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viernes, 1 de agosto de 2025

EL FÚTBOL DE BARRIO EN 'LA OTRA CIUDAD' DE PABLO ARANDA


La otra ciudad, de Pablo Aranda (Espasa Calpe, 2003)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Junto al fútbol profesional del Mundial de Clubes y de la Eurocopa femenina que han retransmitido por televisión este verano, encuentro inesperadamente el fútbol de los niños de barrio o de calle en las páginas de La otra ciudad, del escritor malagueño Pablo Aranda (1968-2020).

 Un poco más allá de la plaza, tirando a la izquierda y no siguiendo hacia el río, está el colegio público. Es un edificio cúbico de ladrillo visto que en la parte de atrás tiene campos de deporte. Allí empiezan los niños a jugar al fútbol, allí empezaron Paco y los otros. Es fácil entrar: por las tardes no hay clases. Al principio iban doce o trece, después incluso más. Había que tener cuidado porque en la parte alta del muro habían clavado, cuando aún estaba fresco el cemento, trozos de cristal, cristales de colores usados para las vidrieras de las catedrales góticas y para que Raúl, uno que estudiaba un módulo de diseño gráfico, se cortara una tarde en la que todo olía a sangre, un olor caliente el de la sangre oscura que les acompañó de camino a las urgencias del mismo hospital hacia donde se dirigían ahora los cuatro hombres caminando rápido bajo el sol, y donde le cosieron a Raúl, que hacía fuerzas para no llorar, tres rajas en la mano izquierda y una profunda y larga en la derecha de la que dijo una médica que por poco no le rebana un dedo, que se había salvado de milagro Raúl de los maravillosos adornos góticos del hermoso muro que separaba una calle sucia del campo de balonmano donde jugaban ellos al futbito, haciendo equipos de cinco o de seis que iban eliminándose si iban perdiendo o manteniéndose en el campo si ganaban. El que llevaba el balón solía quedarse el último cuando ya era poco probable que tuvieran que salir corriendo de allí, arriesgándose a perder el balón gastado pero siempre recién inflado en la gasolinera.
 Jugaban hasta que oscurecía. Cada tarde hacían nuevos equipos, aunque éstos solían coincidir con los de la tarde anterior. Los capitanes eran normalmente los mismos, los que jugaban mejor, y a la de tres sacaban el puño derecho de la espalda con algunos dedos extendidos cuya suma daba un número par o impar, previamente elegido por uno de los dos capitanes que escogía al primero de los jugadores de su equipo. Paco solía quedarse detrás del corro que rodeaba a los capitanes y normalmente le elegían hacia la mitad, ni de los primeros ni de los últimos, porque, a pesar de que no jugaba mal, su puesto estaba en el centro del campo o atrás, distribuyendo el juego de una forma efectiva pero no espectacular, sin meter nunca goles, por lo que preferían elegir antes a otros, los que sabían encontrar los huecos en la portería contraria desde donde mandar el balón hacia el destino ansiado. Corrían, gritaban, a veces se reían de alguna caída o de algún fallo sorprendente, a veces dos se liaban a puñetazos por una discusión del partido y había que separarlos y seguir, o terminar la tarde de fútbol entre insultos, para volver al otro día como si nada hubiera pasado. Después del partido, extenuados, sudando, saltaban de nuevo el muro, algunas veces, ya de noche, arriesgando las manos y las piernas y la cara, recordando en silencio muchos, cada vez que saltaban, la tarde aquella en que Raúl se cortó y los miró desde arriba con la cara desencajada y las manos chorreando sangre, burlándose todos del que tardara más en saltar o del que cayera mal. Las tardes de fútbol serían el primer paso para muchos –como Paco– en la carrera futbolística que podría convertirlos en estrellas del barrio si llegaban a jugar en el equipo de un modesto club de por allí cerca que jugaba con equipos de otros barrios y, muy raramente, con el de algún pueblo pequeño. Paco pasaría a jugar en uno de los equipos de ese club humilde, y los domingos que no estaba en el banquillo miraba desde el campo de tierra hacia las breves gradas vacías imaginando que estaba allí Laura, la muchacha a la que amó, o creyó amar, los primeros años del instituto.
***
Colegio Lex Flavia Malacitana
Fotografía: Pedro Delgado
***
 También estaba allí Raúl, con las manos vendadas. Raúl estaba en el mismo instituto, pero en lugar de mecánica estudiaba un módulo de diseño gráfico. Pero aunque no estudiara mecánica se juntaba bastante con ellos Raúl porque era de los que jugaba al fútbol hasta que una tarde, saltando el muro del colegio al que iban a jugar al futbito, con las maravillosas porterías de balonmano que una tenía hasta red, se cortó las manos con los cristales que había en la parte alta del muro, para que nadie saltara, cortándole las manos a Raúl que con los otros había transgredido normas habladas y escritas que no permitían el uso de las canchas de deportes a los que no fueran alumnos del colegio, y menos aún a esas horas que iban ellos en las que no había nadie, y era una lástima que el pobre niño ese tuviera ahora las manos vendadas y cosidas que cualquiera sabía si iba a poder usarlas como antes, pero que al menos iba a servir para que no entraran más, coño con los niños, que podrían jugar en la calle como se ha jugado toda la vida de Dios, pero ellos tienen que jugar en un campo pintado y con porterías los niños, y si se hubiera matado el niño ese de las manos vendadas son capaces de cerrarnos el colegio o cualquiera sabe qué, coño, a ver si sirve para que jueguen en el río, o donde sea, pero los niños del barrio no dejaron de ir e incluso estuvieron pensando en alguna forma de quitar los cristales del muro como un extraño homenaje a Raúl o una venganza triste que no pudo hacerse porque no se les ocurrió nada, ya que si llegan a romper los cristales como proponía Fali habría sido aún mucho más peligroso saltar. El que no volvió a ir más fue Raúl, claro, que, además de la bronca que le echó su padre tú es que eres tonto,  niño, a quién se le ocurre que como yo te vea andar con esa chusma con la que te vas se te acaba la calle, y encima te doy un guantazo que verás, y además de la bronca, digo, está el miedo que le cogió Raúl a los cristales y a los muros y a que por favor se me queden bien las manos y pueda usar el ordenador el instituto y comer y hacerme pajas y entonces, si me quedo bien, prometo que nunca más voy a saltar el muro del colegio ni jugar al fútbol, pero sí me voy a ir con la gente de la calle, porque si no con quién me voy a ir si ellos son mis amigos, y no volvió más Raúl a subir el muro que separaba una calle llena de baches, convertidos en charcos en invierno, de un campo de balonmano que era perfecto para jugar al futbito, y no volvió más Raúl a pesar de que las manos se le quedaron muy bien, sólo la cicatriz que le cruzaba una de ellas. Al principio la llevaba siempre en el bolsillo para que nadie se la viera y que después, sin embargo, al ver el éxito que tenía en el instituto, déjame ver la mano, Raúl, enséñame la herida, jo, que pedazo de cicatriz, parece que te han dado un tiro, tío, empezó Raúl a estar orgulloso de su mano marcada como si fuera mérito de él el haberse quedado allí arriba parado, chorreando sangre e inundándolo todo de un olor caliente que mareaba el olor a sangre, y al día siguiente todavía estaba allí el rastro de sangre, pero perdido ya el color rojo fuerte, no el rojo de un tomate, no, más fuerte todavía, como el de la camiseta que llevas puesta o más todavía. Pero los que fueron a ver la sangre al día siguiente sólo encontraron una mancha de pintura seca del color del vino tinto, del de la sangre cuajada de una gallina que ya lleva unas horas muerta. No volvió Raúl al fútbol pero sí al instituto y pudo volver a manejar con habilidad el ratón del ordenador de la clase y conseguir años más tarde el título de diseñador gráfico [...].

 Y junto a esas imágenes de fútbol callejero, estampas de la adolescencia y de los tiempos del instituto, viaje de estudios a Portugal incluido, un viaje que me recuerda al que hice yo con los alumnos del I.E.S. Miraya del Mar de Torre del Mar con motivo de la Expo'98.

Taller de mecánica del I.E.S. La Rosaleda
Fotografía: Lucía Rodríguez

 –Dame la llave inglesa.
 Paco iba siguiendo las instrucciones de Ricardo, Richa, que no levantaba la vista. Se le veía seguro, sabiendo lo que tenía entre manos. Apenas había hablado antes con Richa, su compañero de clase y, ese día, de taller. Era grande, o gordo, no sabía Paco cómo describirlo, o grande y gordo. Llevaba a menudo Richa camisetas negras con dibujos satánicos y nombres de grupos de música extranjeros que Paco no conocía, melenas, un pendiente. Por lo que contaba en los recreos, le gustaban las peleas. Mucho después, cuando él y Paco ya eran inseparables, le contó que en la época del instituto él era heavy porque no podía ser hippy, que lo que a él le hubiera gustado habría sido tener barba y pasar de todo, pero que sólo le salían tres pelos asquerosos. Andaba como si estuviera en la cubierta de un barco, moviendo los hombros a izquierda y derecha. No soportaba que le dijeran gordo. Se le daba bien la mecánica, él decía que eso era porque los fines de semana ayudaba a su hermano a arreglar la moto, pero en realidad su hermano no tenía moto.
 En el taller del instituto solían trabajar por parejas. El profesor explicaba algún ejercicio y el resto del tiempo estaban ellos solos. Si tenéis alguna duda –decía el profesor– me preguntáis. Pero nadie se atrevía a levantar la mano porque tenía muy mal pronto: enseguida se ponía a gritar, e incluso a insultar.
 Sobre la mesa dormía un motor que había que desmontar para volver a colocar cada pieza en su lugar después. A Paco le gustaban estas clases prácticas porque tenían que estar cada uno a lo suyo, no mirando atentamente a un profesor que casi siempre era un aburrimiento explicando. Le gustaba la mecánica, pero él, al contrario que Richa, prefería los coches a las motos, aunque su hermano, Manolo, príncipe de los futbolines y terror de madrileños y hermanos chicos, sí que tenía una moto que no reparaban juntos porque nunca le había dejado ni siquiera que se diera una vuelta. Parecía un quirófano; Richa, el cirujano seguro y autoritario, Paco, el enfermero atento y solícito. Paco le dio la llave inglesa.
 –¿Y esta tuerca? –preguntó Paco cuando ya sólo faltaba unir las dos partes del motor: había quedado una tuerca sola que habían olvidado enroscar no sabían dónde.
 –¿Esta tuerca? –preguntó Richa quitándosela de la mano a Paco–. Pobrecita aquí tan sola y tan chica. Pues habrá que llevarla a casita con mamá.
 Y la dejó dentro del motor, suelta, después la pegó a un lado con un poco de pegamento para que no sonara el clinc clanc clinc de pieza suelta. Cerró el motor.
 –¿No os ha sobrado nada? –preguntó el profesor.
 –No, éste controla de motores –respondió Richa señalando a Paco.
***
 Portugal es una carretera  muy larga llena de coches que van como locos. Una carretera estrecha de un asfalto muy negro con árboles a los lados y tiendas de cerámica con los productos en el suelo. En Portugal los hombres tienen patillas largas, como el Pelusa, y la piel morena. Las mujeres, el pelo negro, largo. Portugal es una venta en la mitad de una carretera larga donde los camareros hablan español con un acento muy raro, mezclándolo con unas palabras que no se entienden: a los dulces les dicen bolos y a la calle rua. Portugal es el Cura nervioso, gritando, repitiendo normas, el número del autobús –no os vayáis a equivocar– en el que viajamos, tenéis media hora para merendar, sí, sólo media hora, porque esta noche hay que llegar a Lisboa. Portugal es Lisboa, el sonido de la palabra Lisboa. Portugal es un viaje en autobús repitiendo la palabra Lisboa, poniendo la boca así para pronunciarla. Portugal es Pelusa intentando hacerse amigo de Paco, Richa diciendo tonterías mientras todos ríen, hasta el profesor de ética se ríe cuando Richa habla. Portugal es el Cura enseñando una postal que ha comprado para que se la mandemos a Raúl, que le pongamos algo a nuestro amigo Raúl: Raúl esto es muy bonito y está lleno de negros. Raúl, cuando te pongas bueno vamos a venir otra vez. Raúl, aprovecha que no estamos y lígate a todas, que a las niñas les gustan mucho las manos gordas, todo gordo (cogotazo del Cura). Raúl, el profesor de ética va a invitarnos a todos a cenar (risas).
 Portugal es el miedo a cruzar terrenos extraños, a mirar un mapa sin comprenderlo bien, a salir de este punto negro y llegar hasta aquí donde pone Lisboa. Portugal es ver desde un autobús el cielo que va cambiando de color, como si estuviera ardiendo a lo lejos, rosas intensos, violetas. Portugal es enviarle una postal –la primera vez que le escribes a alguien– a Carmen. «Hola Carmen, Portugal es muy bonito y estamos en Lisboa. La comida está muy buena. A la perrilla no me la he podido traer. Dale un beso a la Rosa y otro para ti. Adiós. Paco (el de la calle).»
 Portugal es llegar a Lisboa muy cansados y venga a dar vueltas por las circunvalaciones porque el conductor del autobús se ha perdido. Una hora, dos horas para entrar en Lisboa. Lisboa es un hotel donde por la mañana ponen una mesa larguísima toda llena de cosas de comer y tú puedes coger todo lo que quieras: huevos, salchichas, magdalenas, bizcochos, cereales, yogures, lonchas de jamón, de queso, de salchichón, zumos, café. El Cura que no seáis guarros comiendo, que lo hacéis por gracia pero no tiene ninguna, que parecéis niños chicos y tú, Ricardo, para ya de comer, que vas a reventar, sí, tú, Ricardo, Richa, o como te digan, que nos van a echar del hotel, a ver si os comportáis. Portugal es compartir habitación con Richa, una habitación con un balcón y con un cuarto de baño en la misma habitación, como en las películas, y hasta una radio que no funciona y una nevera con botellitas que las abres, las de ginebra, ron y vodka, las mezclas con los refrescos que se compran en una tiendecilla como las que hay en España, y se vuelven a meter en la nevera llenas de agua para que no las cobren. Portugal es la borrachera tan asquerosa que pillamos aquella noche en el hotel.
 En Lisboa hay una plaza grande cerca del puerto con unas estatuas de mujeres gordas que dice el profesor de ética que no están siempre ahí porque es una exposición –tú, bájate de esa escultura– de un escultor muy famoso. Desde allí se va, por una calle peatonal llena de tiendas, a otra plaza con muchas flores que queda al lado de una cuesta empinadísima que se sube en un tranvía como el de la diapositiva que nos pusieron antes de salir. Da vértigo, susto, ese tranvía: la ciudad va quedándose ahí abajo mientras tú te elevas lentamente; algunos se reían con nerviosismo. Había en el tranvía una pareja que también eran españoles y que, al llegar arriba, ella le hacía fotos a él como si se estuviera subiendo. Y cuando estás arriba lo ves todo desde arriba. Hay un parque con viejos que juegan a las cartas en unas mesas metálicas y un parque muy chico al lado de una iglesia con una vista bárbara.
 Paco no lo podía creer: la foto de la enciclopedia que vio en la biblioteca del instituto estaba hecha desde allí, seguro, los dos niveles de tejados, la catedral, el río. Se quedó un rato mirando aquella vista impresionante y cuando se dio cuenta los otros habían seguido subiendo y en aquel lugar, en los bancos del parque, sólo estaban él y la pareja de españoles: él haciéndole fotos mientras ella comía chucherías. Le entró un miedo nuevo a Paco: estar perdido en una tierra donde nadie le entendería, no podría ni volver al hotel. Corrió y los encontró enseguida. Continuaron subiendo hasta un castillo que hay en Lisboa. La ciudad, abajo, se ve como si fuera un plano de ella misma. El profesor explicó alguna cosas y lo que más les llamó la atención fueron los cañones que apuntaban al mar (historias de invasiones y asedios marítimos, de abordajes piratas, ocuparon las mentes de la mayoría). Preguntó el Cura quién había subido alguna vez al castillo de la ciudad de donde venían y de la que eran todos. Ninguno.

 Y más fútbol, porque muchas veces el fútbol se te queda dentro y te acompaña en tu vida, aunque solo sea como forma de espantar por un rato los problemas.

Alumnos de 4º del I.E.S. Isaac Albéniz de Málaga, curso 2024-2025
Fotografía: Pedro Delgado

–Lo bueno del fútbol es que cuando estás en el campo el resto no existe. Además, sales nuevo.
 –Que no, Paco, que no pienso jugar –dijo Richa–, que saldrás todo lo nuevo que tú quieras, pero hecho polvo. Yo prefiero que luego nos veamos, tú nuevo y yo fresco. Si tú quieres jugar pues juega, muy bien, pero déjame tranquilo a mí, yo ya tengo bastante con agacharme para sacar una llave de la caja de herramientas, y no lo digo en broma, ¿eh?, que así te haces polvo la espalda, chaval, que te lo digo yo. Y no me creo yo que si tienes un problema vaya a irse porque estés hora y media corriendo detrás de una pelota y tragando la arena del campo, que si al menos fuera de césped mira, pero así, puf, que no, tío, que no me convences.
 –No te enteras, Richa, no he dicho que los problemas se vayan, lo que hay siempre está, lo que he dicho es que cuando estás en el campo lo demás es como si no existiera, no que se vayan sino que es como si se fueran, porque por un rato grande no te has acordado.
 –Lo que tú quieras, pero cuando salgas ahí están de nuevo. Te has cansado y sigues teniendo el problema, ¿eh? Pues yo prefiero tener un problema si lo tengo que tener, pero sin estar cansado.
 –Sí, cuando sales el problema está otra vez ahí, pero lo ves de forma diferente porque ha habido un rato sin problema, lo ves como desde lejos, como si fuera un poco un problema de otro, Richa.
 –Yo, qué quieres que te diga, a mí nunca me ha gustado el deporte y esta barriga no me la quita nadie, entre otras cosas porque a mí no me da la gana. A mí me parece muy bien que juegues, ¿no voy a veros jugar cuando jugáis aquí?, ¿eh? Di. Pues entonces. El fútbol está bien, pero para los demás. Y coge a la perra que esa gente que viene por allí trae un perro grande, a ver si va a pisarla y te la revienta, mira, mira cómo se acerca, qué cagona es, seguro que ha olido al perro ese, ven, bonita, ven, no le hagas caso a tu amo, perrita bonita, que seguro que no te da ni de comer, sólo pensando en correr detrás de una pelota y entonces el resto no existe y se le olvida al cabrón darte de comer. Anda, perrita, pídele un cigarro a tu dueño y me lo das, pero no le digas que es para mí.
 Paco siempre terminaba por sonreír, con Richa no se podía discutir y menos enfadarse. Sacó un cigarro y se lo pasó a Richa que había cogido a la perra.
 –Perrita bonita –dijo Richa dirigiéndose a la perra–, dile a tu amo feo que me dé fuego porque todavía no he aprendido a fumarme un cigarro apagado, que cuando aprenda ya le avisaré, o no, no le avisaré, mejor me voy al circo y me forro de billetes de todos los colores.
 Paco sacó el mechero y le dio fuego. Sacó otro cigarro del paquete y se lo puso en los labios. Ya estaba oscureciendo.
 –Vaya la que le ha dado hoy a tu amo con el fútbol –siguió diciendo Richa que sujetaba por el hocico a la perra, sosteniéndolo junto a su cara, mirándola desde muy cerca–, se le ha metido en la cabeza esa tan dura que tiene que yo tengo que jugar al fútbol y hasta que no me vea en la portada del Marca no va a parar.
 –Yo no te he dicho nada de que yo quiera que tú juegues. Tú me has preguntado que por qué entreno y yo te he contestado, ya está.
 –Sí, lo que tú quieras, pichichi, pero te conozco como si te hubiera parido, si no te llego a parar los pies habrías seguido un rato hablándome del fútbol como lo mejor del mundo, que te ha faltado poco para decir que si juegas se te irán los problemas, ¿eh?, y después habrías seguido diciéndome que me pasara un día por un entrenamiento y allí ya te las arreglarías para que yo acabara entrenando.
 –Que no, Richa, que no, si tú no puedes ni correr un ancho del campo.
 –¿Que no, chalao? Y te saco ventaja y todo. Eso sí, me tienes que dejar que yo vaya en la moto.
 Así, apoyados en los pilares del puente, con la perra correteando alrededor de ellos y olisqueándolo todo, pasaban muchas tardes, hablando de cualquier cosa, a veces callados. De cuando en cuando también iba con ellos Pelusa, alguna que otra vez Fali, los cuatro que un día de agosto cruzarían lo que quedaba de barrio bajo el imponente sol de la tarde, camino del hospital donde Nadia estaba a punto de tener un hijo.

 Hay en las páginas de La otra ciudad «niños llenos de problemas por el barrio en el que les había tocado nacer», y críos que se hacen hombres y mujeres débiles que se hacen fuertes.

 A la salida del instituto había revuelo. La gente se agrupaba en la puerta, lenta, impaciente. Como la sangre saliendo a borbotones: de repente salían unos cuantos de golpe y al momento había un tapón de varios segundos en los que no salía nadie.
 –Seguramente hay pelea –comentó alguien que iba detrás de Paco.
 Paco pensó que no era una pelea, que la gente que obstaculizaba la puerta formaba un corro demasiado pequeño para una pelea. Tal vez un accidente. Cuando estaba más cerca –Paco iba acercándose sin prisa pero alerta, había algo que no le gustaba– se dio cuenta de que era alguien que contaba: el Chino, uno de los que vendía chocolate allí en el instituto, uno de los que al principio le miraban con respeto y le preguntaban, aunque en realidad no se tratara de una pregunta, sino de un saludo a alguien divinizado, que si él era el hermano de Manolo. El Chino contaba, la gente alrededor. Ya ni le saludaban porque Paco, cuando le hacían esas preguntas, no contestaba. Tenía fama de raro Paco en el instituto. Era callado, pero le respetaban, al principio porque vino precedido de la leyenda de que un hermano de Manolo el de la plaza iba a entrar en el instituto y todos pensaban –empezando por ellos mismos– que iba a relacionarse con el Chino y los otros, pero apareció Paco y se iba solo, y después con el gordo ese del pendiente y las melenas, con el Pelusa y Fali, con la gente del fútbol, se iba con los de mecánica que en los recreos se tomaban los litros de batido como si fueran de cerveza, sentados en el suelo y pasándoselos de unos a otros, con algunas niñas, dedicando las tardes a desmontar, con los otros con quienes se iba, algún motor y volver a montarlo, el de la moto de uno de ellos, que iban a lo suyo pero que si se les picaba se liaban a tortas con quien fuese, que iba aprobando los cursos, sin buenas notas pero sí a curso por año. Que miraba de una forma rara. Como si tuviera fuerza en la mirada, una mirada que no se detenía en las otras pero que si lo hacía no se sabía lo que quería decir esa mirada que desconcertaba. Era callado, pero le respetaban a Paco.

 Y junto a todos ellos está la voz enorme y personalísima de un escritor al que nunca vamos a olvidar.

Pablo Aranda. Fotografía: Julián Rojas

 Desde aquí, clicando en el enlace, les invito a leer mi reseña de La otra ciudad y a volver a sus páginas:

La otra ciudad, de Pablo Aranda (Espasa Calpe, 2003)
Fotografía: Lucía Rodríguez

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2025/08/la-otra-ciudad-de-pablo-aranda.html


lunes, 5 de junio de 2023

EL PARTIDO DE LA MUERTE


Nikita con El partido de la muerte (Desfiladero Ediciones)
Fotografía: Pedro Delgado

Hace unos días, uno de mis alumnos ucranianos vino a clase con una camiseta de fútbol del F.C. Kolos Radogoscha, pequeña población del oeste de Ucrania. Y ese hecho simple y habitual de lucir la elástica de tu equipo en el instituto, me hizo recordar que tenía una lectura pendiente de reseñar, una novela gráfica que se desarrolla en tierras ucranianas y en la que todo el protagonismo recae en el fútbol y la guerra. No en la actual, enquistada tras más de cuatrocientos cincuenta días de enfrentamiento armado, sino en la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas alemanas lanzaron su ofensiva contra la Unión soviética y ocuparon Ucrania en la llamada operación Barbarroja. Un año después de la invasión, se celebró aquel partido de fútbol entre un combinado nazi y otro ucraniano que muchos vinieron a llamar «El partido de la muerte».

Primeras páginas de El partido de la muerte (Gálvez-Escriche)
Desfiladero Ediciones

 El cómic de Pepe Gálvez (guión) y Guillem Escriche (dibujo), publicado por Desfiladero Ediciones en octubre de 2021, se abre con un gesto que me recordó mucho al del protagonista de La soledad del corredor de fondo, cuando decide no ser el primero en cruzar la meta y ceder la victoria al más cercano de sus rivales con el único fin de fastidiar al director del reformatorio donde lo tienen encerrado por un delito de poca monta.

 Ese mismo gesto de rebeldía, lo ejecuta aquí, en las primeras páginas del álbum, un delantero ucraniano. Tras recibir el balón, el jugador finta a tres defensas y encara al portero, al que dribla para plantarse solo delante de la portería. En ese momento, en lugar de empujar la pelota a la red, el delantero Alexei Klimenko se vuelve hacia la grada y le pega un pepinazo al balón que va a estrellarse con toda intención contra los gerifaltes nazis que asisten al partido.

Páginas 4 y 5 de la novela gráfica El partido de la muerte (Gálvez-Escriche)
Desfiladero Ediciones

 Tras ese escena, Pepe Gálvez da un salto atrás en el tiempo y el dibujo cuidadoso y realista de Guillem Escriche nos muestra a Hitler anunciando, en el Sport Palace de Berlín, que todas las operaciones de campaña del este han salido según lo previsto y el Ejército Rojo ha sido derrotado. La historia se sigue narrando en ese tiempo anterior al partido, y nos lleva al campo de concentración de Darnitsa, donde está recluido Alexei Klimenko, que vuelve a Kiev cuando lo liberan. Allí, en una capital desolada y asolada por la guerra, nuestro protagonista se reencontrará con algunos de sus antiguos compañeros del Dynamo de Kiev. La guerra, la muerte y el desastre vino a detener sus carreras balompédicas, y ahora, en el horno de pan que administra Kordik, un gran seguidor del Dynamo, intentan recomponer el equipo y buscar a los que faltan.

–Echaba tanto de menos jugar.
–¿Más que el pan?
–Igual o más.

 Shvetsov, figura del Zeldor a principios de los años 30, le propondrá a Kordik crear una liga con equipos ucranianos y de los diferentes ejércitos que hay en ese momento en Ucrania: alemanes, húngaros, rumanos...

Pág. 51 de El partido de la muerte (Desfiladero Ediciones)

Pág. 52 de El partido de la muerte (Desfiladero Ediciones)

 Y tras las reticencias iniciales, el administrador de la panadería podrá conformar su propio equipo.

Página 54 de El partido de la muerte
Desfiladero Ediciones

A los jugadores del Dynamo se le unirán los del Lokomotive, y así nacerá el FC Start.

Viñeta de la pág. 55 de El partido de la muerte

 El 7 de junio de 1942, el Start se enfrenta al Rukh, el equipo de Shvetsov, que se lleva una buena goleada.

Viñeta pág. 63 El partido de la muerte

Pág. 64 de El partido de la muerte (Desfiladero Ediciones)

Pág. 66 de El partido de la muerte (Desfiladero Ediciones)

 Y el 6 de agosto, al Flakelf, el equipo de la Luftwaffe. Los nazis consideraban a los ucranianos un pueblo inferior en todos los aspectos; sin embargo, son derrotados con un humillante 5-1. Enfurecidos, piden una revancha que deberá jugarse tres días más tarde.

 Lo que ocurrió en ese y tras ese encuentro se plasma con emotividad y rigor documental en El partido de la muerte.

 Además, el álbum se complementa con un prólogo de Mario Alberto Kempes, y dos artículos de Pablo Herranz sobre las adaptaciones cinematográficas del mítico partido y sobre el marco histórico en el cual se desarrollan los hechos. El primero de ellos, A vida o muerte. Las versiones cinematográficas de El partido de la muerte, me ha descubierto algunas películas que desconocía, a la vez que me ha traído el recuerdo de Evasión o victoria, el film dirigido por John Huston que vi en el cine en 1981.

Cartel de la película Evasión o victoria (1981)

 Inspirada muy levemente en el partido reseñado y en otro encuentro similar disputado en 1944 para celebrar el cumpleaños del Führer, que enfrentó a un equipo húngaro con otro alemán, en Evasión o victoria la selección alemana se mide en París a un combinado aliado. En su alineación, junto a actores como Michael Caine y Sylvester Stallone, aparecen futbolistas de renombre, como Pelé, Ardiles o Bobby Moore. Recuerdo que me gustó aquella película, y lo mucho que deseaba tener una de aquellas camisetas aliadas, pero temo volver a verla, no sea que haya envejecido mal.


Equipo aliado de Evasión o victoria (John Huston)
Fotograma de la Warner Bros 

 Mario Alberto Kempes, que fue Campeón del Mundo con Argentina en 1978 y figura goleadora del Valencia CF, del que todos los de mi quinta recordamos aquel «No diga gol, diga Kempes», cuenta en el prólogo, entre otras cosas, lo siguiente sobre esta novela gráfica:

En El partido de la muerte se relata la vida de unos futbolistas que lo perdieron todo, incluso su libertad. Se les privó de lo más elemental con su país destrozado. Son unos hechos tan reales como terribles. A pesar de todo, pese a todas las vicisitudes, se logra agrupar a un puñado de estos jugadores y el grupo, con la preparación de un técnico, se transforma en un equipo. Un equipo motivado, con disciplina. Son como pájaros que han estado enjaulados y ahora se les permite volar. Están felices dentro de la cancha y, llegado el momento, demuestran lo mejor de sí mismos.

Mario Alberto Kempes, el 'Matador'
Fotografía: Segui (As color)

 Imagino que al escribir esto su pensamiento también volaría al Mundial del 78, a ese campeonato celebrado bajo una sangrienta dictadura militar. Mientras en el estadio se celebraba la final, a diez calles de distancia, en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), decenas de personas eran torturadas y asesinadas. Entre 1976 y 1983, más de 5.000 personas, detenidas o secuestradas, pasaron por la ESMA, donde fueron interrogadas y hechas desaparecer; un terrible y oscuro episodio que, afortunadamente, no quedaría impune, siendo condenado a cadena perpetua el militar golpista y dictador Jorge Rafael Videla y sus secuaces. Estoy seguro de que de ese Campeonato del Mundo, de esa historia, saldría otra buena novela gráfica, una dedicada a todas aquellas víctimas del horror (se estiman en 30.000 los desaparecidos).

 Y porque tengo madre, me acuerdo de las madres de la plaza de mayo y les dedico esta entrada. También a todas las madres de los soldados que están ahora mismo en el frente en Ucrania. Y a las que perdieron allí a sus hijos. Y por supuesto, a mis alumnos ucranianos que llegaron a Málaga huyendo de la guerra, para los que ha sido un placer leer una historia que los acerca a casa.

Arsenii y Misha en la biblioteca del I.E.S. Isaac Albéniz de Málaga
Fotografía: Pedro Delgado

Anna y Polina en la biblioteca del I.E.S. Isaac Albéniz de Málaga
Fotografía: Pedro Delgado

Nikita leyendo El partido de la muerte en la biblioteca del I.E.S. Isaac Albéniz
Fotografía: Pedro Delgado


viernes, 30 de diciembre de 2022

6 LIBROS PARA REGALAR EN REYES A LOS MÁS DEPORTISTAS DE LA CASA


6 libros para regalar en Reyes a los más deportistas de la casa
Fotografía: Lucía Rodríguez

Para que este próximo año no les falte a los más deportistas de la casa un libro en la bolsa o mochila de deportes, les voy a recomendar seis títulos para regalar o autorregalarse en Reyes; novelas, libros de relatos, ensayos y cómics que se centran en distintos deportes.

Atletismo:

Libros para regalar en Reyes a los atletas de la casa
Fotografía: Pedro Delgado

Prefiero que me trates de tú, de Daniel Azcona

(Los aciertos & Pepitas, 2022)

Correr es una filosofía, de Gaia de Pascale

(Duomo Ediciones, 2015)

Natación:

Un libro para regalar en Reyes a los nadadores de la casa
Fotografía: Pedro Delgado

Bocetos de natación, de Leanne Shapton

(Blatt & Ríos, 2022)

Ciclismo:

Un libro para regalar en Reyes a los ciclistas de la casa
Fotografía: Pedro Delgado

El gran libro de las bicicletas, una antología de más de cien autores

(Blackie Books, 2022)

Fútbol:

Libros para regalar en Reyes a los más futboleros de la casa
Fotografía: Pedro Delgado

El partido de la muerte, de Gálvez y Escriche

(Desfiladero Ediciones, 2021)

El partido, de Piero Trellini

(Editorial Debate, 2022)

 De uno de estos libros ya les hablé recientemente*, y de los otros espero poder hacerlo a lo largo del nuevo año, ese 2023 para el que les deseo salud, salud y nada más que salud. Lean, hagan ejercicio y cuídense.

 

*https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2022/12/prefiero-que-me-trates-de-tu.html


domingo, 23 de enero de 2022

SER WILLIAMS, ¡EL AÚPA ATHLETIC DE IGOR!

La reciente disputa de la final de la Supercopa, en el extraño escenario de Riad, y el pase del Athletic a los cuartos de final de la Copa del Rey, me ha recordado que tenía pendiente de subir al blog una entrada, plena de emotividad, en la que el Athletic de Bilbao tiene todo el protagonismo. Así que, sin más demora, he añadido las fotografías y los vídeos y le he dado a Publicar.

Igor Porset, autor de Ser Williams
Fotografía: Fundación Athletic Club

Luis Aragonés decía que el fútbol tiene música, y Del Bosque también disfrutaba con el sonido del toque de balón en los rondos, ese Tac-ta-tac que se produce al tocar el balón con el interior. Pues bien, en Bilbao, además de música, el fútbol tiene literatura.

 El año pasado, la Fundación Athletic club celebró la XI edición de Letras y Fútbol, un festival que establece puentes entre el fútbol y la literatura, con charlas de escritores y deportistas en torno al tema y la edición de un libro que contribuya al fomento de la lectura. Si Óscar de Marcos causó sensación en 2019 con Togo, en 2020 le tocó el reto a Igor Porset Domingo con Ser Williams.

Madre –¿Y ya sabes de qué va a ir el libro?
Yo –Más o menos.
Madre –Ah, Sí, pues dime.
Yo –A ver, Ama, ¿qué nos dijeron?
Madre –No me acuerdo. Dímelo tú.
Yo –Pues lo repitieron muchas veces.
Madre –¿El qué?
Yo –Me dijeron: "Igor, tú no te preocupes. Lo importante es que tengas una historia que contar. Eso es lo único que hace falta." Eso es lo que me dijeron.
Madre –¿Y?
Yo –Pues que yo tengo muchas historias que contar, Ama.

 Igor Porset también es jugador del Athletic, aunque en su caso juega en la Liga Genuine, una iniciativa integradora que se inició en la temporada 2017/2018, con el objetivo de normalizar la práctica del fútbol en las personas con discapacidad intelectual, y en la que participan equipos Genuine de todos los clubes de la liga española. Una competición pionera en el mundo de la que debemos estar muy orgullosos, pues da voz y ayuda a visibilizar la realidad de las personas con discapacidad intelectual, a la vez que les permite reivindicar su valía.

 Los que escribimos sabemos del esfuerzo que supone terminar una novela, por eso valoro el tiempo que Igor le ha dedicado a la suya, así como el punto de vista, la estructura y el tono que le ha dado. Su voz, tierna e inocente, nos conmueve desde las primeras páginas de Ser Williams, cuando nos habla (a nosotros y a su madre) desde sus 12 años.

Igor y su madre
Fotografía: Ser Williams

Yo –Ama, ¿Cómo era lo que me pasa?
Madre –¿Síndrome de Williams?
Yo –No, ya sé que se llama Síndrome de Williams. ¿Pero, qué es lo que tengo?
Madre –Discapacidad intelectual.
Yo –No, discapacidad intelectual no. Lo otro. Lo que tú sueles contar.
Madre –¿Trastorno genético en el cromosoma número 7?
Yo –¡Eso!
Madre –¿Y por qué quieres saberlo?
Yo –Para aprendérmelo de memoria.
Madre –¿Y por qué quieres aprendértelo de memoria?
Yo –Para responder cuando me preguntan.
Madre –Ajá. Así que cuando te pregunten qué es el síndrome de Williams, tú vas a responder que es un trastorno genético en el cromosoma número 7.
Yo –Sí. Exactamente.
Madre –¿Y qué vas a responder cuando te pregunten qué es un trastorno genético en el cromosoma número 7?

 Los capítulos de Ser Williams van dando saltos en el tiempo, por lo que hay muchos Igors en este libro: el Igor de los 12 años, el de los 13, 14, 15, 18, 20, 25, 26 y 27 años. Todos barajados, como cuando agarramos un mazo de cartas.

Mikel –Mi madre me ha dicho que eres especial.

Yo –A mí mi madre me ha dicho que todos somos especiales.

(El Igor de los 12 años)

 ***

Con la camiseta que le regaló Aduriz
cuando cumplió los 15 años  (2007)
Fotografía: Ser Williams

***

Es el 6 de abril de 2008.

El Athletic de Caparrós juega contra el Espanyol de Txingurri.

Mi Ama y yo vamos juntos a San Mamés.

En casa tenemos dos carnets y nos turnamos para ver al Athletic.

A mí me gusta ir con mi madre. Así podemos quedarnos después de los partidos.

Esperamos a la salida de los jugadores.

Suele haber bastante gente esperando. Estamos todos atentos.

¡Ahí viene Yeste!

¡Ahí viene Javi Martínez!

Es guay. Me gusta esa tensión.

A veces los futbolistas pasan muy rápido. Sobre todo, si hemos perdido el partido.

Pero a mi Ama no le da vergüenza llamar a los jugadores.

Levanta la mano. Grita. Insiste.

Mi Ama es capaz de hacer cualquier cosa por mí.

Al final, se paran y me saco fotos con unos cuantos. Además, casi todos nos conocen de cuando estuvimos en Lezama.

(El Igor de los 15 años)

 ***

Mi nivel académico es de cuarto de primaria más o menos.

Eso dice mi madre.

Hubo un momento en que no entendía a los profesores.

No recuerdo cuántos años tenía.

Mis compañeros se quedaban en clase y yo me iba a un aula especial.

En el insti iba a un aula de Aprendizaje de Tareas.

No era buen estudiante. Pero siempre me han tratado bien, la verdad.

Me gustaba pintar. Y sigo pintando.

Pinto personajes de Marvel.

Mi superhéroe favorito es Ironman.

Tengo algunos cuadros bastante chulos.

Están llenos de color. Colores diferentes. Colores vivos.

Una vez pinté un elefante. Era de todos los colores, menos gris.

Y ahora estoy escribiendo un libro. Este libro.

Me hace ilusión contar mi vida.

Al principio, tenía dudas, porque yo solo no puedo escribir un libro. Necesito ayuda. Pero estoy muy contento.

Para tener un nivel académico de cuarto de primaria creo que escribo bastante bien.

Aunque soy mejor futbolista que escritor.

Eso también está claro.

(El Igor de los 27 años)

 ***

Madre –Igor, ¿has hecho los deberes?

Yo –No.

Madre –Pues tienes que hacer los deberes.

Yo –Estoy estudiando.

Madre –¿Cómo que estás estudiando?

Yo. –Estoy con el Espanyol.

Madre –A ver, Igor, no me engañes. ¿Qué estás haciendo? ¡Pero si eso es el álbum de LaLiga!

Yo –No es el álbum de LaLiga, Ama. Es la guía Marca de esta temporada.

Madre –¿Y tienes que estudiar eso ahora?

Yo –Tenemos que fichar a Gorka. Es que es muy bueno.

Madre –¿Pero de qué Gorka me hablas?

Yo –Gorka Iraizoz, Ama. Es buenísimo. Seguro que quiere volver.

Madre –Igor, te sabes los nombres de todos los jugadores de Primera División, ¿sí o no?

Yo –Sí. Más o menos.

Madre –¿Y la tabla de multiplicar qué?

Yo –Es que es muy difícil.

Madre –Eso es trampa, Igor. Si puedes aprenderte nombres, puedes aprenderte números, ¿verdad?

Yo –Sí. Tamudo lleva el 23. Es el mejor. Pero no podemos ficharle. 

(El Igor de los 14 años)

 Igor es increíble. Capaz de arrancarte una carcajada –sublime el momento Del Nido en la semifinal de Copa del 2009 contra el Sevilla–, como de ponerte un nudo en la garganta.

***
Me cuesta contar esto. Por que todavía me duele.
Murió. Elena murió.
No sé de qué, pero murió.
Y era una de mis mejores amigas.
Tenía Síndrome de Williams también.
Nos llevábamos muy bien. Muy bien.
Nos entendíamos perfectamente.
Estábamos genial juntos.
Nos queríamos mucho.
Una amiga de verdad.
Nos veíamos una vez al año, en el campamento de verano.
Pero ese último año no pudo venir.
Yo pregunté por ella y me dijeron que estaba enferma.
También le pregunté a mi Ama.
Madre –Elena está muy malita la pobre.
Preguntaba todos los días por mi amiga.
Pero las respuestas eran siempre parecidas.
Hasta que un día mi Ama me dijo:
Madre –Igor, Elena se ha muerto.
Yo –No me digas eso.
Es un dolor muy grande.
No lo llevo bien.
Está siempre dentro de mí.
Cuando miro una foto de Elena, sale el dolor y me deja hecho polvo.
No entiendo que se haya muerto. No lo puedo entender.
Nadie me lo ha explicado nunca.
Me dicen que es ley de vida y esas cosas.
Pero yo no entiendo qué es la ley de vida.
Yo la ley de vida la veo mal.
Está mal hecha.
No sabes ni en qué momento te puedes morir.
Vaya mierda de ley.

 Por eso he querido compartir Ser Williams con los alumnos de mi instituto, y no he parado hasta conseguir llevar un buen montón de ejemplares a la biblioteca del centro. También de Togo, la novela que tenía perdida de Óscar de Marcos que, por cierto, sale en la página 143 de la de Igor, en el 1-3 contra el Manchester United en Inglaterra, lo que entronca de alguna manera los dos libros. En ellos centré el curso pasado el trabajo de la tercera evaluación de los alumnos de 2º y 3º de la ESO: Ser Williams para los de 2º y Togo para los de 3º, con la realización de un cuestionario* al final. Y luego, algunos alumnos de 2º, 3º y 4º realizaron un vídeo de promoción para subir nota. Vídeos como estos que seguro os incitan a la lectura (podéis descargaros los libros en la página de la Fundación: www.athleticclubfundazioa.eus).


Nerea Cebrero, María Vallejo y Lidia Cebrero, autoras de las reseñas de Ser Williams
Biblioteca del I.E.S. Isaac Albéniz de Málaga, 24 de junio de 2021
Fotografía: Pedro Delgado 
Siempre me ha gustado tirar las faltas. También cuando iba a la escuela. Puedo chutar bastante fuerte. Más fuerte de lo que la gente cree.
Alguno ya se ha llevado un buen balonazo.
Mikel, por ejemplo.
Se pensaba que porque tengo Síndrome de Williams le pegaba mal a la pelota.
Yo –Apártate por tu bien.
Mikel –Tú chuta, cromosoma. A ver si llegas…
Pues toma barrenazo.
Resultado: las gafas de Mikel rotas y la ceja partida.
Mikel –Tío, estoy sangrando… ¡Me voy a morir!
Yo –Todos nos vamos a morir, Mikel.

 No quisiera terminar esta reseña sin mostraros al equipo Genuine de mi ciudad, el Málaga CF, en un vídeo que muestra el buen rollito que tienen. 

 Y esto es todo. Como se despedirían los del Athletic: ¡Aupa Athletic Tratará!

Nota: Esta entrada está dedicada a Nerea Cebrero, María Vallejo y Lidia Cebrero, alumnas ejemplares a las que echo mucho de menos; a Mario Villén y Lucía Jaime, autores del Teaser; y a todos los alumnos que leyeron y se prendaron del texto de Igor. Gracias a él y a Josemari Isasi por echarle horas al libro.

Alumnos de 2º de ESO en la biblioteca del I.E.S. Isaac Albéniz de Málaga
Ser Williams, de Igor Porset Domingo (Fundación Athletic Club)
Fotografía: Pedro Delgado

Alumnos de 2º de ESO en las pistas polideportivas del instituto Isaac Albéniz
Ser Wiliams, de Igor Porset Domingo (Fundación Athletic Club)
Fotografía: Pedro Delgado

*Cuestionario sobre la lectura de Ser Williams de Igor Porset Domingo (por si algún profesor de Ed. Física o de Lengua y Literatura se anima este curso):

1. ¿Qué es el Síndrome de Williams?

2. ¿Qué es LaLiga Genuine y qué objetivos persigue?

3. ¿En qué consiste el premio Fair Play de LaLiga Genuine?

4. ¿Por qué jugador que no es del Athletic siente Igor pasión?

5. ¿Qué le regalaron a Igor por su 15 cumpleaños?

6. ¿Cuál es la filosofía del Athletic Club de Bilbao?

7. ¿Qué te ha parecido la lectura y qué enseñanza has extraído de ella?

8. Señala alguna frase del libro que te haya llamado la atención.

Cuestionario de Togo de Óscar de Marcos:

1. Localiza Togo y su capital en un mapa de África.

2. ¿Con qué centro educativo va a colaborar Óscar de Marcos y cómo se llama el religioso que lo dirige?

3. ¿Qué enfermedad pasó Óscar de Marcos durante sus años de estudiante en el instituto?

4. ¿En qué equipo comenzó a jugar Óscar de Marcos?

5. ¿Qué es necesario para que un equipo funcione?

6. Anota alguna frase que te haya llamado la atención.

7. ¿Qué enseñanza has sacado del libro?

Pueden leer mi reseña de Togo, de Óscar de Marcos, clicando este enlace.

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2020/07/futbol-y-literatura-iii.html