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domingo, 27 de octubre de 2024

ALGO DE DEPORTE EN LAS MEMORIAS DEL CINEASTA WERNER HERZOG


Las memorias de Werner Herzog junto a la figura de su admirado Franco Baresi
Fotografía: Pedro Delgado

Recientemente reseñé Cada uno por su lado y Dios contra todos (Ed. Blackie Books, 2024) en mi otro blog. Se trata de las memorias del cineasta y escritor Werner Herzog, y en sus páginas, además de hacer referencia a su vida y a su trayectoria cinematográfica, nos habla de su práctica deportiva, del fallido documental sobre el boxeador Mike Tyson y del que sí hizo sobre los saltos de esquí: El gran éxtasis del escultor de madera Steiner.

 En Wüstenrot empezamos a jugar al fútbol con los chicos del barrio y siempre llevábamos la ropa sucia. Mi padre consideraba que era un deporte demasiado ruidoso y opinaba que teníamos que practicar algo más distinguido, como la esgrima con florete o el hockey sobre hierba. Nos apuntamos a un club de hockey de Heilbronn para probar y en uno de los primeros entrenamientos recibí un pelotazo directo en la espinilla. Las pelotas de hockey sobre hierba no son propiamente pelotas, sino piedras del tamaño de un puño. Me dolió muchísimo y se me formó un ganglio en el hueso. Así que no quise volver a intentarlo. Para que mi padre no se enterara de que seguíamos jugando al fútbol, llevábamos los pantalones cortos de gimnasia escondidos bajo la ropa limpia, que nos quitábamos nada más salir del colegio para jugar en los campos de coles.
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Werner Herzog en uno de los partidos de la Hofer Filmtage
Celebrado durante el Hof International Film Festival (Hof, Baviera)
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Tengo asumido que ya no puedo saltar con el pie derecho. La verdad es que fue un accidente estúpido y descuidado el que sufrí al saltar por aquella ventana [...]. De todos modos, al ser el mío el tobillo izquierdo pude seguir jugando al fútbol en Alemania. Mi hermano Till me metió en el Schwarz-Gelb de Múnich, donde jugaba tanto de portero como de delantero. Los jugadores eran taxistas, panaderos u oficinistas, y yo los adoraba.

El Schwarz-Gelb no competía en ninguna liga oficial, pero quizá nos habríamos mantenido en quinta división. Mi hermano era mejor portero que yo. Cuando tenía catorce años, llamó la atención de un cazatalentos del 1860 Múnich, que era el club dominante en la ciudad antes del Bayern, pero mi madre lo disuadió de hacer carrera como deportista profesional. El Schwarz-Gelb había sido fundado por un pastelero, Sepp Mosmeir. Nunca había conocido a un hombre tan entrañable.

Sepp Mosmeir
Fotografía: FC Schwarz-Gelb
 Sepp irradiaba una calidez incondicional y amaba profundamente la ópera, además de poseer extraordinarias dotes de liderazgo. Siempre nos conmovía. Al mismo tiempo, sin embargo, una sombra oscurecía todo su ser. Uno de sus recuerdos de infancia era que él y sus amigos treparon a un poste eléctrico en el terraplén del ferrocarril, en Tirol del Sur, y que uno de los chicos consiguió agarrar la línea de alta tensión. El niño se agitó y sacudió durante varios minutos hasta que empezó a echar humo. Sepp describió el ruido del cuerpo carbonizado al caer finalmente al suelo: sonaba como un saco lleno de briquetas golpeando la vía del tren. La esposa de Sepp, Moosin, murió de cáncer tras una larga agonía y luego le sucedió lo mismo a él. Lo visité poco antes de que muriera. Dejó un vacío en mí que durará para siempre.
 Pasé de portero a jugador de campo. En el festival de Cannes, creo que fue en 1973, cuando se proyectó Aguirre en la sección independiente de la Quincena de Realizadores –el festival oficial había rechazado la película–, se programó en el estadio un partido de fútbol de actores contra directores, y yo jugué de portero. La mayoría de los directores eran muy poco deportistas –algunos estaban tan gordos que apenas podían andar–, mientras que los actores estaban en su mayoría en buena forma. La verdad es que su dominio era aplastante, pero yo atajaba todos los balones que  me llegaban. Los actores cambiaron entonces de táctica: pasaron a dejar que los directores llegaran hasta su campo y luego chutaban el balón hacia mi solitaria portería, donde de repente aparecían solos frente a mí de dos en dos y de tres en tres. Entre ellos estaba Maximilian Schell, que había jugado en la selección amateur de Suiza. Lo vi correr hacia mí tras un pase largo, completamente solo. Me alejé del punto de penalti, llegué primero al balón y lo despejé una fracción de segundo antes de Schell, pero este no pudo evitar chocar contra mí con todas sus fuerzas. Podría haberlo esquivado, pero yo quería ganar siempre, incluso en un partido amistoso. Vi las estrellas. El codo se me dislocó y se dobló adelante: tardé un año entero en recuperarme. Schell y yo nos hicimos amigos a raíz de aquella colisión, y en su película nominada al Oscar El peatón hago una breve aparición como figurante mudo.

 A partir de entonces jugué de delantero, aunque casi todos los jugadores del Schwarz-Gelb eran más rápidos o mejores que yo a nivel técnico. Pero yo entendía más rápido los movimientos al espacio y sentía una intensa necesidad de marcar. Mi instinto goleador solía atraer a más de un defensa rival, lo que abría huecos para mis compañeros. Sabía leer las jugadas, como los futbolistas a los que más admiro. El italiano Franco Baresi, por ejemplo, era un defensa de los años ochenta capaz de adivinar las intenciones colectivas de todo un ataque contrario. Nadie tenía una comprensión del juego tan profunda como él.
Franco Baresi

Palabras de Herzog sobre Baresi:
«Non ci sarà mai nessun altro capitano come Baresi»

Thomas Müller, el delantero del Bayern de Múnich, también es de la misma estirpe: aparece solo, como un fantasma, ante la portería rival, ve los espacios como nadie y es imposible decir de dónde ha salido.
Thomas Müller
Fotografía: Gol Olímpico Wordpress

Mi abuelo estaba cortado por el mismo patrón, sabía interpretar las jugadas. Sepp Mosmeir era defensa y su sueño de marcar un gol nunca se hizo realidad. En su partido de despedida, de repente nos pitaron un penalti a favor. Todos insistimos para que lo tirara él, que se mostraba reticente a hacerlo. Sepp Mosmeir marcó. Lo sacamos del campo llorando. El árbitro detuvo el partido durante varios minutos.
 Jugando al fútbol sufrí algunas de las lesiones típicas de este deporte, como una rotura de ligamentos. Una vez, cuando aún jugaba de portero, un delantero me golpeó el mentón durante un partido contra el gremio de carniceros bávaros, una horda de fortachones que se abalanzaban sobre nosotros a lo bruto, como si fuéramos ganado. Había parado un balón y me desplomé al suelo. Cuando desperté, no quería abandonar el campo e intenté hacerle comprender al árbitro que la expulsión era errónea, que no era yo quien había cometido la falta, sino mi adversario. Pero el árbitro gritó varias veces algo que no comprendí porque me retumbaba la cabeza. al final me tiró de la camiseta y señaló toda la sangre, que solo podía ser mía. Eso sí lo entendí. Me dieron catorce puntos en la barbilla, y como entonces no tenía seguro y no podía permitirme ningún lujo, me cosieron a pelo. Del mismo modo me sacaron una muela sin la inyección habitual para adormecer el dolor. Definir aquello como masoquismo sería sin duda un error. Formaba parte de mi forma de entender el mundo y vivir la vida.
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Rudi Gutendorf (1926-2019)
Entrenador que más equipos y selecciones ha dirigido en la historia (38)

Allí le conocí [se refiere a Werner Janoud, uno de sus mejores amigos] a través del entrenador de fútbol Rudi Gutendorf, que había entrenado a cinco equipos en los primeros tiempos de la Bundesliga y desde entonces había viajado por todo el mundo como seleccionador de varios países. Cuando estuve en Lima para la preparación de Aguirre, participé en el entrenamiento físico de su equipo, el Sporting Cristal de Lima. Un día en que el equipo A jugaba contra el equipo B del club profesional, les faltaba un hombre, así que Gutendorf me puso en el equipo B. ¿En qué posición quería jugar? Le dije que no me importaba, pero que quería jugar contra Gallardo. Este era un extremo de la selección peruana que la prensa internacional había elegido parte del once ideal del Mundial de México, junto con Pelé y todos los grandes jugadores de la época.
Alberto Gallardo, mito peruano
Foto: https://www.gloriosoceleste.com

Gallardo era un velocista, un maniático que siempre hacía lo inesperado en el campo. Yo quería al menos darle trabajo, ser un estorbo para él, y por eso intenté seguirle el ritmo. A los diez minutos me pasaron el balón: para entonces ya no sabía qué camisetas llevábamos ni cuál era la portería contraria. Al cabo de un cuarto de hora salí del terreno de juego a rastras con calambres en el estómago y vomité durante horas en los arbustos de adelfas que bordeaban el campo. Janoud me sacó de uno de los arbustos y nos hicimos amigos de inmediato. En Aguirre se le ve en la balsa, dando vueltas sin parar en los rápidos hasta que Aguirre la destruye de un cañonazo.
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Werner Herzog haciendo toques con un balón de fútbol en 1982
Fotografía: Instagram thenyff

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 Me gustaría dirigir una película con Mike Tyson sobre los primeros reyes francos. Nos conocimos porque un productor de Hollywood quería hacer un documental sobre él. En la reunión había gente de la productora y cinco abogados. Tyson estaba visiblemente incómodo y lo invité a salir a la terraza. Queríamos hablar a solas, de hombre a hombre, y enseguida conectamos. En lugar de hablar de su documental, lo hicimos de su infancia. De niño vivía en una habitación individual con su madre. Cuando ella tenía compañía masculina, él solía estar presente y robaba dinero de los pantalones tirados por el suelo. Antes de cumplir los doce años ya lo habían detenido unas cuarenta veces. Cuando tuvo edad suficiente para delinquir, aprendió a boxear en un reformatorio y se convirtió en el campeón mundial de los pesos pesados más joven de la historia. Más tarde, tras cumplir tres años de prisión por un cargo de violación que él niega categóricamente, empezó a leer con afán, movido por la curiosidad intelectual. Conoce la República de Roma y la dinastía franca temprana de los merovingios: Clodoveo, Childerico, Childeberto, Fredegar y el carolingio Pipino el Breve. Tras el fin de su carrera de boxeador, Tyson perdió trescientos millones de dólares y tenía una montaña de deudas, por lo que supongo que exigió unos honorarios tan altos que el documental no se materializó. Como boxeador era temible. Después de arrancar de un mordisco parte de la oreja de su oponente Evander Holyfield en un combate por el título, recibió el sobrenombre de «El hombre más malo del planeta». Mike Tyson, sin embargo es más bien un hombre tímido que parece un niño. Habla en voz baja y ceceante. Aconsejé a Paul Holdengräber que invitara a Tyson a una de sus charlas abiertas en la Biblioteca Pública de Nueva York. Resultó ser una velada memorable a la que asistieron seiscientos cincuenta intelectuales, académicos, escritores y filósofos. Paul, a quien yo había puesto al corriente, preguntó primero al público si había alguien que hubiera oído hablar de Pipino el Breve, pero nadie lo conocía. Pipino fue el primer rey carolingio, hijo de Carlos Martel y padre de Carlomagno. Mike Tyson hizo entonces una disertación sobre él y el nuevo comienzo de la Europa moderna.
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Pueblo montañero de Sachrang (Aschau), Alemania
Fotografía: www.aschau.de/bergsteigerdorf
Desde muy pequeño he querido volar. Pero no con un avión, sino así, sin más, con mi cuerpo, sin material complementario. Todos esquiábamos desde pequeños, pero en el valle de Sachrang no hay pistas dignas de mención. Por eso empezamos a hacer saltos de esquí: construimos nuestras propias rampas y sufrimos memorables aterrizajes forzosos. En una ocasión, mi hermano aterrizó en la nieve con las puntas de los esquís, que se hundieron y quedaron atascadas hasta tal punto que perdió ambas botas. Bajó dando tumbos por el resto de la pista sin esquís ni botas. El hijo de un vecino, Rainer, probó conmigo la rampa de saltos que había lejos del pueblo. Entonces nos parecía un gran salto, pero cuando lo veo hoy es patético, diminuto. Soñábamos con convertirnos algún día en campeones del mundo, así que tomamos prestados unos esquís de verdad. Pero medían 2,20 metros de largo y eran mucho más altos que nosotros, además de ser anchos, con cinco ranuras en la parte inferior para mantener los esquís rectos en la línea de salida. La rampa tenía una entrada natural, no era una torre construida artificialmente sino una pendiente empinada. En la cima había un gran abeto en el que nos apoyábamos en posición perpendicular a la pista, para saltar luego a la rampa helada con aquellos esquís demasiado grandes. Un día, mi amigo sufrió un accidente. Yo estaba debajo de la rampa y lo vi saltar, pero no consiguió colocar bien los esquís y no había forma de pararlo por la empinada cuesta. Aún puedo verlo, como si fuera hoy, luchando para frenar durante todo el descenso. Pero acabó precipitándose por la ladera de la colina hacia el bosque, de cabeza, donde había algunas rocas. El ruido del impacto todavía me estremece. Lo encontré con graves heridas en la cabeza, tan terribles que no puedo ni describirlas. Estaba seguro de que estaba muerto o agonizando. Intentó decir algo, pero había perdido todas las muelas. Tardó unos minutos, que se me hicieron insoportablemente largos, en perder el conocimiento por una providencia misericordiosa. Me encontré en el dilema de correr al pueblo en busca de ayuda y dejarlo solo o quedarme con él aunque no pudiera auxiliarlo. Finalmente decidí cargar con él, aunque pesaba más que yo. La pendiente hasta la línea de meta era muy pronunciada. Pero yo (o más bien él), tuve suerte porque pasó un granjero con un caballo y un trineo enganchado. Lo ingresaron en el hospital, estuvo tres semanas en coma, quizá menos, y al final se despertó y su estado fue mejorando. Apenas tuvo secuelas, salvo por las muelas, que tuvieron que sustituirlas por piezas de plata. Además, sufrió jaquecas toda su vida, que aparecían con los cambios de tiempo. Décadas después del accidente, tras haber perdido completamente el contacto con él, recibí una extraña señal de vida. En el programa deportivo de la ZDF, que emitía los resúmenes de los partidos de fútbol de la liga alemana, siempre hacían un sorteo en la sección del Gol del Mes. Esto debía de ser a principios de los ochenta. Elegían el gol que había recibido más votaciones por parte de los telespectadores y lo emitían de nuevo en el programa. Entonces, un invitado en el estudio extraía a ciegas una postal de entre las aproximadamente doscientas mil recibidas, y el remitente recibía como premio un viaje y dos entradas para el siguiente partido de la selección alemana. Las postales estaban dispuestas en un semicírculo de grandes bolsas en el suelo del estudio, y el invitado hurgaba en una de ellas y sacaba una tarjeta. Después de esta fórmula rutinaria se leyó en voz alta el nombre del afortunado: Rainer Steckowski, de Sachrang. La anomalía estadística es tan extraordinaria que nadie me creerá, pero yo sé que fue real. En cualquier caso, mi sueño de dedicarme a los saltos de esquí y volar se borró de un plumazo con el accidente de Rainer. Pasaron muchos años hasta que pude acercarme de nuevo a una rampa.

Documental de Herzog sobre los saltos de esquí

 Más tarde, en 1974, dirigí un documental sobre saltos de esquí, El gran éxtasis del escultor de madera Steiner. Había visto saltos de esquí en televisión muchas veces. Incluso había tomado fotos en gran formato en blanco y negro con una cámara de aspecto primitivo, de madera de caoba, con trípode, fuelle y placa. Para ajustar el enfoque, tenía que colocarme debajo de una tela negra, como los fotógrafos del siglo XIX. Me convertí en un bicho raro entre los cientos de fotógrafos profesionales con sus modernas cámaras y enormes teleobjetivos, aunque yo no quería fotografiar a los atletas en pleno vuelo, como los demás, sino justo antes del momento en que se lanzan a la pista, cuando ya no hay vuelta atrás. Hay un miedo secreto en todos, pero nadie habla de ello; como mucho, hablan de respeto. De hecho, los que saltan más alto nunca son los más atléticos y musculosos: suelen ser chavales de diecisiete años, de rostro lívido y granulado y mirada insegura. Uno de ellos me llamó la atención alrededor de 1970. Era el suizo Walter Steiner, escultor de madera de profesión, un artista que trabajaba y vivía en Wildhaus, Appenzell. A veces subía solo a las montañas y tallaba grotescos rostros en los troncos de los árboles gigantes caídos, normalmente con una expresión de horror, pero nunca revelaba las ubicaciones de sus esculturas, y solo a veces las encontraba algún excursionista. En sus primeras competiciones internacionales, siempre acababa muy por detrás del resto de los participantes, pero vi algo en él que me impresionó. Aquel joven tranquilo tenía algo extático en sus vuelos, tan solo le faltaba técnica. Les dije a mis amigos:
 –Estáis viendo al futuro campeón del mundo.
 Su estatura era fuera de lo común: muy alto, flaco, con las piernas demasiado largas. Parecía torpe en tierra, como una grulla que camina sobre piernas delgadas de rodillas nudosas, pero en el aire también volaba como un pájaro. Daba la impresión de que su elemento fuera el aire, no la tierra.
El suizo Walter Steiner
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 Sentía una profunda afinidad con Walter Steiner. En 1973, durante el tradicional Torneo de las Cuatro Colinas, que se celebra entre finales de un año y principios del siguiente, iba en una posición muy por detrás de sus rivales porque arrastraba las secuelas de una lesión, una costilla rota. Cuando surgieron dudas sobre si había apostado por un caballo cojo, lo apoyé incondicionalmente. Le dije que en Planica, en Eslovaquia, volaría más alto que los demás. Eso podría haberle dado un poco más de confianza, pero a veces, en mi trabajo con los actores o los protagonistas de mis documentales, se trataba de algo más: necesitaban contacto físico. Con Bruno S., el protagonista de dos de mis películas, El enigma de Gaspar Hauser y Stroszek, fueron momentos táctiles. Cuando estaba fuera de sí por el mundo tan horrible que había vivido durante su infancia y adolescencia, simplemente lo cogí suavemente de la muñeca y eso lo calmó. El día antes de saltar, Steiner estaba decaído y tenía dudas sobre su estado de forma. Tenía a cuatro camarógrafos allí. Fuera, de camino a su habitación, nos pusimos de acuerdo para subirlo a hombros y llevarlo por la solitaria calle nevada. Alguien hizo una foto borrosa que he redescubierto hace poco. Pero recuerdo ese momento con diáfana claridad, porque fue un simple gesto físico a partir del cual empezamos a confiar los unos en los otros. Al día siguiente, durante los primeros saltos de prueba, Steiner estuvo extraordinario. Nadie había volado jamás como él. Yo había encontrado en su álbum de fotos una imagen, que pasaba más bien desapercibida, en la que parecía un cuervo. Él se limitó a descartarla con un comentario superficial. Pero después de haber ido sobre mis hombros, se sinceró. Cuando tenía unos diez años, encontró un cuervo joven que se había caído de su nido y lo crio con mucho cuidado. El pájaro sobrevivió y se convirtió en su mejor amigo, porque Steiner siempre fue un niño solitario. Le gustaba posarse en su hombro y, al salir de clase, lo esperaba fuera, en las ramas de un árbol. Steiner silbaba y el cuervo acudía a él volando y se posaba en su hombro mientras él volvía a casa en bicicleta. Pero el ave iba perdiendo cada vez más plumas y los demás cuervos lo picoteaban y atormentaban, era insoportable ver aquello. Finalmente, Steiner no pudo aguantar más y le disparó con la escopeta de su padre. Ahora que su cuervo ya no volaba, él, Steiner, lo hacía por él.
 En Planica, Steiner destacó tanto que estuvo a punto de volar hacia su propia muerte varias veces, pues la infraestructura de entonces no estaba diseñada para un saltador como él. Para entendernos: cuando aterrizas en una pendiente pronunciada después de haber volado por los aires, la energía cinética se va disipando gradualmente hasta que alcanzas el rellano. Incluso las malas caídas suelen terminar sin consecuencia. Pero si aterrizas en el rellano tras haber hecho un vuelo demasiado largo, cosa que nadie concebía posible por entonces, la pérdida de velocidad hasta cero se produciría de golpe y sería tan peligroso como saltar desde el vigésimo piso de un rascacielos a la calle. Las gigantescas instalaciones de Planica y casi todas las que había por el mundo tenían un radio circular que cambiaba rápidamente a horizontal, como transición de la pendiente pronunciada al rellano. El comienzo de ese radio era el punto crítico y siempre estaba marcado con una línea roja en la nieve. Si un saltador rebasaba ese punto, la dirección técnica tenía que detener la competición de inmediato y continuar con un recorrido más corto para que los saltadores no pudieran alcanzar la zona roja de peligro. Steiner, sin embargo, sobrevoló el punto crítico hasta batir por diez metros el récord mundial vigente; allí ni siquiera había marcadores de distancia. Cuando aterrizó, la compresión era ya tan fuerte que el impacto lo desequilibró y se cayó.
 Sufrió una conmoción cerebral, le empezó a sangrar la cara y durante una hora no sabía dónde estaba ni qué había pasado. Pero en los siguientes dos días de competición, los jueces yugoslavos continuaron dejando cuatro veces que Steiner arrancara desde demasiado arriba y volara hacia la zona de la muerte. Querían ver un nuevo récord mundial, costara lo que costase. Sus saltos atrajeron a cincuenta mil espectadores.
 –Quieren verme sangrar, quieren que me haga añicos –dijo Steiner.
 Ganó la competición por una distancia sin precedentes en la historia de este deporte. Steiner exigió entonces –ahora tenía autoridad para hacerlo–, que se reconstruyeran los saltos de esquí en insistió sobre todo en una transición desde la pendiente hasta el rellano con una curva matemática calculada de forma diferente. Actualmente, que yo sepa, las grandes rampas ya no tienen un radio circular, sino una curva calculada según la sucesión de Fibonacci, es decir, una parte de una curva de espirales, como los amonites fosilizados. La curvatura de este radio es mucho más alargada y no se puede volar hasta el final del rellano.
 Hoy en día, las competiciones de saltos de esquí son pruebas sintéticas y estandarizadas en comparación con los días del éxtasis de Steiner. Los perfiles de las rampas se adaptan a las curvas balísticas de los saltadores, que nunca vuelan tan alto como las copas de los árboles, sino que siempre están cerca de la pista en altura de vuelo. En la época de Steiner, nadie usaba cascos protectores y no había monos como los de hoy. Ahora toda está regulado al milímetro, incluso la distancia de los hombros a la entrepierna que debe tener el traje en relación con la altura del deportista, porque una entrepierna demasiado baja sería una pequeña vela adicional. Los comités miden con dispositivos especiales la permeabilidad al aire entre la parte delantera y la trasera, porque durante los Juegos Olímpicos de Invierno de Innsbruck el equipo austríaco llevaba trajes cuya espalda apenas era permeable al aire, lo que resultó en la formación de una joroba artificial que tenía el mismo efecto que las alas de un avión. Creo que Austria ganó todas las medallas de oro. El cambio más visible es la posición de los saltadores. Hoy todos saltan con los esquís en posición de uve, lo que proporciona un vuelo más estable y aerodinámico. Steiner todavía volaba con los esquís en paralelo porque los jueces lo recompensaban con puntuaciones más altas. Pero ya hacía tiempo que se sabía, por pruebas en el túnel de viento, que la postura en uve era mejor. De repente, un solitario esquiador de Suecia empezó a saltar en esa postura. Era el testarudo visionario Jan Boklöv. Los jueces lo penalizaban en todas las competiciones, pero él persistió sin inmutarse, y por eso ocupa un lugar destacado en mi lista de héroes secretos.
Jan Boklöv entrenando en Calgary en 1988 antes de los Juegos
Fotografía: Jan Collsiöö / TT
El invierno posterior, otros saltadores siguieron su ejemplo y, de repente, todo el mundo lo hacía y el sistema de puntuación tuvo que cambiar. Los esquís que nos prestaban de niños no eran ni de lejos tan anchos ni tan flexibles como plumas de águila, y no tenían fijaciones para que el talón pudiera desengancharse del esquí. Hoy los atletas vuelan en posición horizontal, como si cabalgaran sobre un colchón de aire, y los más atrevidos tienen las orejas literalmente entre las puntas de los esquís.

 Como bien dice el crítico cinematográfico Javier Ocaña, El gran éxtasis del escultor de madera Steiner es «mucho más que un documental deportivo, que también. Una película sobre el miedo y el arrojo de un pionero, un aventurero casi demente, y personaje típicamente 'herzogiano'».

 Mientras les copiaba este último texto a color de Herzog –el libro está traducido por Marina Bornas Montaña–, me acordaba de Anu Roiha, la finlandesa de alma latina que nos acogió a mi hijo Enzo y a mí en Rovaniemi cuando fuimos a visitar a Papá Noel allá por diciembre de 2009. La primera noche con ella nos llevó a visitar las pistas de esquí de la ciudad, pero era muy tarde y ya no había nadie en las instalaciones, iluminadas por algunos focos. Era una noche muy fría, y estando allí nos veíamos obligados a hacer respiraciones muy pequeñas para que no nos afectara el aire helado. Desde lo alto de la colina, donde aparcó el coche, se veían también las luces de la pista de saltos. Anu nos señaló la enorme rampa con el índice, y nos dio algunos detalles técnicos. Yo había visto saltar por una de aquellas rampas en la televisión, y admiraba la pericia y el valor de aquellos saltadores que volaban más de 100 metros antes de pisar la nieve. Mentalmente me deslicé por aquella superficie y sentí el vértigo y el pavor a la caída. Y eso que aún no había visto el documental de Herzog. Afortunadamente, Enzo no tenía vértigo ni miedo a volar y ya está surcando los cielos como piloto de líneas aéreas. Quién sabe si alguna vez llevará en su avión a otros pequeños a conocer a Santa Claus Papá Noel*, o a la mismísima Anu a veranear a la Costa del Sol.

Película completa en alemán con subtítulos en inglés


Inicio de la película en alemán con subtítulos en castellano

 Y llegados al final, no puedo más que recomendarles la lectura de Cada uno por su lado y Dios contra todos, así como la reseña que escribí sobre el libro en mi otro blog.

Cada uno por su lado y Dios contra todos. Memorias, Werner Herzog
Editadas por Blackie Books
Fotografía: Pedro Delgado

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2024/09/las-memorias-de-werner-herzog.html

*https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2014/12/sos-navideno.html

martes, 18 de julio de 2023

EL GRAN LIBRO DE LAS BICICLETAS


El Tour de Francia y El Gran Libro de las Bicicletas (Blackie Books)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Bajo el prisma de que las bicicletas son, como los amores juveniles, para el verano, tenemos las sobremesas ocupadas con la ronda gala. Las primeras jornadas, celebradas en el País Vasco, han sido el cebo perfecto para que miles de españoles salgan de sus casas al caer la tarde con sus bicicletas, sus cascos y sus maillots y culottes de colores. Rodar como sus ídolos, en solitario o con amigos, en su peso o con algunos kilos de más, en plena forma o con las rodillas machacadas. Y si el Giro precedió al Tour, a este le seguirá la Vuelta, de forma que siempre habrá aficionados al ciclismo que llenen las calles y carreteras de nuestros pueblos y ciudades.

 Pero el ciclismo, además de poder practicarse y verse por la tele, también se puede leer. Yo vengo pedaleando en el sofá desde que empezó el año, y lo hago con El Gran Libro de las Bicicletas (Blackie Books, 2022), una golosina para los aficionados al ciclismo, los cicloturistas y todos aquellos que, como yo, van al trabajo en bicicleta.

El gran libro de las bicicletas (Blackie Books, 2022)
Fotografía: Pedro Delgado

 Lucía Barahona Lorenzo ha reunido con mimo (a veces también traducido) los mejores relatos, ensayos y diarios de la literatura ciclista universal, y ha confiado en Conxita Herrero para que se los ilustre, convirtiendo el volumen en un objeto bello que luce en las librerías y que nos grita eso de «Llévame a casa». Una de esas portadas que alegra la vista puesta de cara en la estantería de nuestras bibliotecas, con ese celeste cielo tan propio de estas fechas.

 Esta antología contiene sesenta y un relatos en los que las bicicletas tienen un papel destacado, y aunque se pueden leer al azar, Lucía nos los ha ordenado en siete apartados, rematados con citas, poemas y letras de canciones.

 En Bicis campestres se nos invita a disfrutar del paisaje desde nuestros sillines, y en Un día en las carreras acompañamos a distintos enviados especiales que cubrieron para diversos medios las grandes rondas ciclistas. En Una bicicleta propia, título que hace referencia a la habitación propia de Virginia Woolf, se nos muestra hasta qué punto fue la invención de la bicicleta un hito esencial para la emancipación de las mujeres y la conquista de su libertad. Bicis fantásticas nos enseña que las dos ruedas no están reñidas con la ciencia ficción, y Bicis urbanas se mueve en el extremo opuesto al del primer apartado. Y si en Cicloviajes nos aguardan las aventuras de aquellos que decidieron hacer realidad el osado sueño de recorrer el mundo en bicicleta, en Recuerdos de bicicleta nos esperan historias de cuando esta era aún prehistoria y variaba de lo que hoy entendemos por ella, así como bicicletas propias que tuvimos que aprender a montar antes de que se convirtieran en nuestras mejores amigas y que no se nos borran de la mente aunque ya no existan en el plano físico, y otras que bregaron en conflictos bélicos o que coparon la escena en numerosas películas.

Fotograma de la película E. T., el extraterrestre

 Un tercio de esos sesenta y un relatos (aunque también abundan extractos de novelas) son inéditos, y están firmados por autores de la talla de H. G. Wells, Edith Wharton, Aldous Huxley, Dino Buzzati, Colette, Flann O'Brien, Mark Twain, Fernando Fernán Gómez, Henry Miller o Vladimir Nabokov.

 No hace mucho leí, lo escribía el psicoanalista y psiquiatra David Dorenbaum, que montar en bicicleta constituye un remedio eficaz contra el estrés porque los ritmos cadenciosos de las dos ruedas favorecen el engranaje de un pensamiento creativo. Por esas mismas, puede ser que algunos de estos autores escribieran sus relatos tras un paseo ciclista, como el que yo o ustedes nos vamos a dar cuando acabe la retransmisión deportiva de hoy.

Pam, pam y pam
–por Meryem El Mehdati–

Señor agente, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Me declaro culpable, no hace falta que me espose, no, por favor, tengo las muñecas delicadas, dejará marca. Me declaro culpable, no voy a negar las cosas, juro que voy a contarle toda la verdad y nada más que la verdad. En serio, se lo juro. Agente, ¿sabe usted lo que puede llegar a sentir una persona cuando pierde la paciencia? Furia, ira, rabia, mal genio terrible. A veces, agente, a veces yo miraba a Lucas desde el sofá mientras le daba el pecho a Lucía y pensaba, me decía, pero ¿cómo he terminado yo con un imbécil como este, agente? Si yo era guapísima. Si tenía un culo que partía piñones. Es verdad, por favor, no, no, las esposas no, me declaro culpable, culpable de haber perdido los papeles, culpable de no poder más, culpable de haber sentido ira, rabia, furia, mal genio terrible, de haber cogido la puta bici y haberla tirado por el balcón, pero necesito que usted me entienda. Quiero llamar a mi abogado, ¡no me toque! Quiero llamar a mi abogado, sé que tengo derecho a uno. Yo agarré la bici. Quiero una llamada, que sé que tengo derecho a llamar. Yo la tiré por el balcón, pam, fuera de mi vista. No vea usted cómo pesaba la bici de los cojones, tres mil y pico euros de bici, los agarré y los mandé a volar. No me arrepiento. No se puede usted imaginar cómo tengo yo la cabeza. El cuerpo me pide tierra. Yo miro a Lucas y me quiero morir. ¿Es eso amor? Ahora tiene arruguitas en las esquinas de los ojos, nos hemos hecho mayores. Me dan ganas de acariciar esas arruguitas con las puntas de los dedos y luego sacarle los ojos mientras se retuerce de dolor. ¿Y mi llamada? ¿Puedo llevarme el móvil? Que llega a casa y está muy cansado, dice. Y yo le doy de comer a la niña y él está muy cansado, y yo hago la colada y está muy cansado, y yo me voy a trabajar por la mañana y sigue muy cansado. ¿Yo no me canso nunca? No lo he matado con mis propias manos de milagro, señor agente, mire que yo lo amo. Lo amo y en ocasiones lo veo estirarse en el balcón mientras prepara la puta bici para irse con sus amigos y siento un golpe en el pecho, un golpe en el pecho que no termina de irse nunca. Pero lo mataría. Así que, sí, yo agarré la bici y la tiré. Tiene tiempo para la bici pero no para su familia, pues hago que la bici desaparezca, pam. Quiero que venga ya mi abogado, señor agente, que yo no soy tonta. Yo conozco mis derechos.

 Y si todavía se quedan con ganas de más ciclismo, les voy a recomendar el Facebook de mi amigo Luis Muriel, donde nos muestra que siesta y Tour no son incompatibles.

Siestas con Tadej. Cuaderno de Luis Muriel del Tour de 2023
Imagen: Facebook de Luis Muriel

Siestas con Tadej. Cuaderno de Luis Muriel del Tour de 2023
Imagen: Facebook de Luis Muriel

Siestas con Tadej. Cuaderno de Luis Muriel del Tour de 2023
Imagen: Facebook de Luis Muriel

 Les invito a abrir su cuaderno del Tour de 2023, que lleva por título Siestas con Tadej, y a deleitarse con sus crónicas, sus ocurrencias y sus dibujos.

https://www.facebook.com/luis.muriel.925

Las crónicas del Tour de Francia de Luis Muriel
Imagen: Facebook de Luis Muriel

Las crónicas del Tour de Francia de Luis Muriel
Imagen: Facebook de Luis Muriel

 Luis Muriel es arquitecto de profesión, pero como ven, está pidiendo a gritos ilustrar libros molones como los que hace Blackie Books. Ojalá ustedes y yo lo veamos.

 Y ya saben, este verano lean, pedaleen y no vayan en contradirección en los carriles bici.


lunes, 25 de mayo de 2020

EL TALLER DE BICICLETAS DE SEMPÉ


El taller de bicicletas, de Sempé (Blackie Books, 2019)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Hoy voy a hablarles de un libro que les recomendé a mi alumnos  al comienzo de la reclusión: El taller de bicicletas (o el secreto inconfesable de Raoul Taburin), de Sempé. Tengo por norma no recomendar ningún título que no me haya leído antes, pero en esta ocasión hice una salvedad, pues antes de dejarlo en la mesita de noche, bajo el libro que estaba leyendo, hojee sus páginas y me quedé embobado con sus ilustraciones y la composición de sus textos. Aquel era uno de esos libros que gusta poseer, un objeto bello que mostrar en la estantería, editado con el mimo y el cuidado que siempre pone Blackie Books en sus publicaciones, y que en este caso empieza por la cita de la guarda del libro, dos frases que hacen referencia a la perrita del logo de la editorial.


La perrita Blackie también tenía un secreto inconfesable: odiaba ir a buscar pelotas, porque no sabía apresarlas con la boca. Para disimular esta supuesta tara perruna, se hacía la ciega.
 Será que el confinamiento me ha hecho muy blandito, pero leo eso y me emociono, pues sé que Blackie se fue a los dieciocho años, "sorda, ciega y casi blanca de tanto como se le encaneció el pelo". Ella, que se agarraba a la vida y jugaba a ser un matusalén perruno, es al fin inmortal gracias a este sello.

Lino, actual editor jefe, que es igualito que Blackie

 El fin de semana pasado le llegó su turno a El taller de bicicletas (o el secreto inconfesable de Raoul Taburin). Y qué decirles: que efectivamente el libro es una delicia que gustará tanto a niños como a adultos. Desde el inicio, textos y dibujos funcionan con la precisión de un reloj suizo.
Si alguien había que lo supiera todo de cambios de marchas, calapiés, rodamientos de bolas, piñones, cámaras y neumáticos de todo tipo, ese era Raoul Taburin, el dueño de la tienda de bicicletas del pequeño municipio francés de Saint-Cerón.
 Los chirridos, los siseos, los desajustes más sutiles, las intervenciones más delicadas, nada podía resistirse a la pericia de Raoul Taburin. Es más, su reputación era tal que, en toda la región, una bicicleta no se llamaba ya una bici, sino una taburina.
 Yo conocí el dibujo detallista de Sempé ya mayor, cuando les di a leer a mi hijos las simpatiquísimas historias de El pequeño Nicolás, en las que el también ya inmortal Goscinny se encargaba del guión. Aquella serie de libros era lo único que había de Sempé en castellano, hasta que Blackie creó una colección ex profeso en la que ya están Marcelín, Catherine y El señor Lambert.



 Este último título, al igual que El taller de bicicletas, tienen el marchamo de "Para adultos", pero en verdad son "Para todos los públicos". En todas sus obras, Jean-Jacques Sempé exalta la amistad y nos lleva a reflexionar sobre nuestra posición en el mundo y el sentido de la vida.

El taller de bicicletas, de Sempé (Blackie Books)
Fotografía: Lucía Rodríguez

El taller de bicicletas, de Sempé (Blackie Books)
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Decía Einstein que la vida es como montar en bicicleta. Para no caerte debes estar siempre en movimiento. Quizás porque el ciclismo es también una escuela de vida, todos los años mis alumnos de 2º curso llevan las dos ruedas al instituto para realizar cuatro sesiones, en las que se realiza una progresión de habilidades y ejercicios a partir del nivel inicial de cada uno. De paso, igual alguno se aficiona a ella y de mayor la usa como medio de transporte para ir al trabajo y contaminar menos (mi ejemplo, porque es necesario predicar con el ejemplo, lo tienen a diario). Desgraciadamente, por culpa del coronavirus, este tercer trimestre nos vamos a quedar sin esas sesiones, pero desde aquí les prometo a mis alumnos que el próximo curso, aunque ya hayan pasado a 3º, daremos esas clases.

 Para los de nuestra generación, montar en bicicleta era básico, y uno de los mejores entretenimientos que había era salir a que nos diera el aire en la cara mientras pedaleábamos por las calles o los descampados de nuestro barrio. La conquista de la bicicleta, la doma de aquellas dos ruedas, tras lograr quitarle los ruedines, pertenece a la épica de cada uno y está grabada en nuestra memoria a cincel y martillo; como alguna cicatriz que nos hicimos en las rodillas por culpa de algún descontrol, la mayoría de las veces caídas en el descenso de rampas como la del Aride del libro, o al chocar con la rueda trasera del amigo que nos precedía, como en esas caídas masivas que a veces se ven en el Tour, el Giro o la Vuelta a España. Pues bien, los tiempos han cambiado, y cada año me encuentro con alumnos, mayoritariamente del género femenino, que no saben montar en bicicleta. No sé si es por culpa de la pereza, por los cambios sociales o por la sobreprotección de los padres, ese no que querer que aprendan para evitarles que den con sus cuerpos en el suelo, que se hagan maestros del arte del batacazo. Afortunadamente, terminan soltándose en clase. Y es que montar en bicicleta, al igual que nadar, tendría que ser como el leer y escribir del colegio. Y si consiguiéramos añadirles el saber patinar, tendríamos la Santísima Trinidad. Tres cosas que, junto al esquí, una vez aprendidas, nunca se olvidan y que nos valen para toda la vida.

El taller de bicicletas, de Sempé (Blackie Books)
Fotografía: Lucía Rodríguez

El taller de bicicletas, de Sempé (Blackie Books)
Fotografía: Lucía Rodríguez

El taller de bicicletas, de Sempé (Blackie Books)
Fotografía: Lucía Rodríguez

El taller de bicicletas, de Sempé (Blackie Books)
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Sin duda, este es otro libro que tiene que estar en la biblioteca de los institutos.

 Y por si les gusta el ciclismo y quieren leer más artículos sobre este deporte en Calle 1, les dejo los siguientes enlaces. Que ustedes los disfruten.

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2015/07/el-tour-de-francia-gallo-nero-y-los-dos.html

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2018/03/la-ultima-escapada-homenaje-manuel.html

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2019/04/la-bici-lo-es-todo-la-busqueda-de-la.html

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2018/06/de-cuando-bahamontes-gano-la-i-vuelta.html

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2016/11/que-te-jodan.html


https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2017/09/comienza-la-ascension.html

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2020/03/quien-esta-haciendo-el-amor-con-tu.html

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2015/08/de-vuelta-casa.html

miércoles, 28 de agosto de 2019

¿MALA O BUENA PINTA? EFECTIVIDAD DE LA CERVEZA A LA HORA DE REHIDRATARNOS TRAS UNA MARATÓN O ESFUERZO DE RESISTENCIA


Mala pinta, de Spike Milligan (Blackie Books). Fotografía: Pedro Delgado

El verano es la estación más seca en nuestro país, y lleva parejo un aumento en el consumo de cerveza, sobre todo en julio y agosto que son los meses más calurosos.
 A cuenta de ello, voy a hablarles de la cerveza y de la efectividad de las pintas o cañas patrias a la hora de rehidratarnos tras una maratón o cualquier otra prueba de resistencia. Pues la birra, consumida con mesura, no tiene porque estar reñida con los atletas. De hecho, son muchos los estudios científicos que han demostrado que es una bebida excelente para recuperar al organismo tras un esfuerzo largo, y son muchas las carreras que la incluyen en el avituallamiento de meta; aunque en este caso creo que es más por la exigencia publicitaria de las marcas que por el aval científico.

 La cerveza nos aporta hidratos de carbono de absorción lenta y de índice glucémico bajo. Contiene gran cantidad de vitaminas, de entre las que destacan las del grupo B, muy importantes "para el crecimiento y el funcionamiento de nuestro cuerpo, pues intervienen en el metabolismo de los hidratos de carbono, de las proteínas y de los lípidos, en la producción de energía, en el desarrollo óptimo de las diferentes actividades de los sistemas nervioso, cardiovascular y digestivo, etc".
 Tiene más de treinta minerales, "entre los que cabe destacar el silicio, el potasio, el fósforo, el magnesio, el sodio y el calcio, todos ellos esenciales para la formación y el buen funcionamiento del aparato locomotor". Es "rica en polifenoles, que son unos compuestos sintetizados de forma natural por las plantas y que tienen un potente efecto antioxidante". Además, "contiene dos tipos de isoflavonas importantísimas: la genisteína y la diadzeína. Estas moléculas, también de origen vegetal, producen un considerable efecto estrogénico en la mujer durante la menopausia, pues protegen sus huesos, retrasando su deterioro. También juegan un gran papel en el mantenimiento del sistema cardiovascular, ayudando, entre otras cosas, a la disminución del colesterol "malo" (LDL)".
 Y por si todo esto no fuera suficiente, "puede llegar a contener alrededor de un 15% de fibra alimentaria, con los consiguientes beneficios a nivel intestinal que ello conlleva. De hecho, hay médicos que la recomiendan a pacientes con problemas de estreñimiento"*.

*Los entrecomillados pertenecen al artículo ¿Eres un deportista sano y disciplinado? ¡Pues tómate una cerveza!, firmado por Juan Fco. Marco Satorre y publicado en Alto Rendimiento.

 Y todas estas propiedades no se pierden si consumimos la cerveza sin alcohol (porque somos abstemios, porque tenemos que coger un vehículo, por recomendación médica...), pues éstas no se encuentran en el alcohol que se produce durante la fermentación, sino en los ingredientes naturales con los que se fabrica. Aunque el sabor no es el mismo, la cerveza sin alcohol sigue siendo cerveza, teniendo idénticos beneficios.

 ¿Cuál es la mejor cerveza? Pues sin duda la que sigue la ley de la pureza de 1516 –decretada por Guillermo IV de Baviera–, que estipula que solamente se debe elaborar a partir de tres ingredientes: agua, cebada malteada y lúpulos. Actualmente, solo encuentro en el supermercado una marca que siga ese patrón: Amstel. Y me pregunto por qué otras marcas, igual de populares, tienen que añadir arroz o maíz a la fórmula, haciéndola a mis ojos menos saludable. Es válido añadir trigo, pues a mediados del siglo XVI la ley de pureza permitió el uso de este cereal para la elaboración de una cerveza basada en ese ingrediente, modalidad conocida como WeiBbier (cerveza blanca) o Weizenbier (cerveza de trigo), que goza de más popularidad en Alemania que aquí, pero que está igual de rica a pesar de su aspecto turbio.

 Si te preguntabas como atleta si una cerveza disminuiría tu rendimiento o perjudicaría tu salud, ya sabes la respuesta. Y si también te preguntabas si la birra engorda, te diré que no. Lo que engorda es lo que comes con ella, pues es una bebida baja en calorías –una caña o quinto (200 ml) aporta aproximadamente unas 80 kilocalorías–.

 Yo, que soy cervecero –basta ver una de las paredes de mi cocina–, os recomiendo no consumirla antes de una prueba o entrenamiento, pues el gas que contiene puede daros flato. Y os recalco que los estudios hablan de un consumo moderado, lo que significa no pasar de los 33 cl de una lata de cerveza al día. No vayamos a tornar el beneficio en perjuicio por abusar de ella.

Fotografía: Pedro Delgado

 Y ahora os dejo con el plato fuerte de la entrada: el estudio  científico Idoneidad de la cerveza en la recuperación del metabolismo de los deportistas, realizado por David Jiménez-Pavón, Mónica Cervantes, Manuel J. Castillo, Javier Romero y Ascensión Marcos (los tres primeros pertenecientes al Departamento de Fisiología Médica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, y los dos últimos al Departamento de Metabolismo y Nutrición del Instituto del Frío-ICTAN del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de Madrid). Lo he encontrado curioseando en internet, en la página del Centro de Información Cerveza y Salud. Les anoto aquí el resumen y el enlace para los que quieran leerlo al completo:
La  cerveza es una bebida clásicamente utilizada en los países occidentales para calmar la sed, de hecho su consumo tras realizar ejercicio físico constituye una práctica habitual en algunos casos. La cerveza contiene fundamentalmente agua (95%) pero también una serie de sustancias que pueden ser de interés para recuperar las pérdidas hidrominerales que ocurren con el ejercicio y favorecer una eficaz recuperación tras la práctica deportiva. Por otra parte, esta bebida contiene una cierta cantidad de alcohol y, en consecuencia, su utilidad como bebida rehidratante podría ser cuestionable.
 Para aclarar esta cuestión, se ha desarrollado, de manera independiente y por dos grupos de investigación, un estudio científico en el que se ha sometido a un grupo de sujetos a un protocolo de ejercicio extenuante (60 minutos corriendo en tapiz al 60% de la capacidad aerobia máxima), en condiciones de elevada temperatura ambiental (35ºC, 60% de humedad relativa). El protocolo de ejercicio determinó unas pérdidas hídricas de 1,5-2 l, lo que correspondía a una pérdida de peso corporal del 2-2,5%. Los sujetos realizaron este protocolo de ejercicio en dos ocasiones, en orden aleatorio y separadas por tres semanas de intervalo. Tras una de las pruebas, se rehidrataban con cerveza (660 ml) y a continuación con agua en la cantidad que querían. Con este protocolo se ha pretendido reproducir lo que suele ser una práctica habitual en sujetos que realizan ejercicio o deporte de manera recreativa.
 Tras analizar antes del ejercicio, inmediatamente después del mismo y tras dos horas de rehidratación, una serie de parámetros indicativos del nivel de hidratación, composición corporal, endocrino-metabólicos, inflamatorios, innunológicos y psico-cognitivos (coordinación, atención, discriminación, tiempos de percepción-reacción, campo visual…) susceptibles de verse influenciados por la cereza, y/o el alcohol que ésta contiene (4º - 5º), no se ha encontrado ningún efecto que la haga desaconsejable.
 Al contrario, la cerveza permitía recuperar las pérdidas hídricas por lo menos en la misma medida que lo hace el agua, no habiéndose podido constatar ningún parámetro que haya sufrido una alteración negativa por el consumo de cerveza. Incluso varios parámetros de composición corporal, metabolismo hídrico, endocrino-metabólicos, inmuno-inflamatorios e incluso psico-cognitivos han tenido un comportamiento ligeramente mejor cuando se consumía cerveza que cuando se consumía agua. No obstante, esos parámetros eran de orden secundario y, por tanto, no se puede considerar su efecto como determinante.
 En conclusión, los resultados de este estudio demuestran que el consumo moderado de cerveza tras la realización de ejercicio no tiene ningún efecto negativo ni dificulta la recuperación o afecta negativamente las cualidades psico-cinéticas en personas deportistas consumidoras habituales de esta bebida. En consecuencia, la práctica habitual de beber cerveza en cantidad moderada y tras hacer ejercicio puede considerarse segura y eficaz en las personas que la consumen habitualmente.
http://www.cervezaysalud.es/wp-content/uploads/2012/08/Estudio_17.pdf

 Y sobre el libro que aparece en la fotografía de inicio, Mala pinta (Editorial Blackie Books), de Speke Milligan, deciros que es un clásico del humor británico que encandiló a los Monty Python o al mismísimo John Lennon, quien tachó la novela de modernísima, loca y absolutamente revolucionaria. David Bowie la anotó en la lista de sus cien novelas favoritas, de ahí que tuviese curiosidad por leerla.

 Para incondicionales del humor british:

–Yo no quise huir, micapitán, estaba retirándome.
*** 
 El reloj del campanario marcaba las 4:32, la misma hora desde hacía trescientos años. Estaba en hora dos veces al día, y eso era mejor que no tener reloj. Nadie sabía los años que podía tener la iglesia. Era, al igual que el niño negro de Mary Brannigan, todo un misterio. Su aparición en documentos escritos se remontaba a 1530. El único indicio tangible fue el hallazgo de un esqueleto muerto bajo la antecapilla. En cuanto les llegó la noticia, unos arqueólogos dublineses saltaron a una camioneta, la cargaron de hombrecillos excavadores, instrumental y emparedados y se plantaron en el pueblo a toda velocidad.
 –Son los huesos de un monje jónico –dictaminó un profesor gris.
 Se pasaron semanas haciendo fotos al monjecito. Le midieron el cráneo, las espinillas, los coditos; le pasaron frotis por la pelvis, hicieron un molde de yeso de la dentadura del hombrecito, lo espolvorearon con resina y polvos conservantes… hasta que por fin los catedráticos se pusieron de acuerdo: el monje tenía mil quinientos años. "Lo que explicaría por qué está muerto", dijo el cura, y ahí quedó la cosa. 
***
 Mujer cultivada, hablaba ocho idiomas y no decía nada inteligente en ninguno.
***
 El cura se hizo a un lado, pues le era numéricamente imposible echarse a más lados.
***
 –Hay un cerrajero en Puckoon –apuntó el señor Wretch–. Es un ladrón retirado que no quiere perder mano.

Nota: Los textos pertenecen a la primera edición de Mala pinta, novela de Spike Milligan, publicada por Blackie Books en octubre de 2018, con traducción de Julia Osuna.

 Y para cerrar la entrada, levanto una copa y brindo por lo que queda de verano. ¡¡Salud!!