Portada de La media distancia, novela de Alejandro Gándara
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"La cuerda del cronómetro me araña la muñeca. Ya falta poco. Después de los veinte kilómetros se pisa un umbral en el que la fatiga pierde el ímpetu, los sentidos se adormecen, los músculos empiezan a soñar por su cuenta. Los accidentes del terreno se vuelven muelles como neumáticos. Sólo los giros y los cambios de horizonte producen malestar. En línea recta, con un paisaje inmóvil, podría durarse días enteros con este ritmo fácil y mecánico que ni el corazón advierte. El roce de la muñeca es el único aviso, enrojecido por el sudor. Se podría durar siempre. Quizá sea la verdadera aspiración, la carrera eternizándose y el transcurrir de los años, haciéndose viejo con las piernas en movimiento, que el corazón se detenga primero que el pie".
Nada más empezar a leer esta novela supe que me iba a llevar tiempo acabarla, pues las palabras de Alejandro Gándara hacían aflorar continuamente en mi cabeza imágenes que creía tener olvidadas, escenas y sensaciones que me asaltaban vívidas y claras desde tiempos lejanos, frases o párrafos que me hacían detener a menudo la lectura ensimismado en mis propios recuerdos. Y es que Gándara fue atleta en su juventud. Y eso se nota. Se nota y se agradece, porque uno puede disfrutar del libro por partida doble. Por un lado la lectura de las aventuras y desventuras de Charro, un mirobrigense (gentilicio que reciben los habitantes de Ciudad Rodrigo) que tras ganar una segunda vuelta pedestre a su pueblo es instado por el delegado de la Unión Deportiva Salamanca a correr un mil en el Helmántico para ver si ficha por la Unión, y por otro la lectura de esas cosas con las que, de un modo u otro, te puedes sentir identificado. Lugares comunes como la gente que se picaba hasta en los entrenamientos,
"Ahí viene otra vez. Ni siquiera el calentamiento es una tregua para él. ¿Por qué no le dejo pasar? ¿Estoy tan loco como él?"
las series en pista con las leyes de este deporte,
"Sonó la primera serie. Gazapo en el estómago: síntoma reconocible. [...] Salida y zapatazos. Marca el ritmo Bilbao, en evitación de vagancias. Mogollón. Voy a salir por fuera. Corro por el cielo, alegre y diáfano, sin el peso de las suelas. Los brazos bajos, intangibles, como haciendo rebaño de nubes. Doscientos metros. Bilbao se queda. Estrecho vigilancia y me cruzo hacia adentro. Sale un juvenil que no sabe dónde va. Otro. Me pego discretamente. Por el cielo, con los brazos bajos, sin barro, sin invierno, sin Lucio, sin músculos. No pensar en nada, porque eso es trabajo, el trabajo un peso, el peso mayor que altera el ritmo. Trescientos. ¡Lucio, como una bala! Los juveniles atrás, zombis totales, con el pulmón agarrado. Nos vamos cinco con Lucio. No resopla; yo, en cambio, me siento como un fuelle antiguo. Me quedaría, pero me empujan desde atrás. Lucio cambia, el animal, y se va solo. Me entra una desesperación pequeñita, porque la asfixia es mayor. Debería seguirle. Sin querer le estoy siguiendo. A cincuenta está Barbeitos. Tiene un crono en cada mano. Los dos cronos son nuestros dos corazones y empiezo a escuchar el mío, que se va emparejando con el de Lucio. El suyo no lo oigo. Ahora sí. Le he pescado a veinte metros. No es cuestión de picarse: regla de oro de este deporte. Hay que llegar juntos, hermanados, en un tiempo único. Cruzamos y suena el clic. De pronto, estoy mirando el suelo como si me fueran a enterrar en él. Lo miro fijamente y alguien me da por detrás. La ley dice que hay que moverse. Trotando, veo el cielo otra vez. Hasta dentro de siete minutos".
las maneras que cada uno tenía de enroscar los clavos en las zapatillas o de sopesar, tras unos años, si realmente merecía la pena seguir corriendo por la fuerza de la costumbre;
"Algunos ya se han desnudado. Afuera llueve. Hoy no habrá series rápidas: no serán necesarios los clavos. A veces, un entrenamiento de esta angustia muerta de cambiarse de ropa es desenroscar clavos de las zapatillas y volverlos a enroscar. Cada uno tiene su manera. Es parte del estilo. Lucio los enrosca con la mano hasta casi el final, es el método más rápido, para después ajustar con la llave. Mientras lo hace, no mira a nadie. Bilbao los trae preparados de casa. Si el tiempo o el plan cambian, y se precisan de otras medidas, siempre tiene zapatillas preparadas. Yo uso la llave desde el principio y empiezo a darle vueltas y vueltas y vueltas. Tardo mucho y siempre soy el último en salir del vestuario. En los demás no me he fijado. Pero cada uno tiene una manera diferente. Cada uno piensa algo distinto de lo que nos espera afuera. Hay en cada uno una forma distinta de sentir el futuro inmediato y de acercarse a él. ¿Seré el único que piensa en ideas como "afuera", "inmediato", "angustia"? ¿Todo lo que está sucediendo le sucede a alguien más que a mí? ¿Me hago estas preguntas tan repentinas sólo para demorar más el tiempo, cuando sería tan sencillo colgar las zapatillas por el resto de los inviernos? También sería sencillo no pensar, y sólo correr. Correr contra el tiempo para no tener que demorarlo. Cada cual, enrosque los clavos como los enrosque, tiene más inteligencia que yo. Ellos saben que demorar el tiempo no elimina la pesadilla de tener que correr contra él".
también la carga psicológica de retirarte en un entrenamiento (y no te digo nada en una competición),
"El domingo abandoné. Era la tercera vez. La primera Barbeitos dijo que faltaba rodaje. Y lo mismo la segunda. Después de la tercera, me quejé de la rodilla. Ni siquiera me tomaba el tiempo de cansarme. Un pinchazo, que era menos que un dolor tenue y, plaf, me venía abajo, miraba el suelo y me marchaba andando hasta la línea de meta. Él me veía llegar. No preguntaba nada. Metía un cronómetro en el bolsillo de la gabardina y seguía controlando a los otros. Es lo más duro de todo. No podía deshacerme de esa imagen fija, de un cronómetro metido en el fondo de un bolsillo. Tenía algo de vudú. El tictac se detiene y algo fundamental de uno mismo se detiene también. Después, cuatro expresiones parcas, casi epitafios. "Vete a rodar." "No sigas el plan estas dos semanas; alterna rodaje y descanso." "No te preocupes más de las pruebas de invierno." "El lunes nos vemos.""
y la gente que entrena por épocas, que van y vienen como el Guadiana.
"Ese Víctor es de los que entrenan por épocas, después desaparecen, hacen un viaje o se casan y aparecen de nuevo con gesto de venir a demostrarse algo; y tanto si se lo demuestran como si no, vuelven a esfumarse lo mismo".
Alejandro retrata la España de los años setenta, pero mi cabeza, por mi fecha de nacimiento (qué cosecha la del 66), se me iba a los ochenta. Imposible remediarlo.
Pedro Delgado Fernández encabezando un 800 Ciudad Deportiva de Carranque, Málaga 1983 |
Como el protagonista, yo también me había pagado los estudios con el atletismo,
"Sabía que era un atleta del Real Madrid y a veces me había mostrado algún periódico en el que salía mi nombre. "Es lo ideal", comentó una vez, "pagarse los estudios con el deporte sin dejar lo uno ni lo otro"".
e incluso había ganado un par de medallas en las pistas del Helmántico: un bronce y una plata en los Campeonatos de España Universitarios de Atletismo en los 3.000 metros obstáculos y los 10.000 metros, en 1989 y 1991 respectivamente.
"El Helmántico estaba plantado contra los tesos pardos y los campos amarillos, a la derecha de la carretera de Zamora. Era una construcción rara en aquel paisaje. Por fuera enseñaba el hormigón deslucido, propio del que tiene clientela asegurada. El club de fútbol había ascendido a Primera División y el Salamanca vivía un renacimiento futbolero. A todo ello había contribuido aquel nuevo estadio que, además de campo de fútbol, contaba con pistas de atletismo, lo que no era frecuente ni siquiera en la imaginación de clubes más poderosos. Estaba todavía la palabra "Helmántico", con su eco nigromántico, como señalando a la catedral de un culto recién instaurado. Alrededor, el campo pelado y limpio que rodea las ermitas".
Estadio y Pistas del Helmántico, Salamanca |
"Salí por el corredor de tribuna, encima del túnel de salida al campo. El césped tenía un brillo de ilusión que yo no había visto en los prados. El pistoletazo había sido la señal de una prueba corta que terminaba ahora. Los jueces estaban subidos en una escalera, en el punto de meta, como en una pirámide. Lucían en sus chaquetas brillantes escudos y en sus manos brillantes cronómetros. No sabré nunca si tanto brillo estaba sólo en mi imaginación o si fue la impresión de la primera vez, en la que yo iba dispuesto a que las cosas brillaran y a zambullirme en ese mar de fulgores como Ivanhoe en la marisma. También brilló un martillo, lanzado desde su jaula, cruzando la diagonal del campo como una bola de cañón. Los corredores hacían el calentamiento por un borde de la pista, en un margen de césped con bordillo. De los pequeños grupos de corredores saltaban también lentejuelas de sudor, que se esparcían como lluvia. Había muchachas que realizaban ejercicios cerca del listón de altura. Todo daba la impresión de ser distinto a las carreras pedestres. En Ciudad Rodrigo, como mucho, las chicas jugaban al escondite".
"[...] Allí había movimientos precisos, todo lo que se podía sentir parecía haberse calculado antes. Un lanzamiento o un salto duraban un instante de nada en comparación con la quietud que los rodeaba. Correr o saltar eran actos instantáneos de un trabajoso pensamiento que duraba mucho más que la carrera o el salto".
La novela de Alejandro está ambientada en el mundo del ATLETISMO, y lo escribo con mayúsculas porque tiene poco que ver con esa moda del running, esa campaña de marketing que ha hecho que mucha gente confunda los términos. Para lo segundo basta con calzarte unas zapatillas, salir a correr a la calle y participar en algunas carreras populares sin la presión del puesto o del crono, pero para lo primero hay que calzarse los clavos en el cross y en la pista. El Atletismo de verdad no se puede entender sin el campo a través y el anillo de 400 metros de la pista, sin la exigencia de la clasificación y del tiempo cronometrado, ni sin las zonas de saltos y lanzamientos.
"[...] Para eso tenía que evitar el fallo, aunque fuera incapaz de prever lo que podía ocurrir en una pista de tierra batida, compitiendo contra unas buenas zapatillas de clavos, con jueces, pistoletazo y todo ese solemne aparato tan distinto de las soledades de la alameda y el piso duro donde oía mis pisadas. Yo tenía la carrera cómoda de los que marchan según su instinto y que después supe que en el argot llamaban "trotones", como a los caballos libres de la madrugada en el campo. La pista era diferente. Al atleta se le marcaban los tiempos parciales y se le advertía durante la prueba, y de esta manera podía acomodar su ritmo a sus posibilidades. Ir más lento o más rápido de lo que se puede, es buscarse la ruina de un tipo de competición donde lo que cuenta es tiempo con décimas y centésimas. El atleta, desde la línea de salida, conocía a sus rivales. Sabía su tiempo y sabía hasta dónde podía seguirles o en qué momento debía dejarles. Conocía también a las liebres, y sabía lo que iba a hacer la suya, si la tenía. Las liebres marcan un ritmo de muerte por razones que hay que conocer antes de salir: quemar a algún trotón; marcar el parcial del galgo que la ha colocado para buscar el récord; trabajar para el equipo; lanzarse a tumba abierta y aguantar la pájara final, fiando en el trecho que puso en medio con su salida a la locura. El atleta tiene una estrategia para el tiempo y otra para ganar la prueba. A veces tiene las dos. A veces le falla una y se queda con la otra. En cualquier caso, sabe lo que tiene que hacer al final, conoce su prueba metro a metro y segundo a segundo, y mucho antes de que acabe ya tiene un veredicto que se parecerá bastante a los resultados. Cuanto más corta es la distancia mayores son las consecuencias del error y la ignorancia. También hay un lugar para la intuición, pero sólo después de que uno haya conocido sus límites. [...] Todo lo que sabía sobre una prueba de mil metros es que había que correrla deprisa y, al final, intentar algo parecido a un sprint, como decían en el Instituto. "El sprint es lo fundamental", me dijo uno que leía el Marca todos los recreos, al sol de la plaza. Yo tenía quince años y escuchaba embelesado sus conocimientos".
Pero no piensen que La media distancia es un tratado de atletismo, no, La media distancia es una novela que llamó la atención del mismísimo Juan Benet, quien dijo de ella que era la mejor novela que había leído en los últimos quince años en España. En la contraportada del libro, en la edición de Alfaguara, puede leerse lo siguiente:
"Un hombre corre e intenta ordenar su vida entre zancada y zancada. Lo que empezó como un arrebato de niño se ha convertido para Charro en un brillante futuro. Recién llegado a Madrid, tras fichar por un equipo de la capital, verá cómo la gloria del triunfo se funde con una realidad que comienza a deslizarse hacia el vacío.
El desamor, las victorias a medias y las derrotas olvidadas forjarán en él la sensación de encontrarse en la mitad de todo y el inicio de nada. Charro tardará años en encontrar la paz de reconocerse en las distancias medias".
Gándara aprovecha dos momentos de la novela para deslizar algunos nombres, atletas que seguramente pertenecen a su Olimpo propio, como Zatopek; el etíope Abebe Bikila;
Abebe Bikila |
el keniata Kipchope Keino y el estadounidense Jim Ryun, oro y plata en los 1500 metros en la Olimpiada de México en 1968;
Tras el keniata Kipchope Keino, podemos ver al estadounidense Jim Ryun |
el afroamericano John Hines, que fue el primer hombre que rompió la barrera de los 10" en los cien metros imponiéndose en la final de esos mismos Juegos Olímpicos con 9.95;
John Hines, oro en la final de los 100 metros en los Juegos Olímpicos de México 1968 |
o el velocista salmantino José Luis Sánchez Paraíso, quien llegó a participar en tres Olimpiadas (México 68, Munich 72 y Montreal 76).
Sánchez Paraíso en un cromo de la colección Campeones de España de la editorial Crosal, 1965 |
Pero también aprovecha para rendir homenaje a esa larga lista de atletas que no alcanzaron ningún reconocimiento, como el fondista Jeróme Benedetti del que cuenta el narrador que, en 1944, tras cruzar la meta de la maratón de Boston, continuó corriendo hasta un bosque cercano, y ya nadie volvió a verlo.
"Jeróne Benedetti debería ser el Santo patrón del atleta devoto. Pero los libros de historia sagrada del atletismo le han escondido. No subió nunca a un pódium, ni registró una marca imbatible. ¿Qué puede decirse entonces de un corredor que sencillamente se fue? He conocido tipos que hubieran dado algo por conseguirlo. Podría hacer una lista muy larga. Una lista de los que persisten en el fracaso, no han ganado ni un trozo de lata que exponer en la vitrina del comedor familiar, ni han robado siquiera las letras de su nombre a la linotipia de un periódico local. Además, conocen su futuro mejor que nadie, y está de sobra que algún despabilado les delate su anonimato. Persiguen su sola soledad por esos campos y no se esfuerzan menos que el resto. Pero persisten y esto les distingue de muchos que prometen a ojos entendidos; duran como si su organismo tuviera un fondo indestructible y con su resistencia, puede uno figurarse que sólo los ídolos tienen los pies de barro".
No sé de dónde sacó Alejandro esta información. No sé si es real o si se trata de una leyenda urbana, o si tal vez fue fruto de su imaginación. Hay otras cosas que me gustaría preguntarle a Alejandro: ¿cuántos años estuvo haciendo atletismo?, ¿qué pruebas y qué marcas hacía?, ¿por qué lo dejó?, ¿si ha vuelto a ver a esos amigos a los que cogió prestado el nombre?, esos amigos ya perdidos en la distancia. Por eso, he anotado en el calendario de la cocina llamar a Pablo Aranda. Decirle que tiene que traer a Alejandro a uno de esos encuentros de café cargados de lecturas que organiza con escritores en el aula de cultura del diario Sur. Además, Alejandro Gándara ha seguido escribiendo, y muy bien, después de esta primera novela que publicó en 1984 con 27 años. Antes, en 1979, ya había recibido el Premio Ignacio Aldecoa de Cuentos, al que seguirían el Premio Nadal en 1992 por Ciegas esperanzas, y el Premio Herralde en 2001 por Ultimas noticias de nuestro mundo. Su última novela, Las puertas de la noche, se publicó el año pasado, aunque yo ando ahora buscando Ciegas esperanzas, cuya historia transcurre en Marruecos (en los años inmediatos a la independencia), y la que fue su tercera novela, La sombra del arquero.
Alejandro Gándara (Santander, 1957) |
después de leer esta nueva entrada de tu blog, corro (nunca mejor dicho) a comprar la novela de Gándara. Qué dos grandes pasiones el atletismo y la literatura. Me has hecho disfrutar.
ResponderEliminarJaja, Pablo, te has adelantado a mi llamada.
EliminarLeo tu comentario y me acuerdo gratamente de aquellos correos que intercambiamos acerca de atletismo y de mis años de estudio en el INEF de Granada. Siempre resulta un placer hablar contigo de carreras, literatura y viajes.
Un abrazo.
Me ha encantado esta publicación, al leer tus palabras he experimentado el respeto que tienes por correr y la pasión con la que vives tu profesión. Agradecerte que compartas con todos nosotros tu manera de vivir y entender el deporte. Y por último, me gustaría pedirte una recomendación, estoy buscando un libro sobre correr para regalar a mi hermano, tenía en mente ''de que hablo cuando hablo de correr'', que lo leí hace bastante tiempo y me gusto mucho, pero creo que le puede gustar algo más sobre planes de entrenamiento, pero algo que no sea muy profesional, que hable de todo un poco...no se si el Metodo de Abel Anton podría ser una buena elección, se que hablan bien de el pero no he tenido la suerte de leerlo.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias por tu comentario, Alex. Siempre es grato saber que mis entradas conectan con los lectores.
EliminarNo me atrevo a recomendarte ningún libro sobre planes de entrenamiento. Leí muchos mientras cursaba la carrera de Educación Física, pero no estoy al tanto de lo que se publica ahora. En la librería Luces hay una sección de libros deportivos y de entrenamiento; pregunta allí por José Antonio que además de ser librero ha participado en algunas maratones. Él podrá aconsejarte mejor.
Otra opción para regalarle a tu hermano, si te gusta cómo escribo y si le gustan a él los libros de aventuras, es mi novela "Neguinha la garimpeira -Amazonas: la última frontera-", un libro que publicó la editorial Barrabés en 2007 y que ahora están liquidando por 6.83 euros más los 2.99 € del envío.
http://www.barrabes.com/barrabes-editorial-neguinha-la-garimpeira/p-23198
Un gran saludo.
Muchísimas gracias por tu ayuda. Cuando encuentre un hueco iré a la librería para que José Antonio me ayude con el regalo. En cuanto a tu libro, me lo voy a regalar por estas navidades, mi hermano, aunque es un gran apasionado del deporte no es muy aficionado a leer, por esa razón esta buscando algo, digamos más ''practico'', en vez de una novela.
EliminarUn saludo.
De nada, Alex. Creo que José Antonio va a escribir un comentario con algunas sugerencias. Y sobre mi libro, ya me contarás cuando te lo leas.
EliminarSaludos.
Buenas noches, me encanta la idea de recomendarte un libro sobre correr. Pero al mismo tiempo me surgen algunas dudas que tendriamos que hablarlas en la librería; que nivel tiene tu hermano, que presupuesto tienes, prefieres algo divulgatico o un libro técnico... Te dejo una selección de los libros que tenemos y vas viendo los que pudieran encajar con tu idea de regalo.
ResponderEliminarwww.librerialuces.com/especial/libros-para-corredores/49/
Por otra parte siento decirte que el Método de Abel Antón ya no está disponible en la editorial.
También aprovecho para lanzarle el guante a Pedro y que se anime a escribir un libro sobre el arte de correr. Pongamos que escribiese de manera amena una historia que nos haga un recorrido sobre como debemos preparnos para correr... Él puede; es licencia en INEF, es un atleta sobresaliente y además cuando escribe nos encanta.
Gracias, José Antonio, por anotar ese enlace con sugerencias. Y sobre lo último, te agradezco los piropos, pero ahora mismo prefiero centrarme en la narrativa.
EliminarSaludos.
Buenas José Antonio, a mi también me agrada la idea de que me asesores en este dilema. Entiendo que con todo el material que hay a día de hoy necesitemos afinar algo más la búsqueda. Pues bien, mi hermano es aficionado a la bicicleta de montaña y a salir a correr desde hace bastantes años, pero siempre alejado de las competiciones, como aficionado. Yo tengo aquí en casa ''Resistencia y entrenamiento'' de Mariano García Verdugo, el cual ha pasado sin pena ni gloria por mi estantería pues es un libro que a mi forma de ver no esta dirigido para cualquier tipo de corredor, supongo que alguien con los trienios de Pedro si que le podría sacar más partido.
ResponderEliminarNo hace mucho estuve echándole un ojo al libro de Chema Martinez: ''No pienses, corre'', es como una especie de guía donde se habla de todo un poco: alimentación, entrenamiento, descanso,psicología, etc. No me llaman mucho los libros estos que tan de moda están últimamente, escritos por grandes deportistas, ya que mi experiencia me dice que son muchos los que dejan bastante que desear.
Y totalmente de acuerdo contigo, sería todo un gustazo leer algo de Pedro relacionado el deporte en sí, sería una referencia esencial.
El atleta José Luis Sánchez Paraíso falleció el pasado 18 de julio en Salamanca a los 74 años. Desde Calle 1 le envío mi más sentido pésame a la familia y sus allegados.
ResponderEliminarUn abrazo.