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martes, 1 de septiembre de 2020

SE NECESITAN HÉROES


Se necesitan héroes (La Caja Books). Fotografía: Lucía Rodríguez

"Los héroes son los representantes del anhelo del hombre por superar los opresivos límites de la fragilidad humana y disfrutar, así, de una existencia más completa y más intensa que el resto de los seres humanos".
Cecil Maurice Bowra

El título de este libro hace referencia al anuncio con el que en 1903 el periódico L'Auto reclutaba participantes para la nueva ronda gala, un anuncio que me recuerda al que puso Shackleton para otra empresa no menos descabellada.

Anuncio prensa para la expedición de Shackleton

 Si el explorador antártico buscaba hombres para un viaje peligroso, a los que no se les aseguraba el retorno con vida, el Tour de Francia buscaba hombres que pudiesen cubrir pedaleando distancias que sobrepasaban la capacidad humana, recorriendo durante diecinueve días todo el territorio francés por carreteras maltrechas, con bicicletas robustas y faltas de tecnología, sin ningún tipo de avituallamiento ni asistencia y bajo las inclemencias meteorológicas del mes de julio. Como los hombres de Shackleton, aquellos "condenados de la carretera" solo tendrían honor y reconocimiento en caso de éxito.

Primera salida del Tour de Francia (1903)

 Se necesitan héroes (La Caja Books, 2018) está compuesto de dos partes bien diferenciadas: La estética del dolor, un singular ensayo sobre el mundo del ciclismo, a cargo de la brasileña Priscila Lessa (Curitiba, 1971), y Tourmalet, una original obra de teatro escrita por el valenciano Miguel Ferrando Roche (Alcoy, 1985) en la que el protagonismo recae en una de las cimas más legendarias del ciclismo y en tres de sus grandes figuras: Raymond Poulidor, Luis Ocaña y Gino Bartali.
 Y todo ello viene precedido de un prólogo de Guillermo Ortiz, un texto muy interesante que nos apunta las vías por las que va a discurrir la lectura y que se inicia con una distinción entre el triunfador y el héroe. Si el primero sólo concibe la victoria, el segundo requiere de la empatía de los espectadores, "de aprecio por la empresa más allá de sus resultados. Algo parecido a un «acabe como acabe, yo me sentiría orgulloso de haber hecho eso»".
Hay en el héroe, ya desde los tiempos griegos, un necesario componente trágico. No es solo una cuestión de épica. Épica, por ejemplo, es Chiappucci atacando a Indurain rumbo a Sestrières en el Tour de 1992 a casi ciento cincuenta kilómetros de meta. Épica, por ejemplo, es el Liverpool remontando tres goles al todopoderoso Milán en una final de Champions League. El heroísmo es otra cosa. El heroísmo, a menudo, es quedarse corto. Llegar tarde. Pecar de exceso o de defecto. Como, insisto, el heroísmo tiene poco que ver con la meta y mucho con el camino, es razonable que el ciclismo sea el escenario perfecto para la mistificación de sus ídolos.
 […] El heroísmo es tragedia pero también es belleza y fascinación en un sentido casi kantiano. El heroísmo está en el balanceo perfecto de la bicicleta en un puerto de montaña, en el riesgo desmedido descendiendo a noventa kilómetros por hora o en la posición perfecta del rodador sobre la bicicleta. Gianni Bugno vestido de rojo, amarillo y verde desafiando impertérrito a todo el pelotón en alguna carretera de julio. En el heroísmo hay también arrogancia, voluntad de superarse a uno mismo. Un punto de hibris, por seguir con la analogía griega.
 La hibris es un concepto griego que puede traducirse como desmesura. No referida a un impulso irracional y desequilibrado, sino a un intento de transgresión de los límites impuestos por los dioses a los hombres, algo que entronca con la definición de héroes de Cecil Maurice Bowra con la que abría esta reseña.
Hay algo en el esfuerzo y el atrevimiento del ciclista que nos sobrecoge como no sucede con ningún otro deportista. Algo demasiado humano. De entrada, es el único deporte que yo conozca en el que durante décadas se ha premiado en las más importantes carreras al último clasificado. Su mérito no es acabar la empresa ni mucho menos acabarla con éxito, sino atreverse a acometerla, como Ícaro, como Dédalo, incluso, como Hércules en sus doce trabajos, que sí, los completó, pero si hubiera vuelto a casa derrotado –como derrotado fueron Sísifo o Prometeo–, en nada habría cambiado la trascendencia de su hazaña.
 En lo que sí discrepo con Guillermo Ortiz, es en su apreciación de que "héroe es incluso el tramposo". Para mí, y para el común de los mortales, no hay nada heroico en hacer trampas, y ni Tom Simpson, puesto de anfetaminas pedaleando en las rampas del Mont Ventoux hasta perder la vida, ni Lance Armstrong y sus siete Tours, por poner dos ejemplos separados en el tiempo, pueden ser considerados héroes. Y esto es algo que también le digo al grupo musical Parquesvr, que han compuesto un tema brutal, Lance Armstrong, con un ritmo y un texto duro y teatral que se te mete en la cabeza y que hila muy bien con la épica, el triunfo, la pasión, el desengaño y el heroísmo del que estamos hablando.


«¡PELOTÓN, PELOTÓN, PELOTÓN, TON TON TON TON TON TON, PELOTÓN!»
 Tarareo el estribillo del grupo madrileño, incluso soy capaz de moverme compulsivamente a su ritmo y de lamentar que no sea la canción de la Vuelta a España 2020, pero aún así no puedo compartir ese amor por el texano, redimir al tramposo que me estafó tantas tardes frente al televisor. No, no lo volveré a querer.
«¡Porque tú antes lo querías, lo venerabas. Tú disfrutabas cada Vuelta, cada Tour, cada Giro, cada Clásica, pelotón! ¡Y ahora le has dado la espalda! ¡Lo llamas tramposo, mentiroso, dopado, dopado pelotón! Y el llora. Lance llora. Pero habrá un día. Habrá un día que nuestro líder renazca de las cenizas, pelotón. ¡Y tú, lo volverás a querer. Lo volverás a amar!».
 Lo único malo de tener héroes es que, algunas veces, tenemos que verlos de caer. Junto a algunos de esos héroes caídos nos pone a pedalear de inicio Priscila Lessa en la introducción a su ensayo La estética del dolor. La brasileña abre plano y nos mete de lleno en la etapa del Mont Ventoux del Tour de Francia del 2000. Al inicio de la ascensión, Marco Pantani, el Pirata, pedalea tratando de acortar los escasos metros que lo separan del grupo de cabeza, en el que se encuentran Jan Ullrich, vencedor del Tour de 1997, y el antes mencionado Lance Armstrong, vestido de amarillo y en busca de su segundo Tour. Notamos cómo nos suben las pulsaciones.
Marco Pantani los persigue a pocos segundos de distancia. Los corredores avanzan entre dos orillas de aficionados, en fila india por la carretera. Palmas, gritos e invasiones a la carretera dificultan el paso de los ciclistas al tiempo que intentan insuflarles fuerza para que se mantengan firmes, para que sigan adelante. Los nombres de los corredores lucen pintados sobre el asfalto con mensajes de ánimo.
 En su caza al grupo de cabeza, Marco Pantani reafirma su estilo único de pedaleo. Pequeñito, con sus 1.72 metros y 57 kilos, es grácil en sus movimientos, se sienta y se levanta de la bici como si estuviera jugando con un yoyó. La bicicleta se desliza debajo de él, como si formaran un solo cuerpo. Pero su mirada se mantiene fija adelante, firme, suficiente. El italiano avanza y recupera el atraso. Poco a poco la montaña va cambiando su paisaje, mudando de piel. Las carreteras arboladas del principio desaparecen y alumbran un paisaje seco y sin color, como una enorme montaña de tierra. Este es el encanto del Ventoux: su aspecto desolador e inhóspito. Conquistarlo resulta especial debido también a semejante escenario pintoresco.
 El momento en que el italiano contacta con el pelotón de cabeza, con la selección natural de los mejores, se vuelve mágico gracias a la emoción que desprende el locutor de la televisión italiana Rai Sport 2. «Parte il Pirata!», anuncia el locutor. […] Los comentarios del narrador transforman el evento deportivo en una secuencia literaria.
 El Pirata ataca para protagonizar con Lance uno de los duelos más emocionantes en las montañas del Tour. Una muchedumbre eufórica, sentada sobre la montaña y sus aledaños, grita y presencia lo más bello del ciclismo profesional: un enfrentamiento entre los mejores, un mano a mano en la cumbre. Apenas sus cuerpos, sus bicicletas, su sufrimiento y la montaña.
 […] Tal y como puede verse en el vídeo de la etapa del Mont Ventoux del 2000, el duelo empieza al más puro estilo del Pirata. Una secuencia de ataques al pelotón. Intentos de fuga para castigar y fatigar a los rivales y conseguir así que vayan quedándose atrás uno detrás de otro. Pantani es el especialista en esas ráfagas de ataque. Sin embargo, Lance está atento y tiene otra arma exclusiva. Su explosión final, a poquísimos kilómetros de meta en una etapa de montaña, es considerada letal, un rasgo que estremece al resto de los corredores. Es muy difícil neutralizarlo en los momentos finales de una etapa acabada en alto.
 «È incredibile Pantani», exclama el comentarista italiano en el instante en el que intenta escapar definitivamente del grupo para lanzarse hacia una victoria en solitario. El colombiano Santiago Botero lo sigue, pero enseguida se percata de que no puede ganar. Su cuerpo ya está fatigado, la postura firme ha quedado atrás. Cuando un ciclista balancea su cuerpo sobre la bicicleta, está buscando fuerzas donde no las hay. La técnica desaparece, el cuerpo se desvanece perdiendo la firmeza implacable que necesita un corredor para ganar una etapa como la del Mont Ventoux.
 Cuando Lance decide saltar del grupo y recuperar el tiempo perdido, demuestra que su especialidad es explotar sin piedad en la cima de la montaña. «Come un misile», afirma el narrador. Esprintando por el Ventoux, según escribiría luego Hamilton.
 El norteamericano se une al italiano. Y lo que en ese momento se despliega es un espectáculo de una incomparable belleza deportiva. Dos de los mejores ciclistas de su época se disputan cada milímetro de carretera en busca de la victoria, rueda a rueda, paso a paso. Parece una danza ensayada: los cuerpos en sus bicicletas al mismo ritmo, un duelo de héroes sobrehumanos, un fenómeno que «paraliza los ojos», por usar las palabras de Gumbrecht. Dos cuerpos luchando incansablemente, hasta el límite de sus fuerzas físicas y emocionales, para vencer una montaña, para vencer al otro, para vencerse, sobre todo, a ellos mismo. Un fenómeno deportivo que desafía la razón, que ejerce sobre los amantes del ciclismo –sean espectadores, comentaristas o corredores– una fascinación profunda, una excitación por el deporte.

 Y tras eso, y sin salirnos de la ronda gala, viene un interesante análisis del ciclismo como experiencia estética: las bicicletas y las carreras en el contexto de la modernidad; la creación del Tour y su contribución a la formación de la identidad nacional francesa en el periodo que va de la guerra franco-prusiana a la Primera Guerra Mundial; el espíritu festivo de la prueba; la belleza de los ciclistas; la estética de la competición y del espectáculo; la estética del dolor o la fascinación ante el sufrimiento de los atletas.

 Algunos textos te llevan a Googlear y a encontrarte con maravillas como éstas:
En el calor del verano francés es posible prestar ayuda a los ciclistas, dejando así una huella anónima en el Tour. En esas entrañables imágenes de 1962, los vecinos aguardan al pelotón con agua fresca en cubos o con las mangueras abiertas para que los corredores puedan, por un instante, aliviarse del calor. Muchos ciclistas dejan sus bicicleta sobre el asfalto o las apoyan en las paredes y corren hacia las ventas repartidas por el camino, donde en un santiamén pueden comprar helados o incluso bebidas alcohólicas, como cerveza o champán, que guardan con esmero en los bolsillos traseros de sus maillots para consumirlos o compartirlos con los compañeros en los kilómetros que aún restan hasta la línea de meta. Tan pronto pasa por las calles del pueblo, empelotan del Tour enfila de nuevo la carretera y continúa la ruta al encuentro de otras poblaciones francesas inscritas en el itinerario.
 
***
Más agresivos o más lentos, más delgados o musculosos, para el espectador los corredores del Tour acaban por volverse un objeto de profunda admiración. Esa puede ser una de las explicaciones a por qué muchos aficionados al ciclismo se alojan en caravanas y tiendas de campaña a lo largo de las carreteras francesas días antes de que pase el pelotón. Lo hacen para poder disfrutar de una mirada del pelotón de apenas unos segundos y tener la oportunidad de tocar, y quién sabe si dar un empujoncito, a su ciclista favorito en la parte dura de una subida.
*** 
Existen en los cuerpos de los deportistas de alto rendimiento una belleza única. Cada deporte posee una belleza específica, singular, característica. 
Andy Schleck fotografiado por Timm Kölln

Piernas de Andy Schleck
Fotografía: Timm Kölln

Piernas de Alejandro Valverde
Fotografía: Timm Kölln
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Cruzar la línea de meta y vencer la batalla contra el sufrimiento extremo y el cansancio absoluto es, en verdad, la mayor victoria que un ciclista del Tour puede alcanzar. Algo único. Una de las mayores conquistas estéticas que el deporte es capaz de proporcionar. Por ejemplo, el pequeño escalador colombiano Nairo Quintana venció su dolor al terminar la ascensión al Mont Ventoux en 2013. Cuando paró su bicicleta, sostenida por los masajistas, él apenas era capaz de desmontarla. Lentamente, como si estuviera enfermo o sufriera algún impedimento motor, Nairo cayó de la bicicleta en los brazos de los masajistas y se desplomó en el suelo, cabeza gacha, piernas tiesas. Parecía que su cuerpo había muerto de fatiga. Desfallecido y sin aire a causa de la altitud de la montaña, se acurrucó como un bebé en los brazos de su madre y murmuró algunas palabras. A su alrededor, bajo una respetuosa conmoción, todos aguardaban. Ante el Ventoux había un corredor castigado por el agotamiento del esfuerzo extremo. Sin embargo, el desplome había tenido lugar tras la línea de meta. El dolor había sido derrotado.
***
En el Tour, si el dolor pudiera estar representado por un sonido, empezaría por la casi imperceptible sensación sonora de una rueda chocando accidentalmente con otra. Luego seguiría con el ruido estridente de los frenos rechinando en las ruedas de carbono y de los pies desenganchándose de los pedales en busca de equilibrio. Así se llegaría al ruido de decenas de bicicletas amontonándose en el suelo en una inmensa pila que cubre a los ciclistas con los gemidos y gritos por las lesiones, las fracturas y la desesperanza de sufrir un accidente.
 Una gran caída del pelotón es uno de los momentos de mayor tensión en el Tour, ya que hasta que no se hayan levantado todos no se puede saber con certeza la gravedad de las heridas de los corredores implicados. Rápidamente, los ciclistas se ponen de pie con sus equipajes rasgados y las heridas por las quemaduras del pavimento a la vista. Un ciclista puede ser lanzado de su bicicleta a varios metros de distancia, deslizándose a gran velocidad sobre el tórrido asfalto del verano francés. Pero en el Tour «tú continúas», como decía Hamilton. Entonces, algunos corredores, con la ropa hecha andrajos, montan de nuevo en sus bicicletas y siguen apoyados en el coche del médico, que siempre sigue con la caravana, recibiendo curas en movimiento para recuperar el tiempo perdido y alcanzar al resto del pelotón. Otros, simplemente, se queda en tierra con fracturas y heridas que no les permiten continuar. Así ocurrió con el suizo Fabián Cancellara y el alemán Tony Martin cuando se rompieron la clavícula en la edición de 2015. En el momento en que Cancellara cayó, todavía en la tercera etapa, la cantidad de corredores implicados y la gravedad de la caída fueron tan significativas que, por primera vez en la historia de la competición, la carrera fue interrumpida hasta que los equipos pudiesen trabajar en la recuperación de sus corredores.
 
Quien tampoco pudo proseguir fue Vinokúrov en la edición de 2011, puesto que después de una caída que lo lanzó fuera del asfalto, a la vegetación de la cuneta, entre los árboles, el golpe le provocó fracturas en el fémur y la cadera. En esa ocasión, todo el equipo del Astaná abandonó el Tour junto con su líder.
A veces, el drama de la caída es más intenso y puede ser fatídico para el corredor.
 Al margen de estos dos últimos vídeos, ya hemos visto ejemplos de la peligrosidad de este deporte en las dos primeras etapas del Tour de este año 2020 o en el terrible accidente del holandés Fabio Jakobsen el 5 de agosto en la Vuelta a Polonia –tuvieron que echarle 130 punto en la cara y, menos uno, perdió todos los dientes–. Visto lo visto, no me negaran que hay que ser muy valiente para subirse a la bicicleta y disputar una etapa.


 Casi terminando su ensayo, Priscila Lessa, escribe algo que me ha hecho recordar la cara de póker que uno tenía que poner en las pruebas de fondo de atletismo.
En el ciclismo en ruta existe una regla clara en relación al sufrimiento. Los deportistas necesitan desarrollar la capacidad de mantener su ademán impasible ante el dolor, sin importar cuán duro y cruel sea. «¿Estás sintiendo un dolor paralizante? Demuestra estar relajado, incluso aburrido. ¿No consigues respirar? Cierra la boca. ¿A punto de morir? Sonríe», decía Tyler Hamilton. Lo que ocurre es que a veces no es posible mantenerse impasible. El mundo se desborda para la persona que siente dolor. Ese momento, en el pelotón, llega en las montañas. Un nuevo ritmo se impone. La belleza del pelotón compacto avanzando sin temor se esfuma, se rompe. Se entra en otra dimensión. Surge una nueva belleza. La estética se vuelve más lenta, más intensa. La respiración pasa a ser densa, en un continuo ejercicio de dominio de uno mismo y de autocontrol corporal. Poco a poco, la angustia se instala en cada ciclista. Es posible verla en cada rostro, incluso en la lucha interna que cada corredor entabla consigo mismo para que su cuerpo no exteriorice tales sensaciones.

Puesta en escena de la obra de teatro Tourmalet (Groc Teatre)
Fotografía: Víctor Gimeno

 La segunda parte del libro contiene la obra de teatro Tourmalet, la temible subida del Tour como metáfora de la vida y de los obstáculos que tenemos que afrontar en ella.
Una historia de puertos encadenados, de subidas, de bajadas, y una caída inevitable.
 Escrita y dirigida por Miguel Ferrando Roche, la obra, que ha sido llevada a los escenarios por la compañía Groc Teatre –fundada en 2013 por el mismo Ferrando–, nos muestra a tres hermanos ciclistas que se preparan para salir a la carretera con la intención de llegar al Tourmalet, en el centro de los Pirineos franceses. Son Federico, Miguel y Alberto. Primero hablan de Chris Froome, del caso Festina y de Lance Armstrong –"Si el caso Festina casi consigue romper el Tour, Lance casi destruye el ciclismo"–, y luego, en un giro de guión, se transforman en Luis Ocaña, Raymond Poulidor y Gino Bartali.

Cartel de la obra de teatro Tourmalet
Escrita y dirigida por Miguel Ferrando Rocher

 El español Luis Ocaña ganó el Tour de 1973, y perdió el Tour de 1971 por una caída en un descenso bajo un temporal de lluvia.

LUIS.– (Subiéndose a la bici). Ocho de julio de 1971.
         Ocho de julio de 1971.
         Si alguna vez me preguntan
         ¿Cuál fue el día más feliz de mi vida...


(Silencio eterno).

         Ocho de julio de 1971.
         Undécima etapa.
         Salimos desde Grenoble y tenemos que llegar a las duras
         rampas de Ornières-Merlette. 134 kilómetros.
         Ayer puse a prueba a Merckx, vi que flaqueaba.
         Debe ser hoy.
         Debe ser hoy.
         Ocho de julio de 1971.
         Aventajar treinta segundos a Merckx en montaña es poco
         probable.
         Aventajarle dos minutos, una hazaña que nadie cree posible.
         Ataco.
         Me escapo de todos mis rivales sin mirar atrás.
         Me vacío como ningún otro se ha vaciado antes.
         Me dejo el alma.
         Me quito el peso de los años.
         Mis años de hambre y pena.
         Pedaleo por España.
         Por España entera.
         Pedaleo por aquellos que me amaron.
         Pero, sobre todo,
         sobre todo pedaleo por aquellos que no confiaron en mí.
         Soy yo ante mi destino.
         Soy yo o Eddy Merckx.
         El resto no importa.
         Un minuto.
         Una moto de la organización se acerca con la pizarra
         indicando las diferencias.
         Dos minutos. Tres minutos. Cuatro minutos.
         Les saco cuatro minutos.
         A todos.
         Pero sobre todo a Merckx.
         Cinco minutos. Seis minutos. Siete minutos.
         Ocho de julio de 1971.
         Le saco nueve minutos a Merckx.
         Nueve minutos de diferencia.
         Diez. Llego a meta.


(Silencio).

PERIODISTA A.– ¿Cómo afronta esta primera etapa pirenaica?

PERIODISTA B.– Tras la genial etapa de hace tres días, usted tiene
          todas las opciones de ganar.

LUIS.– Once de julio de 1971.
          Después de dos etapas de transición en las que Merckx
          apenas ha podido recortarme tiempo, llegamos a los Pirineos.
          Cruzaremos Francia para llegar a España.
          Cruzaremos Francia por la misma montaña por la que huí de
          la pobreza.
          Hoy la etapa llega a la que fue mi casa.
          A la que es mi casa.
          Media España me espera con pancartas al otro lado de la
          frontera.
          Para ver a su héroe, a Luis Ocaña, derrotando a Eddy
          Merckv.


(Silencio).

          Llueve.
          Llueve tanto que la carretera es un río.
          Es el apocalipsis.


(Silencio).

          Eddy Merckv ha atacado.
          Tendría suficiente con pegarme a rueda, a una distancia
          prudente, solo tengo que marcarlo…

VOCES.– (Desde fuera). ¡Déjalo ir! ¡Déjalo ir!

LUIS.– Yo soy Luis Ocaña.
          ¿Hablan de orgullo?
          Puede.
          Pero no le voy a regalar una etapa, y menos en mi casa.
          Yo soy un luchador nato,
          soy quien soy,
          soy un grande,
          soy un ganador,
          soy Ocaña.

PERIODISTA A Y B.– ¿Cómo recuerda su victoria en el Tour de
          Francia de 1973?


(Se repite la pregunta dos o tres veces
porque Ocaña no la oye a la primera)

LUIS.– (Dejando de pedalear). Que cómo recuerdo la victoria de
          1973.
          No lo sé.
          No lo recuerdo.
          ¿Alguien recuerda cómo fue?
          ¿Alguien recuerda algo?
          ¿A quién dediqué la victoria?
          ¿Aquella habitación de hotel en Rue des Carmes?
          Recuerdo mejor aquel golpe contra el suelo de 1971.

PERIODISTA B.– ¿Qué recuerda?

LUIS.– Recuerdo el dolor,
          las heridas.
          Recuerdo la sangre.
          La lluvia.
          El asfalto mojado.
          El barro.
          Los truenos.
          La desesperación.

Luis Ocaña tras su caída en el Tour de francia de 1971
Fotografía: Diario AS

 La mala suerte también se cebó con Ocaña en 1972, con otra caída que lo obligó a abandonar la ronda francesa. Y en 1974, una caída en el Tour de l'Aude le impidió participar en el Tour de Francia, de ahí que muchos consideraran a El francés de Priego un héroe trágico.

Luis Ocaña. Poster Diario AS color.

 Sobre el francés Raymond Poulidor, "Pou Pou", decir que fue el corredor más amado y admirado por los franceses, quizás porque se pasó toda la vida tratando de alcanzar la gloria. Fue segundo 3 veces en el Tour (1964 y 1965) y tercero 5 veces (1962, 1966, 1969, 1972 y 1976), y aunque ganó 7 etapas, nunca logró vestirse de amarillo. La vez que estuvo más cerca fue cuando le ganó un mano a mano a Jacques Anquetil en la subida al Puy-de-Dôme, pero los doce segundos con los que aventajó a su compatriota en la cima no fueron suficientes.

Jacques Anquetil y Raymond Poulidor en la subida al Puy-de-Dôme
Tour de 1964

POU-POU.– No quiero engañarles. Tal vez todo esto solo sean excusas para consolarme. Todos los deportistas anhelamos la victoria. Sentir que tanto esfuerzo por una vez merece una recompensa verdadera… Ganar… Subir a lo más alto del podio. Ser por un día el guapo, el rico, el Niño Rey… El que se lleva la gloria. Sentir por un día… Sentir… ser Jacques Anquetil... 


(Silencio largo. Cambia de postura).

 ¿Ganar? ¿Quién quiere ganar? Yo fui el mejor segundo de la historia y no creo que nunca nadie pueda superarme en eso. ¿No les parece?

Los actores de la compañía Groc Teatre en la representación de Tourmalet
Poulidor, Bartali y Ocaña interpretados por Robert Roig, Héctor Fuster y Guille Zavala

 Después de que Miguel se transforme en Poulidor, le llega el turno a Alberto. Suena la «Giovinezza», y se transforma desde el fondo del escenario en Gino Bartali. El italiano, que ganó el Tour de Francia en 1938 y 1948, aclamado por el régimen fascista de Mussolini, salvó de la muerte a 800 judíos italianos que iban a ser deportados a los campos de concentración de Alemania. Para ello se valió de su herramienta de trabajo, la bicicleta, en cuyo cuadro o debajo del sillín escondía la documentación necesaria para sacarlos del país.

El italiano Gino Bartali

GINO.– […] Mi vendetta personal contra «el régimen» se produjo pocos años después, en plena Segunda Guerra Mundial.
 Año 1943. Las competiciones ciclistas se habían reducido prácticamente al mínimo. Yo aproveché aquellos años de forzado descanso para casarme y vivir como podía. Pero aquella situación me angustiaba. Veía a la gente sufrir y yo sabía que debía hacer algo. El ciclista del régimen… El Tour de Mussolini…
  La suerte llamó a mi puerta una mañana de marzo. El arzobispo de Florencia, Elia Dalla Costa, se puso en contacto conmigo.

DALLA COSTA.– Gino, las leyes raciales han empezado a ser aplicadas. Han llegado a Italia más de quince mil judíos y han encontrado refugio en conventos, colegios o comunidades religiosas, pero no vamos a poder mantener esta situación. Tenemos que hacer algo. Tú eres famoso, el régimen te respeta… Tú podrías ayudarnos.

GINO.– Pero cómo, yo solo soy un ciclista. (Silencio). Yo solo soy un ciclista.


(DALLA COSTA insiste).

DALLA COSTA.– Tengo un amigo, un impresor de confianza, que va a preparar documentos de identidad falsificados para las personas amenazadas, pero necesito a alguien que los transporte.


(Silencio infinito).

GINO.– El mejor sitio es el tubular de la bici. Es hueco, podría desmontarlo y guardarlos ahí. A menos que me registren la bicicleta, es imposible que nos detengan.

DALLA COSTA.– Bravo, Gino, bravo. Fantástico. Es una gran idea. (Silencio). Pero… si te cogen…

GINO.– Sí, si me cogen… (Hace el gesto de un fusil).

DALLA COSTA.– No puedes comprometer tu carrera, no debes comprometer tu vida… No debería haber venido nunca, no debería habértelo pedido. Es demasiado…


GINO.– Elia, todo irá bien. ¿Qué mal podría pasarme? Solo soy un ciclista. (Repite).
   Solo soy un ciclista. Solo soy un ciclista. (Se sube a la bicicleta). Solo soy un ciclista.
    Solo soy un ciclista…
   ¡Pasé mil controles, iba de Asís a Florencia, de Florencia a Asís! Florencia, Lucca, Génova, ¡el Vaticano! Jornadas a veces de hasta 175 kilómetros. Las milicias no hacía preguntas.
   «Eh, Gino, ¿dónde vas con tanta prisa?».
   «Estoy entrenando, no hay que perder ni un solo minuto!».
   Aquellas carreteras donde alcé los brazos vestido de rosa, de amarillo. Aquellas mismas carreteras donde gané el Tour de Mussolini… eran ahora la vía de libertad para cientos y cientos de judíos.

Gino Bartali

 Tourmalet es una obra de teatro que me ha encantado y que, si el coronavirus nos deja, me gustaría llevar a las tablas del instituto donde trabajo, el I.E.S. Isaac Albéniz de Málaga. La obra completa o sólo la parte final, con los textos de estos tres iconos del ciclismo. Creo que es un complemento magnífico a la unidad didáctica de la bicicleta y una excelente manera de introducirlos en la historia de este deporte.


Robert Roig, Héctor Fuster y Guille Zavala interpretando a Poulidor, Bartali y Ocaña
Tourmalet (Groc Teatre)

 "Si pudierais elegir… ¿Quién seríais? De cualquier época. Ponerse en su piel solo por un instante", pregunta uno de los personajes en Tourmalet. Yo lo tendría fácil: mi tocayo Pedro Delgado, con esos hachazos que te hacían levantarte del sofá para animarlo pegado a la tele.


 ¿Y tú, quién serías?


 Nota: Todos los textos a color pertenecen a la primera edición de Se necesitan héroes (La estética del dolor/Tourmalet) de Priscila Lessa y Miguel Ferrando Rocher, publicado por La Caja Books en septiembre de 2018. La traducción del ensayo de la brasileña Priscila Lessa, historiadora, profesora e investigadora del ciclismo, además de ciclista amateur, es de F. Arroyo.


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domingo, 22 de marzo de 2020

¿QUIÉN ESTÁ HACIENDO EL AMOR CON TU SEÑORA?


Gino Bartali en el Tour de Francia en 1948. Fotografía: AFP/Getty Images

El domingo pasado leí en El País un artículo que me llamó la atención y que he querido compartir con ustedes. Su autor es el periodista Íñigo Domínguez, autor de Crónicas de la mafia y Mediterráneo descapotable (Un viaje ridículo por aquel país tan feliz), ambos editados por Libros del K.O.

¿Quién está haciendo el amor con tu señora? 
Por Íñigo Domínguez
No quería escribir del coronavirus, pero no se me ocurría nada, parece que no está pasando nada más que eso. Es absurdo, claro, pasan billones de cosas en el mundo cada día. Los medios contamos, o intentamos, una parte microscópica de la realidad, además del fútbol, pero en momentos así el foco se reduce a hablar de una sola cosa. Para un político esto puede ser maravilloso. Ah, ¿recuerdan cuando solo existía el tema de Cataluña? Qué tiempos. ¿Han vuelto a oír hablar del derrumbe de Zaldívar?, porque al cierre de este artículo ahí seguían sepultadas dos personas. Y por cierto, ¿se han enterado de que Carmen Montón, la ministra que dimitió por copiar su trabajo final de máster, acaba de ser colocada como embajadora ante la OEA en Washington? Salió en el BOE en plena movida del virus. Siempre hay alguien que en el caos ve una oportunidad. No hay que bajar la guardia aunque uno esté muy ocupado. Lo aconseja sabiamente Who's Making Love, temas de Johnnie Taylor popularizado por los Blues Brothers: ¿quién está haciendo el amor con tu señora mientras tú estás haciendo el amor con otra?
 
 Esto es un clásico. A Paco el Pocero, insigne constructor de Seseña, le concedieron la medalla al mérito en el trabajo en 2004. Zapatero también estuvo fino aprobando el indulto al consejero delegado del Santander Alfredo Sáenz con el Gobierno en funciones justo antes de las elecciones que perdió en 2011. En clave positiva, el partido comunista fue legalizado en 1977 en Sábado Santo, para que no se liara.
 Siempre nos cuelan algo cuando miramos a otro lado, pero es que ahora es facilísimo, por la manera compulsiva que tenemos de mirar. Pendientes con el móvil del minuto y resultado de contagiados y fallecidos. No tengo ni idea de física cuántica, pero el principio de incertidumbre de Heisenberg dice algo así como que el observador modifica lo observado, y quizá pueda aplicarse a esto: es como si contagiáramos nuestra velocidad al virus mirándolo todo el rato. Esta regla no se cumple al cocinar la pasta: los italianos saben que si te asomas al agua, a ver si hierve de una vez, parece que nunca entra en ebullición.
Sofía Loren. Fotografía: revista Life
 En Italia hay otro célebre ejemplo de distracción de masa con buenas intenciones. Es la historia de cómo se evitó una guerra civil tras el atentado al líder comunista Palmiro Togliatti en 1948. Quedó herido en el hospital y la tensión era enorme. Si moría, podía estallar una revolución.
Portada con la noticia del atentado a Togliatti 
 El primer ministro Alcide De Gasperi tuvo una idea: llamó a Gino Bartali, figura del ciclismo en declive a sus 34 años, que estaba en el Tour. "¿Tú crees que podrías ganar el Tour? Es muy importante", le dijo. "El Tour no sé, pero la etapa de mañana sí", contestó. Bartali, a quien la guerra arruinó lo mejor de su carrera, lo había ganado 10 años antes, pero el día anterior había perdido ocho minutos, empezaba la montaña y la prensa le daba por acabado. Pero ganó, y le metió 18 minutos a Bobet, maillot amarillo. Togliatti preguntó ese día al despertar cómo iba el Tour. Bartali, al llegar a meta, preguntó cómo estaba Togliatti. "¡Viva Italia!", gritaron todos en el Parlamento con la noticia. Los italianos se pegaron a la radio, no entre ellos. Bartali ganó el Tour. Italia ganará esta batalla, y nosotros también, hemos tenido momentos mucho peores, así que es mejor distraerse con otras cosas hasta que pase esto y no dejar que nos distraigan de otras. Bartali, por ejemplo, no perdía nunca la lucidez. Al volver, el primer ministro le dijo: "Gino, has salvado Italia, pídeme lo que quieras, una copa de oro". Respondió: "Prefiero no pagar los impuestos un año".
Gino Bartali saluda al presidente Alcide De Gaspari tras la victoria del primero en el Tour
Fotografía: Archivo del Corriere della Sera

 Otros artículos de Íñigo Domínguez en El País:
https://elpais.com/autor/inigo_dominguez_gabina/a/

 Y recuerden que andrá tutto bene (todo irá bien).


 Vaya desde aquí un fuerte abrazo y esta canción para Giovanni Giustina, amigo y traductor de mi libro de relatos Carta desde el Toubkal (Lettera dal Toubkal).


jueves, 16 de julio de 2015

EL TOUR DE FRANCIA, GALLO NERO Y LOS DOS PEDRO DELGADO




Precisamente ahora que se corre la ronda gala, he terminado de leer El Tour de Francia de Mario Fossati. Comparto con el periodista de Monza (fallecido hace un año y medio) el gusto por los mitos y las gestas deportivas, así que ha sido para mí un placer leer cómo fue el día a día de la prueba hace 63 años, pues el Tour que Mario Fossati nos narra, con ese minimalismo estilístico que le caracteriza, es el de 1952: el segundo Tour de Francia que ganó Fausto Coppi, el gran expreso italiano.

 Imagino lo que tuvo que ser para Mario Fossati viajar a Francia como cronista de La Gazzetta dello Sport, tras sobrevivir, unos años antes, a la campaña rusa en la Segunda Guerra Mundial. La alegría de vivir la fiesta ciclista junto a la joie de vivre la vida después de casi perderla pues, como cuenta Enrico Curró en la introducción, "de los catorce amigos de la taberna Robbiati llamados como soldados a la estepa para servir de parapeto en la retirada de los alemanes, él fue el único que volvió del río Don".


Mario Fossati


 En aquel Tour de 1952, que Fausto Coppi estuvo a punto de no correr por un problema de ego con Bartali, el italiano cambió la maglia rosa del último Giro por el maillot amarillo del líder de la prueba francesa. Y lo hizo en la décima etapa, la que afrontaba el Alpe d'Huez.


Fausto Coppi en la ascensión al Alpe d'Huez en el Tour de Francia de 1952

 El Alpe d'Huez no es una colina, sino una montaña. La colina, en las carreras ciclistas, representa algo cóncavo, algo local (por expresarlo de alguna manera), el paisaje. El Alpe d'Huez tenía la plenitud de la montaña. Es la subida, la ascensión total.

 Por entonces, el director técnico del equipo italiano era el excampeón Alfredo Binda. Un Binda que tuvo que lidiar con los egos y los intereses de unos y otros a la hora de confeccionar el equipo, y desplegar su táctica sobre las carreteras francesas, moviendo sus piezas, como si de una  partida de ajedrez se tratara, en función de las innumerables y no siempre previsibles circunstancias que se iban presentando.

 -¿Qué adversarios pueden estar a nuestro nivel? Faltan Bobet, Kübler y Koblet. Su ausencia no nos beneficia. La igualdad no ayuda a los mejores, premia a los peores. Dado que temen a Coppi y a Bartali en las subidas (y al primero también en la contrarreloj), tratarán de atacar y batir a los nuestros en las etapas supuestamente fáciles, que de fácil no tienen nada: en las etapas llanas.

 Mario Fossati seguía la carrera "desde el espejo retrovisor de una enorme motocicleta que pilotaba Alippi, un probador de coches de Moto Guzzi", y después visitaba el hotel de la delegación italiana para tomar una copa e intercambiar impresiones con Alfredo Binda. Luego escribe, pero sin "transformar en fantásticos a los personajes de su historia".

 La tienda del guerrero es el hotel, el lugar en el que el campeón desvela a sus más íntimos los misterios de la carrera, manifiesta sus dudas, confía sus temores y lanza sus desafíos.

 Por supuesto, en un deporte como el ciclismo, en el que las rivalidades "no se apaciguan ni después de la línea de meta", y en ese equipo nacional con Coppi, Bartali y Magni como primeras figuras y un destacado elenco de gregarios, se vivirá la tensión entre sus dos primeras espadas,

 Incluso una entrevista, una palabra o una idea pueden ser utilizadas o falseadas por quienes quieren sembrar cizaña. Y la cizaña, como dicen en Cittiglio, no hace falta sembrarla, porque ya crece sola.

pero también la reconciliación entre ambos corredores cuando Coppi le dé su bote de agua a Bartali en el Galibier (aunque aún hoy muchos siguen discutiendo quién cedió la botella) o, sobre todo, cuando Gino Bartali le pase su rueda a Coppi en la etapa Sestriere-Mónaco.


Fausto Coppi y Gino Bartali en la ascensión al Galibier
Fotografía: Carlo Martini

  Agitaba un ejemplar de L' Équipe. Señalaba el rótulo de una ilustración (el cambio de rueda entre Gino y Fausto): Coppi, que ya ha quitado su rueda, agachado, con su cabeza contra la de Gino, en el momento en el que coge la rueda que le ha cedido Gino. La amistad entre estos dos hombres tal vez (¡!) haya nacido justo en este preciso instante.

Bicicleta Bianchi con la que Fausto Coppi ganó el Tour de 1952


 La proeza de ganar Giro y Tour en el mismo año ya la había conseguido Coppi en 1949. Un Giro que ganaría por quinta vez en 1953, año en el que también fue Campeón del Mundo. Desgraciadamente, el Campionissimo murió prematuramente en 1960, a los 40 años de edad, después de contraer la malaria en una prueba que disputó en el antiguo Alto Volta (actual Burkina Faso), un país que visité, ajeno a este detalle, allá por 1997.

 Miro a Fausto y pienso en una máxima ciclista según la cual la grandiosa facilidad del estilo no consiste más que en un esfuerzo, en cierto modo, poco manifiesto.  
 *** 
 Coppi vuela: las llantas de sus ruedas no pesan. Fausto escala, como levitando. La bicicleta de Le Guilly está pegada al asfalto. 
 *** 
 Como sabemos, un campeón es aquel que, durante la carrera, afronta ritmos prohibitivos cuando es necesario, pero va despacio siempre que puede. Fausto lo bordaba. 

 Por edad, Coppi me pilla tan lejos como Anquetil, Bahamontes, Eddy Merckx o Luis Ocaña. Mi ciclismo está emparentado con los franceses Bernard Hinault y Laurent Fignon, el escocés Robert Millar, los colombianos Enrique Parra y Lucho Herrera, los italianos Claudio Chiappucci y Gianni Bugno, el americano Greg LeMond, el suizo Tony Rominger y, por supuesto, los españoles Ángel Arroyo, Marino Lejarreta, Álvaro Pino, Pedro Delgado y Miguel Induráin (seguramente me olvido de algunos nombres ahora).

 Como ven, hace mucho tiempo que dejé de seguir las retransmisiones ciclistas, tras tantísimos y sonados casos de dopaje. Por eso me ha gustado leer la crónica de aquel Tour del 52 que nos brinda la editorial Gallo Nero (http://www.gallonero.es/), pues siento ese ciclismo en blanco y negro, más próximo al de los ochenta y noventa que al ciclismo actual. Es como cuando uno ve en algún documental las imágenes de Cassius Clay bailando sobre el cuadrilátero. Cualquier combate de Mohamed Ali contra Sonny Liston, Frazier, Foreman o Norton es cien veces más memorable que el último y cacareado enfrentamiento del siglo entre Mayweather y Pacquiao. No hay color. Y no sólo porque las retransmisiones fuesen en blanco y negro, sino porque la calidad de los púgiles es bien diferente.

  A mí, el ciclista que más me gustaba de todos era Pedro Delgado. Por tocayo y por levantarme del asiento como ninguno: memorable su descenso a tumba abierta en los Pirineos en su debut en el Tour de 1983; su caída en el de 1984; su abandono por el fallecimiento de su madre en el de 1986; su pugna con el irlandés Stephen Roche, no apta para cardíacos, en el de 1987; su victoria en el de 1988; su despiste y tercer puesto en el de 1989; su cuarto puesto en 1990...


Pedro Delgado Robledo (Fotografía: Graham Watson)


 Debido a esa coincidencia en el nombre y el primer apellido, he compartido curiosas anécdotas con el ciclista a lo largo de toda mi carrera deportiva, la ultimísima durante la Feria del Libro de Madrid, cuando algunos seguidores del ciclista se acercaron a buscarlo a la caseta de Desnivel, en la que yo firmaba esa tarde. Venían con un ejemplar de A golpe de micrófono (las peripecias de un ciclista de élite reconvertido en periodista deportivo) bajo el brazo, y se encontraban conmigo y con mi Carta desde el Toubkal (Ediciones del Genal, 2015).

 En un post titulado La primera vez*, del 26 de octubre de 2014, ya les hablé sobre la primera vez que nos confundieron, pero, sin duda, la que más repercusión tuvo, llegando a salir incluso en el informativo de Telecinco, fue la que voy a mostrarles ahora:


El País, miércoles 6 de febrero de 2002


Diario As, miércoles 6 de febrero de 2002


Diario Málaga, febrero 2002


Contraportada As Andalucía, 22 de octubre de 2002


 Ya ven que la anécdota es de las buenas. Por cierto, y como no podría ser de otra manera, esta entrada está dedicada a mi tocayo, el ciclista Pedro Delgado Robledo (a ver si vuelvo a engancharme a sus retransmisiones), y a la editora de Gallo Nero, Donatella Ianuzzi, a la que felicito por su proyecto editorial.


*http://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2014/10/la-primera-vez.html