domingo, 26 de enero de 2014

TRISTES CASUALIDADES

Christopher John Chataway (Londres, Reino Unido 1931-2014)


Me envía mi primo Sergio Camacho un correo que lleva por asunto "parece que está de moda todo lo referente al atletismo". Lo pincho y veo que no trae texto, tan sólo un enlace, una línea azul que me deja mudo y me provoca un escalofrío.
 Hace unos días, el 18 de enero más concretamente, al escribir mi post sobre Zátopek para mi blog Calle 1 (y para mi crítica literaria atlética en El loco que corre) puse dos fotografías de la final de los 5.000 metros de los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952. En la primera de ellas, coloreada, se veía a Emil Zátopek corriendo hacia la meta en la última curva antes de meta, seguido por el francés Alain Mimoun y el alemán Herbert Schade. Detrás de éste último se podía observar a otro corredor caído en el suelo. Como quiera que en la imagen no se veía bien a ese atleta, añadí otra en blanco y negro en la que se podía ver un mejor plano de la caída de ese atleta, que resultó ser el británico Chris Chataway, quien finalmente entró en quinta posición.

Emil Zátopek (oro), Alain Mimoun (plata) y Herbert Schade (bronce)
en la final de 5.000 metros de los Juego Olímpicos de Helsinki en 1952


La imagen anterior desde otra perspectiva, donde se aprecia la caída del inglés Chris Chataway tras pisar el bordillo de la cuerda (Al pasar mi post a la página de El loco que corre, Salvador Moreno eliminó esta foto, lo que supone otra de esas casualidades).

 Luego seguí escribiendo mi entrada lamentando la mala suerte del británico y pensando que tenía que ver el vídeo de aquella carrera para ver la secuencia completa y escribir algún post sobre la fatalidad del destino, el azar o la casualidad, entendiendo ésta como esa combinación de circunstancias imprevisibles e inevitables que a veces nos pasan la mano por el lomo o nos sacuden duro.






 Pues bien, el enlace que me envía mi primo es otra de esas casualidades:
www.diariosur.es/rc/20140125/sociedad/muere-christopher-chataway-201401231925.html

Chris Chataway disputando la prueba de la milla en 1952

 Sir Christopher John Chataway murió a los 82 años el pasado 19 de enero, al día siguiente de subir mi post con la imagen de su caída. Mi condolencia a la familia del que fue un gran atleta: Subcampeón de Europa de 5.000 metros en 1954 (tras el soviético Vladímir Kuts), batió el récord del mundo de la distancia dos semanas después con un crono de 13'51"6 y fue la segunda liebre de Roger Bannister en su famoso asalto a la barrera de los cuatro minutos en la milla.


Chris Chataway haciéndole de liebre a Roger Bannister en su récord de la milla 3'59"4, marca que lo convirtió en el primer hombre en la historia en bajar de los 4 minutos en la milla.
(6 de mayo de 1954, pista de Iffley Road en Oxford)

 Por lo demás, les remito al artículo de Álvaro Soto para el diariosur.es y al de Carlos Arribas para el diario El País que he encontrado curioseando en internet, 
"elpais.com/deportes/2014/01/24/actualidad/1390518192_941993.html"
y le agradezco a Sergio los servicios prestados.
 Un abrazo para él y otro para Chataway donde quiera que ahora esté.

sábado, 18 de enero de 2014

CORRER, EL LIBRO ACERCA DE ZÁTOPEK



En las pocas semanas de vida que tiene este blog ya ha salido a relucir varias veces el apellido Zátopek, un apellido mítico, pues pertenece al único atleta del mundo capaz de ganar en unos mismos Juegos Olímpicos tres medallas de oro en las pruebas de fondo; una gesta que el corredor checoslovaco Emil Zátopek (1922-2000) consiguió en la Olimpiada de Helsinki de 1952, cuando en diez días consiguió ganar los 5.000 metros, los 10.000 y la maratón.

 A mí Emil Zátopek me acompañó en muchas tardes de entrenamientos extenuantes, en intervals infinitos que el checo había llevado hasta límites exagerados. Así que, para darme ánimos, me acordaba de él cada vez que tenía que hacer un interval training de 200 o 400 metros. Si Emil hacía 40 o 70 repeticiones, cómo no iba a acabar yo mis entrenamientos. Recuerdo, hablando de intervals de 400, que una tarde, cuando estudiaba y entrenaba en Granada, el amigo Miguel Leiva se pasó un buen rato cronometrándome el entrenamiento para comprobar que, efectivamente, no iba de farol y era capaz de hacer 20x400 a 1'02" recuperando 1'30". Y lo que son las cosas, movido por este recuerdo me he tomado la molestia de buscar en las agendas de aquellos años hasta dar con aquel día, y he descubierto algo que me ha dejado, ahora que escribo sobre Zátopek, con la boca abierta:

 5 de febrero de 1987
[...] y después, a las siete, me fui a entrenar: los 20 cuatrocientos. Leiva se puso conmigo y tan sólo aguantó 10. Yo las hice con clavos, todas a 1'02" menos varias a 1'03". Aquí dicen que estoy "corgao", que eso es lo que hacía Zátopek. Ya quisieran ellos llegar a ser 1/4 parte de lo que fue Zátopek, La locomotora humana.


 Si el fartlek (la carrera continua por la naturaleza con cambios de ritmo) fue el "sistema panacéa" para los finlandeses, Zátopek abrazó el interval training: dividir una distancia en otras más pequeñas para correrlas a más velocidad, con una pequeña recuperación entre ellas que Emil hacía corriendo a menor velocidad. Quizás eso fue lo que lo convirtió en plusmarquista en aquella época. Ese correr sin parar, agónico, que no se centraba en la técnica ni en el estilo, sino en sus ansias de correr más rápido que nadie.


Emil Zátopek, en una fotografía de 1954. Foto: Keystone / Getty Images

 A finales de 2010, el escritor francés Jean Echenoz publicó Correr, un libro sobre Zátopek que fue muy recomendado por los libreros y los críticos literarios (Babelia la eligió como una de las mejores novelas de 2010).




            




 De Echenoz yo había leído Me voy, obra con la que obtuvo el Premio Goncourt en 1999, una novela corta o nouvelle que dicen los franceses que me había gustado bastante. Quizás ese hecho, junto a tantas recomendaciones, ha jugado en su contra a la hora de enfrentarme estos días a Correr, pues las expectativas que tenía eran demasiado altas.
 Echenoz no corre, y eso es algo que notamos los que lo hacemos habitualmente. Y luego está el estilo que ha elegido para narrarnos la vida de Zátopek, como si fuese un notario el que apuntase la crónica deportiva del atleta, lejano a sus sentimientos, a sus pensamientos e ideas.
 A pesar de esa pequeña decepción, ésta es una novela que debemos leer todos aquellos lectores a los que nos gusta calzarnos las zapatillas de correr, entre otras cosas porque creo que los que amamos este bello deporte estamos necesitados de novelas que hablen de él. Hay mucha narrativa ambientada en el mundo del fútbol o del boxeo, pero muy poca en el del atletismo.


Zapatilla adidas de Emil Zatopek. Fotografía: Zac Allan

 La novela arranca cuando Emil tiene 17 años y los alemanes acaban de invadir Moravia (Bohemia) y Checoslovaquia. Por entonces Emil trabaja en la fábrica de calzado Bata, un Emil al que le horroriza el deporte: primero las carreras del circuito de Zlin que organiza la fábrica para publicitar sus zapatillas y luego las exhibiciones atléticas que organizan los alemanes para los jóvenes con carácter obligatorio.
"La primera carrera en la que participa Emil es un cross-country de nueve kilómetros montado por la Wehrmacht en Brno y que enfrentará a una selección alemana atlética, espigada, arrogante, impecablemente equipada, todos igualitos a lo übermensch, con una cuadrilla de famélicos y astrosos checos, jóvenes campesinos, montaraces con calzón largo o dudosos futbolistas amateurs mal afeitados. Emil no participa de buen grado en esa prueba pero es un muchacho concienzudo, se entrega y da de sí todo lo que puede. Comoquiera que acaba segundo, sin darse cuenta y no sin vivo despecho por parte de los arios, un entrenador del club local se interesa por él. Corres raro pero no corres nada mal, le dice. Lo cierto es que corres muy raro, insiste el entrenador con cara de incredulidad, pero, bueno, no corres mal. De ambas aserciones, Emil sólo escucha y oye distraídamente la segunda".
 Aún así, Emil no termina de cogerle el gusto a eso de correr hasta que un buen día sucede lo inesperado: empieza a gustarle correr; al principio por propio placer, luego por el gusto de medir sus fuerzas en la competición.
 Mientras los alemanes comienzan a sembrar el terror en el protectorado con su política de deportaciones y exterminio, Emil Zátopek, ya con 20 años, se vuelca en el atletismo. Además, Emil se obstina en no trabajar el estilo. A Emil no le importa correr raro, para él el estilo es una gilipollez. Puestos a correr lo que quiere es correr lo más rápido posible.
"De modo que se obstina en no trabajar más que la resistencia, como quienes preparan sólo los trayectos largos de fondo o de semifondo. Él, invirtiendo el sistema, se entrena cada vez más en la velocidad, en pequeñas distancias indefinidamente repetidas, gracias a lo cual comienza a experimentar claros progresos". 
 Emil descubre también a sus competidores el sprint final.
"Doscientos metros antes de la llegada, intensifica la velocidad, sabedor de que puede hacerlo pues se ha preparado para ello: gana.
 Por aquella época no se conoce el sprint final, los corredores procuran espaciar el esfuerzo, repartirlo a lo largo de una prueba. En su afán de escatimar fuerzas hasta el final, no se creen capaces y sobre todo no se atreven a reservar la velocidad para desplegarla en la última recta, para dar lo máximo de sí mismos al final de la carrera. De ahí la inmensa utilidad de entrenar también con pequeñas distancias: el sprint final, que acaba de inventar Emil".
 Cuando el frente de batalla avanza y llegan las sirenas y los bombardeos y el tableteo de las ametralladoras y con ello los rusos, los alemanes, entre refriegas, se apresuran a retirarse. Termina la guerra y Checoslovaquia recupera sus fronteras. El país reorganiza su ejército y Emil es llamado a filas. La vida militar le gusta más que la vida de peón en la fábrica de Bata.
"Y además puede seguir corriendo: como se han organizado campeonatos militares en la República liberada, los oficiales de estado mayor, que tienen puesto el ojo en el deporte, autorizan a Emil a presentarse. Éste establece tranquilamente dos nuevos récords y, a su regreso, es citado en el orden del día por haber representado con honor a su unidad. Lo cierto es que con el uniforme no todo va tan mal, así que Emil se plantea matricularse en la Academia donde se forma a los oficiales de carrera. Además, cualquier cosa antes de volver a trabajar en la empresa Bata".
 Estando en la Academia se enfrenta al sueco Sundin en su primera competición internacional y, aunque no consigue ganarle, bate el récord de Checoslovaquia de los dos mil metros. Luego mejora el de 3.000 llegando detrás del holandés Slijkhuis. El sueco y el holandés son corredores elegantes cuyo estilo contrasta con el de Zátopek.
"Hay corredores que parecen volar, otros bailar, otros desfilar, otros parecen avanzar como sentados sobre las piernas. Algunos dan tan sólo la impresión de ir lo más rápido posible a donde acaban de llamarlos. Emil nada de eso. Emil parece que se encoja y desencoja como si cavara, como en trance. Lejos de los cánones académicos y de cualquier prurito de elegancia, Emil avanza de manera pesada, discontinua, torturada, a intermitencias. No oculta la violencia de su esfuerzo, que se trasluce en su rostro crispado, tetanizado, gesticulante, continuamente crispado por un rictus que resulta ingrato a la vista. Sus rasgos se distorsionan, como desgarrados por un horrible sufrimiento, la lengua fuera intermitentemente, como si tuviera un escorpión alojado en cada zapatilla de deporte. Está como ausente cuando corre, tremendamente ausente, tan concentrado que ni parece estar cuando está ahí más que nadie, y su cabeza, encogida entre los hombros, sobre el cuello siempre inclinado hacia el mismo lado, se balancea sin cesar, se bambolea y oscila de derecha a izquierda. 
 Puños cerrados, contorsionando caóticamente el tronco, Emil hace también todo tipo de cosas con los brazos. Cuando todo el mundo os dirá que se corre con los brazos. A fin de propulsar mejor el cuerpo, los miembros superiores deben utilizarse para aligerar las piernas de su propio peso: en las pruebas de fondo, el mínimo de movimientos con cabeza y brazos mejora el rendimiento. Pues Emil hace exactamente lo contrario, parece correr sin que le importen los brazos, cuya impulsión convulsiva arranca de demasiado arriba, describiendo curiosos desplazamientos, a ratos alzados o proyectados hacia atrás, colgando o abandonando a una absurda gesticulación, y sacude también los hombros levantando exageradamente los codos como si transportase una carga demasiado pesada. Mientras corre parece un boxeador luchando contra su sombra, por lo que todo su cuerpo se asemeja a un mecanismo descompuesto, dislocado, doloroso, salvo la armonía de sus piernas, que muerden y mastican la pista con voracidad". 
  En los primeros Campeonatos de Europa de posguerra, en Oslo, Emil queda quinto en los cinco mil metros, mejorando de nuevo el récord checoslovaco, y ya en los Juegos Olímpicos de Londres, en 1948, se gana el apodo de La Locomotora Humana al lograr en los diez mil metros la primera medalla de oro del atletismo checo y obtener una plata en los cinco mil.


Emil Zátopek en los 10.000 metros de los Juegos Olímpicos de Londres en 1948
Emil ganaría el oro y el francés Alain Mimoun la plata

 Luego llegará el récord del mundo de los diez mil y el ascenso a capitán, pero con ello comienzan los problemas.
"Se reúnen los altos mandos. Todos convienen en que Emil, cómo no, es un fenómeno del socialismo real. Pero por eso mismo es preferible guardárselo, economizarlo y no enviarlo demasiado al extranjero. Cuanto menos se lo vea, mejor. Porque sería una auténtica lástima que por una cabezonada, durante algunos de esos viajes, se pasara al otro bando, al inmundo bando de las fuerzas imperiales y del gran capital. Por consiguiente convocan a Emil, que acaba de ser invitado a participar en una prueba internacional de cinco mil metros en Los Ángeles. 
 Camarada, le dicen, el comité militar ha decidido que, en lo sucesivo, no podrás participar en ninguna competición deportiva sin previa autorización. Conforme, dice Emil, pero eso no cambia nada. Hasta ahora se me han concedido esas autorizaciones. Pues ahí está, camarada, a partir de ahora ya no las recibirás. Puedes retirarte. Y el comité se descuelga con un comunicado en el que anuncia dicha medida, alegando que las invitaciones demasiado numerosas a encuentros de escasa importancia apartan a Emil de sus deberes militares, impidiéndole proseguir su perfeccionamiento deportivo".
 Temen que en una de esas no regrese a Praga, que pida asilo político en uno de esos países capitalistas. En aras del partido se suceden las purgas como cuando estaban los alemanes. La única alegría del momento es su boda con Dana, futura campeona olímpica de Jabalina. 



 En el extranjero se preguntan qué habrá sido de Emil, si sigue entrenando, si estará lesionado o habrá dejado de correr. Emil les responde batiendo dos récords del mundo, el de los 20 kilómetros y el de la hora. Luego llegarán los Juegos de Helsinki, donde conseguirá lo que nadie ha vuelto a conseguir hasta la fecha, ganar las tres pruebas de fondo: el 5.000, el 10.000 y la maratón.

Emil Zátopek (oro) seguido por el francés Mimoun (plata) y el alemán Herbert Schade (bronce) 
Fotografía coloreada de la final de 5.000 metros de los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952

La imagen anterior desde otra perspectiva, donde se aprecia la caída del inglés Chris Chataway

 A la vuelta a Emil lo ascienden de capitán a comandante y se convierte "en el hombre de los ocho récords del mundo en distancias superiores a cinco mil metros: seis, diez y quince millas; diez, veinte, veinticinco y treinta kilómetros; por no hablar del récord de la hora". A ellos añadirá pronto un noveno, el de los cinco mil metros.
 Muere Stalin y el presidente checoslovaco Gottwald y en el país se producen minúsculos cambios. Lo dejan correr en Sao Paulo, donde gana, igual que en el Cross de L'Humanité (lo que ahora son los Campeonatos del Mundo de Cross). A partir de ahí empieza lentamente su declive, sus altibajos, las derrotas y la decisión de retirarse tras los Juegos de Melbourne, donde sólo disputará la maratón, quisiera hacerlo con un pódium pero sólo alcanza a ser sexto en una prueba que gana el francés Alain Mimoun, la sombra de Zátopek, pues había sido plata en los 10.000 metros de los juegos de Londres y en los 5.000 de los de Helsinki por detrás, en ambas ocasiones, del checo.
 Al volver de Australia, como premio al final de su carrera, lo ascienden a coronel y lo nombran director de deportes en el ministerio de defensa; aunque el punto final no lo pondrá hasta el Cross de San Sebastián, en Lasarte, donde Emil se planta definitivamente tras su victoria.


Emil Zátopek tirando del grupo en el Cross Internacional de San Sebastián, Lasarte 1958

 Zátopek sigue corriendo a diario, pero ya sólo lo hace para mantenerse en forma no para ganar ninguna carrera.
"Y como se entrena menos, le queda más tiempo para interesarse en lo que sucede en su país".
¿Qué pudo ocurrir en su país para que Emil fuese destituido de su cargo en el ministerio y se le enviase a barrer las calles de la capital?  Lean el libro y salgan de dudas, y, si quieren profundizar en lo que ocurrió en Checoslovaquia en 1968, lean también La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, una de mis novelas favoritas, llevada también al cine por Philip Kaufman con Daniel Day-Lewis, Juliette Binoche y Lena Olin en el papel de Tomás, Teresa y Sabina.


 


 Por último, quisiera recoger aquí una anécdota entrañable que leí en la página de la RFEA, y que muestra el gran corazón que siempre tuvo Emil Zátopek. El artículo, firmado por Miguel Villaseñor cuenta que Ron Clarke (Australia, 1937), un gran fondista que poseyó los récords del mundo de 5.000 y 10.000 metros pero que, por cosas del destino, nunca pudo ganar un oro olímpico, viajó después de los Juegos Olímpicos de México 1968 a Praga a ver a Zátopek, a quien admiraba mucho. Entabló con él amistad y cuando fue a abandonar la capital para volver a Australia, Zátopek fue a despedirlo al aeropuerto. Allí, en el último momento y de manera disimulada, le dio un pequeño paquete. "Clarke creyó que era algo de contrabando o quizá un mensaje que Emil quería comunicar al mundo exterior, dadas las circunstancias políticas. Al dárselo le había dicho "porque te lo mereces", frase que el australiano en ese momento no entendió. Ya en el avión abrió el paquete y con gran sorpresa vio que en él estaba la medalla de oro olímpica que Zátopek había ganado en los 10.000 metros de Helsinki en 1952. De esta manera se la regalaba. La admiración era, obviamente mutua. Ahora sí que su amigo Ron Clarke tenía su propia medalla de oro". 


Ron Clarke











Nota: Los párrafos de Correr, novela de Jean Echenoz, están extraídos de la edición española, publicada por Anagrama en septiembre de 2010, con traducción de Javier Albiñana.

martes, 7 de enero de 2014

EL EXPRESO DE LA UNIÓN



Obra de Lucía Rodríguez Vicario, óleo sobre tela 35x27, 2005
Colección particular de Juan Sarria Cuevas


Hubo un tiempo remoto en el que los corredores recibían un apodo: Paavo Nurmi era El Finlandés Volador por su zancada elegante y liviana, mientras que Emil Zátopek era La Locomotora Humana por ese ritmo asincopado que imponía, similar a las antiguas locomotoras que avanzaban a tirones. Normalmente, aquellos apodos los inventaban los periodistas que glosaban sus hazañas o el público que asistía a los estadios y a los campos, a esos circuitos cerrados que no conducían a ninguna parte más allá de la victoria o la derrota.

 En mi época de atleta eso de los apodos ya estaba en desuso. Lo mantenían los mayores pero, salvo excepciones como el Cabrilla o el Taca-Taca, no eran apodos relacionados con el atletismo sino que hacían referencia a la labor que desempeñaban en su vida diaria (el Carnicero, el Profesor, el Pescadero, el Ferralla, el Legionario...), al mote que arrastraban del pueblo (el Pan duro, el Guinda...) o al del capricho de los demás atletas (el Cigarrón, el Diablo, el Tejero, el Oxidado, el Olímpico, Muslo Pollo, Antonio el de Torremolinos, Miguel el viejo, el Canica, el Romano, el Sonrisas, el Cisne, el Cuqui...).
 A veces, el apodo también alcanzaba a algún entrenador, como al Petete, por aquello del Libro gordo que todo lo sabe; pero a los nuevos simplemente nos despachaban añadiéndole el artículo determinado a nuestro nombre (por más que en el colegio nos hubiesen repetido aquello de que delante del nombre propio no se pone el artículo) o convirtiéndolo en un diminutivo.

 En casa, la familia me llama Peri desde siempre. Mi abuelo materno, que también se llamaba Pedro, decía que ese era un nombre muy serio para un niño pequeño y que mejor me decían Peri; así que los muy allegados o los que conocen a mi familia se dirigen a mí por Peri, aunque para el mundillo atlético yo era El Pedro o Pedrito.

 Me crié en calle La Unión, junto a las vías del tren, y de pequeño solía corretear con mi bicicleta entre los montículos de tierra y los matojos que había donde ahora se encuentra el campo de fútbol. También me encantaba jugar entre los mercancías y las pirámides de piedras sueltas que transportaban, así que el pitido de las locomotoras, el traqueteo de las ruedas de los vagones y el chirrido de los frenazos aún están en mi memoria; igual que la sensación que experimenté en la I "Maratón" C.C.D.R Renfe, cuando enfilé la calle La Unión en busca de la meta. Los vecinos se habían congregado en las aceras y muchos estaban asomados en los balcones, entre ellos mi madre que me jaleaba desde el balcón. Para el que no conozca la calle La Unión, les diré que es una de las más largas de Málaga, así que pueden imaginarse mi satisfacción cuando la recorrí entre los aplausos de mis vecinos, imaginando que algún día (yo tenía 16 años) se referirían a mí con el más bonito de los apodos: El Expreso de la Unión.

 Era julio de 1982, el año del Naranjito, y la prueba la organizaba el amigo Manolo Sarria y el Centro Cultural Deportivo y Recreativo de la RENFE. Aquella carrera popular por el barrio la ganó Juan Sarria Cuevas, seguido de Juan Jiménez García y Rafael Castillo.


Juan Sarria Cuevas en calle La Unión, a pocos metros de la casa de mis padres y de proclamarse vencedor de la I "Maratón" C.C.D.R Renfe, con su entrenador Miguel Ángel "Petete" animándole.

 Yo no recuerdo cómo quedé en la general, pero sí que fui el primero de mi categoría (Juvenil), por lo que recibí un trofeo de manos de Manolo Sarria (hermano de Juan Sarria), quien aún no se había hecho famoso como humorista con el Dúo Sacapuntas. 


Pedro Delgado Fernández, 1º Juvenil en la I Maratón C.C.D.R Renfe
Málaga, julio 1982

 Estas dos fotos son ya historia del atletismo malagueño, pues la prueba no volvió a realizarse más, dando paso, al año siguiente, a la I Media Maratón C.C.D.R Renfe, la cual salía de mi calle para ir hasta Campanillas por la Colonia Santa Inés y regresar al punto de partida por la carretera de Cártama, lo que me permitió sentir la misma emoción más veces. La carrera se realizó hasta 1989.

 En 1991, bajo el nombre de Media Maratón Ciudad de Málaga, Manolo Sarria retomó, con Málaga Sport, la organización de la prueba, pero con salida y llegada en la ciudad deportiva de Carranque. La carrera, que en 2014 hará su 24º edición, cambió a lo largo de los años su recorrido, incluso el lugar de salida y meta, pero lo que no cambió fue el buen hacer de sus organizadores que se han ganado a pulso el prestigio del que goza la prueba, y a los que les mando desde aquí un gran saludo.


P.D.: Acabo de acordarme de otro apodo lindo. El que tenía el amigo Espárraga: El Etíope Blanco.