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viernes, 25 de diciembre de 2020

¡FELIZ NAVIDAD! SINCRONÍAS EN TORNO A DIEGO ARMANDO MARADONA


¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo!

La tarde que falleció Diego Armando Maradona estuve buscando un artículo de Jorge Valdano en el montón de recortes y revistas de la mesa de la cocina. Quería volver a leerlo para sentarme a la mesa del escritorio y copiarles aquel magnífico texto sobre la plenitud, Mario Alberto Kempes y Maradona.

Ida y vuelta de la plenitud.
Lo explicaré con nombres propios que me resultan familiares y que, al tiempo, son universales. Argentina ganó el Campeonato del Mundo de 1978 con Mario Alberto Kempes como máximo goleador y mejor jugador del torneo. Después, ganó el Mundial 86 con Diego Maradona sacándole muchos cuerpos de ventaja al segundo mejor jugador del campeonato. Pero en España 82, Mario (el crack) y Diego (el genio) jugaron juntos y, sin embargo, Argentina apenas llegó al decimosegundo lugar. Claro que los nombres importan, pero más importan los momentos. En España, Kempes estaba de vuelta de su excepcional nivel y Maradona de ida hacia su consagración absoluta. De lo que habla este recuerdo es de la importancia que ha tenido siempre la plenitud en la carrera de los jugadores y del efecto que eso produce en los equipos. Grandes nombres propios, demasiado pronto o demasiado tarde, son solo eso: grandes nombres.
Jorge Valdano (El juego infinito. El PAÍS)

 El recorte estaba sobre un XLSemanal, un suplemento del 25 de octubre que me puse a hojear al terminar el artículo por leer algo mientras me tomaba un café. Maradona, a los 60 años. El culebrón sin fin llevaba por título, y lo firmaba Jimmy Burns Marañón.

Artículo de Jimmy Burns Marañón sobre los 60 años de Maradona en el XXLSemanal

 Casi al cierre del mismo, leí: «Pero, a sus 60 años, tal vez lo más increíble de Maradona es que aún esté con nosotros». Hacía 21 días que a Maradona le habían extraído con éxito un hematoma del cerebro, y pensé en cuanta razón tenía el articulista.

 Acabé de beberme el café, dejé la revista sobre el montón y entré en el salón donde mi hijo pequeño jugaba a la Switch.

 –¿Te has enterado del futbolista ese que ha muerto? –me dijo sin despegar los ojos de la pantalla.

 –¿Cómo? ¿Qué futbolista? –le pregunté a su vez.

 –Maradona –dijo sin más.

 Oí aquellas cuatro sílabas y me quedé petrificado. No, no era posible.

 –Pero..., ¿cómo te has enterado?, ¿quién te lo ha dicho?

 –Me ha llegado la noticia hace quince minutos al móvil.

 Me senté en el sofá con mi cara de pasmo y le conté la sincronía que acababa de producirse. Su hermano mayor asomó por el salón.

 –¿Qué pasa? –preguntó.

 –Que ha muerto Maradona –le dije.

 –Sí, el de la tiza.

 –¿Qué tiza?

 –Una bolsa de cocaína que se le cayó del bolsillo. Y la gente: ¡La tiza, la tiza!

 –Con eso hay memes por ahí –confirmó el pequeño.

 No sabía de qué hablaban, y mi estupefacción se redobló. Había muerto el mejor futbolista del mundo y ellos me hablaban de memes... Me pareció muy triste. Luego entendí que ellos eran de una generación que no lo había visto de jugar, que se habían quedado con sus sombras y no con sus luces. Les hice un panegírico sobre Maradona –incluyendo su paso por el Barcelona, el Nápoles (un club modesto al que llevó a ganar dos Scudettos y la Copa de la UEFA) y el Mundial de México 86 que ganó con Argentina y en el que dejó, a modo de rúbrica, dos goles históricos (uno pleno de picardía y otro de audacia y desparpajo)–y cuando dieron la noticia en el telediario de la noche les hice presenciar sus mejores jugadas –la verdad es que me hubiese gustado ponérselas en bucle– para que viesen con sus ojos de qué tipo de jugador estábamos hablando. De su tendencia autodestructiva no hizo falta decirles nada. ¿Qué querés?, le oí decir una vez a alguien, si el pibe viene de donde viene. Al menos no olvidó sus orígenes.

«Qué me importa lo que hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía».
Roberto Alfredo «el Negro» Fontanarrosa

 Maradona me hizo vibrar con aquellos dos goles a Inglaterra en el mundial de México. Habían pasado cuatro años de la humillante derrota argentina en la guerra de las Malvinas, y los celebré ante la televisión como si yo también fuese argentino. De ahí que lo despidiese, como tantísimo de ellos, con un «adiós, comandante».

 Al día siguiente, recorrí todos los quioscos de la zona para hacerme con los diarios deportivos en los que aparecía el Diego en la portada. Los dejé sobre la mesa del salón, y Lucía, al verlos, le dijo a nuestros hijos: «Cuando vuestro padre se muera os va a tocar a vosotros decidir qué hacéis con esos periódicos». «Estas portadas, enmarcadas, quedan bonitas en cualquier lado», les dije.


 Y también me habría gustado tener las de L'Equipe y La Gazzeta dello Sport.


 Ha pasado un mes de la muerte de Maradona, pero las sincronías continúan. La otra tarde busqué un correo de José de Montfort con los enlaces a los seis números de Crack –minilibros colectivos sobre el fútbol, la vida y la literatura–, pues recordaba que en la portada de uno de ellos aparecía el astro argentino. Era en el Crack Vol. 4, y, al empezar a leer, me topé con dos sorpresas: la primera, que la revista era un especial Navidad (la concordancia con la fecha de hoy no podía ser más propicia), y la segunda, que Maradona aparecía al final de la misma vestido de Papá Noel sonriendo con una copa (que no trofeo) en la mano. Aquel era un peculiar homenaje de José de Montfort y sus compinches literarios al pelusa. Un homenaje en vida, como tantos que recibió (al margen de los que él mismo se dio).

https://fanzinecrack.tumblr.com

 En la página 54 empezaba 1986, el relato que el colombiano Andrés Didier Castro escribió sobre el Diego y sus míticos goles frente a la pérfida Albión. El cuento comienza con Maradona peloteando con un globo terráqueo antes del partido.

Diego Armando Maradona (1960-2020)

1986
Didier Andrés Castro
En la imagen un hombre patea un globo terráqueo lleno de aire por encima de su cabeza. Este sube y la cámara lo sigue. Baja y lo recibe con la cabeza; levanta la pierna izquierda y lo devuelve arriba, sobre su cabeza, hacia el cielo. Hace esto una y otra vez, lo hace girando para que todos lo vean desde diferentes ángulos. Su rostro lleva una expresión sonriente. Se divierte. Está en medio de la cancha enseñándole a todos como maneja el mundo con sus pies. El control que tiene sobre él. La cámara sigue el juego. El hombre no pierde de vista el globo terráqueo que sube de nuevo y proyecta una sombra sobre los camarógrafos apostados al frente. Es el único que lleva el globo. El único vestido frente la cámara para hacerlo. Es el único hombre en ese momento. Es el único hombre que existe en ese año. Es el único hombre que todos recuerdan. Es la única excusa para escribir esto hoy. […]

 Leo esto y me acuerdo de otro calentamiento memorable del pelusa, al ritmo del Live is life, en la previa al partido de la UEFA entre el Nápoles y el Bayern de Múnich en el Olímpico de Múnich en 1989.

«El fútbol que vale es el que uno guarda en el recuerdo»
Roberto Alfredo «el Negro» Fontanarrosa

 Y la más loca de todas las sincronías se produjo antes de anoche. Al escribirle a José de Montfort para que me enviase la portada del minilibro y el enlace, descubrí que habían sacado un Crack Vol. 7 dedicado a Diego Armando Maradona.

https://fanzinecrack.tumblr.com/

 Les copio aquí el prólogo para que sepan lo que se van a encontrar en este nuevo volumen.

Prólogo
Este año 2020 la pandilla Crack hacemos doblete. Si ya para conmemorar uno de los Días del Libro más raros de nuestra vida propusimos en el pasado mes de abril el Crack Vol. 6 Especial Pandemia, volvemos ahora con un número navideño que, sorprendido durante su gestación por la muerte del astro del fútbol argentino, viene dedicado a uno de los últimos mitos del s.XX: Diego Armando Maradona. No se trata aquí de un homenaje, un número hagiográfico, una celebración acrítica, ni siquiera una loa o análisis de su figura histórica. Más bien tratamos de situar al mito en nuestra órbita personal, lo cual nos permite que aparezca el 10 con sus luces, sus sombras y sus claroscuros. Está el genio, pero también está el hombre: el dios fieramente humano.
 Como siempre, y hace ya cinco años que lo venimos festejando en este minilibro colectivo fungido de amistad y literatura, venimos a jugar. Porque lo que nos une siempre es la conciencia lúdica de que el fútbol no es más que el punto de fuga, solaz de la vida, metonimia del mundo. Así, se habla aquí mucho del deporte rey, pero más sobre nosotros mismos, y nuestras circunstancias, que diría el filósofo.
 En este volumen colectivo que tiene el lector entre sus manos (entre sus píxeles –por el momento–, más bien) jugaremos un partido de futbito: 5 contra 5, que acabará en prórroga, con la participación especial de la excelente escritora colombiana Jenny Valencia, quien pone el broche de oro a esta compilación de textos inéditos con su relato "La madre y el barra brava", incluido en su reciente libro Buzirako Fútbol Klub (Ediciones del silencio, 2020).
 En la bancada argentina tenemos a Javier G. Cozzolino, abriendo fuego con una emotiva crónica sentimental dedicada a su padre, que se encuentra por estos días en el hospital y a quien desde aquí deseamos una pronta recuperación. Compartiendo argentinidad, pero desde Viena, Pablo Manzano nos trae la historia de dos talleristas que analizan la posibilidad de una nueva masculinidad y cómo la teoría entra en crisis en cuanto se confronta con la realidad de la vida personal. Chileno, aunque afincado en Barcelona, Ignacio Concha viene a recordarnos la primacía del gambeteo frente al tiquitaca.
 Desde España, Paula Baldrich nos cuenta, con mucha guasa, sobre las variantes lingüísticas que dificultan el lagoteo en una noche de fiestas populares de barrio. Y, por su parte, José de Montfort busca en la sonrisa de Maradona la verdad del engaño.
 El equipo colombiano, el más numeroso en esta ocasión, toca corto y al pie con Andrés Castro, que nos presenta a un personaje inolvidable que ve en la injusticia del fútbol el resarcimiento de las injusticias del capitalismo. Darío Rodríguez, pura fantasía, hombre de jogo bonito, se desmarca por la bando con una genialidad de las suyas, una más. A Sico Pérez se le encomienda el lanzamiento de las faltas más difíciles, que él lanza con precisión y tino, contándonos una historia de ocupación y que valora las posibilidades para nuevas formas de identidades familiares, al tiempo que es metáfora del abuso de las compañías energéticas. En el  mediocentro, Rubén Hurtado nos ofrece la historia de Renato, un periodista de obituarios que hubiese preferido jugar de volante mixto en un equipo de primera división. Y, por último, Santiago Noero se descuelga, centrando desde la banda izquierda, con una crónica futbolera muy personal sobre la identidad Caribe, pero también sobre la caída de las máscaras y la decepción de los ídolos.
 Cuando quiera lanzamos una moneda al aire y decidimos qué equipo comienza el juego.
Los editores

 Yo no he tenido tiempo de leer el número al completo, pero, por lo que llevo, la cosa promete.

 Y no me queda nada más que apuntar, salvo desearles una feliz Navidad y un próspero Año Nuevo 2021 que, me temo, seguirá siendo un año de incertidumbres. Cuídense, y, si les gustó la entrada, háganse seguidores del blog y suscríbanse al mismo a través del correo electrónico.

Nota: Esta entrada está dedicada al papá de Javier G. Cozzolino que lucha por su vida en un hospital. Ánimos para él y su familia.


jueves, 3 de enero de 2019

QUERIDOS REYES MAGOS...

Los romanos creían en aquello de Mens sana in corpore sano, así que para que nadie dude más de que deporte e intelecto pueden ir de la mano, les invito a añadir algún que otro libro a la carta de los Reyes Magos. Y ya que hay buena literatura deportiva, me animo a hacerles las siguientes sugerencias:

zatopek.html

la-milla-perfecta.html

el-corredor

la-soledad-del-corredor-de

muhammad-ali

la-bici-lo-es-todo

 Y como acaba de arrancar el nuevo año, aprovecho para desearles un feliz 2019. ¡Que tengan doce meses la mar de deportivos!

jueves, 4 de enero de 2018

AÑO NUEVO


El corredor de John L. Parker (Editorial Capitán Swing)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Desde Calle 1 os deseo a todos un año nuevo lo más deportivo posible.

viernes, 23 de diciembre de 2016

EL TERCER "HO" LO PONES TÚ


Christmas-lightpainting
Lucía Rodríguez Vicario

Desde Calle 1 os deseo la mejor de las navidades y un 2017 cargado de proyectos e ilusiones renovadas.
 ¡Que no falten entrenamientos y competiciones! ¡¡Nos queda mucho por vivir y celebrar!!

miércoles, 30 de diciembre de 2015

AHORA QUE LLEGA EL 2016...


Librería Holand House de Londres tras uno de los bombardeos de la Lutwaffe en 1940 / Getty

Con esta icónica fotografía de la librería Holland House de Londres, tras uno de los bombardeos de la Lutwaffe en la Segunda Guerra Mundial, os deseo a todos los que frecuentáis este blog, y a los que llegáis hasta él de rebote, un buen año 2016. Que incluso en la adversidad, si es que ésta se presenta, tengáis a mano un libro que leer, un disco que escuchar o algo bello que contemplar. Y aprovechad los placeres sencillos, como ese que consiste en calzarse unas zapatillas y salir a la calle a correr.

 ¡Un gran saludo desde Calle 1!

miércoles, 24 de diciembre de 2014

S.O.S NAVIDEÑO




Queridos amigos y lectores, ésta no es la típica felicitación navideña en la que se os desea unos días entrañables en compañía de la familia, y salud, dinero y amor para el nuevo año 2015. Por supuesto que suscribo todas esas palabras, pero junto a ese ¡Feliz Navidad! os mando un S.O.S navideño.

 En 2009 viajé hasta el Círculo Polar Ártico con mi hijo mayor, que por entonces tenía 9 años, para ver a Papá Noel. Fue un largo viaje en tren desde Málaga, 31 días inolvidables que quedaron plasmados en un manuscrito que lleva por título No subestimes el poder de Santa Claus (Santa Claus va tachado en el título y debajo lleva anotado con letra de niño Papá Noel). Creo en la magia de la Navidad y en que con vuestra ayuda ese libro podría estar en las librerías las próximas navidades. Para ello necesito que compartáis este post en vuestro facebook, que lo tuiteéis, que lo reenviéis a vuestros amigos..., a ver si así le llega a la persona adecuada, de la editorial ídem, y el sueño se cumple.

 Y por supuesto, para que veáis que la historia merece la pena, os anoto aquí la sinopsis y los primeros seis capítulos. ¡¡FELIZ NAVIDAD!! Y RECUERDA: NO SUBESTIMES EL PODER DE SANTA CLAUS.



NO SUBESTIMES EL PODER DE SANTA CLAUS
(Santa Claus va tachado y debajo, con letra de niño, pone Papá Noel)

Pedro Delgado Fernández
pedrodelgadof@gmail.com

   “Bueno, ya sabes cómo son estas cosas: un amiguito en el recreo te desvela el secreto de Papá Noel, y a partir de ahí comienza a fastidiarse la cosa. Uno empieza a dudar, y la más tierna de las inocencias se va al garete”.
   Esta es la historia de un padre empeñado en salvar la magia de la Navidad, en demostrarle a su hijo que Papá Noel existe, y también es la crónica de un viaje en tren de más de 9.500 kilómetros, una aventura en la que tuvieron que atravesar Europa desde el sur de España hasta el norte de Finlandia, allá donde el Círculo Polar Ártico traza una curva y vive el más maravilloso de los personajes. Y sobre todas esas cosas, es una hermosa manifestación del amor de un padre por su hijo.


1
La Navidad llegó a nuestra casa aquel invierno antes que nunca. Normalmente montábamos el árbol y decorábamos la casa en la primera semana de diciembre, pero aquel año queríamos dejarlo todo preparado antes de nuestro gran viaje.
   Íbamos a viajar durante un mes con el InterRail. Aquel billete, mítico para mi padre, era una especie de pase mágico que le había permitido recorrer en su juventud toda Europa. A él, a mamá, y a millones de mochileros que habían hecho del pase un modo de vida. Así que hablaba de él con la misma devoción con la que lo hacía de Arconada, de Elvis Presley o de sus antiguos cómics de la Marvel.
   Nuestro destino iba a ser la ciudad finlandesa de Rovaniemi, allá en Laponia, donde el Círculo Polar Ártico trazaba una curva. Aquel viaje había sido largamente postergado: desde que tenía 7 años más concretamente. Un día, cerca ya de las vacaciones de Navidad, alguien me dijo en el colegio que Papá Noel no existía. Que eran los padres. Cuando se lo conté a papá, éste abrió los ojos todo lo que pudo, arqueó las cejas y me dijo muy serio: “Que va Enzo. Lo que pasa es que esos niños se portan tan mal que Papá Noel no les trae nada. Y sus padres, para que no lloren, les tienen que poner algunos juguetes. ¿A que esos niños son los más traviesos de la clase?” Asentí con la cabeza. “Enzo, muchas cosas de Papá Noel son difíciles de creer: trineos tirados por renos voladores, el recorrer todo el mundo en una noche, el asunto de la chimenea, que los juguetes los hagan los duendes pero pongan made in china… Es lógico que, a cierta edad, los niños empecéis a pensar que todo es una broma; pero créeme que existe. Y vive en Rovaniemi. En Finlandia. A cuatro mil kilómetros de aquí”. Entonces, papá me dio un fuerte abrazo, y dijo las palabras mágicas: “Yo te llevaré a verlo”.
   Aquella promesa quedó mucho tiempo en el aire, pero finalmente, papá demostró ser un padre de palabra, alguien en quien se podía confiar.

2
Yo vivía con mis padres y con mi hermano Pedro en la Colonia Santa Inés, en una calle que llevaba el nombre de un cantero y que hacía esquina con la de un político y militar chileno a un lado y con la de un famoso escritor inglés al otro. Papá era profesor de Educación Física, pero en realidad lo que quería ser era escritor, y si hubiese podido, creo que de buena gana habría cambiado nuestra puerta de Alonso de Higuera a Charles Dickens. En el pasado, el barrio llegó a tener una fábrica de ladrillos, y aún quedaban las casas bajas de los antiguos trabajadores, alguna que otra chimenea y la laguna que se formó donde antes extraían el barro. En el colegio tuvimos que hacer el curso anterior un trabajo sobre el pasado industrial del barrio: La Colonia St. Inés, mi barrio. Mi padre decía que, después de vivir en el centro, esto le parecía un pueblo. La verdad es que yo también echaba de menos la casa del centro. Creo que todos la echaremos de menos siempre.
   Mi casa de ahora quedaba a 189 pasos del colegio. A 189 pasos míos, porque mi hermano necesitaba 91 pasos más. Era algo normal, ya que Pedro tenía 3 años menos. En la hora de tutoría, papá había consultado el asunto del viaje con mis maestros. Afortunadamente, yo era un buen estudiante, así que ninguno puso inconvenientes. Es más, ambos estaban seguros de que aquel viaje iba a ser de lo más instructivo. “Una experiencia enriquecedora”, dijeron más concretamente. Pero claro, también estaba el tema burocrático: obtener el permiso de la directora y del inspector de la zona. Papá pensó que si les decía a éstos el motivo real, pondrían pegas, por lo que decidió no solicitar permiso alguno. Ya justificaría mis faltas a la vuelta con un socorrido “Asunto familiar inexcusable”. De hecho, pensándolo bien, no se trataba más que de eso, pues ¿no era un asunto familiar llevar a un hijo de viaje? Mi padre también decía que era inexcusable, porque pronto cumpliría 10 años. Creía que, de aguardar algún año más, no viajaría con la misma ilusión. Yo estaba algo preocupado por tener que ocultarlo todo, pero papá lo tenía muy claro. El primer día de tutoría nos habían dicho que lo que se buscaba en 5º de primaria era que los alumnos fuesen autónomos, responsables, que adquiriesen hábitos y que tuviesen una actitud respetuosa y tolerante, y aquellos cuatro puntos iban a regir según él nuestro viaje. Amén de todo lo que decía que iba a aprender durante nuestro recorrido.
   Otro asunto distinto fue en el instituto de mi padre.

3
Papá trabajaba en un instituto al que yo iba de visita en algunas ocasiones. Más que nada para jugar con el ordenador, pues en casa no teníamos internet. Tampoco consolas. Mi padre decía que le restaban tiempo a los juguetes y a la lectura. Hablaba de una balanza imaginaria: en un platillo estaban todos los juguetes y libros que teníamos, y en el otro la Nintendo DSi, la Wii o la play. Según él, este segundo platillo, a pesar de abultar menos, pesaba mucho más que el otro. Como si se tratase de una maldición bíblica, tener una maquinita equivalía poco menos que a abandonar los juguetes y la lectura, algo que podía empobrecer nuestra imaginación. “Nuestra creatividad”, decía más concretamente. Así que ahora, que iba a llevar en persona la carta a Papá Noel, esperaba conseguir por fin la ansiada DSi. Papá decía que no le importaba mucho si me la traía, pues el gusanillo de la lectura ya estaba inoculado en mí, y, aunque la mayoría de los niños de mi clase ya no jugaban con juguetes, yo todavía no había renunciado a ellos. El objetivo, decía como si se tratase de una acción bélica, ya estaba conquistado. Lo que no estaba conseguido era lo de su permiso. Papá lo había solicitado para un mes en el trabajo, pero éste le había venido denegado. Él decía que la culpa la tenía la coletilla, según necesidades, que figuraba en el cuadrante de licencias y permisos, junto al apartado que recogía que todo trabajador tenía derecho a pedirse tres meses sin sueldo cada dos años. El director había firmado su consentimiento con otra coletilla: siempre y cuando envíen a un sustituto. Pero debido a la crisis, la Delegación no tenía intención de mandarlo, con lo que denegó el permiso. Papá me lo dijo el mismo día que se lo comunicaron. Me quedé triste y mudo durante un buen rato, y ambos nos pasamos una semana dándole vueltas a aquellas palabras: Atendiendo al informe emitido por la dirección del Centro. Para mí aquello suponía una putada, y eso que la palabreja estuvo a punto de costarme un castigo. En realidad para él también lo era. Estaba tan cabreado que hasta le costaba dormir. Rovaniemi nos parecía entonces un lugar imposible, una ciudad lejana adonde yo no llegaría nunca.

4
Papá decidió pelearlo. Habló con el jefe de personal de la Delegación, y convenció al director para que volviese a escribir otro informe sin la dichosa coletilla. Ansiedad, tila y valeriana fueron las palabras más escuchadas en casa aquellos días. Y mientras esperábamos la nueva resolución, los folletos de las oficinas de turismo de los distintos países por los que íbamos a pasar seguían llegando al buzón. Papá no quería ni mirarlos, y los fue acumulando sobre la mesita del teléfono.
   Nos tuvieron en vilo hasta la última semana, pero en cuanto recibimos la aprobación telefónica, volvimos a sonreír. El nudo que sentíamos en la garganta y el estómago se deshizo de pronto, y, esa misma tarde, con la sonrisa aún dibujada en la cara, nos fuimos a comprar los billetes.
   Mi padre se había criado en calle La Unión, muy cerca de las vías del tren, y de pequeño solía jugar entre los mercancías y las pirámides de piedras sueltas que transportaban, así que el pitido de las locomotoras, el traqueteo de las ruedas de los vagones y el chirrido de los frenazos estaban en su memoria y podía sentirlos de una forma muy clara.
   La estación quedaba cerca de la casa de la abuela, pero ahora que la habían reformado no se podía llegar a ella andando desde las vías. Papá sentía cierta aversión por aquella nueva estación, a la que calificaba de megamoderna e impersonal. Me explicó que la habían tenido que retranquear unos centenares de metros para adosarle aquel monstruoso centro comercial, y que no tenía comparación con la antigua, toda recogidita, en la que uno podía acceder a los andenes sin problemas, y no como ahora que sólo podían pasar los que tenían billete. Lo único acertado, según él, era el nombre: Estación de tren Málaga-María Zambrano, que hacía honor a una escritora y filósofa malagueña: una mujer mayor, con grandes gafas, en la foto del recorte de prensa que guardaba mi padre en la biblioteca.
   Cruzamos por delante de los escaparates de las tiendas y entramos en la sala donde despachaban los billetes. Cogimos número y aguardamos a que éste apareciese en la pantalla. Entonces nos detuvimos delante de la ventanilla sobre la que parpadeaba nuestro número. “Buenas tardes”, dijo papá. “Veníamos a por dos billetes de InterRail”. Al oír aquellas palabras, sentí un estremecimiento y un agradable cosquilleo inundó mi cuerpo. Entonces comprendí que una aventura estaba a punto de empezar.

5
El día antes de partir era el tipo más feliz que había en el colegio. Mi padre me pidió que lo mantuviese en secreto para que no llegase a oídos de la directora, así que sólo se lo conté a dos amigos de confianza. De todas formas, no me creyeron. Dijeron que era un cuentista. Así que decidí mantener la boca cerrada. Si mis mejores amigos no me creían, cómo me iban a creer los demás. Además, temía que se pudiesen reír de mí; pues yo era el más pequeño de la clase y ninguno de mis compañeros de pupitre creía en Santa Claus. Papá siempre decía lo mismo, que esos niños estaban creciendo más rápido de la cuenta, “demasiado rápido”, y que nadie debía subestimar el poder de Santa Claus. Pensé que a la vuelta tampoco me creerían.
   Aquella misma tarde, para sorpresa mía y de mis padres, algunos niños del cole comenzaron a pasarse por casa. La mayoría eran de la clase de mi hermano Pedro, que estaba en 1º de primaria, y venían con una carta en la mano acompañados de sus padres. Estaba anocheciendo cuando dejaron de pegar a la puerta. Papá miró nervioso el montón de cartas que había en el recibidor y se sirvió una copa. “Sólo hace falta que salga en los periódicos”, resopló. Mamá sacó de su bolso unas cuantas cartas más. “Son de los primos”, dijo añadiéndolas al montón. “Y ésta de tu hermano llévala aparte, con la tuya”. “Como la pierdas te mato”, dijo Pedro frotándose un puño mientras impostaba la voz. Papá me miró con cara de resignación. “Enzo…, me parece que vas a tener que llevar una mochilita para las cartas”.
   Esa noche me fui a la cama pronto, aunque sabía que iba a costarme mucho conciliar el sueño. Todos estábamos nerviosos en casa, menos papá, que estaba acostumbrado a aquello de viajar. Para él el mundo empezaba y terminaba en nuestra casa, a la que regresaba después de cada viaje para convertir en literatura sus experiencias. Recuerdo que de pequeño temía que no volviese, que se quedase por ahí enredado en algún río o alguna montaña. Mientras me arropaba, papá me explicó que cuando uno llega a viejo, no se recuerdan los días, sino los momentos. Y que dentro de esos momentos, los vividos en la infancia tenían un cariz especial. “Todas las personas mayores”, decía, “tienen imágenes de su infancia que siempre les acompañan, y por ello esas imágenes deben ser lo más felices posibles”. Quizás era eso lo que él también pretendía con aquel viaje: llenar mi cabeza de futuros recuerdos.

6
Partimos de MÁLAGA la mañana del 21 de noviembre de 2009. En la estación nos esperaban los abuelos. Los abuelos eran en esta ocasión los padres de mi padre. Papá les dio un fuerte abrazo, y a punto estuvo la abuela de ponerse a llorar. Pedro se pegó a papá, puso esa vocecilla infantil que tan tierno le ponía, y le recordó las últimas instrucciones sobre su carta: quería que le añadiese algunas cosillas. Mi padre lo cogió en brazos y lo estrujó, llenándole la cara de besos.
   Antes de pasar el control de seguridad de acceso a la estación, y mientras la abuela nos repetía unas cuantas veces que tuviésemos cuidado, papá besó a mamá en la boca y volvió a estrecharla entre sus brazos. Pedro quería acompañarnos hasta el andén, pero el guarda le dijo que no estaba permitido pasar sin billete. Papá se quejó de que las estaciones de tren se pareciesen cada vez más a los aeropuertos. Mamá se cameló a Pedro diciéndole que nos despidiera desde el ventanal de la estación, la cristalera que la separaba de una de las galerías comerciales, y allá que se fueron mientras nosotros colocábamos el equipaje en la cinta transportadora y pasábamos por el arco de seguridad. La maleta, la mochila en la que papá había metido nuestros chaquetones y los pantalones de esquí, y mi mochilita atravesaron renqueantes el túnel del escáner, y, durante unos segundos, apareció en la pantalla del monitor una radiografía de todas nuestras pertenencias.
   Cuando volvimos a ver a Pedro, corría y brincaba diciéndonos adiós con las dos manos. Todos habíamos pensado en una despedida a lo grande, con medio cuerpo fuera de la ventanilla mientras agitábamos un pañuelo, pero nuestro vagón estaba al fondo, muy lejos de donde terminaba el ventanal, así que tuvimos que conformarnos con saludarles con la mano desde el hall antes de arrastrar nuestra maleta. Mamá llegó corriendo hasta la altura de Pedro, y nos sonrió nerviosa. Nos detuvimos unos instantes. Papá les tiró unos besos, y ellos nos los devolvieron desde detrás del cristal. Agitamos una vez más nuestras manos; y allí quedaron, apoyados el uno en el otro, mirando cómo nos alejábamos.

lunes, 23 de diciembre de 2013

¡¡FELICES FIESTAS!!

Este año aprovecho el blog para felicitaros las fiestas. Y lo hago con la canción que más suena en casa al llegar la Navidad: Peace on Earth/The Little Drummer Boy, remezclada e interpretada en directo por David Bowie y Bing Crosby, un tema que ya pertenece a la banda sonora de mi vida.




 ¡¡Felices fiestas y próspero Año Nuevo 2014!!
 Sin duda, cada uno tiene su forma de celebrar la Navidad: en función de sus creencias, de los momentos alegres o tristes que le ha traído el año, de si hay niños en casa o de si se mantiene el núcleo familiar. Sean cuales sean vuestras circunstancias, deseo que paséis las fiestas de la mejor manera posible y que el 2014 venga cargado de salud e ilusiones.

 Y si queréis despedir el año corriendo, apuntaros a la San Silvestre Palma-Palmilla que promueve la amiga Berta González de Vega. La carrera de 8 kilómetros se celebra el día 31, a las 12:00, con salida y meta en el campo de fútbol de la Virreina, en las inmediaciones del Estadio de La Rosaleda. Se trata de correr por una buena causa: a beneficio de Er Banco Güeno y la Casa de la Buena Vida, además del club de fútbol 26 de febrero.
 Ya van por la III edición. Yo corrí y gané la primera; pero ésta, como el año pasado, me pilla lesionado, pues desde el día 13 ando parado por culpa de un hematoma en el talón del pie izquierdo. Por cierto que esta carrera vino a tomar el relevo de la San Silvestre de la Salud, una carrera con un ambiente increíble a la que muchos corredores acudían disfrazados. Lástima que la prueba desapareciese después de siete ediciones, pues era un gusto ver la Ciudad Deportiva de Carranque o la plaza de la Constitución abarrotada de atletas, todos tocados con el gorro de Papá Noel, mientras los amigos de Málaga Sport entregaban los premios y sorteaban multitud de regalos.

 En fin, lo dicho al principio: Feliz Navidad y mejor 2014, y que todos los atletas que estáis lesionados, como yo (uno llega a sentirse como una ballena varada en la playa), os recuperéis lo antes posible.