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miércoles, 7 de diciembre de 2016

EL ESTADIO MÁS POÉTICO DEL MUNDO


Shiraz Hafezieh Athletic Center (Irán)
Fotografía: Pedro Delgado Fernández

Si Shiraz es conocida en Irán como la ciudad de los poetas, por albergar las tumbas de Hafez y Saadi, el estadio Shiraz Hafezieh Athletic Center debe de ser, sin duda, el más poético del mundo, pues sus puertas están frente a las del mausoleo del primero de los poetas.

 La pista de atletismo estaba cerrada, y sólo atisbé el tartán desde fuera.

Shiraz Hafezieh Athletic Center (Irán)
Fotografía: Pedro Delgado Fernández

 Sí pude visitar la tumba de Hafez. Estuve allí una mañana de agosto, antes de partir hacia Persépolis, cuyas ruinas también encierran mucha poesía -y qué decir de Naqsh-e-Rostam o de la tumba de Ciro en Pasargada-. El mausoleo estaba lleno de iraníes que venían a rendir pleitesía al poeta. Rodeaban la tumba y se abrían hueco entre la gente para tocar con los dedos la lápida de mármol, mientras musitaban una jaculatoria o alguno de sus versos. Después se sentaban a conversar, recitar o meditar a la sombra de un árbol, o paseaban por los jardines disfrutando del aroma de las plantas, dejando vagar los ojos por los verdes del parterre, ese que los iraníes trenzan en sus alfombras para llevar un pedazo de jardín a sus casas.

Mausoleo de Hafez en Shiraz, Irán (agosto 2016)
Fotografía: Pedro Delgado Fernández

Tumba del poeta Hafez en Shiraz, Irán (agosto 2016)
Fotografía: Pedro Delgado Fernández

 Dicen que si uno abre uno de sus libros y lee al azar un poema, encontrará en esos versos su destino; aunque también puede ser un periquito quien nos acerque su métrica y nos muestre nuestro sino. Los pozos del café en la caligrafía farsi de un papel de colores o en las páginas de un libro.

Shiraz, Irán. Agosto 2016
Fotografía: Pedro Delgado Fernández

Shiraz, Irán. Agosto 2016
Fotografía: Pedro Delgado Fernández

 Permanecí en el mausoleo algo más de una hora, observándolo todo con curiosidad, y fue al encaminarme hacia la salida cuando me di cuenta de que las puertas del estadio quedaban al fondo, frente por frente a las del mausoleo, y justo entonces fue cuando pensé que aquel debía de ser el estadio más poético del mundo. ¿No les parece?

Mausoleo de Hafez con el estadio de atletismo al fondo
Shiraz, Irán. Fotografía: Pedro Delgado Fernández

Shiraz Hafezieh Athletic Center (Irán)
Fotografía: Pedro Delgado Fernández

jueves, 20 de octubre de 2016

PONERNOS EN FORMA

Casa de Fuerza, Kermán (Irán). Fotografía: Pedro Delgado

Como ya dije hace unas semanas, septiembre es el mes de la vuelta a los entrenamientos, la búsqueda de la puesta a punto que nos haga rendir en los campeonatos invernales; una especie de Año Nuevo para los atletas, igual que para los estudiantes que inician otro curso escolar. Por supuesto, y como dice el dicho, "cada maestrillo tiene su librillo" a la hora de ponernos en forma. Un método que me ha llamado la atención en mi reciente viaje a Irán ha sido el que se emplea en los gimnasios tradicionales. Yo tenía un vago recuerdo de ellos de cuando seguía la serie Alquibla*, cuyo guión y presentación corrían a cargo de Juan Goytisolo. El programa, rodado en Uzbequistán, Irán, Turquía, Palestina, Argelia, Marruecos y Malí, mostraba mediante una visión del espacio urbano, ritos, costumbres, música, etcétera, la diversidad de naciones y etnias que componen el islam, lejos de esa visión uniforme creada por el imaginario europeo. Pues bien, en el rodaje en Irán de aquella serie, se veía el interior de uno de esos gimnasios y a sus esforzados atletas; una serie que uno quisiera ver repuesta, como Al filo de lo imposible (gracias Pablo por traer a Málaga a Sebastián Álvaro) o El hombre y la tierra, en esta Televisión Pública que, dominada por la telebasura, no deja de perder audiencia.

Gimnasio tradicional iraní en Yazd (Fotografía: Pedro Delgado)

Pahlevan en un Zur-Hane de Yazd (Fotografía: Pedro Delgado)

Gimnasio tradicional iraní en Yazd (Fotografía: Pedro Delgado)

Pedro Delgado Fernández en un Zur-Hane de Yazd (Irán, agosto de 2016)

 Yo tuve la suerte de toparme con estos gimnasios tradicionales en dos ocasiones: en Yazd y en Kermán, al suroeste de Irán, aunque me consta que se encuentran por todo el país. Al segundo de ellos llegué atraído por la música y los gritos de los hombres que se ejercitaban a una hora tardía de la noche, pues la mayoría eran comerciantes que acudían allí tras cerrar sus tiendas antes de volver a casa.

Entrada a un Zur-Hane de Kermán, Irán (Fotografía: Pedro Delgado)

 Al final de un largo pasillo, se abría un espacio circular rodeado por una grada en la que no tardé en sentarme. La palestra de parquet, a la que se dirigían todas las miradas, se hundía unos noventa centímetros en el suelo, donde casi una veintena de hombres se movían al ritmo del tambor, la voz y la campana que marcaba un músico desde una especie de púlpito. Sobre todos se alzaba una cúpula decorada con motivos orientales en la que reverberaba la música, los cantos y las letanías, y de las paredes colgaban retratos y fotografías de algunos campeones, dibujos, pinturas y unos cuantos diplomas. Estos gimnasios persas, llamados Zur-Hane (Casa de Fuerza), datan de la época preislámica y, según el libro de Robert Byron que me leí en el viaje, es posible que procedan de algún rito zoroástrico.

Zur-Hane (Casa de Fuerza) de Kermán, Irán (Fotografía: Pedro Delgado)

Gimnasio tradicional iraní en Kermán (Fotografía: Pedro Delgado)

 La sesión estaba ya iniciada, y a los ejercicios corporales con unas tablillas de madera les siguió pronto el característico revoloteo de mazas, empuñadas por un extremo a modo de garrotes. Eran de madera y de todos los pesos y tamaños, e iban en concordancia con la fortaleza de cada uno de los gimnastas.

Gimnastas en un Zur-Hane de Kermán, Irán (Fotografía: Pedro Delgado)

Gimnastas en un Zur-Hane de Kermán, Irán (Fotografía: Pedro Delgado)

 Tras ello, formaron en el foso un círculo y, como místicos derviches, giraron de uno en uno a gran velocidad manteniendo los brazos en cruz y tratando de no perder el equilibrio al finalizar.

Gimnastas en un Zur-Hane de Kermán, Irán (Fotografía: Pedro Delgado)

 Quería quedarme para observarlos en el manejo de los pesados arcos de hierro y los escudos cuadrados de madera, pero era tarde y tenía que ir a cenar antes de que cerrasen todos los restaurantes. Esa noche filmé los vídeos que aquí les muestro. La idea era haber vuelto al día siguiente para recoger la sesión completa, pero como dice el refrán, uno propone y Dios dispone. ¡¡Como con lo de ponernos en forma!!
 ¡¡¡Y como lo de esta entrada, que tenía que haberse publicado en septiembre!!!


Vídeos grabados por Pedro Delgado Fernández en Kermán, Irán
Agosto 2016

*Alquibla: Los atletas de Alí.

http://www.rtve.es/alacarta/videos/alquibla/alquibla-atletas-ali-15-11-10/931765/

Zur-Hane (Casa de Fuerza) en Yazd, Irán (Fotografía: Pedro Delgado)

Escudos y mazas en un Zur-Hane (Casa de Fuerza) de Yazd, Irán
(Fotografía: Pedro Delgado)

sábado, 7 de marzo de 2015

WELCOME TO ITEN, CUNA DE CAMPEONES


Portada del libro de Raquel Landín sobre su aventura africana


Como apunta Arturo Casado en el prólogo, Iten, en Kenia, es el epicentro del fondo mundial, el lugar donde más corredores profesionales de media y larga distancia hay por metro cuadrado en todo el mundo. Nuestro campeón viajó hasta allí después de ganar el Europeo de 1.500 metros. Buscaba desentrañar el enigma, dilucidar el secreto, pero de su experiencia sólo saben sus familiares y amigos. Como él, son muchos los atletas que viajan hasta allí para realizar alguna concentración o para embeberse de la cultura atlética africana. Entre ellos algunos españoles, como Raquel Landín que realizó hace dos años el mismo viaje que Arturo Casado. Afortunadamente, la gallega sí plasmó sus vivencias en un libro: ALCANZANDO METAS. "Iten, valores que forjan campeones", recientemente publicado por la Editorial Deportiva Alto Rendimiento.

"Tenía tantas ganas de que llegase este momento, lo había imaginado de tantas formas, había leído tanto al respecto, ¿serían tantos como dicen?, ¿habría muchas chicas?, ¿cómo irían vestidos?, ¿habría muchos descalzos?, ¿qué tipo de entrenamiento harían?, ¿a qué ritmo irían?, ¿les importaría que me enganchara a sus grupos para correr?, ¿conseguiría aguantarles aunque fuera solo un rato?, ¿cómo serían los caminos por dónde correrían?..."

 Atleta, entrenadora y licenciada en Educación Física, Raquel Landín se plantó un buen día con su mochila en el Valle del Rif "para disfrutar del atletismo en su más pura esencia" y "ver en acción a los mejores atletas del mundo en su hábitad natural". Durante un mes, con actitud curiosa y los oídos bien abiertos, convivió con el generoso pueblo keniano. Corrió por los mismos senderos de tierra y arcilla roja que ellos; se alimentó de ugali, managu, chapati, leche, frutas y verduras frescas; hizo amistades; observó sus métodos de trabajo y compartió entrenamientos lastrada por esos 2.400 metros de altura. Luego, a la vuelta, se sentó a contarnos su experiencia. El resultado no es alta literatura (al libro le habría venido bien la revisión de un corrector de estilo), pero sí una crónica amena y sincera de su día a día en Kenia, aderezada con algunos momentos de reflexión que beben del mundo del Coaching, actividad a la que también se dedica la autora.

 Raquel llegó desde Nairobi a Eldoret (la ciudad más próxima a Iten) en uno de esos matatus* que no parten hasta que están llenos; y apretada en otro matatu pasó bajo el arco de bienvenida que cruza la carretera principal a la entrada de Iten: Welcome to Iten, home of champions. Allí se alojó en las instalaciones del centro de alto rendimiento de Lornah, donde se hospedan muchos corredores extranjeros.


Mo Farah y Paula Radcliffe junto al arco de la entrada de Iten, Kenia, la meca del atletismo
*Matatu: transporte público y popular en Kenia, normalmente furgonetas de nueve plazas, sin horario fijo de salida y llegada.


 Cerca de la frontera con Tanzania, y tan grande como Galicia, la región de Eldoret es la cuna de la tribu de los kalenji, la etnia de la que han salido los mejores corredores de Kenia. Por supuesto que también hay grandes corredores que pertenecen a otras tribus, como David Rudisah o los hermanos Konchellah (Billy y Patrick) que son masais o mi admirado John Ngugi que es kikuyu, pero la mayoría, como recoge Raquel, son Kalenji. De ahí que hayan dado nombre a una marca deportiva. 

"A pesar de solo representar el 0,001% de la población mundial, los Kalenji han ganado más del 70% de las medallas en carreras de larga distancia. En Kenia constituyen un diez por ciento de su población total, apenas 4 millones y medio de personas, eso es lo que llamo yo ser eficientes".

 Y hablando de marcas deportivas, hasta Iten llegan managers que ejercen de caza talentos para Nike, Adidas, Puma o Fila, y que cierran contratos de patrocinio y carreras por Europa o Estados Unidos. Así es como salen de Kenia muchos atletas en un viaje de ida y vuelta, pues cuando se retiran regresan a su país para invertir lo ganado en una granja con vacas y unas hectáreas que cultivar. Algunos incluso invierten antes de colgar las zapatillas, como el maratoniano Wilson Kipsang que ganó el año pasado en Berlín, Londres y Nueva York. Wilson Kipsang, el hombre que más veces ha corrido la maratón por debajo de 2h05', cinco en concreto, es el dueño del hotel donde Raquel fue a ver la retransmisión de la final femenina de maratón del Mundial de aquel verano (Moscú 2013).

"El dueño del hotel en este caso es el maratoniano Wilson Kipsang, 2h03'42, bronce en los JJOO de Londres 2012 además de ser el ganador de la maratón de Londres, Frankfurt o Lake Biwa. Puedes verle pasar mientras te tomas algo, él ha preferido no ir a Moscú, está preparándose para Berlín, quiere intentar batir el récord del mundo, que está en 2h03'38. Ganar en Berlín, independientemente de que haga récord, le aportará más dinero que acudir a Moscú y traerse el metal pesado brillante colgado al cuello. La Federación keniata, después de los éxitos en campeonatos internacionales, se queda con un porcentaje muy elevado del premio, por eso ha decidido centrarse en Berlín".

 La keniata Edna Kiplagat, que defendía título, ganó aquel mundial, y Wilson Kipsang batió el récord del mundo en Berlín con una marca de 2h03'23, aunque al año siguiente su compatriota Dennis Kimetto lo dejó en 2h02'57.




Edna Kiplagat en Moscú 2013 y Wilson Kipsang en Berlín 2013


 Raquel conoció en persona a Edna Kiplagat, pues tuvo la suerte de ser invitada a la fiesta de celebración que ésta dio en su casa al volver de Moscú. Durante su estancia en Kenia, Raquel también conversó con el atleta sudanés Guor Maker, nacionalizado estadounidense, cuya historia está llevando al papel el amigo Jesús Francisco Aguilera, y con Toby Tanser, un atleta islandés que creó la fundación Shoes4Africa para realizar proyectos humanitarios en el país, entre ellos la creación de un hospital infantil, y que se ha convertido en todo un personaje.


Toby Tanser


 Todos los corredores míticos de Kenia se iniciaron en el camino a las escuelas, corriendo descalzos esos cinco, diez o quince kilómetros que separaban sus casas de los pupitres. Y por supuesto que no lo hacían por gusto, sino por falta de transporte público, o de dinero para subir a él, o porque estos fuesen llenos y pasasen de largo como me sucedía a mí cuando estudiaba 2º de BUP en Martiricos y tenía que coger el 15. Después de una semana de llegar tarde a clases, por culpa del autobús que siempre iba abarrotado y no paraba, decidí ir a clases andando. 30 minutos de ida y otros 30 de vuelta a paso rápido. Quizás si hubiese ido a la carrera... Bromas aparte, el éxito de los atletas keniatas no es fruto de ese único hecho, sino de una suma de factores:

-El talento: tienen una tipología y unas capacidades innatas, a las que hay que sumar esas grandes distancias que desde pequeños tienen que recorrer  a pie para ir a la escuela.

-La motivación: el éxito deportivo visto como una forma de promoción profesional y social frente a la pobreza y a las duras condiciones de vida.

-El ambiente: entrenamiento a altitudes superiores a los 2.000 metros; circuitos naturales; alimentación sana y un gran apoyo y protección por parte del Gobierno.

-El entrenamiento: total dedicación al entrenamiento, que realizan en grupo con hasta 3 sesiones al día, prestando especial atención a los periodos de descanso (entre sesiones y al final de la temporada).

"Cada mañana en Iten, más de 1000 corredores copan sus calles a las 6 de la mañana cuando aún es de noche; su preocupación no es que haya luz o se puedan torcer un tobillo por esos caminos por los que solo les guía el recuerdo de cuando pasan por ellos en sus segundos entrenamientos donde la luz ya forma parte de sus zancadas. Su preocupación estriba en no perder ni una sola mañana de entrenamiento, saben que si no salen, muchos otros sí lo hacen y serán ellos quienes luego se alcen con sus sueños de convertir su nombre en otro nombre más keniano que recorra el mundo a zancadas de triunfos".



Vídeo promocional de Alcanzando metas (Editorial Deportiva Alto Rendimiento),
cuyas ventas irán destinadas a causas benéficas



altorendimiento.com





sábado, 14 de febrero de 2015

DE CORRER POR NUEVA YORK, MADRES Y SAN VALENTINES


Puente de Brooklyn (Fotografía: Pedro Delgado Fernández)


Los que me conocen saben que no me van las redes sociales. No tengo Facebook ni WhatsApp ni Twitter, ni siquiera móvil, y si tengo Google+ es porque Blogger me obligó a ello al crear este blog, lo que explica por qué sólo lo uso para compartir mis post y los de Lucía. Aún así, de tarde en tarde, cuando no tengo un libro, un periódico o una revista a mano, curioseo las cosas que han subido los familiares, amigos, conocidos o desconocidos que tengo en mis círculos. No mucho rato, el tiempo de leer unos posts, ver unas fotografías o unos vídeos y darle al +1 cuando algo me gusta o me sorprende. Todo esto viene a cuento porque el otro día detuve el puntero de mi ratón sobre un vídeo, dudando si pinchar en él. Sobre madres y ciudades: running NYC se leía sobreimpreso en la imagen. Al final, le di al play. Como ustedes van a hacer ahora, porque, créanme, no  les van a pesar estos tres minutos y medio. Al contrario, la voz de Valentí Sanjuan se les va a meter en la cabeza y van a tener que volver a él.


Vídeo de Valentí Sanjuan


 Nueva York para mí es el recuerdo de un viaje con Lucía después de hacernos pareja de hecho. El recuerdo de esos diez días de un mes de enero frío y nevoso de 2009. La habitación del hotel Pennsylvania, con vistas al Empire State Building.



Empire State Building desde la habitación del Hotel Pennsylvania
Fotografías: Pedro Delgado Fernández


 Manhattan y sus rascacielos. Sus barrios. Sus museos. La celebración en Times Square de la primera investidura de Obama como presidente de los Estados Unidos.


Celebración en Times Square de la primera investidura de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos. Enero, 2009. Fotografía: Pedro Delgado Fernández


 Una cena en el restaurante Bubba Gump (Forrest Gump y ese ¡Run Forrest run!) con vistas a los neones publicitarios de la plaza. Pasear por Central Park nevado, conteniendo las ganas de echar a correr.


Central Park nevado, enero 2009. Fotografía: Pedro Delgado Fernández


 Los tejados de los cómics de Spiderman. Los rincones cinematográficos. Patinar en el Rockefeller Center.


Patinadores en la pista del Rockefeller Center. Fotografía: Pedro Delgado Fernández


 El ferry hasta la Estatua de la Libertad y la isla de Ellis.


Estatua de la Libertad (Fotografía: Pedro Delgado Fernández)


 El musical Mamma Mia! en Broadway. 


Mamma Mia! en Broadway. Fotografía: Pedro Delgado Fernández


 Los puestos de perritos calientes y de pretzels.


Lucía Rodríguez en Nueva York
Fotografía: Pedro Delgado


 Nueva York para mí son también los cuadros de Lucía:


Ausencias, óleo sobre tabla, 70x70 cm
Obra de Lucía Rodríguez Vicario


Brooklyn, óleo sobre tabla, 80x70 cm
Obra de Lucía Rodríguez Vicario


Flatiron Building, óleo sobre tabla, 60x80 cm
Obra de Lucía Rodríguez Vicario


 No soy lo que las mujeres llaman un tipo detallista, y encima me cuesta acordarme de las fechas importantes. A veces, incluso confundo algún recuerdo, o me doy cuenta de que no logré retenerlo en esa maraña de neuronas que coronan mi cabeza. Recuerdos que para la otra persona son importantes. Después de ver este vídeo, me he dado cuenta de que algunos sí que se mantienen intactos, como estos que les acabo de contar de New York City.


Lucía Rodríguez y Pedro Delgado en la Estatua de la Libertad. Nueva York, enero 2009


 Tampoco soy de San Valentines, pero, como se dice en el vídeo, "uno tiene que hacer lo que tiene que hacer". Así que GRACIAS, Lucía, por seguir aguantándome después de tantos años. A mí y a mis torpes neuronas.
 Y gracias, Julián, por comentar ese vídeo y hacer que me fijase en él. Y a ti, Valentí Sanjuan, por lanzar estas botellas al mar. Desencadenaste todos estos recuerdos e hiciste que me alegrase de haber pasado unas cuantas tardes pintando techos y paredes en la casa de mi madre. Es una suerte que siga con nosotros después de lidiar dos veces con esa puñetera enfermedad que es el cáncer. 

 Mamá, Lucía, OS QUIERO.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

S.O.S NAVIDEÑO




Queridos amigos y lectores, ésta no es la típica felicitación navideña en la que se os desea unos días entrañables en compañía de la familia, y salud, dinero y amor para el nuevo año 2015. Por supuesto que suscribo todas esas palabras, pero junto a ese ¡Feliz Navidad! os mando un S.O.S navideño.

 En 2009 viajé hasta el Círculo Polar Ártico con mi hijo mayor, que por entonces tenía 9 años, para ver a Papá Noel. Fue un largo viaje en tren desde Málaga, 31 días inolvidables que quedaron plasmados en un manuscrito que lleva por título No subestimes el poder de Santa Claus (Santa Claus va tachado en el título y debajo lleva anotado con letra de niño Papá Noel). Creo en la magia de la Navidad y en que con vuestra ayuda ese libro podría estar en las librerías las próximas navidades. Para ello necesito que compartáis este post en vuestro facebook, que lo tuiteéis, que lo reenviéis a vuestros amigos..., a ver si así le llega a la persona adecuada, de la editorial ídem, y el sueño se cumple.

 Y por supuesto, para que veáis que la historia merece la pena, os anoto aquí la sinopsis y los primeros seis capítulos. ¡¡FELIZ NAVIDAD!! Y RECUERDA: NO SUBESTIMES EL PODER DE SANTA CLAUS.



NO SUBESTIMES EL PODER DE SANTA CLAUS
(Santa Claus va tachado y debajo, con letra de niño, pone Papá Noel)

Pedro Delgado Fernández
pedrodelgadof@gmail.com

   “Bueno, ya sabes cómo son estas cosas: un amiguito en el recreo te desvela el secreto de Papá Noel, y a partir de ahí comienza a fastidiarse la cosa. Uno empieza a dudar, y la más tierna de las inocencias se va al garete”.
   Esta es la historia de un padre empeñado en salvar la magia de la Navidad, en demostrarle a su hijo que Papá Noel existe, y también es la crónica de un viaje en tren de más de 9.500 kilómetros, una aventura en la que tuvieron que atravesar Europa desde el sur de España hasta el norte de Finlandia, allá donde el Círculo Polar Ártico traza una curva y vive el más maravilloso de los personajes. Y sobre todas esas cosas, es una hermosa manifestación del amor de un padre por su hijo.


1
La Navidad llegó a nuestra casa aquel invierno antes que nunca. Normalmente montábamos el árbol y decorábamos la casa en la primera semana de diciembre, pero aquel año queríamos dejarlo todo preparado antes de nuestro gran viaje.
   Íbamos a viajar durante un mes con el InterRail. Aquel billete, mítico para mi padre, era una especie de pase mágico que le había permitido recorrer en su juventud toda Europa. A él, a mamá, y a millones de mochileros que habían hecho del pase un modo de vida. Así que hablaba de él con la misma devoción con la que lo hacía de Arconada, de Elvis Presley o de sus antiguos cómics de la Marvel.
   Nuestro destino iba a ser la ciudad finlandesa de Rovaniemi, allá en Laponia, donde el Círculo Polar Ártico trazaba una curva. Aquel viaje había sido largamente postergado: desde que tenía 7 años más concretamente. Un día, cerca ya de las vacaciones de Navidad, alguien me dijo en el colegio que Papá Noel no existía. Que eran los padres. Cuando se lo conté a papá, éste abrió los ojos todo lo que pudo, arqueó las cejas y me dijo muy serio: “Que va Enzo. Lo que pasa es que esos niños se portan tan mal que Papá Noel no les trae nada. Y sus padres, para que no lloren, les tienen que poner algunos juguetes. ¿A que esos niños son los más traviesos de la clase?” Asentí con la cabeza. “Enzo, muchas cosas de Papá Noel son difíciles de creer: trineos tirados por renos voladores, el recorrer todo el mundo en una noche, el asunto de la chimenea, que los juguetes los hagan los duendes pero pongan made in china… Es lógico que, a cierta edad, los niños empecéis a pensar que todo es una broma; pero créeme que existe. Y vive en Rovaniemi. En Finlandia. A cuatro mil kilómetros de aquí”. Entonces, papá me dio un fuerte abrazo, y dijo las palabras mágicas: “Yo te llevaré a verlo”.
   Aquella promesa quedó mucho tiempo en el aire, pero finalmente, papá demostró ser un padre de palabra, alguien en quien se podía confiar.

2
Yo vivía con mis padres y con mi hermano Pedro en la Colonia Santa Inés, en una calle que llevaba el nombre de un cantero y que hacía esquina con la de un político y militar chileno a un lado y con la de un famoso escritor inglés al otro. Papá era profesor de Educación Física, pero en realidad lo que quería ser era escritor, y si hubiese podido, creo que de buena gana habría cambiado nuestra puerta de Alonso de Higuera a Charles Dickens. En el pasado, el barrio llegó a tener una fábrica de ladrillos, y aún quedaban las casas bajas de los antiguos trabajadores, alguna que otra chimenea y la laguna que se formó donde antes extraían el barro. En el colegio tuvimos que hacer el curso anterior un trabajo sobre el pasado industrial del barrio: La Colonia St. Inés, mi barrio. Mi padre decía que, después de vivir en el centro, esto le parecía un pueblo. La verdad es que yo también echaba de menos la casa del centro. Creo que todos la echaremos de menos siempre.
   Mi casa de ahora quedaba a 189 pasos del colegio. A 189 pasos míos, porque mi hermano necesitaba 91 pasos más. Era algo normal, ya que Pedro tenía 3 años menos. En la hora de tutoría, papá había consultado el asunto del viaje con mis maestros. Afortunadamente, yo era un buen estudiante, así que ninguno puso inconvenientes. Es más, ambos estaban seguros de que aquel viaje iba a ser de lo más instructivo. “Una experiencia enriquecedora”, dijeron más concretamente. Pero claro, también estaba el tema burocrático: obtener el permiso de la directora y del inspector de la zona. Papá pensó que si les decía a éstos el motivo real, pondrían pegas, por lo que decidió no solicitar permiso alguno. Ya justificaría mis faltas a la vuelta con un socorrido “Asunto familiar inexcusable”. De hecho, pensándolo bien, no se trataba más que de eso, pues ¿no era un asunto familiar llevar a un hijo de viaje? Mi padre también decía que era inexcusable, porque pronto cumpliría 10 años. Creía que, de aguardar algún año más, no viajaría con la misma ilusión. Yo estaba algo preocupado por tener que ocultarlo todo, pero papá lo tenía muy claro. El primer día de tutoría nos habían dicho que lo que se buscaba en 5º de primaria era que los alumnos fuesen autónomos, responsables, que adquiriesen hábitos y que tuviesen una actitud respetuosa y tolerante, y aquellos cuatro puntos iban a regir según él nuestro viaje. Amén de todo lo que decía que iba a aprender durante nuestro recorrido.
   Otro asunto distinto fue en el instituto de mi padre.

3
Papá trabajaba en un instituto al que yo iba de visita en algunas ocasiones. Más que nada para jugar con el ordenador, pues en casa no teníamos internet. Tampoco consolas. Mi padre decía que le restaban tiempo a los juguetes y a la lectura. Hablaba de una balanza imaginaria: en un platillo estaban todos los juguetes y libros que teníamos, y en el otro la Nintendo DSi, la Wii o la play. Según él, este segundo platillo, a pesar de abultar menos, pesaba mucho más que el otro. Como si se tratase de una maldición bíblica, tener una maquinita equivalía poco menos que a abandonar los juguetes y la lectura, algo que podía empobrecer nuestra imaginación. “Nuestra creatividad”, decía más concretamente. Así que ahora, que iba a llevar en persona la carta a Papá Noel, esperaba conseguir por fin la ansiada DSi. Papá decía que no le importaba mucho si me la traía, pues el gusanillo de la lectura ya estaba inoculado en mí, y, aunque la mayoría de los niños de mi clase ya no jugaban con juguetes, yo todavía no había renunciado a ellos. El objetivo, decía como si se tratase de una acción bélica, ya estaba conquistado. Lo que no estaba conseguido era lo de su permiso. Papá lo había solicitado para un mes en el trabajo, pero éste le había venido denegado. Él decía que la culpa la tenía la coletilla, según necesidades, que figuraba en el cuadrante de licencias y permisos, junto al apartado que recogía que todo trabajador tenía derecho a pedirse tres meses sin sueldo cada dos años. El director había firmado su consentimiento con otra coletilla: siempre y cuando envíen a un sustituto. Pero debido a la crisis, la Delegación no tenía intención de mandarlo, con lo que denegó el permiso. Papá me lo dijo el mismo día que se lo comunicaron. Me quedé triste y mudo durante un buen rato, y ambos nos pasamos una semana dándole vueltas a aquellas palabras: Atendiendo al informe emitido por la dirección del Centro. Para mí aquello suponía una putada, y eso que la palabreja estuvo a punto de costarme un castigo. En realidad para él también lo era. Estaba tan cabreado que hasta le costaba dormir. Rovaniemi nos parecía entonces un lugar imposible, una ciudad lejana adonde yo no llegaría nunca.

4
Papá decidió pelearlo. Habló con el jefe de personal de la Delegación, y convenció al director para que volviese a escribir otro informe sin la dichosa coletilla. Ansiedad, tila y valeriana fueron las palabras más escuchadas en casa aquellos días. Y mientras esperábamos la nueva resolución, los folletos de las oficinas de turismo de los distintos países por los que íbamos a pasar seguían llegando al buzón. Papá no quería ni mirarlos, y los fue acumulando sobre la mesita del teléfono.
   Nos tuvieron en vilo hasta la última semana, pero en cuanto recibimos la aprobación telefónica, volvimos a sonreír. El nudo que sentíamos en la garganta y el estómago se deshizo de pronto, y, esa misma tarde, con la sonrisa aún dibujada en la cara, nos fuimos a comprar los billetes.
   Mi padre se había criado en calle La Unión, muy cerca de las vías del tren, y de pequeño solía jugar entre los mercancías y las pirámides de piedras sueltas que transportaban, así que el pitido de las locomotoras, el traqueteo de las ruedas de los vagones y el chirrido de los frenazos estaban en su memoria y podía sentirlos de una forma muy clara.
   La estación quedaba cerca de la casa de la abuela, pero ahora que la habían reformado no se podía llegar a ella andando desde las vías. Papá sentía cierta aversión por aquella nueva estación, a la que calificaba de megamoderna e impersonal. Me explicó que la habían tenido que retranquear unos centenares de metros para adosarle aquel monstruoso centro comercial, y que no tenía comparación con la antigua, toda recogidita, en la que uno podía acceder a los andenes sin problemas, y no como ahora que sólo podían pasar los que tenían billete. Lo único acertado, según él, era el nombre: Estación de tren Málaga-María Zambrano, que hacía honor a una escritora y filósofa malagueña: una mujer mayor, con grandes gafas, en la foto del recorte de prensa que guardaba mi padre en la biblioteca.
   Cruzamos por delante de los escaparates de las tiendas y entramos en la sala donde despachaban los billetes. Cogimos número y aguardamos a que éste apareciese en la pantalla. Entonces nos detuvimos delante de la ventanilla sobre la que parpadeaba nuestro número. “Buenas tardes”, dijo papá. “Veníamos a por dos billetes de InterRail”. Al oír aquellas palabras, sentí un estremecimiento y un agradable cosquilleo inundó mi cuerpo. Entonces comprendí que una aventura estaba a punto de empezar.

5
El día antes de partir era el tipo más feliz que había en el colegio. Mi padre me pidió que lo mantuviese en secreto para que no llegase a oídos de la directora, así que sólo se lo conté a dos amigos de confianza. De todas formas, no me creyeron. Dijeron que era un cuentista. Así que decidí mantener la boca cerrada. Si mis mejores amigos no me creían, cómo me iban a creer los demás. Además, temía que se pudiesen reír de mí; pues yo era el más pequeño de la clase y ninguno de mis compañeros de pupitre creía en Santa Claus. Papá siempre decía lo mismo, que esos niños estaban creciendo más rápido de la cuenta, “demasiado rápido”, y que nadie debía subestimar el poder de Santa Claus. Pensé que a la vuelta tampoco me creerían.
   Aquella misma tarde, para sorpresa mía y de mis padres, algunos niños del cole comenzaron a pasarse por casa. La mayoría eran de la clase de mi hermano Pedro, que estaba en 1º de primaria, y venían con una carta en la mano acompañados de sus padres. Estaba anocheciendo cuando dejaron de pegar a la puerta. Papá miró nervioso el montón de cartas que había en el recibidor y se sirvió una copa. “Sólo hace falta que salga en los periódicos”, resopló. Mamá sacó de su bolso unas cuantas cartas más. “Son de los primos”, dijo añadiéndolas al montón. “Y ésta de tu hermano llévala aparte, con la tuya”. “Como la pierdas te mato”, dijo Pedro frotándose un puño mientras impostaba la voz. Papá me miró con cara de resignación. “Enzo…, me parece que vas a tener que llevar una mochilita para las cartas”.
   Esa noche me fui a la cama pronto, aunque sabía que iba a costarme mucho conciliar el sueño. Todos estábamos nerviosos en casa, menos papá, que estaba acostumbrado a aquello de viajar. Para él el mundo empezaba y terminaba en nuestra casa, a la que regresaba después de cada viaje para convertir en literatura sus experiencias. Recuerdo que de pequeño temía que no volviese, que se quedase por ahí enredado en algún río o alguna montaña. Mientras me arropaba, papá me explicó que cuando uno llega a viejo, no se recuerdan los días, sino los momentos. Y que dentro de esos momentos, los vividos en la infancia tenían un cariz especial. “Todas las personas mayores”, decía, “tienen imágenes de su infancia que siempre les acompañan, y por ello esas imágenes deben ser lo más felices posibles”. Quizás era eso lo que él también pretendía con aquel viaje: llenar mi cabeza de futuros recuerdos.

6
Partimos de MÁLAGA la mañana del 21 de noviembre de 2009. En la estación nos esperaban los abuelos. Los abuelos eran en esta ocasión los padres de mi padre. Papá les dio un fuerte abrazo, y a punto estuvo la abuela de ponerse a llorar. Pedro se pegó a papá, puso esa vocecilla infantil que tan tierno le ponía, y le recordó las últimas instrucciones sobre su carta: quería que le añadiese algunas cosillas. Mi padre lo cogió en brazos y lo estrujó, llenándole la cara de besos.
   Antes de pasar el control de seguridad de acceso a la estación, y mientras la abuela nos repetía unas cuantas veces que tuviésemos cuidado, papá besó a mamá en la boca y volvió a estrecharla entre sus brazos. Pedro quería acompañarnos hasta el andén, pero el guarda le dijo que no estaba permitido pasar sin billete. Papá se quejó de que las estaciones de tren se pareciesen cada vez más a los aeropuertos. Mamá se cameló a Pedro diciéndole que nos despidiera desde el ventanal de la estación, la cristalera que la separaba de una de las galerías comerciales, y allá que se fueron mientras nosotros colocábamos el equipaje en la cinta transportadora y pasábamos por el arco de seguridad. La maleta, la mochila en la que papá había metido nuestros chaquetones y los pantalones de esquí, y mi mochilita atravesaron renqueantes el túnel del escáner, y, durante unos segundos, apareció en la pantalla del monitor una radiografía de todas nuestras pertenencias.
   Cuando volvimos a ver a Pedro, corría y brincaba diciéndonos adiós con las dos manos. Todos habíamos pensado en una despedida a lo grande, con medio cuerpo fuera de la ventanilla mientras agitábamos un pañuelo, pero nuestro vagón estaba al fondo, muy lejos de donde terminaba el ventanal, así que tuvimos que conformarnos con saludarles con la mano desde el hall antes de arrastrar nuestra maleta. Mamá llegó corriendo hasta la altura de Pedro, y nos sonrió nerviosa. Nos detuvimos unos instantes. Papá les tiró unos besos, y ellos nos los devolvieron desde detrás del cristal. Agitamos una vez más nuestras manos; y allí quedaron, apoyados el uno en el otro, mirando cómo nos alejábamos.

jueves, 4 de septiembre de 2014

RUNNING TOURS

Islandia es pura naturaleza, así que no es de extrañar que se dé allí un turismo activo, con empresas que ofrecen paseos en barco para ver ballenas, espeleología en cuevas de lava o hielo, submarinismo entre las placas tectónicas o senderismo por los muchos glaciares y montañas que hay en el país.


Glaciar de Svínafellsjökull, Islandia. Fotografía: Pedro Delgado Fernández


Grieta en el glaciar Svínafellsjökull, parque nacional del Vatnajökull, Islandia
Fotografía: Pedro Delgado Fernández




 Lo que sí me sorprendió fue descubrir que existe una empresa pensada para los corredores que bajo el lema Run wild in Iceland ofrece circuitos pedestres, guiados por otros corredores, por algunos de los sitios más interesantes del país. Se llama Arctic running, operan desde la capital y desde Akureyri, y tienen una página web: www.arcticrunning.is


Arcticrunning  (Fotografía: Brian McCurdy)


 No realicé ninguna actividad con ellos, pero imagino lo que tiene que ser llegar corriendo a la cascada de Dettifoss después de recorrer el cañón de Ásbyrgi. Nosotros llegamos haciendo autostop desde el lago Mývatn, lo que tampoco estuvo mal.


Cascada de Dettifoss, Islandia. Fotografía: Pedro Delgado Fernández


Pedro Delgado Fernández en la cascada de Dettifoss, Islandia.


Cascada de Dettifoss, Islandia. Vídeo grabado por Pedro Delgado Fernández



 Pienso ahora en todo esto e imagino a Manolo Espárraga corriendo con un grupo de turistas por los senderos de El Torcal, en Antequera; a Verdugo mostrándoles a golpe de zapatillas el casco viejo de Ronda antes de correr hasta las ruinas de Acinipo; a Juan Vázquez metiéndose una maratón para llevarlos desde el castillo de Álora a la fortaleza de Teba; a Agustín Molina pateando el paseo marítimo de Torre del Mar antes de subirlos a Vélez; o a mí mismo enseñándoles, zancada a zancada, el centro de Málaga y sus paseos marítimos. Así que, si alguna empresa se anima o algún hotel quiere ofrecer el servicio, no tiene más que ponerse en contacto conmigo.
 "Running tours with some of the most experienced runners in Málaga". ¿A que suena bien?



Nota: Mi experiencia con Air Berlin y Germanwings fue nefasta. Nos dejaron sin equipaje durante dos días, indemnizándonos con la irrisoria cantidad de 26 euros (13 euros por persona). Así que les recomiendo viajar con cualquier otra compañía.

jueves, 21 de agosto de 2014

MARATÓN DE REYKJAVIK

La Nave del Sol, paseo marítimo de Reikiavik, agosto 2014. Fotografía: Pedro Delgado Fernández

Realmente la vida es un ir y venir y mientras yo vuelvo a casa desde Islandia, después de haber recorrido el país con mi hijo mayor durante 31 días, otros seguramente estarán volando para allá, pues el próximo sábado 23 de agosto se celebra la 31ª edición de la Reykjavik City Marathon. Para ellos o para los que se planteen asistir otro año, os anoto los siguientes consejos:

1º No preocuparos por el traslado desde el aeropuerto internacional de Keflavík a Reykjavik. Aunque está a 50 kilómetros, son varias las compañías de autobús que operan desde allí, después de cada vuelo entrante, para llevarte hasta la puerta del hotel. La más conocida es Flybus, que cuesta 2.500 ISK (coronas islandesas), poco más de 16 euros.

2º No cambiéis euros por coronas islandesas en España. Aunque no os cobren comisión, el cambio os resultará más favorable en Islandia. Es más, os recomiendo no llevar dinero en efectivo pues allí se puede pagar todo (hasta la compra más pequeña) con la tarjeta de crédito. Eso sí, llevad Visa y American Express pues la segunda, aunque tiene el cambio más beneficioso, no la aceptan en todos los establecimientos.

3º Islandia no es un país barato, pero tampoco tan caro como puede parecernos al principio. Podéis tomar la referencia de las antiguas pesetas o pensar que 1.000 coronas son 6'72 o 6'46 euros (en estos momentos en los que un euro equivale a 148 o 152 coronas). Además, si compráis regalos por valor de más de 4.000 o 5.000 coronas en la misma tienda (ver que tenga el distintivo Tax Free Shopping), os harán una factura especial con la que podéis recuperar en el aeropuerto el 15% del valor de lo adquirido. Es un trámite rápido y si habéis pagado con tarjeta y lleváis rellenado el apartado de vuestros datos en la factura sólo necesitaréis depositarla en el buzón que tienen habilitado en el mostrador de Blue Tax Free. En unos días os ingresarán el dinero en vuestra tarjeta.

4º En la tienda del Duty Free del aeropuerto también podéis comprar productos islandeses y souvenirs si no os dio tiempo a hacerlo en la ciudad.

5º Aunque la maratón sea en el mes de agosto, puede lloveros. De hecho, en el tiempo que pasé en el país fueron muchos los días de lluvia.

6º Llevaros ropa de abrigo. Normalmente la temperatura osciló entre los 7 y los 14 grados, pero dicen que a partir de mediados de agosto empieza a hacer más frío.

7º No miréis las marcas de otras ediciones. Sin saber si hizo viento o no, no sirven de referencia. Si el viento sopla ese día como los últimos que pasamos allí, ya podéis echaros piedras en los bolsillos o rezar para que os sople a favor (que no os pase como a todos aquellos esforzados cicloturistas que conocí, a los que el viento siempre les pegaba en contra).

8º Aunque salir a almorzar o a cenar es caro, no hay diferencias significativas de precio entre un restaurante normalito y otro de gama alta, así que daros el gusto. Por ética, evitad los establecimientos donde vendan carne de ballena o de puffins (frailecillos). Si queréis comer algo exótico, contentaros con el Svid, una cabeza de cordero chamuscada que se sirve cocida (ojos incluido). Los postres son deliciosos. Os recomiendo probar el Skyr, una especie de queso blanco o yogurt al que podéis añadir azúcar o mermelada. Eso sí, evitad el industrializado que venden en los supermercados. No tiene nada que ver con el skyr casero.

9º Llevaros el bañador. Darse un chapuzón al aire libre en la piscina más grande de Islandia, la Laugardalslaug, con un tobogán de 86 metros (con luces) y pozas de agua caliente (desde los 38 a los 44 grados), mientras la temperatura ambiente ronda los 8 o 12 grados es uno de los placeres que os reserva Islandia. Cuesta sólo 600 coronas.
 El mismo día que os vais para el aeropuerto podéis hacer un alto en la laguna azul (sacad un billete de Flybus con parada y entrada en la laguna y continuación luego hasta el aeropuerto). Podéis contratarlo en la oficina de turismo o en vuestro propio hotel. Hay varias compañías pero la que mejores horarios tiene es Reykjavik Excursions. Cuatro o cinco horas en la laguna es suficiente, pero perfectamente podéis comer algo en el restaurante o la cafetería y pasar allí todo el día. El billete de los dos autobúses con la entrada estandar al Blue Lagoon (son aguas geotermales) cuesta 9.800 ISK coronas.

Selfie en el Blue Lagoon, agosto 2014. Fotografía: Pedro Delgado Fernández

10º El centro de Reykjavik es muy compacto, con lo que se puede recorrer sin problemas andando. Lo primero que aconsejo es que os acerquéis a la Hallgrímskirkja, una iglesia de hormigón con una torre de 75 metros de altura a la que podéis subir en ascensor y desde la que tendréis las mejores vistas de la ciudad.

La Hallgrímskirkja, Reikiavik, julio 2014. Fotografía: Pedro Delgado Fernández

 Luego podéis acercaros al puerto viejo, y visitar el Harpa, el modernísimo auditorio y centro cultural de la capital.

Paseo marítimo de Reikiavik con el Harpa al fondo, agosto 2014. Fotografía: Pedro Delgado Fernández

 En la zona del lago Tjörnin está el ayuntamiento (en su interior hay un gigantesco mapa del país en relieve), el parlamento y la catedral. Si tenéis interés por conocer la historia del país, debéis visitar el Saga Museum (donde de paso podéis retrataros vestidos de vikingos) y el Museo Nacional. Para los amantes de los museos raros, os propongo visitar la Faloteca Nacional donde se exhibe una curiosa colección de penes humanos y animales.

Cartel publicitario de la Faloteca Nacional, Reikiavik, julio 2014
Fotografía: Pedro Delgado Fernández

 Y una foto que no podéis dejar de haceros es junto a La Nave del Sol, la escultura de Jón Gunnar Árnason en forma de barco vikingo que hay en el paseo marítimo, cerca del auditorio, emblema junto a la Hallgrímskirkja de la capital.

La Nave del Sol, paseo marítimo de Reikiavik, agosto 2014. Fotografía: Pedro Delgado Fernández

11º Disfrutad de la carrera, pero dejaros unos días más para visitar algunas de las maravillas que encierra el país. La más popular es la excursión del Círculo Dorado, la cual se puede realizar en un día. En ella se visitan Pingvellir (donde se separan las placas continentales), Geysir (donde se encuentra el géiser que dio nombre a todos los géisers del mundo) y la catarata de Gullfoss (una de las más bonitas del país).


(Géiser Strokkur, Geysir (Islandia), agosto 2014. Vídeo grabado por Pedro Delgado Fernández)


 Otros lugares que os recomiendo visitar si disponéis de más tiempo son:
-La laguna de Jökulsárlón, donde podéis ver focas y un montón de icebergs flotando en su camino hacia el mar.


(Pedro Delgado Fernández en la laguna de Jökulsárlón, Islandia, agosto 2014)


(Laguna de Jökulsárlón, Islandia, agosto 2014. Vídeo grabado por Pedro Delgado Fernández)

-La isla de Heimaey, con sus dos icónicos volcanes. En la erupción de 1973 el flujo de lava sepultó un tercio del pueblo a la vez que creó una costa nueva.

-El lago Mývatn. No dejar de visitar en sus alrededores el cráter del Víti, el campo de lava humeante del Leirhnjúkur y las fumarolas de Hverir.


Cráter del Víti, Islandia, agosto 2014. Fotografía: Pedro Delgado Fernández

12º Para los que os gusta rehidrataros del esfuerzo con cerveza, os aviso de que el alcohol es caro (una cerveza ronda los 6 euros y en los supermercados la única que venden es la light). En cambio, la hospitalidad de los islandeses es gratuita, así que disfrutad de la naturaleza salvaje del país, pero también de las personas que la custodian. Un abrazo desde aquí a todas ellas, especialmente a Alfred Gunnarsson Baarregaard que vino a prestarnos ropa de abrigo cuando Air Berlin dejó nuestro equipaje en Múnich; a Rögnvaldur Gudmundsson (Reggie), de la Oficina de turismo de la calle Laugavegur 4 (la del póster grande con el mapa de Islandia y el letrero de What's On), al que pusimos a prueba en varias ocasiones; a todos los que nos recogieron en la carretera cuando hacíamos autostop y al personal de todos los camping por los que pasamos. Seguid siendo así, amigables y honestos. Que nunca perdáis vuestra inocencia, esa confianza en el próximo que aquí perdimos hace tiempo.

Para más información sobre la maratón, ver www.marathon.is


P.D.: El día de nuestra vuelta se sucedieron más de 300 terremotos en la zona del Vatnajökull, donde se cortaron algunas carreteras, y anoche vi en el telediario que hay una alerta naranja en el espacio aéreo por la posible erupción de un volcán, algo que llevan tiempo esperando. De todas formas, la erupción sería lejos de Reykjavik, así que no hay motivo para no asistir al evento, sino un aliciente más.


NOTA: Después de mi nefasta experiencia con Air Berlin y Germanwings (nos dejaron sin equipaje durante dos días indemnizándonos con la ridícula cantidad de 26 euros (13 euros por persona)) les recomiendo viajar con cualquier otra compañía.