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jueves, 2 de enero de 2025

LO IMPORTANTE NO ES GANAR EL PALIO, SINO CORRER CON DIGNIDAD


Palio de Siena, Italia
Fotografía: Amazon.com

Decía el poeta romano Marco Valerio Marcial que «la vida no consiste en vivir, sino en tener salud» (Non est vivere, sed valere vita est). Quizás por eso, conforme me hago cada vez más mayor, sólo le pido al nuevo año salud. Para mí y para los míos. Que no falte ningún miembro de la familia al terminar el año.

 Al igual que el acto de correr una prueba, los doce meses del calendario reproducen la vida entera a escala menor: el nacimiento, el desarrollo y la muerte al cabo de los 365 días para, afortunadamente para muchos, volver a empezar. Como es normal, este año tendremos momentos buenos y malos, pruebas que confrontar y obstáculos que superar antes de atravesar la línea de meta.

 «Para vivir bien cada individuo debe luchar por dar un sentido a su vida, por hacer que merezca ser vivida». A ello nos invitaba Nuccio Ordine (1958-2023) –escritor y profesor de literatura Italiana en la Universidad de Calabria y autor de libros como La utilidad de lo inútil, Clásicos para la vida o Los hombres no son islas– desde las páginas de El País Semanal en abril de 2022, en una reflexión filosófica sobre la calidad de vida. Pero no existe un modelo global que seguir, nos decía, aunque «a lo largo de los siglos, filósofos, artistas, escritores y científicos han intentado orientar su vida hacia objetivos que pudieran hacerla más digna».

 Hay en su artículo una interesantísima reflexión sobre el acto de participar en una carrera, que entronca con el tema de los dos capítulos finales del último libro que les reseñé: Correr es una filosofía. Por qué corremos (Duomo Ediciones), de la también italiana Gaia De Pascale.

 La hace al hablarnos del astrónomo y filósofo Giordano Bruno, que «dedicó extraordinarias reflexiones al tema de la dignidad de la vida, haciendo coincidir de forma ejemplar su existencia con el esfuerzo por buscar la verdad y la perfección».

Es este esfuerzo, independientemente del resultado, el que da auténtico sentido a nuestra existencia: incluso una derrota puede convertirse en gloriosa si nos hemos empeñado con todas nuestras fuerzas en el camino hacia la meta. Este es un nudo esencial que abarca muchas páginas de sus obras italianas y latinas.
 Y precisamente, en este contexto, Bruno se interroga sobre la actitud que se debe adoptar en la aventura del saber y en la de la vida. Así, en su primer diálogo italiano, La cena de las cenizas (1584), el filósofo indaga sobre las dificultades inherentes a toda empresa difícil. Las habilidades requeridas y las pruebas que pasar son muchas. Pero lo más importante no es tanto «ganar el palio», sino correr con dignidad: «Aunque no sea posible llegar al extremo de ganar el palio, corred sin embargo y haced todo lo que podáis en asunto de tanta importancia, resistiendo hasta el último aliento de vuestro espíritu (...) No solo merece honores el único individuo que ha ganado la carrera, sino también todos aquellos que han corrido tan excelsamente como para ser juzgados igualmente dignos y capaces de haberla ganado, aunque no hayan sido los vencedores». El elemento fundamental es la actitud, no el resultado. La victoria no depende solo de nosotros. Pero el fin de nuestra competición no es el palio. Lo que importa es la experiencia que realizamos al correr hacia la meta. De hecho, solo durante el viaje será posible enriquecerse, adquiriendo los conocimientos que nos harán seres humanos heroicos, seres humanos dignos, seres humanos capaces de luchar todos los días para ser mejores. Seres humanos capaces de transformar su filosofía en una forma de vida.
Carrera Palio de Siena, 16 de agosto de 2017
Fotografía: Gabriele Forti
 El Don Quijote de Cervantes podría ser considerado el héroe por excelencia que lucha por dar sentido a su vida. Contra la opinión de sus contemporáneos –convencidos «de que todos los libros de caballerías son falsos, mentirosos, dañadores e inútiles para la república» hasta el punto de echarlos a la hoguera sin piedad–, el valeroso hidalgo no duda en tomar el difícil camino de la caballería, inspirado por la gratitud, por la única necesidad de servir con entusiasmo a sus ideales. Cervantes, en definitiva, hace de la contradicción uno de los grandes temas de su novela: si las invectivas contra los libros de caballerías suenan como una incitación al desengaño, en el Quijote encontramos también la exaltación de la ilusión que, a través de la pasión por los ideales, logra dar sentido a la vida. La inutilidad y la gratitud de sus aventuras aún pueden dejar huella; revelan la necesidad de afrontar con valentía incluso las empresas destinadas al fracaso. Hay derrotas gloriosas de las que pueden surgir grandes cosas con el tiempo: «La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira, como el aceite sobre el agua».
 Y entre los objetivos más nobles que pueden dar sentido a nuestra vida está también el de cultivar la solidaridad humana. Auguste Comte escribió: «El deber y la felicidad consisten igualmente en vivir para los demás». Y la felicidad de vivir para los demás ha sido evocada varias veces en la literatura. Pienso en el Wilhelm Meister, de Goethe, o en Guerra y paz, de Tolstói, en sus profundas reflexiones sobre la alegría que genera su esfuerzo derramado para humanizar a la humanidad.
 Vivir bien, en definitiva, no consiste solo en cuidar nuestro cuerpo: no bastan los placeres que experimentamos con el deporte, la dieta mediterránea y los llamados «centros de bienestar». Y del mismo modo, para defendernos del riesgo de las enfermedades, no basta con seguir los preceptos de la industria médica, que a veces se convierten en obsesiones machaconas. Para el cuidado de uno mismo, también es necesario prestar atención a la salud mental y moral. Cultivar la salud física como un momento de recarga y luego retomar, en la vida cotidiana, los locos ritmos de producción basados en la rapidez y la acumulación de bienes materiales no solo es peligroso, sino también poco gratificante. Dejando de lado los estilos de vida ideales que nos ofrecen el consumismo desenfrenado y el neoliberalismo rapaz, deberíamos aprender a perder el tiempo, a dedicar nuestra atención a actividades que no tengan nada que ver con el lucro o con cualquier interés material. Aprender a apartar la mirada de nosotros mismos por un momento nos permitiría tomar conciencia de la progresiva destrucción del planeta y de las terribles desigualdades que están ensanchando el abismo entre unos pocos privilegiados y muchos sufridores.
 Leer un libro, escuchar música, visitar un museo, ver un atardecer no significa perder el tiempo, sino ganarlo para alimentar nuestro espíritu, cultivar nuestras relaciones humanas y dar dignidad a nuestra vida. Se trata de modelos alternativos, en clara oposición a las modas dominantes que empobrecen la idea del bien vivir. Modelos sobre los que los clásicos y el arte nos invitan a reflexionar. Vivir con dignidad no significa pensar solo en el estrecho perímetro de nuestros abyectos egoísmos. Porque, como recordaba también Albert Einstein en una declaración epigramática publicada en The New York Times, «solo una vida vivida para los demás es una vida que merece ser vivida».
Nuccio Ordine, El País Semanal nº 2.376

El escritor y profesor de Literatura Italiana Nuccio Ordine

 Si quieren acceder este 2025 a lo que el escritor italiano llama «esa vida que merece ser vivida», hagan caso a sus palabras.

domingo, 19 de noviembre de 2023

BREVIARIO DEL VIEJO CORREDOR


Breviario del viejo corredor, de Lluís Alabern
Siruela Biblioteca de Ensayo
Fotografía: Pedro Delgado

La primera vez que me presenté a las pruebas del INEF, que hacían media con la nota de selectividad, no conseguí entrar (lo logré al segundo intento). Había estado entrenando para un campeonato de España y apenas había tenido tiempo de prepararlas. A pesar de ello, no arrojé la toalla, y al año siguiente compaginé mis entrenamientos de atletismo con la preparación de las pruebas; con más rigor, sobre todo, los meses previos. Además, como plan B, me matriculé ese año (1985-86) en la Escuela de Arte de San Telmo y en un monográfico de dibujo en el que encajábamos estatuas helenísticas con carboncillo y lápiz de grafito en grandes pliegos de papel Ingres o en cartulinas de colores.

Dibujos de estatuas a lápiz y carboncillo, de Pedro Delgado
Taller monográfico de dibujo en la Escuela de Arte de Málaga (1985-1986)
Fotografía: Pedro Delgado

 Tenía claro que si, a la segunda, no entraba en el INEF, entraría en la facultad de Bellas Artes, que recién abría sus puertas también en Granada.

 Y es que, junto al atletismo, yo sentía desde mi época de escolar una gran pasión por el arte, que me llevó con 14 años a cursar un año de estudio de dibujo en la Escuela de Arte, ubicada por entonces en la plaza de la Constitución, donde se encuentra ahora el Ateneo. Allí, en la misma sala donde impartió docencia el padre de Picasso, me daba clases Don Luis, un señor mayor y entrañable del que guardo un grato recuerdo. El otro profesor era Don Mariano, un hombre pelirrojo más joven que el anterior, con el que aprendían dos vecinos de mi mismo barrio (uno de ellos, José Ruiz Blanco, llegaría a ser un excelente pintor realista). Ellos ya llevaban allí algún que otro curso, y dibujaban con increíble facilidad y suma pericia las estatuas de escayola que adornaban la sala. Yo tuve que conformarme con empezar por los moldes de las figuras geométricas, las hojas de plantas, los ramilletes de cerezas y los detalles de la cabeza: un ojo, una oreja, una nariz..., cosas que luego también haría, pero en barro, en la asignatura de modelado en San Telmo.

Dibujos a carboncillo de Pedro Delgado
Antigua Escuela de Arte de Málaga, curso 1980-1981
Fotografía: Pedro Delgado

Trabajos de modelado de Pedro Delgado
Escuela de Arte de San Telmo de Málaga, curso 1985-1986
Fotografía: Pedro Delgado

 Aquellos estudios los dejé al año siguiente para matricularme de Inglés en la Escuela de Idiomas, pues en el instituto siempre arrastraba esa asignatura, junto a las Matemáticas, de un curso para otro. Aunque al inicio empecé estudiando (aquellos famosos Do you / Would you like a cup of coffe? y Where's the Kent Road?) y aprobando los exámenes, luego, concentrado en el arreón final del bachillerato, descuidé aquel libro de inglés de tapas rojas (¿dónde andará?) y suspendí.

 Lamentablemente, no volví a mis clases de dibujo, aunque siempre mantuve la afición a través de libros, fascículos y probaturas por mi cuenta con lápices de colores, grafitos, ceras y acuarelas.

Estación de mercancías en el puerto, acuarela de Pedro Delgado (1986)
Fotografía: Pedro Delgado

 Tras las pruebas de acceso a la universidad del año 1986, me encontré con que había conseguido entrar en el INEF y en Bellas Artes, y que en cuestión de días debía decidir con qué carta quedarme. En un primer momento, mi reacción fue optar por las dos: matricularme de todas las asignaturas del INEF y de una o dos de Bellas Artes, pero eso no era posible: debías matricularte de todas las asignaturas y en clase era obligatoria la presencialidad. Yo ya era muy conocido en Málaga en el mundo del atletismo, e intuía que me resultaría más fácil encontrar un trabajo relacionado con el deporte al terminar mis estudios. Además, pensaba que aquella carrera me iba a permitir compaginar mejor los estudios con los entrenamientos. Así que, con todo el dolor de mi corazón, tuve que despedirme de mis estudios de Bellas Artes, del sueño adolescente de ser uno de esos pintores bohemios de Montmartre. Por supuesto, guardo aquella carta de admisión con cariño, sabedor de que mi vida seguramente habría sido otra muy distinta de haber tomado aquel camino.

 Estudié la carrera de Educación Física en el INEF, aprobé mis oposiciones, seguí corriendo y no volví a dibujar ni a pintar nada. Y si lo hice años más tarde, fue a través de Lucía, viendo en ella, en sus bodegones y sus cuadros de temática marroquí y en sus escenas de Nueva York, una proyección del pintor que me hubiera gustado ser.

Óleos de Lucía Rodríguez Vicario
http://luciarodriguezvicario.blogspot.com/p/obra-grafica.html

 Y por qué les hablo de todo esto, se preguntarán ustedes, si voy a reseñarles un libro, un librito por sus reducidas dimensiones, que lleva por título Breviario del viejo corredor.

 Pues porque su autor, Lluís Alabern (Barcelona, 1968), se ha pasado toda la vida compaginando esas dos pasiones: dibujar y correr.

Siempre quise una vida desmesurada, bohemia, artística, hedonista. una vida comprometida con mi tiempo, con los paisajes, una vida, también, heróica.
 Empecé a correr a los trece años en las pistas universitarias de Ciudad Central. Todos los niños corren y dibujan, quieren ser exploradores, aventureros, pero en la adolescencia muchos paran. Yo no paré. Ya he cumplido los sesenta, sigo corriendo, dibujando, aún sin rumbo, motivado por la aventura, pero sin horizontes. No tengo una vida desmesurada, pero sí comprometida con los montes, campiñas, bosques, acantilados y mares.
 Mi cuerpo ha cambiado. Quiero seguir corriendo. Conozco a unos cuantos corredores ancianos, maestros de la prudencia, el esfuerzo y la gestión del dolor. Casi todos corrían cuando eran jóvenes y siguen haciéndolo a edades en las que no es fácil encontrar motivación. Ancianos de cuerpo nervudo que aman zambullirse en un río helado, pedalear por senderos y carreteras secundarias, correr casi a diario por caminos de grava, subir montañas.

 Pero ojo, como ya nos advierte LLuís Alabern en la introducción, no busquen en este libro una guía con métodos, consejos y preceptos para alcanzar meta alguna.

 [...] no habla tampoco de técnicas ni de equipamientos ni de fisioterapias.

 No. Lluís nos habla aquí del correr como identidad, como refugio, como acto sagrado, como parte de la historia. Lo que encontrará aquí el lector serán «fragmentos hilvanados, reflexiones de un viejo corredor en las que se mezcla el correr con el dibujar y la orografía con la vida».

 Puedes imaginar una línea de puntos cada vez que encuentres el verbo correr. Puedes imaginar, entonces, que escribes sobre esa línea la palabra dibujar. Puedes hacer el ejercicio inverso. Correr y dibujar han devenido, con el paso de los años, dos de mis actividades nucleares.

 Porque como yo, como tantos otros niños, Lluís empezó a dibujar casi al mismo tiempo que a correr; aunque al contrario que muchos de nosotros, él no ha dejado de dibujar. Y es por eso que en esta epístola en forma de breviario abundan las referencias al arte, y nombres como Àngel Jové, Milton Glaser, John Ruskin, Jan Fabre, Ana Mendieta, Zong Bing, Fa Kuan, Ma Yuan, Xia Gui, Félicien Rops, Ricard Opisso, Caspar David Friedrich o Rockwell Kent salpican sus páginas. Y junto a ellos, grandes naturalistas o viajeros de la talla de Thoreau, Gary Snyder, Vladímir Arséniev, Tim Ingold, Robert Macfarlane, Sylvain Tesson, Claudio Magris, Werner Herzog o Bruce Chatwin.

 Hablamos, poeta anciano, de un hombre que rompe con el orden natural que lo empuja a la pereza. Thoreau, en su tratado Caminar (1861), comenta: «A medida que el hombre envejece aumenta su disposición para la inmovilidad y las ocupaciones caseras». El corredor de caminos anciano rompe con ese postulado tan humano, vuelve al estado salvaje que lo obliga a estar siempre alerta, siempre moviéndose. Se adentra en el camino que no conoce para llegar al lugar desconocido. «Cuando quiero relajarme, busco el bosque más oscuro, o el pantano que, a ojos de mis conciudadanos, resulta más impenetrable y lúgubre. Camino por allí como por un lugar sagrado, un sanctasanctórum. «Allí está la fuerza, la médula de la naturaleza», concluye Thoreau.
 Trotar adentrándose en el bosque pone en funcionamiento los resortes de la atención. Nos conecta de nuevo con la naturaleza. Solo si dibujamos sin rumbo, solo si nos adentramos en la densa vegetación de lo desconocido, el dibujo nos llevará a un nuevo sitio. «Vivir es dejar que las cosas pasen», comentaba el artista catalán Àngel Jové hace bastantes años a propósito de una exposición en el Centre d'Art Santa Monica (La Vanguardia, 1 de febrero de 1991). Esa frase le ha venido muy bien a mi cotidianidad no pocas veces. Se ha convertido en un catalizador que cultivo. Se trata, pasados los sesenta todavía me lo recuerdo a menudo, en efecto, de dejar que las cosas pasen. Olvidar este axioma se convierte en el germen de la angustia. No hay nada que buscar. Nada hay que forzar en el camino. Se trata de permitir que las cosas pasen. Hay que observar con detalle. Condescender con la naturaleza para que sea salvaje, pues, como escribió Thoreau, solo nos renueva la presencia de la naturaleza no sometida al hombre: «La vida coincide con lo salvaje. Lo más vivo es lo más salvaje».

 Lluís Alabern comenzó a correr en competiciones escolares a los trece años, en la prueba reina del atletismo, los 1.500 metros, y lo hizo de la mano de Luis Miguel Landa, el que fuera campeón de España de maratón en el año 1973.

 A los treces años, corría en las pistas universitarias, competía. Modulaba a lo largo de 1.500 metros los límites, las fuerzas. Aprendí a correr forzando, a esprintar antes que mis compañeros de carrera, a hipertrofiar las zancadas, para ganar.
***
 Mi entrenador, en el colegio de la infancia, fue el atleta Luis Miguel Landa. Un hombre serio que me instó a correr medias distancias y me enseñó a gestionar el dolor y a aprovechar el extraño recurso, para un niño de trece años, del esprint para ganar. Salvo en aquellas competiciones de atletismo escolar, nunca más he vuelto a utilizar el esprint para ganar. Aprendí que, cuando parece que ya no quedan fuerzas, el cuerpo, inyectado de adrenalina, encuentra potencias inesperadas. Me prohibió fumar y fue el primero que señaló el correr como algo natural, algo intrínseco a la actividad humana.

Lluís Alabern con catorce años, cuando quería arañar segundos al crono
Fotografía: Archivo personal de Lluís Alabern (Polaroid de 1982)

 Aquel mundillo quedó atrás, pero Lluís siempre siguió corriendo, trotando por los alrededores de su hogar o por los lugares a los que viajaba. También por el Montseny o la Costa Brava cuando descubrió el placer de correr por la naturaleza. En el año 2012, lejos de la forma y del tipo que tenía cuando corría de adolescente en las pistas universitarias de la Ciudad Central, quiso poner a prueba sus límites y se inscribió en algunas carreras de montaña, participando, entre otras competiciones, en varias ediciones de la Trail Sant Esteve y de la Marató del Montseny.

Lluís Alabern con M. (Marató del Montseny 2012)
Fotografía: Archivo personal de Lluís Alabern

Lluís Alabern en la Trail Sant Esteve 2013
Fotografía: Carmen de Tena

Lluís Alabern en su última competición (Marató del Montseny 2015)
Fotografía: Archivo personal de Lluís Alabern

 Sin embargo, después de su última maratón alpina, la edición de 2015 del Montseny, Lluís Alabern decidió dejar de competir.

 Ahora corre por correr. Sigue haciéndolo por la naturaleza, pero lo hace sin dorsales, sin cronómetros ni entrenamientos. Corre despacio, cada vez más despacio, «como un topógrafo que utilizara sus pies para acotar los montes». A veces duda de por qué lo hace, si por el disfrute del paisaje, porque cuando corre todo es instante y sólo hay el aquí y el ahora, o por vaya usted a saber.

No sé por qué corremos y dibujamos. Poco importa a estas alturas. Sé que seguiremos haciéndolo, y eso me basta.

 Si sus carreras alpinas me traen a la mente mi participación en la maratón del Aneto*, sus dudas me recuerdan la entrada que escribí en mi blog al respecto: ¿Por qué seguimos corriendo?**

Pedro Delgado Fernández
Mini Maratón Peña el Bastón, 28 de marzo de 1981

**https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2016/05/por-que-seguimos-corriendo_26.html

Pedro Delgado en la cumbre del Aneto
Nike Aneto X - Treme Marathon 1999

*https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2016/03/de-ultra-trails-maratones-alpinas-y.html

 Lluís Alabern nos habla de muchos cosas en su breviario. Entre ellas, de la disposición innata del hombre para correr largas distancias, herencia de nuestros ancestros cazadores; de escuchar a nuestro cuerpo y no sobrepasarnos; del anciano corredor Pep de les Aigües, anarquista y pacifista; del campeón del mundo de ultramaratón (a los cincuenta y ocho años) Marco Olmo; de Murakami y Christopher McDougall; de la leyenda de la bella Pirene y la creación de los Pirineos; del camino de Ronda de la Costa Brava; de la momia Ötzi, «el hombre de los hielos», que hallaron unos alpinistas en los Alpes suizos; y, poniéndonos un nudo en la garganta, de José, su abuelo de los veranos montañeses.

En la posguerra, el que vivía en la montaña era sospechoso. Topo, maqui, contrabandista, brujo, lobo, cuélebre, terrorista. Todo eso es el montañés. Pesa en Asturias la revuelta del 34. No la olvidan los Nacionales. Hay que expurgar cerros, andanadas, cada cueva, los bosques y sus musgos. Se persigue a todos. Primero se sacude y luego se pregunta, y, como alguien rechiste, se le descerraja un tiro en el rostro y se le quema la casa. Atan a José al parachoques del Land Rover y lo arrastran varios kilómetros por los pedregales que unen los pastos superiores con el pueblo. Se lo llevan a una celda y lo hostian hasta aplastarle el carácter tosco que tiene. José no es nadie, se han equivocado, no esconde nada, lleva un jornal a su familia, solo es un minero curtido que camina muchos kilómetros todos los días para cuidar los rebaños de los pastos superiores cuando sale de la mina. José jamás perdonará. No podrá perdonar nunca a nadie con uniforme.

Mi gato Tom, acuarela de Lluís Alabern
https://performanceconpdeperdedor.blogspot.com/2012/03/tom-nuestro-gato

 Lluís Alabern trabajaba en los años ochenta como delineante mientras estudiaba arquitectura. Más tarde estudió arte, y al acabar la carrera comenzó a trabajar como técnico en varios museos. Actualmente es jefe de Museografía del Museu Nacional d'Art de Catalunya.

Lluís Alabern (Barcelona, 1968)
Fotografía: Archivo personal de Lluís Alabern, 2013

 Y como ven en la fotografía, le gusta el arte de la performance.

«¿Hay algo más bello que saber que nadie puede poseerte? Por eso el arte de la performance es un medio tan importante. Pone en cuestión la esencia del arte. Y conforma al artista con sus propios límites físicos y mentales», escribe el artista y dramaturgo Jan Fabre en sus diarios. Correr, viejo corredor, es una forma de ser libre. Cuántas veces habré roto las cadenas de la cotidianidad calzándome unas zapatillas y saliendo a los montes.
 Cuando estudiaba en la Facultad de Arte, me preguntaba a menudo, cómo hacer arte sin apenas arte, un arte vacío, limpio y preciso, directo, libre, un arte transparente para un mundo lleno de ruido. Corría y dibujaba por aquel entonces, pero no era consciente de que ahí, justo ahí, se encontraba todo el arte del que yo era capaz. Buscaba un arte de actitud, un arte donde verter ideas más allá de las formas. Tardé años en descubrir los vacíos del correr en los grandes espacios en blanco del papel, un lugar en el que ser, un espacio de libertad. Corredor anciano, más allá de los sesenta años, eso es todo a lo que aspiro: al silencio del trote, a los espacios en blanco.

Moleskine de Lluís Alabern, 2009 (con Christiaan Barnard)
Fotografía: Archivo personal de Lluís Alabern

 «A quienes tienen la suerte de librarse de morir jóvenes se les privilegia con el preciado derecho de ir envejeciendo. Les aguarda el honor de su progresiva decadencia física», dice Murakami. A esos corredores viejos, va dedicado este libro.

 Un día llegará en el que los pies no puedan correr. Un día, muy lejano, confío, quizás las manos ya no sirvan para dibujar. Viejo trota caminos, no desfallezcas. Correr y dibujar son actividades mentales. Mientras queden sentidos con los que sentir, mientras huelas el humus de los bosques, recuerdes las curvas de nivel, sientas el viento azotar el rostro, puedas rememorar el rumor del lápiz sobre la fibra de papel, la poesía será posible.
***
 Ahora sé, anciano corredor, que dibujo montañas por la añoranza que sentiré el día que no pueda correr por ellas.

 Correr, como viajar, tiene que ver con la muerte. «Sólo la muerte frena el trote. Pero ahí donde se para en seco el trotar, empiezan las zancadas de los siguientes».

Breviario del viejo corredor, de Lluís Alabern (Siruela)
Fotografía: Pedro Delgado 

Nota: Les invito a visitar mi otro blog, Carta desde el Toubkal, para conocer otros aspectos de este ensayo, en un artículo que lleva por título Viajar tiene que ver con la muerte.

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2023/11/viajar-tiene-que-ver-con-la-muerte.html


domingo, 8 de marzo de 2020

CHICAS QUE CORREN


La Chica de Jersey
Fotografía: Pedro Delgado

Todas las mañanas, camino del trabajo o de vuelta a casa, me cruzo con chicas que corren por las aceras; también cuando voy a hacer algún recado por el barrio o mientras espero al autobús nº 8 en la parada para bajar al centro. Y al verlas, me acuerdo de la Chica de Jersey de Garriga Vela. El texto salió publicado el 5 de octubre del año pasado, en su sección Cruce de vías del diario Sur.

CHICA DE JERSEY

Por José Antonio Garriga Vela

La chica del cuarto izquierda sale todas las mañanas a correr. El vecino del segundo la ve salir del portal y le grita que no corra tanto, que está muy delgada, que coma más, que hay que meterle gasolina al cuerpo; pero cuando termina de soltar la retahíla de consejos ella se encuentra demasiado lejos para escucharlo. Yo los observo desde el tercero. Abajo en la calle hay un hombre de alrededor de cincuenta años que toca la guitarra y canta 'Jersey Girl' con la misma voz desgarrada de Tom Waits. El traumatólogo que tiene la consulta en el primero, se asoma a la ventana y le grita que se vaya con la música a otra parte, que él está trabajando. Lleva una bata blanca que certifica sus palabras. El hombre de la calle recoge sus cosas y se aleja murmurando. El cartero entra en el portal con un fajo de sobres y postales. Nada para mí, supongo; sólo me llegan facturas. Un día abrí el buzón y encontré una postal de Niza. Me emocionó leerla, aunque no fuera para mí. Al día siguiente deposité aquel mensaje de amor en el buzón del auténtico destinatario. Desde entonces, cuando nos cruzamos por la escalera tengo la sensación de conocer algo íntimo que él guarda en secreto.
 Sigo asomado al balcón como si estuviera esperando una visita que se retrasa. Pienso en las postales, recortes de periódico y fotografías, que guardo en una caja de madera en el altillo del armario. Retazos de un tiempo pasado. A veces tengo la intención de enseñarlo, pero me da pereza sacar la escalera. Un día, hace años, le oí hacer este mismo comentario a Lauren Bacall. Ella hablaba de que ya no podía subir la escalera, curiosamente guardaba el pasado en el mismo sitio que yo. Hay que tomarse una molestia incluso para revisar las fotos de toda una vida. No sé lo que produce mayor cansancio, si sacar la escalera o abrir la caja de los recuerdos. Dicen que los recuerdos nos hacen viejos, que hay que mirar al presente y al futuro. Yo me obstino en volver hacia atrás en el tiempo y recuperar la memoria.
 Vuelve la Chica de Jersey, acabo de rebautizarla, hasta hoy era la chica del cuarto izquierda. Su pecho sube y baja como una delicada bomba de oxígeno. Al entrar en el portal da la sensación de cruzar la línea de meta. La oigo subir la escalera corriendo hacia su casa. Pasa delante de mi puerta como una cometa. Luego oigo sus pisadas, los mismos sonidos de cada día. No sé si hará caso al vecino del segundo y repostará gasolina. Veo a una mujer salir a la calle cojeando. Sin duda es una paciente del traumatólogo. La cruz de la moneda, la cara es la Chica de Jersey.

 Como siempre, el texto va acompañado de una ilustración del Sr. García. En esta ocasión un collage protagonizado por Lauren Bacall.

Ilustración: Sr. García (Cruce de vías (diario Sur))

Pueden ver el artículo original en el siguiente enlace:

jueves, 26 de mayo de 2016

¿POR QUÉ SEGUIMOS CORRIENDO?

Pedro Delgado Fernández
Mini Maratón Peña el Bastón, 28 de marzo de 1981

A menudo ocurre que uno está leyendo un libro y de pronto se ve cambiando mentalmente algunas palabras por otras, de forma que extrapolamos esos párrafos a nuestra propia realidad; como si  el autor, sin saberlo, hubiese escrito ese texto para nosotros. No hace mucho, el periodista que entrevistaba a Rafael Morales en el diario Sur se sorprendía de que éste todavía siguiese corriendo tantos años después de su retirada, y el propio Francisco Sánchez Vargas me decía en una de esas tardes interminables en la pista cubierta de Antequera, esperando a que nuestros hijos compitieran, que todavía hay gente que le pregunta cómo tiene ganas de correr con todo lo que ha corrido ya. Si ustedes le cambian un par de palabras (atleta por alpinista, montaña por atletismo y corriendo por escalando) al párrafo siguiente, tendrán la respuesta de por qué Rafael Morales, Paco Sánchez Vargas, Francisco Espejo, Juan Sarria Cuevas o yo mismo seguimos calzándonos las zapatillas tantísimos años después; aunque en mi caso, como en el de Espejo y Sarria las lesiones no nos permitan hacerlo con la frecuencia que quisiéramos.
De su seriedad, como hombre y como alpinista nos queda una brillante prueba. Mientras la mayoría de los alpinistas de sexto grado* abandonan la montaña cuando ya no están en la flor de la juventud, cuando ya no les es posible mantenerse al máximo nivel -como si su pasión se hubiera alimentado casi exclusivamente de la ambición-, Tissi continuó escalando todos los veranos. Cierto que ya no se dedicaba al sexto grado: se conformaba con el quinto o con el cuarto, y no desdeñaba el tercero. Más que la gloria y el goce de las glamurosas conquistas -ese es el hecho- él amaba, sobre todo, la montaña.
*el grado sexto significa que la subida es la más tremenda de todas, en el último confín de las posibilidades humanas.

 Es un hecho probado que para los que hemos corrido toda la vida, echar a correr es algo tan necesario como el aire, un gozo absoluto del que no podemos y no queremos prescindir, una historia de amor como esa de los alpinistas con las cumbres que nos cuenta Dino Buzzati en Los indómitos de la montaña (Gallo Nero Ediciones). El otro día escribí una crítica literaria sobre esta recopilación de artículos y relatos alpinos en mi otro blog, así que abajo les dejo el enlace por si quieren leerla.

Pedro Delgado leyendo Los indómitos de la montaña
Port Ainé, 2016

http://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com.es/2016/05/los-indomitos-de-la-montana.html






El párrafo pertenece a la primera edición de Los indómitos de la montaña, novela de Dino Buzzati publicada por Gallo Nero en enero de 2016, con traducción de Amelia Pérez de Villar.




Nota: Vaya desde aquí mi solidaridad con la Librería Luces de Málaga, la cual lanzó la semana pasada un SOS debido a la asfixia que sufre por las obras del Metro en la Alameda. ¡¡Ni un cierre más!! Bastante hemos tenido con el shock emocional de lo de Libritos.




viernes, 8 de mayo de 2015

LA CRÍTICA LITERARIA DE PEDRO DELGADO FERNÁNDEZ


Pedro Delgado en la librería Luces. Fotografía: Lucía Rodríguez


Como ya sabéis los que seguís este blog, de vez en cuando escribo algún post sobre alguna novela que esté relacionada con el atletismo, unas entradas que vienen a engrosar la sección Calle 1 la crítica literaria de Pedro Delgado Fernández que Salvador Moreno me abrió en su página web ellocoquecorre.com




 Esos post los escribo gracias a la colaboración de la librería Luces, que me pasa los ejemplares para que los lea y pueda escribir con total libertad sobre ellos, y al envío de ejemplares de promoción que me hacen llegar algunas editoriales, caso de Alcanzando metas o Insularidad, que será mi próxima crítica.





 


             




 Tal vez sea por esa relación especial que mantengo con la librería Luces, por lo que me resultó tan grato ver el otro día mi nuevo trabajo literario sobre su mesa de novedades.



Pedro Delgado y su Carta desde el Toubkal en la mesa de novedades de la librería Luces
Fotografía: Lucía Rodríguez

José Antonio Ruiz y Pedro Delgado en la librería Luces. Fotografía: Lucía Rodríguez


 Y que me diesen la oportunidad de firmar ejemplares de Carta desde el Toubkal en la caseta que tiene la librería en el Palmeral de las Sorpresas del puerto de Málaga.


Pedro Delgado Fernández en la caseta de Luces en la Feria del Libro de Málaga 2015
Fotografía: Janet


 Me agradó charlar con Janet y José Antonio, y ver cómo mis libros van emprendiendo su camino: uno se dirige hacia América del Sur con Kucho, un trotamundos chileno que lleva seis meses cruzando fronteras para envidia de todos aquellos a los que nos gusta viajar. Recuerdo que, como Kucho, me topé con la Feria del Libro de la Paz en uno de mis viajes a Bolivia, y que me traje varios libros en la mochila firmados y dedicados por Edmundo Paz Soldán y Tito Gutiérrez Vargas. Y es que un libro firmado y dedicado siempre será un buen souvenir.


Con Kucho, trotamundos chileno, en la Feria del Libro de Málaga 2015
Fotografía: Janet

Con Francis, que me llevó junto a Los protegidos de Pablo Aranda
(espero verte el día de la presentación en el CAL)
Fotografía: Janet


 Gracias a todos los que os acercasteis el miércoles por la Feria del Libro. Y a los que no, os espero mañana sábado a partir de las 19:00 horas en la caseta de la librería Proteo y Prometeo.

sábado, 18 de enero de 2014

CORRER, EL LIBRO ACERCA DE ZÁTOPEK



En las pocas semanas de vida que tiene este blog ya ha salido a relucir varias veces el apellido Zátopek, un apellido mítico, pues pertenece al único atleta del mundo capaz de ganar en unos mismos Juegos Olímpicos tres medallas de oro en las pruebas de fondo; una gesta que el corredor checoslovaco Emil Zátopek (1922-2000) consiguió en la Olimpiada de Helsinki de 1952, cuando en diez días consiguió ganar los 5.000 metros, los 10.000 y la maratón.

 A mí Emil Zátopek me acompañó en muchas tardes de entrenamientos extenuantes, en intervals infinitos que el checo había llevado hasta límites exagerados. Así que, para darme ánimos, me acordaba de él cada vez que tenía que hacer un interval training de 200 o 400 metros. Si Emil hacía 40 o 70 repeticiones, cómo no iba a acabar yo mis entrenamientos. Recuerdo, hablando de intervals de 400, que una tarde, cuando estudiaba y entrenaba en Granada, el amigo Miguel Leiva se pasó un buen rato cronometrándome el entrenamiento para comprobar que, efectivamente, no iba de farol y era capaz de hacer 20x400 a 1'02" recuperando 1'30". Y lo que son las cosas, movido por este recuerdo me he tomado la molestia de buscar en las agendas de aquellos años hasta dar con aquel día, y he descubierto algo que me ha dejado, ahora que escribo sobre Zátopek, con la boca abierta:

 5 de febrero de 1987
[...] y después, a las siete, me fui a entrenar: los 20 cuatrocientos. Leiva se puso conmigo y tan sólo aguantó 10. Yo las hice con clavos, todas a 1'02" menos varias a 1'03". Aquí dicen que estoy "corgao", que eso es lo que hacía Zátopek. Ya quisieran ellos llegar a ser 1/4 parte de lo que fue Zátopek, La locomotora humana.


 Si el fartlek (la carrera continua por la naturaleza con cambios de ritmo) fue el "sistema panacéa" para los finlandeses, Zátopek abrazó el interval training: dividir una distancia en otras más pequeñas para correrlas a más velocidad, con una pequeña recuperación entre ellas que Emil hacía corriendo a menor velocidad. Quizás eso fue lo que lo convirtió en plusmarquista en aquella época. Ese correr sin parar, agónico, que no se centraba en la técnica ni en el estilo, sino en sus ansias de correr más rápido que nadie.


Emil Zátopek, en una fotografía de 1954. Foto: Keystone / Getty Images

 A finales de 2010, el escritor francés Jean Echenoz publicó Correr, un libro sobre Zátopek que fue muy recomendado por los libreros y los críticos literarios (Babelia la eligió como una de las mejores novelas de 2010).




            




 De Echenoz yo había leído Me voy, obra con la que obtuvo el Premio Goncourt en 1999, una novela corta o nouvelle que dicen los franceses que me había gustado bastante. Quizás ese hecho, junto a tantas recomendaciones, ha jugado en su contra a la hora de enfrentarme estos días a Correr, pues las expectativas que tenía eran demasiado altas.
 Echenoz no corre, y eso es algo que notamos los que lo hacemos habitualmente. Y luego está el estilo que ha elegido para narrarnos la vida de Zátopek, como si fuese un notario el que apuntase la crónica deportiva del atleta, lejano a sus sentimientos, a sus pensamientos e ideas.
 A pesar de esa pequeña decepción, ésta es una novela que debemos leer todos aquellos lectores a los que nos gusta calzarnos las zapatillas de correr, entre otras cosas porque creo que los que amamos este bello deporte estamos necesitados de novelas que hablen de él. Hay mucha narrativa ambientada en el mundo del fútbol o del boxeo, pero muy poca en el del atletismo.


Zapatilla adidas de Emil Zatopek. Fotografía: Zac Allan

 La novela arranca cuando Emil tiene 17 años y los alemanes acaban de invadir Moravia (Bohemia) y Checoslovaquia. Por entonces Emil trabaja en la fábrica de calzado Bata, un Emil al que le horroriza el deporte: primero las carreras del circuito de Zlin que organiza la fábrica para publicitar sus zapatillas y luego las exhibiciones atléticas que organizan los alemanes para los jóvenes con carácter obligatorio.
"La primera carrera en la que participa Emil es un cross-country de nueve kilómetros montado por la Wehrmacht en Brno y que enfrentará a una selección alemana atlética, espigada, arrogante, impecablemente equipada, todos igualitos a lo übermensch, con una cuadrilla de famélicos y astrosos checos, jóvenes campesinos, montaraces con calzón largo o dudosos futbolistas amateurs mal afeitados. Emil no participa de buen grado en esa prueba pero es un muchacho concienzudo, se entrega y da de sí todo lo que puede. Comoquiera que acaba segundo, sin darse cuenta y no sin vivo despecho por parte de los arios, un entrenador del club local se interesa por él. Corres raro pero no corres nada mal, le dice. Lo cierto es que corres muy raro, insiste el entrenador con cara de incredulidad, pero, bueno, no corres mal. De ambas aserciones, Emil sólo escucha y oye distraídamente la segunda".
 Aún así, Emil no termina de cogerle el gusto a eso de correr hasta que un buen día sucede lo inesperado: empieza a gustarle correr; al principio por propio placer, luego por el gusto de medir sus fuerzas en la competición.
 Mientras los alemanes comienzan a sembrar el terror en el protectorado con su política de deportaciones y exterminio, Emil Zátopek, ya con 20 años, se vuelca en el atletismo. Además, Emil se obstina en no trabajar el estilo. A Emil no le importa correr raro, para él el estilo es una gilipollez. Puestos a correr lo que quiere es correr lo más rápido posible.
"De modo que se obstina en no trabajar más que la resistencia, como quienes preparan sólo los trayectos largos de fondo o de semifondo. Él, invirtiendo el sistema, se entrena cada vez más en la velocidad, en pequeñas distancias indefinidamente repetidas, gracias a lo cual comienza a experimentar claros progresos". 
 Emil descubre también a sus competidores el sprint final.
"Doscientos metros antes de la llegada, intensifica la velocidad, sabedor de que puede hacerlo pues se ha preparado para ello: gana.
 Por aquella época no se conoce el sprint final, los corredores procuran espaciar el esfuerzo, repartirlo a lo largo de una prueba. En su afán de escatimar fuerzas hasta el final, no se creen capaces y sobre todo no se atreven a reservar la velocidad para desplegarla en la última recta, para dar lo máximo de sí mismos al final de la carrera. De ahí la inmensa utilidad de entrenar también con pequeñas distancias: el sprint final, que acaba de inventar Emil".
 Cuando el frente de batalla avanza y llegan las sirenas y los bombardeos y el tableteo de las ametralladoras y con ello los rusos, los alemanes, entre refriegas, se apresuran a retirarse. Termina la guerra y Checoslovaquia recupera sus fronteras. El país reorganiza su ejército y Emil es llamado a filas. La vida militar le gusta más que la vida de peón en la fábrica de Bata.
"Y además puede seguir corriendo: como se han organizado campeonatos militares en la República liberada, los oficiales de estado mayor, que tienen puesto el ojo en el deporte, autorizan a Emil a presentarse. Éste establece tranquilamente dos nuevos récords y, a su regreso, es citado en el orden del día por haber representado con honor a su unidad. Lo cierto es que con el uniforme no todo va tan mal, así que Emil se plantea matricularse en la Academia donde se forma a los oficiales de carrera. Además, cualquier cosa antes de volver a trabajar en la empresa Bata".
 Estando en la Academia se enfrenta al sueco Sundin en su primera competición internacional y, aunque no consigue ganarle, bate el récord de Checoslovaquia de los dos mil metros. Luego mejora el de 3.000 llegando detrás del holandés Slijkhuis. El sueco y el holandés son corredores elegantes cuyo estilo contrasta con el de Zátopek.
"Hay corredores que parecen volar, otros bailar, otros desfilar, otros parecen avanzar como sentados sobre las piernas. Algunos dan tan sólo la impresión de ir lo más rápido posible a donde acaban de llamarlos. Emil nada de eso. Emil parece que se encoja y desencoja como si cavara, como en trance. Lejos de los cánones académicos y de cualquier prurito de elegancia, Emil avanza de manera pesada, discontinua, torturada, a intermitencias. No oculta la violencia de su esfuerzo, que se trasluce en su rostro crispado, tetanizado, gesticulante, continuamente crispado por un rictus que resulta ingrato a la vista. Sus rasgos se distorsionan, como desgarrados por un horrible sufrimiento, la lengua fuera intermitentemente, como si tuviera un escorpión alojado en cada zapatilla de deporte. Está como ausente cuando corre, tremendamente ausente, tan concentrado que ni parece estar cuando está ahí más que nadie, y su cabeza, encogida entre los hombros, sobre el cuello siempre inclinado hacia el mismo lado, se balancea sin cesar, se bambolea y oscila de derecha a izquierda. 
 Puños cerrados, contorsionando caóticamente el tronco, Emil hace también todo tipo de cosas con los brazos. Cuando todo el mundo os dirá que se corre con los brazos. A fin de propulsar mejor el cuerpo, los miembros superiores deben utilizarse para aligerar las piernas de su propio peso: en las pruebas de fondo, el mínimo de movimientos con cabeza y brazos mejora el rendimiento. Pues Emil hace exactamente lo contrario, parece correr sin que le importen los brazos, cuya impulsión convulsiva arranca de demasiado arriba, describiendo curiosos desplazamientos, a ratos alzados o proyectados hacia atrás, colgando o abandonando a una absurda gesticulación, y sacude también los hombros levantando exageradamente los codos como si transportase una carga demasiado pesada. Mientras corre parece un boxeador luchando contra su sombra, por lo que todo su cuerpo se asemeja a un mecanismo descompuesto, dislocado, doloroso, salvo la armonía de sus piernas, que muerden y mastican la pista con voracidad". 
  En los primeros Campeonatos de Europa de posguerra, en Oslo, Emil queda quinto en los cinco mil metros, mejorando de nuevo el récord checoslovaco, y ya en los Juegos Olímpicos de Londres, en 1948, se gana el apodo de La Locomotora Humana al lograr en los diez mil metros la primera medalla de oro del atletismo checo y obtener una plata en los cinco mil.


Emil Zátopek en los 10.000 metros de los Juegos Olímpicos de Londres en 1948
Emil ganaría el oro y el francés Alain Mimoun la plata

 Luego llegará el récord del mundo de los diez mil y el ascenso a capitán, pero con ello comienzan los problemas.
"Se reúnen los altos mandos. Todos convienen en que Emil, cómo no, es un fenómeno del socialismo real. Pero por eso mismo es preferible guardárselo, economizarlo y no enviarlo demasiado al extranjero. Cuanto menos se lo vea, mejor. Porque sería una auténtica lástima que por una cabezonada, durante algunos de esos viajes, se pasara al otro bando, al inmundo bando de las fuerzas imperiales y del gran capital. Por consiguiente convocan a Emil, que acaba de ser invitado a participar en una prueba internacional de cinco mil metros en Los Ángeles. 
 Camarada, le dicen, el comité militar ha decidido que, en lo sucesivo, no podrás participar en ninguna competición deportiva sin previa autorización. Conforme, dice Emil, pero eso no cambia nada. Hasta ahora se me han concedido esas autorizaciones. Pues ahí está, camarada, a partir de ahora ya no las recibirás. Puedes retirarte. Y el comité se descuelga con un comunicado en el que anuncia dicha medida, alegando que las invitaciones demasiado numerosas a encuentros de escasa importancia apartan a Emil de sus deberes militares, impidiéndole proseguir su perfeccionamiento deportivo".
 Temen que en una de esas no regrese a Praga, que pida asilo político en uno de esos países capitalistas. En aras del partido se suceden las purgas como cuando estaban los alemanes. La única alegría del momento es su boda con Dana, futura campeona olímpica de Jabalina. 



 En el extranjero se preguntan qué habrá sido de Emil, si sigue entrenando, si estará lesionado o habrá dejado de correr. Emil les responde batiendo dos récords del mundo, el de los 20 kilómetros y el de la hora. Luego llegarán los Juegos de Helsinki, donde conseguirá lo que nadie ha vuelto a conseguir hasta la fecha, ganar las tres pruebas de fondo: el 5.000, el 10.000 y la maratón.

Emil Zátopek (oro) seguido por el francés Mimoun (plata) y el alemán Herbert Schade (bronce) 
Fotografía coloreada de la final de 5.000 metros de los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952

La imagen anterior desde otra perspectiva, donde se aprecia la caída del inglés Chris Chataway

 A la vuelta a Emil lo ascienden de capitán a comandante y se convierte "en el hombre de los ocho récords del mundo en distancias superiores a cinco mil metros: seis, diez y quince millas; diez, veinte, veinticinco y treinta kilómetros; por no hablar del récord de la hora". A ellos añadirá pronto un noveno, el de los cinco mil metros.
 Muere Stalin y el presidente checoslovaco Gottwald y en el país se producen minúsculos cambios. Lo dejan correr en Sao Paulo, donde gana, igual que en el Cross de L'Humanité (lo que ahora son los Campeonatos del Mundo de Cross). A partir de ahí empieza lentamente su declive, sus altibajos, las derrotas y la decisión de retirarse tras los Juegos de Melbourne, donde sólo disputará la maratón, quisiera hacerlo con un pódium pero sólo alcanza a ser sexto en una prueba que gana el francés Alain Mimoun, la sombra de Zátopek, pues había sido plata en los 10.000 metros de los juegos de Londres y en los 5.000 de los de Helsinki por detrás, en ambas ocasiones, del checo.
 Al volver de Australia, como premio al final de su carrera, lo ascienden a coronel y lo nombran director de deportes en el ministerio de defensa; aunque el punto final no lo pondrá hasta el Cross de San Sebastián, en Lasarte, donde Emil se planta definitivamente tras su victoria.


Emil Zátopek tirando del grupo en el Cross Internacional de San Sebastián, Lasarte 1958

 Zátopek sigue corriendo a diario, pero ya sólo lo hace para mantenerse en forma no para ganar ninguna carrera.
"Y como se entrena menos, le queda más tiempo para interesarse en lo que sucede en su país".
¿Qué pudo ocurrir en su país para que Emil fuese destituido de su cargo en el ministerio y se le enviase a barrer las calles de la capital?  Lean el libro y salgan de dudas, y, si quieren profundizar en lo que ocurrió en Checoslovaquia en 1968, lean también La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, una de mis novelas favoritas, llevada también al cine por Philip Kaufman con Daniel Day-Lewis, Juliette Binoche y Lena Olin en el papel de Tomás, Teresa y Sabina.


 


 Por último, quisiera recoger aquí una anécdota entrañable que leí en la página de la RFEA, y que muestra el gran corazón que siempre tuvo Emil Zátopek. El artículo, firmado por Miguel Villaseñor cuenta que Ron Clarke (Australia, 1937), un gran fondista que poseyó los récords del mundo de 5.000 y 10.000 metros pero que, por cosas del destino, nunca pudo ganar un oro olímpico, viajó después de los Juegos Olímpicos de México 1968 a Praga a ver a Zátopek, a quien admiraba mucho. Entabló con él amistad y cuando fue a abandonar la capital para volver a Australia, Zátopek fue a despedirlo al aeropuerto. Allí, en el último momento y de manera disimulada, le dio un pequeño paquete. "Clarke creyó que era algo de contrabando o quizá un mensaje que Emil quería comunicar al mundo exterior, dadas las circunstancias políticas. Al dárselo le había dicho "porque te lo mereces", frase que el australiano en ese momento no entendió. Ya en el avión abrió el paquete y con gran sorpresa vio que en él estaba la medalla de oro olímpica que Zátopek había ganado en los 10.000 metros de Helsinki en 1952. De esta manera se la regalaba. La admiración era, obviamente mutua. Ahora sí que su amigo Ron Clarke tenía su propia medalla de oro". 


Ron Clarke











Nota: Los párrafos de Correr, novela de Jean Echenoz, están extraídos de la edición española, publicada por Anagrama en septiembre de 2010, con traducción de Javier Albiñana.