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domingo, 17 de septiembre de 2017

COMIENZA LA ASCENSIÓN


Pedro Delgado Fernández en la Carrera Urbana Ciudad de Málaga 2012
(Fotografía: José Chinchilla)

Ahora que he vuelto de un largo viaje por Albania, trato de ponerme al día con la prensa y los correos atrasados. Entre estos últimos, acabo de leer el relato que mi amigo Sergio Barce lanza a las redes desde su blog. Lleva por título Recuerdo un pequeño taller de bicicletas, y está incluido en su libro de cuentos Paseando por el zoco chico (Ediciones del Genal, 2015). Como en él aparece la figura de Eddy Merckx, el Caníbal, escalando una de esas montañas imposibles del Tour, y como el pasado viernes comenzamos el nuevo curso escolar, he pensado en la comparación que podemos hacer entre una cosa y la otra: el calendario escolar como el largo puerto que hemos de coronar, alumnos y profesores, si queremos alcanzar la meta allá por junio. Nos aguardan tres metas volantes, mucho esfuerzo y quizás algún que otro contratiempo pero si pedaleamos con ganas desde el principio seguro que todo será más fácil. ¡Ánimo a todos! Dan la salida y comienza la ascensión.


RECUERDO UN PEQUEÑO TALLER DE BICICLETAS
Por Sergio Barce

Recuerdo que había un pequeño taller de bicicletas enfilando la calle Cervantes, camino del Cine Avenida, a pocos metros de la bocacalle del callejón del Ideal. El encargado se llamaba Yasim. Yo llevaba allí mi bici plegable cuando se le rompía la cadena o se le pinchaba una rueda. De las paredes del local colgaban llantas con radios brillantes y otras con los radios oxidados, gomas y cámaras desinfladas, sillines usados, manillares de bicicletas de carrera y manetas de freno. Había un poster de Eddy Merckx el Caníbal subiendo la montaña enfundado en el maillot amarillo del Tour de Francia del 70.

Eddy Merckx, el Caníbal, con el maillot amarillo del Tour de Francia de 1970

 Para encontrar el pinchazo de la rueda, Yasim echaba un rápido vistazo por la cámara y, cuando creía haber dado con el punto por donde presumiblemente se evaporaba el aire, sobre la yema de su dedo índice depositaba saliva, una saliva densa y blanca, que luego aplicaba sobre el posible pinchazo. Aguardaba entonces unos segundos para comprobar si la saliva regurgitaba; si se formaban pompas era que había acertado. Luego, sólo era cuestión de parchearlo.
 Recuerdo que, a veces, había que esperar un buen rato cuando Yasim se tomaba un té, larachensemente, o se ponía a hablar con un amigo que iba camino de la Plaza y se había detenido a saludarlo. Hasta que no acabara de beberse el vaso de té verde o de hablar con su amigo, no había nada que hacer. En esos casos, me sentaba en la acera de enfrente, bajo la larga pared blanca sobre la que caía pesadamente el sol de la tarde. Cuando por fin decidía repararla, le pagaba y safi baraka, a  pedalear de nuevo dejando atrás el cine, bajando la cuesta del mercado a toda velocidad sin dejar de tocar el timbre para que los peatones se apartaran...
 Había también, en el pequeño taller, bicicletas de alquiler, y motocicletas de pequeña cilindrada. Olía a goma y a pegamento, y a gasolina y aceite.
 Recuerdo a un anciano que siempre aparecía cuando iba al taller. Alquilaba una bicicleta alta, de barra horizontal y manillar de carrera, aerodinámico, y con palanca de cambio de velocidades. Resultaba llamativo ver a un hombre tan mayor, con una bici tan moderna. Más curioso aún era el hecho de que vestía con una chillaba espartana, marrón, áspera, que se arremangaba para poder subir y sentarse en el sillín. Se ataba las perneras de su pantalón gris con unas pinzas de madera, de las que se usan para colgar la ropa, y antes de ponerse en camino se cubría la cabeza con la capucha de la chillaba. Apenas se le veía entonces el rostro. Se marchaba así, muy lentamente, tan despacio que parecía no tener fuerzas suficientes para dar un pedaleo. Pero poco a poco se alejaba por la calle, y no regresaba hasta la noche, cuando Yasim iba a cerrar, a la misma velocidad a la que se había ido por la mañana. Su silueta se recortaba al final de la calle Cervantes, bajando desde la avenida Mohamed V, y verlo era como contemplar a un siniestro fantasma que flotara sobre una luciérnaga. La luciérnaga, claro, era el faro de la bicicleta, y el fantasma su cuerpo embozado en la chillaba que, en la noche, se confundía con la oscuridad.
 Cuando devolvía la bicicleta, solía traer una bolsa con palmitos y yerbabuena colgada del manillar, se la entregaba a Yasim y se marchaba a grandes zancadas. Hasta otro día. No sé si con eso pagaba el alquiler de la bici, o si era un regalo que le hacía o simplemente un encargo. Pero el caso es que nunca abrió la boca, ni siquiera para saludar.
 El taller abría temprano. Al ir al colegio, yo pasaba por la puerta, aprisa, para no llegar tarde, y veía de reojo a Yasim sentado en un taburete de madera, con un vaso de té entre las manos, saboreándolo, antes de meterle mano a la faena, rodeado de bicicletas y de motos de pequeña cilindrada, y entre sorbo y sorbo se quedaba mirando a Eddy Merckx, el Caníbal, escalando la montaña, enfundado en el maillot amarillo del Tour de Francia del 70, soñando quizá que iba en el pelotón perseguidor...

domingo, 2 de abril de 2017

ESPERANDO A GODOT EN LA 27 MEDIA MARATÓN CIUDAD DE MÁLAGA


Samuel Beckett asiste a un ensayo de Esperando a Godot en París
Fotografía: Roger Pic, 1961

No hace mucho el escritor Garriga Vela nos hablaba del dramaturgo Samuel Beckett desde las páginas del diario Sur, y nos recordaba la anécdota que unía una de las obras del irlandés con el Tour de Francia.
 En su tragicomedia más conocida, Esperando a Godot, aparecen dos hombres harapientos, Vladimir y Estragón, que aguardan en vano, junto a un árbol en el camino, la llegada de un tal Godot, personaje del que el público nunca llega a saber nada.
 Muchos espectadores o lectores creyeron que Godot representaba simbólicamente a Dios, y Vladimir y Estragón a las masas que esperan a un ser que jamás aparecerá. Sin embargo, Beckett siempre negó esta interpretación.
 Al igual que Garriga, "prefiero la  versión que cuenta que Samuel Beckett estaba un día al borde de la carretera para ver pasar a los ciclistas del Tour de Francia. Pasaron los corredores escapados y luego el pelotón, pero el grupo de espectadores que estaba a su lado permanecieron inmóviles. Beckett preguntó por qué permanecían quietos y uno de ellos contestó que esperaban a Godot. Godot era el ciclista más lento y también el más viejo, un hombre cansado que pasó al cabo de un buen rato y todos le aplaudieron".
 La mañana de la 27 Media Maratón Caixabank Ciudad de Málaga me acordé de esta anécdota, y me pregunté quién sería Godot en esta edición, quién seguiría dando zancadas en pos de la meta cuando hasta el penúltimo ya la hubiese atravesado. Aquí les dejo la respuesta.


27 Media Maratón Caixabank Ciudad de Málaga
26 de marzo de 2017
Vídeo grabado por Pedro Delgado Fernández


El Godot de esta edición fue Michael Boukhari Domínguez, quien, en un galante gesto, cedió el paso a su mujer en la línea de meta. Tras ello, celebraron la llegada con un romántico beso. Al rato, más repuestos del esfuerzo y con sus medallas conmemorativas al cuello, me cuentan que son de Fuengirola, que están casados y que él le regaló a ella la inscripción en la prueba por su cumpleaños. Es la primera vez que corren una media maratón, aunque suelen participar en carreras de 5 o 10 kilómetros. "Normalmente corremos en familia, llevando a nuestros hijos de 7 y 3 años en un carrito. Para ellos es una fiesta". Les pregunto si han entrenado mucho y me responden que "lo justo para terminar". "Terminar, que no es poco",  apostilla ella.

Noelia Sánchez Gómez y Michael Boukhari Domínguez
Penúltimo y último clasificado en la 27 Media Maratón Caixabank Ciudad de Málaga
26 de marzo de 2017 (Fotografía: Pedro Delgado)

 Michael Boukhari, del Club Triatlón Fuengirola y socorrista de profesión, fue el 5.534 de la general con una marca de 2h49'55". Y Noelia Sánchez, administrativa, la 5.534 con 2h49'54". Tras ellos cerraron la prueba las bicicletas de la organización*, igual que yo cierro esta entrada con las palabras del director y dramaturgo Alfredo Sanzol, que adaptó el clásico del Nobel irlandés en el Centro Dramático Nacional en 2013: "[...] (la obra) se acerca a cualquier momento de la vida. Pero ahora más que nunca, porque nos han puesto al borde de un abismo en el que todos los días parece que nos vamos a arruinar o, por el contrario, parece que nos vamos a salvar para siempre. Y precisamente de lo que Esperando a Godot se ríe es de que los personajes estén al servicio de la espera y no al servicio de vivir. Beckett nos recuerda que la vida es lo que está pasando y no lo que estamos esperando".

 Pues ya lo saben, sigan corriendo y culturizándose.

*Aunque me consta que después del cierre siguieron llegando atletas por su cuenta y riesgo.



jueves, 16 de julio de 2015

EL TOUR DE FRANCIA, GALLO NERO Y LOS DOS PEDRO DELGADO




Precisamente ahora que se corre la ronda gala, he terminado de leer El Tour de Francia de Mario Fossati. Comparto con el periodista de Monza (fallecido hace un año y medio) el gusto por los mitos y las gestas deportivas, así que ha sido para mí un placer leer cómo fue el día a día de la prueba hace 63 años, pues el Tour que Mario Fossati nos narra, con ese minimalismo estilístico que le caracteriza, es el de 1952: el segundo Tour de Francia que ganó Fausto Coppi, el gran expreso italiano.

 Imagino lo que tuvo que ser para Mario Fossati viajar a Francia como cronista de La Gazzetta dello Sport, tras sobrevivir, unos años antes, a la campaña rusa en la Segunda Guerra Mundial. La alegría de vivir la fiesta ciclista junto a la joie de vivre la vida después de casi perderla pues, como cuenta Enrico Curró en la introducción, "de los catorce amigos de la taberna Robbiati llamados como soldados a la estepa para servir de parapeto en la retirada de los alemanes, él fue el único que volvió del río Don".


Mario Fossati


 En aquel Tour de 1952, que Fausto Coppi estuvo a punto de no correr por un problema de ego con Bartali, el italiano cambió la maglia rosa del último Giro por el maillot amarillo del líder de la prueba francesa. Y lo hizo en la décima etapa, la que afrontaba el Alpe d'Huez.


Fausto Coppi en la ascensión al Alpe d'Huez en el Tour de Francia de 1952

 El Alpe d'Huez no es una colina, sino una montaña. La colina, en las carreras ciclistas, representa algo cóncavo, algo local (por expresarlo de alguna manera), el paisaje. El Alpe d'Huez tenía la plenitud de la montaña. Es la subida, la ascensión total.

 Por entonces, el director técnico del equipo italiano era el excampeón Alfredo Binda. Un Binda que tuvo que lidiar con los egos y los intereses de unos y otros a la hora de confeccionar el equipo, y desplegar su táctica sobre las carreteras francesas, moviendo sus piezas, como si de una  partida de ajedrez se tratara, en función de las innumerables y no siempre previsibles circunstancias que se iban presentando.

 -¿Qué adversarios pueden estar a nuestro nivel? Faltan Bobet, Kübler y Koblet. Su ausencia no nos beneficia. La igualdad no ayuda a los mejores, premia a los peores. Dado que temen a Coppi y a Bartali en las subidas (y al primero también en la contrarreloj), tratarán de atacar y batir a los nuestros en las etapas supuestamente fáciles, que de fácil no tienen nada: en las etapas llanas.

 Mario Fossati seguía la carrera "desde el espejo retrovisor de una enorme motocicleta que pilotaba Alippi, un probador de coches de Moto Guzzi", y después visitaba el hotel de la delegación italiana para tomar una copa e intercambiar impresiones con Alfredo Binda. Luego escribe, pero sin "transformar en fantásticos a los personajes de su historia".

 La tienda del guerrero es el hotel, el lugar en el que el campeón desvela a sus más íntimos los misterios de la carrera, manifiesta sus dudas, confía sus temores y lanza sus desafíos.

 Por supuesto, en un deporte como el ciclismo, en el que las rivalidades "no se apaciguan ni después de la línea de meta", y en ese equipo nacional con Coppi, Bartali y Magni como primeras figuras y un destacado elenco de gregarios, se vivirá la tensión entre sus dos primeras espadas,

 Incluso una entrevista, una palabra o una idea pueden ser utilizadas o falseadas por quienes quieren sembrar cizaña. Y la cizaña, como dicen en Cittiglio, no hace falta sembrarla, porque ya crece sola.

pero también la reconciliación entre ambos corredores cuando Coppi le dé su bote de agua a Bartali en el Galibier (aunque aún hoy muchos siguen discutiendo quién cedió la botella) o, sobre todo, cuando Gino Bartali le pase su rueda a Coppi en la etapa Sestriere-Mónaco.


Fausto Coppi y Gino Bartali en la ascensión al Galibier
Fotografía: Carlo Martini

  Agitaba un ejemplar de L' Équipe. Señalaba el rótulo de una ilustración (el cambio de rueda entre Gino y Fausto): Coppi, que ya ha quitado su rueda, agachado, con su cabeza contra la de Gino, en el momento en el que coge la rueda que le ha cedido Gino. La amistad entre estos dos hombres tal vez (¡!) haya nacido justo en este preciso instante.

Bicicleta Bianchi con la que Fausto Coppi ganó el Tour de 1952


 La proeza de ganar Giro y Tour en el mismo año ya la había conseguido Coppi en 1949. Un Giro que ganaría por quinta vez en 1953, año en el que también fue Campeón del Mundo. Desgraciadamente, el Campionissimo murió prematuramente en 1960, a los 40 años de edad, después de contraer la malaria en una prueba que disputó en el antiguo Alto Volta (actual Burkina Faso), un país que visité, ajeno a este detalle, allá por 1997.

 Miro a Fausto y pienso en una máxima ciclista según la cual la grandiosa facilidad del estilo no consiste más que en un esfuerzo, en cierto modo, poco manifiesto.  
 *** 
 Coppi vuela: las llantas de sus ruedas no pesan. Fausto escala, como levitando. La bicicleta de Le Guilly está pegada al asfalto. 
 *** 
 Como sabemos, un campeón es aquel que, durante la carrera, afronta ritmos prohibitivos cuando es necesario, pero va despacio siempre que puede. Fausto lo bordaba. 

 Por edad, Coppi me pilla tan lejos como Anquetil, Bahamontes, Eddy Merckx o Luis Ocaña. Mi ciclismo está emparentado con los franceses Bernard Hinault y Laurent Fignon, el escocés Robert Millar, los colombianos Enrique Parra y Lucho Herrera, los italianos Claudio Chiappucci y Gianni Bugno, el americano Greg LeMond, el suizo Tony Rominger y, por supuesto, los españoles Ángel Arroyo, Marino Lejarreta, Álvaro Pino, Pedro Delgado y Miguel Induráin (seguramente me olvido de algunos nombres ahora).

 Como ven, hace mucho tiempo que dejé de seguir las retransmisiones ciclistas, tras tantísimos y sonados casos de dopaje. Por eso me ha gustado leer la crónica de aquel Tour del 52 que nos brinda la editorial Gallo Nero (http://www.gallonero.es/), pues siento ese ciclismo en blanco y negro, más próximo al de los ochenta y noventa que al ciclismo actual. Es como cuando uno ve en algún documental las imágenes de Cassius Clay bailando sobre el cuadrilátero. Cualquier combate de Mohamed Ali contra Sonny Liston, Frazier, Foreman o Norton es cien veces más memorable que el último y cacareado enfrentamiento del siglo entre Mayweather y Pacquiao. No hay color. Y no sólo porque las retransmisiones fuesen en blanco y negro, sino porque la calidad de los púgiles es bien diferente.

  A mí, el ciclista que más me gustaba de todos era Pedro Delgado. Por tocayo y por levantarme del asiento como ninguno: memorable su descenso a tumba abierta en los Pirineos en su debut en el Tour de 1983; su caída en el de 1984; su abandono por el fallecimiento de su madre en el de 1986; su pugna con el irlandés Stephen Roche, no apta para cardíacos, en el de 1987; su victoria en el de 1988; su despiste y tercer puesto en el de 1989; su cuarto puesto en 1990...


Pedro Delgado Robledo (Fotografía: Graham Watson)


 Debido a esa coincidencia en el nombre y el primer apellido, he compartido curiosas anécdotas con el ciclista a lo largo de toda mi carrera deportiva, la ultimísima durante la Feria del Libro de Madrid, cuando algunos seguidores del ciclista se acercaron a buscarlo a la caseta de Desnivel, en la que yo firmaba esa tarde. Venían con un ejemplar de A golpe de micrófono (las peripecias de un ciclista de élite reconvertido en periodista deportivo) bajo el brazo, y se encontraban conmigo y con mi Carta desde el Toubkal (Ediciones del Genal, 2015).

 En un post titulado La primera vez*, del 26 de octubre de 2014, ya les hablé sobre la primera vez que nos confundieron, pero, sin duda, la que más repercusión tuvo, llegando a salir incluso en el informativo de Telecinco, fue la que voy a mostrarles ahora:


El País, miércoles 6 de febrero de 2002


Diario As, miércoles 6 de febrero de 2002


Diario Málaga, febrero 2002


Contraportada As Andalucía, 22 de octubre de 2002


 Ya ven que la anécdota es de las buenas. Por cierto, y como no podría ser de otra manera, esta entrada está dedicada a mi tocayo, el ciclista Pedro Delgado Robledo (a ver si vuelvo a engancharme a sus retransmisiones), y a la editora de Gallo Nero, Donatella Ianuzzi, a la que felicito por su proyecto editorial.


*http://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2014/10/la-primera-vez.html