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jueves, 17 de noviembre de 2016

¡QUE TE JODAN!


Eddy Merckx, Tour de Flandes de 1969 (Horton Collection) 

Tour de Flandes de 1969. Eddy Merckx ataca a 70 kilómetros de la meta bajo el viento y la lluvia. De inmediato, el coche del director de su equipo llega hasta él, y, cuando están en paralelo, Guillaume Driessens baja la ventanilla y le grita: "¡¿Estás loco?! ¡El viento de cara te matará! ¡Espera al grupo!" "¡Que te jodan!", será la respuesta de Merckx. Luego hundirá la cabeza en el manillar, apretará los dientes y se plantará en Gentbrugge cinco minutos y treinta y seis segundos antes que el segundo clasificado, el mayor margen registrado en la prueba.*

Eddy Merckx, Tour de Flandes de 1969

 No sé si figurará esta anécdota en el libro de Simón Rufo sobre la participación de Eddy Merckx en La Vuelta ciclista a España de 1973; pero si es así, solo por ello ya merecería la pena hacerse con un ejemplar.

http://www.gallonero.es/la-vuelta-a-espana/

 Por cierto, que los amigos de Gallo Nero andarán por Málaga este fin de semana, pues van a tener un estand en Papelcontinuo, el festival de edición gráfica independiente que acoge La Térmica.



Eddy Merckx, Tour de Flandes de 1969

*Texto elaborado por mí partiendo del que circula por internet.

jueves, 26 de mayo de 2016

¿POR QUÉ SEGUIMOS CORRIENDO?

Pedro Delgado Fernández
Mini Maratón Peña el Bastón, 28 de marzo de 1981

A menudo ocurre que uno está leyendo un libro y de pronto se ve cambiando mentalmente algunas palabras por otras, de forma que extrapolamos esos párrafos a nuestra propia realidad; como si  el autor, sin saberlo, hubiese escrito ese texto para nosotros. No hace mucho, el periodista que entrevistaba a Rafael Morales en el diario Sur se sorprendía de que éste todavía siguiese corriendo tantos años después de su retirada, y el propio Francisco Sánchez Vargas me decía en una de esas tardes interminables en la pista cubierta de Antequera, esperando a que nuestros hijos compitieran, que todavía hay gente que le pregunta cómo tiene ganas de correr con todo lo que ha corrido ya. Si ustedes le cambian un par de palabras (atleta por alpinista, montaña por atletismo y corriendo por escalando) al párrafo siguiente, tendrán la respuesta de por qué Rafael Morales, Paco Sánchez Vargas, Francisco Espejo, Juan Sarria Cuevas o yo mismo seguimos calzándonos las zapatillas tantísimos años después; aunque en mi caso, como en el de Espejo y Sarria las lesiones no nos permitan hacerlo con la frecuencia que quisiéramos.
De su seriedad, como hombre y como alpinista nos queda una brillante prueba. Mientras la mayoría de los alpinistas de sexto grado* abandonan la montaña cuando ya no están en la flor de la juventud, cuando ya no les es posible mantenerse al máximo nivel -como si su pasión se hubiera alimentado casi exclusivamente de la ambición-, Tissi continuó escalando todos los veranos. Cierto que ya no se dedicaba al sexto grado: se conformaba con el quinto o con el cuarto, y no desdeñaba el tercero. Más que la gloria y el goce de las glamurosas conquistas -ese es el hecho- él amaba, sobre todo, la montaña.
*el grado sexto significa que la subida es la más tremenda de todas, en el último confín de las posibilidades humanas.

 Es un hecho probado que para los que hemos corrido toda la vida, echar a correr es algo tan necesario como el aire, un gozo absoluto del que no podemos y no queremos prescindir, una historia de amor como esa de los alpinistas con las cumbres que nos cuenta Dino Buzzati en Los indómitos de la montaña (Gallo Nero Ediciones). El otro día escribí una crítica literaria sobre esta recopilación de artículos y relatos alpinos en mi otro blog, así que abajo les dejo el enlace por si quieren leerla.

Pedro Delgado leyendo Los indómitos de la montaña
Port Ainé, 2016

http://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com.es/2016/05/los-indomitos-de-la-montana.html






El párrafo pertenece a la primera edición de Los indómitos de la montaña, novela de Dino Buzzati publicada por Gallo Nero en enero de 2016, con traducción de Amelia Pérez de Villar.




Nota: Vaya desde aquí mi solidaridad con la Librería Luces de Málaga, la cual lanzó la semana pasada un SOS debido a la asfixia que sufre por las obras del Metro en la Alameda. ¡¡Ni un cierre más!! Bastante hemos tenido con el shock emocional de lo de Libritos.




domingo, 17 de enero de 2016

¿POR QUÉ UNA NOVELA DE BOXEO EN UN BLOG DE ATLETISMO?


El Profesional (Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario)

Alguno se preguntará por qué hablo de una novela de boxeo en un blog de atletismo, pero es que muchos de los párrafos que he subrayado durante su lectura, me han retrotraído a cosas que ya he visto o vivido en el mundo del atletismo. Y si no, juzguen ustedes:

Sobre los entrenamientos de antes y los de ahora:
Le estaba comentando que antes no dábamos mucha importancia a correr quince kilómetros y boxear veinte asaltos en el gimnasio. [...] Hoy le pides a un boxeador que haga la mitad de eso y te mira pensando que estás loco.
Sobre la importancia del entrenamiento:
La gente cree que un combate se gana en el ring -me dijo Jay-. ¿Sabes dónde se gana un combate? Justamente aquí. Aquí, en la carretera y en el gimnasio.
Sobre el dar con un atleta que pueda disputar un título:
-No lo vas a creer, pero diría que quiero ganar este título tanto por él como por mí. 
-Te creo. Con la edad que tiene, no va a volver a estar ahí arriba. No va a tener a otro boxeador como tú. Si no lo consigue ahora, no lo conseguirá jamás.
Sobre Entrenadores con mayúscula:
Dos días después, justo antes de mediodía, llegó Doc Carroll, cascarrabias, vehemente y vengativo, con todas las razones para ser todas esas cosas, y el mejor padrino que jamás haya conocido para un boxeador. He conocido a muchos que conducían a sus boxeadores hasta los títulos, y a otros que los llevaban directamente hasta las fuentes del arcoíris. No obstante, he descubierto que el destino controla el paso a estos lugares y sigo diciéndome, tratando de creer, que en realidad lo importante no es hasta dónde llegas, sino cómo haces el viaje. Doc siempre se costeó su propia manera de hacerlo [...] y desprendía de algún modo cierto aroma de otro tiempo.
***
Cuando un chico arranca para convertirse en boxeador y, en algún lugar, se mete en un gimnasio bolsa de deporte en mano, es como un bloque de mármol en bruto salido de la gran cantera que es la masa humana. En cualquier bloque, un picapedrero puede ver muchas cosas, pero un maestro escultor no ve más que una. A su juicio, no hay dos bloques de mármol iguales y lo que él ve es aquello para lo que ese bloque se creó, y así es como nace la Victoria de Samotracia.  
 Además, así es como ha sucedido siempre con Doc. En el negocio del boxeo, como en cualquier otro, hay centenares de picapedreros y tres o cuatro maestros escultores, y el mejor escultor era Doc. Le estuve observando muchos años con una docena de boxeadores, trabajando meticulosamente con la razón y la inspiración, dando forma poco a poco y retirándose unos metros para contemplar lo que había hecho, y ocultando su nerviosismo, y su miedo también, tras esa fachada cínica. 
 [...] Cuando trabaja el mármol, el mejor escultor del mundo no puede añadir nada. Si no está en el bloque, no está. Nadie lo crea y, por tanto, ningún hombre es auténticamente creador, sino que lo que haces es revelar la forma eliminando todo lo demás. Eso es lo máximo que se puede aproximar un hombre a la creación, y esa es la razón por la que los grandes tienen miedo. Solo ellos pueden verlo todo y les da miedo que, en el proceso de eliminación, no consigan revelar la totalidad y que lo que está oculto quede oculto para siempre. Tienen aún más miedo incluso de recortar demasiado en el proceso y destruir para siempre buena parte de lo que ven. Así sucede en la creación de todas las cosas, incluida la de un boxeador.
***
Cuando sonó la campana vi al chico de Doc ponerse en camino despacio y, a continuación, empezar a dar vueltas alrededor del otro con la guardia baja, asomándose por la parte superior de los ojos, y no había ninguna duda. Era el boxeador de Doc. Era lo que un pintor hace en sus cuadros para que le conozcamos, aun sin la firma, y lo que el escritor deja en sus escritos, si es lo bastante escritor, para que sepamos que nadie en todo el mundo más que él podría haber sido el autor. 
***
[...] Barnum era un negro viejo. No sé cuántos años tenía ni cuál era su nombre, porque todo el mundo lo llamaba simplemente Barnum, pero llevaba por ahí desde siempre. [...] sabía tanto sobre boxeo puro como el que más. Sabía realmente, y durante años había estado promocionando a chicos de color aficionados y, luego, perdiéndolos. Podría citar a media docena de boxeadores buenos a los que había descubierto, en el sentido de que había sido el único que les había enseñado lo mejor que ofrecieron, pero siempre había alguien que le desplazaba. Siempre se acercaba alguien al chico, que escuchaba al charlatán blanco y se fijaba en la ropa del charlatán blanco y luego miraba al viejo Barnum y, de repente, se largaba. Quizá pagaran a Barnum mil dólares y algunos de esos chicos ganaban dinero después, pero nunca llegaban a ser lo que podrían haber sido porque cuando dejaban a Barnum nunca les iba mucho mejor, y yo me preguntaba a menudo cuán buenos podrían haber llegado a ser.

Combate de boxeo, ilustración de Pedro Delgado Fernández

Sobre entrenadores con minúscula:
-¿Cómo entran todos? Un chaval es un boxeador callejero y tiene un amigo. El chaval se hace aficionado y su colega se pone en el rincón con él. El chaval gana una docena de combates y quiere hacerse profesional, así que se lleva a su colega. Su colega le va a entrenar, quizá incluso sea su mánager. Son amigos y es una cosa maravillosa. El chaval tiene una docena de combates y le tumban. Lo deja, ¿pero lo deja su colega? Oh, no. Claro que no. Ahora es mánager. Está de alta en el gimnasio. Lleva una toalla al hombro. Ha entrado de por vida. Algún chico inocente entra andando, quiere ser boxeador. Entonces, ya tiene otro boxeador. 
-Haces que parezca real. 
-¿Crees por un instante que me lo estoy inventando? Los combates de aficionados no fabrican boxeadores. Fabrican entrenadores y mánager. ¿Entrenadores? No saben nada de entrenar. Son masajistas. Ayudas de cámara. Han conseguido una toalla y un montón de desfachatez. Tremendo. 
-¿Qué se puede hacer? 
-¿Hacer? Nada. Lo único que hace falta para ser entrenador o mánager es quince dólares y una licencia. Eso te habilita para arruinar la vida de un chico, o quizá para ponerle fin.
Sobre tener o no tener talento:
-[...] Este es el peor negocio del mundo para los aficionados. Están expuestos a que los maten. ¿Cuántos boxeadores crees que he rechazado en cuarenta años? 
-Docenas. 
-¿Docenas? Apuesto a que he rechazado a un centenar. Yo les digo: "Mira, chico, tú no puedes. Sé un fontanero de medio pelo, no te vas a hacer daño. Te ganarás la vida. Si eres un boxeador de medio pelo te pueden matar". El chico se marcha odiándome. Va a ver a otro. Es mejor boxeador porque me odia. Va a demostrarle eso a Doc Carroll, pero eso no le convierte en boxeador. Nada puede convertirlo en un boxeador. El chico acude a uno de esos vagos que le rechaza y le manda a uno de esos aficionados que llevan una toalla en el hombro. Lo destrozan. En el mundo hay hoy unos doce mil boxeadores. ¿Sabes cuántos lo son de verdad? 
-Dímelo tú. 
-Un centenar. Quizá menos de un centenar. 
-Es así con cualquier cosa.
Sobre los nervios de la competición:
-[...] Y  vas tú y le reprendes diciéndole que sus nervios son cosa de aficionado. 
-Sabes lo que quiero decir. 
-Claro que lo sé. 
-Un boxeador tiene que sentir nerviosismo, o no es nada. 
-Seguro. Si no, sería un niño que va al cine. 
-Pero tiene que aprender a controlarlo y a dejarlo salir en el lugar adecuado. 
-Sin duda. 
-Yo quería que metiera ese nerviosismo en un buen golpe en el estómago. 
-Lo sé. 
-Eso es lo más difícil del mundo. La gente no lo sabe. Enseñar a un boxeador a controlar ese nerviosismo sin matarlo es lo más difícil del mundo. 
-Es el secreto de todo, desde la pintura hasta, demonios, las ventas. 
-Es lo más difícil de enseñar del mundo. 
-O de hacer. 
-¿Hacer? Diablos, si yo puedo enseñarlo, él puede hacerlo. 
Sobre lo sacrificado de este deporte:
-[...] Tienen diez años. Lo consiguen en diez años, o no lo consiguen. [...] Los boxeadores no son seres humanos normales [...]. Quítate eso de la cabeza. Deberías saberlo. Un boxeador es un bicho raro. Le han tocado diez años del oficio más duro del mundo, un negocio que requiere cada kilo de su fuerza y todos los segundos de su vida. No hay una maldita cosa que haga que no afecte a su oficio. No es un empapelador, un abogado, ni un escritor. No puede prolongarlo durante treinta o cuarenta años. Tiene que darlo todo ahora, o nunca.
Sobre el acto de vestirte para la competición:
Cualquier forma de arte tiene un ritual, y yo había presenciado este muchísimas veces. Es la forma en que un hombre, preocupado, imprima sus lienzos con la espátula, o inserta dos hojas de papel en blanco en una máquina de escribir, o se despoja de la ropa de calle e introduce su cuerpo en el atuendo para el cuadrilátero. Para cualquier otro esto sería un acto incómodo, bochornoso por su fraudulencia, pero para este hombre se ha convertido en uno de los ritos más naturales.
Sobre la búsqueda del mejor punto de forma:
Es uno de los retos científicos más complicados, esta lucha por ascender a un atleta por las montañas de su esfuerzo hasta hacerle alcanzar la cima de su rendimiento en el preciso momento en que debe actuar. Ese punto culminante no es más grande que la cabeza de un alfiler, envuelto en los misterios nubosos de un ser vivo, y así, aunque todos lo intenten, la mayoría fracasa, porque no solo requiere al más diligente de los escaladores, sino al más fantástico de los guías. [...] La mayoría se equivoca al tratar de colocar a un boxeador justo en lo más alto de un punto diminuto el último día. Calcula las probabilidades de equivocarse, por arriba o por debajo. De cualquiera de las dos formas estás fuera igual de mal. En esta vida no puedes pedir cosas raras. Tienes que construirlas. Lo descubrí. Llegas a un nivel en el que está casi donde tú querías que estuviera cuatro o cinco días antes del combate. No es tan difícil mantener eso. Luego, el siguiente paso que da es el paso para entrar en el ring, y está allí y ahí es donde pelea.
Y algunos textos más que les invito a descubrir por sí mismos.





El Profesional
Gallo Nero
Autor: W. C. Heinz
Traducción: Ricardo García
http://www.gallonero.es/el-profesional/






Nota: Esta entrada es la continuación del post El Profesional.

http://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2016/01/el-profesional.html

jueves, 14 de enero de 2016

EL PROFESIONAL

José Acosta Florido, La Pantera Malagueña

Reveso de la fotografía

Estas últimas semanas he estado inmerso en las páginas de El Profesional (Gallo Nero Ediciones, 2013), una novela sobre el mundo del boxeo que me ha hecho tener muy presente a mi tío abuelo José Acosta Florido, La pantera malagueña, quien subió a los cuadriláteros en la década de los cuarenta.

El Profesional (Gallo Nero)  Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario

 La novela, escrita por el estadounidense W. C. Heinz (1915-2008), está narrada por Frank Hughes, un periodista deportivo de la vieja escuela que quiere escribir un reportaje sobre Eddie Brown, aspirante al título mundial de los pesos medios. Para ello, Frank se acopla (al estilo del autor, que como corresponsal acompañó a un batallón en la Segunda Guerra Mundial), a la concentración de Eddie. Y mientras sigue durante un mes su día a día, conversa con su preparador físico Johnny Jay y su mánager  y entrenador Doc Carroll, y ve desfilar por el lugar a sparrings y periodistas, convierte al lector en espectador de esa rutina de entrenamientos que nos conducirá, en los capítulos finales, al vestuario del Madison Square Garden de Nueva York y a contemplar el tan esperado combate por el título de Campeón del Mundo.
Cuando bajamos del taxi al bordillo, pude sentir la tensión superficial que mantenía unida a la multitud. Invisible, intangible, en ninguna parte y en todas, frágil pero atenazadora, como la he sentido en una compañía de infantería antes de un ataque, en los testigos antes de una ejecución, en un tribunal antes de un veredicto, en una familia antes del momento de la muerte. Ahora prendía en esta muchedumbre, en los cuerpos en movimiento que se arremolinaban en la acera y en los inmóviles y los rostros que se volvían, blancos y negros, desde la línea de los balcones. Prendía en el policía montado y el caballo que caminaba sobre las alcantarillas y encerraba el murmullo suave, rasgado únicamente por los silbatos de policía y el claxon de los coches, que es característico de las multitudes ante una pelea. Dentro del Garden y en un plazo de dos horas, poco más o poco menos, sucedería algo y entonces esta película invisible de unidad de la máxima delgadez estallaría y todo rebosaría.
 362 páginas nos han llevado hasta allí: hasta ese momento en que se escucha "el murmullo expectante y creciente de la multitud" cuando el campeón y el aspirante suben al ring para iniciar el combate, esos quince asaltos por el campeonato del mundo de los pesos medios.
Ahora el árbitro les daba el discurso para la televisión y, luego, chocaron los guantes y se dieron la espalda y Freddie Thomas quitó la bata de los hombros de Eddie mientras cada uno volvía a su rincón y Doc tenía una pierna fuera de las cuerdas y otra todavía dentro y apenas se oía el timbre de aviso entre la multitud. Doc introdujo el protector en la boca de Eddie diciéndole una última cosa, gritando a Eddie para hacerse oír en medio del estruendo, y la cara de Eddie estaba impertérrita, mirando al otro tipo, y después sonó la campana y Doc dio una palmada en la espalda de Eddie y Eddie salió de aquel rincón.
 Y es a continuación, al inicio del capítulo 26, cuando leemos que "todo acabó en un minuto y cuarenta y ocho segundos". Y nos estremecemos con el dato, imposible no hacerlo, antes de lanzarnos a leer de un tirón esas páginas finales, buscando saber si todo el sacrificio de Eddie, todas esas mañanas y tardes de entrenamiento y todos esos combates que libró desde que empezó a boxear hace ya 9 años, tendrán su recompensa, y si esos más de 40 años de espera que lleva Doc Carrol para ver a uno de sus pupilos pelear por el cinturón de campeón del mundo, merecieron la pena. Y así leemos acojonados, temerosos de que todas esas ilusiones se desvanezcan con Eddie en la lona tras un jab, un crochet o un directo de derecha a la mandíbula.

 Publicada por primera vez en 1958, El Profesional -la única buena novela de boxeo que leyó Hemingway- sabe a cine clásico, a esas películas en blanco y negro que tanto gustan a nuestros padres. Y es en ese color en el que yo veía a Eddie por un lado, y a mi tío abuelo por otro, y no dejaba de lamentar no haber recogido en un cuarderno toda su experiencia pugilística cuando aún vivía y podía verlo en tecnicolor. Saber los combates que libró, que sentía antes, durante y después de cada pelea, los buenos y malos asaltos que tuvo... Me habría gustado verlo moverse sobre el ring, oír el chirrido de sus botas deslizándose sobre la lona, el sonido seco de sus puñetazos "y el leve y grave apresuramiento de su respiración". Cuando falleció, el 16 de noviembre de 2002, escribí un texto para el diario Sur a modo de homenaje, un texto que no me importó que modificaran en Redacción a la hora de dar la noticia. Para mí lo importante era que, como deportista que fue, tuviese ese recordatorio, ese reconocimiento, en el momento de su despedida.
 Aquí les dejo mi texto y la noticia que apareció en Sur:


LA PANTERA MALAGUEÑA

El sábado pasado falleció mi tío abuelo José Acosta Florido, el que fuera uno de los mejores boxeadores de Málaga en los años cuarenta. Lo noqueó el Parkinson a los 81 años.
 Cuando coincidíamos en alguna celebración familiar, me gustaba charlar con él: aunque en otro campo, yo era el único de la familia que había seguido sus pasos deportivos, por lo que siempre se alegraba de mis triunfos atléticos. Así, hablábamos de mis carreras pero, sobre todo, de sus combates en el "Gran Olimpia" de la calle Córdoba y en el cine Las Delicias, junto al antiguo colegio de Los Maristas, donde cruzaba sus guantes con púgiles de la talla de Granados, Laure, Iglesias, Pacheco o el malogrado Bautista.
 No recuerdo bien en qué ciudad truncó un pretendido amaño al tumbar en la lona al rival antes de concluir el segundo asalto. Y es que La Pantera Malagueña, como le apodaban, era mucha pantera.
 Su pelea, al retirarse de los cuadriláteros, quedó reducida a la que mantenía, como sargento de la Policía Municipal, con los estraperlistas de la época y, ya últimamente, contra su enfermedad. Él, que era muy chistoso y se reía hasta de su sombra, me decía que con los temblores que tenía en las manos, lo iban a contratar para echar la canela encima de las mantecadas.
 En fin, de él me queda su recuerdo y una vieja foto en blanco y negro en la que, con 20 años, posa vestido de corto. Está dedicada a mis abuelos y a mi padre. Por cierto, que mi abuela me contaba el día del funeral que fue ella quien le compró la tela y le hizo el albornoz para su debut y que, con cinta e hilo, le puso en la espalda ACOSTA. Con ese apellido, para orgullo mío y de toda la familia, figura en el libro Un siglo de deporte en Málaga.
Pedro Delgado


Noticia del fallecimiento de José Acosta Florido en el Diario Sur de Málaga 


Combate de boxeo, ilustración de Pedro Delgado Fernández

"Este es el lugar del boxeador. El vestuario, el gimnasio y el ring son el reino del boxeador, y en ellos el buen boxeador es el ser supremo. Respira, camina y habla en muchos sitios, pero a este es al que pertenece, tan perfectamente adaptado para esto que ni siquiera es consciente de ello, y nunca lo será hasta años después de haber terminado y luego le perturbará que algo haya desaparecido de su vida para siempre, no solo los combates, sino algo más. Ese algo lo es todo".







W. C. Heinz
Traducción de Ricardo García
Gallo Nero
http://www.gallonero.es/el-profesional/



Nota: Este post continúa en ¿Por qué una novela de boxeo en un blog de atletismo?

http://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2016/01/por-que-una-novela-de-boxeo-en-un-blog.html

jueves, 16 de julio de 2015

EL TOUR DE FRANCIA, GALLO NERO Y LOS DOS PEDRO DELGADO




Precisamente ahora que se corre la ronda gala, he terminado de leer El Tour de Francia de Mario Fossati. Comparto con el periodista de Monza (fallecido hace un año y medio) el gusto por los mitos y las gestas deportivas, así que ha sido para mí un placer leer cómo fue el día a día de la prueba hace 63 años, pues el Tour que Mario Fossati nos narra, con ese minimalismo estilístico que le caracteriza, es el de 1952: el segundo Tour de Francia que ganó Fausto Coppi, el gran expreso italiano.

 Imagino lo que tuvo que ser para Mario Fossati viajar a Francia como cronista de La Gazzetta dello Sport, tras sobrevivir, unos años antes, a la campaña rusa en la Segunda Guerra Mundial. La alegría de vivir la fiesta ciclista junto a la joie de vivre la vida después de casi perderla pues, como cuenta Enrico Curró en la introducción, "de los catorce amigos de la taberna Robbiati llamados como soldados a la estepa para servir de parapeto en la retirada de los alemanes, él fue el único que volvió del río Don".


Mario Fossati


 En aquel Tour de 1952, que Fausto Coppi estuvo a punto de no correr por un problema de ego con Bartali, el italiano cambió la maglia rosa del último Giro por el maillot amarillo del líder de la prueba francesa. Y lo hizo en la décima etapa, la que afrontaba el Alpe d'Huez.


Fausto Coppi en la ascensión al Alpe d'Huez en el Tour de Francia de 1952

 El Alpe d'Huez no es una colina, sino una montaña. La colina, en las carreras ciclistas, representa algo cóncavo, algo local (por expresarlo de alguna manera), el paisaje. El Alpe d'Huez tenía la plenitud de la montaña. Es la subida, la ascensión total.

 Por entonces, el director técnico del equipo italiano era el excampeón Alfredo Binda. Un Binda que tuvo que lidiar con los egos y los intereses de unos y otros a la hora de confeccionar el equipo, y desplegar su táctica sobre las carreteras francesas, moviendo sus piezas, como si de una  partida de ajedrez se tratara, en función de las innumerables y no siempre previsibles circunstancias que se iban presentando.

 -¿Qué adversarios pueden estar a nuestro nivel? Faltan Bobet, Kübler y Koblet. Su ausencia no nos beneficia. La igualdad no ayuda a los mejores, premia a los peores. Dado que temen a Coppi y a Bartali en las subidas (y al primero también en la contrarreloj), tratarán de atacar y batir a los nuestros en las etapas supuestamente fáciles, que de fácil no tienen nada: en las etapas llanas.

 Mario Fossati seguía la carrera "desde el espejo retrovisor de una enorme motocicleta que pilotaba Alippi, un probador de coches de Moto Guzzi", y después visitaba el hotel de la delegación italiana para tomar una copa e intercambiar impresiones con Alfredo Binda. Luego escribe, pero sin "transformar en fantásticos a los personajes de su historia".

 La tienda del guerrero es el hotel, el lugar en el que el campeón desvela a sus más íntimos los misterios de la carrera, manifiesta sus dudas, confía sus temores y lanza sus desafíos.

 Por supuesto, en un deporte como el ciclismo, en el que las rivalidades "no se apaciguan ni después de la línea de meta", y en ese equipo nacional con Coppi, Bartali y Magni como primeras figuras y un destacado elenco de gregarios, se vivirá la tensión entre sus dos primeras espadas,

 Incluso una entrevista, una palabra o una idea pueden ser utilizadas o falseadas por quienes quieren sembrar cizaña. Y la cizaña, como dicen en Cittiglio, no hace falta sembrarla, porque ya crece sola.

pero también la reconciliación entre ambos corredores cuando Coppi le dé su bote de agua a Bartali en el Galibier (aunque aún hoy muchos siguen discutiendo quién cedió la botella) o, sobre todo, cuando Gino Bartali le pase su rueda a Coppi en la etapa Sestriere-Mónaco.


Fausto Coppi y Gino Bartali en la ascensión al Galibier
Fotografía: Carlo Martini

  Agitaba un ejemplar de L' Équipe. Señalaba el rótulo de una ilustración (el cambio de rueda entre Gino y Fausto): Coppi, que ya ha quitado su rueda, agachado, con su cabeza contra la de Gino, en el momento en el que coge la rueda que le ha cedido Gino. La amistad entre estos dos hombres tal vez (¡!) haya nacido justo en este preciso instante.

Bicicleta Bianchi con la que Fausto Coppi ganó el Tour de 1952


 La proeza de ganar Giro y Tour en el mismo año ya la había conseguido Coppi en 1949. Un Giro que ganaría por quinta vez en 1953, año en el que también fue Campeón del Mundo. Desgraciadamente, el Campionissimo murió prematuramente en 1960, a los 40 años de edad, después de contraer la malaria en una prueba que disputó en el antiguo Alto Volta (actual Burkina Faso), un país que visité, ajeno a este detalle, allá por 1997.

 Miro a Fausto y pienso en una máxima ciclista según la cual la grandiosa facilidad del estilo no consiste más que en un esfuerzo, en cierto modo, poco manifiesto.  
 *** 
 Coppi vuela: las llantas de sus ruedas no pesan. Fausto escala, como levitando. La bicicleta de Le Guilly está pegada al asfalto. 
 *** 
 Como sabemos, un campeón es aquel que, durante la carrera, afronta ritmos prohibitivos cuando es necesario, pero va despacio siempre que puede. Fausto lo bordaba. 

 Por edad, Coppi me pilla tan lejos como Anquetil, Bahamontes, Eddy Merckx o Luis Ocaña. Mi ciclismo está emparentado con los franceses Bernard Hinault y Laurent Fignon, el escocés Robert Millar, los colombianos Enrique Parra y Lucho Herrera, los italianos Claudio Chiappucci y Gianni Bugno, el americano Greg LeMond, el suizo Tony Rominger y, por supuesto, los españoles Ángel Arroyo, Marino Lejarreta, Álvaro Pino, Pedro Delgado y Miguel Induráin (seguramente me olvido de algunos nombres ahora).

 Como ven, hace mucho tiempo que dejé de seguir las retransmisiones ciclistas, tras tantísimos y sonados casos de dopaje. Por eso me ha gustado leer la crónica de aquel Tour del 52 que nos brinda la editorial Gallo Nero (http://www.gallonero.es/), pues siento ese ciclismo en blanco y negro, más próximo al de los ochenta y noventa que al ciclismo actual. Es como cuando uno ve en algún documental las imágenes de Cassius Clay bailando sobre el cuadrilátero. Cualquier combate de Mohamed Ali contra Sonny Liston, Frazier, Foreman o Norton es cien veces más memorable que el último y cacareado enfrentamiento del siglo entre Mayweather y Pacquiao. No hay color. Y no sólo porque las retransmisiones fuesen en blanco y negro, sino porque la calidad de los púgiles es bien diferente.

  A mí, el ciclista que más me gustaba de todos era Pedro Delgado. Por tocayo y por levantarme del asiento como ninguno: memorable su descenso a tumba abierta en los Pirineos en su debut en el Tour de 1983; su caída en el de 1984; su abandono por el fallecimiento de su madre en el de 1986; su pugna con el irlandés Stephen Roche, no apta para cardíacos, en el de 1987; su victoria en el de 1988; su despiste y tercer puesto en el de 1989; su cuarto puesto en 1990...


Pedro Delgado Robledo (Fotografía: Graham Watson)


 Debido a esa coincidencia en el nombre y el primer apellido, he compartido curiosas anécdotas con el ciclista a lo largo de toda mi carrera deportiva, la ultimísima durante la Feria del Libro de Madrid, cuando algunos seguidores del ciclista se acercaron a buscarlo a la caseta de Desnivel, en la que yo firmaba esa tarde. Venían con un ejemplar de A golpe de micrófono (las peripecias de un ciclista de élite reconvertido en periodista deportivo) bajo el brazo, y se encontraban conmigo y con mi Carta desde el Toubkal (Ediciones del Genal, 2015).

 En un post titulado La primera vez*, del 26 de octubre de 2014, ya les hablé sobre la primera vez que nos confundieron, pero, sin duda, la que más repercusión tuvo, llegando a salir incluso en el informativo de Telecinco, fue la que voy a mostrarles ahora:


El País, miércoles 6 de febrero de 2002


Diario As, miércoles 6 de febrero de 2002


Diario Málaga, febrero 2002


Contraportada As Andalucía, 22 de octubre de 2002


 Ya ven que la anécdota es de las buenas. Por cierto, y como no podría ser de otra manera, esta entrada está dedicada a mi tocayo, el ciclista Pedro Delgado Robledo (a ver si vuelvo a engancharme a sus retransmisiones), y a la editora de Gallo Nero, Donatella Ianuzzi, a la que felicito por su proyecto editorial.


*http://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2014/10/la-primera-vez.html