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viernes, 2 de mayo de 2025

¿POR QUÉ NO SE INCLUYE EL AJEDREZ EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS?


El campeón del mundo de ajedrez Borís Spassky
Fotografía: Portada revista Peón de Rey

 

«Hoy más que nunca necesitamos el ajedrez. Mover esas piezas de madera y pensar en su estrategia nos permite olvidar las desgracias de este mundo».
Borís Spassky, campeón del mundo de ajedrez 1969-1972


No hay duda de que el ajedrez es una excelente herramienta transversal para los docentes en las aulas, pues, entre otras cosas, desarrolla la atención y el pensamiento crítico y estratégico. Por supuesto que, como dijo el pasado verano en una entrevista el excampeón del mundo de ajedrez Garri Kaspárov, «el ajedrez no es una solución mágica, pero sirve para que los niños comprendan que cada acción está conectada con otras y tiene sus consecuencias, así como el valor relativo de cada pieza en una posición».

Garri Kaspárov con 11 años (1974)
Fotografía: Wikimedia Commons

 Decía recientemente el científico y periodista Javier Sampedro «que acaso deba considerarse también un arte». El COI (Comité Olímpico Internacional) lo considera un deporte, y yo me preguntaba durante la pasada Olimpiada de París, viendo la inclusión de nuevos e inesperados deportes, cómo era posible que nadie hubiera abogado por su introducción en los Juegos.

 Como suele suceder, las sincronías que se dan en la vida sacaron a la palestra mi pregunta unos días más tarde, en forma de artículo de opinión en el diario EL PAÍS. Guardé aquel texto para escribir una entrada, pero más adelante lo di por perdido al no lograr recordar dónde lo había dejado; hasta que estos días lo encontré removiendo unos papeles en la mesa de la cocina.

¿Por qué no hay sitio en los Juegos Olímpicos para el ajedrez?
Fotografía: Pedro Delgado

El debate. ¿Por qué no hay sitio en los Juegos Olímpicos para el ajedrez?
En estos Juegos de París hay 329 pruebas y más de mil medallas a repartir. Con cada vez más deportes con el marchamo de olímpicos, como el 'skateboarding' o el 'breakdance', ¿por qué no se incluye el ajedrez?

 Así que con muchísimos meses de retraso, les anoto las dos opiniones que, bien expuestas y razonadas, aparecen en el artículo: la del periodista especializado en ajedrez Leontxo García y la del periodista y escritor Paco Cerdà. Después de leerlas, no me cabe duda de que el ajedrez debería de incluirse en los Juegos Olímpicos.

El cerebro también es físico
Leontxo García
Juan Antonio Samaranch (1920-2010), presidente del Comité Olímpico Internacional (COI) de 1980 a 2001, explicó a EL PAÍS en 1998 por qué iba a proponer a la siguiente Asamblea General que se aceptara como miembro a la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE): "En nuestros archivos no tenemos una definición oficial de lo que es deporte. El ajedrez es el deporte mental por excelencia, y está organizado como tal en todo el mundo. Encaja perfectamente con el lema Mens sana in corpore sano (mente sana en cuerpo sano, en latín) y nos dará una imagen ligada a la inteligencia". La Asamblea aprobó su propuesta por aclamación en 1999. Y el ajedrez fue deporte de exhibición en los Juegos de Sídney, en 2000.
 La FIDE cuenta hoy con 201 países miembros (no todos son independientes; por ejemplo Escocia, Gales o Islas Feroe). Sólo el fútbol, baloncesto y atletismo tienen más. El ajedrez tiene sus propias Olimpiadas (bienales), desde 1927. Y ha entrado ya o lo hará pronto en los Juegos de Centroamérica y el Caribe, los Suramericanos, los Asiáticos y los Africanos, con el objetivo de formar parte algún día de los JJ OO, de Verano o de Invierno.
 Cuando Samaranch me recibió en su despacho de Lausana (Suiza), sobre su mesa estaba un informe de varios cientos de folios que contenía un experimento médico de la Universidad de Lovaina (Bélgica) en el que se demuestra que el desgaste físico (nervioso, hormonal y cardiovascular, principalmente) de un ajedrecista de alta competición no es inferior al de varios deportes olímpicos.
 Al ajedrez como pasatiempo puede jugar cualquiera, aunque su salud sea horrible. Pero el de alta competición, con partidas que duran cuatro o cinco horas, exige una preparación física esmerada. Es normal que un ajedrecista pierda varios kilos en un torneo (o duelo) de dos o tres semanas. Entre los 50 primeros del escalafón actual solo hay siete que hayan cumplido los 40; y sólo uno –el pentacampeón indio Viswanathan Anand– con más de 50. Cabe preguntarse si Lionel Messi jugaría igual de bien al fútbol con un cerebro distinto. Y la respuesta obvia es no. El cerebro también es físico, y actúa como sala de máquinas del resto del cuerpo. Diversos estudios científicos indican que los ajedrecistas utilizan mucho algunas partes del cerebro poco ejercitadas por el resto de la gente, y también que usan intensamente ambos hemisferios a la vez, de forma coordinada.
 Buena parte de lo explicado en los párrafos anteriores sirve para afirmar que el mus o el dominó están a años luz del ajedrez para reivindicar su entrada en los JJ OO. Conviene subrayar una cuestión pragmática, señalada por Samaranch: el ajedrez está organizado como un deporte incluso en los países que no lo han reconocido todavía oficialmente como tal (sobre todo, algunos anglosajones); cambiar eso provocaría serios problemas en cuanto a subvenciones de dinero público y ubicación en los medios de comunicación. Por ejemplo, si yo ofrezco un reportaje sobre ajedrez y cine (o literatura) a la sección de Cultura de EL PAÍS tendría pleno sentido, porque hay muchas películas y novelas sobre ajedrez. Pero si es sobre la Olimpiada de Ajedrez de Budapest, la respuesta sería: "No, eso es para Deportes".
 Y está el argumento histórico. Muy pocas actividades humanas –y menos aún deportivas, excepto el maratón– tienen más de 1.500 años de historia documentada. El ajedrez nació probablemente en algún lugar cercano a la actual India y los musulmanes lo trajeron a España, donde se creó el ajedrez moderno (prácticamente con las reglas actuales); se extendió de inmediato por América y buena parte de lo que hoy es la UE. El primer campeón del mundo oficioso fue el clérigo español Ruy Lopez de Segura, patrocinado por Felipe II.
 Dos jugadores murieron durante la Olimpiada de Ajedrez de Tromso (Noruega) de 2014. Kurt Meier (Seychelles, 67 años) por infarto en plena partida. El uzbeko Anisher Anarkúlov, de 46, en su habitación "por causas naturales", según la policía. Los análisis demostraron que sus arterias coronarias no eran apropiadas para la alta competición, que consiste en llevar el cuerpo y la mente al límite. Todo ajedrecista de élite ha sufrido eso en propia carne.
Leontxo García es periodista especializado en ajedrez

 ***

Sobran pruebas y faltan deportes
Paco Cerdà
Comencé los Juegos comprándome un libro de cuatro mil páginas: Le siècle olympique, una maravillosa locura donde Pierre Lagrue reconstruye el día a día de todos los Juegos de la Historia. En sus páginas laten las vidas y milagros de los santos laicos de este siglo: los deportistas. Por ejemplo, Alain Mimoun. Siempre vio las suelas del gran Emil Zátopek delante de sus narices. Fue plata en Londres 48 y logró dos platas en Helsinki 52: siempre por detrás de Zátopek. Pero en Melbourne 56 pasó lo inesperado. La noche anterior al maratón, Mimoun recibió una llamada: había nacido su hija Olimpia. Ese caluroso sábado corrió como nunca y ganó. Zátopek, que llegó sexto, se descubrió ante él y abrazó a su eterno poulidor. Es una historia preciosa. Contiene el peso de la tradición, el aura del maratón: la pureza de un humano persiguiendo el horizonte y sus límites. ¿Puede levantar esa poesía el breakdance?
 Los primeros Juegos empezaron con nueve deportes: atletismo, ciclismo, esgrima, gimnasia, tiro deportivo, natación, tenis, halterofilia y lucha grecorromana. Entre todos, 43 pruebas. Citius, altius, fortius. Ahí estaba la esencia olímpica: correr, saltar, lanzar, levantar, tumbar, nadar, tirar, pedalear, y conectar con la Antigüedad.
 Pero los Juegos comenzaron a crecer de una forma desigual. En la segunda edición ya había 19 deportes y se llegó con 21 hasta Los Ángeles 1984. Fue ahí, con el muro de Berlín resquebrajado y el capitalismo ganando el oro mundial sin control antidopaje, cuando todo se disparó. En París hay 32 disciplinas. Pero en el número de deportes no está la gran transformación. Criticar a los monopatines o a la danza urbana es lo fácil. Solo un espejismo.
 La verdadera mutación atañe al número de competiciones. Aquellas 43 pruebas de Atenas 1896 pronto se doblaron en número. En 1908 se superaron las 100. En 1960 se rebasaron las 150. En 1980 se saltaron las 200. Solo veinte años después se produjo el gran salto: 300 pruebas en 2000. Así pues, aunque parezca lo contrario, el aumento ha sido tenue en este siglo: 300 en Sídney, 301 en Atenas, 302 en Pekín, 302 en Londres, 306 en río, 324 en Tokio y 329 en París. En estos Juegos hay 10.500 atletas y más de mil medallas en juego. Pero algunas son de pruebas por equipos. Así, en los Juegos de Tokio, hubo 2.175 medallistas. Una medalla por cada cinco deportistas no parece la media de la excelencia.
 Tras los datos vienen las preguntas. ¿Tiene sentido que el ciclismo olímpico compita en pista, en ruta, en montaña y en cross hasta llegar a las 22 pruebas? ¿Es proporcional que 91 pruebas –el 28% del total– se disputen en el agua? ¿Es sensato que la natación se subdivida en libres, braza, espalda, mariposa, estilos, aguas abiertas, relevos, 50 metros, 100, 200, 400, 800, 1.500, 10 kilómetros, relevos, mixto y así hasta repartir 111 medallas? ¿Es pertinente que el piragüismo tenga 16 pruebas, el remo 14 y la vela 10? ¿Es lógico que los saltos acuáticos tengan ocho pruebas, como si sumáramos todas las de balonmano, hockey, waterpolo o voleibol? Parece indiscutible que el atletismo alcance las 48 competiciones: es el origen olímpico. Más cuestionable es que el combate reúna 66 pruebas entre lucha, judo, boxeo, esgrima y taekwondo. Porque lo que sobran son pruebas, más que deportes.
 Uno preferiría ver incluso más deportes alineados con el espíritu olímpico y su poética. Por ejemplo la pelota a mano en frontón, que ya fue olímpica; el ajedrez en su versión relámpago; el alpinismo, con montañistas ascendiendo cumbres, como quiso el barón de Coubertin; algunos juegos populares que fueron olímpicos, como el tira y afloja con una cuerda. Para ello deberían reducirse pruebas. Y si el COI no lo hace, que al menos no nos dé gato por liebre con baloncesto 3x3, ni descafeinado de sobre con fútbol amateur. Que los Juegos coronen a los mejores. Al mejor corriendo, luchando, nadando, saltando; no a los dos mil mejores en cada microespecialidad.
 De todos modos, la poética del olimpismo no solo brilla en los mejores. También late en la tragedia de Carolina Marín. También en la derrota sin final feliz de Rafa Nadal. También en la evocadora historia de Mimoun: sin sus amargas platas, nadie recordaría su oro.
Paco Cerdà es periodista y escritor
Emil Zátopek y Alain Mimoun (Helsinki, 1952)

 ¿Y usted, qué opina?

Nota: La fotografía de Leontxo García es de Diego Díaz, y la de Paco Cerdà es obra del fotógrafo Mikel Ponce.

domingo, 26 de enero de 2014

TRISTES CASUALIDADES

Christopher John Chataway (Londres, Reino Unido 1931-2014)


Me envía mi primo Sergio Camacho un correo que lleva por asunto "parece que está de moda todo lo referente al atletismo". Lo pincho y veo que no trae texto, tan sólo un enlace, una línea azul que me deja mudo y me provoca un escalofrío.
 Hace unos días, el 18 de enero más concretamente, al escribir mi post sobre Zátopek para mi blog Calle 1 (y para mi crítica literaria atlética en El loco que corre) puse dos fotografías de la final de los 5.000 metros de los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952. En la primera de ellas, coloreada, se veía a Emil Zátopek corriendo hacia la meta en la última curva antes de meta, seguido por el francés Alain Mimoun y el alemán Herbert Schade. Detrás de éste último se podía observar a otro corredor caído en el suelo. Como quiera que en la imagen no se veía bien a ese atleta, añadí otra en blanco y negro en la que se podía ver un mejor plano de la caída de ese atleta, que resultó ser el británico Chris Chataway, quien finalmente entró en quinta posición.

Emil Zátopek (oro), Alain Mimoun (plata) y Herbert Schade (bronce)
en la final de 5.000 metros de los Juego Olímpicos de Helsinki en 1952


La imagen anterior desde otra perspectiva, donde se aprecia la caída del inglés Chris Chataway tras pisar el bordillo de la cuerda (Al pasar mi post a la página de El loco que corre, Salvador Moreno eliminó esta foto, lo que supone otra de esas casualidades).

 Luego seguí escribiendo mi entrada lamentando la mala suerte del británico y pensando que tenía que ver el vídeo de aquella carrera para ver la secuencia completa y escribir algún post sobre la fatalidad del destino, el azar o la casualidad, entendiendo ésta como esa combinación de circunstancias imprevisibles e inevitables que a veces nos pasan la mano por el lomo o nos sacuden duro.






 Pues bien, el enlace que me envía mi primo es otra de esas casualidades:
www.diariosur.es/rc/20140125/sociedad/muere-christopher-chataway-201401231925.html

Chris Chataway disputando la prueba de la milla en 1952

 Sir Christopher John Chataway murió a los 82 años el pasado 19 de enero, al día siguiente de subir mi post con la imagen de su caída. Mi condolencia a la familia del que fue un gran atleta: Subcampeón de Europa de 5.000 metros en 1954 (tras el soviético Vladímir Kuts), batió el récord del mundo de la distancia dos semanas después con un crono de 13'51"6 y fue la segunda liebre de Roger Bannister en su famoso asalto a la barrera de los cuatro minutos en la milla.


Chris Chataway haciéndole de liebre a Roger Bannister en su récord de la milla 3'59"4, marca que lo convirtió en el primer hombre en la historia en bajar de los 4 minutos en la milla.
(6 de mayo de 1954, pista de Iffley Road en Oxford)

 Por lo demás, les remito al artículo de Álvaro Soto para el diariosur.es y al de Carlos Arribas para el diario El País que he encontrado curioseando en internet, 
"elpais.com/deportes/2014/01/24/actualidad/1390518192_941993.html"
y le agradezco a Sergio los servicios prestados.
 Un abrazo para él y otro para Chataway donde quiera que ahora esté.

sábado, 18 de enero de 2014

CORRER, EL LIBRO ACERCA DE ZÁTOPEK



En las pocas semanas de vida que tiene este blog ya ha salido a relucir varias veces el apellido Zátopek, un apellido mítico, pues pertenece al único atleta del mundo capaz de ganar en unos mismos Juegos Olímpicos tres medallas de oro en las pruebas de fondo; una gesta que el corredor checoslovaco Emil Zátopek (1922-2000) consiguió en la Olimpiada de Helsinki de 1952, cuando en diez días consiguió ganar los 5.000 metros, los 10.000 y la maratón.

 A mí Emil Zátopek me acompañó en muchas tardes de entrenamientos extenuantes, en intervals infinitos que el checo había llevado hasta límites exagerados. Así que, para darme ánimos, me acordaba de él cada vez que tenía que hacer un interval training de 200 o 400 metros. Si Emil hacía 40 o 70 repeticiones, cómo no iba a acabar yo mis entrenamientos. Recuerdo, hablando de intervals de 400, que una tarde, cuando estudiaba y entrenaba en Granada, el amigo Miguel Leiva se pasó un buen rato cronometrándome el entrenamiento para comprobar que, efectivamente, no iba de farol y era capaz de hacer 20x400 a 1'02" recuperando 1'30". Y lo que son las cosas, movido por este recuerdo me he tomado la molestia de buscar en las agendas de aquellos años hasta dar con aquel día, y he descubierto algo que me ha dejado, ahora que escribo sobre Zátopek, con la boca abierta:

 5 de febrero de 1987
[...] y después, a las siete, me fui a entrenar: los 20 cuatrocientos. Leiva se puso conmigo y tan sólo aguantó 10. Yo las hice con clavos, todas a 1'02" menos varias a 1'03". Aquí dicen que estoy "corgao", que eso es lo que hacía Zátopek. Ya quisieran ellos llegar a ser 1/4 parte de lo que fue Zátopek, La locomotora humana.


 Si el fartlek (la carrera continua por la naturaleza con cambios de ritmo) fue el "sistema panacéa" para los finlandeses, Zátopek abrazó el interval training: dividir una distancia en otras más pequeñas para correrlas a más velocidad, con una pequeña recuperación entre ellas que Emil hacía corriendo a menor velocidad. Quizás eso fue lo que lo convirtió en plusmarquista en aquella época. Ese correr sin parar, agónico, que no se centraba en la técnica ni en el estilo, sino en sus ansias de correr más rápido que nadie.


Emil Zátopek, en una fotografía de 1954. Foto: Keystone / Getty Images

 A finales de 2010, el escritor francés Jean Echenoz publicó Correr, un libro sobre Zátopek que fue muy recomendado por los libreros y los críticos literarios (Babelia la eligió como una de las mejores novelas de 2010).




            




 De Echenoz yo había leído Me voy, obra con la que obtuvo el Premio Goncourt en 1999, una novela corta o nouvelle que dicen los franceses que me había gustado bastante. Quizás ese hecho, junto a tantas recomendaciones, ha jugado en su contra a la hora de enfrentarme estos días a Correr, pues las expectativas que tenía eran demasiado altas.
 Echenoz no corre, y eso es algo que notamos los que lo hacemos habitualmente. Y luego está el estilo que ha elegido para narrarnos la vida de Zátopek, como si fuese un notario el que apuntase la crónica deportiva del atleta, lejano a sus sentimientos, a sus pensamientos e ideas.
 A pesar de esa pequeña decepción, ésta es una novela que debemos leer todos aquellos lectores a los que nos gusta calzarnos las zapatillas de correr, entre otras cosas porque creo que los que amamos este bello deporte estamos necesitados de novelas que hablen de él. Hay mucha narrativa ambientada en el mundo del fútbol o del boxeo, pero muy poca en el del atletismo.


Zapatilla adidas de Emil Zatopek. Fotografía: Zac Allan

 La novela arranca cuando Emil tiene 17 años y los alemanes acaban de invadir Moravia (Bohemia) y Checoslovaquia. Por entonces Emil trabaja en la fábrica de calzado Bata, un Emil al que le horroriza el deporte: primero las carreras del circuito de Zlin que organiza la fábrica para publicitar sus zapatillas y luego las exhibiciones atléticas que organizan los alemanes para los jóvenes con carácter obligatorio.
"La primera carrera en la que participa Emil es un cross-country de nueve kilómetros montado por la Wehrmacht en Brno y que enfrentará a una selección alemana atlética, espigada, arrogante, impecablemente equipada, todos igualitos a lo übermensch, con una cuadrilla de famélicos y astrosos checos, jóvenes campesinos, montaraces con calzón largo o dudosos futbolistas amateurs mal afeitados. Emil no participa de buen grado en esa prueba pero es un muchacho concienzudo, se entrega y da de sí todo lo que puede. Comoquiera que acaba segundo, sin darse cuenta y no sin vivo despecho por parte de los arios, un entrenador del club local se interesa por él. Corres raro pero no corres nada mal, le dice. Lo cierto es que corres muy raro, insiste el entrenador con cara de incredulidad, pero, bueno, no corres mal. De ambas aserciones, Emil sólo escucha y oye distraídamente la segunda".
 Aún así, Emil no termina de cogerle el gusto a eso de correr hasta que un buen día sucede lo inesperado: empieza a gustarle correr; al principio por propio placer, luego por el gusto de medir sus fuerzas en la competición.
 Mientras los alemanes comienzan a sembrar el terror en el protectorado con su política de deportaciones y exterminio, Emil Zátopek, ya con 20 años, se vuelca en el atletismo. Además, Emil se obstina en no trabajar el estilo. A Emil no le importa correr raro, para él el estilo es una gilipollez. Puestos a correr lo que quiere es correr lo más rápido posible.
"De modo que se obstina en no trabajar más que la resistencia, como quienes preparan sólo los trayectos largos de fondo o de semifondo. Él, invirtiendo el sistema, se entrena cada vez más en la velocidad, en pequeñas distancias indefinidamente repetidas, gracias a lo cual comienza a experimentar claros progresos". 
 Emil descubre también a sus competidores el sprint final.
"Doscientos metros antes de la llegada, intensifica la velocidad, sabedor de que puede hacerlo pues se ha preparado para ello: gana.
 Por aquella época no se conoce el sprint final, los corredores procuran espaciar el esfuerzo, repartirlo a lo largo de una prueba. En su afán de escatimar fuerzas hasta el final, no se creen capaces y sobre todo no se atreven a reservar la velocidad para desplegarla en la última recta, para dar lo máximo de sí mismos al final de la carrera. De ahí la inmensa utilidad de entrenar también con pequeñas distancias: el sprint final, que acaba de inventar Emil".
 Cuando el frente de batalla avanza y llegan las sirenas y los bombardeos y el tableteo de las ametralladoras y con ello los rusos, los alemanes, entre refriegas, se apresuran a retirarse. Termina la guerra y Checoslovaquia recupera sus fronteras. El país reorganiza su ejército y Emil es llamado a filas. La vida militar le gusta más que la vida de peón en la fábrica de Bata.
"Y además puede seguir corriendo: como se han organizado campeonatos militares en la República liberada, los oficiales de estado mayor, que tienen puesto el ojo en el deporte, autorizan a Emil a presentarse. Éste establece tranquilamente dos nuevos récords y, a su regreso, es citado en el orden del día por haber representado con honor a su unidad. Lo cierto es que con el uniforme no todo va tan mal, así que Emil se plantea matricularse en la Academia donde se forma a los oficiales de carrera. Además, cualquier cosa antes de volver a trabajar en la empresa Bata".
 Estando en la Academia se enfrenta al sueco Sundin en su primera competición internacional y, aunque no consigue ganarle, bate el récord de Checoslovaquia de los dos mil metros. Luego mejora el de 3.000 llegando detrás del holandés Slijkhuis. El sueco y el holandés son corredores elegantes cuyo estilo contrasta con el de Zátopek.
"Hay corredores que parecen volar, otros bailar, otros desfilar, otros parecen avanzar como sentados sobre las piernas. Algunos dan tan sólo la impresión de ir lo más rápido posible a donde acaban de llamarlos. Emil nada de eso. Emil parece que se encoja y desencoja como si cavara, como en trance. Lejos de los cánones académicos y de cualquier prurito de elegancia, Emil avanza de manera pesada, discontinua, torturada, a intermitencias. No oculta la violencia de su esfuerzo, que se trasluce en su rostro crispado, tetanizado, gesticulante, continuamente crispado por un rictus que resulta ingrato a la vista. Sus rasgos se distorsionan, como desgarrados por un horrible sufrimiento, la lengua fuera intermitentemente, como si tuviera un escorpión alojado en cada zapatilla de deporte. Está como ausente cuando corre, tremendamente ausente, tan concentrado que ni parece estar cuando está ahí más que nadie, y su cabeza, encogida entre los hombros, sobre el cuello siempre inclinado hacia el mismo lado, se balancea sin cesar, se bambolea y oscila de derecha a izquierda. 
 Puños cerrados, contorsionando caóticamente el tronco, Emil hace también todo tipo de cosas con los brazos. Cuando todo el mundo os dirá que se corre con los brazos. A fin de propulsar mejor el cuerpo, los miembros superiores deben utilizarse para aligerar las piernas de su propio peso: en las pruebas de fondo, el mínimo de movimientos con cabeza y brazos mejora el rendimiento. Pues Emil hace exactamente lo contrario, parece correr sin que le importen los brazos, cuya impulsión convulsiva arranca de demasiado arriba, describiendo curiosos desplazamientos, a ratos alzados o proyectados hacia atrás, colgando o abandonando a una absurda gesticulación, y sacude también los hombros levantando exageradamente los codos como si transportase una carga demasiado pesada. Mientras corre parece un boxeador luchando contra su sombra, por lo que todo su cuerpo se asemeja a un mecanismo descompuesto, dislocado, doloroso, salvo la armonía de sus piernas, que muerden y mastican la pista con voracidad". 
  En los primeros Campeonatos de Europa de posguerra, en Oslo, Emil queda quinto en los cinco mil metros, mejorando de nuevo el récord checoslovaco, y ya en los Juegos Olímpicos de Londres, en 1948, se gana el apodo de La Locomotora Humana al lograr en los diez mil metros la primera medalla de oro del atletismo checo y obtener una plata en los cinco mil.


Emil Zátopek en los 10.000 metros de los Juegos Olímpicos de Londres en 1948
Emil ganaría el oro y el francés Alain Mimoun la plata

 Luego llegará el récord del mundo de los diez mil y el ascenso a capitán, pero con ello comienzan los problemas.
"Se reúnen los altos mandos. Todos convienen en que Emil, cómo no, es un fenómeno del socialismo real. Pero por eso mismo es preferible guardárselo, economizarlo y no enviarlo demasiado al extranjero. Cuanto menos se lo vea, mejor. Porque sería una auténtica lástima que por una cabezonada, durante algunos de esos viajes, se pasara al otro bando, al inmundo bando de las fuerzas imperiales y del gran capital. Por consiguiente convocan a Emil, que acaba de ser invitado a participar en una prueba internacional de cinco mil metros en Los Ángeles. 
 Camarada, le dicen, el comité militar ha decidido que, en lo sucesivo, no podrás participar en ninguna competición deportiva sin previa autorización. Conforme, dice Emil, pero eso no cambia nada. Hasta ahora se me han concedido esas autorizaciones. Pues ahí está, camarada, a partir de ahora ya no las recibirás. Puedes retirarte. Y el comité se descuelga con un comunicado en el que anuncia dicha medida, alegando que las invitaciones demasiado numerosas a encuentros de escasa importancia apartan a Emil de sus deberes militares, impidiéndole proseguir su perfeccionamiento deportivo".
 Temen que en una de esas no regrese a Praga, que pida asilo político en uno de esos países capitalistas. En aras del partido se suceden las purgas como cuando estaban los alemanes. La única alegría del momento es su boda con Dana, futura campeona olímpica de Jabalina. 



 En el extranjero se preguntan qué habrá sido de Emil, si sigue entrenando, si estará lesionado o habrá dejado de correr. Emil les responde batiendo dos récords del mundo, el de los 20 kilómetros y el de la hora. Luego llegarán los Juegos de Helsinki, donde conseguirá lo que nadie ha vuelto a conseguir hasta la fecha, ganar las tres pruebas de fondo: el 5.000, el 10.000 y la maratón.

Emil Zátopek (oro) seguido por el francés Mimoun (plata) y el alemán Herbert Schade (bronce) 
Fotografía coloreada de la final de 5.000 metros de los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952

La imagen anterior desde otra perspectiva, donde se aprecia la caída del inglés Chris Chataway

 A la vuelta a Emil lo ascienden de capitán a comandante y se convierte "en el hombre de los ocho récords del mundo en distancias superiores a cinco mil metros: seis, diez y quince millas; diez, veinte, veinticinco y treinta kilómetros; por no hablar del récord de la hora". A ellos añadirá pronto un noveno, el de los cinco mil metros.
 Muere Stalin y el presidente checoslovaco Gottwald y en el país se producen minúsculos cambios. Lo dejan correr en Sao Paulo, donde gana, igual que en el Cross de L'Humanité (lo que ahora son los Campeonatos del Mundo de Cross). A partir de ahí empieza lentamente su declive, sus altibajos, las derrotas y la decisión de retirarse tras los Juegos de Melbourne, donde sólo disputará la maratón, quisiera hacerlo con un pódium pero sólo alcanza a ser sexto en una prueba que gana el francés Alain Mimoun, la sombra de Zátopek, pues había sido plata en los 10.000 metros de los juegos de Londres y en los 5.000 de los de Helsinki por detrás, en ambas ocasiones, del checo.
 Al volver de Australia, como premio al final de su carrera, lo ascienden a coronel y lo nombran director de deportes en el ministerio de defensa; aunque el punto final no lo pondrá hasta el Cross de San Sebastián, en Lasarte, donde Emil se planta definitivamente tras su victoria.


Emil Zátopek tirando del grupo en el Cross Internacional de San Sebastián, Lasarte 1958

 Zátopek sigue corriendo a diario, pero ya sólo lo hace para mantenerse en forma no para ganar ninguna carrera.
"Y como se entrena menos, le queda más tiempo para interesarse en lo que sucede en su país".
¿Qué pudo ocurrir en su país para que Emil fuese destituido de su cargo en el ministerio y se le enviase a barrer las calles de la capital?  Lean el libro y salgan de dudas, y, si quieren profundizar en lo que ocurrió en Checoslovaquia en 1968, lean también La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, una de mis novelas favoritas, llevada también al cine por Philip Kaufman con Daniel Day-Lewis, Juliette Binoche y Lena Olin en el papel de Tomás, Teresa y Sabina.


 


 Por último, quisiera recoger aquí una anécdota entrañable que leí en la página de la RFEA, y que muestra el gran corazón que siempre tuvo Emil Zátopek. El artículo, firmado por Miguel Villaseñor cuenta que Ron Clarke (Australia, 1937), un gran fondista que poseyó los récords del mundo de 5.000 y 10.000 metros pero que, por cosas del destino, nunca pudo ganar un oro olímpico, viajó después de los Juegos Olímpicos de México 1968 a Praga a ver a Zátopek, a quien admiraba mucho. Entabló con él amistad y cuando fue a abandonar la capital para volver a Australia, Zátopek fue a despedirlo al aeropuerto. Allí, en el último momento y de manera disimulada, le dio un pequeño paquete. "Clarke creyó que era algo de contrabando o quizá un mensaje que Emil quería comunicar al mundo exterior, dadas las circunstancias políticas. Al dárselo le había dicho "porque te lo mereces", frase que el australiano en ese momento no entendió. Ya en el avión abrió el paquete y con gran sorpresa vio que en él estaba la medalla de oro olímpica que Zátopek había ganado en los 10.000 metros de Helsinki en 1952. De esta manera se la regalaba. La admiración era, obviamente mutua. Ahora sí que su amigo Ron Clarke tenía su propia medalla de oro". 


Ron Clarke











Nota: Los párrafos de Correr, novela de Jean Echenoz, están extraídos de la edición española, publicada por Anagrama en septiembre de 2010, con traducción de Javier Albiñana.