José Acosta Florido, La Pantera Malagueña |
Reveso de la fotografía |
Estas últimas semanas he estado inmerso en las páginas de El Profesional (Gallo Nero Ediciones, 2013), una novela sobre el mundo del boxeo que me ha hecho tener muy presente a mi tío abuelo José Acosta Florido, La pantera malagueña, quien subió a los cuadriláteros en la década de los cuarenta.
La novela, escrita por el estadounidense W. C. Heinz (1915-2008), está narrada por Frank Hughes, un periodista deportivo de la vieja escuela que quiere escribir un reportaje sobre Eddie Brown, aspirante al título mundial de los pesos medios. Para ello, Frank se acopla (al estilo del autor, que como corresponsal acompañó a un batallón en la Segunda Guerra Mundial), a la concentración de Eddie. Y mientras sigue durante un mes su día a día, conversa con su preparador físico Johnny Jay y su mánager y entrenador Doc Carroll, y ve desfilar por el lugar a sparrings y periodistas, convierte al lector en espectador de esa rutina de entrenamientos que nos conducirá, en los capítulos finales, al vestuario del Madison Square Garden de Nueva York y a contemplar el tan esperado combate por el título de Campeón del Mundo.
Cuando bajamos del taxi al bordillo, pude sentir la tensión superficial que mantenía unida a la multitud. Invisible, intangible, en ninguna parte y en todas, frágil pero atenazadora, como la he sentido en una compañía de infantería antes de un ataque, en los testigos antes de una ejecución, en un tribunal antes de un veredicto, en una familia antes del momento de la muerte. Ahora prendía en esta muchedumbre, en los cuerpos en movimiento que se arremolinaban en la acera y en los inmóviles y los rostros que se volvían, blancos y negros, desde la línea de los balcones. Prendía en el policía montado y el caballo que caminaba sobre las alcantarillas y encerraba el murmullo suave, rasgado únicamente por los silbatos de policía y el claxon de los coches, que es característico de las multitudes ante una pelea. Dentro del Garden y en un plazo de dos horas, poco más o poco menos, sucedería algo y entonces esta película invisible de unidad de la máxima delgadez estallaría y todo rebosaría.
362 páginas nos han llevado hasta allí: hasta ese momento en que se escucha "el murmullo expectante y creciente de la multitud" cuando el campeón y el aspirante suben al ring para iniciar el combate, esos quince asaltos por el campeonato del mundo de los pesos medios.
Ahora el árbitro les daba el discurso para la televisión y, luego, chocaron los guantes y se dieron la espalda y Freddie Thomas quitó la bata de los hombros de Eddie mientras cada uno volvía a su rincón y Doc tenía una pierna fuera de las cuerdas y otra todavía dentro y apenas se oía el timbre de aviso entre la multitud. Doc introdujo el protector en la boca de Eddie diciéndole una última cosa, gritando a Eddie para hacerse oír en medio del estruendo, y la cara de Eddie estaba impertérrita, mirando al otro tipo, y después sonó la campana y Doc dio una palmada en la espalda de Eddie y Eddie salió de aquel rincón.Y es a continuación, al inicio del capítulo 26, cuando leemos que "todo acabó en un minuto y cuarenta y ocho segundos". Y nos estremecemos con el dato, imposible no hacerlo, antes de lanzarnos a leer de un tirón esas páginas finales, buscando saber si todo el sacrificio de Eddie, todas esas mañanas y tardes de entrenamiento y todos esos combates que libró desde que empezó a boxear hace ya 9 años, tendrán su recompensa, y si esos más de 40 años de espera que lleva Doc Carrol para ver a uno de sus pupilos pelear por el cinturón de campeón del mundo, merecieron la pena. Y así leemos acojonados, temerosos de que todas esas ilusiones se desvanezcan con Eddie en la lona tras un jab, un crochet o un directo de derecha a la mandíbula.
Publicada por primera vez en 1958, El Profesional -la única buena novela de boxeo que leyó Hemingway- sabe a cine clásico, a esas películas en blanco y negro que tanto gustan a nuestros padres. Y es en ese color en el que yo veía a Eddie por un lado, y a mi tío abuelo por otro, y no dejaba de lamentar no haber recogido en un cuarderno toda su experiencia pugilística cuando aún vivía y podía verlo en tecnicolor. Saber los combates que libró, que sentía antes, durante y después de cada pelea, los buenos y malos asaltos que tuvo... Me habría gustado verlo moverse sobre el ring, oír el chirrido de sus botas deslizándose sobre la lona, el sonido seco de sus puñetazos "y el leve y grave apresuramiento de su respiración". Cuando falleció, el 16 de noviembre de 2002, escribí un texto para el diario Sur a modo de homenaje, un texto que no me importó que modificaran en Redacción a la hora de dar la noticia. Para mí lo importante era que, como deportista que fue, tuviese ese recordatorio, ese reconocimiento, en el momento de su despedida.
Aquí les dejo mi texto y la noticia que apareció en Sur:
El sábado pasado falleció mi tío abuelo José Acosta Florido, el que fuera uno de los mejores boxeadores de Málaga en los años cuarenta. Lo noqueó el Parkinson a los 81 años.
Cuando coincidíamos en alguna celebración familiar, me gustaba charlar con él: aunque en otro campo, yo era el único de la familia que había seguido sus pasos deportivos, por lo que siempre se alegraba de mis triunfos atléticos. Así, hablábamos de mis carreras pero, sobre todo, de sus combates en el "Gran Olimpia" de la calle Córdoba y en el cine Las Delicias, junto al antiguo colegio de Los Maristas, donde cruzaba sus guantes con púgiles de la talla de Granados, Laure, Iglesias, Pacheco o el malogrado Bautista.
No recuerdo bien en qué ciudad truncó un pretendido amaño al tumbar en la lona al rival antes de concluir el segundo asalto. Y es que La Pantera Malagueña, como le apodaban, era mucha pantera.
Su pelea, al retirarse de los cuadriláteros, quedó reducida a la que mantenía, como sargento de la Policía Municipal, con los estraperlistas de la época y, ya últimamente, contra su enfermedad. Él, que era muy chistoso y se reía hasta de su sombra, me decía que con los temblores que tenía en las manos, lo iban a contratar para echar la canela encima de las mantecadas.
En fin, de él me queda su recuerdo y una vieja foto en blanco y negro en la que, con 20 años, posa vestido de corto. Está dedicada a mis abuelos y a mi padre. Por cierto, que mi abuela me contaba el día del funeral que fue ella quien le compró la tela y le hizo el albornoz para su debut y que, con cinta e hilo, le puso en la espalda ACOSTA. Con ese apellido, para orgullo mío y de toda la familia, figura en el libro Un siglo de deporte en Málaga.
W. C. Heinz
Traducción de Ricardo García
Gallo Nero
http://www.gallonero.es/el-profesional/
Nota: Este post continúa en ¿Por qué una novela de boxeo en un blog de atletismo?
http://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2016/01/por-que-una-novela-de-boxeo-en-un-blog.html
Aquí les dejo mi texto y la noticia que apareció en Sur:
LA PANTERA MALAGUEÑA
El sábado pasado falleció mi tío abuelo José Acosta Florido, el que fuera uno de los mejores boxeadores de Málaga en los años cuarenta. Lo noqueó el Parkinson a los 81 años.
Cuando coincidíamos en alguna celebración familiar, me gustaba charlar con él: aunque en otro campo, yo era el único de la familia que había seguido sus pasos deportivos, por lo que siempre se alegraba de mis triunfos atléticos. Así, hablábamos de mis carreras pero, sobre todo, de sus combates en el "Gran Olimpia" de la calle Córdoba y en el cine Las Delicias, junto al antiguo colegio de Los Maristas, donde cruzaba sus guantes con púgiles de la talla de Granados, Laure, Iglesias, Pacheco o el malogrado Bautista.
No recuerdo bien en qué ciudad truncó un pretendido amaño al tumbar en la lona al rival antes de concluir el segundo asalto. Y es que La Pantera Malagueña, como le apodaban, era mucha pantera.
Su pelea, al retirarse de los cuadriláteros, quedó reducida a la que mantenía, como sargento de la Policía Municipal, con los estraperlistas de la época y, ya últimamente, contra su enfermedad. Él, que era muy chistoso y se reía hasta de su sombra, me decía que con los temblores que tenía en las manos, lo iban a contratar para echar la canela encima de las mantecadas.
En fin, de él me queda su recuerdo y una vieja foto en blanco y negro en la que, con 20 años, posa vestido de corto. Está dedicada a mis abuelos y a mi padre. Por cierto, que mi abuela me contaba el día del funeral que fue ella quien le compró la tela y le hizo el albornoz para su debut y que, con cinta e hilo, le puso en la espalda ACOSTA. Con ese apellido, para orgullo mío y de toda la familia, figura en el libro Un siglo de deporte en Málaga.
Pedro Delgado
Noticia del fallecimiento de José Acosta Florido en el Diario Sur de Málaga |
Combate de boxeo, ilustración de Pedro Delgado Fernández |
"Este es el lugar del boxeador. El vestuario, el gimnasio y el ring son el reino del boxeador, y en ellos el buen boxeador es el ser supremo. Respira, camina y habla en muchos sitios, pero a este es al que pertenece, tan perfectamente adaptado para esto que ni siquiera es consciente de ello, y nunca lo será hasta años después de haber terminado y luego le perturbará que algo haya desaparecido de su vida para siempre, no solo los combates, sino algo más. Ese algo lo es todo".
W. C. Heinz
Traducción de Ricardo García
Gallo Nero
http://www.gallonero.es/el-profesional/
Nota: Este post continúa en ¿Por qué una novela de boxeo en un blog de atletismo?
http://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2016/01/por-que-una-novela-de-boxeo-en-un-blog.html
A mi también me hubiera encantado que nos hubiera contado en primera persona todas sus experiencias en aquellos años. Un beso muy grande para mi tio abuelo, José Acosta Florido, uno de los más grandes pugilistas de Málaga. ¡La Pantera Malagueña!
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