lunes, 19 de junio de 2023

LA LIBRERÍA LUCES CUMPLE 20 AÑOS


La librería Luces cumple 20 años en La Alameda de Málaga
Fotografía: Lucía Rodríguez

Aunque Carlos Gardel cantara aquello de «que veinte años no es nada», para algunos dos décadas significa muchísimo. Es el caso del segundo de mis hijos, Pedro, que el pasado 10 de mayo celebró en Barcelona su veinte cumpleaños, o de la librería Luces de Málaga, que también festeja estos días idéntica cifra.

 Tengo cierta amistad con José Antonio Ruiz por aquello del deporte (él es un esforzado triatleta), y su librería, esa que fundó junto a Pilar Villasana en la Alameda Principal en 2003, ha aparecido numerosas veces en mis dos blogs. A veces, a cuenta de mis libros, porque los presentaba allí o porque lucían en sus escaparates, y otras, por libros ajenos que me descubría José Antonio o su mesa de novedades. Mucho antes de que las editoriales me hicieran caso, era él quien me facilitaba los libros para que los leyera y los reseñase, de ahí que figurara el logo de la librería al final de dichas reseñas. Y también se prestó a colaborar conmigo en la encuesta que realicé sobre el hábito lector de nuestros atletas.

 El pasado 14 de junio, tras una mesa redonda organizada en El Tercer Piso de la librería Proteo, a iniciativa del Centro Andaluz de las Letras y la Federación Andaluza de Libreros, tuve la ocasión de felicitarle en persona por el aniversario.

Mesa Redonda sobre las librerías como motor cultural

 Si quieren saber cómo llegó José Antonio a regentar una librería o cuál es su relación con los libros, les animo a ver el vídeo del evento (en el que aparezco de rebote más de la cuenta).

 Y por último, les dejo aquí, a modo de recordatorio, algunos enlaces a las entradas de Calle 1 en las que aparece la librería Luces.

LA MILLA PERFECTA

Pedro Delgado y José Antonio con La milla perfecta

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2018/04/la-milla-perfecta.html

EL HÁBITO LECTOR DE NUESTROS ATLETAS (III)

José Antonio, Dani Pérez y Pedro Delgado con su Carta desde el Toubkal
Fotografía: Salvador Moreno

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2017/02/el-habito-lector-de-nuestros-atletas-iii.html

EL HÁBITO LECTOR DE NUESTROS ATLETAS (II)

Lanita in summertime (Julio 2016)
Fotografía: Pedro Delgado

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2016/07/el-habito-lector-de-nuestros-atletas-ii.html

EL HÁBITO LECTOR DE NUESTROS ATLETAS

El hábito lector de nuestros atletas
Fotografía: Pedro Delgado

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2016/04/el-habito-lector-de-nuestros-atletas.html

LA CRÍTICA LITERARIA DE PEDRO DELGADO

José Antonio Ruiz y Pedro Delgado en la librería Luces
Fotografía: Lucía Rodríguez

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2015/05/la-critica-literaria-de-pedro-delgado.html

LA MEDIA DISTANCIA

Pedro Delgado en un control de 800 m
Ciudad Deportiva de Carranque, Málaga 1983

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2014/12/la-media-distancia.html

REYES DEL ASFALTO

Francisco Espejo, Juan Sarria, Rafael Morales y Pedro Delgado (1988)

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2014/05/reyes-del-asfalto.html

EFECTO MARATÓN

Pedro Delgado y Rafa Vega en la presentación de Efecto Maratón
Fotografía: Lucía Rodríguez

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2013/12/efecto-maraton.html

EL LIBRO DE MURAKAMI

Reseña de De qué hablo cuando hablo de correr, de Murakami

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2013/11/el-libro-de-murakami.html?m=0

 ¡Que cumpláis muchos más!


lunes, 5 de junio de 2023

EL PARTIDO DE LA MUERTE


Nikita con El partido de la muerte (Desfiladero Ediciones)
Fotografía: Pedro Delgado

Hace unos días, uno de mis alumnos ucranianos vino a clase con una camiseta de fútbol del F.C. Kolos Radogoscha, pequeña población del oeste de Ucrania. Y ese hecho simple y habitual de lucir la elástica de tu equipo en el instituto, me hizo recordar que tenía una lectura pendiente de reseñar, una novela gráfica que se desarrolla en tierras ucranianas y en la que todo el protagonismo recae en el fútbol y la guerra. No en la actual, enquistada tras más de cuatrocientos cincuenta días de enfrentamiento armado, sino en la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas alemanas lanzaron su ofensiva contra la Unión soviética y ocuparon Ucrania en la llamada operación Barbarroja. Un año después de la invasión, se celebró aquel partido de fútbol entre un combinado nazi y otro ucraniano que muchos vinieron a llamar «El partido de la muerte».

Primeras páginas de El partido de la muerte (Gálvez-Escriche)
Desfiladero Ediciones

 El cómic de Pepe Gálvez (guión) y Guillem Escriche (dibujo), publicado por Desfiladero Ediciones en octubre de 2021, se abre con un gesto que me recordó mucho al del protagonista de La soledad del corredor de fondo, cuando decide no ser el primero en cruzar la meta y ceder la victoria al más cercano de sus rivales con el único fin de fastidiar al director del reformatorio donde lo tienen encerrado por un delito de poca monta.

 Ese mismo gesto de rebeldía, lo ejecuta aquí, en las primeras páginas del álbum, un delantero ucraniano. Tras recibir el balón, el jugador finta a tres defensas y encara al portero, al que dribla para plantarse solo delante de la portería. En ese momento, en lugar de empujar la pelota a la red, el delantero Alexei Klimenko se vuelve hacia la grada y le pega un pepinazo al balón que va a estrellarse con toda intención contra los gerifaltes nazis que asisten al partido.

Páginas 4 y 5 de la novela gráfica El partido de la muerte (Gálvez-Escriche)
Desfiladero Ediciones

 Tras ese escena, Pepe Gálvez da un salto atrás en el tiempo y el dibujo cuidadoso y realista de Guillem Escriche nos muestra a Hitler anunciando, en el Sport Palace de Berlín, que todas las operaciones de campaña del este han salido según lo previsto y el Ejército Rojo ha sido derrotado. La historia se sigue narrando en ese tiempo anterior al partido, y nos lleva al campo de concentración de Darnitsa, donde está recluido Alexei Klimenko, que vuelve a Kiev cuando lo liberan. Allí, en una capital desolada y asolada por la guerra, nuestro protagonista se reencontrará con algunos de sus antiguos compañeros del Dynamo de Kiev. La guerra, la muerte y el desastre vino a detener sus carreras balompédicas, y ahora, en el horno de pan que administra Kordik, un gran seguidor del Dynamo, intentan recomponer el equipo y buscar a los que faltan.

–Echaba tanto de menos jugar.
–¿Más que el pan?
–Igual o más.

 Shvetsov, figura del Zeldor a principios de los años 30, le propondrá a Kordik crear una liga con equipos ucranianos y de los diferentes ejércitos que hay en ese momento en Ucrania: alemanes, húngaros, rumanos...

Pág. 51 de El partido de la muerte (Desfiladero Ediciones)

Pág. 52 de El partido de la muerte (Desfiladero Ediciones)

 Y tras las reticencias iniciales, el administrador de la panadería podrá conformar su propio equipo.

Página 54 de El partido de la muerte
Desfiladero Ediciones

A los jugadores del Dynamo se le unirán los del Lokomotive, y así nacerá el FC Start.

Viñeta de la pág. 55 de El partido de la muerte

 El 7 de junio de 1942, el Start se enfrenta al Rukh, el equipo de Shvetsov, que se lleva una buena goleada.

Viñeta pág. 63 El partido de la muerte

Pág. 64 de El partido de la muerte (Desfiladero Ediciones)

Pág. 66 de El partido de la muerte (Desfiladero Ediciones)

 Y el 6 de agosto, al Flakelf, el equipo de la Luftwaffe. Los nazis consideraban a los ucranianos un pueblo inferior en todos los aspectos; sin embargo, son derrotados con un humillante 5-1. Enfurecidos, piden una revancha que deberá jugarse tres días más tarde.

 Lo que ocurrió en ese y tras ese encuentro se plasma con emotividad y rigor documental en El partido de la muerte.

 Además, el álbum se complementa con un prólogo de Mario Alberto Kempes, y dos artículos de Pablo Herranz sobre las adaptaciones cinematográficas del mítico partido y sobre el marco histórico en el cual se desarrollan los hechos. El primero de ellos, A vida o muerte. Las versiones cinematográficas de El partido de la muerte, me ha descubierto algunas películas que desconocía, a la vez que me ha traído el recuerdo de Evasión o victoria, el film dirigido por John Huston que vi en el cine en 1981.

Cartel de la película Evasión o victoria (1981)

 Inspirada muy levemente en el partido reseñado y en otro encuentro similar disputado en 1944 para celebrar el cumpleaños del Führer, que enfrentó a un equipo húngaro con otro alemán, en Evasión o victoria la selección alemana se mide en París a un combinado aliado. En su alineación, junto a actores como Michael Caine y Sylvester Stallone, aparecen futbolistas de renombre, como Pelé, Ardiles o Bobby Moore. Recuerdo que me gustó aquella película, y lo mucho que deseaba tener una de aquellas camisetas aliadas, pero temo volver a verla, no sea que haya envejecido mal.


Equipo aliado de Evasión o victoria (John Huston)
Fotograma de la Warner Bros 

 Mario Alberto Kempes, que fue Campeón del Mundo con Argentina en 1978 y figura goleadora del Valencia CF, del que todos los de mi quinta recordamos aquel «No diga gol, diga Kempes», cuenta en el prólogo, entre otras cosas, lo siguiente sobre esta novela gráfica:

En El partido de la muerte se relata la vida de unos futbolistas que lo perdieron todo, incluso su libertad. Se les privó de lo más elemental con su país destrozado. Son unos hechos tan reales como terribles. A pesar de todo, pese a todas las vicisitudes, se logra agrupar a un puñado de estos jugadores y el grupo, con la preparación de un técnico, se transforma en un equipo. Un equipo motivado, con disciplina. Son como pájaros que han estado enjaulados y ahora se les permite volar. Están felices dentro de la cancha y, llegado el momento, demuestran lo mejor de sí mismos.

Mario Alberto Kempes, el 'Matador'
Fotografía: Segui (As color)

 Imagino que al escribir esto su pensamiento también volaría al Mundial del 78, a ese campeonato celebrado bajo una sangrienta dictadura militar. Mientras en el estadio se celebraba la final, a diez calles de distancia, en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), decenas de personas eran torturadas y asesinadas. Entre 1976 y 1983, más de 5.000 personas, detenidas o secuestradas, pasaron por la ESMA, donde fueron interrogadas y hechas desaparecer; un terrible y oscuro episodio que, afortunadamente, no quedaría impune, siendo condenado a cadena perpetua el militar golpista y dictador Jorge Rafael Videla y sus secuaces. Estoy seguro de que de ese Campeonato del Mundo, de esa historia, saldría otra buena novela gráfica, una dedicada a todas aquellas víctimas del horror (se estiman en 30.000 los desaparecidos).

 Y porque tengo madre, me acuerdo de las madres de la plaza de mayo y les dedico esta entrada. También a todas las madres de los soldados que están ahora mismo en el frente en Ucrania. Y a las que perdieron allí a sus hijos. Y por supuesto, a mis alumnos ucranianos que llegaron a Málaga huyendo de la guerra, para los que ha sido un placer leer una historia que los acerca a casa.

Arsenii y Misha en la biblioteca del I.E.S. Isaac Albéniz de Málaga
Fotografía: Pedro Delgado

Anna y Polina en la biblioteca del I.E.S. Isaac Albéniz de Málaga
Fotografía: Pedro Delgado

Nikita leyendo El partido de la muerte en la biblioteca del I.E.S. Isaac Albéniz
Fotografía: Pedro Delgado


viernes, 26 de mayo de 2023

¿QUÉ PENSARÍAN TUS HIJOS SI TE VIERAN EN ESTE MOMENTO?


Tablón de anuncios del pabellón deportivo del I.E.S. Isaac Albéniz de Málaga
Fotografía: Pedro Delgado

En el diario EL PAÍS de hoy, me he encontrado con un artículo de Andoni Zubizarreta, el exguardameta del Alavés, el Athletic, el Barcelona, el Valencia y la selección española. Y por aquello de que trata el tema Vinicius y el vergonzoso episodio que vivió éste en Mestalla, y porque se ha dado el caso de que algunos de mis alumnos me han preguntado qué opino al respecto, he colgado en el tablón del pabellón deportivo del instituto las acertadas palabras de Zubi.

Cromo de Zubizarreta (Ath. Bilbao). Liga 84-85. Ediciones Este
Imagen descargada de El sitio de mis cromos

PAISAJES / ANDONI ZUBIZARRETA
¿Qué pensarán los hijos?

Era un sábado por la tarde del invierno de 1979, llovía, jugábamos fuera y el partido se disputaba a las 15.00, no por no coincidir con ninguno televisado sino por la simple razón de que en aquel entonces los campos de Tercera División, la Primera RFEF actual, no contaban con luz artificial y había que aprovechar cada rayo de luz para jugar el partido. El césped estaba, como siempre, pesado, húmedo y resbaladizo, y nosotros necesitábamos ganar para seguir en la parte alta de la tabla, un lugar donde nadie nos esperaba pero que partido a partido habíamos ido consolidando. El partido empezó de tanteo, poco juego, nada en medio campo y mucho balón largo, mucha disputa, mucho balón dividido y mucha falta. Aquel fútbol. No había pasado nada en las áreas, pero detrás de mi portería se movía nervioso un seguidor rival que mezclaba gritos a favor de su equipo con unos cuantos insultos, imprecaciones y frases de desprecio para los míos. Visto que no conseguía ningún resultado, empezó a fijar su objetivo en el jugador contrario que estaba más cerca: nuestro portero, mi espalda. Solo recuerdo que repasó todas las opciones de insulto que había, en euskera y en castellano, doble ración, hasta que un balón salió fuera de puerta y la pelota rodó hasta la valla que separaba el campo de la grada. Yo me dirigí pausado hacia el esférico, el resultado nos venía bien y, aunque todavía no había conocido a Johan para saber que cuando el rival quiere jugar rápido tú debes ir lento, algo de eso intuía. Llegué, llegamos, a la pelota a la vez, el hincha desaforado y yo, recogí con mimo el balón mientras cerraba mentalmente mis oídos, mi mente, y en ese segundo exacto levanté la mirada y le dije en voz baja, casi susurrando "¿Qué pensarían tus hijos si te vieran en este momento?".

 El efecto fue casi mágico y donde tenía alboroto, ruido y desprecio, todo se convirtió en silencio, un silencio abrumador.

 El partido discurrió favorable a nuestro equipo, ganamos y, tras la correspondiente ducha, salí de los vestuarios, entonces también de los últimos, para encontrarme con mi padre y volver a Aretxabaleta juntos cuando se nos acercó un señor a quien no conocíamos y que lo primero que nos dijo fue: "Perdón".

 Era el aficionado exaltado que se había dado cuenta de que su actitud no era la adecuada y que demandaba una cierta y católica absolución de mi parte. Le dijimos que no había problema, que el fútbol saca, a veces, una pasión desmedida y con ello, también a veces, lo peor de nosotros. Algún abrazo de despedida, buenos deseos para el futuro y marchamos hacia el coche, que ya era de noche, llovía y teníamos una hora de viaje hasta casa.

 En algo de eso pensaba cuando veía a Vinicius señalar a quienes le estaban insultando y recordaba la capacidad que tiene el profesional del fútbol para abstraerse del ambiente pero, a la vez, poder ponerle cara en determinados momentos a los insultos y las actitudes más exacerbadas.

 Y entendía que, por muchas medidas que se tomen, hay cuestiones que necesitan de cada uno de los que asistimos a los estadios para que se puedan subsanar y que no es cosa de protocolos, normativas ni cámaras, sino de implicación de cada uno de nosotros para que ese tipo de actitudes no se den en nuestro entorno. Para que si sale lo peor de nuestra personalidad alguien nos recuerde lo que pensarían los nuestros si nos vieran en tan abyecta actitud, esa que insulta escondida y justificada en la masa.

 Una hora después del partido de Mestalla me ponía, otra vez, delante de la tele para ver el Sevilla-Betis y fui testigo de la acogida del público de Nervión a Joaquín. Parece que esto ha quedado en simple rivalidad sevillana, derbi, pasión y tantas historias vividas, pero no sé yo si los padres de los que insultaban al 17 verdiblando estarían muy satisfechos.

 Y ya que Andoni menciona a Joaquín, quisiera desearle desde aquí lo mejor al delantero bético que se despide de los aficionados con un partido homenaje el próximo día 6 de junio en el Benito Villamarín. Sé de dos* que vamos a disfrutar de lo lindo con ese partido. Joaquín, pisha, gracias por ese arte y esas risas.

*https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2019/04/homenaje-tomas-chincoa-gallego.html


martes, 16 de mayo de 2023

EL ATLETISMO EN LOS LIBROS MÁS INSOSPECHADOS

A veces, me encuentro en los libros más insospechados párrafos que versan sobre el atletismo. La última vez fue hace unos días, en un libro de literatura de naturaleza, esos que nos enseñan a apreciar y amar la vida "salvaje" que nos rodea. Su título es Cómo cazar un topo: Y encontrarte a ti mismo en la naturaleza (Editorial Ariel, 2020), del británico Marc Hamer.

Cómo cazar un topo, de Marc Hamer (Editorial Ariel)
Fotografía: Pedro Delgado

 En la página 136, de la traducción de Beatriz Ruiz, se puede leer lo siguiente:

Diviso a dos caballos alazanes sin montura que van galopando sueltos por las lomas, proyectando veloces sombras alargadas sobre la hierba escarchada, y me levanto para admirarlos y me entran deseos de ser ellos, aunque ahora mi cuerpo está demasiado viejo y agotado para correr. Recuerdo cuando corría campo a través en mis años escolares: corríamos calzados con unas zapatillas negras de gimnasia, unas playeras, por páramos y pisando barro y cruzando arroyos. Yo no era muy rápido, pero podía seguir corriendo más tiempo que nadie. No quería parar.

 Uno lee esas líneas y enseguida se retrotrae a ese recuerdo: las carreras escolares de campo a tráves en el circuito de Portada Alta, con zapatillas inadecuadas; a veces, con barro, y siempre, con un derroche increíble de energías.

Nota: Pueden leer la reseña de Cómo cazar un topo: Y encontrarte a ti mismo en la naturaleza pinchando en el siguiente enlace:

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2023/05/como-cazar-un-topo.html


domingo, 30 de abril de 2023

LOS INSTANTES FELICES DE LARTIGUE

Son muchas las imágenes que me vienen a la mente cuando oigo mencionar al fotógrafo Jacques Henri Lartigue (Courbevoie, 1894 - Niza, 1986), pero hasta hace poco todas eran en blanco y negro. De todos esos instantes precisos, que diría Cartier-Bresson, el primero que recordaba era ese bólido de carreras que ya ha empezado a salirse de la imagen, esa instantánea que transmite como pocas el vértigo y la excitación de la velocidad.

Grand Prix de L'Automobile Club de France, 1912
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France

Grand Prix de L'Automobile Club de France, 1912
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France

Suzanne Lenglen, 1915
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France

Campeonato del mundo de salto de esquí acuático en Juan-les-Pins, 1938
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France

Bibi y Lolo en un gimnasio de París, 1921
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France

 A partir de ahora, después de una visita virtual por las salas del Canal de Isabel II de Madrid, he de sumar a esas imágenes grises otras a color.

Exposición de fotografías de Lartigue
Fotografía: © Fundación Canal

 Bajo el título Lartigue, el cazador de instantes felices, la Fundación Canal expuso por primera vez en España (comisariada por Anne Morin y Marion Perceval) algunas de las imágenes a color que tomó el fotógrafo a lo largo de su vida. Y entre todos esos momentos felices y luminosos, como no podía ser de otra manera, pues también son instantes felices los que nos proporciona el deporte, podemos descubrir escenas deportivas como estas:

Fotograma del vídeo de la exposición de Lartigue en Canal Isabel II
Vídeo: Fundación Canal 

"Carrera ciclista", Beausoleil, 1957
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France / MPP-AAJHL

"Jean Creff haciendo parasailing", 1964
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France / MPP-AAJHL

Ciclista con su sombra
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France / MPP-AAJHL

Gran Premio de Automovilismo
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la culture, France / MPP-AAJHL

"Carrera ciclista entre Nice-La turbie" (Francia, marzo de 1954)
Fotografía: Jacques Henri Lartigue © Ministère de la Culture, France / MPP-AAJHL

 Leyendo los textos de la exposición, comprendo que era normal que asociara a Lartigue con el blanco y negro, pues tan solo un tercio de las 120.000 imágenes conservadas y donadas al Estado francés en 1979 son a color. De ahí quizás, que esta exposición se haya centrado en esa parte significativa pero poco conocida de su obra, la que siempre quiso hacer, pues como dejó escrito en sus memorias, «la vida y el color son inseparables».

Retrato de Jacques Henri Lartigue
Fotografía: Yousuf Karsh

En sus comienzos hizo uso de una combinación del autocromo y la estereoscopia con el afán de mejorar su captación de la realidad. "Dios mío, desde que tenía cinco o seis años vengo pidiéndote: ¡por favor, déjame fotografiarlo todo en color!" rezaba el artista. Y es que las limitaciones técnicas de la incipiente fotografía en color de la época solo permitían fotografiar a blanco y negro ese movimiento tan necesario para capturar sus preciados instantes felices. Su frustración hizo que abandonara la fotografía y se dedicara a la pintura hasta la aparición de la moderna fotografía en color en los años 50 con la que, esperanzado, comienza un nuevo camino de experimentación que, sin embargo, tampoco parece convencerle del todo. De hecho, esta insatisfacción hace que, al final de su carrera, decida reproducir en color las fotografías más emblemáticas que había realizado en sus comienzos en blanco y negro.
Lartigue, el cazador de instantes felices
Fundación Canal

P. D.: La exposición terminó el 23 de abril, pero pueden verla de manera virtual, bien a través de una visita guiada por Anne Morin, una de las comisarias de la exposición, o mediante una visita interactiva en la página de Fundación Canal.

https://www.fundacioncanal.com/expo-lartigue-3d/index.html

Fotografía de sala de la exposición Lartigue, el cazador de instantes felices
Fotografía: © Fundación Canal

Fotografía de sala de la exposición Lartigue, El cazador de instantes felices
Fotografía: © Fundación Canal

Cartel de la exposición Lartigue, el cazador de instantes felices
Fundación Canal de Isabel II, Madrid


domingo, 23 de abril de 2023

sábado, 11 de marzo de 2023

BOCETOS DE NATACIÓN, QUE BIEN PODRÍAN SER DE ATLETISMO


Bocetos de natación, de Leanne Shapton (Blatt & Ríos, 2022)
Fotografía: Lucía Rodríguez


"No mees en nuestra piscina, nosotros no nadamos en tu baño".


Hace unos años recurrí a la natación para superar unos problemas de espalda, y volví a reconciliarme con esta disciplina. Me había peleado con ella en el INEF de Granada, cuando estudiaba para convertirme en el profesor de Ed. Física que hoy soy. Por aquel entonces, estaba preseleccionado para los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 en la prueba de los 3.000 metros obstáculos, y muchos días tenía doble sesión de entrenamiento. En el horario figuraba la natación a primera hora de la mañana, lo que significaba que yo me había levantado temprano, había corrido para acumular kilómetros por los alrededores del barrio y me había duchado y desayunado algo apresuradamente antes de meterme en un vestuario que olía a pies y cloro a ponerme un bañador ajustado, un gorrito ridículo y unas gafas de Rompetechos a las que tenía que escupir en los cristales para que no se me empañaran. Al principio, los juegos de familiarización, de respiración y flotabilidad me relajaban, pero cuando empezamos con la propulsión y a hacer un largo tras otro, con la tablita de corcho y sin ella, aquello empezó a pesarme. Salía de clase agarrotado, con los músculos hinchados como si fuese el muñeco de Michelin (Bibendum), y no rendía bien a la tarde en la pista de atletismo. Así que empecé a faltar a la clase de natación algunas mañanas, cuando a la tarde tenía un entrenamiento de los fuertes: miles o interval de cuatrocientos. Luego, al cruzarme con el profesor en el recreo o en algún intercambio de clase, éste me miraba con severidad y yo quería que me tragara la tierra.

Concentración RFEA - Especialidad Obstáculos "Plan 92"

 La autora y protagonista de Bocetos de natación, Leanne Shapton (Mississauga, Canadá, 1973), también estuvo a punto de ser olímpica.

Supongamos que estoy nadando con otras personas, en el mar, un lago, una piscina, y una de ellas sabe que fui nadadora y comenta: "Leanne es nadadora olímpica". Yo aclaro: "No, no, sólo llegué a las clasificatorias nacionales, no fui a los Juegos Olímpicos". Pero el alarde ya subió a la superficie, como un globo: a algunos les divierte, les da curiosidad; a mí me hace sentir expuesta y me produce nostalgia.
 Si me insisten, en general basta con decir que fui a las clasificatorias de Canadá en 1988 y 1992. Que alguna vez, brevemente, quedé octava a nivel nacional. Explico que para ir a los Juegos Olímpicos hay que lograr el primer o el segundo puesto en las clasificatorias. Y ahí termina la conversación. Después de nadar un rato vamos hacia la orilla o nos subimos al bote o al muelle, y pasamos a hablar de comida o a contarnos algún chisme.
 No tengo recuerdos vívidos de las clasificaciones nacionales ni de cuando ganaba medallas; casi no recuerdo la primera vez que lo dejé en 1989, ni cómo se lo dije a Mitch, mi entrenador. Seguramente habrá sido después de un entrenamiento nocturno. Junto a la piscina, cuando los demás habían ido a cambiarse. Habré estado ahí de pie en bañador, con la mochila y la toalla. Él me habrá preguntado "¿Qué pasa?". Y entonces se lo debo haber dicho. Que mi familia se mudaba al campo, que no quería quedarme a vivir con otra familia para poder seguir entrenando... así que había decidido abandonar la natación.
 Tal vez se lo dije mientras me ponía hielo en las rodillas. Los que nadan crol, mariposa o espalda suelen tener problemas del hombro, pero la mayoría de los que nadan braza tienen problemas de rodilla, y se les aconseja ponerse hielo con regularidad y tomar una aspirina diaria. Después de entrenar o de competir, me sentaba en las gradas con un vaso de telgopor lleno de agua congelada y hacía girar el hielo contra la parte interna de mis rodillas hasta que se ponían de un rosa intenso y perdían sensibilidad. Recortaba el vaso desde los bordes para que no chirriara contra la piel adormecida. El hielo se volvía resbaladizo, afinándose a medida que se derretía.
 Pero no me acuerdo de cuando le hablé. Sí recuerdo haber hablado con Dawn, su asistente, a la mañana siguiente. Mitch no estaba. Nos sentamos en unas sillas plegables al borde de la piscina, mirando al equipo que entrenaba. Dawn me dijo que Mitch se había enfadado. Me preguntó qué pensaba hacer. Creo que le dije que iba a estudiar piano y arte, aunque sabía que no lo entendería. Que incluso tal vez yo no lo entendía. Recuerdo haber mirado a los nadadores, que empezaban con la serie más fuerte, y haber pensado: crucé la línea. Ya no tengo que hacerlo nunca más. Recuerdo estar ahí sentada y aliviada.
 Una vez Mitch me dijo: "Vas a ser excelente". Después Dawn me dijo: "Mitch no quiere hablarte".
 Los nadadores ponemos al entrenador por encima de todo. Lo admiramos, somos vulnerables, estamos desnudos y mojados frente a él. El entrenador nos ve débiles, nos debilita, cuenta con nuestra confianza, hacemos lo que nos dice. Es una relación como de guardián, padre, madre, jefe, mentor, carcelero, médico, psicólogo y maestro. Mitch me rompió el corazón.
***
Bocetos de natación, de Leanne Shapton (Blatt & Ríos)
Fotografía: Lucía Rodríguez
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Me autodefiní, en privado y en abstracto, por mis breves e intensos diez años como atleta, como nadadora. Entrenaba cinco o seis horas al día, seis días a la semana, y en el medio comía y dormía todo lo que podía. Los fines de semana los pasaba entrenando o compitiendo. No era la mejor; era relativamente rápida. Entrenaba, comía, viajaba y me duchaba con los mejores del país, pero no era la mejor; era bastante buena.
 Me gustaba lo dura que era la natación a ese nivel: saber que podía hacer algo difícil e inusual. Que mi disciplina fuera reconocida, respetada; que tal vez no encajara en los grupos ni dijera las cosas correctas pero había algo que sí hacía bien. Quería creer que tenía talento; ser rápida era una prueba de mi talento. Aunque me encantaba competir, no me motivaba la idea de ser la más veloz, de ser la número uno, de los Juegos Olímpicos.
 Todavía sueño con el entrenamiento, con las carreras, los entrenadores y las competidoras desdibujadas. Me atraen las piscinas, todas, no importa lo pequeñas que sean o lo sucias que estén. Ahora, cuando nado, entro al agua como si tocara distraídamente una cicatriz. Mi nado recreativo es un fantasma de mi nado competitivo.

Leyendo Bocetos de natación en la exposición de Maria Svarbova
La Térmica, Málaga, enero de 2023. Fotografía: Lucía Rodríguez

 Leí Bocetos de natación (Blatt & Ríos, 2022) a final de año con un lápiz en la oreja, como los antiguos carpinteros, y sus páginas quedaron llenas de subrayados y anotaciones.

Le escribo a uno de mis viejos entrenadores, Byron MacDonald, y le pregunto si puedo ir a ver un entrenamiento matutino en la piscina de la Universidad de Toronto. Cuando llego, Byron y su asistente, Linda, están de pie junto al bordillo en la parte honda, cada cual con una fotocopia de la rutina. Están tal cual los recordaba. Byron sigue caminando con ese pavoneo contenido estilo Roy Scheider. Linda sigue pasando rápidamente de la cara de póker a la risa.
 También la piscina está igual. Tiene una paleta rara para una piscina de competición: naranja, marrón y beige con estallidos de azul en los banderines, los bordes y las siete letras de TORONTO distribuidas equitativamente entre los ocho carriles. Cuando nadaba con Byron solía preguntarme cómo sería la vida desde el bordillo, estar ahí arriba seco y sin frío, en pantalones cortos y zapatillas. Siempre había pensado en el tedio que debían sentir los entrenadores mientras nosotros, en el agua hacíamos esos miles de metros de calentamiento, series principales y vuelta a la calma. En un entrenamiento el tiempo pasa con precisión; cada minuto –cada segundo– se siente y se reconoce. En otras palabras, el tiempo pasa despacio.
 Me sorprende, entonces, descubrir que desde afuera el tiempo pasa rápido.
***
El agua está a temperatura bañera. Hago unos pocos largos, después decido hacer cien. Es mi entrenamiento básico, cien repeticiones de lo que sea. En verdad cien no es mucho pero suena bien, como "una hora"; aunque hacer cien largos de una piscina tan corta no lleva una hora, lleva unos veinte minutos. En cada extremo cuento para mis adentros. Si pierdo la cuenta vuelvo al último número que recuerdo. Mientras nado mi mente divaga. Hablo sola. Lo que llego a ver por las gafas de natación es difuso y aburrido, la misma vista largo tras largo. Van apareciendo al azar recuerdos triviales e inconexos, una vívida sucesión fotográfica de pensamientos. Se encienden y se desvanecen, como esas ideas flotantes, periféricas, previas al sueño, que a veces son intrascendentes y otras cobran impulso y producen ansiedad para finalmente disolverse. Cada pensamiento dura un cuarto de largo o medio largo, o como mucho un par de largos. Mis reacciones a esos pensamientos burbujean en el agua, contra mis labios: correcciones a la historia, cosas que me gustaría haber dicho o haber podido decir.

 Aquel libro hacía referencia a la natación, pero, conforme lo leía, mi mente, de manera automática, establecía un paralelismo con el atletismo. Bastaba cambiar un deporte por otro para verme reflejado.

Pedro Delgado con Bocetos de natación en la exposición de Maria Svarbova
La Térmica, Málaga, enero de 2023. Fotografía: Lucía Rodríguez

El único entrenamiento formal que tuve fue la natación. Me doy cuenta de que me apoyo en ese entrenamiento para trabajar; que sé cuándo esforzarme y cuándo descansar; que descubrí la equivalencia entre las rutinas y el entrenamiento intermitente y el rendimiento ante una fecha de entrega o la concreción de un proyecto.
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Cuando decido superar estos conflictos y unirme al equipo de másters de Nueva York, recupero el entrenamiento como quien vuelve a una vieja costumbre, a una antigua amistad o a un abrigo que se le había quedado pequeño. Es un territorio familiar (...).
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Me explica que a algunos nadadores les va bien porque aman el deporte y a otros porque tienen talento; que aunque él tenía un talento natural –se decía que su brazada era "casi perfecta"– en realidad pertenecía al primer grupo. Insiste en que es el amor por el deporte y por el entrenamiento lo que ubica a algunos nadadores por encima de otros. Le gusta parafrasear lo que dijo alguna vez un entrenador de béisbol: "La natación es mi alma. La vivo veinticuatro horas al día y me encanta".

 Incluso encontré un pasaje que me recordó lo que me contó hace poco el exatleta y escritor Daniel Azcona en el ciclo Leyendo a la carrera*, cuando quedó 3º en el campeonato de España de 1.500 m junior y ya se hacía en Atenas, en la concentración del equipo nacional. "Solo van los dos primeros", le dijo secamente el seleccionador cuando se acercó feliz a preguntarle las fechas.

Para cuando terminó la noche del domingo el equipo olímpico ya había sido seleccionado. De mis compañeros lo lograron Marianne, Gary y Marcel; Beth, Kevin y Mojca quedaron descalificados. Beth no alcanzó el tiempo estándar de calificación por una centésima de segundo. Una centésima. Recuerdo su cara, vidriosa, estoica, sobre el podio de metal. Era como ver a alguien que hubiera perdido a un familiar querido. Kevin había logrado el tiempo de clasificación pero había quedado tercero, y el equipo sólo admitía a los dos primeros.

 Y también líneas que me retrotraían a mi infancia, a esos veranos en Casarabonela, jugando en la alberca.

Derek tiene nueve años y yo siete. Estamos jugando a algo que llamamos "Naufragio": tras naufragar en medio del mar, hace días que nadamos y nos debatimos entre la vida y la muerte. Hay una isla a la vista, pero nuestra energía se agota. Empezamos el juego a tres metros del bordillo de la piscina de Serson.
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La escala entre él y la boya me hace pensar en esa escena del principio de Tiburón en la que una chica está flotando y de pronto algo tira de ella desde abajo, después la arrastra con violencia por el agua oscura. (...) (Derek y yo hemos representado la escena en varias piscinas públicas cuando nos aburríamos del Naufragio).

 Es probable que Leanne veraneara y jugara en la piscina de un pueblo de Málaga, porque en el capítulo Piscinas aparece pintado con guache o acuarela azul el vaso de una de Gaucín.

(...) encuentro una zona seca en el suelo claro y me siento con las rodillas contra el pecho, y a cada rato cambio de lugar para mirar la mancha con forma de mariposa que deja mi bañador húmedo sobre el pecho.

  Me volví a sentir identificado con Leanne cuando recuerda que le robaron en el vestuario de la piscina Clarkson una sudadera de color coral en la que ponía "Club Mónaco", pues a mí me hurtaron una mochila y un chaquetón azul y negro de la marca Mizuno mientras hacía series en la pista de atletismo de Carranque.

Detalle de la exposición de Maria Svarbova en La Térmica
This is my swim lane (07.10.22 - 12.02.23)
Fotografía: Lucía Rodríguez

 En las páginas de Bocetos de natación, Leanne Shapton deja caer algunos nombres de nadadores, como los campeones olímpicos Alex Baumann, Victor Davis (un ídolo para ella de trágico final), Michael Phelps, Anne Ottenbrite o Janet Evans.

El medallista olímpico Alex Baumann
Fotografía: olympic.ca


El medallista olímpico Victor Davis
Fotografía: Ted Grant (Canadian Olympic Committee)

En el póster Baumann parece un héroe de película: bueno, dulce y guapo. Luke Skywalker. Pero en realidad venero a Victor Davis. Han Solo. Una vez lo vi en un encuentro muy grande; yo tenía catorce. Recuerdo un torso enorme y musculoso y un pelo oscuro y enrulado. Era como contemplar un león, la iluminación de la fuerza física; emanaba algo furioso y contenido a la vez.
 Victor Davis fue criado por su padre en Guelph, Ontario. Toda su vida nadó con un mismo entrenador, Cliff Barry, un exjugador olímpico de waterpolo, robusto y de voz suave. Davis era indiscutiblemente guapo, fuerte, disciplinado y conocido por su marcada naturaleza competitiva. Antes de las carreras ejercía el terrorismo psicológico con sus oponentes, les clavaba la mirada. Iba hasta la plataforma con una toalla sobre los hombros, haciendo sombras de boxeo, y a veces escupía en el carril de al lado. Su momento más celebre fue en los Juegos del Commonwealth de 1982 cuando, furioso por una descalificación en relevos, dio una patada a una silla de plástico frente a la Reina Isabel. Es lo más cercano a John McEnroe que tuvo Canadá.
 Un documental de 1983 llamado The Fast and the Furious ("El rápido y el furioso") presenta a Baumman como el rápido y a Davis como el furioso. [...]
 En 1989, en una calle de Montreal, Davis, como peatón, le tiró una botella de gaseosa a un Honda Civic negro conducido por un hombre que había estado molestando a su novia. El Honda aceleró, lo atropelló y se alejó a toda velocidad. Davis tenía veinticinco años; estuvo en coma durante dos días antes de morir en el hospital. El conductor estuvo cuatro meses preso.

Documental The fast and the Furious

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Al final de Michael Phelps: Inside Story of the Beijing Games ("Michael Phelps: Historia secreta de los Juegos de Pekín"), un documental sobre cómo Phelps ganó ocho medallas olímpicas, hay tres episodios extra. Se llaman "Michael habla sobre su perro Herman", "Michael habla sobre cómo le gusta mandar mensajes de texto" y "Michael habla sobre lo mucho que come". En esas imágenes –que contrastan drásticamente con las de las carreras y el análisis periodístico– Phelps, descalzo y en pantalones de gimnasia, se recuesta en su sofá y le rasca la cabeza a su bulldog, Herman.

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La  nadadora canadiense Anne Ottenbrite
Fotografía: Toronto Star Photograph Archive

Cuando Derek y yo empezamos a tomar clases de natación, en 1984, nos obsesionamos con las gafas de natación. Mi heroína era la campeona canadiense Anne Ottenbrite, una rubia que nadaba braza y usaba unas Speedo grandes y redondas. Yo quería unas como esas. Cuando por fin las conseguí pensé que parecía más rápida.
 En las Olimpíadas de 1984, en Los Ángeles, Ottenbrite ganó la medalla de oro en los doscientos metros braza y la de plata en los cien metros braza con unas Arena negras medio cuadradas, con lentes negras y bordes blancos, opacos. Alex Baumann ganó los doscientos y cuatrocientos metros medley individual con unas Arena. Hacia el final del verano cambié a unas Arena medio cuadradas que enjuagaba regularmente con agua corriente como aconsejaban las instrucciones.
 Para 1988, cuando ya nadaba en serio, habían llegado al sur de Ontario las minúsculas gafas de natación suecas. Eran unos adminículos oculares de plástico moldeado que encajaban con precisión en la cuenca del ojo, sin necesidad de goma o gomaespuma alrededor de los bordes. En las Olimpíadas de Seúl, en 1988, Janet Evans ganó medallas de oro en los cuatrocientos y ochocientos metros libres y los cuatrocientos metros medley individual con unas verdes. En los encuentros en Ontario, había un entrenador que vendía gafas de natación suecas al costado de la piscina. Las cobraba a doce dólares. Me compré dos, unas rojas y unas marrones; venían desarmadas en bolsitas Ziploc. Las marrones para entrenar, las rojas para competir. Esas gafas de natación marcaron un ascenso en mi carrera como nadadora: de lo aceptable a lo bueno. Fue el comienzo de mi lealtad al equipamiento y a los rituales. Esas gafas de natación son como un saludo masónico. Aun ahora, si veo que alguien las usa, sé que sabe.

La nadadora estadounidense Jane Evans

 Acompaño esta reseña de las fotografías que la checa Maria Svarbova expuso estos últimos meses en Málaga, en La Térmica, bajo el título This is my swim lane. Y sé que desde su Mississauga natal, Leanne apreciará este detalle, pues ella ama el arte en todas sus manifestaciones. Prueba de ello son las acuarelas, las fotografías y las múltiples referencias que jalonan las páginas de su libro.

Exposición This is my swim lane, de Maria Svarbova
La Térmica, Málaga. 07.10.22 - 12.02.23
Fotografía: Lucía Rodríguez

Exposición de fotografías de Maria Svarbova en La Térmica
Fotografía Lucía Rodríguez

Exposición de fotografías de Maria Svarbova en La Térmica
Fotografía: Lucía Rodríguez

Exposición de Maria Svarbova en La Térmica (Málaga)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Exposición de Maria Svarbova en La Térmica de Málaga
Fotografía: Lucía Rodríguez



Páginas de Bocetos de natación, de Leanne Shapton
Fotografía: Lucía Rodriguez

Capítulo 'Tallas' de Bocetos de natación
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Leanne Shapton estudió arte y sus ilustraciones han aparecido en The New York Times y The Glove and Mail. Realizó sus prácticas en el departamento de arte de Harper's Magazine y después trabajó en el diario canadiense National Post, donde edita y diseña la sección de cultura. También dirige la revista dominical, Saturday Night.

Un amigo me manda por e-mail un link a unas fotos que le parece que me van a gustar. El fotógrafo es George Silk y retrata a Kathy Flicker, una saltadora de trampolín de catorce años, en la piscina de la Universidad de Princeton, en 1962. Las imágenes en blanco y negro tienen algo de fotografía espiritual: la superficie del agua desplaza la cabeza de Flicker y refracta su cuerpo, incrementando horriblemente su tamaño. Lo que queda bajo la superficie está exento de nuestra comprensión habitual de la física. Las fotos producen algo que rara vez logra articularse sobre el estado metafísico de la natación: el cuerpo, sumergido, se siente ampliado, más pesado y más liviano a la vez. Pesa menos y sin embargo es más fuerte.

Kathy Flicker
Fotografía: George Silk

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En mi estudio, trabajo junto a un póster que hizo David Hockney para los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972. Un hombre tirándose de cabeza, el agua de la piscina en una rejilla movediza, la luz en tonos de aguamarina y blanco.

Póster David Hockney
Juegos Olímpicos de Múnich 1972

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En mi oficina, enganchada detrás de una foto de James –a los veinticuatro, remando en el Central Park–, tengo una postal de la serie de nadadores olímpicos que hizo Ryan McGinley, originalmente por encargo de The New York Times Magazine. En la foto está Natalie Coughlin en mitad de una brazada de crol, con los dedos extendidos, intentando asir el agua que tiene adelante. Me recuerda que las manos de los nadadores, aunque pasan horas extendiéndose y ahuecándose para atrapar el agua de la manera más eficiente, siempre están relajadas; en una posición sensible pero decidida –como un agarre de escalada– en la que el agua pueda entrar y pasar.

La nadadora olímpica Natalie Coughlin
Fotografía: Ryan McGinley for The New York Times Magazine

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Bajé al escritorio de mi ordenador un diminuto jpg de Laura Knight, una acuarela llamada Girl Bathing. La vi solamente así, en baja resolución: una mujer en traje de baño violeta, sacándose un zapato antes de nadar. Me gusta ese tipo de posturas: pequeños momentos introspectivos de atención al cuerpo; la esposa hipocondríaca de Bonnard en la bañera; las variaciones de Fedele, "El fiel", una escultura grecorromana de un muchacho que, después de entregar un mensaje, se detiene pasa sacarse una espina del pie.

Fedele o El niño de la espina
Fotografía: Wikipedia

 La primera vez que vi una foto de esa escultura fue en la clase de historia del arte, en el tercer año de instituto. Recuerdo que me emocionó la historia del deber por sobre el dolor. Es una postura que todos identificamos: la tensión en la cadera y en la columna cuando levantamos el pie para examinarnos la planta.

 También hay referencias literarias, como la de La montaña mágica, de Thomas Mann o Gold in the Water: The True Story of Ordinary Men and Their Dream of Olympic Glory ("Oro en el agua: la verdadera historia de unas personas comunes que soñaron con la gloria olímpica"), de P. H. Mullen.

Durante el último tercio de La montaña mágica empiezo a pensar en esa condición de "especial" que el cuerpo les otorga a la proeza y a la enfermedad. Ambas implican soportar alguna clase de dolor.

 Y ya que esas líneas vuelven a tocar el tema del dolor, no puedo pasar por alto este fragmento que hace referencia a Rafael Nadal y su lucha con esa sensación.

El tenista Rafael Nadal tratado por su fisioteapeuta

Una mañana, mientras miro el Roland Garros por televisión, me levanto para poner la tetera en el fuego. Está comentando John McEnroe, y desde la cocina le oigo mencionar que Rafael Nadal está jugando con un tobillo esguinzado. Pienso en la contundencia de la idea de que, en mis tiempos de nadadora, estaba constantemente dolorida. No sólo el dolor agudo en las rodillas, del cual nos ocupábamos, sino también un dolor sordo y uniforme en los brazos, la espalda, los hombros. Dolor al sentarme, dolor al levantarme, dolor al reclinarme en un sillón, dolor al estirarme para agarrar la sal o sacarle punta a un lápiz. El estoico Nadal me recuerda cómo ignoraba (y a la larga olvidaba) el dolor durante las carreras, e incluso, hasta cierto punto, durante los entrenamientos. Era como si el dolor que sentía fuera del agua sirviera para recordarme que me volviera a meter en la piscina donde, después de cruzar cierto umbral, las molestias desaparecían. Para un deportista el dolor no es un elemento disuasorio, porque el único momento en que el dolor será eclipsado es cuando practica o cuando compite.

 A Leanne, como a tantísimos nadadores de competición, no le gusta nadar en aguas abiertas, se siente incómoda en ellas. A su naturaleza controladora le gusta tener unos límites.

Consulto a otros nadadores de competición y a la mayoría les pasa lo mismo con las aguas abiertas. Por ejemplo a Byron, mi exentrenador. Su primera objeción es el frío, la segunda tener que mirar por dónde va, la tercera la enuncia como el factor "qué mierdas es eso que hay ahí abajo". Me cuenta que en un campus de entrenamiento en Barbados uno de los nadadores, que venía de la Isla de Terranova, se negaba a alejarse más de diez metros de la costa por temor a los tiburones.

 Y ese último hecho y la palabra tiburones, me recuerda que a mí me ocurre igual, y que no me gusta bañarme de noche ni a más de cien metros de la orilla. La culpa la tiene Steven Spielberg y su película Tiburón, que vi con 9 años. La escena de la película de la que Leanne nos hablaba más arriba.

Tiburón, la película, es sobre un monstruo que come personas. Tiburón, la novela, es sobre el matrimonio. El tiburón es una metáfora de la infidelidad en la figura de Matt Hooper, un oceanógrafo con mucho dinero que gusta de comer vieiras. Mientras la gran sombra blanca se desliza a lo largo de la costa en busca de alimento, el oceanógrafo seduce a la esposa de Brody, el jefe de policía. (...) Mientras que el Tiburón de Spielberg podría definirse como "el hombre frente a la bestia" –ningún personaje tiene un papel romántico (a la chica guapa se la engullen en los primeros cinco minutos)–, la versión de Benchley se desarrolla alrededor del "hombre frente a la bestia sexy". En el libro, el tiburón amenaza al pueblo prosaico de la misma manera en que la infidelidad amenaza nuestras ideas cuidadosamente enmarcadas sobre el matrimonio. Es parte de la naturaleza, es doloroso, está siempre subyacente.

 Y ya que volvemos a hablar de tiburones, decir que Leanne también menciona los cuadros con escualos de Winslow Homer y John Singleton Copley y el tiburón en formaldehído de Damien Hirst. Más motivos para no estar cómodos en las aguas abiertas.

La corriente del golfo, de Winslow Homer

Tiburones, de Winslow Homer

Watson y el tiburón, de John Singleton Copley

La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo
Damien Hirst

 Si ustedes también son más de piscina, háganse con este libro.

Mirar a alguien que nada bien es el equivalente visual de acariciarle la cabeza a un perro de pelaje suave: algo natural y maravillosamente dulce, perfecto.

Bocetos de natación con una fotografía de Maria Svarbova de fondo
Fotografía: Lucía Rodríguez

Diarios de natación, traducido por Laura Wittner, con una revisión y adaptación de la traducción a cargo de Paula Pérez Rodríguez, fue editado en España por Blatt & Ríos en julio de 2022.


*Leyendo a la carrera: con Daniel Azcona.

https://www.youtube.com/watch?v=iJAbZt9SJgw