¡Pista!, ¡Calle! o ¡Calle 1! es lo que se grita al corredor que ocupa dicha calle de la pista, cuando hace series a un ritmo menor que otro que viene por detrás, con la intención de que se aparte.
Calle 1 es también un blog sobre atletismo, una remembranza de aquellos tiempos en los que uno podía gritar esa especie de contraseña. Un blog en el que relacionar el atletismo con la literatura, el cine, el arte y los viajes; en definitiva, con todo aquello que nos hace más agradable la vida.
Pedri en el Camp Nou «Salid y disfrutad». Johan Cruyff Fotografía: Diario SPORT
Cada vez que vuelve a empezar el curso escolar o la temporada atlética me acuerdo de aquella frase del añorado Johan Cruyff, esa que figura en el felpudo que pisan los jugadores del Barça al saltar al campo: «Salid y disfrutad».
Felpudo con la directriz de Johan Cruyff: «Salid y disfrutad»
Todos deberíamos tener ese felpudo en la puerta de casa.
Nacidos para correr, de Christopher McDougall Fotografía: Lucía Rodríguez
El mejor corredor no deja huellas.
Tao Te Ching
Durante años oí hablar de Nacidos para correr –ese libro de culto que escribió Christopher McDougall sobre la historia de una tribu oculta, un grupo de superatletas y la mayor carrera de la historia–, lo que hizo que las expectativas estuvieran muy altas cuando comencé a leerlo, algo que siempre es contraproducente. Sin embargo, he de decir, al terminarlo, que no me ha defraudado. Es más, creo que la faja debería llevar una advertencia, algo tipo: «¡Atención, lector! El uso de este libro puede alterar su capacidad cognitiva y provocarle un deseo irrefrenable de salir a correr a todas las horas del día».
Faja del libro Nacidos para correr, de Christopher McDougall (Editorial Debate)
El libro empieza cuando Christopher McDougall recorre la Sierra Madre mexicana en busca de lo que parece más una leyenda que una realidad: alguien llamado Caballo Blanco.
Algunos decían que Caballo Blanco era un fugitivo; otros habían oído que era un boxeador que huía como una especie de castigo autoimpuesto tras matar a golpes a un tipo en el ring. Nadie sabía su nombre, su edad o de dónde venía. Era como un pistolero del Lejano Oeste [...] Las descripciones y avistamientos estaban por todas partes; aldeanos que vivían a distancias imposibles unos de otros juraban haberlo visto viajando a pie el mismo día y lo describían dentro de una amplia escala que iba de «divertido y simpático» a «raro y gigantesco».
Pero en todas las versiones de la leyenda de Caballo Blanco siempre se repetían algunos detalles básicos: había llegado a México años atrás y se había internado en las salvajes e impenetrables Barrancas del Cobre para vivir entre los tarahumaras, una tribu casi mítica de superatletas de la Edad de Piedra. Los tarahumaras quizás sean las personas más sanas y serenas del planeta, y los más grandes corredores de todos los tiempos.
Cuando se trata de distancias enormes, nada puede vencer a un corredor tarahumara. Ni un caballo de carreras, ni un guepardo ni un maratonista olímpico. Pocas personas han visto a los tarahumaras en acción, pero a lo largo de los siglos han ido filtrándose desde las barrancas historias asombrosas acerca de su resistencia y tranquilidad sobrehumana.
[...] de alguna manera, Caballo Blanco había conseguido llegar a las profundidades de las barrancas. Y ahí, cuentan, fue adoptado por los tarahumaras como un amigo y alma gemela, un fantasma entre fantasmas. Ciertamente, dominaba dos de las habilidades características de los tarahumaras –invisibilidad y resistencia– ya que aun cuando había sido visto recorriendo las barrancas, nadie parecía saber dónde vivía o dónde podría vérsele la próxima vez. Si alguien podía traducir los antiguos secretos de los tarahumaras, me dijeron, era este vagabundo solitario de la Sierra Alta.
Por alguna extraña razón, siempre relacioné a Caballo Blanco con el Richard Harris de Un hombre llamado Caballo, aquel western que tanto me impresionó de chavea y que dio para toda una saga; así que la cara del actor me acompañó durante la lectura.
Richard Harris en Un hombre llamado caballo
Sobre los tarahumaras de México, he de decir que ya sabía de ellos antes de abrir el libro. Creo que fue Pepe Zapico quien me habló de ellos y del rarájipari, el juego de carrreras tarahumara, en uno de los cursos de Ed. Física que impartimos en Bolivia. De los tarahumaras y de los Chasquis, mensajeros que recorrían el llamado camino Inca que a lo largo y ancho de aproximadamente 5.000 kilómetros unía el imperio incaico.
[...] Cuando los españoles llegaron hasta aquellas altiplanicies y se encontraron aquel sistema postal lo describieron en sus crónicas destacando la extraordinaria capacidad de los indígenas para la carrera.
Se cuenta que un indio de la tribu "chasqui" de Cuzco, la capital de los incas del Perú, invertía cinco días para llegar a Quito, capital del Ecuador, distancia y tiempo que en la actualidad nos parece inverosímil.
Por otro lado se afirmaba que una noticia podía llegar en tres días con sus noches desde Cuzco hasta Lima, capitales que están separadas por 650 kilómetros.
Estos datos nos llevan a pensar que los correos de los indios Incas alcanzaban una velocidad no igualada por ningún otro pueblo, lo que sólo puede explicarse por un entrenamiento comenzado desde la misma infancia.
Pepe Zapico –Libro de texto Aristo 1º ESO–
***
[Rarájipari] Ángel se puso en pie y dividió a los niños en dos equipos de niñas y niños mezclados. Luego sacó dos pelotas de madera del tamaño de una bola de béisbol y le dio una a un jugador en cada equipo. Hizo una señal levantando seis dedos; los niños correrían seis vueltas desde la escuela hasta el río, haciendo una distancia total de aproximadamente cuatro millas. Los dos chicos dejaron caer las pelotas al suelo y arquearon un pie, de manera que la bola se mantenía en equilibrio en la punta de sus dedos. Lentamente, se enroscaron sobre sí mismos, colocándose en cuclillas y...
–¡Vayan!
Las pelotas pasaron silbando delante de nosotros; habían salido disparadas de los pies de los chicos como lanzadas por un bazuca, y los niños salieron en estampida detrás de ellas. [...] Marcelino alcanzó la pelota de su equipo cuando todavía estaba rodando. La acuñó con maestría con la parte superior de sus dedos para lanzarla nuevamente hacia el camino sin apenas detener su carrera.
Rarájipari, juego de carrera tarahumara. Fotografía: Norawas.org Pueden ver sus reglas en: https://elfistoldeldiablo.com
El impulso que llevó a Christopher McDougall a escribir este libro, el origen de su aventura en pos de ese tipo escurridizo llamado Caballo Blanco, está en la sencilla pregunta que le hizo a su médico: «Doctor, ¿por qué me duele el pie?».
Ja, ja. Perdonen que me ría, pero es que la respuesta del doctor me recordó a las que me daba mi hermano, también médico, cada vez que me lesionaba. «Su problema es que corre»; «el cuerpo humano no está diseñado para soportar esa clase de abuso»; «cada pisada golpea cada una de tus piernas con una fuerza equivalente al doble de tu masa corporal. De la misma manera que un martilleo constante en una roca de apariencia impenetrable, con el tiempo la convertirá en polvo, la carga del impacto relacionado con el hecho de correr puede, en última instancia, dañar tus huesos, cartílagos, músculos, tendones y ligamentos».
–Entonces, ¿no hay nada que pueda hacer? –pregunté al doctor Torg.
Se encogió de hombros.
–Puedes seguir corriendo, pero volverás a buscar más de estas –dijo, golpeando con la punta del dedo la enorme aguja llena de cortisona que estaba a punto de clavarme en la planta del pie.
«Cómprese una bicicleta», fue la recomendación del doctor Torg, uno de los mejores especialistas en medicina deportiva del país, al bueno de McDougall. El podólogo al que recurrió para tener una segunda opinión le dio el mismo diagnóstico: «Parece que tiene el síndrome del cuboides». «Debería pensar en encontrar otro deporte que no sea correr».
Un tercer diagnóstico, el de la doctora Davis tras verlo correr en un vídeo a cámara lenta, lo llevó al mismo punto de partida.
–¿Por qué me duele el pie?
–Porque correr es malo para ti.
–¿Por qué correr es malo para mí?
–Porque hace que te duela el pie.
Dos años después, mientras McDougall paseaba su cuerpo de baloncestista por México para escribir un reportaje sobre una estrella del pop que había desaparecido en el país, se encontró con una revista de viajes en español en la que hablaban de los tarahumaras.
De pronto, una foto de Jesucristo corriendo por una pendiente de rocas me llamó la atención. Una inspección más detallada reveló que si bien podía no ser Jesucristo, sin lugar a dudas se trataba de un hombre en bata y con sandalias corriendo hacia abajo en una montaña de escombros. Empecé a traducir el pie de foto, pero no alcanzaba a entender por qué estaba en tiempo presente; parecía una fantasiosa leyenda acerca de un extinto imperio de superhombres evolucionados. Poco a poco fui entendiendo que tenía razón, excepto por los adjetivos «extinto» y «fantasiosa».
Según el historiador mexicano Francisco Almada, un campeón tarahumara corrió una vez 435 millas, el equivalente a salir a correr en Nueva York y no detenerse hasta llegar a Detroit. Otros informes, decía el artículo, hablan de corredores tarahumara recorriendo 300 millas cada uno. Eso son casi doce maratones seguidas, mientras el sol sale, se pone y vuelve a salir. ¿Cómo es posible que no se lesionen?, se preguntó McDougall.
¿No deberíamos ser nosotros –los que tenemos zapatillas de tecnología punta y plantillas hechas a medida– los que no estuviéramos heridos, y los tarahumaras –que corren mucho más, en terrenos rocosos y con calzado que difícilmente se puede calificar como tal– constantemente machacados?
El artículo que tenía que escribir para el New York Magazine sobre la cantante pop le pareció de inmediato soporífero, así que movió cielo y tierra para volver allí, esta vez de la mano de la revista Runner's World, e investigar y escribir acerca de lo que había leído en aquella revista.
Christopher McDougall
Este libro, traducido al español por Diego Salazar, nos muestra los pasos de McDougall en pos de ese reportaje: primero, a la búsqueda de Arnulfo Quimare, el más grande corredor tarahumara vivo, proveniente de un clan de primos, cuñados y sobrinos casi tan buenos como él; luego, a la búsqueda de Caballo Blanco, «ese discípulo de Arnulfo venido del mundo moderno».
Arnulfo Quimare y Micah True, más conocido como Caballo Blanco
Las aventuras que vive y los personajes que se le cruzan en la decisión de desvelar los secretos de los tarahumaras, alimentan sus páginas, a la vez que nos muestran cómo McDougall da rienda suelta al atleta que lleva dentro, entrenándose para uno de los mayores retos de su vida: una carrera de ochenta kilómetros, organizada por Caballo Blanco, que enfrentará a la tribu contra los más locos corredores estadounidenses.
Urique era un pueblo minero cuyos mejores días habían terminado hacía ya más de un siglo, así que solo tenía dos cosas de las que sentirse orgulloso: un paisaje tremendamente escarpado y sus vecinos tarahumaras. Y ahora, por primera vez, un grupo de exóticos corredores foráneos había hecho todo este viaje para medirse contra ambos, así que se había convertido en mucho más que una carrera: para la gente de Urique, era una oportunidad única en la vida de demostrar al mundo exterior de qué estaban hechos.
Incluso Caballo estaba sorprendido de descubrir que la carrera había sobrepasado sus expectativas y se estaba convirtiendo en la Ultimate Fighting Competition de las ultramaratones clandestinas.
A través de sus páginas también nos adentraremos en el mundo de las ultramaratones, como la salvaje Leadville Trail 100 de Colorado o la Western States Trail Ride 100 de California, dos ultras de un centenar de millas (160,934 kilómetros) que atraen a los tipos más duros e intrépidos del mundo.
La Leadville Trail 100 equivale a cerca de cuatro maratones enteras, la mitad del recorrido realizado a oscuras, con dos ascensos de ochocientos metros justo en el medio. La línea de salida de Leadville se encuentra al doble de la altitud en la que los aviones presurizan sus cabinas, y a partir de ahí todo es cuesta arriba. [...] Es el único fin de semana en que los hoteles y la sala de urgencias están llenos a la vez.
***
Ken había oído hablar de un tipo en California, un pelucón de la montaña llamado Gordy Ainsleigh, al que una yegua se le quedó coja justo antes de la mayor competición mundial de resistencia para caballos, la Western States Trail Ride. Gordy decidió correr de todas formas. Se presentó en la línea de salida con zapatillas de correr y preparado para correr a pie cien millas a través de la Sierra Nevada. Bebió agua de los arroyos, los veterinarios de las paradas médicas le midieron las constantes vitales y superó la marca de veinticuatro horas por diecisiete minutos. Como era de suponer, Gordy no era el único lunático de California, así que al año siguiente otro corredor se sumó a la carrera de caballos... y otro más el año siguiente... y otro más el siguiente... hasta que, en 1977, los caballos fueron desplazados y la Western States se convirtió en la primera carrera de cien millas a pie del mundo.
Película sobre la Western States 100 de 2010, en la que se enfrentaron cuatro ases del ultra trail –Anton Krupicka, Kilian Jornet, Hal Koerner y Geoff Roes– en la ruta que seguían los caballos que llevaban el correo postal desde el lago Tahoe a Auburn.
McDougall nos habla del fugaz paso de los tarahumaras por la escena de las ultramaratones estadounidenses, y de cómo las historias acerca de sus victorias en Leadville se extendieron por el país.
«Parecían moverse con el terreno –dijo un espectador sobrecogido–. De la misma manera que el viento o la niebla se mueve a través de las montañas».
Y junto a los grandes corredores tarahumaras –Arnulfo y Pedro Quimare, Avelado, Silvino, Manuel Lara, Manuel Luna, Victoriano Churro, Cerrildo Chacarito, Felipe Torres, Martimano Cervantes, Juan Herrera, Sebastiano y Herbolisto–, aparecen nombres claves del ultratrail –como Ann Trason, Scott Jurek, Jenn Shelton, Billy Barnett, Ted Descalzo, Eric Orton, Karl Meltzer, Catra Corbett, Lisa Smith-Batchen, Tony Krupicka o los hermanos Eric y Kyle Skaggs–, junto a figuras clásicas del atletismo –como Roger Bannister, Zatopek, Ron Clarke, Steve Prefontaine, Frank Shorter, Bill Rodgers, Alberto Salazar, Haile Gebrselassie, Khalid Khannouchi, Paula Radcliffe, Deena Kastor o Alan Webb– y entrenadores de la talla de Arthur Lydiard, Joe Vigil o Vin Lananna.
Scott Jurek corriendo con Arnulfo Quimare en las Barrancas del Cobre (México) Fotografia: Luis Escobar
Durante algunos capítulos, McDougall se olvida de Caballo Blanco para analizar esa obra de ingeniería que es el pie humano. Ahora sé de dónde surgió esa «moda» de correr descalzo, en chancletas o con zapatillas minimalistas, frente a las zapatillas tradicionales con mayor amortiguación, y toda esa controversia que aún nos acompaña. Por cierto, he de anotar que cada vez que Christopher mencionaba la «fascitis plantar», un escalofrío me recorría la espalda. Y es que fueron siete años y medio los que pasé sin poder correr por esa dolencia. Y aún hoy, cuando llevo corriendo desde el desconfinamiento, no hay día que corra sin temor a sentir el fatídico pinchazo.
Una vez que la fascitis plantar le clava los colmillos a uno (...), corre el riesgo de quedar infectado de por vida. Basta echar un vistazo por cualquier foro de corredores en Internet para encontrar, con toda seguridad, un buen puñado de mensajes de aquejados por la FP rogando por una cura. Todo el mundo sugiere rápidamente los mismos remedios –tablillas nocturnas, medias elásticas, ultrasonido, electroshock, cortisona, plantillas ortopédicas– pero los mensajes pidiendo ayuda siguen aumentando porque parece que ninguno de esos remedios funciona realmente.
El texto incluye además un curioso e interesante ensayo sobre la teoría del Hombre Corredor y la caza por persistencia, que nos lleva a descubrir que, como dice el título, todos hemos nacido para correr. Y, por supuesto, nos desvela los enigmas que rodean la figura de Caballo Blanco: ¿quién es y por qué y cómo llegó hasta allí?
Micah True, nacido Michael Hickman, y conocido como Caballo Blanco Fotografía: Billy Cody (via Mike Havenar) / The New York Times
P.D.: Esta entrada está dedicada a Micah True, Caballo Blanco, que falleció el 27 de marzo de 2012. Su legado, en forma de carrera (la Ultramaratón Caballo Blanco), continúa. Y la película documental Run Free, dirigida por Sterling Noren, recoge su historia.
Cartel Run Free, de Sterling Noren
Y por si se quedaron enganchados al tema, les dejo Goshen, la película documental sobre los tarahumaras, producida y dirigida por Dana Richardson y Sarah Zentz.
España nacionaliza a la mayor promesa del atletismo mundial: Jordan Díaz Fotografía: Diario de Cuba (Deportes Andy Lans/Twitter)
El otro día, zapeando, me enteré de la polémica que había con la nacionalización exprés del estadounidense Lorenzo Brown para que pueda jugar el Eurobasket con la selección española de baloncesto. El jugador no tiene ningún tipo de arraigo con España, y la Asociación de baloncestistas profesionales (ABP) había emitido un comunicado en el que consideraba éticamente reprobable la medida. Empezaba con la siguiente pregunta: «¿Es creíble que la actual selección campeona del mundo no encuentre jugadores españoles con los que competir en las citas de máximo nivel internacional?».
Lorenzo Brown con la camiseta de los Toronto Raptors Fotografía: Twitter Toronto Raptors
Yo me hago otra pregunta: ¿Qué razones excepcionales hay para la nacionalización en el acto de un deportista que no tiene ningún tipo de arraigo con España? Porque el asunto podrá ser legal, pero es discutible. Para mí es otro ejemplo más del doping administrativo que llevan a cabo las federaciones para aumentar el número de medallas en los campeonatos. No sé si más medallas da más visibilidad, y eso se traduce en más dinero en subvenciones del Consejo Superior de Deportes, pero para mí este no es el camino.
Se frustra la ilusión de cualquier jugador cuando la FEB y el CSD favorecen la concesión de pasaportes legales, pero éticamente reprobables. Este tipo de acciones lejos de ayudar, dinamitan las expectativas de los jugadores, alejan al aficionado y eliminan el mérito deportivo que permite soñar con jugar en la selección nacional. [...] El jugador español tiene talento y lo lleva demostrando muchos años, pero para desarrollarlo y explotarlo necesita oportunidades en sus clubes y desde luego en la Federación Española. Nos resistimos a que se condene de esta manera el futuro de muchos jugadores que aspiran a poder jugar en la selección.
Nota de la ABP
En atletismo recientemente hemos tenido otro ejemplo. Estoy algo cansado del tema y lo dejé pasar (a veces uno se siente Quijote luchando con molinos), pero, tras lo de Lorenzo Brown no me queda otra que traerlo a la palestra. Se trata del cubano Jordan Díaz, el flamante campeón y plusmarquista de España de triple salto en el Campeonato de España que se celebró del 24 al 26 de junio en Nerja (Málaga).
Jordan Díaz, después de mejorar el récord de España de triple salto en Nerja Fotografía: Agencia EFE
Después de lo de Orlando Ortega, poca gracia tienen que hacer estas cosas en Cuba.
Ya saben mi postura sobre el tema:
–Atletas que se han criado o se han formado aquí desde niños: Sí.
–Atletas que ya vienen criados y han competido con sus países de origen: No.
Los segundos solo pueden competir por su país de origen, no por el de adopción. Si no, estaríamos adulterando la competición, convirtiéndola en una engañifa; el doping administrativo del que les hablaba. Algo poco ético, se tire o no de chequera.
Dicho esto, me parece igualmente vergonzoso que Mohamed Katir, que sí llegó de niño a España, haya tenido que esperar cinco años su nacionalización. El propio Katir se quejaba de ello tras ganar el Campeonato de España de 5.000 metros en Nerja (que por cierto, menudo carrerón se marcó): «Gracias a Dios hoy soy campeón absoluto, que eso no lo diría hace cuatro años cuando ganaba y no me daban el título por no ser español. Creo que soy el primer atleta que lleva ganando crosses desde juveniles hasta promesas. Gané cuatro años seguidos el campeonato nacional, pero no me daban la medalla. Llegaba a mi casa y me daba la enhorabuena mi padre por haber ganado, pero no me daban la medalla y me sentía fatal. Me quedaba horas llorando».
Mohamed Katir, Campeón de España de 5.000 metros (Nerja, 2022) Fotografía: RFEA (Miguelez Team)
Katir, que nació en Alcazarquivir, Marruecos, en 1998, llegó con cinco años a Mula, Murcia, donde la familia estableció su residencia. En 2015, a los 17 años, solicitó la llamada nacionalidad exprés, pero su solicitud se quedó en un cajón. Mientras seguía ganando carreras, inició también los trámites para solicitar la nacionalidad por residencia, un proceso mucho más lento en el que la mayoría de peticiones se topan con el muro de la burocracia. Fue por este segundo método como la consiguió a finales de 2019. A partir de ahí, en 2021, el primer año que pudo competir como español después del parón por la pandemia, batió los récords nacionales de 1.500, 3.000 y 5.000 metros. «Me he perdido Europeos y Mundiales, pero soy joven y es mejor tarde que nunca», apuntó Katir conciliador. Yo me habría cagado en la leche que les dieron.
Y otro caso muy parecido al de Katir es el del también fondista Abdessamad Oukhelfen, que llegó a España con cinco años. A pesar de estar todos estos años afincado con su familia en Reus, no consiguió la nacionalidad española hasta enero de 2019, casi tres años después de solicitarla.
Abdessamad Oukhelfen, también afincado en España desde los cinco años Fotografía: Pablo García
Ambos son buenos ejemplos de atletas que habría que haber nacionalizado rápido, porque se han criado y formado aquí desde niños y han optado competir por su país de adopción.
Como ven, ambos casos son muy distintos al de Jordan Díaz que, según la prensa, se escapó de una concentración de la selección cubana en Valencia en junio de 2021, y en ocho meses consiguió la nacionalidad. En una entrevista de El País doy con la respuesta al titular de mi entrada.
'Tú tienes que irte, tienes que irte si quieres ser grande', ¿sabes? Si quieres coger los beneficios que te corresponden...*
En 2017, el presidente de la IAAF, Sebastian Coe, viendo cómo proliferaban las nacionalizaciones exprés sin que mediase un arraigo, trató de poner un poco de orden en el asunto, y tras exclamar eso de «¡order, order!», al modo del speaker John Bercow en la Cámara de los Comunes del Parlamento de Londres, paralizó todas las solicitudes exprés. Por lo que veo, se ha vuelto a abrir la veda. Quizás la IAAF debería volver a controlar el tema. Un poquito de order, please.
Sebastian Coe avisa: La IAAF estudiará caso por caso las nacionalizaciones de atletas:
El atletismo es un deporte para personas con vida interior; algo de lo que suelen ir sobrados los atletas que se dedican a las pruebas de resistencia, y más todavía si nos referimos a la maratón, que sigue siendo el desafío supremo para muchos.
Son muchísimas las ciudades, grandes y pequeñas, que con un gran esfuerzo organizan todos los años su maratón. En mis tiempos de maratoniano corrí en Sevilla, Barcelona, Bilbao (3º clasificado), Badajoz (1º clasificado), Valencia, Vic y de nuevo en Barcelona, en la edición que fue campeonato de España (5º nacional, 1º por equipos con el club Jimesa Maracena de Granada).
Pero mucho antes de participar en todas esas carreras, cuando estudiaba en el INEF de Granada (la actual Facultad de Ciencias del Deporte) y preparaba el campo a través y los 3.000 metros obstáculos, corrí la maratón de Granada, o mejor dicho, los primeros 20 kilómetros de la prueba. Lo hice sin dorsal, para hacer una tirada larga, un entrenamiento con puestos de avituallamiento. Creo que fui con el grupo de cabeza hasta el kilómetro 14, cuando tuve que parar en el arcén a orinar y ya no pude cogerlos. Luego, al volver a casa, por aquel entonces vivía en la urbanización La Rosaleda, junto al estadio de la Juventud, los vi pasar camino de la meta. Era el año 1986, y en la nebulosa de mi cabeza tengo la imagen de José Esteban Montiel, que a la postre ganó la prueba –también se alzó con el triunfo en la edición anterior–, seguido a cierta distancia por otro atleta; quizás fuera, por que no estoy seguro de ello, Francisco Medina, que en 1983 se impuso en la maratón de Madrid.
José Esteban Montiel
La última maratón de Granada se celebró en 1994. Aquella X edición fue organizada por Juan Carlos de la Cruz (profesor mío de Anatomía en el INEF y destacado obstaculista en su época) y Jesús Rubio Cámara. Han pasado muchos años desde entonces, y la verdad es que no se concibe que una ciudad como Granada, con la tradición de fondistas que tiene esa tierra, no cuente con sus propios 42.195 metros.
Actualmente, es la Asociación Maratón de Granada, con su presidente, Rafael García, a la cabeza, quien reclama la vuelta de la prueba. Para ello se necesita que las instituciones públicas de la ciudad se entusiasmen con la idea, que comprendan que invertir en una maratón es invertir en la salud y la felicidad de sus ciudadanos. Aquí en Málaga, ciudad vecina, tienen un buen ejemplo; y aunque lamentablemente la maratón llegó tarde para algunos de nosotros, la ilusión que transmite la cita desde el año 2010 es palpable, habiéndose convertido en pocos años en un signo de convivencia y modernidad que atrae a corredores y familiares de todas las partes de España y del mundo, un escaparate turístico para la ciudad, una apuesta por un futuro mejor.
Carta de Miguel Ángel Delgado Noguera* en el diario Ideal de Granada *ex director del INEF de Granada y excelente profesor mío de Didáctica
Desde Calle 1 quiero transmitir mi apoyo a la Asociación Maratón de Granada y a cuantos atletas, clubes y personas afines al deporte apoyan la iniciativa. Ojalá más pronto que tarde, los corredores, con sus coloridas indumentarias, vuelvan a emular a Filípides por las calles nazaríes. Y para aunar belleza y deporte, recomendaría incluir en la bolsa del corredor una entrada para visitar la Alhambra, de forma que desde el primero hasta el último todos tuvieran oportunidad de visitar –y luego pregonar– esa joya monumental de la ciudad.
Patio de los Leones de la Alhambra (Granada) Fotografía: Patronato de la Alhambra y Generalife
El cielo de la boca, de Natalia Velasco (Ed. Letraversal, 2020) Fotografía: Pedro Delgado
El primer poemario de Natalia Velasco me llega a casa por correo en un sobre precioso, dos semanas después de mencionar uno de sus poemas en la ponencia que di sobre deporte y cultura en el instituto Mayorazgo*. Me lo remite Letraversal, la editorial de poesía que ha creado Ángelo Néstore en Málaga.
La portada de El cielo de la boca muestra a dos jóvenes deportistas, a las que les han trocado el balón que disputan por el grabado de un pez. Y sobre la imagen, teñida de un azul violáceo, se superpone lo que parecen unas curvas de nivel en un amarillo eléctrico. En la esquina de la derecha, anuncian en un circulito que ya van por la segunda edición, señal inequívoca de que el libro está gustando. A mí me gusta la textura de la cubierta, y por unos momentos me quedo como acariciándolo, moviendo las yemas de mis dedos por su superficie.
Luego lo abro por azar, y como no hay azares sino sincronías, el poema que me aparece es el que ya conocía: Cuarto intento, los versos más hermosos que se pueden componer sobre el salto con pértiga, esa disciplina en la que el atleta se propulsa hasta la boca del cielo.
Natalia Velasco en el momento de la batida del salto con pértiga en Torremolinos Fotografía: Enrique Velasco
Cuarto intento
Guardo el recuerdo del primer salto en los callos de las palmas de las manos. Llevo otros tres en el hombro izquierdo, en la muñeca (la derecha, la que cruje) y en el punto justo donde termina la espalda. Para mí un salto es un cuerpo que se sabe de memoria la caída, un cuerpo que tiene un pacto con la gravedad, que se encuentra cómodo en posición invertida, que va sumando intuiciones y confía en que el golpe será de gomaespuma.
Los textos de Natalia Velasco hacen referencia a los tres pilares sobre los que ha sustentado su vida: el atletismo, la traducción y la poesía. Sus versos, escritos desde la libertad métrica y estética, aparentan ser un autorretrato. Ahí están sus tardes de entrenamiento en la Ciudad Deportiva de Carranque, pasillo arriba pasillo abajo con su pértiga de carbono, tratando de ganar altura y sumarle unos centímetros al listón; sus estudios de traducción e interpretación de inglés y griego moderno en la UMA, aprender lenguas raras para que le pregunten mil veces «¿Y griego para qué?»; su Erasmus en Salónica y su larga estancia en Atenas, viajar en avión lejos para decir hogar en otro idioma, para olvidar la lengua materna y sentirse de ningún sitio, independiente, y el descubrimiento de la poesía de la mano de Violeta Niebla con los pUMA. Allí, en el Contenedor Cultural del campus de Teatinos, que pertenece al Vicerrectorado de Cultura de la Universidad, descubrió que la poesía era algo más que aquello que había aprendido en el instituto. Luego vino una inmersión total en la lírica de la mano del poeta y profesor Javier Fernández: cinco días respirando poesía las veinticuatro horas. Una experiencia que sólo se asemeja a las concentraciones atléticas, en las que todas las horas del día se enfocan al entrenamiento y a la mejora.
Natalia en una concentración en el Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada Fotografía: Archivo personal de Natalia Velasco
Natalia Velasco, que practicó atletismo durante nueve años compitiendo a nivel nacional, llegó a saltar 3,35 m., pero un buen día, a principios de 2019, se retiró. Fue unos meses antes de marcharse a Grecia de Erasmus.
Natalia con unas amigas en el Partenón de Atenas Fotografía: Archivo personal de Natalia Velasco
Ella dice que siempre había sabido que quería escribir poemas sobre su disciplina (Tomar tierra, ¿Cómo se dice estrellarse?, Cuarto intento, Inercia es un término físico y yo no entiendo de esas cosas), pero que nunca había podido. Hasta que lo dejó. «Sería interesante reflexionar por qué me salió escribir justo cuando lo dejé y no durante». Quizás la clave la tenga una de sus entrenadoras, Dana Cervantes, la campeona de España de la que les hablé en este blog hace poco: «Ella me ha dicho que cuando se está en el pasillo de pértiga para saltar en la pista no se piensa. Si se piensa, las cosas no salen. Es todo muy automático, hay una conexión con el cuerpo en la que la mente casi se desvincula. Cuando acabas el salto y conectas con tu mente es cuando puedes hablar. Me parece una idea muy bonita». «Ella fue también la que me enseñó que el mayor privilegio era tener la opción de retirarte cuando tú lo decides, y que hacerlo es un acto de valentía muy grande».
Hay un poema que me gusta mucho en el libro que hace referencia a esa retirada. Se llama Tomar tierra, y dice lo siguiente:
Tomar tierra
Se recomienda el uso de medias de compresión durante vuelos largos músculo estrías sudor ¿Cuándo descubriste que este país era una isla? piel fina palmas suaves uñas largas Me gusta cruzar puentes viajar en avión subir a las azoteas porque siento que aún me queda un poco de gravedad en el centro del estómago. celulitis ropa de deporte grasa abdominal Hace meses que me aterra el contacto con el suelo. carne flácida hombros rectos depilación láser He visto amanecer por la ventanilla derecha del avión; en la de la izquierda todavía era noche cerrada. asfixia rodillas crujido contractura
XXX
–mírame– han desparecido los callos de las palmas de las manos las manchas blancas de la ropa de fibra los cardenales de los antebrazos el polvo en los ojos
–mírame– he perdido altura y ya no queda cuerpo: ¿cuándo empezó el salto a ser caída?
Hace unos días contacté por correo electrónico con Natalia para preguntarle cuándo dejó de embadurnar su pértiga con resina y de untarse las manos con polvo de magnesio y por qué no sintió el deseo de saltar en los cielos helenos. Y esto es lo que me ha escrito:
«Lo dejé a principios de 2019. Llevaba dos temporadas muy bloqueada, justo después de mi mejor temporada, en la que había conseguido mis objetivos más ambiciosos: ir a un campeonato de España. Estaba muy quemada psicológicamente por el bloqueo, y paralelamente habían aparecido otras cosas en mi vida que me estaban proporcionando la fuente de motivación que el atletismo había dejado de ser (la poesía, por ejemplo). Todavía lo disfrutaba, pero ya no estaba en la pista al 100%, mi cabeza estaba en otros sitios a la vez. Coincidió en esos últimos meses que me lesioné las rodillas. Me dijeron que la recuperación iba para largo y que la lesión era crónica: mejoraría, pero seguiría siempre teniendo molestias cada cierto tiempo. La lesión fue la excusa que me hizo tomar la decisión que ya llevaba tiempo rondándome la cabeza. Quería que mi retirada fuese decisión mía, no quería una retirada forzosa por una lesión o por problemas psicológicos».
«El irme a Grecia también influyó en la decisión, claro. Para ese momento ya sabía que me iría unos meses después y que iba a ser un punto de inflexión en mi vida personal y en mi carrera profesional. Antes de la lesión y antes de empezar a plantearme seriamente dejarlo, sí que estuve tanteando la posibilidad de buscar la forma de seguir saltando allí. Pero en la ciudad en la que iba a vivir, las opciones eran muy limitadas. Poco después, la situación cambió drásticamente, y descarté la posibilidad. Llevaba muchos años dedicándole el 95% de mi energía y de mi tiempo al atletismo. Quería hacer algo distinto, dedicarme a mi desarrollo personal y a mi carrera y ver hasta dónde podía llegar. Por suerte, salió bien».
También le pedí que me adjuntara algunas fotos de su etapa atlética.
Natalia Velasco en el podio del Campeonato de Andalucía sub20 de pista cubierta Además de ganar la prueba, hizo mínima para el campeonato de España Antequera. Fotografía: Enrique Velasco
Natalia Velasco con Juanjo Sánchez en el Campeonato de Andalucía Sub20 Pista cubierta de Antequera. Fotografía: Enrique Velasco
Dana Cervantes, Natalia Velasco y Patricia González Con las pértigas en la baca de la furgoneta camino de una jornada de liga en Valencia Fotografía: Dana Cervantes
María Luque, Dana Cervantes, Lucía Añón y Natalia Velasco en un mitin en Granada Fotografía: Juanjo Sánchez
Si sus referentes atléticos fueron la propia Dana Cervantes, la rusa Yelena Isinbayeba y la griega Katerina Stefanidi, los literario tienen los nombres de Eva Gallud, Alejandra Pizarnik, Manuel Mata y David Leo en poesía, y de Sabina Urraca, Andrea Abreu e Irene Solà en narrativa.
Tríptico pertiguistas: Dana Cervantes, Yelena Isinbayeba y Katerina Stefanidi Fotografías: EFE/Manuel Bruque/Diario Sur–AFP/Marca–Twitter de Stefanidi
No me cabe duda que la voz emergente de Natalia ha llegado para quedarse. Tiene cogido el ritmo, y la constancia y la fuerza de voluntad de la que hacemos gala los atletas, y ya ha ganado un premio (la VII edición del Certamen Ucopoética), presea que, como a los buenos deportistas, la incitará a seguir.
Sin duda, en Málaga hay una buena cantera. De atletas y de poetas.
Hermanos Iñurrategi. Un latido en la montaña Cómic de Ramon Olasagasti y César Llaguno Sua Edizioak & Mendi Film Festival Fotografía: Lucía Rodríguez
En estos tiempos en los que la montaña se ha mercantilizado, en los que los lugares más sagrados del himalayismo se han convertido en una romería y muchos han dejado la ética alpina a un lado, con rivalidades del tres al cuarto y egos estúpidos y vergonzosos que desvían la atención de lo verdaderamente importante en la montaña, creo que es muy necesario destacar la figura de los hermanos Iñurrategi, Alberto y Félix, que son el mejor ejemplo de lo que debe ser este deporte.
Pueden leer mi reseña sobre el cómic Hermanos Iñurrategi. Un latido en la montaña (Sua Edizioak/#mendifilm, 2020), de Ramon Olasagasti y César Llaguno, clicando en el siguiente enlace a mi otro blog, un cuaderno de bitácora sobre literatura de viajes, montaña y aventura que inicié allá por 2015 para promocionar mi libro de relatos Carta desde el Toubkal, con el que fui finalista del VII Premio Desnivel en 2005.
Tras Vivir sin parar, de Kilian Riedhof, le llegó el turno a El Ladrón (Der Räuber), de Benjamin Heisenberg, un inquietante thriller sobre un maratoniano atracador de bancos que ganó los premios a la mejor dirección y al mejor actor en la Viennale de 2010.
Escena de la película El Ladrón, con Andreas Lust en el papel del protagonista
La película, una coproducción austro-alemana, está basada en la novela del escritor austriaco Martin Prinz. Un texto de 136 páginas que cuenta la historia real del atleta Johann Kastenberger, primer corredor austriaco en la 25 edición de la maratón de Viena en 1985, que a finales de los ochenta se hizo famoso por atracar numerosos bancos cubriéndose el rostro con una máscara de Ronald Reagan, motivo por el que la prensa lo apodó «Pumpgun-Ronnie».
Johann Kastenberger enmascarado (imagen real de las cámaras de seguridad)
Detenido tras un asesinato, su fuga a la carrera de la comisaría y su posterior persecución tuvo una amplia cobertura en la televisión y la prensa de la época. Durante cuatro días, Johann Kastenberger logró eludir a la policía, a veces en auto pero la mayor parte del tiempo a pie, corriendo campo a través.
Noticia del periódico sobre la fuga de Johann por una ventana de la comisaría
Martin Prinz, que también fue corredor, lo conoció en persona y fascinado por su andanzas decidió darle todo el protagonismo en su primera novela. En el texto, las escenas de acción se mezclan con divagaciones acerca de las carreras de larga distancia, la embriaguez de la velocidad y los picos de adrenalina cuando subimos las pulsaciones del corazón.
Der Räuber (El ladrón), de Martin Prinz
El libro ya ha sido traducido hasta al griego, así que a ver si alguna editorial patria se anima a publicarlo por estos lares. Me apunto el primero para leerlo.
En la película, el ladrón se llama Rettenberber, y no usa una máscara de Ronald Reegan, sino una más parecida a las películas de terror americanas.
Escena de El Ladrón (The Robber (Der Raüber))
El director, Benjamin Heisenberg, no disculpa al ladrón, ni analiza el motivo que lo mueve a actuar de esa manera. Tampoco hace una cronología de su vida.
La cinta empieza con el protagonista, interpretado por el actor Andreas Lust, entrenando en el patio de la cárcel, donde da vueltas a un pequeño perímetro delimitado por muros y cercas metálicas. Después continua con el preso corriendo en su celda sobre una cinta. Tras seis años encerrado, Rettenberger va a salir en libertad.
–La gran pregunta: ¿Qué planes tiene? ¿Tiene algún objetivo?
–Ya veré.
–¿Se alegra de salir en libertad?
–Por supuesto.
–Eso es bueno. No todos se alegran. A mucha gente le asusta.
–¿Que tiene pensado?
–No correr más en círculos.
Rettenberger, que tiene un trastorno de personalidad antisocial, sigue entrenando fuera, corre maratones y establece un récord en una prueba de montaña, la Kalnacher Bergmarathon, con un tiempo de 3:16:07. Incluso gana premios en metálico.
Escena de la película El Ladrón (The Robber (Der Räuber))
Escena de la película El Ladrón (The Robber (Der Räuber))
Pero no le basta con la adrenalina de la competición. Necesita más, es un yonqui de esa aceleración del corazón que da atracar un banco, ese Everest de pulsaciones en apenas unos minutos. Por eso sigue robando, a veces dos o tres bancos en el mismo día, cuando ya tiene un buen botín.
Escena de El Ladrón (The Robber (Der Räuber))
Escena de El Ladrón (The Robber (Der Räuber))
Lo que pronto nos quedará claro, cuando lo veamos blandir un trofeo, es que, además de ser un deportista, Rettenberger es un psicópata.
Andreas Lust en el papel del protagonista en El Ladrón (Der Raüber)
Tras ese momento comenzará la cacería. Un zorro que huye de los perros en los bosques austriacos.
Como leí en un simpático comentario de Filmin: «Ideal si buscas un poco de motivación antes de una maratón o un atraco».
Nota: El final de la película, y algún detalle más, no se corresponde del todo con la realidad. Pueden leer los hechos exactos en el siguiente enlace: