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martes, 18 de julio de 2023

EL GRAN LIBRO DE LAS BICICLETAS


El Tour de Francia y El Gran Libro de las Bicicletas (Blackie Books)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Bajo el prisma de que las bicicletas son, como los amores juveniles, para el verano, tenemos las sobremesas ocupadas con la ronda gala. Las primeras jornadas, celebradas en el País Vasco, han sido el cebo perfecto para que miles de españoles salgan de sus casas al caer la tarde con sus bicicletas, sus cascos y sus maillots y culottes de colores. Rodar como sus ídolos, en solitario o con amigos, en su peso o con algunos kilos de más, en plena forma o con las rodillas machacadas. Y si el Giro precedió al Tour, a este le seguirá la Vuelta, de forma que siempre habrá aficionados al ciclismo que llenen las calles y carreteras de nuestros pueblos y ciudades.

 Pero el ciclismo, además de poder practicarse y verse por la tele, también se puede leer. Yo vengo pedaleando en el sofá desde que empezó el año, y lo hago con El Gran Libro de las Bicicletas (Blackie Books, 2022), una golosina para los aficionados al ciclismo, los cicloturistas y todos aquellos que, como yo, van al trabajo en bicicleta.

El gran libro de las bicicletas (Blackie Books, 2022)
Fotografía: Pedro Delgado

 Lucía Barahona Lorenzo ha reunido con mimo (a veces también traducido) los mejores relatos, ensayos y diarios de la literatura ciclista universal, y ha confiado en Conxita Herrero para que se los ilustre, convirtiendo el volumen en un objeto bello que luce en las librerías y que nos grita eso de «Llévame a casa». Una de esas portadas que alegra la vista puesta de cara en la estantería de nuestras bibliotecas, con ese celeste cielo tan propio de estas fechas.

 Esta antología contiene sesenta y un relatos en los que las bicicletas tienen un papel destacado, y aunque se pueden leer al azar, Lucía nos los ha ordenado en siete apartados, rematados con citas, poemas y letras de canciones.

 En Bicis campestres se nos invita a disfrutar del paisaje desde nuestros sillines, y en Un día en las carreras acompañamos a distintos enviados especiales que cubrieron para diversos medios las grandes rondas ciclistas. En Una bicicleta propia, título que hace referencia a la habitación propia de Virginia Woolf, se nos muestra hasta qué punto fue la invención de la bicicleta un hito esencial para la emancipación de las mujeres y la conquista de su libertad. Bicis fantásticas nos enseña que las dos ruedas no están reñidas con la ciencia ficción, y Bicis urbanas se mueve en el extremo opuesto al del primer apartado. Y si en Cicloviajes nos aguardan las aventuras de aquellos que decidieron hacer realidad el osado sueño de recorrer el mundo en bicicleta, en Recuerdos de bicicleta nos esperan historias de cuando esta era aún prehistoria y variaba de lo que hoy entendemos por ella, así como bicicletas propias que tuvimos que aprender a montar antes de que se convirtieran en nuestras mejores amigas y que no se nos borran de la mente aunque ya no existan en el plano físico, y otras que bregaron en conflictos bélicos o que coparon la escena en numerosas películas.

Fotograma de la película E. T., el extraterrestre

 Un tercio de esos sesenta y un relatos (aunque también abundan extractos de novelas) son inéditos, y están firmados por autores de la talla de H. G. Wells, Edith Wharton, Aldous Huxley, Dino Buzzati, Colette, Flann O'Brien, Mark Twain, Fernando Fernán Gómez, Henry Miller o Vladimir Nabokov.

 No hace mucho leí, lo escribía el psicoanalista y psiquiatra David Dorenbaum, que montar en bicicleta constituye un remedio eficaz contra el estrés porque los ritmos cadenciosos de las dos ruedas favorecen el engranaje de un pensamiento creativo. Por esas mismas, puede ser que algunos de estos autores escribieran sus relatos tras un paseo ciclista, como el que yo o ustedes nos vamos a dar cuando acabe la retransmisión deportiva de hoy.

Pam, pam y pam
–por Meryem El Mehdati–

Señor agente, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Me declaro culpable, no hace falta que me espose, no, por favor, tengo las muñecas delicadas, dejará marca. Me declaro culpable, no voy a negar las cosas, juro que voy a contarle toda la verdad y nada más que la verdad. En serio, se lo juro. Agente, ¿sabe usted lo que puede llegar a sentir una persona cuando pierde la paciencia? Furia, ira, rabia, mal genio terrible. A veces, agente, a veces yo miraba a Lucas desde el sofá mientras le daba el pecho a Lucía y pensaba, me decía, pero ¿cómo he terminado yo con un imbécil como este, agente? Si yo era guapísima. Si tenía un culo que partía piñones. Es verdad, por favor, no, no, las esposas no, me declaro culpable, culpable de haber perdido los papeles, culpable de no poder más, culpable de haber sentido ira, rabia, furia, mal genio terrible, de haber cogido la puta bici y haberla tirado por el balcón, pero necesito que usted me entienda. Quiero llamar a mi abogado, ¡no me toque! Quiero llamar a mi abogado, sé que tengo derecho a uno. Yo agarré la bici. Quiero una llamada, que sé que tengo derecho a llamar. Yo la tiré por el balcón, pam, fuera de mi vista. No vea usted cómo pesaba la bici de los cojones, tres mil y pico euros de bici, los agarré y los mandé a volar. No me arrepiento. No se puede usted imaginar cómo tengo yo la cabeza. El cuerpo me pide tierra. Yo miro a Lucas y me quiero morir. ¿Es eso amor? Ahora tiene arruguitas en las esquinas de los ojos, nos hemos hecho mayores. Me dan ganas de acariciar esas arruguitas con las puntas de los dedos y luego sacarle los ojos mientras se retuerce de dolor. ¿Y mi llamada? ¿Puedo llevarme el móvil? Que llega a casa y está muy cansado, dice. Y yo le doy de comer a la niña y él está muy cansado, y yo hago la colada y está muy cansado, y yo me voy a trabajar por la mañana y sigue muy cansado. ¿Yo no me canso nunca? No lo he matado con mis propias manos de milagro, señor agente, mire que yo lo amo. Lo amo y en ocasiones lo veo estirarse en el balcón mientras prepara la puta bici para irse con sus amigos y siento un golpe en el pecho, un golpe en el pecho que no termina de irse nunca. Pero lo mataría. Así que, sí, yo agarré la bici y la tiré. Tiene tiempo para la bici pero no para su familia, pues hago que la bici desaparezca, pam. Quiero que venga ya mi abogado, señor agente, que yo no soy tonta. Yo conozco mis derechos.

 Y si todavía se quedan con ganas de más ciclismo, les voy a recomendar el Facebook de mi amigo Luis Muriel, donde nos muestra que siesta y Tour no son incompatibles.

Siestas con Tadej. Cuaderno de Luis Muriel del Tour de 2023
Imagen: Facebook de Luis Muriel

Siestas con Tadej. Cuaderno de Luis Muriel del Tour de 2023
Imagen: Facebook de Luis Muriel

Siestas con Tadej. Cuaderno de Luis Muriel del Tour de 2023
Imagen: Facebook de Luis Muriel

 Les invito a abrir su cuaderno del Tour de 2023, que lleva por título Siestas con Tadej, y a deleitarse con sus crónicas, sus ocurrencias y sus dibujos.

https://www.facebook.com/luis.muriel.925

Las crónicas del Tour de Francia de Luis Muriel
Imagen: Facebook de Luis Muriel

Las crónicas del Tour de Francia de Luis Muriel
Imagen: Facebook de Luis Muriel

 Luis Muriel es arquitecto de profesión, pero como ven, está pidiendo a gritos ilustrar libros molones como los que hace Blackie Books. Ojalá ustedes y yo lo veamos.

 Y ya saben, este verano lean, pedaleen y no vayan en contradirección en los carriles bici.


domingo, 18 de julio de 2021

EL CORREDOR Y SU SOMBRA


El corredor y su sombra, de Olivier Haralambon (Editorial Melusina)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Como todos los veranos, las imágenes televisivas del Tour nos llevan la ronda gala a casa. En mi caso, imagino que como en muchos otros hogares, si alguien mirase por una mirilla podría verme recostado en el sofá, amodorrado por el almuerzo y el suave murmullo del aire acondicionado, con un ojo cerrado y el otro en el televisor, con los oídos atentos al comentarista, aguardando a que las rampas se pongan más serias y se produzca algún demarraje –uno de esos duelos entre escaladores digno de un western–,  a un descenso vertiginoso con los corredores volcados sobre sus bicicletas como flechas extraídas de un carcaj, o a un esprint masivo en el que un estornudo arroje al mejor velocista a la línea de meta.

 Desde hace unos años, intento hacer coincidir alguna de estas clásicas ciclistas con la lectura de algún libro relacionado con el tema, algo que complemento con alguna que otra salida con la bicicleta: una vuelta rápida por La Fresneda y Junta de Caminos o una ruta más exigente que me lleva hasta Almogía o algún otro pueblo cercano. Cambiar por unos días los repetitivos y traumáticos contactos con el suelo de la carrera por el sutil equilibro entre las gomas de las dos ruedas.

Sigo apegado a mis pequeñas devociones y siempre me acabo lanzando sobre la bici después de haber visto una carrera en televisión, con miedo de dejar pasar el momento de inspiración eficaz, igual que cuando se busca un papel en el bolsillo para anotar una idea que de otra forma se perdería. Y funciona bastante bien. No dura mucho tiempo, pero durante unos kilómetros, durante una hora, consigo imitar con cierta fortuna las siluetas imponentes de los campeones.
La huella (El corredor y su sombra)
Olivier Haralambon

 Este año el libro elegido ha sido El corredor y su sombra (Editorial Melusina, 2019), del escritor, filósofo y periodista Olivier Haralambon (Francia, 1967), quien también fue ciclista profesional entre 1987 y 1996.

 Sus 102 páginas no contienen una novela, sino un singular ensayo sobre este esforzado y bello deporte. Catorce textos con títulos tan sugerentes como Mi sombra de compañía, El dedo de Santo Tomás, El monstruo, Nada menos que un oficio o Subir al cielo con el cuerpo. Pequeños ensayos, como Competir, en los que a veces me basta con cambiar el nombre del deporte para sentirme identificado.

Para convertirse en corredor hay que competir, y yo estaba a punto de participar en mi primera competición ciclista.
 Tenía la edad irreal de trece años y poco más que una sombra de bigote y me estremecía en la línea de salida entre otros congéneres dispares, grandes y pequeños, alegres o devorados por los nervios hasta parecer tristes. Yo estaba volcado hacia delante, con la frente sobre los antebrazos cruzados, los codos sobre el manillar, un pie enganchado al pedal, la rodilla nerviosa y la otra pierna extendida. Levantaba la cabeza de tanto en tanto, fruncía el entrecejo bajo la visera levantada de mi gorra para mostrar el gesto adecuado. (…) Discreta, una banderola de salida y de llegada flotaba sobre nuestras cabezas. Formábamos un rebaño ligero, algo desteñido por la humedad, que se preparaba para dar vueltas frenéticas alrededor de una zona industrial en construcción. (…) yo estaba temblando. Y un futuro corredor temblaba en cada uno de nosotros, en cada cuerpo que se esbozaba. Tembló en cuanto el starter alzó al fin la pistola, con su panza alegre ofrecida al viento. Y se liberó súbitamente, ya en el primer giro de rueda. (…) El aire fresco hizo subir, imagino que a todas nuestras bocas simultáneamente, el sabor metálico de la sangre. Inspirando profundamente antes de cada curva, también había que darse prisa para no perder el sitio, para resistir el embate del hombro del vecino y evitar que se engancharan los manillares. (…) A medida que se iba acercando la vuelta final empecé a ordenar mis pensamientos y a dar ánimos a mi bici, mi precioso cuadro azul de aluminio. También pensaba en Hinault y en todo el Olimpo febril colgado con chinchetas en las paredes de mi cuarto. (…) Cuando sonó la campana de la última vuelta, todos estábamos decididos a renunciar a nuestro decimocuarto cumpleaños antes que a dar por perdida la carrera.
 (…) Recibí unas palmadas en la espalda y los corredores nos dimos la mano. Nos dimos la mano durante largo tiempo. Quince minutos más tarde, (…) una joven me hizo entrega de un enorme ramo de flores; a mí, que nadie nunca me había regalado ninguno. Lo levanté por encima de mi cabeza y el entrenador sacó una foto.
 Nos sentíamos pequeñas glorias nacientes. Cuando volví a la calle con mi ramo enganchado al manillar, todas las vecinas estaban acomodadas a la ventana, se llamaban y charlaban. La fachada del edificio parecía un calendario de adviento. Tras ellas se podían adivinar las cocinas de ladrillo, la vajilla ordenada y los guantes de caucho rosa sobre los grifos (…).
 Dejé mi bicicleta en el rellano y me di una ducha sin ella. El ramo, encima de la cama, estaba ya algo mustio. Pero al fin era –éramos– auténticos corredores ciclistas.
Competir (El corredor y su sombra) 
Olivier Haralambon

 En enero le hablé de este libro a José Antonio Ruiz, de la librería Luces, y al poco me escribió que le había encantado. «Lo tomo como libro propio. Lo regalaré y recomendaré», me dijo.

El corredor y su sombra, recomendado por José Antonio Ruiz, librero y triatleta
del Club Tritrain4you. Fotografía: José Antonio Ruiz

 También tuvo buena recepción entre mis amigos ciclistas; aunque uno de ellos se quejó del estilo lírico de Haralambon: «El contenido no está mal pero quiere ser tan literario que se pasa. El lenguaje es pretencioso, excesivamente empalagoso. Un ciclista puesto a escribir «alta literatura»».

 No les negaré que la prosa de Haralambon peca a menudo de lirismo, pero considero que es un leve peaje a pagar a cambio de líneas como éstas:

Ocurre sobre todo el domingo por la mañana. A la hora de la primera misa, uno se cruza con todas esas pequeñas iglesias ambulantes, visiblemente apuradas por cruzar las puertas de la ciudad. Ciclistas que circulan en grupo, antes de que haya amanecido del todo, y haga el tiempo que haga. Lo habitual es no entender a estos hombres y algunas mujeres cuyo a atuendo extraño y colorido es tan ceñido que se ajusta al menor pliegue de la piel. Tan ceñido, de hecho, que pareciera creado nada más que para reivindicar las imperfecciones del cuerpo. Las siluetas, volcadas sobre la incertidumbre de esas finas ruedas, provocan asombro.
 (…) Y es que para quien no lo adora, el ciclismo es aún hoy una excentricidad. La palabra suele evocar algunos apellidos familiares; apellidos que, en ocasiones, sabemos unir a nombres anticuados, pero que son tan etéreos como un apóstol en un cuadro. Sin duda Jacques Anquetil, Louison Bobet y Raymond Poulidor debieron de tener un rostro, pero nadie lo recuerda. Al igual que un estudiante no reconoce a Balzac o a Flaubert en una foto. Y pocos saben que Eddy Merckx era aun más guapo que Elvis Presley.
 (…) Yo recibí muy pronto el mordisco fatídico. Empecé a pedalear y a participar en carreras justo antes de llegar a la edad en la que la voz cambia y el apetito sexual viene de pronto a sacudir el mundo. Sufrí en ocasiones el leve desprecio, o al menos la incomprensión, de la que es objeto esta actividad que yo colocaba en el centro de mi vida y que crecería muy pronto hasta el punto de invadirlo todo, de apropiarse de toda mi rutina.
Mi sombra de compañía (El corredor y su sombra)
***
Bicicleta Mercier rosa
Era una Mercier: las letras blancas destacaban sobre el rosa intenso, rosa color carne; de ella siento todavía hoy el olor y el sabor. A menudo me pregunto dónde estará ahora, qué sufrimientos habrá soportado lejos de mí todo este tiempo, qué otros cansancios habrá aguantado. Imagino grietas e hinchazones sobre la superficie pintada.
 También sé que el sencillo pitorro de plástico de la cantimplora enganchada al cuadro forma, sin duda, parte de mí, como algún elemento arcaico de mi sexualidad: gran parte del agua que me compone la he bebido a través de un orificio como ese. He exprimido esas botellas de plástico como senos pegajosos de azúcar, con la cabeza girada a un lado, sin despegar el ojo ni de la carretera ni de mi recorrido.
 (…) En la época de mis primeros excesos, que fue también la de la adolescencia, mi bicicleta dormía conmigo; pasaba las noches en mi cuarto. La instalaba en una especie de trípode para abrillantarla y podía hacerla girar desde mi cama. Tumbado, le hacía dar vueltas con la punta de los dedos del pie (…). Al volver del entrenamiento la lavaba conmigo en la ducha, enjabonándola con esponja y cepillo, separando mis piernas para evitar los chorrones de desengrasaste con los que limpiaba la cadena, con la ayuda de un cepillo de dientes. Borraba las huellas más flagrantes antes de que llegara mi madre, quien, por si no tenía poco con el trabajo, descubría en casa que otras fatigas la estaban esperando.
Cosmos desinflado (El corredor y su sombra)
***
Hoy, todavía me parece incómodo mirarme en el espejo. Mi reflejo, puesto en pie, ofrece un cuerpo de cierto vigor, pero ya envejecido. (…) ¡a este reflejo con patas le falta una bicicleta! (…) Mi miembro fantasma es grasa y metal, caucho y presión de aire. Sin él soy un tullido.
El dedo de Santo Tomás (El corredor y su sombra)
***
No sé nada de ese hombre viejo al que a veces adelanto cuando me da por coger la bici. No sé nada de él porque nunca me ha dirigido la palabra. Nada, excepto que fue un buen corredor. Cuando lo miro, con la frente alta, empujar el pedal con esa autoridad tajante, me cuesta asumir su edad. (…) Le traicionan el cabello blanco, que se escapa del casco sobre su nuca faustiana (…).
Cuerpo líquido (El corredor y su sombra)
***
Educarse en una familia de corredores es aprender las leyes de la carrera ciclista igual que se aprende a hablar o a lavarse. (…) Crecer a la sombra de ese hombre de costillas salientes sin duda te predestina.
 (…) Al contrario, quien se declara una mañana como el primer ciclista de su linaje se sumerge en un mundo nuevo. (…) La renuncia a la vida habitual de los colegiales me llenaba el pecho de orgullo, empecé a reivindicar una rutina que desde entonces estaría consagrada a la ascesis y el sufrimiento. Sería el primero de mi familia en convertirme en un monje de piernas afeitadas. La dureza física era mi bandera, las mortificaciones no me asustaban y era mi cuerpo mismo, mi vida en bruto, lo que quería exprimir; escurrirla para extraer de ella mi subsistencia. Fuerza de trabajo y viento en contra. Quería ser digno de la novela familiar, estar a la altura de mi padre, cuya cabellera estéril moraría pronto en las orillas fecundas de mis carreras.
Nada menos que un oficio (El corredor y su sombra)
***
El paso por una simple línea de pintura blanca hace explotar al pelotón. De golpe se descompone. De golpe cesa el maravilloso deslizamiento y reaparecen, como de vuelta a la superficie, esas miríadas de pequeños elementos de color que se dispersan entre los peatones que los asaltan. Se ofrecen a las rudezas maternales de sus cuidadores –estos cubren sus hombros, enjuagan y limpian sus rostros polvorientos, los peinan casi con ternura y descorchan bebidas azucaradas que les llevan a la boca–. Contestas a las preguntas que les hacen y devuelven palabras aún sudorosas, mientras alguien les guía por el laberinto de verjas mecánicas a las que se agarran manos desconocidas; algunos hacia el a autobús y las duchas, otros, con la gorra de sponsor sobre la cabeza, ante las cámaras y los micros.
 (…) Todos ellos, por turnos, antes o después de la cena, atraviesan la misma puerta y se sumergen en ese lugar saturado de potentes esencias, donde se desvisten y se tienden sobre la sábana y la camilla, depositando su propio cuerpo como si fuera un objeto, una ofrenda sobre el altar. El masajista coloca sus manos fuertes empapadas de aceite, agarra un pie y lo coloca sobre su hombro. Con el crujido habitual al roce de la piel llegarán las primeras palabras. Las palmas que bajan desde el puente del pie y el talón de Aquiles, los dedos que se hunden en la densidad de la pantorrilla y luego del muslo, en las nalgas y la espalda de ese hombre tendido, recogen las palabras de lo más profundo del cuerpo, las reúnen y las empujan hasta la boca. Entonces, desde la otra punta de la camilla, del rostro hundido entre los brazos cruzados fluyen relatos que se esparcen por el suelo: los dolores y las penas, las frustraciones y los cansancios, que oscurecen los músculos y el porvenir.
 (…) Los corredores lo comparten todo, o casi. El viento y el dolor, el riesgo y la lluvia, el calor que abrasa y las etapas interminables bajo un cielo que aplasta. El vacío diamantino del cielo de verano y también la angustia informe de las nubes. (…) Doscientos días al año comparten sus habitaciones (…). Extienden su ropa y sus vendas como si acamparan en el desierto, se tumban en la cama con las piernas levantadas contra la pared, se ponen crema sobre la piel quemada de la nariz y hablan largo rato por teléfono con sus hogares, si es que tienen uno. La tele colgada en la pared habla en el vacío. Cada noche, cuando se reúnen dos o más, intentan disipar el nudo de excitación y la angustia no verbalizada, residuo silencioso de una existencia hiperactiva.
Intimidades (El corredor y su sombra) 
Olivier Haralambon

 Son muchos más los textos que he subrayado en mi ejemplar, y seguramente ustedes encontrarán otros que destacar. El único reproche que le hago a Haralambon es su justificación del dopaje en el texto Subir al cielo con el cuerpo. Ni el doping sanguíneo, ni el anfetamínico, ni cualquier otro es justificable. En el deporte no se admiten trampas ni, por ende, tramposos.

«Desearía poder cambiar lo que sucedió y ser un mejor hombre». –Lance Armstrong–
Fotografía: Bustle.com

 Y no quisiera cerrar esta reseña sin alabar la traducción de Elisabeth Falomir y Carlos Pott, así como el trabajo de la editorial Melusina en pro de la literatura deportiva.

Fotografía de Portada:Andreas Rentz/Getty Images
Fotografía de la derecha: Lucía Rodríguez

De la misma editorial, no me canso de recomendar La milla perfecta, esa joya que publicaron en 2017 y que ya reseñé en este blog.

Pedro Delgado y José Antonio Ruiz con La Milla Perfecta en la librería Luces

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2018/04/la-milla-perfecta.html


domingo, 14 de febrero de 2021

ME ACUERDO (DE 2020)


Ahora que hemos consumido el primer mes de 2021, miro atrás y me acuerdo del 2020:

 Me acuerdo de empezar el año con el reto de volver a correr con regularidad, sin que se me volviese a activar la fascitis plantar, de caminar cuatro minutos y medio y correr treinta segundos durante media hora, y de ir aumentando cada día treinta segundos el tiempo de carrera en detrimento del de andar. También me acuerdo del devastador incendio de Australia.

Bombero rescatando a un koala en Australia

 Me acuerdo de ver ese mismo mes de enero la retransmisión de los Premios Forqué por  televisión, y de los botes que di cuando le dieron a Pablo Barce el premio al mejor cortometraje por El nadador; de hacer cola en familia en el cine Albéniz para ver gratis las películas nominadas a los Goya; y de la celebración de dicho premio en Málaga, donde también estaba nominado El nadador.

César Martínez, Pablo Barce y Antonio Hens
Premio Forqué al Mejor Cortometraje por El nadador
Fotografía: Carlos R. Alvarez (Getty Images)

Sergio, Ana, Pablo, Lola, César y Charo
34 edición de los Premio Goya (Málaga, 25 de enero de 2020)

 Me acuerdo del homenaje de Laika, Belka y Strelka a David Bowie en La Térmica en el mes de febrero; de cómo se extendió por el mundo desde China la epidemia del coronavirus; de los 15,43 metros (récord mundial de triple salto en pista cubierta) de la venezolana Yulimar Rojas en el mitin de Madrid; de la vuelta de Borja Vivas a lo más alto del podio en el campeonato de España de peso en pista cubierta; y de la alegría de volver a correr treinta minutos seguidos sin que me doliese el talón.

Homenaje a Bowie por Laika, Belka y Strelka

Yulimar Rojas, meeting de Madrid 2020

Borja Vivas, Campeón de España de peso 2020 en Pista Cubierta

 Me acuerdo de la suspensión de la Media Maratón Ciudad de Málaga por la pandemia de coronavirus en el mes de marzo; del presidente del Gobierno anunciando el estado de alarma; del cierre de los centros de enseñanza; de los estantes vacíos del Carrefour; del encierro en casa y los aplausos en los balcones; y de no haber podido sacar para adelante a las dos crías de paloma que nacieron en una de las macetas de la terraza. Y, cómo no, de la suspensión de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.



Primeros pichones 15 de marzo de 2020
Fotografía: Lucía Rodríguez


Pichón, 17 de marzo de 2020
Fotografía: Lucía Rodríguez

Se suspenden los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (AFP)

 Me acuerdo del placer de la quietud en el mes de abril; de la prórroga del estado de alarma; de seguir todas las mañanas el programa Muévete en casa para mantener la forma y no coger kilos; de las clases virtuales con mis alumnos a través del blog; de los dos huevos que volvió a poner la paloma, esta vez al pie de la maceta, y de los cinco que puso mi agapornis. También de la muerte de Michael Robinson y su eterna sonrisa.

Cesc Escolá presenta Muévete en casa en La 2 de RTVE

queridos-alumnos-toca-moverse.html
Blog Calle 1 pedrodelgadofernandez.blogspot.com

Michael Robinson (1958-2020)

 Me acuerdo de volver a ver a mis padres, hermanos y sobrinos tras el levantamiento del confinamiento en el mes de mayo, y de salir a montar en bicicleta y volver a andar-correr; de llegar a correr seguido treinta minutos a los doce días y de los dos pichones que salieron del huevo y, esta vez sí, lograron sobrevivir. También me acuerdo del asesinato de George Floyd y el Black Lives Matter.

Tríptico 2ª puesta pichones (9 de mayo-25 de mayo)
Fotografía: Lucía Rodríguez


 Me acuerdo de junio, de ese final de curso tan atípico, sin vuelta a clases, y de ser, junto a mi hijo Pedro, los primeros en entrar al cine Albeniz en la apertura tras la pandemia (La rosa púrpura de El Cairo).

Apertura del cine Albéniz tras el confinamiento
Junio 2020. Diario Málaga Hoy

En la apertura del cine Albéniz tras el confinamiento
Fotografía: Javier Albiñana (Diario Málaga Hoy)

 Me acuerdo de celebrar en julio, en un chiringuito del Palo, el 86 cumpleaños de mi madre, y de que mi hijo Enzo aprobase su último examen para obtener la licencia de piloto comercial. También de la tercera pareja de pichones que nacieron en la terraza.

2 de julio de 2020

 Me acuerdo del mazazo de la muerte de Pablo Aranda en agosto.

el-ultimo-viaje-de-pablo-aranda.html
Fotografía: Miguel Fernández (Diario Sur)

 Me acuerdo de la vuelta a las aulas en el mes de septiembre: del caos  organizativo y de la incertidumbre que uno podía ver en la cara de los alumnos. Me acuerdo de volver a disfrutar del atletismo televisado en su edición número 100.






 Me acuerdo de vibrar con el desenlace del Tour de Francia en octubre, y de la caída que tuve con la bicicleta el día 21 de ese mes al dar una curva más rápido de la cuenta con el asfalto mojado por la lluvia y con restos de semillas y hojas de los árboles. También del adiós a Bond, James Bond.

Primoz Roglic y Tadej Pogacar en el Tour de Francia 2020
Fotografía: Kenzo Tribouillard / AFP (Diario As)
niebla-en-el-mont-ventoux-y-otras.html


Sean Connery, el mejor James Bond

 Me acuerdo de celebrar en noviembre la primera medalla de oro de mi sobrino Juan Carlos en el Campeonato de España de Clubes Sub 16, y que el virus no se cebase con mi hermano mayor y pudiera pasar la enfermedad sin secuelas. También de que ese mismo hermano aplicase un novedoso método para combatir la Covid de manera efectiva. Y me acuerdo de celebrar la derrota de Donald Trump; de los horarios tan atípicos del Fancine y de los dos tontos muy tontos de Mandibules tratando de amaestrar a su mosca gigante (Mandíbulas de Quentin Dupieux. Premio del público, y Premio al mejor guión en el Fancine de Málaga). Y cómo no, de la muerte de Maradona.

Juan Carlos Delgado en el centro de la imagen (©asaez.com)
2º clasificado en los 1.000 metros / Campeón de España por equipos
Cto. de España de Clubes Sub 16. Madrid, 7 de noviembre de 2020

Medalla de Campeón de España de Clubes Sub 16
Juan Carlos Delgado / Club Nerja de Atletismo
Madrid, 7 de noviembre de 2020

Mi hermano, el Doctor Marcial Delgado
Fotografía: Lucía Rodríguez

Facine Málaga 2020

Trailer Mandibules, de Quentin Dupieux


 Me acuerdo de volver a correr en diciembre; de la muerte de mi admirado Paolo Rossi, alma mater de aquella selección italiana que ganó el Mundial del 82; de la llegada de la vacuna, y de ver a mi hermana en el periódico por ese motivo. Y sobre todo me acuerdo de celebrar con alivio el hecho de llegar al final del año sin sufrir ninguna baja en la familia.

Mille grazie, Paolo
Paolo Rossi (1956-2020)

Mi hermana, la Doctora Inmaculada Delgado
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Me acuerdo de los libros leídos durante el año:

Mis lecturas del 2020 (leídas de arriba abajo)*
Fotografía: Pedro Delgado

*El tercer libro, al que no se le ve el lomo, sustituye a Togo, del jugador del Athletic Óscar de Marcos. Me lo perdió uno de mis alumnos durante el confinamiento, algo que me fastidia un montón pues había lista de espera para leerlo.

martes, 1 de septiembre de 2020

SE NECESITAN HÉROES


Se necesitan héroes (La Caja Books). Fotografía: Lucía Rodríguez

"Los héroes son los representantes del anhelo del hombre por superar los opresivos límites de la fragilidad humana y disfrutar, así, de una existencia más completa y más intensa que el resto de los seres humanos".
Cecil Maurice Bowra

El título de este libro hace referencia al anuncio con el que en 1903 el periódico L'Auto reclutaba participantes para la nueva ronda gala, un anuncio que me recuerda al que puso Shackleton para otra empresa no menos descabellada.

Anuncio prensa para la expedición de Shackleton

 Si el explorador antártico buscaba hombres para un viaje peligroso, a los que no se les aseguraba el retorno con vida, el Tour de Francia buscaba hombres que pudiesen cubrir pedaleando distancias que sobrepasaban la capacidad humana, recorriendo durante diecinueve días todo el territorio francés por carreteras maltrechas, con bicicletas robustas y faltas de tecnología, sin ningún tipo de avituallamiento ni asistencia y bajo las inclemencias meteorológicas del mes de julio. Como los hombres de Shackleton, aquellos "condenados de la carretera" solo tendrían honor y reconocimiento en caso de éxito.

Primera salida del Tour de Francia (1903)

 Se necesitan héroes (La Caja Books, 2018) está compuesto de dos partes bien diferenciadas: La estética del dolor, un singular ensayo sobre el mundo del ciclismo, a cargo de la brasileña Priscila Lessa (Curitiba, 1971), y Tourmalet, una original obra de teatro escrita por el valenciano Miguel Ferrando Roche (Alcoy, 1985) en la que el protagonismo recae en una de las cimas más legendarias del ciclismo y en tres de sus grandes figuras: Raymond Poulidor, Luis Ocaña y Gino Bartali.
 Y todo ello viene precedido de un prólogo de Guillermo Ortiz, un texto muy interesante que nos apunta las vías por las que va a discurrir la lectura y que se inicia con una distinción entre el triunfador y el héroe. Si el primero sólo concibe la victoria, el segundo requiere de la empatía de los espectadores, "de aprecio por la empresa más allá de sus resultados. Algo parecido a un «acabe como acabe, yo me sentiría orgulloso de haber hecho eso»".
Hay en el héroe, ya desde los tiempos griegos, un necesario componente trágico. No es solo una cuestión de épica. Épica, por ejemplo, es Chiappucci atacando a Indurain rumbo a Sestrières en el Tour de 1992 a casi ciento cincuenta kilómetros de meta. Épica, por ejemplo, es el Liverpool remontando tres goles al todopoderoso Milán en una final de Champions League. El heroísmo es otra cosa. El heroísmo, a menudo, es quedarse corto. Llegar tarde. Pecar de exceso o de defecto. Como, insisto, el heroísmo tiene poco que ver con la meta y mucho con el camino, es razonable que el ciclismo sea el escenario perfecto para la mistificación de sus ídolos.
 […] El heroísmo es tragedia pero también es belleza y fascinación en un sentido casi kantiano. El heroísmo está en el balanceo perfecto de la bicicleta en un puerto de montaña, en el riesgo desmedido descendiendo a noventa kilómetros por hora o en la posición perfecta del rodador sobre la bicicleta. Gianni Bugno vestido de rojo, amarillo y verde desafiando impertérrito a todo el pelotón en alguna carretera de julio. En el heroísmo hay también arrogancia, voluntad de superarse a uno mismo. Un punto de hibris, por seguir con la analogía griega.
 La hibris es un concepto griego que puede traducirse como desmesura. No referida a un impulso irracional y desequilibrado, sino a un intento de transgresión de los límites impuestos por los dioses a los hombres, algo que entronca con la definición de héroes de Cecil Maurice Bowra con la que abría esta reseña.
Hay algo en el esfuerzo y el atrevimiento del ciclista que nos sobrecoge como no sucede con ningún otro deportista. Algo demasiado humano. De entrada, es el único deporte que yo conozca en el que durante décadas se ha premiado en las más importantes carreras al último clasificado. Su mérito no es acabar la empresa ni mucho menos acabarla con éxito, sino atreverse a acometerla, como Ícaro, como Dédalo, incluso, como Hércules en sus doce trabajos, que sí, los completó, pero si hubiera vuelto a casa derrotado –como derrotado fueron Sísifo o Prometeo–, en nada habría cambiado la trascendencia de su hazaña.
 En lo que sí discrepo con Guillermo Ortiz, es en su apreciación de que "héroe es incluso el tramposo". Para mí, y para el común de los mortales, no hay nada heroico en hacer trampas, y ni Tom Simpson, puesto de anfetaminas pedaleando en las rampas del Mont Ventoux hasta perder la vida, ni Lance Armstrong y sus siete Tours, por poner dos ejemplos separados en el tiempo, pueden ser considerados héroes. Y esto es algo que también le digo al grupo musical Parquesvr, que han compuesto un tema brutal, Lance Armstrong, con un ritmo y un texto duro y teatral que se te mete en la cabeza y que hila muy bien con la épica, el triunfo, la pasión, el desengaño y el heroísmo del que estamos hablando.


«¡PELOTÓN, PELOTÓN, PELOTÓN, TON TON TON TON TON TON, PELOTÓN!»
 Tarareo el estribillo del grupo madrileño, incluso soy capaz de moverme compulsivamente a su ritmo y de lamentar que no sea la canción de la Vuelta a España 2020, pero aún así no puedo compartir ese amor por el texano, redimir al tramposo que me estafó tantas tardes frente al televisor. No, no lo volveré a querer.
«¡Porque tú antes lo querías, lo venerabas. Tú disfrutabas cada Vuelta, cada Tour, cada Giro, cada Clásica, pelotón! ¡Y ahora le has dado la espalda! ¡Lo llamas tramposo, mentiroso, dopado, dopado pelotón! Y el llora. Lance llora. Pero habrá un día. Habrá un día que nuestro líder renazca de las cenizas, pelotón. ¡Y tú, lo volverás a querer. Lo volverás a amar!».
 Lo único malo de tener héroes es que, algunas veces, tenemos que verlos de caer. Junto a algunos de esos héroes caídos nos pone a pedalear de inicio Priscila Lessa en la introducción a su ensayo La estética del dolor. La brasileña abre plano y nos mete de lleno en la etapa del Mont Ventoux del Tour de Francia del 2000. Al inicio de la ascensión, Marco Pantani, el Pirata, pedalea tratando de acortar los escasos metros que lo separan del grupo de cabeza, en el que se encuentran Jan Ullrich, vencedor del Tour de 1997, y el antes mencionado Lance Armstrong, vestido de amarillo y en busca de su segundo Tour. Notamos cómo nos suben las pulsaciones.
Marco Pantani los persigue a pocos segundos de distancia. Los corredores avanzan entre dos orillas de aficionados, en fila india por la carretera. Palmas, gritos e invasiones a la carretera dificultan el paso de los ciclistas al tiempo que intentan insuflarles fuerza para que se mantengan firmes, para que sigan adelante. Los nombres de los corredores lucen pintados sobre el asfalto con mensajes de ánimo.
 En su caza al grupo de cabeza, Marco Pantani reafirma su estilo único de pedaleo. Pequeñito, con sus 1.72 metros y 57 kilos, es grácil en sus movimientos, se sienta y se levanta de la bici como si estuviera jugando con un yoyó. La bicicleta se desliza debajo de él, como si formaran un solo cuerpo. Pero su mirada se mantiene fija adelante, firme, suficiente. El italiano avanza y recupera el atraso. Poco a poco la montaña va cambiando su paisaje, mudando de piel. Las carreteras arboladas del principio desaparecen y alumbran un paisaje seco y sin color, como una enorme montaña de tierra. Este es el encanto del Ventoux: su aspecto desolador e inhóspito. Conquistarlo resulta especial debido también a semejante escenario pintoresco.
 El momento en que el italiano contacta con el pelotón de cabeza, con la selección natural de los mejores, se vuelve mágico gracias a la emoción que desprende el locutor de la televisión italiana Rai Sport 2. «Parte il Pirata!», anuncia el locutor. […] Los comentarios del narrador transforman el evento deportivo en una secuencia literaria.
 El Pirata ataca para protagonizar con Lance uno de los duelos más emocionantes en las montañas del Tour. Una muchedumbre eufórica, sentada sobre la montaña y sus aledaños, grita y presencia lo más bello del ciclismo profesional: un enfrentamiento entre los mejores, un mano a mano en la cumbre. Apenas sus cuerpos, sus bicicletas, su sufrimiento y la montaña.
 […] Tal y como puede verse en el vídeo de la etapa del Mont Ventoux del 2000, el duelo empieza al más puro estilo del Pirata. Una secuencia de ataques al pelotón. Intentos de fuga para castigar y fatigar a los rivales y conseguir así que vayan quedándose atrás uno detrás de otro. Pantani es el especialista en esas ráfagas de ataque. Sin embargo, Lance está atento y tiene otra arma exclusiva. Su explosión final, a poquísimos kilómetros de meta en una etapa de montaña, es considerada letal, un rasgo que estremece al resto de los corredores. Es muy difícil neutralizarlo en los momentos finales de una etapa acabada en alto.
 «È incredibile Pantani», exclama el comentarista italiano en el instante en el que intenta escapar definitivamente del grupo para lanzarse hacia una victoria en solitario. El colombiano Santiago Botero lo sigue, pero enseguida se percata de que no puede ganar. Su cuerpo ya está fatigado, la postura firme ha quedado atrás. Cuando un ciclista balancea su cuerpo sobre la bicicleta, está buscando fuerzas donde no las hay. La técnica desaparece, el cuerpo se desvanece perdiendo la firmeza implacable que necesita un corredor para ganar una etapa como la del Mont Ventoux.
 Cuando Lance decide saltar del grupo y recuperar el tiempo perdido, demuestra que su especialidad es explotar sin piedad en la cima de la montaña. «Come un misile», afirma el narrador. Esprintando por el Ventoux, según escribiría luego Hamilton.
 El norteamericano se une al italiano. Y lo que en ese momento se despliega es un espectáculo de una incomparable belleza deportiva. Dos de los mejores ciclistas de su época se disputan cada milímetro de carretera en busca de la victoria, rueda a rueda, paso a paso. Parece una danza ensayada: los cuerpos en sus bicicletas al mismo ritmo, un duelo de héroes sobrehumanos, un fenómeno que «paraliza los ojos», por usar las palabras de Gumbrecht. Dos cuerpos luchando incansablemente, hasta el límite de sus fuerzas físicas y emocionales, para vencer una montaña, para vencer al otro, para vencerse, sobre todo, a ellos mismo. Un fenómeno deportivo que desafía la razón, que ejerce sobre los amantes del ciclismo –sean espectadores, comentaristas o corredores– una fascinación profunda, una excitación por el deporte.

 Y tras eso, y sin salirnos de la ronda gala, viene un interesante análisis del ciclismo como experiencia estética: las bicicletas y las carreras en el contexto de la modernidad; la creación del Tour y su contribución a la formación de la identidad nacional francesa en el periodo que va de la guerra franco-prusiana a la Primera Guerra Mundial; el espíritu festivo de la prueba; la belleza de los ciclistas; la estética de la competición y del espectáculo; la estética del dolor o la fascinación ante el sufrimiento de los atletas.

 Algunos textos te llevan a Googlear y a encontrarte con maravillas como éstas:
En el calor del verano francés es posible prestar ayuda a los ciclistas, dejando así una huella anónima en el Tour. En esas entrañables imágenes de 1962, los vecinos aguardan al pelotón con agua fresca en cubos o con las mangueras abiertas para que los corredores puedan, por un instante, aliviarse del calor. Muchos ciclistas dejan sus bicicleta sobre el asfalto o las apoyan en las paredes y corren hacia las ventas repartidas por el camino, donde en un santiamén pueden comprar helados o incluso bebidas alcohólicas, como cerveza o champán, que guardan con esmero en los bolsillos traseros de sus maillots para consumirlos o compartirlos con los compañeros en los kilómetros que aún restan hasta la línea de meta. Tan pronto pasa por las calles del pueblo, empelotan del Tour enfila de nuevo la carretera y continúa la ruta al encuentro de otras poblaciones francesas inscritas en el itinerario.
 
***
Más agresivos o más lentos, más delgados o musculosos, para el espectador los corredores del Tour acaban por volverse un objeto de profunda admiración. Esa puede ser una de las explicaciones a por qué muchos aficionados al ciclismo se alojan en caravanas y tiendas de campaña a lo largo de las carreteras francesas días antes de que pase el pelotón. Lo hacen para poder disfrutar de una mirada del pelotón de apenas unos segundos y tener la oportunidad de tocar, y quién sabe si dar un empujoncito, a su ciclista favorito en la parte dura de una subida.
*** 
Existen en los cuerpos de los deportistas de alto rendimiento una belleza única. Cada deporte posee una belleza específica, singular, característica. 
Andy Schleck fotografiado por Timm Kölln

Piernas de Andy Schleck
Fotografía: Timm Kölln

Piernas de Alejandro Valverde
Fotografía: Timm Kölln
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Cruzar la línea de meta y vencer la batalla contra el sufrimiento extremo y el cansancio absoluto es, en verdad, la mayor victoria que un ciclista del Tour puede alcanzar. Algo único. Una de las mayores conquistas estéticas que el deporte es capaz de proporcionar. Por ejemplo, el pequeño escalador colombiano Nairo Quintana venció su dolor al terminar la ascensión al Mont Ventoux en 2013. Cuando paró su bicicleta, sostenida por los masajistas, él apenas era capaz de desmontarla. Lentamente, como si estuviera enfermo o sufriera algún impedimento motor, Nairo cayó de la bicicleta en los brazos de los masajistas y se desplomó en el suelo, cabeza gacha, piernas tiesas. Parecía que su cuerpo había muerto de fatiga. Desfallecido y sin aire a causa de la altitud de la montaña, se acurrucó como un bebé en los brazos de su madre y murmuró algunas palabras. A su alrededor, bajo una respetuosa conmoción, todos aguardaban. Ante el Ventoux había un corredor castigado por el agotamiento del esfuerzo extremo. Sin embargo, el desplome había tenido lugar tras la línea de meta. El dolor había sido derrotado.
***
En el Tour, si el dolor pudiera estar representado por un sonido, empezaría por la casi imperceptible sensación sonora de una rueda chocando accidentalmente con otra. Luego seguiría con el ruido estridente de los frenos rechinando en las ruedas de carbono y de los pies desenganchándose de los pedales en busca de equilibrio. Así se llegaría al ruido de decenas de bicicletas amontonándose en el suelo en una inmensa pila que cubre a los ciclistas con los gemidos y gritos por las lesiones, las fracturas y la desesperanza de sufrir un accidente.
 Una gran caída del pelotón es uno de los momentos de mayor tensión en el Tour, ya que hasta que no se hayan levantado todos no se puede saber con certeza la gravedad de las heridas de los corredores implicados. Rápidamente, los ciclistas se ponen de pie con sus equipajes rasgados y las heridas por las quemaduras del pavimento a la vista. Un ciclista puede ser lanzado de su bicicleta a varios metros de distancia, deslizándose a gran velocidad sobre el tórrido asfalto del verano francés. Pero en el Tour «tú continúas», como decía Hamilton. Entonces, algunos corredores, con la ropa hecha andrajos, montan de nuevo en sus bicicletas y siguen apoyados en el coche del médico, que siempre sigue con la caravana, recibiendo curas en movimiento para recuperar el tiempo perdido y alcanzar al resto del pelotón. Otros, simplemente, se queda en tierra con fracturas y heridas que no les permiten continuar. Así ocurrió con el suizo Fabián Cancellara y el alemán Tony Martin cuando se rompieron la clavícula en la edición de 2015. En el momento en que Cancellara cayó, todavía en la tercera etapa, la cantidad de corredores implicados y la gravedad de la caída fueron tan significativas que, por primera vez en la historia de la competición, la carrera fue interrumpida hasta que los equipos pudiesen trabajar en la recuperación de sus corredores.
 
Quien tampoco pudo proseguir fue Vinokúrov en la edición de 2011, puesto que después de una caída que lo lanzó fuera del asfalto, a la vegetación de la cuneta, entre los árboles, el golpe le provocó fracturas en el fémur y la cadera. En esa ocasión, todo el equipo del Astaná abandonó el Tour junto con su líder.
A veces, el drama de la caída es más intenso y puede ser fatídico para el corredor.
 Al margen de estos dos últimos vídeos, ya hemos visto ejemplos de la peligrosidad de este deporte en las dos primeras etapas del Tour de este año 2020 o en el terrible accidente del holandés Fabio Jakobsen el 5 de agosto en la Vuelta a Polonia –tuvieron que echarle 130 punto en la cara y, menos uno, perdió todos los dientes–. Visto lo visto, no me negaran que hay que ser muy valiente para subirse a la bicicleta y disputar una etapa.


 Casi terminando su ensayo, Priscila Lessa, escribe algo que me ha hecho recordar la cara de póker que uno tenía que poner en las pruebas de fondo de atletismo.
En el ciclismo en ruta existe una regla clara en relación al sufrimiento. Los deportistas necesitan desarrollar la capacidad de mantener su ademán impasible ante el dolor, sin importar cuán duro y cruel sea. «¿Estás sintiendo un dolor paralizante? Demuestra estar relajado, incluso aburrido. ¿No consigues respirar? Cierra la boca. ¿A punto de morir? Sonríe», decía Tyler Hamilton. Lo que ocurre es que a veces no es posible mantenerse impasible. El mundo se desborda para la persona que siente dolor. Ese momento, en el pelotón, llega en las montañas. Un nuevo ritmo se impone. La belleza del pelotón compacto avanzando sin temor se esfuma, se rompe. Se entra en otra dimensión. Surge una nueva belleza. La estética se vuelve más lenta, más intensa. La respiración pasa a ser densa, en un continuo ejercicio de dominio de uno mismo y de autocontrol corporal. Poco a poco, la angustia se instala en cada ciclista. Es posible verla en cada rostro, incluso en la lucha interna que cada corredor entabla consigo mismo para que su cuerpo no exteriorice tales sensaciones.

Puesta en escena de la obra de teatro Tourmalet (Groc Teatre)
Fotografía: Víctor Gimeno

 La segunda parte del libro contiene la obra de teatro Tourmalet, la temible subida del Tour como metáfora de la vida y de los obstáculos que tenemos que afrontar en ella.
Una historia de puertos encadenados, de subidas, de bajadas, y una caída inevitable.
 Escrita y dirigida por Miguel Ferrando Roche, la obra, que ha sido llevada a los escenarios por la compañía Groc Teatre –fundada en 2013 por el mismo Ferrando–, nos muestra a tres hermanos ciclistas que se preparan para salir a la carretera con la intención de llegar al Tourmalet, en el centro de los Pirineos franceses. Son Federico, Miguel y Alberto. Primero hablan de Chris Froome, del caso Festina y de Lance Armstrong –"Si el caso Festina casi consigue romper el Tour, Lance casi destruye el ciclismo"–, y luego, en un giro de guión, se transforman en Luis Ocaña, Raymond Poulidor y Gino Bartali.

Cartel de la obra de teatro Tourmalet
Escrita y dirigida por Miguel Ferrando Rocher

 El español Luis Ocaña ganó el Tour de 1973, y perdió el Tour de 1971 por una caída en un descenso bajo un temporal de lluvia.

LUIS.– (Subiéndose a la bici). Ocho de julio de 1971.
         Ocho de julio de 1971.
         Si alguna vez me preguntan
         ¿Cuál fue el día más feliz de mi vida...


(Silencio eterno).

         Ocho de julio de 1971.
         Undécima etapa.
         Salimos desde Grenoble y tenemos que llegar a las duras
         rampas de Ornières-Merlette. 134 kilómetros.
         Ayer puse a prueba a Merckx, vi que flaqueaba.
         Debe ser hoy.
         Debe ser hoy.
         Ocho de julio de 1971.
         Aventajar treinta segundos a Merckx en montaña es poco
         probable.
         Aventajarle dos minutos, una hazaña que nadie cree posible.
         Ataco.
         Me escapo de todos mis rivales sin mirar atrás.
         Me vacío como ningún otro se ha vaciado antes.
         Me dejo el alma.
         Me quito el peso de los años.
         Mis años de hambre y pena.
         Pedaleo por España.
         Por España entera.
         Pedaleo por aquellos que me amaron.
         Pero, sobre todo,
         sobre todo pedaleo por aquellos que no confiaron en mí.
         Soy yo ante mi destino.
         Soy yo o Eddy Merckx.
         El resto no importa.
         Un minuto.
         Una moto de la organización se acerca con la pizarra
         indicando las diferencias.
         Dos minutos. Tres minutos. Cuatro minutos.
         Les saco cuatro minutos.
         A todos.
         Pero sobre todo a Merckx.
         Cinco minutos. Seis minutos. Siete minutos.
         Ocho de julio de 1971.
         Le saco nueve minutos a Merckx.
         Nueve minutos de diferencia.
         Diez. Llego a meta.


(Silencio).

PERIODISTA A.– ¿Cómo afronta esta primera etapa pirenaica?

PERIODISTA B.– Tras la genial etapa de hace tres días, usted tiene
          todas las opciones de ganar.

LUIS.– Once de julio de 1971.
          Después de dos etapas de transición en las que Merckx
          apenas ha podido recortarme tiempo, llegamos a los Pirineos.
          Cruzaremos Francia para llegar a España.
          Cruzaremos Francia por la misma montaña por la que huí de
          la pobreza.
          Hoy la etapa llega a la que fue mi casa.
          A la que es mi casa.
          Media España me espera con pancartas al otro lado de la
          frontera.
          Para ver a su héroe, a Luis Ocaña, derrotando a Eddy
          Merckv.


(Silencio).

          Llueve.
          Llueve tanto que la carretera es un río.
          Es el apocalipsis.


(Silencio).

          Eddy Merckv ha atacado.
          Tendría suficiente con pegarme a rueda, a una distancia
          prudente, solo tengo que marcarlo…

VOCES.– (Desde fuera). ¡Déjalo ir! ¡Déjalo ir!

LUIS.– Yo soy Luis Ocaña.
          ¿Hablan de orgullo?
          Puede.
          Pero no le voy a regalar una etapa, y menos en mi casa.
          Yo soy un luchador nato,
          soy quien soy,
          soy un grande,
          soy un ganador,
          soy Ocaña.

PERIODISTA A Y B.– ¿Cómo recuerda su victoria en el Tour de
          Francia de 1973?


(Se repite la pregunta dos o tres veces
porque Ocaña no la oye a la primera)

LUIS.– (Dejando de pedalear). Que cómo recuerdo la victoria de
          1973.
          No lo sé.
          No lo recuerdo.
          ¿Alguien recuerda cómo fue?
          ¿Alguien recuerda algo?
          ¿A quién dediqué la victoria?
          ¿Aquella habitación de hotel en Rue des Carmes?
          Recuerdo mejor aquel golpe contra el suelo de 1971.

PERIODISTA B.– ¿Qué recuerda?

LUIS.– Recuerdo el dolor,
          las heridas.
          Recuerdo la sangre.
          La lluvia.
          El asfalto mojado.
          El barro.
          Los truenos.
          La desesperación.

Luis Ocaña tras su caída en el Tour de francia de 1971
Fotografía: Diario AS

 La mala suerte también se cebó con Ocaña en 1972, con otra caída que lo obligó a abandonar la ronda francesa. Y en 1974, una caída en el Tour de l'Aude le impidió participar en el Tour de Francia, de ahí que muchos consideraran a El francés de Priego un héroe trágico.

Luis Ocaña. Poster Diario AS color.

 Sobre el francés Raymond Poulidor, "Pou Pou", decir que fue el corredor más amado y admirado por los franceses, quizás porque se pasó toda la vida tratando de alcanzar la gloria. Fue segundo 3 veces en el Tour (1964 y 1965) y tercero 5 veces (1962, 1966, 1969, 1972 y 1976), y aunque ganó 7 etapas, nunca logró vestirse de amarillo. La vez que estuvo más cerca fue cuando le ganó un mano a mano a Jacques Anquetil en la subida al Puy-de-Dôme, pero los doce segundos con los que aventajó a su compatriota en la cima no fueron suficientes.

Jacques Anquetil y Raymond Poulidor en la subida al Puy-de-Dôme
Tour de 1964

POU-POU.– No quiero engañarles. Tal vez todo esto solo sean excusas para consolarme. Todos los deportistas anhelamos la victoria. Sentir que tanto esfuerzo por una vez merece una recompensa verdadera… Ganar… Subir a lo más alto del podio. Ser por un día el guapo, el rico, el Niño Rey… El que se lleva la gloria. Sentir por un día… Sentir… ser Jacques Anquetil... 


(Silencio largo. Cambia de postura).

 ¿Ganar? ¿Quién quiere ganar? Yo fui el mejor segundo de la historia y no creo que nunca nadie pueda superarme en eso. ¿No les parece?

Los actores de la compañía Groc Teatre en la representación de Tourmalet
Poulidor, Bartali y Ocaña interpretados por Robert Roig, Héctor Fuster y Guille Zavala

 Después de que Miguel se transforme en Poulidor, le llega el turno a Alberto. Suena la «Giovinezza», y se transforma desde el fondo del escenario en Gino Bartali. El italiano, que ganó el Tour de Francia en 1938 y 1948, aclamado por el régimen fascista de Mussolini, salvó de la muerte a 800 judíos italianos que iban a ser deportados a los campos de concentración de Alemania. Para ello se valió de su herramienta de trabajo, la bicicleta, en cuyo cuadro o debajo del sillín escondía la documentación necesaria para sacarlos del país.

El italiano Gino Bartali

GINO.– […] Mi vendetta personal contra «el régimen» se produjo pocos años después, en plena Segunda Guerra Mundial.
 Año 1943. Las competiciones ciclistas se habían reducido prácticamente al mínimo. Yo aproveché aquellos años de forzado descanso para casarme y vivir como podía. Pero aquella situación me angustiaba. Veía a la gente sufrir y yo sabía que debía hacer algo. El ciclista del régimen… El Tour de Mussolini…
  La suerte llamó a mi puerta una mañana de marzo. El arzobispo de Florencia, Elia Dalla Costa, se puso en contacto conmigo.

DALLA COSTA.– Gino, las leyes raciales han empezado a ser aplicadas. Han llegado a Italia más de quince mil judíos y han encontrado refugio en conventos, colegios o comunidades religiosas, pero no vamos a poder mantener esta situación. Tenemos que hacer algo. Tú eres famoso, el régimen te respeta… Tú podrías ayudarnos.

GINO.– Pero cómo, yo solo soy un ciclista. (Silencio). Yo solo soy un ciclista.


(DALLA COSTA insiste).

DALLA COSTA.– Tengo un amigo, un impresor de confianza, que va a preparar documentos de identidad falsificados para las personas amenazadas, pero necesito a alguien que los transporte.


(Silencio infinito).

GINO.– El mejor sitio es el tubular de la bici. Es hueco, podría desmontarlo y guardarlos ahí. A menos que me registren la bicicleta, es imposible que nos detengan.

DALLA COSTA.– Bravo, Gino, bravo. Fantástico. Es una gran idea. (Silencio). Pero… si te cogen…

GINO.– Sí, si me cogen… (Hace el gesto de un fusil).

DALLA COSTA.– No puedes comprometer tu carrera, no debes comprometer tu vida… No debería haber venido nunca, no debería habértelo pedido. Es demasiado…


GINO.– Elia, todo irá bien. ¿Qué mal podría pasarme? Solo soy un ciclista. (Repite).
   Solo soy un ciclista. Solo soy un ciclista. (Se sube a la bicicleta). Solo soy un ciclista.
    Solo soy un ciclista…
   ¡Pasé mil controles, iba de Asís a Florencia, de Florencia a Asís! Florencia, Lucca, Génova, ¡el Vaticano! Jornadas a veces de hasta 175 kilómetros. Las milicias no hacía preguntas.
   «Eh, Gino, ¿dónde vas con tanta prisa?».
   «Estoy entrenando, no hay que perder ni un solo minuto!».
   Aquellas carreteras donde alcé los brazos vestido de rosa, de amarillo. Aquellas mismas carreteras donde gané el Tour de Mussolini… eran ahora la vía de libertad para cientos y cientos de judíos.

Gino Bartali

 Tourmalet es una obra de teatro que me ha encantado y que, si el coronavirus nos deja, me gustaría llevar a las tablas del instituto donde trabajo, el I.E.S. Isaac Albéniz de Málaga. La obra completa o sólo la parte final, con los textos de estos tres iconos del ciclismo. Creo que es un complemento magnífico a la unidad didáctica de la bicicleta y una excelente manera de introducirlos en la historia de este deporte.


Robert Roig, Héctor Fuster y Guille Zavala interpretando a Poulidor, Bartali y Ocaña
Tourmalet (Groc Teatre)

 "Si pudierais elegir… ¿Quién seríais? De cualquier época. Ponerse en su piel solo por un instante", pregunta uno de los personajes en Tourmalet. Yo lo tendría fácil: mi tocayo Pedro Delgado, con esos hachazos que te hacían levantarte del sofá para animarlo pegado a la tele.


 ¿Y tú, quién serías?


 Nota: Todos los textos a color pertenecen a la primera edición de Se necesitan héroes (La estética del dolor/Tourmalet) de Priscila Lessa y Miguel Ferrando Rocher, publicado por La Caja Books en septiembre de 2018. La traducción del ensayo de la brasileña Priscila Lessa, historiadora, profesora e investigadora del ciclismo, además de ciclista amateur, es de F. Arroyo.


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