viernes, 1 de agosto de 2025

EL FÚTBOL DE BARRIO EN 'LA OTRA CIUDAD' DE PABLO ARANDA


La otra ciudad, de Pablo Aranda (Espasa Calpe, 2003)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Junto al fútbol profesional del Mundial de Clubes y de la Eurocopa femenina que han retransmitido por televisión este verano, encuentro inesperadamente el fútbol de los niños de barrio o de calle en las páginas de La otra ciudad, del escritor malagueño Pablo Aranda (1968-2020).

 Un poco más allá de la plaza, tirando a la izquierda y no siguiendo hacia el río, está el colegio público. Es un edificio cúbico de ladrillo visto que en la parte de atrás tiene campos de deporte. Allí empiezan los niños a jugar al fútbol, allí empezaron Paco y los otros. Es fácil entrar: por las tardes no hay clases. Al principio iban doce o trece, después incluso más. Había que tener cuidado porque en la parte alta del muro habían clavado, cuando aún estaba fresco el cemento, trozos de cristal, cristales de colores usados para las vidrieras de las catedrales góticas y para que Raúl, uno que estudiaba un módulo de diseño gráfico, se cortara una tarde en la que todo olía a sangre, un olor caliente el de la sangre oscura que les acompañó de camino a las urgencias del mismo hospital hacia donde se dirigían ahora los cuatro hombres caminando rápido bajo el sol, y donde le cosieron a Raúl, que hacía fuerzas para no llorar, tres rajas en la mano izquierda y una profunda y larga en la derecha de la que dijo una médica que por poco no le rebana un dedo, que se había salvado de milagro Raúl de los maravillosos adornos góticos del hermoso muro que separaba una calle sucia del campo de balonmano donde jugaban ellos al futbito, haciendo equipos de cinco o de seis que iban eliminándose si iban perdiendo o manteniéndose en el campo si ganaban. El que llevaba el balón solía quedarse el último cuando ya era poco probable que tuvieran que salir corriendo de allí, arriesgándose a perder el balón gastado pero siempre recién inflado en la gasolinera.
 Jugaban hasta que oscurecía. Cada tarde hacían nuevos equipos, aunque éstos solían coincidir con los de la tarde anterior. Los capitanes eran normalmente los mismos, los que jugaban mejor, y a la de tres sacaban el puño derecho de la espalda con algunos dedos extendidos cuya suma daba un número par o impar, previamente elegido por uno de los dos capitanes que escogía al primero de los jugadores de su equipo. Paco solía quedarse detrás del corro que rodeaba a los capitanes y normalmente le elegían hacia la mitad, ni de los primeros ni de los últimos, porque, a pesar de que no jugaba mal, su puesto estaba en el centro del campo o atrás, distribuyendo el juego de una forma efectiva pero no espectacular, sin meter nunca goles, por lo que preferían elegir antes a otros, los que sabían encontrar los huecos en la portería contraria desde donde mandar el balón hacia el destino ansiado. Corrían, gritaban, a veces se reían de alguna caída o de algún fallo sorprendente, a veces dos se liaban a puñetazos por una discusión del partido y había que separarlos y seguir, o terminar la tarde de fútbol entre insultos, para volver al otro día como si nada hubiera pasado. Después del partido, extenuados, sudando, saltaban de nuevo el muro, algunas veces, ya de noche, arriesgando las manos y las piernas y la cara, recordando en silencio muchos, cada vez que saltaban, la tarde aquella en que Raúl se cortó y los miró desde arriba con la cara desencajada y las manos chorreando sangre, burlándose todos del que tardara más en saltar o del que cayera mal. Las tardes de fútbol serían el primer paso para muchos –como Paco– en la carrera futbolística que podría convertirlos en estrellas del barrio si llegaban a jugar en el equipo de un modesto club de por allí cerca que jugaba con equipos de otros barrios y, muy raramente, con el de algún pueblo pequeño. Paco pasaría a jugar en uno de los equipos de ese club humilde, y los domingos que no estaba en el banquillo miraba desde el campo de tierra hacia las breves gradas vacías imaginando que estaba allí Laura, la muchacha a la que amó, o creyó amar, los primeros años del instituto.
***
Colegio Lex Flavia Malacitana
Fotografía: Pedro Delgado
***
 También estaba allí Raúl, con las manos vendadas. Raúl estaba en el mismo instituto, pero en lugar de mecánica estudiaba un módulo de diseño gráfico. Pero aunque no estudiara mecánica se juntaba bastante con ellos Raúl porque era de los que jugaba al fútbol hasta que una tarde, saltando el muro del colegio al que iban a jugar al futbito, con las maravillosas porterías de balonmano que una tenía hasta red, se cortó las manos con los cristales que había en la parte alta del muro, para que nadie saltara, cortándole las manos a Raúl que con los otros había transgredido normas habladas y escritas que no permitían el uso de las canchas de deportes a los que no fueran alumnos del colegio, y menos aún a esas horas que iban ellos en las que no había nadie, y era una lástima que el pobre niño ese tuviera ahora las manos vendadas y cosidas que cualquiera sabía si iba a poder usarlas como antes, pero que al menos iba a servir para que no entraran más, coño con los niños, que podrían jugar en la calle como se ha jugado toda la vida de Dios, pero ellos tienen que jugar en un campo pintado y con porterías los niños, y si se hubiera matado el niño ese de las manos vendadas son capaces de cerrarnos el colegio o cualquiera sabe qué, coño, a ver si sirve para que jueguen en el río, o donde sea, pero los niños del barrio no dejaron de ir e incluso estuvieron pensando en alguna forma de quitar los cristales del muro como un extraño homenaje a Raúl o una venganza triste que no pudo hacerse porque no se les ocurrió nada, ya que si llegan a romper los cristales como proponía Fali habría sido aún mucho más peligroso saltar. El que no volvió a ir más fue Raúl, claro, que, además de la bronca que le echó su padre tú es que eres tonto,  niño, a quién se le ocurre que como yo te vea andar con esa chusma con la que te vas se te acaba la calle, y encima te doy un guantazo que verás, y además de la bronca, digo, está el miedo que le cogió Raúl a los cristales y a los muros y a que por favor se me queden bien las manos y pueda usar el ordenador el instituto y comer y hacerme pajas y entonces, si me quedo bien, prometo que nunca más voy a saltar el muro del colegio ni jugar al fútbol, pero sí me voy a ir con la gente de la calle, porque si no con quién me voy a ir si ellos son mis amigos, y no volvió más Raúl a subir el muro que separaba una calle llena de baches, convertidos en charcos en invierno, de un campo de balonmano que era perfecto para jugar al futbito, y no volvió más Raúl a pesar de que las manos se le quedaron muy bien, sólo la cicatriz que le cruzaba una de ellas. Al principio la llevaba siempre en el bolsillo para que nadie se la viera y que después, sin embargo, al ver el éxito que tenía en el instituto, déjame ver la mano, Raúl, enséñame la herida, jo, que pedazo de cicatriz, parece que te han dado un tiro, tío, empezó Raúl a estar orgulloso de su mano marcada como si fuera mérito de él el haberse quedado allí arriba parado, chorreando sangre e inundándolo todo de un olor caliente que mareaba el olor a sangre, y al día siguiente todavía estaba allí el rastro de sangre, pero perdido ya el color rojo fuerte, no el rojo de un tomate, no, más fuerte todavía, como el de la camiseta que llevas puesta o más todavía. Pero los que fueron a ver la sangre al día siguiente sólo encontraron una mancha de pintura seca del color del vino tinto, del de la sangre cuajada de una gallina que ya lleva unas horas muerta. No volvió Raúl al fútbol pero sí al instituto y pudo volver a manejar con habilidad el ratón del ordenador de la clase y conseguir años más tarde el título de diseñador gráfico [...].

 Y junto a esas imágenes de fútbol callejero, estampas de la adolescencia y de los tiempos del instituto, viaje de estudios a Portugal incluido, un viaje que me recuerda al que hice yo con los alumnos del I.E.S. Miraya del Mar de Torre del Mar con motivo de la Expo'98.

Taller de mecánica del I.E.S. La Rosaleda
Fotografía: Lucía Rodríguez

 –Dame la llave inglesa.
 Paco iba siguiendo las instrucciones de Ricardo, Richa, que no levantaba la vista. Se le veía seguro, sabiendo lo que tenía entre manos. Apenas había hablado antes con Richa, su compañero de clase y, ese día, de taller. Era grande, o gordo, no sabía Paco cómo describirlo, o grande y gordo. Llevaba a menudo Richa camisetas negras con dibujos satánicos y nombres de grupos de música extranjeros que Paco no conocía, melenas, un pendiente. Por lo que contaba en los recreos, le gustaban las peleas. Mucho después, cuando él y Paco ya eran inseparables, le contó que en la época del instituto él era heavy porque no podía ser hippy, que lo que a él le hubiera gustado habría sido tener barba y pasar de todo, pero que sólo le salían tres pelos asquerosos. Andaba como si estuviera en la cubierta de un barco, moviendo los hombros a izquierda y derecha. No soportaba que le dijeran gordo. Se le daba bien la mecánica, él decía que eso era porque los fines de semana ayudaba a su hermano a arreglar la moto, pero en realidad su hermano no tenía moto.
 En el taller del instituto solían trabajar por parejas. El profesor explicaba algún ejercicio y el resto del tiempo estaban ellos solos. Si tenéis alguna duda –decía el profesor– me preguntáis. Pero nadie se atrevía a levantar la mano porque tenía muy mal pronto: enseguida se ponía a gritar, e incluso a insultar.
 Sobre la mesa dormía un motor que había que desmontar para volver a colocar cada pieza en su lugar después. A Paco le gustaban estas clases prácticas porque tenían que estar cada uno a lo suyo, no mirando atentamente a un profesor que casi siempre era un aburrimiento explicando. Le gustaba la mecánica, pero él, al contrario que Richa, prefería los coches a las motos, aunque su hermano, Manolo, príncipe de los futbolines y terror de madrileños y hermanos chicos, sí que tenía una moto que no reparaban juntos porque nunca le había dejado ni siquiera que se diera una vuelta. Parecía un quirófano; Richa, el cirujano seguro y autoritario, Paco, el enfermero atento y solícito. Paco le dio la llave inglesa.
 –¿Y esta tuerca? –preguntó Paco cuando ya sólo faltaba unir las dos partes del motor: había quedado una tuerca sola que habían olvidado enroscar no sabían dónde.
 –¿Esta tuerca? –preguntó Richa quitándosela de la mano a Paco–. Pobrecita aquí tan sola y tan chica. Pues habrá que llevarla a casita con mamá.
 Y la dejó dentro del motor, suelta, después la pegó a un lado con un poco de pegamento para que no sonara el clinc clanc clinc de pieza suelta. Cerró el motor.
 –¿No os ha sobrado nada? –preguntó el profesor.
 –No, éste controla de motores –respondió Richa señalando a Paco.
***
 Portugal es una carretera  muy larga llena de coches que van como locos. Una carretera estrecha de un asfalto muy negro con árboles a los lados y tiendas de cerámica con los productos en el suelo. En Portugal los hombres tienen patillas largas, como el Pelusa, y la piel morena. Las mujeres, el pelo negro, largo. Portugal es una venta en la mitad de una carretera larga donde los camareros hablan español con un acento muy raro, mezclándolo con unas palabras que no se entienden: a los dulces les dicen bolos y a la calle rua. Portugal es el Cura nervioso, gritando, repitiendo normas, el número del autobús –no os vayáis a equivocar– en el que viajamos, tenéis media hora para merendar, sí, sólo media hora, porque esta noche hay que llegar a Lisboa. Portugal es Lisboa, el sonido de la palabra Lisboa. Portugal es un viaje en autobús repitiendo la palabra Lisboa, poniendo la boca así para pronunciarla. Portugal es Pelusa intentando hacerse amigo de Paco, Richa diciendo tonterías mientras todos ríen, hasta el profesor de ética se ríe cuando Richa habla. Portugal es el Cura enseñando una postal que ha comprado para que se la mandemos a Raúl, que le pongamos algo a nuestro amigo Raúl: Raúl esto es muy bonito y está lleno de negros. Raúl, cuando te pongas bueno vamos a venir otra vez. Raúl, aprovecha que no estamos y lígate a todas, que a las niñas les gustan mucho las manos gordas, todo gordo (cogotazo del Cura). Raúl, el profesor de ética va a invitarnos a todos a cenar (risas).
 Portugal es el miedo a cruzar terrenos extraños, a mirar un mapa sin comprenderlo bien, a salir de este punto negro y llegar hasta aquí donde pone Lisboa. Portugal es ver desde un autobús el cielo que va cambiando de color, como si estuviera ardiendo a lo lejos, rosas intensos, violetas. Portugal es enviarle una postal –la primera vez que le escribes a alguien– a Carmen. «Hola Carmen, Portugal es muy bonito y estamos en Lisboa. La comida está muy buena. A la perrilla no me la he podido traer. Dale un beso a la Rosa y otro para ti. Adiós. Paco (el de la calle).»
 Portugal es llegar a Lisboa muy cansados y venga a dar vueltas por las circunvalaciones porque el conductor del autobús se ha perdido. Una hora, dos horas para entrar en Lisboa. Lisboa es un hotel donde por la mañana ponen una mesa larguísima toda llena de cosas de comer y tú puedes coger todo lo que quieras: huevos, salchichas, magdalenas, bizcochos, cereales, yogures, lonchas de jamón, de queso, de salchichón, zumos, café. El Cura que no seáis guarros comiendo, que lo hacéis por gracia pero no tiene ninguna, que parecéis niños chicos y tú, Ricardo, para ya de comer, que vas a reventar, sí, tú, Ricardo, Richa, o como te digan, que nos van a echar del hotel, a ver si os comportáis. Portugal es compartir habitación con Richa, una habitación con un balcón y con un cuarto de baño en la misma habitación, como en las películas, y hasta una radio que no funciona y una nevera con botellitas que las abres, las de ginebra, ron y vodka, las mezclas con los refrescos que se compran en una tiendecilla como las que hay en España, y se vuelven a meter en la nevera llenas de agua para que no las cobren. Portugal es la borrachera tan asquerosa que pillamos aquella noche en el hotel.
 En Lisboa hay una plaza grande cerca del puerto con unas estatuas de mujeres gordas que dice el profesor de ética que no están siempre ahí porque es una exposición –tú, bájate de esa escultura– de un escultor muy famoso. Desde allí se va, por una calle peatonal llena de tiendas, a otra plaza con muchas flores que queda al lado de una cuesta empinadísima que se sube en un tranvía como el de la diapositiva que nos pusieron antes de salir. Da vértigo, susto, ese tranvía: la ciudad va quedándose ahí abajo mientras tú te elevas lentamente; algunos se reían con nerviosismo. Había en el tranvía una pareja que también eran españoles y que, al llegar arriba, ella le hacía fotos a él como si se estuviera subiendo. Y cuando estás arriba lo ves todo desde arriba. Hay un parque con viejos que juegan a las cartas en unas mesas metálicas y un parque muy chico al lado de una iglesia con una vista bárbara.
 Paco no lo podía creer: la foto de la enciclopedia que vio en la biblioteca del instituto estaba hecha desde allí, seguro, los dos niveles de tejados, la catedral, el río. Se quedó un rato mirando aquella vista impresionante y cuando se dio cuenta los otros habían seguido subiendo y en aquel lugar, en los bancos del parque, sólo estaban él y la pareja de españoles: él haciéndole fotos mientras ella comía chucherías. Le entró un miedo nuevo a Paco: estar perdido en una tierra donde nadie le entendería, no podría ni volver al hotel. Corrió y los encontró enseguida. Continuaron subiendo hasta un castillo que hay en Lisboa. La ciudad, abajo, se ve como si fuera un plano de ella misma. El profesor explicó alguna cosas y lo que más les llamó la atención fueron los cañones que apuntaban al mar (historias de invasiones y asedios marítimos, de abordajes piratas, ocuparon las mentes de la mayoría). Preguntó el Cura quién había subido alguna vez al castillo de la ciudad de donde venían y de la que eran todos. Ninguno.

 Y más fútbol, porque muchas veces el fútbol se te queda dentro y te acompaña en tu vida, aunque solo sea como forma de espantar por un rato los problemas.

Alumnos de 4º del I.E.S. Isaac Albéniz de Málaga, curso 2024-2025
Fotografía: Pedro Delgado

–Lo bueno del fútbol es que cuando estás en el campo el resto no existe. Además, sales nuevo.
 –Que no, Paco, que no pienso jugar –dijo Richa–, que saldrás todo lo nuevo que tú quieras, pero hecho polvo. Yo prefiero que luego nos veamos, tú nuevo y yo fresco. Si tú quieres jugar pues juega, muy bien, pero déjame tranquilo a mí, yo ya tengo bastante con agacharme para sacar una llave de la caja de herramientas, y no lo digo en broma, ¿eh?, que así te haces polvo la espalda, chaval, que te lo digo yo. Y no me creo yo que si tienes un problema vaya a irse porque estés hora y media corriendo detrás de una pelota y tragando la arena del campo, que si al menos fuera de césped mira, pero así, puf, que no, tío, que no me convences.
 –No te enteras, Richa, no he dicho que los problemas se vayan, lo que hay siempre está, lo que he dicho es que cuando estás en el campo lo demás es como si no existiera, no que se vayan sino que es como si se fueran, porque por un rato grande no te has acordado.
 –Lo que tú quieras, pero cuando salgas ahí están de nuevo. Te has cansado y sigues teniendo el problema, ¿eh? Pues yo prefiero tener un problema si lo tengo que tener, pero sin estar cansado.
 –Sí, cuando sales el problema está otra vez ahí, pero lo ves de forma diferente porque ha habido un rato sin problema, lo ves como desde lejos, como si fuera un poco un problema de otro, Richa.
 –Yo, qué quieres que te diga, a mí nunca me ha gustado el deporte y esta barriga no me la quita nadie, entre otras cosas porque a mí no me da la gana. A mí me parece muy bien que juegues, ¿no voy a veros jugar cuando jugáis aquí?, ¿eh? Di. Pues entonces. El fútbol está bien, pero para los demás. Y coge a la perra que esa gente que viene por allí trae un perro grande, a ver si va a pisarla y te la revienta, mira, mira cómo se acerca, qué cagona es, seguro que ha olido al perro ese, ven, bonita, ven, no le hagas caso a tu amo, perrita bonita, que seguro que no te da ni de comer, sólo pensando en correr detrás de una pelota y entonces el resto no existe y se le olvida al cabrón darte de comer. Anda, perrita, pídele un cigarro a tu dueño y me lo das, pero no le digas que es para mí.
 Paco siempre terminaba por sonreír, con Richa no se podía discutir y menos enfadarse. Sacó un cigarro y se lo pasó a Richa que había cogido a la perra.
 –Perrita bonita –dijo Richa dirigiéndose a la perra–, dile a tu amo feo que me dé fuego porque todavía no he aprendido a fumarme un cigarro apagado, que cuando aprenda ya le avisaré, o no, no le avisaré, mejor me voy al circo y me forro de billetes de todos los colores.
 Paco sacó el mechero y le dio fuego. Sacó otro cigarro del paquete y se lo puso en los labios. Ya estaba oscureciendo.
 –Vaya la que le ha dado hoy a tu amo con el fútbol –siguió diciendo Richa que sujetaba por el hocico a la perra, sosteniéndolo junto a su cara, mirándola desde muy cerca–, se le ha metido en la cabeza esa tan dura que tiene que yo tengo que jugar al fútbol y hasta que no me vea en la portada del Marca no va a parar.
 –Yo no te he dicho nada de que yo quiera que tú juegues. Tú me has preguntado que por qué entreno y yo te he contestado, ya está.
 –Sí, lo que tú quieras, pichichi, pero te conozco como si te hubiera parido, si no te llego a parar los pies habrías seguido un rato hablándome del fútbol como lo mejor del mundo, que te ha faltado poco para decir que si juegas se te irán los problemas, ¿eh?, y después habrías seguido diciéndome que me pasara un día por un entrenamiento y allí ya te las arreglarías para que yo acabara entrenando.
 –Que no, Richa, que no, si tú no puedes ni correr un ancho del campo.
 –¿Que no, chalao? Y te saco ventaja y todo. Eso sí, me tienes que dejar que yo vaya en la moto.
 Así, apoyados en los pilares del puente, con la perra correteando alrededor de ellos y olisqueándolo todo, pasaban muchas tardes, hablando de cualquier cosa, a veces callados. De cuando en cuando también iba con ellos Pelusa, alguna que otra vez Fali, los cuatro que un día de agosto cruzarían lo que quedaba de barrio bajo el imponente sol de la tarde, camino del hospital donde Nadia estaba a punto de tener un hijo.

 Hay en las páginas de La otra ciudad «niños llenos de problemas por el barrio en el que les había tocado nacer», y críos que se hacen hombres y mujeres débiles que se hacen fuertes.

 A la salida del instituto había revuelo. La gente se agrupaba en la puerta, lenta, impaciente. Como la sangre saliendo a borbotones: de repente salían unos cuantos de golpe y al momento había un tapón de varios segundos en los que no salía nadie.
 –Seguramente hay pelea –comentó alguien que iba detrás de Paco.
 Paco pensó que no era una pelea, que la gente que obstaculizaba la puerta formaba un corro demasiado pequeño para una pelea. Tal vez un accidente. Cuando estaba más cerca –Paco iba acercándose sin prisa pero alerta, había algo que no le gustaba– se dio cuenta de que era alguien que contaba: el Chino, uno de los que vendía chocolate allí en el instituto, uno de los que al principio le miraban con respeto y le preguntaban, aunque en realidad no se tratara de una pregunta, sino de un saludo a alguien divinizado, que si él era el hermano de Manolo. El Chino contaba, la gente alrededor. Ya ni le saludaban porque Paco, cuando le hacían esas preguntas, no contestaba. Tenía fama de raro Paco en el instituto. Era callado, pero le respetaban, al principio porque vino precedido de la leyenda de que un hermano de Manolo el de la plaza iba a entrar en el instituto y todos pensaban –empezando por ellos mismos– que iba a relacionarse con el Chino y los otros, pero apareció Paco y se iba solo, y después con el gordo ese del pendiente y las melenas, con el Pelusa y Fali, con la gente del fútbol, se iba con los de mecánica que en los recreos se tomaban los litros de batido como si fueran de cerveza, sentados en el suelo y pasándoselos de unos a otros, con algunas niñas, dedicando las tardes a desmontar, con los otros con quienes se iba, algún motor y volver a montarlo, el de la moto de uno de ellos, que iban a lo suyo pero que si se les picaba se liaban a tortas con quien fuese, que iba aprobando los cursos, sin buenas notas pero sí a curso por año. Que miraba de una forma rara. Como si tuviera fuerza en la mirada, una mirada que no se detenía en las otras pero que si lo hacía no se sabía lo que quería decir esa mirada que desconcertaba. Era callado, pero le respetaban a Paco.

 Y junto a todos ellos está la voz enorme y personalísima de un escritor al que nunca vamos a olvidar.

Pablo Aranda. Fotografía: Julián Rojas

 Desde aquí, clicando en el enlace, les invito a leer mi reseña de La otra ciudad y a volver a sus páginas:

La otra ciudad, de Pablo Aranda (Espasa Calpe, 2003)
Fotografía: Lucía Rodríguez

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2025/08/la-otra-ciudad-de-pablo-aranda.html


lunes, 14 de julio de 2025

¿SI ESTE PARTIDO TIENE ALGO DE AJEDREZ? POR SUPUESTO


Fútbol y ajedrez: Final del Mundial de Clubes 2025
Fotografía: Pedro Delgado

Me encantó leer unas líneas en la prensa en las que Enzo Maresca, el entrenador del Chelsea, hacía alusión al ajedrez al hablar de la final del Mundial de Clubes 2025:

Somos un equipo al que nos gusta mantener el balón. A ellos también. A ellos les gusta presionar arriba. Nosotros hacemos lo mismo... Creo que va a ser un partido en el que habrá poco proceso de pases porque el otro equipo quiere presionar. Tengo la sensación de que va a ser más un partido de atacar, atacar, atacar... Me gusta mucho el ajedrez. Veo muchas cosas similares al fútbol y creo que a nivel táctico cada partido tiene movimientos no de ajedrez, pero sí que yo considero importantes. Si el rival hace algo, yo inmediatamente intento hacer otra cosa. ¿Si este partido tiene algo de ajedrez? Por supuesto. ¿Si va a ser un partido de ajedrez muy difícil? Por supuesto, pero vamos a intentar disputarlo.
Enzo Maresca, entrenador del Chelsea

 Efectivamente fue un partido netamente ofensivo, una partida de ajedrez que se decantó claramente por el lado del Chelsea, con la misma contundencia con la que el PSG de Luis Enrique se había plantado en la final. Enhorabuena a ambos por el juego desplegado.


martes, 8 de julio de 2025

LA SAUNA FINLANDESA DE PIRO MILKANI


Increíble, pero cierto de Piro Milkani (La Tortuga Búlgara Ediciones)
Fotografía: Enrique Sánchez

La sauna finlandesa
Checoslovaquia, Estado independiente desde 1918, logró históricamente una espléndida reputación mundial en el terreno deportivo. El atletismo, el hockey, el fútbol y los deportes de invierno la situaron, a nivel internacional, en el grupo de los países punteros, y ello a pesar de no haber superado nunca los quince millones de habitantes. Para los jóvenes checoslovacos de posguerra, la pareja formada por Emil Zátopek y Dana Zátopková se convirtieron en símbolo de inspiración. Zátopek con cuatro plusmarcas olímpicas y Zátopková récord mundial de lanzamiento de jabalina. Nacieron casualmente el mismo día, un 23 de noviembre de 1922. Era una pareja de atletas que, en términos de popularidad, superaban a cualquiera de las figuras políticas, académicas o artísticas de su tiempo. Zátopek, el símbolo de la juventud checoslovaca, fue aún más querido cuando en 1968 denunció públicamente la invasión rusa y, como resultado, fue privado de cualquier función y actividad deportiva y terminó de modesto trabajador en una empresa de pozos de agua, y ello hasta 1990, cuando estalló la Revolución de Terciopelo. Tras el disidente Václav Havel, era el segundo en popularidad, posición que conservó hasta el día de su muerte en el año 2000.
Emil Zátopek y Dana Zátopková hacia 1955
Fotografía: e-Sbírky, Národní Muzeum 
 ¿Y por qué sucedía algo así? Porque tanto en la Primera República de 1918 a 1938, como en la Segunda, de 1945 a 1990, el movimiento deportivo era absolutamente masivo. Su punto culminante fueron los Juegos gimnásticos Sokol (halcón) de la Primera República y la Espartaquiada Nacional de la Segunda, en la que participaron más de medio millón de deportistas.
 Cabía ser estudiante de arte, medicina o ciencias exactas, pero los programas deportivos, en los ciclos medio o superior, eran completos e iguales. El voleibol, la natación, el esquí en las montañas nevadas eran programas de cada facultad.
 Tras haber participado en las disciplinas deportivas que se podían practicar en las instalaciones de la ciudad, en el verano de 1958 y en el marco del programa deportivo, a los alumnos de la Academia de las Artes, juntos con los de la facultad de Agricultura, nos iban a desplazar a Trebon, ciudad medieval del sur de Chequia, en la que también estaban las mejores instalaciones deportivas para preparar las competiciones internacionales.
 Practicaríamos allí las disciplinas deportivas que no era posible ejercitar en Praga. Bádminton, béisbol, tenis, remo y natación en lagos eran parte del programa de quince días. Condiciones ideales. Villas en el interior del bosque y, un poco más allá, un lago.
 El profesor de educación física, un hombre de mediana edad, macizo y encantador, en las horas de descanso nos enseñó muchas cosas, si bien no nos hablara de deporte.
 A mitad del periodo de entrenamiento deportivo nos indicó que fuéramos bien de mañana al bosque a recoger troncos. ¿El motivo?
 –Esta tarde probaremos una verdadera sauna finlandesa.
 Al borde del lago había una barraca de madera. En su interior, en medio del habitáculo, grandes bloques de piedra. Colocamos allí los troncos y les prendimos fuego uno tras otro. Por la tarde, las piedras estaban recalentadas. Cuando comenzó a oscurecer, el profesor nos invitó a la barraca. Solo los chicos. El primero en desnudarse fue el profesor. Y tras él, todos nosotros. Nos indicó que podíamos sentarnos en los escalones de madera. ¡Pero cuidado! Cuanto más arriba nos sentáramos, más tórrido nos llegaría el vapor. Vació sobre la piedra el primero de los bidones de agua y en un instante se evaporó. Después el segundo y el tercero. Entre las nubes de vapor apenas nos distinguíamos unos a otros. Y a través del vapor oíamos al profesor decirnos que la sauna era el deporte más popular de Finlandia, pero no solo, también de Suecia y Noruega. Y que era su deporte favorito sobre todo en invierno. Y que una vez los cuerpos se caldeaban al máximo y sudaban por cada uno de los poros, salían de la barraca y se tendían en la nieve.
 Media hora después estábamos bañados en sudor. En determinado momento, el profesor nos ordenó que saliéramos de allí y que, a través del puente que unía la barraca con el lago, corriéramos a zambullirnos en el agua. Claro que, estrictamente, dicho puente no existía. Sobre unos postes hincados en el blando terreno, había dos listones de madera rodeados de juncos, a ambos lados, de más de tres metros de altura. Corrimos en fila y después, plaf, plaf, nos tiramos al lago. Alegría sin igual.
 Y ocurrió el milagro. Al regresar a las villas, no sentíamos el menor peso corporal. Nos sentíamos tan ligeros como si camináramos por la luna. Después de una ducha caliente y de vestirme con un chándal azul, dispuesto a encaminarme al comedor, oigo a Vašek decirme que me busca Šofr. Salí de mi villa y fui a la de al lado. Lo llamé, pero no había nadie. Lo llamé por segunda vez, nada. Pero poco después oí algo así como un susurro:
 –¡Pirooo! ¡Pirooo!
 El susurro venía de otro lado. De los altos juncos a orillas del lago. Me fui acercando y encontré a Šofr escondido detrás.
 –¿Qué haces aquí?
 –Han ido las chicas a la sauna. Dentro de un momento saldrán. Cúbrete las manos con las mangas del chándal y sígueme bajo el puente.
 –¿Estás en tus cabales? ¡Qué vergüenza!
 –¿Por qué vergüenza? Somos cineastas. Quizás un día debamos rodar una escena parecida en alguna película. ¿Para qué rompernos la cabeza en cómo hacerla cuando podemos observar en vivo cómo se desarrolla?
 Me convenció. Al final yo acabaría siendo cineasta. Nos arrastramos bajo los listones, que estaban separados de cinco a diez centímetros entre sí, y nos tumbamos boca arriba. Desde la barraca nos llegaban los cuchicheos de las muchachas. Sin tardar mucho, la puerta se abrió. Y como nosotros, media hora antes, corrían en fila las futuras cineastas y agrónomas. Y pudimos verlas pasar a través de la abertura. Algo oscuro se distinguía borrosamente entre sus piernas. Después nos levantamos para observar las siluetas de sus cabezas en el lago y para escuchar los gritos de alegría que les proporcionaba el agua.
 En tercer curso de la especialidad de cámara éramos seis estudiantes. Cinco checos y yo. Jaromír Šofr era, sin la menor duda, el más polémico y destacado de los seis. En cualquier práctica, su forma de iluminar y componer el encuadre era siempre diferente a la nuestra, la tradicional.
 Tras finalizar los estudios, lo poco que podía saber de mis compañeros me llegaba a través de la revista Film a doba, que recibía regularmente la biblioteca de los Estudios Cinematográficos. Y hete aquí que, inesperadamente, en 1967, la película Trenes rigurosamente vigilados (Ostre sledované vlaky), con guion de Bohumil Hrabal, dirección de Jiri Menzel y fotografía de Jaromír Šofr, ganó en Hollywood el oscar a la mejor película extranjera. Menzel tenía veintiocho años y Šofr veintisiete.
Cartel película Trenes rigurosamente vigilados
 En los años noventa y después, cada vez que tenía la oportunidad de regresar a la ciudad donde había estudiado, veía una y otra vez las películas de Menzel y Šofr, quienes, desde 1967, no interrumpieron nunca su colaboración, comenzada en la facultad. Mas en ninguna de sus películas vi nunca un episodio relacionado con la sauna finlandesa y la acechanza bajo el puente de las muchachas desnudas. Escenas eróticas todas las que quieras, pero sin incluir la sauna.
 Cuando hice de actor en la película Lamerica, de Gianni Amelio, concluida la jornada, casi siempre cenaba con el productor ejecutivo Enzo Porcelli. Sea por nuestra edad similar, o por el placer que sentíamos al referirnos nuestras respectivas «aventuras» estudiantiles, las mías de Praga, las suyas de Roma, el caso es que nos sentimos muy próximos. Fue él quien me animó a plasmarlas en papel con vistas a un futuro guion cinematográfico. Puesto que me llevaría demasiado tiempo narrar cómo llegué al guion y al rodaje de la película La tristeza de la señora Schneider (Smutek paní Šnajderové/Trishtimi i zonjës Shanjder), paso sin más dilación al momento de la conversación con la señora Jany Tomsové sobre la coproducción de la misma. Le gustó el guion ya en la primera lectura, de modo que me recomendó la colaboración con un guionista checo para que quizá ganara con ello la película. Sin la menor vacilación acepté. Unos días después se presentó en la oficina de Tomsové un joven, mi coguionista. Se llamaba Radek Šofr. Radek era el hijo de mi compañero Jaromír. ¡Oh, ancho mundo, qué pequeño eres a veces...! Le entregué el guion y le advertí:
 –Ten cuidado con el episodio de la sauna finlandesa, porque quien alienta a Lekë Seriani a acechar a las muchachas desnudas, no es otro que tu propio padre Jaromír.
 Y así fue. Tras cuarenta y siete años, recreé lo que nos sucedió a Šofr y a mí en Trebon. Šofr había tenido razón. No tenía por qué fantasear, bastaba con hacer lo que ya había hecho cuando aún no había cumplido los veintiún años.
 El estreno de la película en Praga fue en el cine Lucerna con seiscientos espectadores, entre ellos, cómo no, el mismísimo Jaromír Šofr. Vino a ver el trabajo de su hijo y de su compañero de clase.
 Ignoro si le gustó la película, pero al abrazarme me dijo:
 –¡Te felicito, compañero! Resultaste ser el más capaz de los seis de la especialidad de cámara.
 –¡Mira quién habla! ¡El compañero que ha ganado un oscar! ¡Qué ironía!
 –¡Oscar, sí, pero como camarógrafo, mientras que tú has llegado a director!
 –Es decir, el único traidor al oficio inicial.
 –No eres el único. Lo han hecho muchos otros.
 Pero si la acechanza valió la pena en Trebon, también le ha aportado poesía a la película.
Cartel película La tristeza de la señora Schneider 

 Este texto pertenece a Increíble, pero cierto, del cineasta albanés Piro Milkani, libro en el que, con aparente sencillez, recoge recuerdos, anécdotas y apuntes de toda una vida.

Escribí este libro de memorias con el anhelo de legar determinados recuerdos que podrían haber sido llevados al cine, pero, sobremanera, para mostrar que la vida de cualquier ser humano es mucho más hermosa cuando está plagada de sueños, retos, deseos, coraje y amor.
Piro Milkani

 Pueden leer mi reseña de Increíble, pero cierto clicando sobre el siguiente enlace:

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2025/07/increible-pero-cierto.html

 Y a todos los alumnos del I.E.S. Isaac Albéniz de Málaga –sobre todo a los que estudian la asignatura de Cine–, decirles que esperamos tener este libro en la biblioteca del instituto el próximo curso.

Taller de cine del I.E.S. Isaac Albéniz de Málaga
Fotografía: Enrique Sánchez

jueves, 12 de junio de 2025

LOS 10 BENEFICIOS QUE PROPORCIONA LA PRÁCTICA DEL AJEDREZ

Menudas piezas, una película de Nacho G. Velilla

No cabe duda de que el ajedrez es una herramienta educativa valiosísima. Para ello, basta con ver los 10 beneficios que proporciona la práctica del ajedrez en los niños según el maestro de primaria Enrique Sánchez «Donen», que ha inspirado Menudas piezas, la comedia de G. Velilla, protagonizada por Alexandra Jiménez.

1. Aumenta el rendimiento escolar.

Aprender a jugarlo a edades tempranas potencia áreas cognitivas que serán claves en el futuro desarrollo intelectual de los niños.

2. Estimula la capacidad de análisis y síntesis.

Obliga a centrarse en una única tarea, a analizar varias posibilidades y a desarrollar un pensamiento crítico (y autocrítico): obliga a buscar la mejor opción en cada ocasión.

3. Entrena la memoria.

Es un gran estimulador de la memoria visual, espacial y asociativa al recordar movimientos o estrategias utilizadas con anterioridad.

4. Incentiva la creatividad.

En una partida de ajedrez, ambos hemisferios del cerebro trabajan por igual. El izquierdo (análisis intelectual, razonamiento lógico, abstracción...) se activa tanto como el derecho, sede de la creatividad, capacidad necesaria para evaluar movimientos propios y del rival.

5. Ayuda a entender las consecuencias de los actos.

El ajedrez ayuda a aceptar las reglas y a asumir las consecuencias de tus propios actos, ya que es un juego en el que no interviene el azar. Aquí no hay postes ni árbitros a quienes culpar de tus propios errores.

6. Ayuda a expresarse de forma razonada.

Detrás de cada jugada hay una intención, y el jugador sabe por qué elige esa y no otra. Ayuda, por tanto, a conocer, y a explicar, las causas de sus propios actos y decisiones.

7. Una herramienta de socialización.

Es, ante todo, un juego. Por lo tanto, entretiene y permite socializar con personas de cualquier origen y condición (es gratis, no hace falta hablar y se puede jugar a distancia).

8. Desarrolla la autoestima.

El jugador se siente mejor con la práctica, valora sus progresos y siempre debe decidir por sí mismo ante el rival, lo que ayuda a desarrollar la autoestima, la tenacidad, la resiliencia y la capacidad de sacrificio.

9. Reduce la impulsividad.

Todas las jugadas van precedidas de un periodo de reflexión. Los jugadores se acostumbran a pensar antes de decidir cada movimiento.

10. Es terapéutico.

Los niños y adolescentes que practican regularmente ajedrez mejoran en los síntomas del TDAH: hiperactividad, impulsividad y dificultades de atención.

 En el instituto, dentro del programa Recreos Activos, hemos realizado este curso un torneo de ajedrez, del cual os dejo aquí algunas fotografías y vídeos. El campeón fue el profesor de Tecnología Francisco Javier Guijarro, en dura pugna con el alumno de 2º A, Iván Martín Bravo.

Segundas rondas del torneo de ajedrez del IES Isaac Albéniz
Recreos Activos, Málaga 2025. Fotografía: Alfonso Urbano


Primeras rondas entre Hugo y Elora
Fotografías: Pedro Delgado


Duelo de profes y de Javis
Fotografía: Pedro Delgado


Final del torneo de ajedrez del IES Isaac Albéniz, entre Guijarro y Martín
Fotografía: Pedro Delgado

Continuación de la final del torneo de ajedrez del IES Isaac Albéniz
Fotografía: Pedro Delgado

Iván Martín y Francisco Javier Guijarro en la final del torneo
Recreos Activos del IES Isaac Albéniz de Málaga, 2025
Fotografía: Pedro Delgado

Javier e Iván, campeón y subcampeón del torneo
Recreos Activos (IES Isaac Albéniz, Málaga 2025)
Fotografía: Alfonso Urbano

 Menos móvil y más ajedrez.

 ¿Echamos una partida?

Nota: Los vídeos están realizados por Alfonso Urbano, profesor del DACE del instituto Isaac Albéniz de Málaga.

viernes, 2 de mayo de 2025

¿POR QUÉ NO SE INCLUYE EL AJEDREZ EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS?


El campeón del mundo de ajedrez Borís Spassky
Fotografía: Portada revista Peón de Rey

 

«Hoy más que nunca necesitamos el ajedrez. Mover esas piezas de madera y pensar en su estrategia nos permite olvidar las desgracias de este mundo».
Borís Spassky, campeón del mundo de ajedrez 1969-1972


No hay duda de que el ajedrez es una excelente herramienta transversal para los docentes en las aulas, pues, entre otras cosas, desarrolla la atención y el pensamiento crítico y estratégico. Por supuesto que, como dijo el pasado verano en una entrevista el excampeón del mundo de ajedrez Garri Kaspárov, «el ajedrez no es una solución mágica, pero sirve para que los niños comprendan que cada acción está conectada con otras y tiene sus consecuencias, así como el valor relativo de cada pieza en una posición».

Garri Kaspárov con 11 años (1974)
Fotografía: Wikimedia Commons

 Decía recientemente el científico y periodista Javier Sampedro «que acaso deba considerarse también un arte». El COI (Comité Olímpico Internacional) lo considera un deporte, y yo me preguntaba durante la pasada Olimpiada de París, viendo la inclusión de nuevos e inesperados deportes, cómo era posible que nadie hubiera abogado por su introducción en los Juegos.

 Como suele suceder, las sincronías que se dan en la vida sacaron a la palestra mi pregunta unos días más tarde, en forma de artículo de opinión en el diario EL PAÍS. Guardé aquel texto para escribir una entrada, pero más adelante lo di por perdido al no lograr recordar dónde lo había dejado; hasta que estos días lo encontré removiendo unos papeles en la mesa de la cocina.

¿Por qué no hay sitio en los Juegos Olímpicos para el ajedrez?
Fotografía: Pedro Delgado

El debate. ¿Por qué no hay sitio en los Juegos Olímpicos para el ajedrez?
En estos Juegos de París hay 329 pruebas y más de mil medallas a repartir. Con cada vez más deportes con el marchamo de olímpicos, como el 'skateboarding' o el 'breakdance', ¿por qué no se incluye el ajedrez?

 Así que con muchísimos meses de retraso, les anoto las dos opiniones que, bien expuestas y razonadas, aparecen en el artículo: la del periodista especializado en ajedrez Leontxo García y la del periodista y escritor Paco Cerdà. Después de leerlas, no me cabe duda de que el ajedrez debería de incluirse en los Juegos Olímpicos.

El cerebro también es físico
Leontxo García
Juan Antonio Samaranch (1920-2010), presidente del Comité Olímpico Internacional (COI) de 1980 a 2001, explicó a EL PAÍS en 1998 por qué iba a proponer a la siguiente Asamblea General que se aceptara como miembro a la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE): "En nuestros archivos no tenemos una definición oficial de lo que es deporte. El ajedrez es el deporte mental por excelencia, y está organizado como tal en todo el mundo. Encaja perfectamente con el lema Mens sana in corpore sano (mente sana en cuerpo sano, en latín) y nos dará una imagen ligada a la inteligencia". La Asamblea aprobó su propuesta por aclamación en 1999. Y el ajedrez fue deporte de exhibición en los Juegos de Sídney, en 2000.
 La FIDE cuenta hoy con 201 países miembros (no todos son independientes; por ejemplo Escocia, Gales o Islas Feroe). Sólo el fútbol, baloncesto y atletismo tienen más. El ajedrez tiene sus propias Olimpiadas (bienales), desde 1927. Y ha entrado ya o lo hará pronto en los Juegos de Centroamérica y el Caribe, los Suramericanos, los Asiáticos y los Africanos, con el objetivo de formar parte algún día de los JJ OO, de Verano o de Invierno.
 Cuando Samaranch me recibió en su despacho de Lausana (Suiza), sobre su mesa estaba un informe de varios cientos de folios que contenía un experimento médico de la Universidad de Lovaina (Bélgica) en el que se demuestra que el desgaste físico (nervioso, hormonal y cardiovascular, principalmente) de un ajedrecista de alta competición no es inferior al de varios deportes olímpicos.
 Al ajedrez como pasatiempo puede jugar cualquiera, aunque su salud sea horrible. Pero el de alta competición, con partidas que duran cuatro o cinco horas, exige una preparación física esmerada. Es normal que un ajedrecista pierda varios kilos en un torneo (o duelo) de dos o tres semanas. Entre los 50 primeros del escalafón actual solo hay siete que hayan cumplido los 40; y sólo uno –el pentacampeón indio Viswanathan Anand– con más de 50. Cabe preguntarse si Lionel Messi jugaría igual de bien al fútbol con un cerebro distinto. Y la respuesta obvia es no. El cerebro también es físico, y actúa como sala de máquinas del resto del cuerpo. Diversos estudios científicos indican que los ajedrecistas utilizan mucho algunas partes del cerebro poco ejercitadas por el resto de la gente, y también que usan intensamente ambos hemisferios a la vez, de forma coordinada.
 Buena parte de lo explicado en los párrafos anteriores sirve para afirmar que el mus o el dominó están a años luz del ajedrez para reivindicar su entrada en los JJ OO. Conviene subrayar una cuestión pragmática, señalada por Samaranch: el ajedrez está organizado como un deporte incluso en los países que no lo han reconocido todavía oficialmente como tal (sobre todo, algunos anglosajones); cambiar eso provocaría serios problemas en cuanto a subvenciones de dinero público y ubicación en los medios de comunicación. Por ejemplo, si yo ofrezco un reportaje sobre ajedrez y cine (o literatura) a la sección de Cultura de EL PAÍS tendría pleno sentido, porque hay muchas películas y novelas sobre ajedrez. Pero si es sobre la Olimpiada de Ajedrez de Budapest, la respuesta sería: "No, eso es para Deportes".
 Y está el argumento histórico. Muy pocas actividades humanas –y menos aún deportivas, excepto el maratón– tienen más de 1.500 años de historia documentada. El ajedrez nació probablemente en algún lugar cercano a la actual India y los musulmanes lo trajeron a España, donde se creó el ajedrez moderno (prácticamente con las reglas actuales); se extendió de inmediato por América y buena parte de lo que hoy es la UE. El primer campeón del mundo oficioso fue el clérigo español Ruy Lopez de Segura, patrocinado por Felipe II.
 Dos jugadores murieron durante la Olimpiada de Ajedrez de Tromso (Noruega) de 2014. Kurt Meier (Seychelles, 67 años) por infarto en plena partida. El uzbeko Anisher Anarkúlov, de 46, en su habitación "por causas naturales", según la policía. Los análisis demostraron que sus arterias coronarias no eran apropiadas para la alta competición, que consiste en llevar el cuerpo y la mente al límite. Todo ajedrecista de élite ha sufrido eso en propia carne.
Leontxo García es periodista especializado en ajedrez

 ***

Sobran pruebas y faltan deportes
Paco Cerdà
Comencé los Juegos comprándome un libro de cuatro mil páginas: Le siècle olympique, una maravillosa locura donde Pierre Lagrue reconstruye el día a día de todos los Juegos de la Historia. En sus páginas laten las vidas y milagros de los santos laicos de este siglo: los deportistas. Por ejemplo, Alain Mimoun. Siempre vio las suelas del gran Emil Zátopek delante de sus narices. Fue plata en Londres 48 y logró dos platas en Helsinki 52: siempre por detrás de Zátopek. Pero en Melbourne 56 pasó lo inesperado. La noche anterior al maratón, Mimoun recibió una llamada: había nacido su hija Olimpia. Ese caluroso sábado corrió como nunca y ganó. Zátopek, que llegó sexto, se descubrió ante él y abrazó a su eterno poulidor. Es una historia preciosa. Contiene el peso de la tradición, el aura del maratón: la pureza de un humano persiguiendo el horizonte y sus límites. ¿Puede levantar esa poesía el breakdance?
 Los primeros Juegos empezaron con nueve deportes: atletismo, ciclismo, esgrima, gimnasia, tiro deportivo, natación, tenis, halterofilia y lucha grecorromana. Entre todos, 43 pruebas. Citius, altius, fortius. Ahí estaba la esencia olímpica: correr, saltar, lanzar, levantar, tumbar, nadar, tirar, pedalear, y conectar con la Antigüedad.
 Pero los Juegos comenzaron a crecer de una forma desigual. En la segunda edición ya había 19 deportes y se llegó con 21 hasta Los Ángeles 1984. Fue ahí, con el muro de Berlín resquebrajado y el capitalismo ganando el oro mundial sin control antidopaje, cuando todo se disparó. En París hay 32 disciplinas. Pero en el número de deportes no está la gran transformación. Criticar a los monopatines o a la danza urbana es lo fácil. Solo un espejismo.
 La verdadera mutación atañe al número de competiciones. Aquellas 43 pruebas de Atenas 1896 pronto se doblaron en número. En 1908 se superaron las 100. En 1960 se rebasaron las 150. En 1980 se saltaron las 200. Solo veinte años después se produjo el gran salto: 300 pruebas en 2000. Así pues, aunque parezca lo contrario, el aumento ha sido tenue en este siglo: 300 en Sídney, 301 en Atenas, 302 en Pekín, 302 en Londres, 306 en río, 324 en Tokio y 329 en París. En estos Juegos hay 10.500 atletas y más de mil medallas en juego. Pero algunas son de pruebas por equipos. Así, en los Juegos de Tokio, hubo 2.175 medallistas. Una medalla por cada cinco deportistas no parece la media de la excelencia.
 Tras los datos vienen las preguntas. ¿Tiene sentido que el ciclismo olímpico compita en pista, en ruta, en montaña y en cross hasta llegar a las 22 pruebas? ¿Es proporcional que 91 pruebas –el 28% del total– se disputen en el agua? ¿Es sensato que la natación se subdivida en libres, braza, espalda, mariposa, estilos, aguas abiertas, relevos, 50 metros, 100, 200, 400, 800, 1.500, 10 kilómetros, relevos, mixto y así hasta repartir 111 medallas? ¿Es pertinente que el piragüismo tenga 16 pruebas, el remo 14 y la vela 10? ¿Es lógico que los saltos acuáticos tengan ocho pruebas, como si sumáramos todas las de balonmano, hockey, waterpolo o voleibol? Parece indiscutible que el atletismo alcance las 48 competiciones: es el origen olímpico. Más cuestionable es que el combate reúna 66 pruebas entre lucha, judo, boxeo, esgrima y taekwondo. Porque lo que sobran son pruebas, más que deportes.
 Uno preferiría ver incluso más deportes alineados con el espíritu olímpico y su poética. Por ejemplo la pelota a mano en frontón, que ya fue olímpica; el ajedrez en su versión relámpago; el alpinismo, con montañistas ascendiendo cumbres, como quiso el barón de Coubertin; algunos juegos populares que fueron olímpicos, como el tira y afloja con una cuerda. Para ello deberían reducirse pruebas. Y si el COI no lo hace, que al menos no nos dé gato por liebre con baloncesto 3x3, ni descafeinado de sobre con fútbol amateur. Que los Juegos coronen a los mejores. Al mejor corriendo, luchando, nadando, saltando; no a los dos mil mejores en cada microespecialidad.
 De todos modos, la poética del olimpismo no solo brilla en los mejores. También late en la tragedia de Carolina Marín. También en la derrota sin final feliz de Rafa Nadal. También en la evocadora historia de Mimoun: sin sus amargas platas, nadie recordaría su oro.
Paco Cerdà es periodista y escritor
Emil Zátopek y Alain Mimoun (Helsinki, 1952)

 ¿Y usted, qué opina?

Nota: La fotografía de Leontxo García es de Diego Díaz, y la de Paco Cerdà es obra del fotógrafo Mikel Ponce.

domingo, 27 de abril de 2025

UNO DI NOI


Pancarta en el estadio del Nápoles relativa al cardenal Angelo Voiello
Fotografía: La Repubblica Sport

Porque me siento identificado con lo que dice sobre la fe y el papa Fancisco –aunque la mía no llegara a la confirmación–, y porque disfruté de lo lindo con The Young Pope y The New Pope, las dos series televisivas de Paolo Sorrentino, he querido compartir con todos ustedes este artículo de Rosa Palo que apareció en la contraportada del Diario Sur de Málaga el pasado miércoles.

A LA ÚLTIMA
Uno di noi
Una, bautizada, comulgada y confirmada, criada en un colegio de monjas y en una familia católica, perdió la fe como quien pierde un mechero: un día, ya no estaba. No la echó de menos: no quería pertenecer a ese club ni a ningún otro. Se bastaba y se sobraba con su juventud y su soberbia. Luego, cuando la vida empezó a darle hostias como panes, añoró tener algo o alguien a quien pedir consuelo, suplicarle un respiro o atribuirle la culpa de sus males. Pero el mechero no apareció.
 Por eso, este Lunes de Pascua, la arriba firmante se sorprendió al verse afligida por la muerte del papa Francisco. No por lo espiritual, sino por lo terrenal. Porque, aunque no cambiara las reglas del club, al menos entreabrió las puertas a quienes se habían quedado fuera. Puso sus ojos sobre los desheredados de la tierra en unos tiempos en los que ninguna quiere darles ni un cacho donde plantarse y se dirigió tanto a los que quisieron escucharle como a los que no para transmitirles el mensaje de amor y bondad de Cristo, ese que cala, o debería calar, hasta en los huesos más duros.
 En 'The Young Pope' y 'The New Pope', lo de Sorrentino, el mejor personaje es el cardenal Voiello. Secretario del Estado del Vaticano, intrigante y manipulador profesional, Voiello es un forofo perdido del Nápoles, hasta tal punto que, cuando el papa Pío XIII despierta tras un coma, no le pregunta si ha visto a Dios, sino si el Nápoles va a ganar algún título. Tras aquello, los aficionados napolitanos lo hicieron suyo desplegando en el estadio una pancarta que decía «Cardinal Voiello, uno di noi». Al papa Francisco, hincha del San Lorenzo, algunos también lo sentimos como «uno di noi». Aunque no fuéramos del club. 
Rosa Palo, diario Sur (miércoles 23.4.25)

El actor Silvio Orlando recibiendo instrucciones de Sorrentino
(En la mesa la figurita de Maradona con la equipación del Nápoles)
Fotografía: Gianni Fiorito (Revista Esquire)

 Descanse en paz.

Nota: Observando la fotografía de Gianni Fiorito, les diré que en una de mis estanterías luce la figurita de Diego Armando Maradona que tiene Voiello sobre la mesa de su despacho. Creo recordar que, como otra que tengo de Franco Baresi, son de la marca Tonka Corp –la dueña de Kenner–. Están hechas en China y son del año 1989.

Figura de Maradona que aparece en el despacho de Voiello
Fotografía: Pedro Delgado