loca en la que aparece el director de cine Quentin Tarantino, el actor Brad Pitt y la sensual Morelia, de pies egipcios.
No hay mal que por bien no venga va de dimisiones y de azares y dones que te cambian la vida. En él, de manera trasversal, aparece un par de veces la maratón de Valencia.
A las 9:00 ese domingo, nueve mil corredores iniciaron la prueba. Era un día claro y soleado, sobre los 18 ºC. Mis entrenamientos habían sido claramente insuficientes, pero arropado por la marabunta de atletas, animado por el público y la música rock a lo largo del recorrido logré completar la carrera y lo celebré como si la hubiera ganado, brazos en alto, sonriendo, llorando, agradecido a los muchos que habían donado a la asociación. Eso sí, me dolió el cuerpo durante una semana.
El cuento que da título al libro, Prefiero que me trates de tú, trata de las sesiones del autor con su fisioterapeuta, otra historia con la que, a poco que hayas estado lesionado, es fácil identificarte, sobre todo si tu fisio es del género femenino.
Desde hace seis meses una bursitis en la cadera me produce dolor al andar, me impide correr y a veces incluso me molesta para dormir. La causa del dolor puede ser diferente según con quién se consulte. Para la medicina moderna, mi dolor se debe simple y llanamente a una artrosis, que debe tratarse con fármacos. Para la medicina tradicional china, se trata efectivamente de una artrosis, pero la causa es una obstrucción del Qi (energía) y la Xue (sangre), ocasionada por un debilitamiento del Wei Qi (energía defensiva), y debe ser tratada con agujas. Y para los expertos en relaciones emocionales, mi dolor se debe a que tengo dificultades para decidirme a pasar a la acción, para ir hacia lo que deseo, y la intensidad de mi dolor es una indicación del grado de mi actitud derrotista. Para desmentirlos a todos, me puse rápidamente y sin demora en manos de Charlotte Coe, una fisioterapeuta del barrio que me recomendó mi médico.
En Hasta que la muerte nos separe, el protagonista asiste a su propio velatorio. Islas y dioses hawaianos, inmersiones acuáticas y una peculiar venganza al son de un ukelele.
Cierra el volumen Con renovadas energías, el relato que más me ha gustado de todos, con un final tan redondo como el de No hay mal que por bien no venga. Dicho cuento lo protagoniza la madre del autor, Susan Youdelman, y gira en torno a una mudanza, al insólito contenido de unos paquetes que su difunto marido (Rafael Azcona) había pedido unos días antes de su muerte y a unas misteriosas cajas que éste dejó en el trastero. No sé a qué grado llega esta autoficción, pero en una entrevista a Rafael Azcona que vi después en la televisión, el hombre deslizó una verdad que comparto: «El dinero sirve para no pensar en el dinero». Rafael decía que no solía jugar, pero que si alguna vez le tocaba algo, sería su pensión, pues al dejar su trabajo de contable por el de guionista, no había cotizado lo suficiente como para tener una pensión digna. Entonces pensé de nuevo en lo que guardaba en aquellas cajas, que no crean ustedes que era dinero contante y sonante, y sonreí. Todo me pareció muy Azcona. Igual que este libro de relatos.
Azcona padre, que era muy fan de Woody Allen, dijo en una entrevista lo siguiente sobre el neoyorquino: «Es alguien que está creando un cuerpo de ficción, donde se mezcla la realidad a su alrededor con su mundo personal y familiar. Y es de una riqueza...». Pues si viviera, creo que justo eso diría ahora de su hijo.
Raúl García habla sobre la importancia de los profesores Fotografía: Pedro Delgado
En el tablón del pabellón deportivo del instituto, tengo clavado con chinchetas un recorte del periódico El PAÍS con una entrevista a Raúl García, futbolista del Athletic Club. En la parte final de la misma, cuando le preguntan por los comportamientos agresivos que sigue habiendo en las gradas, Raúl comenta que es un tema de educación.
«¿Le ve arreglo?», le interpela el periodista. Y Raúl García, el tercer futbolista que más partidos ha jugado en Primera, sólo por detrás de Zubizarreta y Joaquín, le da una respuesta digna de aparecer en esta sección:
Es un tema que viene del colegio. Para mí el futbolista no tiene ninguna importancia en la sociedad. Para mí, importancia la tiene un profesor. Un profesor es el que intenta educar o dar valores. Tenemos que valorar al profesor como se debe. Hay que darle importancia a la gente que está en la base. Yo dejo a mi hijo en el colegio, y la persona que está con mis hijos tiene una importancia increíble y hay que darle esa importancia. Pero no se valora.
Si quieren leer la entrevista completa, realizada por David Álvarez y Jon Rivas, pueden clicar sobre el siguiente enlace:
La literatura deportiva de Gallo Nero Fotografía: Pedro Delgado
La editorial Gallo Nero toma el nombre del consorcio vinícola que fundaron los productores de Chianti para proteger su vino allá por 1924. El símbolo de aquel consorcio, un gallo negro sobre un campo de oro, estaba vinculado a una antigua leyenda, la cual nos retrotrae a la edad media, a un enfrentamiento entre las repúblicas de Siena y Florencia por el control del territorio del Chianti. Para detener esa guerra y determinar las fronteras de ambas repúblicas se decidió hacer una competición: con el primer canto del gallo, un caballero saldría de Siena y el otro de Florencia. Donde sus monturas se encontrasen quedaría fijada la frontera.
Conzorcio del Gallo Nero. Fotografía: Vinetur
Cuentan que los sieneses se decantaron por un gallo blanco, al que trataron los días previos con todo tipo de comodidades, dándole de comer todo el grano que quiso. Por contra, los florentinos eligieron un gallo negro, al que tuvieron en ayunas varios días dentro de una jaula muy pequeña. Debido al hambre y a la incomodidad, el gallo negro cantó mucho antes del amanecer, por lo que el caballero florentino partió con ventaja. Como recoge la historia, ambos jinetes se encontraron a pocos kilómetros de Siena, en los alrededores de Fonterutoli, estableciéndose allí la frontera entre las dos repúblicas.
El pasado mes de octubre, Donatella Iannuzzi, la editora de Gallo Nero se acercó a otra frontera, Despeñaperros, y la cruzó en el AVE para llegar al centro de Málaga, a la librería Áncora que regenta Enrique del Río en la plaza de Uncibay. Allí la esperaba un nutrido grupo de incondicionales de la editorial y de la librería, que bajo el lema "Pequeños e independientes" retoma el contacto directo con esos sellos editoriales independientes que tanto enriquecen el panorama editorial.
Donatella Iannuzzi, de Gallo Nero, en la librería Áncora Fotografía: Pedro Delgado
Enrique del Río, Donatella Iannuzzi y Pedro Delgado en la librería Áncora Málaga, 20 de octubre de 2022. Fotografía: Alberto
Conocí a Donatella en el 2015, en la feria del libro de Madrid. Yo había ido allí a firmar ejemplares de Carta desde el Toubkal en la caseta de Desnivel, y al terminar, dando un vistazo por las casetas, me topé con ella y con sus exquisitas portadas.
Después de aquel encuentro escribí una reseña de El Tour de Francia, de Mario Fossati, a la que siguieron otras tantas: El Profesional, de W. C. Heinz, Los indómitos de la montaña, de Dino Buzzati, El libro de la fama, de Lloyd Jones, o Cartas de África, de Arthur Rimbaud, con ilustraciones de mi admirado Hugo Pratt.
El Tour de Francia, Gallo Nero y los dos Pedro Delgado:
Donatella no venía en esta ocasión a hablarnos de literatura deportiva, sino de las novelas gráficas, mangas y libros ilustrados que está editando en la colección Gallographics, sobre todo autores japoneses, como Yoshiharu Tsuge, Seiichi Hayashi, Shin'ichi Abe, Oji Suzuki o Tadao Tsuge, que están entusiasmando a los amantes del manga más adulto.
Algunos libros de la colección Gallographics de la editorial Gallo Nero
Sin embargo, aproveché el coloquio final para preguntarle de dónde venía su interés por la literatura deportiva. «Soy una gran aficionada al deporte, me encanta verlo por la tele, y me entusiasman los que tienen una gran carga épica, como el ciclismo o el boxeo. Mi madre era además una gran admiradora de Fausto Coppi y de las grandes vueltas, como el Giro o el Tour, y esa pasión, sin duda, se transmite a los hijos», me dijo. «Pero el único deporte que sigo practicando, y lo hago desde que iba al instituto, es el voleibol. Estoy en un equipo de mi barrio y jugamos todas las semanas». Le pregunté también si tenía pensamiento de añadir algún título más a la colección, y nos reveló que estaba pujando por los derechos para publicar Cartas a una gimnasta joven, de Nadia Comaneci, aquella gimnasta rumana de 14 años que logró la perfección más absoluta, un 10 de 10, en los Juegos Olímpicos de Montreal en 1976.
Nadia Comaneci, cartela publicitaria de Gallo Nero Fotografía: Pedro Delgado
Mientras tanto, todavía me quedan títulos que leer y reseñar. Ciclismo, boxeo, alpinismo..., quién sabe cuál será el siguiente.
Nota: Esta entrada está dedicada a todos los que compartimos mesa en una trattoria al final del acto. Gracias, Donatella, por cruzar la frontera, y mil gracias, Enrique, por propiciar el encuentro.
Quería escribir una entrada sobre los aspectos desagradables que rodean al Mundial de Fútbol de Qatar, pero motivos de peso, de los que ya les hablaré en otra ocasión, me impedían centrarme delante del ordenador. Hoy, al abrir las páginas del diario Sur, me topé con este texto del escritor y columnista Antonio Soler, y pensé que ya no era necesario que yo escribiese nada.
Pan y circo Por Antonio Soler
Lo escribió Juvenal allá por el año 100 antes de Cristo a la vista de la decadencia del sentido crítico en Roma. Luego lo hemos ido repitiendo en distintas versiones. Ahora resucita a raíz del mundial que hoy empieza en Qatar. Es el mundial del despropósito, el del petróleo, el de la liga partida y el de la resignación ante el cash, la pasta, la plata, el dólar, da igual en qué idioma o jerga se exprese. Y también se ha convertido en el mundial de la ética. Miles de trabajadores inmigrantes, esclavos en la práctica, han muerto en las obras de los estadios levantados en medio de la polvaranca, las cabras y las torres petrolíferas.
Pero allí vamos. Los países del jardín europeo, que dijo Borrell, los de la jungla, los bosquimanos y las superpotencias. Porque lo dice el señorito/jeque de Qatar que quería su mundial y porque finalmente hay que seguir con el circo. Si en ese país no se respetan los derechos humanos, si la mujer vive como en la edad media y la democracia es un cuento chino, habrá que tragárselo, porque la pelota sigue rodando en la cancha global. El presidente de la FIFA, con el nombre, adecuado para la ocasión, de Infantino, ha salido en defensa del país organizador y ha llamado hipócritas a los críticos. Pero no se trata de hipocresía. Se trata de reconocimiento, de aceptación. De saber dónde pisamos y qué hay bajo el césped. Cuánta miseria hay bajo esa alfombra, en los cimientos de esos estadios y de esos hoteles de lujo extra.
Europa, según Infantino, debe pedir perdón por los últimos trescientos años de abusos coloniales. El pasado, las guerras napoleónicas. Matusalén. Maniobra infantil del forrado Infantino. Porque no se trata del ayer, sino del hoy. Del presente de un país que representa, justamente, el pasado, por mucho dinero, plata o guita que tenga. El pasado moral encerrado en rascacielos de oro. Infantino se siente hoy, según ha confesado, catarí, africano, gay, discapacitado y trabajador. Cualquier cosa con tal de que la pelota y la plata sigan rodando. Mejor habría hecho Infantino en no apelar a la historia y aceptar humildemente las condiciones del planeta, el movimiento macroeconómico y la necesidad del circo por una parte del pueblo. No sé si con eso de trabajador, Infantino quería decir que también se siente obrero, marxista. El inventor de aquello aseguró que la religión era el opio del pueblo. El fútbol es el nuevo opio, el nuevo circo y para muchos hooligans la nueva religión. Pues eso. Para qué buscar más explicaciones ni apelar a tres o veinte siglos de historia. Hay que ir a misa, al estadio, comulgar con el gol y purgar los pecados. Amén.
Roger Federer y Rafa Nadal, en la retirada del tenista suizo Fotografía: GTRES (Vanity Fair)
A veces, el mejor periodismo deportivo lo generan los escritores:
Lágrimas
Manuel Vicent
La pelea entre Apolo y Dionisos, origen de la tragedia griega, ha sido representada ante nuestros ojos en las canchas de tenis. En la mitología clásica Apolo encarna el lado platónico del espíritu, el equilibrio, la elegancia, la precisión, la medida, la contención, el límite. Dionisos representa la pasión, el exceso, el instinto, el esfuerzo, el desgarro, las lágrimas. Desde la tribuna de una cancha de tenis, mientras Federer y Nadal disputaban cualquier final agónica de un Grand Slam, Nietzsche hubiera podido explicar ese partido como una lección de filosofía moral. Federer manejaba la raqueta como si el tenis fuera un deporte matemático, mental, equilibrado. La pelota salía de su brazo con una velocidad ingrávida hacia un punto de la línea con la fuerza precisa. No sudaba, no gritaba, podía haber jugado con esmoquin. En cambio, Nadal, frente a Federer, daba a entender que el tenis era un deporte explosivo, crispado, sobrehumano. Cada golpe imposible, más allá de toda medida, iba acompañado de un grito tal vez de dolor o de placer orgiástico. Nadal sudaba. El sudor de Nadal era su corona. En sus inicios, Federer rompía la raqueta cuando la pelota no obedecía al impulso de su mente. A la derrota le seguía la cólera. Este desequilibrio fue corregido a tiempo hasta alcanzar la serenidad del héroe apolíneo, frío, incapaz de mostrar ninguna emoción. Al principio de su carrera el adolescente Nadal vestía en la pista pantalones de bucanero y tenía una mirada obsesiva de guerrero apache. Sus ojos concentrados expresaban una disposición a resistir la adversidad a cualquier precio hasta la agonía. El mito de Apolo y Dionisos representado por estos dos tenistas alcanzó su culminación el pasado día 23 con la despedida de Federer cuando estos dos héroes de la mitología moderna, cogidos de la mano, juntaron sus lágrimas. Venció la emoción, venció Dionisos.
Artículo aparecido en el EL PAÍS del 2 de octubre de 2022
El keniata Eliud Kipchoge tras cruzar la meta en la maratón de Berlín 2022 Fotografía: AFP
Hace apenas una semana, el keniata Eliud Kipchoge, doble campeón olímpico, volvió a batir el récord del mundo de maratón, marcando un crono de 2:01:09 en la maratón de Berlín, medio minuto menos que su anterior plusmarca, conseguida también en la capital alemana.
"Increíble" ha sido el comentario más oído estos días a cuenta de esa marca, y muchos más increíbles volverán a oírse el día que vuelva a bajar de las dos horas sin ayudas externas (en 2019 hizo 1:59:41 en Viena, pero el récord no fue homologado por haber sido ayudado por cuarenta y una liebres que se dieron relevos en grupos de siete cada cinco kilómetros). Sin embargo, no deberíamos emplear el adjetivo "increíble" cuando nos estamos refiriendo a un hecho totalmente creíble, pues si había alguien preparado para batir esa marca era el propio Kipchoge. Sí habría resultado increíble si el ganador hubiese sido uno de mis vecinos o yo mismo. Por eso, será mejor adjetivar al atleta, su triunfo o su récord con formidable, magnífico, espléndido, sobresaliente, inolvidable, impresionante, enorme o fabuloso.
Y toda esta retahíla viene porque el mismo día en que Kipchoge atravesaba la línea de meta, el escritor y periodista Álex Grijelmo publicaba en su sección La punta de la lengua, del diario EL PAÍS, un artículo sobre el uso inadecuado de la palabra "increíble" al comentar ante el micrófono un gran éxito deportivo. Y supongo que en su libro Con la lengua fuera–Críticas, chascarrillos y explicaciones sobre el léxico deportivo– (Editorial Taurus, 2021) se podrán encontrar ejemplos parecidos a éste.
Con la lengua fuera (Ed. Taurus, 2021)
LA PUNTA DE LA LENGUA
Increíble pobreza de adjetivos
Por Álex Grijelmo
Increíble, increíble. Veinte veces increíble. Treinta veces increíble. Es el adjetivo preferido por deportistas, cantantes, cocineros, artistas en general y demás familia cuando han de comentar ante el micrófono un gran éxito. Primero dicen "la verdad que" y luego repiten "increíble" en cada frase. Increíble el apoyo del público, increíble el ambiente en el concierto, increíble haber recibido ese premio. Increíble que digan tantas veces increíble.
Muchas celebridades que hablan en público no tienen por oficio la palabra y, por tanto, no cabe exigirles nada. Otro asunto es lo que cada uno se exija a sí mismo y la imagen que desee mostrar ante los demás. Las palabras son baratas, y su pobreza o su variedad retratan las carencias del pensamiento o sus caudales. Vale la pena prestarles atención.
El adjetivo "increíble" ofrece expresividad, no digo que no. Es rotundo, señala algo que sobreviene, que llega de súbito. Por ejemplo, la repentina herencia de un tío en América; algo increíble, ya se ve. O sea: "lo que no puede creerse", como dice el Diccionario en la primera acepción; o lo que es "muy difícil de creer", según matiza la segunda, abriendo la mano.
Pero habrá quien vea raros estos increíbles "increíbles" de esas declaraciones cuando se refieren a hechos creíbles una vez que han sucedido, como un triunfo deportivo o un éxito musical de quienes estaban dotados para ello (por eso los consiguieron). Sí resultará increíble que el vecino del quinto vaya a ganar el US Open o que la empleada del banco sea aclamada de repente en el Liceu. Ahí estaríamos de acuerdo.
Para mejorar su léxico, a los entrevistados de urgencia tras una jornada estelar les sería de utilidad memorizar una breve relación de adjetivos, elaborada con la misma intención con que se suelen preparar los discursos ante una entrega de premios: para pronunciarlos en caso de obtener el galardón y para dejarlos en el bolsillo si el jurado ha elegido a otro. Mediante esa escueta relación de palabras adecuadas, deslumbrarían al público, mejorarían su efecto como referentes sociales y recibirían más propuestas de patrocinio por su mayor crédito y prestigio.
Un adjetivo posible para esas ocasiones sería, por ejemplo, "formidable", y así lo rescatarían de su camino hacia el desuso. De hecho, aquel programa de radio legendario que presentó Alberto Oliveras en la Cadena SER entre 1960 y 1997 no se llamaría hoy Ustedes son formidables, sino Ustedes son increíbles.
"Formidable" vale, como "increíble", para muchas situaciones. Podemos hallarnos frente a un ser formidable ("muy temible, que infunde asombro y miedo), como un gran rival deportivo; o ante algo "excesivamente grande en su línea" ("un triunfo formidable"). También equivale a "magnífico", sinónimo que se puede unir a la serie: "El apoyo del público ha sido magnífico", "qué magnífica remontada".
Además de "magnífico", el español ofrece a campeones y narradores algunos adjetivos cuyas definiciones los hacen similares entre sí: "espléndido", "excelente", "sobresaliente"... Todos ellos nos sirven a la hora de expresar admiración, gratitud, sorpresa; pero también disponemos de otros, como "inolvidable", "inenarrable", "maravilloso", "impresionante", "enorme", "fabuloso", "gigantesco", "descomunal", "impensable", "inesperado".
No alargaremos más la lista, a fin de facilitar que los entrevistados de urgencia la memoricen y escojan de entre sus elementos alguno que les plazca, con el inusual propósito de hacer tan admirables sus palabras como sus triunfos.
Artículo aparecido en EL PAÍS, el domingo 25 de septiembre de 2022
Pedri en el Camp Nou «Salid y disfrutad». Johan Cruyff Fotografía: Diario SPORT
Cada vez que vuelve a empezar el curso escolar o la temporada atlética me acuerdo de aquella frase del añorado Johan Cruyff, esa que figura en el felpudo que pisan los jugadores del Barça al saltar al campo: «Salid y disfrutad».
Felpudo con la directriz de Johan Cruyff: «Salid y disfrutad»
Todos deberíamos tener ese felpudo en la puerta de casa.
Nacidos para correr, de Christopher McDougall Fotografía: Lucía Rodríguez
El mejor corredor no deja huellas.
Tao Te Ching
Durante años oí hablar de Nacidos para correr –ese libro de culto que escribió Christopher McDougall sobre la historia de una tribu oculta, un grupo de superatletas y la mayor carrera de la historia–, lo que hizo que las expectativas estuvieran muy altas cuando comencé a leerlo, algo que siempre es contraproducente. Sin embargo, he de decir, al terminarlo, que no me ha defraudado. Es más, creo que la faja debería llevar una advertencia, algo tipo: «¡Atención, lector! El uso de este libro puede alterar su capacidad cognitiva y provocarle un deseo irrefrenable de salir a correr a todas las horas del día».
Faja del libro Nacidos para correr, de Christopher McDougall (Editorial Debate)
El libro empieza cuando Christopher McDougall recorre la Sierra Madre mexicana en busca de lo que parece más una leyenda que una realidad: alguien llamado Caballo Blanco.
Algunos decían que Caballo Blanco era un fugitivo; otros habían oído que era un boxeador que huía como una especie de castigo autoimpuesto tras matar a golpes a un tipo en el ring. Nadie sabía su nombre, su edad o de dónde venía. Era como un pistolero del Lejano Oeste [...] Las descripciones y avistamientos estaban por todas partes; aldeanos que vivían a distancias imposibles unos de otros juraban haberlo visto viajando a pie el mismo día y lo describían dentro de una amplia escala que iba de «divertido y simpático» a «raro y gigantesco».
Pero en todas las versiones de la leyenda de Caballo Blanco siempre se repetían algunos detalles básicos: había llegado a México años atrás y se había internado en las salvajes e impenetrables Barrancas del Cobre para vivir entre los tarahumaras, una tribu casi mítica de superatletas de la Edad de Piedra. Los tarahumaras quizás sean las personas más sanas y serenas del planeta, y los más grandes corredores de todos los tiempos.
Cuando se trata de distancias enormes, nada puede vencer a un corredor tarahumara. Ni un caballo de carreras, ni un guepardo ni un maratonista olímpico. Pocas personas han visto a los tarahumaras en acción, pero a lo largo de los siglos han ido filtrándose desde las barrancas historias asombrosas acerca de su resistencia y tranquilidad sobrehumana.
[...] de alguna manera, Caballo Blanco había conseguido llegar a las profundidades de las barrancas. Y ahí, cuentan, fue adoptado por los tarahumaras como un amigo y alma gemela, un fantasma entre fantasmas. Ciertamente, dominaba dos de las habilidades características de los tarahumaras –invisibilidad y resistencia– ya que aun cuando había sido visto recorriendo las barrancas, nadie parecía saber dónde vivía o dónde podría vérsele la próxima vez. Si alguien podía traducir los antiguos secretos de los tarahumaras, me dijeron, era este vagabundo solitario de la Sierra Alta.
Por alguna extraña razón, siempre relacioné a Caballo Blanco con el Richard Harris de Un hombre llamado Caballo, aquel western que tanto me impresionó de chavea y que dio para toda una saga; así que la cara del actor me acompañó durante la lectura.
Richard Harris en Un hombre llamado caballo
Sobre los tarahumaras de México, he de decir que ya sabía de ellos antes de abrir el libro. Creo que fue Pepe Zapico quien me habló de ellos y del rarájipari, el juego de carrreras tarahumara, en uno de los cursos de Ed. Física que impartimos en Bolivia. De los tarahumaras y de los Chasquis, mensajeros que recorrían el llamado camino Inca que a lo largo y ancho de aproximadamente 5.000 kilómetros unía el imperio incaico.
[...] Cuando los españoles llegaron hasta aquellas altiplanicies y se encontraron aquel sistema postal lo describieron en sus crónicas destacando la extraordinaria capacidad de los indígenas para la carrera.
Se cuenta que un indio de la tribu "chasqui" de Cuzco, la capital de los incas del Perú, invertía cinco días para llegar a Quito, capital del Ecuador, distancia y tiempo que en la actualidad nos parece inverosímil.
Por otro lado se afirmaba que una noticia podía llegar en tres días con sus noches desde Cuzco hasta Lima, capitales que están separadas por 650 kilómetros.
Estos datos nos llevan a pensar que los correos de los indios Incas alcanzaban una velocidad no igualada por ningún otro pueblo, lo que sólo puede explicarse por un entrenamiento comenzado desde la misma infancia.
Pepe Zapico –Libro de texto Aristo 1º ESO–
***
[Rarájipari] Ángel se puso en pie y dividió a los niños en dos equipos de niñas y niños mezclados. Luego sacó dos pelotas de madera del tamaño de una bola de béisbol y le dio una a un jugador en cada equipo. Hizo una señal levantando seis dedos; los niños correrían seis vueltas desde la escuela hasta el río, haciendo una distancia total de aproximadamente cuatro millas. Los dos chicos dejaron caer las pelotas al suelo y arquearon un pie, de manera que la bola se mantenía en equilibrio en la punta de sus dedos. Lentamente, se enroscaron sobre sí mismos, colocándose en cuclillas y...
–¡Vayan!
Las pelotas pasaron silbando delante de nosotros; habían salido disparadas de los pies de los chicos como lanzadas por un bazuca, y los niños salieron en estampida detrás de ellas. [...] Marcelino alcanzó la pelota de su equipo cuando todavía estaba rodando. La acuñó con maestría con la parte superior de sus dedos para lanzarla nuevamente hacia el camino sin apenas detener su carrera.
Rarájipari, juego de carrera tarahumara. Fotografía: Norawas.org Pueden ver sus reglas en: https://elfistoldeldiablo.com
El impulso que llevó a Christopher McDougall a escribir este libro, el origen de su aventura en pos de ese tipo escurridizo llamado Caballo Blanco, está en la sencilla pregunta que le hizo a su médico: «Doctor, ¿por qué me duele el pie?».
Ja, ja. Perdonen que me ría, pero es que la respuesta del doctor me recordó a las que me daba mi hermano, también médico, cada vez que me lesionaba. «Su problema es que corre»; «el cuerpo humano no está diseñado para soportar esa clase de abuso»; «cada pisada golpea cada una de tus piernas con una fuerza equivalente al doble de tu masa corporal. De la misma manera que un martilleo constante en una roca de apariencia impenetrable, con el tiempo la convertirá en polvo, la carga del impacto relacionado con el hecho de correr puede, en última instancia, dañar tus huesos, cartílagos, músculos, tendones y ligamentos».
–Entonces, ¿no hay nada que pueda hacer? –pregunté al doctor Torg.
Se encogió de hombros.
–Puedes seguir corriendo, pero volverás a buscar más de estas –dijo, golpeando con la punta del dedo la enorme aguja llena de cortisona que estaba a punto de clavarme en la planta del pie.
«Cómprese una bicicleta», fue la recomendación del doctor Torg, uno de los mejores especialistas en medicina deportiva del país, al bueno de McDougall. El podólogo al que recurrió para tener una segunda opinión le dio el mismo diagnóstico: «Parece que tiene el síndrome del cuboides». «Debería pensar en encontrar otro deporte que no sea correr».
Un tercer diagnóstico, el de la doctora Davis tras verlo correr en un vídeo a cámara lenta, lo llevó al mismo punto de partida.
–¿Por qué me duele el pie?
–Porque correr es malo para ti.
–¿Por qué correr es malo para mí?
–Porque hace que te duela el pie.
Dos años después, mientras McDougall paseaba su cuerpo de baloncestista por México para escribir un reportaje sobre una estrella del pop que había desaparecido en el país, se encontró con una revista de viajes en español en la que hablaban de los tarahumaras.
De pronto, una foto de Jesucristo corriendo por una pendiente de rocas me llamó la atención. Una inspección más detallada reveló que si bien podía no ser Jesucristo, sin lugar a dudas se trataba de un hombre en bata y con sandalias corriendo hacia abajo en una montaña de escombros. Empecé a traducir el pie de foto, pero no alcanzaba a entender por qué estaba en tiempo presente; parecía una fantasiosa leyenda acerca de un extinto imperio de superhombres evolucionados. Poco a poco fui entendiendo que tenía razón, excepto por los adjetivos «extinto» y «fantasiosa».
Según el historiador mexicano Francisco Almada, un campeón tarahumara corrió una vez 435 millas, el equivalente a salir a correr en Nueva York y no detenerse hasta llegar a Detroit. Otros informes, decía el artículo, hablan de corredores tarahumara recorriendo 300 millas cada uno. Eso son casi doce maratones seguidas, mientras el sol sale, se pone y vuelve a salir. ¿Cómo es posible que no se lesionen?, se preguntó McDougall.
¿No deberíamos ser nosotros –los que tenemos zapatillas de tecnología punta y plantillas hechas a medida– los que no estuviéramos heridos, y los tarahumaras –que corren mucho más, en terrenos rocosos y con calzado que difícilmente se puede calificar como tal– constantemente machacados?
El artículo que tenía que escribir para el New York Magazine sobre la cantante pop le pareció de inmediato soporífero, así que movió cielo y tierra para volver allí, esta vez de la mano de la revista Runner's World, e investigar y escribir acerca de lo que había leído en aquella revista.
Christopher McDougall
Este libro, traducido al español por Diego Salazar, nos muestra los pasos de McDougall en pos de ese reportaje: primero, a la búsqueda de Arnulfo Quimare, el más grande corredor tarahumara vivo, proveniente de un clan de primos, cuñados y sobrinos casi tan buenos como él; luego, a la búsqueda de Caballo Blanco, «ese discípulo de Arnulfo venido del mundo moderno».
Arnulfo Quimare y Micah True, más conocido como Caballo Blanco
Las aventuras que vive y los personajes que se le cruzan en la decisión de desvelar los secretos de los tarahumaras, alimentan sus páginas, a la vez que nos muestran cómo McDougall da rienda suelta al atleta que lleva dentro, entrenándose para uno de los mayores retos de su vida: una carrera de ochenta kilómetros, organizada por Caballo Blanco, que enfrentará a la tribu contra los más locos corredores estadounidenses.
Urique era un pueblo minero cuyos mejores días habían terminado hacía ya más de un siglo, así que solo tenía dos cosas de las que sentirse orgulloso: un paisaje tremendamente escarpado y sus vecinos tarahumaras. Y ahora, por primera vez, un grupo de exóticos corredores foráneos había hecho todo este viaje para medirse contra ambos, así que se había convertido en mucho más que una carrera: para la gente de Urique, era una oportunidad única en la vida de demostrar al mundo exterior de qué estaban hechos.
Incluso Caballo estaba sorprendido de descubrir que la carrera había sobrepasado sus expectativas y se estaba convirtiendo en la Ultimate Fighting Competition de las ultramaratones clandestinas.
A través de sus páginas también nos adentraremos en el mundo de las ultramaratones, como la salvaje Leadville Trail 100 de Colorado o la Western States Trail Ride 100 de California, dos ultras de un centenar de millas (160,934 kilómetros) que atraen a los tipos más duros e intrépidos del mundo.
La Leadville Trail 100 equivale a cerca de cuatro maratones enteras, la mitad del recorrido realizado a oscuras, con dos ascensos de ochocientos metros justo en el medio. La línea de salida de Leadville se encuentra al doble de la altitud en la que los aviones presurizan sus cabinas, y a partir de ahí todo es cuesta arriba. [...] Es el único fin de semana en que los hoteles y la sala de urgencias están llenos a la vez.
***
Ken había oído hablar de un tipo en California, un pelucón de la montaña llamado Gordy Ainsleigh, al que una yegua se le quedó coja justo antes de la mayor competición mundial de resistencia para caballos, la Western States Trail Ride. Gordy decidió correr de todas formas. Se presentó en la línea de salida con zapatillas de correr y preparado para correr a pie cien millas a través de la Sierra Nevada. Bebió agua de los arroyos, los veterinarios de las paradas médicas le midieron las constantes vitales y superó la marca de veinticuatro horas por diecisiete minutos. Como era de suponer, Gordy no era el único lunático de California, así que al año siguiente otro corredor se sumó a la carrera de caballos... y otro más el año siguiente... y otro más el siguiente... hasta que, en 1977, los caballos fueron desplazados y la Western States se convirtió en la primera carrera de cien millas a pie del mundo.
Película sobre la Western States 100 de 2010, en la que se enfrentaron cuatro ases del ultra trail –Anton Krupicka, Kilian Jornet, Hal Koerner y Geoff Roes– en la ruta que seguían los caballos que llevaban el correo postal desde el lago Tahoe a Auburn.
McDougall nos habla del fugaz paso de los tarahumaras por la escena de las ultramaratones estadounidenses, y de cómo las historias acerca de sus victorias en Leadville se extendieron por el país.
«Parecían moverse con el terreno –dijo un espectador sobrecogido–. De la misma manera que el viento o la niebla se mueve a través de las montañas».
Y junto a los grandes corredores tarahumaras –Arnulfo y Pedro Quimare, Avelado, Silvino, Manuel Lara, Manuel Luna, Victoriano Churro, Cerrildo Chacarito, Felipe Torres, Martimano Cervantes, Juan Herrera, Sebastiano y Herbolisto–, aparecen nombres claves del ultratrail –como Ann Trason, Scott Jurek, Jenn Shelton, Billy Barnett, Ted Descalzo, Eric Orton, Karl Meltzer, Catra Corbett, Lisa Smith-Batchen, Tony Krupicka o los hermanos Eric y Kyle Skaggs–, junto a figuras clásicas del atletismo –como Roger Bannister, Zatopek, Ron Clarke, Steve Prefontaine, Frank Shorter, Bill Rodgers, Alberto Salazar, Haile Gebrselassie, Khalid Khannouchi, Paula Radcliffe, Deena Kastor o Alan Webb– y entrenadores de la talla de Arthur Lydiard, Joe Vigil o Vin Lananna.
Scott Jurek corriendo con Arnulfo Quimare en las Barrancas del Cobre (México) Fotografia: Luis Escobar
Durante algunos capítulos, McDougall se olvida de Caballo Blanco para analizar esa obra de ingeniería que es el pie humano. Ahora sé de dónde surgió esa «moda» de correr descalzo, en chancletas o con zapatillas minimalistas, frente a las zapatillas tradicionales con mayor amortiguación, y toda esa controversia que aún nos acompaña. Por cierto, he de anotar que cada vez que Christopher mencionaba la «fascitis plantar», un escalofrío me recorría la espalda. Y es que fueron siete años y medio los que pasé sin poder correr por esa dolencia. Y aún hoy, cuando llevo corriendo desde el desconfinamiento, no hay día que corra sin temor a sentir el fatídico pinchazo.
Una vez que la fascitis plantar le clava los colmillos a uno (...), corre el riesgo de quedar infectado de por vida. Basta echar un vistazo por cualquier foro de corredores en Internet para encontrar, con toda seguridad, un buen puñado de mensajes de aquejados por la FP rogando por una cura. Todo el mundo sugiere rápidamente los mismos remedios –tablillas nocturnas, medias elásticas, ultrasonido, electroshock, cortisona, plantillas ortopédicas– pero los mensajes pidiendo ayuda siguen aumentando porque parece que ninguno de esos remedios funciona realmente.
El texto incluye además un curioso e interesante ensayo sobre la teoría del Hombre Corredor y la caza por persistencia, que nos lleva a descubrir que, como dice el título, todos hemos nacido para correr. Y, por supuesto, nos desvela los enigmas que rodean la figura de Caballo Blanco: ¿quién es y por qué y cómo llegó hasta allí?
Micah True, nacido Michael Hickman, y conocido como Caballo Blanco Fotografía: Billy Cody (via Mike Havenar) / The New York Times
P.D.: Esta entrada está dedicada a Micah True, Caballo Blanco, que falleció el 27 de marzo de 2012. Su legado, en forma de carrera (la Ultramaratón Caballo Blanco), continúa. Y la película documental Run Free, dirigida por Sterling Noren, recoge su historia.
Cartel Run Free, de Sterling Noren
Y por si se quedaron enganchados al tema, les dejo Goshen, la película documental sobre los tarahumaras, producida y dirigida por Dana Richardson y Sarah Zentz.