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sábado, 8 de marzo de 2025

ALFONSINA STRADA EN EL DÍA DE LA MUJER


Alfonsina Strada, ciclista
Fotografía: Pedro Delgado

Estos días, con motivo del Día de la Mujer, Alfonsina Strada ha desempolvado su bicicleta y se ha dado una vuelta por el I.E.S. Isaac Albéniz de Málaga.

ALFONSINA STRADA

CICLISTA
Había una vez una niña que conducía su bicicleta tan rápido que apenas alcanzabas a verla pasar.
 –¡No vayas tan rápido, Alfonsina! –le gritaban sus padres. Pero era demasiado tarde, porque ya estaba muy lejos para escucharlos.
 Cuando Alfonsina se casó, su familia tuvo la esperanza de que por fin renunciaría a la loca idea de convertirse en ciclista profesional. Sin embargo, el día de su boda su esposo le regaló una bicicleta de carreras nuevecita. Después se mudaron a Milán, en donde Alfonsina empezó a entrenar de forma profesional. Era tan rápida y tan fuerte que unos años después participó en el Giro de Italia, una de las carreras de ciclismo más difíciles del mundo. Ninguna otra mujer lo había intentado antes.
 «No lo logrará», decía la gente. Pero no había forma de detenerla.
 Fue una carrera larga y agotadora, con fases de veintiún días en algunos de los senderos montañosos más empinados del mundo. De los noventa ciclistas que entraron a la competencia, sólo treinta cruzaron la meta.
 Y Alfonsina fue una de ellos. La recibieron como una heroína.
Alfonsina Strada en el Giro de Italia de 1924
 Por desgracia, al año siguiente le prohibieron competir.
 –El Giro de Italia es una carrera para hombres –declararon los oficiales.
 Pero eso tampoco detuvo a Alfonsina. Encontró la forma de concursar y estableció un récord de velocidad que se mantuvo durante veinte años, a pesar de andar en una bicicleta de veinte kilos y una sola velocidad.
 A Alfonsina la alegraría saber que las cosas han cambiado mucho desde entonces. Ahora el ciclismo femenino es muy popular. Incluso es un deporte olímpico.
16 de marzo de 1891 – 13 de septiembre de1959, Italia

Alfonsina Strada, ilustrada por Cristina Portolano

Relato extraído del libro Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes (Ediciones Destino).


martes, 18 de julio de 2023

EL GRAN LIBRO DE LAS BICICLETAS


El Tour de Francia y El Gran Libro de las Bicicletas (Blackie Books)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Bajo el prisma de que las bicicletas son, como los amores juveniles, para el verano, tenemos las sobremesas ocupadas con la ronda gala. Las primeras jornadas, celebradas en el País Vasco, han sido el cebo perfecto para que miles de españoles salgan de sus casas al caer la tarde con sus bicicletas, sus cascos y sus maillots y culottes de colores. Rodar como sus ídolos, en solitario o con amigos, en su peso o con algunos kilos de más, en plena forma o con las rodillas machacadas. Y si el Giro precedió al Tour, a este le seguirá la Vuelta, de forma que siempre habrá aficionados al ciclismo que llenen las calles y carreteras de nuestros pueblos y ciudades.

 Pero el ciclismo, además de poder practicarse y verse por la tele, también se puede leer. Yo vengo pedaleando en el sofá desde que empezó el año, y lo hago con El Gran Libro de las Bicicletas (Blackie Books, 2022), una golosina para los aficionados al ciclismo, los cicloturistas y todos aquellos que, como yo, van al trabajo en bicicleta.

El gran libro de las bicicletas (Blackie Books, 2022)
Fotografía: Pedro Delgado

 Lucía Barahona Lorenzo ha reunido con mimo (a veces también traducido) los mejores relatos, ensayos y diarios de la literatura ciclista universal, y ha confiado en Conxita Herrero para que se los ilustre, convirtiendo el volumen en un objeto bello que luce en las librerías y que nos grita eso de «Llévame a casa». Una de esas portadas que alegra la vista puesta de cara en la estantería de nuestras bibliotecas, con ese celeste cielo tan propio de estas fechas.

 Esta antología contiene sesenta y un relatos en los que las bicicletas tienen un papel destacado, y aunque se pueden leer al azar, Lucía nos los ha ordenado en siete apartados, rematados con citas, poemas y letras de canciones.

 En Bicis campestres se nos invita a disfrutar del paisaje desde nuestros sillines, y en Un día en las carreras acompañamos a distintos enviados especiales que cubrieron para diversos medios las grandes rondas ciclistas. En Una bicicleta propia, título que hace referencia a la habitación propia de Virginia Woolf, se nos muestra hasta qué punto fue la invención de la bicicleta un hito esencial para la emancipación de las mujeres y la conquista de su libertad. Bicis fantásticas nos enseña que las dos ruedas no están reñidas con la ciencia ficción, y Bicis urbanas se mueve en el extremo opuesto al del primer apartado. Y si en Cicloviajes nos aguardan las aventuras de aquellos que decidieron hacer realidad el osado sueño de recorrer el mundo en bicicleta, en Recuerdos de bicicleta nos esperan historias de cuando esta era aún prehistoria y variaba de lo que hoy entendemos por ella, así como bicicletas propias que tuvimos que aprender a montar antes de que se convirtieran en nuestras mejores amigas y que no se nos borran de la mente aunque ya no existan en el plano físico, y otras que bregaron en conflictos bélicos o que coparon la escena en numerosas películas.

Fotograma de la película E. T., el extraterrestre

 Un tercio de esos sesenta y un relatos (aunque también abundan extractos de novelas) son inéditos, y están firmados por autores de la talla de H. G. Wells, Edith Wharton, Aldous Huxley, Dino Buzzati, Colette, Flann O'Brien, Mark Twain, Fernando Fernán Gómez, Henry Miller o Vladimir Nabokov.

 No hace mucho leí, lo escribía el psicoanalista y psiquiatra David Dorenbaum, que montar en bicicleta constituye un remedio eficaz contra el estrés porque los ritmos cadenciosos de las dos ruedas favorecen el engranaje de un pensamiento creativo. Por esas mismas, puede ser que algunos de estos autores escribieran sus relatos tras un paseo ciclista, como el que yo o ustedes nos vamos a dar cuando acabe la retransmisión deportiva de hoy.

Pam, pam y pam
–por Meryem El Mehdati–

Señor agente, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Me declaro culpable, no hace falta que me espose, no, por favor, tengo las muñecas delicadas, dejará marca. Me declaro culpable, no voy a negar las cosas, juro que voy a contarle toda la verdad y nada más que la verdad. En serio, se lo juro. Agente, ¿sabe usted lo que puede llegar a sentir una persona cuando pierde la paciencia? Furia, ira, rabia, mal genio terrible. A veces, agente, a veces yo miraba a Lucas desde el sofá mientras le daba el pecho a Lucía y pensaba, me decía, pero ¿cómo he terminado yo con un imbécil como este, agente? Si yo era guapísima. Si tenía un culo que partía piñones. Es verdad, por favor, no, no, las esposas no, me declaro culpable, culpable de haber perdido los papeles, culpable de no poder más, culpable de haber sentido ira, rabia, furia, mal genio terrible, de haber cogido la puta bici y haberla tirado por el balcón, pero necesito que usted me entienda. Quiero llamar a mi abogado, ¡no me toque! Quiero llamar a mi abogado, sé que tengo derecho a uno. Yo agarré la bici. Quiero una llamada, que sé que tengo derecho a llamar. Yo la tiré por el balcón, pam, fuera de mi vista. No vea usted cómo pesaba la bici de los cojones, tres mil y pico euros de bici, los agarré y los mandé a volar. No me arrepiento. No se puede usted imaginar cómo tengo yo la cabeza. El cuerpo me pide tierra. Yo miro a Lucas y me quiero morir. ¿Es eso amor? Ahora tiene arruguitas en las esquinas de los ojos, nos hemos hecho mayores. Me dan ganas de acariciar esas arruguitas con las puntas de los dedos y luego sacarle los ojos mientras se retuerce de dolor. ¿Y mi llamada? ¿Puedo llevarme el móvil? Que llega a casa y está muy cansado, dice. Y yo le doy de comer a la niña y él está muy cansado, y yo hago la colada y está muy cansado, y yo me voy a trabajar por la mañana y sigue muy cansado. ¿Yo no me canso nunca? No lo he matado con mis propias manos de milagro, señor agente, mire que yo lo amo. Lo amo y en ocasiones lo veo estirarse en el balcón mientras prepara la puta bici para irse con sus amigos y siento un golpe en el pecho, un golpe en el pecho que no termina de irse nunca. Pero lo mataría. Así que, sí, yo agarré la bici y la tiré. Tiene tiempo para la bici pero no para su familia, pues hago que la bici desaparezca, pam. Quiero que venga ya mi abogado, señor agente, que yo no soy tonta. Yo conozco mis derechos.

 Y si todavía se quedan con ganas de más ciclismo, les voy a recomendar el Facebook de mi amigo Luis Muriel, donde nos muestra que siesta y Tour no son incompatibles.

Siestas con Tadej. Cuaderno de Luis Muriel del Tour de 2023
Imagen: Facebook de Luis Muriel

Siestas con Tadej. Cuaderno de Luis Muriel del Tour de 2023
Imagen: Facebook de Luis Muriel

Siestas con Tadej. Cuaderno de Luis Muriel del Tour de 2023
Imagen: Facebook de Luis Muriel

 Les invito a abrir su cuaderno del Tour de 2023, que lleva por título Siestas con Tadej, y a deleitarse con sus crónicas, sus ocurrencias y sus dibujos.

https://www.facebook.com/luis.muriel.925

Las crónicas del Tour de Francia de Luis Muriel
Imagen: Facebook de Luis Muriel

Las crónicas del Tour de Francia de Luis Muriel
Imagen: Facebook de Luis Muriel

 Luis Muriel es arquitecto de profesión, pero como ven, está pidiendo a gritos ilustrar libros molones como los que hace Blackie Books. Ojalá ustedes y yo lo veamos.

 Y ya saben, este verano lean, pedaleen y no vayan en contradirección en los carriles bici.


domingo, 30 de abril de 2023

LOS INSTANTES FELICES DE LARTIGUE

Son muchas las imágenes que me vienen a la mente cuando oigo mencionar al fotógrafo Jacques Henri Lartigue (Courbevoie, 1894 - Niza, 1986), pero hasta hace poco todas eran en blanco y negro. De todos esos instantes precisos, que diría Cartier-Bresson, el primero que recordaba era ese bólido de carreras que ya ha empezado a salirse de la imagen, esa instantánea que transmite como pocas el vértigo y la excitación de la velocidad.

Grand Prix de L'Automobile Club de France, 1912
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France

Grand Prix de L'Automobile Club de France, 1912
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France

Suzanne Lenglen, 1915
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France

Campeonato del mundo de salto de esquí acuático en Juan-les-Pins, 1938
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France

Bibi y Lolo en un gimnasio de París, 1921
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France

 A partir de ahora, después de una visita virtual por las salas del Canal de Isabel II de Madrid, he de sumar a esas imágenes grises otras a color.

Exposición de fotografías de Lartigue
Fotografía: © Fundación Canal

 Bajo el título Lartigue, el cazador de instantes felices, la Fundación Canal expuso por primera vez en España (comisariada por Anne Morin y Marion Perceval) algunas de las imágenes a color que tomó el fotógrafo a lo largo de su vida. Y entre todos esos momentos felices y luminosos, como no podía ser de otra manera, pues también son instantes felices los que nos proporciona el deporte, podemos descubrir escenas deportivas como estas:

Fotograma del vídeo de la exposición de Lartigue en Canal Isabel II
Vídeo: Fundación Canal 

"Carrera ciclista", Beausoleil, 1957
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France / MPP-AAJHL

"Jean Creff haciendo parasailing", 1964
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France / MPP-AAJHL

Ciclista con su sombra
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France / MPP-AAJHL

Gran Premio de Automovilismo
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la culture, France / MPP-AAJHL

"Carrera ciclista entre Nice-La turbie" (Francia, marzo de 1954)
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France / MPP-AAJHL

 Leyendo los textos de la exposición, comprendo que era normal que asociara a Lartigue con el blanco y negro, pues tan solo un tercio de las 120.000 imágenes conservadas y donadas al Estado francés en 1979 son a color. De ahí quizás, que esta exposición se haya centrado en esa parte significativa pero poco conocida de su obra, la que siempre quiso hacer, pues como dejó escrito en sus memorias, «la vida y el color son inseparables».

Retrato de Jacques Henri Lartigue
Fotografía: Yousuf Karsh

En sus comienzos hizo uso de una combinación del autocromo y la estereoscopia con el afán de mejorar su captación de la realidad. "Dios mío, desde que tenía cinco o seis años vengo pidiéndote: ¡por favor, déjame fotografiarlo todo en color!" rezaba el artista. Y es que las limitaciones técnicas de la incipiente fotografía en color de la época solo permitían fotografiar a blanco y negro ese movimiento tan necesario para capturar sus preciados instantes felices. Su frustración hizo que abandonara la fotografía y se dedicara a la pintura hasta la aparición de la moderna fotografía en color en los años 50 con la que, esperanzado, comienza un nuevo camino de experimentación que, sin embargo, tampoco parece convencerle del todo. De hecho, esta insatisfacción hace que, al final de su carrera, decida reproducir en color las fotografías más emblemáticas que había realizado en sus comienzos en blanco y negro.
Lartigue, el cazador de instantes felices
Fundación Canal

P. D.: La exposición terminó el 23 de abril, pero pueden verla de manera virtual, bien a través de una visita guiada por Anne Morin, una de las comisarias de la exposición, o mediante una visita interactiva en la página de Fundación Canal.

https://www.fundacioncanal.com/expo-lartigue-3d/index.html

Fotografía de sala de la exposición Lartigue, el cazador de instantes felices
Fotografía: © Fundación Canal

Fotografía de sala de la exposición Lartigue, El cazador de instantes felices
Fotografía: © Fundación Canal

Cartel de la exposición Lartigue, el cazador de instantes felices
Fundación Canal de Isabel II, Madrid


lunes, 28 de noviembre de 2022

LA LITERATURA DEPORTIVA DE GALLO NERO


La literatura deportiva de Gallo Nero
Fotografía: Pedro Delgado

La editorial Gallo Nero toma el nombre del consorcio vinícola que fundaron los productores de Chianti para proteger su vino allá por 1924. El símbolo de aquel consorcio, un gallo negro sobre un campo de oro, estaba vinculado a una antigua leyenda, la cual nos retrotrae a la edad media, a un enfrentamiento entre las repúblicas de Siena y Florencia por el control del territorio del Chianti. Para detener esa guerra y determinar las fronteras de ambas repúblicas se decidió hacer una competición: con el primer canto del gallo, un caballero saldría de Siena y el otro de Florencia. Donde sus monturas se encontrasen quedaría fijada la frontera.

Conzorcio del Gallo Nero. Fotografía: Vinetur

 Cuentan que los sieneses se decantaron por un gallo blanco, al que trataron los días previos con todo tipo de comodidades, dándole de comer todo el grano que quiso. Por contra, los florentinos eligieron un gallo negro, al que tuvieron en ayunas varios días dentro de una jaula muy pequeña. Debido al hambre y a la incomodidad, el gallo negro cantó mucho antes del amanecer, por lo que el caballero florentino partió con ventaja. Como recoge la historia, ambos jinetes se encontraron a pocos kilómetros de Siena, en los alrededores de Fonterutoli, estableciéndose allí la frontera entre las dos repúblicas.

 El pasado mes de octubre, Donatella Iannuzzi, la editora de Gallo Nero se acercó a otra frontera, Despeñaperros, y la cruzó en el AVE para llegar al centro de Málaga, a la librería Áncora que regenta Enrique del Río en la plaza de Uncibay. Allí la esperaba un nutrido grupo de incondicionales de la editorial y de la librería, que bajo el lema "Pequeños e independientes" retoma el contacto directo con esos sellos editoriales independientes que tanto enriquecen el panorama editorial.

Donatella Iannuzzi, de Gallo Nero, en la librería Áncora
Fotografía: Pedro Delgado


Enrique del Río, Donatella Iannuzzi y Pedro Delgado en la librería Áncora
Málaga, 20 de octubre de 2022. Fotografía: Alberto

 Conocí a Donatella en el 2015, en la feria del libro de Madrid. Yo había ido allí a firmar ejemplares de Carta desde el Toubkal en la caseta de Desnivel, y al terminar, dando un vistazo por las casetas, me topé con ella y con sus exquisitas portadas.

 Después de aquel encuentro escribí una reseña de El Tour de Francia, de Mario Fossati, a la que siguieron otras tantas: El Profesional, de W. C. Heinz, Los indómitos de la montaña, de Dino Buzzati, El libro de la fama, de Lloyd Jones, o Cartas de África, de Arthur Rimbaud, con ilustraciones de mi admirado Hugo Pratt.


El Tour de Francia, Gallo Nero y los dos Pedro Delgado:

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2015/07/el-tour-de-francia-gallo-nero-y-los-dos.html


El Profesional:

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2016/01/el-profesional.html

¿Por qué una novela de boxeo en un blog de atletismo?:

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2016/01/por-que-una-novela-de-boxeo-en-un-blog.html


Los indómitos de la montaña:

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2016/05/los-indomitos-de-la-montana.html


De los All Blacks, el libro de la fama y el rugby en Málaga:

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2017/05/de-los-all-blacks-el-libro-de-la-fama-y.html

De Cartas de África a El Enigma Rimbaud:

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2018/05/de-cartas-de-africa-el-enigma-rimbaud.html

 Donatella no venía en esta ocasión a hablarnos de literatura deportiva, sino de las novelas gráficas, mangas y libros ilustrados que está editando en la colección Gallographics, sobre todo autores japoneses, como Yoshiharu Tsuge, Seiichi Hayashi, Shin'ichi Abe, Oji Suzuki o Tadao Tsuge, que están entusiasmando a los amantes del manga más adulto.

Algunos libros de la colección Gallographics de la editorial Gallo Nero

 Sin embargo, aproveché el coloquio final para preguntarle de dónde venía su interés por la literatura deportiva. «Soy una gran aficionada al deporte, me encanta verlo por la tele, y me entusiasman los que tienen una gran carga épica, como el ciclismo o el boxeo. Mi madre era además una gran admiradora de Fausto Coppi y de las grandes vueltas, como el Giro o el Tour, y esa pasión, sin duda, se transmite a los hijos», me dijo. «Pero el único deporte que sigo practicando, y lo hago desde que iba al instituto, es el voleibol. Estoy en un equipo de mi barrio y jugamos todas las semanas». Le pregunté también si tenía pensamiento de añadir algún título más a la colección, y nos reveló que estaba pujando por los derechos para publicar Cartas a una gimnasta joven, de Nadia Comaneci, aquella gimnasta rumana de 14 años que logró la perfección más absoluta, un 10 de 10, en los Juegos Olímpicos de Montreal en 1976.

Nadia Comaneci, cartela publicitaria de Gallo Nero
Fotografía: Pedro Delgado

 Mientras tanto, todavía me quedan títulos que leer y reseñar. Ciclismo, boxeo, alpinismo..., quién sabe cuál será el siguiente.


Nota: Esta entrada está dedicada a todos los que compartimos mesa en una trattoria al final del acto. Gracias, Donatella, por cruzar la frontera, y mil gracias, Enrique, por propiciar el encuentro.


domingo, 18 de julio de 2021

EL CORREDOR Y SU SOMBRA


El corredor y su sombra, de Olivier Haralambon (Editorial Melusina)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Como todos los veranos, las imágenes televisivas del Tour nos llevan la ronda gala a casa. En mi caso, imagino que como en muchos otros hogares, si alguien mirase por una mirilla podría verme recostado en el sofá, amodorrado por el almuerzo y el suave murmullo del aire acondicionado, con un ojo cerrado y el otro en el televisor, con los oídos atentos al comentarista, aguardando a que las rampas se pongan más serias y se produzca algún demarraje –uno de esos duelos entre escaladores digno de un western–,  a un descenso vertiginoso con los corredores volcados sobre sus bicicletas como flechas extraídas de un carcaj, o a un esprint masivo en el que un estornudo arroje al mejor velocista a la línea de meta.

 Desde hace unos años, intento hacer coincidir alguna de estas clásicas ciclistas con la lectura de algún libro relacionado con el tema, algo que complemento con alguna que otra salida con la bicicleta: una vuelta rápida por La Fresneda y Junta de Caminos o una ruta más exigente que me lleva hasta Almogía o algún otro pueblo cercano. Cambiar por unos días los repetitivos y traumáticos contactos con el suelo de la carrera por el sutil equilibro entre las gomas de las dos ruedas.

Sigo apegado a mis pequeñas devociones y siempre me acabo lanzando sobre la bici después de haber visto una carrera en televisión, con miedo de dejar pasar el momento de inspiración eficaz, igual que cuando se busca un papel en el bolsillo para anotar una idea que de otra forma se perdería. Y funciona bastante bien. No dura mucho tiempo, pero durante unos kilómetros, durante una hora, consigo imitar con cierta fortuna las siluetas imponentes de los campeones.
La huella (El corredor y su sombra)
Olivier Haralambon

 Este año el libro elegido ha sido El corredor y su sombra (Editorial Melusina, 2019), del escritor, filósofo y periodista Olivier Haralambon (Francia, 1967), quien también fue ciclista profesional entre 1987 y 1996.

 Sus 102 páginas no contienen una novela, sino un singular ensayo sobre este esforzado y bello deporte. Catorce textos con títulos tan sugerentes como Mi sombra de compañía, El dedo de Santo Tomás, El monstruo, Nada menos que un oficio o Subir al cielo con el cuerpo. Pequeños ensayos, como Competir, en los que a veces me basta con cambiar el nombre del deporte para sentirme identificado.

Para convertirse en corredor hay que competir, y yo estaba a punto de participar en mi primera competición ciclista.
 Tenía la edad irreal de trece años y poco más que una sombra de bigote y me estremecía en la línea de salida entre otros congéneres dispares, grandes y pequeños, alegres o devorados por los nervios hasta parecer tristes. Yo estaba volcado hacia delante, con la frente sobre los antebrazos cruzados, los codos sobre el manillar, un pie enganchado al pedal, la rodilla nerviosa y la otra pierna extendida. Levantaba la cabeza de tanto en tanto, fruncía el entrecejo bajo la visera levantada de mi gorra para mostrar el gesto adecuado. (…) Discreta, una banderola de salida y de llegada flotaba sobre nuestras cabezas. Formábamos un rebaño ligero, algo desteñido por la humedad, que se preparaba para dar vueltas frenéticas alrededor de una zona industrial en construcción. (…) yo estaba temblando. Y un futuro corredor temblaba en cada uno de nosotros, en cada cuerpo que se esbozaba. Tembló en cuanto el starter alzó al fin la pistola, con su panza alegre ofrecida al viento. Y se liberó súbitamente, ya en el primer giro de rueda. (…) El aire fresco hizo subir, imagino que a todas nuestras bocas simultáneamente, el sabor metálico de la sangre. Inspirando profundamente antes de cada curva, también había que darse prisa para no perder el sitio, para resistir el embate del hombro del vecino y evitar que se engancharan los manillares. (…) A medida que se iba acercando la vuelta final empecé a ordenar mis pensamientos y a dar ánimos a mi bici, mi precioso cuadro azul de aluminio. También pensaba en Hinault y en todo el Olimpo febril colgado con chinchetas en las paredes de mi cuarto. (…) Cuando sonó la campana de la última vuelta, todos estábamos decididos a renunciar a nuestro decimocuarto cumpleaños antes que a dar por perdida la carrera.
 (…) Recibí unas palmadas en la espalda y los corredores nos dimos la mano. Nos dimos la mano durante largo tiempo. Quince minutos más tarde, (…) una joven me hizo entrega de un enorme ramo de flores; a mí, que nadie nunca me había regalado ninguno. Lo levanté por encima de mi cabeza y el entrenador sacó una foto.
 Nos sentíamos pequeñas glorias nacientes. Cuando volví a la calle con mi ramo enganchado al manillar, todas las vecinas estaban acomodadas a la ventana, se llamaban y charlaban. La fachada del edificio parecía un calendario de adviento. Tras ellas se podían adivinar las cocinas de ladrillo, la vajilla ordenada y los guantes de caucho rosa sobre los grifos (…).
 Dejé mi bicicleta en el rellano y me di una ducha sin ella. El ramo, encima de la cama, estaba ya algo mustio. Pero al fin era –éramos– auténticos corredores ciclistas.
Competir (El corredor y su sombra) 
Olivier Haralambon

 En enero le hablé de este libro a José Antonio Ruiz, de la librería Luces, y al poco me escribió que le había encantado. «Lo tomo como libro propio. Lo regalaré y recomendaré», me dijo.

El corredor y su sombra, recomendado por José Antonio Ruiz, librero y triatleta
del Club Tritrain4you. Fotografía: José Antonio Ruiz

 También tuvo buena recepción entre mis amigos ciclistas; aunque uno de ellos se quejó del estilo lírico de Haralambon: «El contenido no está mal pero quiere ser tan literario que se pasa. El lenguaje es pretencioso, excesivamente empalagoso. Un ciclista puesto a escribir «alta literatura»».

 No les negaré que la prosa de Haralambon peca a menudo de lirismo, pero considero que es un leve peaje a pagar a cambio de líneas como éstas:

Ocurre sobre todo el domingo por la mañana. A la hora de la primera misa, uno se cruza con todas esas pequeñas iglesias ambulantes, visiblemente apuradas por cruzar las puertas de la ciudad. Ciclistas que circulan en grupo, antes de que haya amanecido del todo, y haga el tiempo que haga. Lo habitual es no entender a estos hombres y algunas mujeres cuyo a atuendo extraño y colorido es tan ceñido que se ajusta al menor pliegue de la piel. Tan ceñido, de hecho, que pareciera creado nada más que para reivindicar las imperfecciones del cuerpo. Las siluetas, volcadas sobre la incertidumbre de esas finas ruedas, provocan asombro.
 (…) Y es que para quien no lo adora, el ciclismo es aún hoy una excentricidad. La palabra suele evocar algunos apellidos familiares; apellidos que, en ocasiones, sabemos unir a nombres anticuados, pero que son tan etéreos como un apóstol en un cuadro. Sin duda Jacques Anquetil, Louison Bobet y Raymond Poulidor debieron de tener un rostro, pero nadie lo recuerda. Al igual que un estudiante no reconoce a Balzac o a Flaubert en una foto. Y pocos saben que Eddy Merckx era aun más guapo que Elvis Presley.
 (…) Yo recibí muy pronto el mordisco fatídico. Empecé a pedalear y a participar en carreras justo antes de llegar a la edad en la que la voz cambia y el apetito sexual viene de pronto a sacudir el mundo. Sufrí en ocasiones el leve desprecio, o al menos la incomprensión, de la que es objeto esta actividad que yo colocaba en el centro de mi vida y que crecería muy pronto hasta el punto de invadirlo todo, de apropiarse de toda mi rutina.
Mi sombra de compañía (El corredor y su sombra)
***
Bicicleta Mercier rosa
Era una Mercier: las letras blancas destacaban sobre el rosa intenso, rosa color carne; de ella siento todavía hoy el olor y el sabor. A menudo me pregunto dónde estará ahora, qué sufrimientos habrá soportado lejos de mí todo este tiempo, qué otros cansancios habrá aguantado. Imagino grietas e hinchazones sobre la superficie pintada.
 También sé que el sencillo pitorro de plástico de la cantimplora enganchada al cuadro forma, sin duda, parte de mí, como algún elemento arcaico de mi sexualidad: gran parte del agua que me compone la he bebido a través de un orificio como ese. He exprimido esas botellas de plástico como senos pegajosos de azúcar, con la cabeza girada a un lado, sin despegar el ojo ni de la carretera ni de mi recorrido.
 (…) En la época de mis primeros excesos, que fue también la de la adolescencia, mi bicicleta dormía conmigo; pasaba las noches en mi cuarto. La instalaba en una especie de trípode para abrillantarla y podía hacerla girar desde mi cama. Tumbado, le hacía dar vueltas con la punta de los dedos del pie (…). Al volver del entrenamiento la lavaba conmigo en la ducha, enjabonándola con esponja y cepillo, separando mis piernas para evitar los chorrones de desengrasaste con los que limpiaba la cadena, con la ayuda de un cepillo de dientes. Borraba las huellas más flagrantes antes de que llegara mi madre, quien, por si no tenía poco con el trabajo, descubría en casa que otras fatigas la estaban esperando.
Cosmos desinflado (El corredor y su sombra)
***
Hoy, todavía me parece incómodo mirarme en el espejo. Mi reflejo, puesto en pie, ofrece un cuerpo de cierto vigor, pero ya envejecido. (…) ¡a este reflejo con patas le falta una bicicleta! (…) Mi miembro fantasma es grasa y metal, caucho y presión de aire. Sin él soy un tullido.
El dedo de Santo Tomás (El corredor y su sombra)
***
No sé nada de ese hombre viejo al que a veces adelanto cuando me da por coger la bici. No sé nada de él porque nunca me ha dirigido la palabra. Nada, excepto que fue un buen corredor. Cuando lo miro, con la frente alta, empujar el pedal con esa autoridad tajante, me cuesta asumir su edad. (…) Le traicionan el cabello blanco, que se escapa del casco sobre su nuca faustiana (…).
Cuerpo líquido (El corredor y su sombra)
***
Educarse en una familia de corredores es aprender las leyes de la carrera ciclista igual que se aprende a hablar o a lavarse. (…) Crecer a la sombra de ese hombre de costillas salientes sin duda te predestina.
 (…) Al contrario, quien se declara una mañana como el primer ciclista de su linaje se sumerge en un mundo nuevo. (…) La renuncia a la vida habitual de los colegiales me llenaba el pecho de orgullo, empecé a reivindicar una rutina que desde entonces estaría consagrada a la ascesis y el sufrimiento. Sería el primero de mi familia en convertirme en un monje de piernas afeitadas. La dureza física era mi bandera, las mortificaciones no me asustaban y era mi cuerpo mismo, mi vida en bruto, lo que quería exprimir; escurrirla para extraer de ella mi subsistencia. Fuerza de trabajo y viento en contra. Quería ser digno de la novela familiar, estar a la altura de mi padre, cuya cabellera estéril moraría pronto en las orillas fecundas de mis carreras.
Nada menos que un oficio (El corredor y su sombra)
***
El paso por una simple línea de pintura blanca hace explotar al pelotón. De golpe se descompone. De golpe cesa el maravilloso deslizamiento y reaparecen, como de vuelta a la superficie, esas miríadas de pequeños elementos de color que se dispersan entre los peatones que los asaltan. Se ofrecen a las rudezas maternales de sus cuidadores –estos cubren sus hombros, enjuagan y limpian sus rostros polvorientos, los peinan casi con ternura y descorchan bebidas azucaradas que les llevan a la boca–. Contestas a las preguntas que les hacen y devuelven palabras aún sudorosas, mientras alguien les guía por el laberinto de verjas mecánicas a las que se agarran manos desconocidas; algunos hacia el a autobús y las duchas, otros, con la gorra de sponsor sobre la cabeza, ante las cámaras y los micros.
 (…) Todos ellos, por turnos, antes o después de la cena, atraviesan la misma puerta y se sumergen en ese lugar saturado de potentes esencias, donde se desvisten y se tienden sobre la sábana y la camilla, depositando su propio cuerpo como si fuera un objeto, una ofrenda sobre el altar. El masajista coloca sus manos fuertes empapadas de aceite, agarra un pie y lo coloca sobre su hombro. Con el crujido habitual al roce de la piel llegarán las primeras palabras. Las palmas que bajan desde el puente del pie y el talón de Aquiles, los dedos que se hunden en la densidad de la pantorrilla y luego del muslo, en las nalgas y la espalda de ese hombre tendido, recogen las palabras de lo más profundo del cuerpo, las reúnen y las empujan hasta la boca. Entonces, desde la otra punta de la camilla, del rostro hundido entre los brazos cruzados fluyen relatos que se esparcen por el suelo: los dolores y las penas, las frustraciones y los cansancios, que oscurecen los músculos y el porvenir.
 (…) Los corredores lo comparten todo, o casi. El viento y el dolor, el riesgo y la lluvia, el calor que abrasa y las etapas interminables bajo un cielo que aplasta. El vacío diamantino del cielo de verano y también la angustia informe de las nubes. (…) Doscientos días al año comparten sus habitaciones (…). Extienden su ropa y sus vendas como si acamparan en el desierto, se tumban en la cama con las piernas levantadas contra la pared, se ponen crema sobre la piel quemada de la nariz y hablan largo rato por teléfono con sus hogares, si es que tienen uno. La tele colgada en la pared habla en el vacío. Cada noche, cuando se reúnen dos o más, intentan disipar el nudo de excitación y la angustia no verbalizada, residuo silencioso de una existencia hiperactiva.
Intimidades (El corredor y su sombra) 
Olivier Haralambon

 Son muchos más los textos que he subrayado en mi ejemplar, y seguramente ustedes encontrarán otros que destacar. El único reproche que le hago a Haralambon es su justificación del dopaje en el texto Subir al cielo con el cuerpo. Ni el doping sanguíneo, ni el anfetamínico, ni cualquier otro es justificable. En el deporte no se admiten trampas ni, por ende, tramposos.

«Desearía poder cambiar lo que sucedió y ser un mejor hombre». –Lance Armstrong–
Fotografía: Bustle.com

 Y no quisiera cerrar esta reseña sin alabar la traducción de Elisabeth Falomir y Carlos Pott, así como el trabajo de la editorial Melusina en pro de la literatura deportiva.

Fotografía de Portada:Andreas Rentz/Getty Images
Fotografía de la derecha: Lucía Rodríguez

De la misma editorial, no me canso de recomendar La milla perfecta, esa joya que publicaron en 2017 y que ya reseñé en este blog.

Pedro Delgado y José Antonio Ruiz con La Milla Perfecta en la librería Luces

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2018/04/la-milla-perfecta.html