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sábado, 30 de noviembre de 2024

CORRER ES UNA FILOSOFÍA. EL PORQUÉ CORREMOS DE GAIA DE PASCALE


Correr es una filosofía. Por qué corremos
Gaia De Pascale (Duomo Ediciones)

Desde que aprendí a andar me gusta correr.
Friedrich Nietzsche

La barselonesa Duomo ediciones –la primera editorial del grupo editoriale Mauri Spagnol fuera de Italia– publicó en 2015 un longseller de la profesora y escritora genovesa Gaia de Pascale sobre el correr, un libro que sabía acabaría leyendo más tarde o temprano.

 Correr es una filosofía. Por qué corremos es un poliedro de muchas caras, pues sus páginas tocan muchísimos temas, repartidos en diez capítulos a los que acompaña, a modo de cierre y conclusión, un epílogo.

Índice Correr es una filosofía. Por qué corremos
Gaia De Pascale (Duomo Ediciones)
Fotografía: Pedro Delgado

 El primer capítulo, De los orígenes del mundo. Carrera y valor, subdividido en varios apartados numéricos, empieza con la  historia de cómo Kuafu salvó al mundo, gracias a que corrió hasta alcanzar el sol cubriendo toda la longitud de la Tierra en tan solo un día, un cuento tradicional que nos llega desde la antigua China y que se ha transmitido de generación en generación hasta nuestros días.

De cómo Kuafu salvó al mundo

 El sol había debilitado a Kuafu hasta dejarlo seco, hasta convertirlo en la sombra reseca del joven valiente que había sido.
 Ahora que estaba próximo a la muerte, Kuafu lanzó hacia el cielo su bastón en un gesto desesperado, y éste se transformó como por arte de magia en un bosque de melocotoneros que permanecerían verdes para siempre, ofreciendo a los hombres y a los animales sombra y fruta fresca. Su pelo se convirtió en hierba y su sangre en un largo e impetuoso río.
 Así fue como Kuafu salvó a su gente, y desde aquel día nadie volvió a padecer ni hambre ni sed.

 Si no conseguimos revertir el cambio climático, si perdemos la capacidad de habitar el planeta, quizás necesitemos de otro corredor, de otro Kuafu, de otro milagro para permitir a los hombres continuar su camino en la Tierra.

 Son muchas las leyendas y los mitos «que apelan al acto de correr para definir lo indefinible o para encontrar una motivación al estado de las cosas. Las culturas antiguas están llenas, a lo largo y a lo ancho, de historias que tienen la función de legitimar, o instituir, el orden existente. Y la carrera es a menudo el fil rouge de los relatos». Como ejemplo, De Pascale nos trae el cuento cheyenne de la carrera a la que se retaron Doña Búfala que Corre Veloz y la lenta pero perseverante Doña Urraca, que tenía el corazón resistente. Un duelo convertido en leyenda que explicaba el origen de la caza del bisonte a todo un pueblo.

Sitting Bull, de Michael Gnatek. Lápices de colores, 24 x 29
Contemporary Western artists (Peggy & Harold Samuels)

 En ese mismo capítulo, De Pascale nos habla de lo épico que hay en las carreras de largas distancias.

 Actualmente se define como «épica» cualquier hazaña que lleve consigo el sentido de lo grandioso y de lo heroico, como las de un campeón de nuestros tiempos: su nombre es Kilian Jornet y es el indiscutible rey español del skyrunning, la mayor carrera de montaña con un recorrido a gran altitud, entre los 2.000 y los 4.000 metros.

 Kilian Jornet, el indiscutible rey del skyrunning, solo corre para sí mismo y para alcanzar algo tan evanescente como la gloria.

 En su biografía, el atleta español cuenta cómo, de pequeño, antes de ir a entrenarse, leía siempre el Manifiesto del sky runner, que había colgado en la puerta de su vieja vivienda. Todos los días, antes de cruzar el umbral de la casa, se encontraba, pues, con frases como «cuerpo ligero, piernas ligeras. Sentir cómo la presión de tus piernas, el peso de tu cuerpo, se concentra en los metatarsos de los dedos de los pies y ejercen una presión capaz de partir rocas, destruir planetas y mover continentes».
 Una fuerza épica que parte de la cabeza, llega al corazón y embiste a todos los músculos del cuerpo. «Porque perder es morir. Y no se puede morir sin haberlo dado todo, sin echarse a llorar a causa del dolor y las heridas, no se puede abandonar. Se debe luchar hasta la muerte».

 Paradójicamente, es esa mentalidad la que lo acerca a la épica de Kuafu, el héroe chino. Basta ver la película de la edición del año 2010 de la Western States, donde Kilian atravesó la meta aquejado de dolores y calambres. Entró detrás de Geoff Roes y Tony Kupricka, pero cumplió con creces su sueño de acabar tan dura prueba. Al año siguiente, él sería el primero en la línea de meta.

 Como demuestran las escenas de caza de la pintura rupestre, el hombre corre por deber, placer o necesidad desde la prehistoria. Tal vez, esas escenas puedan considerarse las primeras manifestaciones del tema deportivo en el mundo del arte.

Uno de los arqueros hallados el año pasado en La Hoz de la Vieja
Fotografía: Aragón (La Comarca.net)

 Sabía que fue en la cultura griega cuando la competición empezó a ser una característica fundamental de la vida social, de la que hay documentación literaria e iconográfica. Corrían incluso las mujeres, que al menos en Esparta y en otras localidades dóricas aparecían en competiciones de carreras reservadas a ellas.

Anfora de "los corredores", 530 a.C.
Metropolitan Museum, Nueva York

 En el libro XIII de la Ilíada, Homero describe las competiciones organizadas por Aquiles para acompañar los ritos fúnebres en honor de Patroclo, que había sido asesinado por Héctor. El cuerpo del héroe caído en la batalla debe siempre ser honrado: el cometido de los dioses y de los hombres es tanto salvaguardarlo del ultraje como glorificarlo. Entre las competiciones en honor de Patroclo hay también una prueba de carrera en la que toman parte los nobles guerreros al mando del ejército griego. Concretamente se trata de Áyax, Antíloco y Ulises, que saldrá vencedor.
 Probablemente Homero vivió antes de la institución de los Juegos Olímpicos, que datan en torno a 776 a.C., y sin embargo, el poeta griego consiguió describir con gran realismo muchas de las competiciones que tendrían lugar en el acontecimiento deportivo más famoso de todos los tiempos. Sobre las fechas exactas de aquella época siguen siendo muchas las incertidumbres, pero es cierto que, entonces como ahora, las competiciones de las carreras eran consideradas uno de los momentos álgidos de los juegos.

 Lo que no sabía o no recordaba, porque seguramente lo estudiaría en la asignatura de Historia de los deportes del INEF, es que los antiguos egipcios también se ejercitaran en la carrera.

 Los antiguos egipcios dedicaban mucho tiempo a esta actividad y los propios faraones practicaban la carrera ritual: Zoser, perteneciente a la III dinastía, durante la fiesta llamada sed, una especie de jubileo real, corría para demostrar a los hombres y a los dioses que era lo bastante valiente para poder seguir reinando.

 Y aquí vuelve a aparecer el tema del valor, porque esta es la cualidad más común e importante en los corredores de larga distancia. Valor para enfrentarse a una prueba agónica en la que pueden incluso perecer, como le ocurrió a Filípides, el mensajero más ilustre, que corrió desde los campos de batalla de Maratón a Atenas para llevar la noticia de la victoria sobre los persas.

Filípides dando la noticia de la victoria en la Batalla de Maratón
Óleo de Luc-Olivier Merson
Fotografía: Creative Commons Wikipedia

Con Filípides volvemos a encontrarnos frente a un personaje, real o legendario poco importa, que con su valor lleva a cabo su propia misión hasta el sacrificio supremo. Para Filípides y Kuafu la muerte, como la vida, no tienen gran valor. Son solamente otros tantos accidentes, pues una podría dejar paso a la otra y viceversa. Lo que importa es correr hasta la meta. Cuando Filípides llega de Maratón o Kuafu alcanza el sol, el juego ha terminado. Lo que ocurre después es un detalle totalmente irrelevante.

 Nos dice De Pascale que «la victoria, para los griegos, acercaba a los hombres a los dioses y la gloria del primer puesto los llevaba a alcanzar la perfección. Ganar una competición deportiva tenía que ver con lo absoluto y rompía las barreras de la caducidad humana». En la antigua Grecia, los atletas actuaban como si fueran dioses. Porque también los dioses, mostraban dotes físicas prodigiosas. Para los atletas, el más destacable de ellos sería Hermes, el dios-mensajero de pies alados.

Hermes

 En un instante Hermes es capaz de aparecer, y después, una vez cumplida su misión, desvanecerse en la nada. Hábil, astuto, inteligente, veloz, Hermes es el amigo de los caminantes. El dios del viento.

 Y qué decir de Aquiles, el héroe de los pies ligeros.

 Según lo que cuenta Apolonio de Rodas, en las Argonáuticas, la madre de Aquiles, Tetis, para hacer invencible a su hijo, todas las noches, a escondidas, le quemaba las partes del cuerpo que suponía vulnerables. Pero una noche Peleo se despertó de improviso. Asustado por los gritos de su hijo, que oyó a lo lejos, se levantó de la cama y corrió a averiguar qué ocurría. La escena que se le presentó era terrible: Aquiles se estaba retorciendo envuelto en llamas. Tetis huyó y Peleo, ayudado por el centauro Quirón, reemplazó inmediatamente el talón quemado de Aquiles por el astrágalo de un gigante. Damiso, ése era su nombre, no era un gigante cualquiera: era el más veloz de todos.

 Pero para héroes los corredores paralímpicos, que nos demuestran a diario que correr es una cuestión de tenacidad, coraje y valor, simbolizados por De Pascale en la figura de la velocista italiana Giusy Versace.

La velocista paralímpica Giusy Versace
Fotografía: Össur.com

 Con su fuerza de voluntad, Giusy Versace ha decidido corregir una anomalía en el curso de los acontecimientos. Ha decidido correr hasta sus orígenes, cuando cada cosa aún estaba en su sitio. Ha decidido restablecer el orden y luchar por apresarlo todo: el sol de Kuafu, las alas de Hermes, la perseverancia de la urraca, el valor sin tiempo de Aquiles, la fuerza de seguir en pie.

 El segundo capítulo de Correr es una filosofía. Por qué corremos lleva por título ¡Corre, muchacho! Siendo italiana la autora, pensaba que versaría sobre Orzowei, el protagonista de la novela que Alberto Manzi publicó en 1955 y que una serie televisiva vino a poner de moda en España en 1978. Por entonces yo tenía doce años, y me hice muy fan de la serie. Vamos, que cantaba aquello de «Corre muchacho ya, no te detengas más. La noche caerá, el frío llegará. Pero no pienses que todo está contra ti. El amor y el sol brillante sonreirán...».

 Quizás por ser una década más joven que yo, Gaia De Pascale se olvida de Orzowei y dedica esas páginas a la figura de Forrest Gump. Al Forrest Gump niño, que corre para escapar de las piedras y las burlas de los tres abusones al principio de la película, y al Forrest Gump adulto que cruza Estados Unidos de océano a océano arrastrando con él a multitudes.

 De Pascale dice que Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994) es la película más famosa inspirada en el tema de la carrera, pero ahí, aunque tengo una camiseta de Forrest Gump y un vaso del Bubba Gump de cuando estuve en Nueva York, discrepo con ella, pues ese galardón creo que le corresponde a Carros de fuego (Hugh Hudson, 1981).

 En el mismo capítulo, subtitulado Carrera e infancia, aparece el velocista italiano Pietro Mennea, cuya biografía, La corsa non finisce mai [La carrera no termina nunca], aún está por publicar en castellano. Pietro Mennea, campeón olímpico en Moscú en 1980, cuenta en ella cómo con dieciséis años vio a Tommie Smith batir el récord de los 200 metros en los Juegos de México 68, sin imaginar que él mismo, veintiún años después, en esa misma pista, batiría precisamente el récord de ese mismo atleta.

«Con la perspectiva que da el tiempo, aquella noche hace de línea divisoria: primero está el atletismo como juego, luego empieza el camino de trabajo que servirá para confinar el sueño dentro de los límites de mi vida».

Autobiografía de Paolo Mennea

 También aparece el nombre de Marco Olmo, una leyenda italiana del ultratrail, aunque de ser española la autora seguramente habría hablado del murciano Mariano García, que encierra la infancia en ese gesto de arrancar la moto cuando compite en los 800 metros.

 Sorprendentemente, el personaje de Pinocho asoma a estas páginas. Y es que Pinocho, en la novela de Carlo Collodi, siempre corre.

Las aventuras de Pinocho, Carlo Collodi
Editorial Blume

Giovanni Gasparini, en La corsa di Pinocchio [La carrera de Pinocho], demuestra cómo, a lo largo de los 34 capítulos en los que se desarrolla la historia de la marioneta (desde el capítulo III hasta el XXVI), el verbo «correr» y el sustantivo «carrera», refiriéndose a Pinocho, aparecen cuarenta y dos veces. Demasiadas para que se trate de una simple coincidencia.

 La historia de Henry Rono, el gran fondista keniata que batió cuatro récords del mundo en los 3.000, 5.000, 10.000 y 3.000 metros obstáculos en un periodo de sesenta días en 1980, y que nunca pudo ser olímpico por el boicot de Kenia a los Juegos de Montreal 76 y Moscú 80, sale a la palestra en el tercer capítulo: Olvidar las barreras. Escalofriante la historia del keniata, que merecería ser llevada a la gran pantalla.

Henry Rono
Fotografía: wikipedia

 Henry Rono, que falleció en febrero de este año en Nairobi a los 72 años, fue encarcelado en 1986 por una acusación falsa al ir a un banco para abrir una cuenta y depositar el cheque que había ganado en una carrera. Después de seis días detenido, en los que corre por la celda, fue puesto en libertad. Tras ello, el corredor olímpico se precipitó en el alcohol y tras retirarse del atletismo se convirtió en un sin techo. Afortunadamente, en el año 2000, Henry Rono fue recuperando poco a poco su vida gracias a que lo contrataron de entrenador en una escuela de atletismo, logrando desengancharse del alcohol.

 A quien entra en la cárcel, lo primero que se le quita es la libertad de ir a donde quiera, la libertad de correr, de ahí que De Pascale ponga el foco en algunas iniciativas, con fines educativos, que se están dando en Italiana, donde se promueve la carrera en el interior de los centros penitenciarios, con competiciones en las que también pueden participar los atletas de la ciudad.

 Dar a los presos la posibilidad de correr significa regalarles una sensación de libertad, el bien supremo al que no se puede dejar de aspirar.

 En este capítulo, Gaia también nos habla de algunas películas: Alguien voló sobre el nido del cuco, El expreso de medianoche, Evasión o victoria y Cadena perpetua; sin embargo, no menciona Hombre libre (The Jericho Mile).

Cartel de Hombre libre, de Michael Mann

 Esta película de Michael Mann, del año 1979, debería figurar con letras mayúsculas en estas páginas dedicadas a la relación de la carrera con la libertad, y desde aquí animo a De Pascale a incluirla en el libro si se da el caso de una segunda edición. Por cierto, que el otro día volví a verla al encontrármela en Filmin y pronto escribiré una reseña sobre ella en este blog.

 El cuarto capítulo está dedicado a Caballo Blanco, del que no voy a hablarles aquí porque ya le dediqué una entrada completa cuando reseñé Nacidos para correr, de Christopher McDougall.

Reseña de nacidos-para-correr en Calle 1
Fotografía: Lucía Rodríguez

 De este capítulo me gusta especialmente la relación simbólica que establece la autora entre la carrera y la vida.

 En el caso de la carrera y de la vida las semejanzas son más de una y superan con diferencia las posibles relaciones entre la vida y cualquier otro deporte: la carrera, como la vida, tiene un principio y un fin. Tanto en una como en otra el trazado está punteado por una serie de obstáculos, unas veces puramente psicológicos, que son afrontados de manera diferente según la predisposición del carácter de aquel que se dispone a afrontarlos. En muchas competiciones los corredores se encuentran en gran número en la salida y, algunas veces, llegan a la meta a una distancia aproximada, pero a lo largo del recorrido se está fundamentalmente solo. Se puede pedir ayuda, nos podemos apoyar en el juego limpio de los adversarios, pero la victoria o la derrota, la felicidad o la decepción, dependen solamente de uno mismo, de cuanto hemos sido capaces de dar. Y además: mientras se corre, igual que mientras se vive, se puede adelantar a alguno para ser, poco después, a nuestra vez adelantados. El entrenamiento cuenta en la carrera del mismo modo que en la vida cuenta el estudio, el esfuerzo y la abnegación, pero el destino nos pondrá siempre la zancadilla para desbaratar todos los planes en el momento menos oportuno, y entonces prevalecerá sólo aquel que es más flexible y está dispuesto a enfrentarse a lo imprevisto y a seguir adelante a pesar de todo. Al final, tanto en la carrera como en la vida, hay días buenos y días malos, los desafíos se alternan con los momentos de reposo, las decepciones con los éxitos, y este alternarse las situaciones y los sentimientos es en el fondo el aliciente para seguir adelante y no aburrirse nunca de lo que se está haciendo.
 Al fin y al cabo, lo que une la carrera y la vida por encima de todo es esto: cuando se corre para uno mismo, sin especiales objetivos competitivos, o considerando la competición sólo un aliciente para ponerse en marcha, no cuenta el resultado final. No se corre para llegar a la meta. En la carrera vivida como liberación y plena expresión de uno mismo, lo único que realmente cuenta es el recorrido.
 Del mismo modo, vivir es exactamente lo que ocurre entre el nacimiento/salida y la muerte/meta. Es un trazado, una línea, un camino.
 Ya se sabe cómo va a terminar y, sin embargo, no se puede hacer otra cosa que recorrerlo. O sea, como lo dice la propia palabra, correr a través.

 Correr por amor se titula el quinto capítulo, centrado en el tema Carrera y emociones, donde Gaia De Pascale nos habla del mito de la bella y veloz Atalanta, que solo se casaría «con aquel que fuera capaz de ganarla en una carrera a pie», estando condenado a muerte quien no tuviera éxito en la empresa.

 Con frecuencia el deporte femenino se considera algo relativamente reciente, pero las cosas no son así, como lo demuestra que uno de los héroes de la mitología griega más vinculados a la carrera fuera una mujer.

Hipómenes y Atalanta, óleo de Jacob Peeter Gowy
Museo Nacional del Prado

 Aquí De Pascale también saca a relucir el tema de las endorfinas, con sus propiedades analgésicas y excitantes.

 Cualquiera que tenga la experiencia de correr sabe que la relación con esta actividad no está destinada a agotarse, sino a hacerse cada vez más fuerte con el paso del tiempo.
 Desde luego, no a todo el mundo le gusta correr. Los hay que lo prueban y lo dejan después de una semana, un mes, un año. Pero existe un límite más allá del cual es difícil volver atrás. Es el límite del placer. Cuando se empiezan a sentir ciertas emociones, se sigue siendo corredor para siempre.

 El olímpico Ron Hill, campeón de Europa de maratón de 1969, nunca faltó a su cita diaria con la carrera durante 52 años y 39 días, una racha que sólo se vio interrumpida por un fuerte dolor en el pecho cuando tenía 78 años de edad. A pesar de esos problemas cardíacos que empezó a tener, el fundador de la empresa textil deportiva que lleva su propio nombre, falleció el 23 de mayo de 2021 a los 82 años a causa de una urosepsis, un tipo de sepsis que se origina a partir de una infección en el tracto urinario; dato que no nos pudo dar De Pascale en el libro por la sencilla razón de que este se editó en 2015, seis años antes del deceso de Hill.

Ron Hill. 50 Years RunEveryDay
Fotografía: @Ronhill_UK

 La carrera sabe cómo hacerse indispensable y, una vez que se ha probado, si se vive con total abandono, puede convertirse en la compañera fiel y necesaria de toda la vida. Como una droga, para algunos. O como un amor, para todos los demás.

 Y como esta reseña se está alargando mucho y no quiero abusar de su paciencia, he decidido, repartir mis palabras en dos entradas. Así que si quieren seguir leyendo sobre los otros cinco capítulos y el epílogo de este libro, tendrán que hacerlo en mi próximo artículo. Mientras tanto, siéntanse libres de hacer comentarios y de compartir la reseña. Y, por supuesto, los animo a hacerse seguidores del blog.

 Lean, corran y vuelvan a leer.

Nota: Pueden leer la segunda parte de la reseña clicando en el siguiente enlace:

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2024/12/correr-es-una-filosofia-por-que.html

martes, 9 de agosto de 2022

NACIDOS PARA CORRER, EL LIBRO QUE EMPEZÓ CON UNA PREGUNTA


Nacidos para correr, de Christopher McDougall
Fotografía: Lucía Rodríguez

El mejor corredor no deja huellas.
Tao Te Ching


Durante años oí hablar de Nacidos para correr –ese libro de culto que escribió Christopher McDougall sobre la historia de una tribu oculta, un grupo de superatletas y la mayor carrera de la historia–, lo que hizo que las expectativas estuvieran muy altas cuando comencé a leerlo, algo que siempre es contraproducente. Sin embargo, he de decir, al terminarlo, que no me ha defraudado. Es más, creo que la faja debería llevar una advertencia, algo tipo: «¡Atención, lector! El uso de este libro puede alterar su capacidad cognitiva y provocarle un deseo irrefrenable de salir a correr a todas las horas del día».

Faja del libro Nacidos para correr, de Christopher McDougall (Editorial Debate)

 El libro empieza cuando Christopher McDougall recorre la Sierra Madre mexicana en busca de lo que parece más una leyenda que una realidad: alguien llamado Caballo Blanco.

Algunos decían que Caballo Blanco era un fugitivo; otros habían oído que era un boxeador que huía como una especie de castigo autoimpuesto tras matar a golpes a un tipo en el ring. Nadie sabía su nombre, su edad o de dónde venía. Era como un pistolero del Lejano Oeste [...] Las descripciones y avistamientos estaban por todas partes; aldeanos que vivían a distancias imposibles unos de otros juraban haberlo visto viajando a pie el mismo día y lo describían dentro de una amplia escala que iba de «divertido y simpático» a «raro y gigantesco».
 Pero en todas las versiones de la leyenda de Caballo Blanco siempre se repetían algunos detalles básicos: había llegado a México años atrás y se había internado en las salvajes e impenetrables Barrancas del Cobre para vivir entre los tarahumaras, una tribu casi mítica de superatletas de la Edad de Piedra. Los tarahumaras quizás sean las personas más sanas y serenas del planeta, y los más grandes corredores de todos los tiempos.
 Cuando se trata de distancias enormes, nada puede vencer a un corredor tarahumara. Ni un caballo de carreras, ni un guepardo ni un maratonista olímpico. Pocas personas han visto a los tarahumaras en acción, pero a lo largo de los siglos han ido filtrándose desde las barrancas historias asombrosas acerca de su resistencia y tranquilidad sobrehumana.
 [...] de alguna manera, Caballo Blanco había conseguido llegar a las profundidades de las barrancas. Y ahí, cuentan, fue adoptado por los tarahumaras como un amigo y alma gemela, un fantasma entre fantasmas. Ciertamente, dominaba dos de las habilidades características de los tarahumaras –invisibilidad y resistencia– ya que aun cuando había sido visto recorriendo las barrancas, nadie parecía saber dónde vivía o dónde podría vérsele la próxima vez. Si alguien podía traducir los antiguos secretos de los tarahumaras, me dijeron, era este vagabundo solitario de la Sierra Alta.

 Por alguna extraña razón, siempre relacioné a Caballo Blanco con el Richard Harris de Un hombre llamado Caballo, aquel western que tanto me impresionó de chavea y que dio para toda una saga; así que la cara del actor me acompañó durante la lectura.

Richard Harris en Un hombre llamado caballo

 Sobre los tarahumaras de México, he de decir que ya sabía de ellos antes de abrir el libro. Creo que fue Pepe Zapico quien me habló de ellos y del rarájipari, el juego de carrreras tarahumara, en uno de los cursos de Ed. Física que impartimos en Bolivia. De los tarahumaras y de los Chasquis, mensajeros que recorrían el llamado camino Inca que a lo largo y ancho de aproximadamente 5.000 kilómetros unía el imperio incaico.

[...] Cuando los españoles llegaron hasta aquellas altiplanicies y se encontraron aquel sistema postal lo describieron en sus crónicas destacando la extraordinaria capacidad de los indígenas para la carrera.
 Se cuenta que un indio de la tribu "chasqui" de Cuzco, la capital de los incas del Perú, invertía cinco días para llegar a Quito, capital del Ecuador, distancia y tiempo que en la actualidad nos parece inverosímil.
 Por otro lado se afirmaba que una noticia podía llegar en tres días con sus noches desde Cuzco hasta Lima, capitales que están separadas por 650 kilómetros.
 Estos datos nos llevan a pensar que los correos de los indios Incas alcanzaban una velocidad no igualada por ningún otro pueblo, lo que sólo puede explicarse por un entrenamiento comenzado desde la misma infancia.
Pepe Zapico –Libro de texto Aristo 1º ESO–
***
[Rarájipari] Ángel se puso en pie y dividió a los niños en dos equipos de niñas y niños mezclados. Luego sacó dos pelotas de madera del tamaño de una bola de béisbol y le dio una a un jugador en cada equipo. Hizo una señal levantando seis dedos; los niños correrían seis vueltas desde la escuela hasta el río, haciendo una distancia total de aproximadamente cuatro millas. Los dos chicos dejaron caer las pelotas al suelo y arquearon un pie, de manera que la bola se mantenía en equilibrio en la punta de sus dedos. Lentamente, se enroscaron sobre sí mismos, colocándose en cuclillas y...
 –¡Vayan!
 Las pelotas pasaron silbando delante de nosotros; habían salido disparadas de los pies de los chicos como lanzadas por un bazuca, y los niños salieron en estampida detrás de ellas. [...] Marcelino alcanzó la pelota de su equipo cuando todavía estaba rodando. La acuñó con maestría con la parte superior de sus dedos para lanzarla nuevamente hacia el camino sin apenas detener su carrera. 

Rarájipari, juego de carrera tarahumara. Fotografía: Norawas.org
Pueden ver sus reglas en: https://elfistoldeldiablo.com

 El impulso que llevó a Christopher McDougall a escribir este libro, el origen de su aventura en pos de ese tipo escurridizo llamado Caballo Blanco, está en la sencilla pregunta que le hizo a su médico: «Doctor, ¿por qué me duele el pie?».

 Ja, ja. Perdonen que me ría, pero es que la respuesta del doctor me recordó a las que me daba mi hermano, también médico, cada vez que me lesionaba. «Su problema es que corre»; «el cuerpo humano no está diseñado para soportar esa clase de abuso»; «cada pisada golpea cada una de tus piernas con una fuerza equivalente al doble de tu masa corporal. De la misma manera que un martilleo constante en una roca de apariencia impenetrable, con el tiempo la convertirá en polvo, la carga del impacto relacionado con el hecho de correr puede, en última instancia, dañar tus huesos, cartílagos, músculos, tendones y ligamentos».

–Entonces, ¿no hay nada que pueda hacer? –pregunté al doctor Torg.
Se encogió de hombros.
–Puedes seguir corriendo, pero volverás a buscar más de estas –dijo, golpeando con la punta del dedo la enorme aguja llena de cortisona que estaba a punto de clavarme en la planta del pie.

 «Cómprese una bicicleta», fue la recomendación del doctor Torg, uno de los mejores especialistas en medicina deportiva del país, al bueno de McDougall. El podólogo al que recurrió para tener una segunda opinión le dio el mismo diagnóstico: «Parece que tiene el síndrome del cuboides». «Debería pensar en encontrar otro deporte que no sea correr».

 Un tercer diagnóstico, el de la doctora Davis tras verlo correr en un vídeo a cámara lenta, lo llevó al mismo punto de partida.

–¿Por qué me duele el pie?
–Porque correr es malo para ti.
–¿Por qué correr es malo para mí?
–Porque hace que te duela el pie.

 Dos años después, mientras McDougall paseaba su cuerpo de baloncestista por México para escribir un reportaje sobre una estrella del pop que había desaparecido en el país, se encontró con una revista de viajes en español en la que hablaban de los tarahumaras.

De pronto, una foto de Jesucristo corriendo por una pendiente de rocas me llamó la atención. Una inspección más detallada reveló que si bien podía no ser Jesucristo, sin lugar a dudas se trataba de un hombre en bata y con sandalias corriendo hacia abajo en una montaña de escombros. Empecé a traducir el pie de foto, pero no alcanzaba a entender por qué estaba en tiempo presente; parecía una fantasiosa leyenda acerca de un extinto imperio de superhombres evolucionados. Poco a poco fui entendiendo que tenía razón, excepto por los adjetivos «extinto» y «fantasiosa».

 Según el historiador mexicano Francisco Almada, un campeón tarahumara corrió una vez 435 millas, el equivalente a salir a correr en Nueva York y no detenerse hasta llegar a Detroit. Otros informes, decía el artículo, hablan de corredores tarahumara recorriendo 300 millas cada uno. Eso son casi doce maratones seguidas, mientras el sol sale, se pone y vuelve a salir. ¿Cómo es posible que no se lesionen?, se preguntó McDougall.

¿No deberíamos ser nosotros –los que tenemos zapatillas de tecnología punta y plantillas hechas a medida– los que no estuviéramos heridos, y los tarahumaras –que corren mucho más, en terrenos rocosos y con calzado que difícilmente se puede calificar como tal– constantemente machacados?

 El artículo que tenía que escribir para el New York Magazine sobre la cantante pop le pareció de inmediato soporífero, así que movió cielo y tierra para volver allí, esta vez de la mano de la revista Runner's World, e investigar y escribir acerca de lo que había leído en aquella revista.

Christopher McDougall

 Este libro, traducido al español por Diego Salazar, nos muestra los pasos de McDougall en pos de ese reportaje: primero, a la búsqueda de Arnulfo Quimare, el más grande corredor tarahumara vivo, proveniente de un clan de primos, cuñados y sobrinos casi tan buenos como él; luego, a la búsqueda de Caballo Blanco, «ese discípulo de Arnulfo venido del mundo moderno».

Arnulfo Quimare y Micah True, más conocido como Caballo Blanco

 Las aventuras que vive y los personajes que se le cruzan en la decisión de desvelar los secretos de los tarahumaras, alimentan sus páginas, a la vez que nos muestran cómo McDougall da rienda suelta al atleta que lleva dentro, entrenándose para uno de los mayores retos de su vida: una carrera de ochenta kilómetros, organizada por Caballo Blanco, que enfrentará a la tribu contra los más locos corredores estadounidenses.

Urique era un pueblo minero cuyos mejores días habían terminado hacía ya más de un siglo, así que solo tenía dos cosas de las que sentirse orgulloso: un paisaje tremendamente escarpado y sus vecinos tarahumaras. Y ahora, por primera vez, un grupo de exóticos corredores foráneos había hecho todo este viaje para medirse contra ambos, así que se había convertido en mucho más que una carrera: para la gente de Urique, era una oportunidad única en la vida de demostrar al mundo exterior de qué estaban hechos.
 Incluso Caballo estaba sorprendido de descubrir que la carrera había sobrepasado sus expectativas y se estaba convirtiendo en la Ultimate Fighting Competition de las ultramaratones clandestinas.

 A través de sus páginas también nos adentraremos en el mundo de las ultramaratones, como la salvaje Leadville Trail 100 de Colorado o la Western States Trail Ride 100 de California, dos ultras de un centenar de millas (160,934 kilómetros) que atraen a los tipos más duros e intrépidos del mundo.

La Leadville Trail 100 equivale a cerca de cuatro maratones enteras, la mitad del recorrido realizado a oscuras, con dos ascensos de ochocientos metros justo en el medio. La línea de salida de Leadville se encuentra al doble de la altitud en la que los aviones presurizan sus cabinas, y a partir de ahí todo es cuesta arriba. [...] Es el único fin de semana en que los hoteles y la sala de urgencias están llenos a la vez.
***
Ken había oído hablar de un tipo en California, un pelucón de la montaña llamado Gordy Ainsleigh, al que una yegua se le quedó coja justo antes de la mayor competición mundial de resistencia para caballos, la Western States Trail Ride. Gordy decidió correr de todas formas. Se presentó en la línea de salida con zapatillas de correr y preparado para correr a pie cien millas a través de la Sierra Nevada. Bebió agua de los arroyos, los veterinarios de las paradas médicas le midieron las constantes vitales y superó la marca de veinticuatro horas por diecisiete minutos. Como era de suponer, Gordy no era el único lunático de California, así que al año siguiente otro corredor se sumó a la carrera de caballos... y otro más el año siguiente... y otro más el siguiente... hasta que, en 1977, los caballos fueron desplazados y la Western States se convirtió en la primera carrera de cien millas a pie del mundo.

Película sobre la Western States 100 de 2010, en la que se enfrentaron cuatro ases del ultra trail –Anton Krupicka, Kilian Jornet, Hal Koerner y Geoff Roes– en la ruta que seguían los caballos que llevaban el correo postal desde el lago Tahoe a Auburn.

 McDougall nos habla del fugaz paso de los tarahumaras por la escena de las ultramaratones estadounidenses, y de cómo las historias acerca de sus victorias en Leadville se extendieron por el país.

«Parecían moverse con el terreno –dijo un espectador sobrecogido–. De la misma manera que el viento o la niebla se mueve a través de las montañas».

 Y junto a los grandes corredores tarahumaras –Arnulfo y Pedro Quimare, Avelado, Silvino, Manuel Lara, Manuel Luna, Victoriano Churro, Cerrildo Chacarito, Felipe Torres, Martimano Cervantes, Juan Herrera, Sebastiano y Herbolisto–, aparecen nombres claves del ultratrail –como Ann Trason, Scott Jurek, Jenn Shelton, Billy Barnett, Ted Descalzo, Eric Orton, Karl Meltzer, Catra Corbett, Lisa Smith-Batchen, Tony Krupicka o los hermanos Eric y Kyle Skaggs–, junto a figuras clásicas del atletismo –como Roger Bannister, Zatopek, Ron Clarke, Steve Prefontaine, Frank Shorter, Bill Rodgers, Alberto Salazar, Haile Gebrselassie, Khalid Khannouchi, Paula Radcliffe, Deena Kastor o Alan Webb– y entrenadores de la talla de Arthur Lydiard, Joe Vigil o Vin Lananna.

Scott Jurek corriendo con Arnulfo Quimare en las Barrancas del Cobre (México)
Fotografia: Luis Escobar

 Durante algunos capítulos, McDougall se olvida de Caballo Blanco para analizar esa obra de ingeniería que es el pie humano. Ahora sé de dónde surgió esa «moda» de correr descalzo, en chancletas o con zapatillas minimalistas, frente a las zapatillas tradicionales con mayor amortiguación, y toda esa controversia que aún nos acompaña. Por cierto, he de anotar que cada vez que Christopher mencionaba la «fascitis plantar», un escalofrío me recorría la espalda. Y es que fueron siete años y medio los que pasé sin poder correr por esa dolencia. Y aún hoy, cuando llevo corriendo desde el desconfinamiento, no hay día que corra sin temor a sentir el fatídico pinchazo.

Una vez que la fascitis plantar le clava los colmillos a uno (...), corre el riesgo de quedar infectado de por vida. Basta echar un vistazo por cualquier foro de corredores en Internet para encontrar, con toda seguridad, un buen puñado de mensajes de aquejados por la FP rogando por una cura. Todo el mundo sugiere rápidamente los mismos remedios –tablillas nocturnas, medias elásticas, ultrasonido, electroshock, cortisona, plantillas ortopédicas– pero los mensajes pidiendo ayuda siguen aumentando porque parece que ninguno de esos remedios funciona realmente.

 El texto incluye además un curioso e interesante ensayo sobre la teoría del Hombre Corredor y la caza por persistencia, que nos lleva a descubrir que, como dice el título, todos hemos nacido para correr. Y, por supuesto, nos desvela los enigmas que rodean la figura de Caballo Blanco: ¿quién es y por qué y cómo llegó hasta allí?

Micah True, nacido Michael Hickman, y conocido como Caballo Blanco
Fotografía: Billy Cody (via Mike Havenar) / The New York Times


P.D.: Esta entrada está dedicada a Micah True, Caballo Blanco, que falleció el 27 de marzo de 2012. Su legado, en forma de carrera (la Ultramaratón Caballo Blanco), continúa. Y la película documental Run Free, dirigida por Sterling Noren, recoge su historia.

Cartel Run Free, de Sterling Noren


 Y por si se quedaron enganchados al tema, les dejo Goshen, la película documental sobre los tarahumaras, producida y dirigida por Dana Richardson y Sarah Zentz.