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miércoles, 12 de mayo de 2021

LA POESÍA DEL FÚTBOL


Portero seminarista. Fotografía de Ramón Masats

En Málaga se organizan muchas actividades culturales, pero se publicitan poco y uno se suele enterar de ellas a toro pasado. Eso fue lo que me ocurrió con la primera conferencia del ciclo Fiebre en las gradas, el cual coordina el onubense Miguel Pardeza, exfutbolista del Real Madrid, del Real Zaragoza y de la selección española, y autor de dos novelas de tintes autobiográficos, TorneoAngelópolis, la primera de las cuales ya reseñé en este blog*.

Juan Bonilla y Miguel Pardeza en La Malagueta. Marzo de 2021
Fotografía: Miguel Fernández (Diario Sur)

 El encuentro literario futbolístico se celebró en el centro cultural La Malagueta el día 10 de marzo, y en el estrado dialogaron Miguel Pardeza y Juan Bonilla, escritor jerezano ganador del Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa y del Premio Nacional de Literatura. De haberlo sabido, me habría acercado a escucharlos, y me habría llevado debajo del brazo mi ejemplar de Torneo para que Pardeza le pusiera su firma bajo una dedicatoria.

*https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2017/02/futbol-y-literatura.html

 Afortunadamente, podemos presenciar la charla a través del vídeo que ha subido el centro cultural a su página web.

Camus fue portero del Racing de Orán, y Nabokov del Cambridge. A un portero le dedicó uno de sus mejores poemas Rafael Alberti y Celaya le contestó airado con otro poema. El fútbol, como casi toda actividad radiante de la juventud de los años veinte, ocasionó mucho interés por parte de poetas y novelistas -la primera novela de J. A. Zunzunegui tenía a un delantero centro como protagonista-. ¿Qué han buscado los poetas y los novelistas en el fútbol? ¿Qué han encontrado? ¿Qué hay de poético en un partido o un estadio lleno de hinchas? Y también, ¿qué hay de futbolístico en la poesía? El fútbol ha legado imágenes y expresiones que sin duda han sido utilizadas con fines poéticos en muchas ocasiones. El ponente repasará algunas de las mejores jugadas de la relación entre poesía y fútbol, remitiéndose en ocasiones a su propia obra y contando las experiencias de las que surgieron los textos que tienen algo que ver con el fútbol.

Juan Bonilla y Miguel Pardeza. La poesía del fútbol
Centro Cultural La Malagueta
#Fiebreenlasgradas

 Miguel Pardeza regresó a Málaga el 16 de abril, para dialogar con el periodista Tomás Roncero sobre la influencia que tienen los medios de comunicación deportivos en nuestro tiempo, la resonancia que facilitan las redes sociales y el protagonismo que han tomado los propios periodistas en la noticia.

Tomás Roncero con Miguel Pardeza. La influencia de la prensa deportiva
Centro Cultural La Malagueta
#Fiebreenlasgradas

 A ver qué nos aguarda la temporada que viene el ciclo Fiebre en las gradas, título que, por cierto, rinde homenaje a la novela de Nick Hornby en la que expresaba su pasión por el Arsenal, aunando una vez más fútbol y literatura.


lunes, 10 de septiembre de 2018

LA DISTANCIA

La noche le obligó a elegir el paseo marítimo. [...] Trotó muy lentamente hasta llegar a una de las referencias conocidas, unos escalones de acceso a la playa. Entonces pulsó el cronómetro. Mediría el tiempo total y también por kilómetros. Los dos primeros kilómetros los correría suave, calentando; el resto por debajo de los tres treinta. Se concentró en la carrera. Localizar su energía en lo físico. Correr rápido por el suelo duro y luego carrera continua por la arena, cuidar las rodillas. La humedad había vaciado el paseo marítimo: podría haber traído al perro. La brisa secaba el sudor, lo enfriaba.
 Cañas de pesca en la playa, clavadas en la orilla como las lanzas de un regimiento que esperase la inminente llegada de barcazas enemigas, o que vigilase la evolución del lomo dormido del animal salvaje que es el mar. Emilio cruzaba cerca de ellas, junto al mar que no podía ver pero sí sentir, el rugido amortiguado de las olas que sólo a veces reflejan la luz que reflejaba la luna. Intervalos de silencio cuando unos pocos centenares de metros más allá el rojo de un semáforo detenía la circulación y entonces aparecía el ruido de los pasos de Emilio, la respiración pesada, constante, el ritmo vivo que no controlaba. Emilio avanzaba sin consultar el reloj, satisfecho por haber vencido la desgana y estar corriendo, limpiándose. Agradecía la falta de otros corredores, gente paseando, seguramente por la densa humedad. Sólo pescadores para los que no existía, pendientes de las vibraciones de las cañas y de nuevo el estallido del tráfico apagando las olas y los pasos de Emilio, que seguía corriendo, logrando olvidar el mensaje del Coronel, Tamar, Marta, como el mar, ahí pero oculto, el hueco de la oscuridad, insondable.
 Dio la vuelta en la última rotonda y volvió por el mismo camino. Continuó hasta el puerto en vez de detenerse en el punto de partida. Apretó el ritmo hasta que llegó una vez más donde había comenzado. Echó el cuerpo hacia delante, apoyó las manos en los muslos, como si vomitase. Anduvo con los brazos separados del cuerpo y cuando consiguió acompasar la respiración hizo ejercicios de estiramiento y volvió al coche.
 En la ducha descubrió la carrera frenética de las cifras del reloj: había olvidado pulsar el cronómetro al terminar de correr.
He estado un tiempo desaparecido, perdido en la distancia: en la que nos separa del sureste asiático, por donde he estado errando un par de meses en compañía de mi hijo Pedro (también de Lucía las tres primeras semanas), visitando países, ciudades y accidentes geográficos de nombres evocadores. Y, como siempre, acompañado de libros relacionados con los lugares de destino que hagan la experiencia más enriquecedora, a los que sumé la última novela de mi amigo Pablo Aranda, pues no quise demorar su lectura sabiendo que mi nombre encabezaba la lista de agradecimientos, un gesto generoso que aprecio y que me recuerda en su exceso a los que tenía el otro Pablo conmigo.

La distancia, Pablo Aranda (Malpaso, 2018)
Fotografía: Pedro Delgado

 Leí La distancia a 41.001 pies de la tierra, y a más de 10.000 kilómetros de Málaga. Quemaba kilómetros en el aire y en la carretera, y a media que leía la trama se iba extendiendo por mi cabeza como la tinta derramada sobre un papel, y con ella sus escenarios, más vívidos si cabe por haber vivido en ellos, sintiendo cierto escalofrío cada vez que leía mi nombre o al saber que mi libro de relatos, Carta desde el Toubkal, acompañaba a Emilio, el protagonista, en sus viajes por el Atlas, una cordillera en la que ejercía de guía como ya lo hiciera yo antaño.
 Mi cuerpo atravesaba fronteras y pisaba lugares cuyos nombres parecían un conjuro misterioso: Siem Reap, Angkor, Battambang, Phnom Penh..., pero a la noche, en la distancia, abría la novela de Pablo y regresaba a Marruecos, a Granada, a Málaga. Y no a un Marruecos, una Granada o una Málaga cualquiera, sino al Marruecos por el que guié a tantas personas, a la Granada en la que estudié Educación Física (como el protagonista inicialmente) y a la Málaga que me vio nacer y en la que, como Emilio, tantas veces me he calzado las zapatillas de deporte para correr por sus calles y su paseo marítimo. Y por eso leía despacio, dosificando las páginas, para que ese viaje en la distancia espacial y sobre todo en la temporal no acabara nunca, para demorarme en los recuerdos. Y por supuesto también para acompañar a Emilio por los azares de la vida, porque al fin y al cabo lo que le sucede nos puede ocurrir a cualquiera. El destino como motor oculto de nuestras vidas, el destino que se entromete en tu día a día, que puede dirigir tus estudios o emparejarte con tal o cual persona, que convierte o no a un cobarde cobarde en un cobarde valiente. Tamar y Marta, Marta y Tamar y el "corazón grande y de pocas pulsaciones a fuerza de carreras" de Emilio, desbocado a veces como si acabase de terminar un mil quinientos. Decía el escritor Garriga Vela en la presentación de La distancia que la novela de Pablo era "una novela negra de amor". Yo no me atrevería a corregirlo, pero sí a puntualizar que es una novela negra de poliamor –no en el sentido estricto del término, sino en el de que se puede amar a dos personas al mismo tiempo–, un sustantivo muy de moda últimamente pero que nunca fue ajeno a los que estudiamos en Granada. "Mundos que quedaron atrás, las vidas posibles. Las vidas imposibles".
 La novela de Pablo, que también es la novela de Emilio, de Tamar, de Marta, del Coronel..., sigue la línea emprendida con Los soldados (El Aleph, 2013) y El protegido (Malpaso, 2015), con esas pinceladas de intriga y suspense que te obligan a seguir leyendo, pero, a la vez, recupera al Pablo más intimista de sus primeras novelas. Al que narra la vida corriente sin más, con sus giros y sus revueltas. Y para goce de los que amamos el atletismo, en sus páginas aparece gente que corre y entrena.
En cuanto el cronómetro marcase treinta minutos correría la final de los mil quinientos de las olimpiadas de 1984 en Los Ángeles. Le ardían los ojos. Él encarnaría a Sebastian Coe. La salida sería lenta para que Kilb aguantase toda la carrera. Quedaría atrás sólo en la última recta, supuso, a falta de trescientos metros, como Ovett. Kilb sería Ovett. Se retiraría a trescientos metros del final y observaría desde el suelo la vuelta del ganador, Coe. 
 El nerviosismo de Kilb le indicó que hablaba solo. El perro había sentido el cambio de ritmo aunque no fuese brusco y lo había puesto en estado de alerta. Sebastian Coe había partido como favorito de los ochocientos en las olimpiadas anteriores, pero logró la medalla de plata y el oro había sido para Ovett, o sea: Kilb. Y sin embargo, Ovett, que era el favorito para los mil quinientos, en Moscú tuvo que contentarse con la medalla de plata y el oro fue para Coe, que era él, Emilio. –Y ahora nos encontramos en otras olimpiadas –pronunció Emilio con esfuerzo y Kilb, atento a cualquier acelerón, cansado, no lo miró–. En Los Ángeles, donde no querían que yo corriese. 
 Un cambio de pendiente le hizo abandonar momentáneamente la entonación y comprobar mirando el cronómetro que tampoco esta vez se acercaría al récord olímpico de la época. El año 1983 había sido nefasto, apartado de las competiciones por enfermedades. Había sido superado por Peter Elliott en las pruebas de selección del equipo británico para las olimpiadas, pero Elliott finalmente quedó fuera para que pudiese acudir él, Coe, a pesar de las numerosas protestas. En la carrera también competiría Steve Cram, el otro británico, para vengar a Elliott, para demostrar que el reinado mío, o sea, de Coe, había terminado definitivamente. El favorito de la carrera era Steve Cram. Coe procuró no quedare encerrado, sostener el ritmo hasta la última vuelta, soportar el ataque que viniese por atrás, irse, una vez más calculando la distancia. 
 Ovett empezó a quedare atrás y se volvió para animarlo: venga, Kilb, sólo faltan dos vueltas, una y media, pero Ovett no podía respirar bien, se ahogaba, miraría el final de la carrera desde el suelo, la vuelta de agradecimiento del ganador, y Emilio apretó el paso preocupándose de quienes más le inquietaban, Steve Cram y José Abascal, el español, toda la carrera a su sombra, aguantando el tipo, fuerte, apretando de repente, demasiado pronto, también Cram, pero él se sintió pletórico y aprovechó un falso llano del carril para culminar el sprint último y alzó los brazos imitando los gestos de Coe.


La distancia, Pablo Aranda (Malpaso, 2018) Fotografía: Pedro Delgado
Una novela perturbadora y magistral sobre las intrigas del destino

lunes, 6 de febrero de 2017

FÚTBOL Y LITERATURA


"Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol".
Albert Camus
"La escritura, como el fútbol, es un reflejo de lo que somos, amamos y odiamos".
Miguel Pardeza
"El que está en un colegio y juega bien al fútbol, tiene ya media vida salvada".
Antonio Soler 


A mediados de diciembre el Instituto Andaluz del Deporte, en colaboración con el Centro Andaluz de las Letras, organizó en Carranque unas jornadas bajo el título La cultura del fútbol. Para la primera tarde anunciaban un diálogo sobre literatura y fútbol entre los escritores Rosa Regás y Antonio Soler, así que no quise perdérmelo. El acto fue presentado por  la esquiadora María José Rienda, directora general de Actividades y Promoción del Deporte de la Consejería de Turismo y Deporte de la Junta de Andalucía, y a la mesa redonda se sumaron Isabel Guerrero, en calidad de jugadora y entrenadora, y Lucía Quiroga, directora del IAD, como moderadora.

Jornada La cultura del fútbol en el Instituto Andaluz del Deporte
Lucía Quiroga, Antonio Soler, Rosa Regás e Isabel Guerrero
Fotografía: Pedro Delgado

Jornada La cultura del fútbol en el Instituto Andaluz del Deporte, Málaga 2016
Lucía Quiroga, Antonio Soler, Rosa Regás e Isabel Guerrero
Fotografía: Pedro Delgado

Foto de cierre de la primera jornada La cultura del fútbol en el Instituto Andaluz del Deporte
Fotografía: Pedro Delgado







 El debate no defraudó, aunque se enredó en la cuestión de si el fútbol es o no cultura. A nivel sociológico está claro que el fútbol es una creación, pero es una creación que no trasciende, que no supone un paso adelante para la humanidad. No es alta cultura, ni Messi ni Ronaldo son Kafka o Beethoven. Me habría gustado que en lugar de debatir sobre ese hecho, se hubiese hablado más de literatura y fútbol. Que nos hubiesen dado norte sobre los libros que se han escrito acerca o en torno a este deporte. Quizá en otra ocasión...

 El último libro que me he leído relacionado con el tema es Torneo, el debut literario de la mano de Malpaso del exfutbolista Miguel Pardeza, quien fuera jugador del Real Madrid y del Real Zaragoza.

Torneo (Malpaso, 2016) de Miguel Pardeza

 Miguel Pardeza nos avisa, desde la nota aclaratoria inicial, de que no estamos ante una autobiografía al uso, pues lo que el onubense ha hecho es recrear la realidad, "alternar la verdad histórica con la ficción literaria". No obstante, el protagonista del libro es el propio Pardeza, quien se vale de sus recuerdos, "incluidos los falsos e inventados", para narrarnos su infancia y adolescencia en Huelva y Madrid, adonde llega con los complejos, inseguridades y temores propios de la edad para intentar labrarse un futuro en las filas del Real Madrid.

 Miguel Pardeza es del 65, y yo del 66, así que es normal que compartamos vivencias y emociones como las que aparecen en el libro, unidas a unos juguetes (las canicas, los cromos y los soldaditos de plástico de Montaplex), un dulce (los megatones de Cropan), unas bebidas (la Miranda de naranja y la Fanta de naranja y limón), un postre (las natillas que nos hacía nuestra madre con doble ración de galletas Cuetara), unos cómics (los de la factoría Marvel), una serie de televisión (Orzowei), unas películas (las de Bruce Lee) o un sistema educativo (EGB). Compartimos hasta una pedrada en la cabeza. Y como él, yo también estuve a punto de irme de este mundo de pequeño, aunque en mi caso fue por culpa de una vacuna para el tétanos que me pusieron después de pincharme con el clavo mohoso de una valla en el aeropuerto de Bilbao (¿Quién iba a pensar que el niño fuese alérgico al suero de caballo?).

Sobre de soldaditos de plástico de Montaplex

Algunos de mis cómics de la Marvel (Foto: Pedro Delgado)

Mi disco de Orzowei (Foto: Pedro Delgado)

 En lo que no coincidimos es en lo de Torneo, aquel programa de Daniel Vindel heredero de los Cesta y puntos y Área cinco, aunque mi amigo Miguel Ángel Moya sí llegó a participar en él y solía narrarme algunas anécdotas al respecto, como cuando consiguió clasificar a su equipo, el colegio José Luis de Arrese, para la fase televisiva del programa. Incluso llegó a participar, posteriormente, en un Torneo dedicado al atletismo.




Imágenes del programa de televisión Torneo
(extraídas del blog Carta de ajuste)
http://carta-de-ajuste.blogspot.com.es/2011/03/torneo.html

 Créanme, el tono con el que te hablaba de todo aquello ya te hacía lamentar habértelo perdido. El que no se lo perdió fue el joven Miguel Pardeza que, proclamado como el mejor jugador de la competición, aprovechó el programa para dar el salto a Madrid, a donde llegó con la responsabilidad de no fallar y no defraudar a su familia.

La pensión no era más que eso, una pensión. Como residencia para jóvenes jugadores, el hostal era una broma que plasmó en mis padres un mohín de disgusto e inquietud nada más ver su puerta [...] 
[...] Y luego estábamos nosotros, todos jóvenes futbolistas de provincias que veníamos a conquistar el Santiago Bernabéu con muchas espinillas y acentos andaluces, gallegos o murcianos. Formábamos una biodiversidad que se resumía en impaciencias, deseos y miedos parecidos. Los más pequeños tenían catorce años; los mayores, dieciocho, como mucho diecinueve, edad ésta en la que tenías que abandonar la pensión y empezar a vivir por tu cuenta de alquiler o con quien quisieras. Infantiles, cadetes y juveniles repartidos por los distintos equipos que existían entonces en la cantera del Madrid. [...] En los que llevaban más tiempo se notaba el desgaste de aquella vida entregada a una causa incierta, peleada en clara desventaja en relación con los chicos que vivían con sus familias en Madrid o alrededores. Tras dos o tres años en la cantera, uno ya empezaba a vislumbrar las posibilidades de triunfo o, por el contrario, de fracaso, y esa revelación o intuición actuaba como un orientador de tu actitud tanto en la residencia como en tu vida privada.

 En un país que gusta de las etiquetas y de los compartimentos estancos, Pardeza tiene ante sí el reto de labrarse un nombre como escritor. No es fácil. Lo sé por experiencia propia (al principio a todo el mundo le extrañaba que un atleta pudiese escribir un libro). ¿Un futbolista metido a novelista?, se preguntarán torciendo el gesto. Pero si algo tenemos los deportistas es constancia y fuerza de voluntad, así que, si se lo propone, todo llegará.

"La Quinta del Buitre"
Emilio Butragueño, Miguel Pardeza, Míchel, Sanchís y Martín Vázquez

Miguel Pardeza con la camiseta del Real Madrid y de la Selección Española

 Un escritor primerizo no necesita palos, sino ánimos, así que vaya por delante que estamos ante una primera novela muy digna. Y si no estamos ante un debut literario redondo, como esos balones con los que el autor atormentaba las cancelas de hierro y las puertas de madera de su calle, es por mor de ciertos pasajes que, a mi entender, debería de haber suprimido. Más fútbol y menos psicoanálisis le pediría a Miguel Pardeza si va a proseguir con "su historia" en otro volumen; algo a lo que lo animo, pues tiene el tono, el estilo y, seguro, mucho que contar.

 Por otra parte, me gustaría pensar que alguien le leyó algunos pasajes a Cruyff antes de morir, pues el holandés sale muy bien parado en el libro.
[...] aquella en la que empezaba a rodar el balón, que invariablemente traía el chico más pudiente y, casi por ello, el menos diestro en materia balompédica de la pandilla. En aquellos años, nuestro único objetivo era divertirnos y demostrar nuestras habilidades, casi todas plagiadas de las de nuestros héroes del momento. Yo era un aventajado en los secretos del mimetismo y mi espejo era un delantero flaco y estilizado que había ganado tres Copas de Europa con el Ajax y acababa de ser fichado por el Fútbol Club Barcelona. Un día le pedí a mi madre que me cosiera con tela de hule el número 14 en una vieja camiseta. [...] Creía que copiando los signos externos de mis ídolos podía llegar a ser uno de ellos. Uno de esos signos, como digo, era el número 14 que mi progenitora zurció con aguja y dedal y que el astro holandés había popularizado al frente de la naranja mecánica en el Mundial del 1974, a pesar incluso de haber perdido en la final contra la anfitriona Alemania en un partido memorable. Todavía hubo más signos que intenté adquirir por simbiosis, pero tuve que esperar un tiempo a que Productos Cropan editase un álbum titulado Así juego al fútbol con las acciones más brillantes del astro holandés. La colección, formada por ciento veinte cromos que para mi desconsuelo no llegué a completar, contenía una carta con rúbrica de Johan Cruyff en la que confesaba su asombro por la gran afición española, aludía al camino recorrido desde que se enroló en los infantiles del Ajax y animaba a sus seguidores a disfrutar del muestrario de sus secretos y habilidades con palabras que yo tomé como un catón del que juré no desviarme por ningún motivo.

Johan Cruyff. Así juego al fútbol, álbum Cropan

 [...] El cuadernillo estaba dividido en diferentes capítulos ilustrados por cromos en serie en los que la estrella del Barcelona iba exhibiendo cómo debían realizarse algunas acciones técnicas. [...] Las lecciones eran de un didactismo tan cándido que llegaban a ser conmovedoras, lo que no era óbice para que a mí me parecieran indicaciones sagradas de un oráculo venido de otro planeta.


 [...] En la contraportada, el álbum mostraba a un feliz y sonriente Cruyff sentado en el Camp Nou atrincherado detrás de todos o parte de los bollos de Cropan: Rufo, Megatón y Bombón Licor, cada uno de ellos, como puede suponerse, provistos del soporte calórico ideal para una dieta sana y equilibrada.


 Por último, quiero terminar esta entrada con unos párrafos de la página 43, unas líneas que deberían leer algunos padres que llevan a sus hijos a la escuela de fútbol o a entrenar con un equipo federado; porque los hay que no se enteran.
Una tarde, cuando ya mi juego había empezado a captar el interés de cazatalentos pagados por equipos de primera división, se presentó en el taller un emisario del Betis. Se trataba de Rogelio, una de las glorias del belicismo, al que sus aficionados recordaban como "la zurda de caoba". Había militado diecisiete temporadas en el Betis, conseguido diez goles olímpicos y patentado un regate conocido como "el regate de la tostá". Quería saber si mis padres me dejarían realizar una prueba en la ciudad deportiva donde él dirigía la cantera. Nervioso, sin saber cómo agarrar la escoba, casi diría que asustado, mi padre continuó barriendo el pringoso suelo del taller sin levantar la vista, sin decir una palabra, mientras Rogelio exponía inútilmente las puertas que podría abrirnos aquella oportunidad. A pocos pasos de la conversación, acodado en la mesa de las herramientas, yo sufría por lo incómodo de la situación y me mordía el labio inferior esperando una respuesta positiva que nunca llegó a pronunciarse. Tres cuartos de lo mismo volvió a suceder cuando representantes de otros equipos andaluces se interesaron por mi situación. A todos, mi padre se enfrentó como un monolito de adustez, cuando no de desdén. ¿De dónde le vendría a mi padre esa repulsa? No me cuesta admitir que nunca lo he sabido del todo. Aunque tal vez una de las razones que lo explique esté en su biografía. Nacido en el desvalimiento de una época hambrienta y trágica, trabajador desde los diez años, un infatigable y concienzudo self-made man, mi padre, como muchos niños de posguerra, se había forjado una voluntad de hierro. Su ética profesional presentaba alergias a toda forma de ganarse el porvenir que no dependiera del trabajo o del estudio. Y el fútbol estaba en las antípodas de ese ideario fermentado en la maldición de Adán. Incluso en aquellas fechas, antes de los anuncios de Nike, los contratos de Abramovich y los tatuajes de Beckham, la fotografía que arrojaba mi padre era la de un tipo fuera de época. En la actualidad, un hombre como él sería tomado por una rareza, a tenor de la obscenidad con que algunos progenitores jalean a sus hijos para que no se desvíen del incierto sendero futbolístico. Una extorsión (imposible calificarlo de otro modo) que, a mi modo de ver, roza en según qué casos los bordes de la indecencia moral, por no decir de la demencia. Y lo digo porque a lo largo de mis días, no sólo he visto a papás, en plena enajenación, desgañitarse con vítores a sus retoños que daban una vergüenza indescriptible, aplaudir en trance tonto-místico hasta despellejarse las manos, insultar a los siempre incomprendidos árbitros, pelearse con otros papás por naderías y estupideces. También he tenido que ver a muchachos, cuyo poco talento era cristalino para cualquiera que no estuviera cegado por ambiciones infectas, vivir bajo un enjambre de complejos y frustraciones el resto de su existencia sólo porque no culminaron los proyectos de sus codiciosos reproductores. Esos padres se creían con derecho a exigir de sus hijos la grandeza y el éxito que ellos no habían tenido o sabido ganarse.

http://malpasoed.com/es/libro/torneo/

miércoles, 14 de septiembre de 2016

GOLPES DE GRACIA

Estampas de boxeo de los años 30 (Chocolates Amatller)
Fotografía: Pedro Delgado

Al poco de que la editorial Malpaso publicase Golpes de gracia, del escritor vasco Joxemari Iturralde, me topé en el rastro de La Térmica con unas estampas de sus protagonistas, unos cromos de los años treinta que venían dentro de los envoltorios de las tabletas de chocolate Amatller.

Colecciones Amatller: En la parte superior cromos del enfrentamiento entre el italiano Erminio Spalla y el vasco Paulino Uzcudun por el título de campeón de Europa de los pesos pesados (el combate se celebró el 16 de mayo de 1926 en la plaza de toros de Barcelona, teniendo como vencedor a Uzcudun). En la parte inferior aparece Uzcudun con el portero Ricardo Zamora. (Fotografía: Pedro Delgado)

 He vuelto ahora, al terminar de leer la novela, a esas imágenes. Coloco a ambos frente a frente y moviendo las manos arriba y abajo, adelante y atrás, les hago sacudirse fuerte: el combate que nunca se dio se libra esta fría mañana de septiembre en el salón de mi casa. El tres veces Campeón de Europa de los pesos pesados, Paulino Uzcudun, "el leñador vasco", contra Isidoro Gaztañaga, "el hombre capaz de derribar de un puñetazo el Puente de Brooklyn".

Puente de Brooklyn, obra de Lucía Rodríguez Vicario (óleo sobre tabla, 80x70 cm)

 En este ring imaginario es Uzcudun quien besa la lona, y su rostro me mira amenazante desde la portada de la novela que he dejado de cara en la estantería -es lo que tienen los libros bien editados, que después de leerlos sirven de adorno-.


 Crónica periodística de una época, sus páginas rastrean las idas y venidas por Europa y América de los dos púgiles guipuzcoanos, nacidos a escasa distancia uno de otro, pero con siete años de diferencia. Ambos tuvieron unos inicios como aizkolaris (cortadores de tronco) en la plaza de toros de Tolosa, para luego, patrocinados por el club cultural-deportivo GU de Tolosa, recalar en París, donde el doctor Ladis Goiti, socio del club, les allanaría el camino en el mundo de los cuadriláteros. Los dos buscaban una carrera profesional que les diese fama y dinero.

"[...] el itinerario de dos mocetones condenados desde el principio al fracaso. El diccionario de la Real Academia define golpe de gracia como 'revés que completa la desgracia o la ruina de alguien o de algo'. En la mejor tradición de la literatura de boxeadores (es decir, de perdedores), Uzcudun y Gastañaga se pasan la vida dando puñetazos en el ring, ignorantes del momento en que les llegará el golpe que complete su desgracia y su ruina. Cada uno, por supuesto, fracasará a su manera, y entretanto sus historias particulares irán siendo invadidas por la Historia con mayúscula, la convulsa historia de España en los años treinta..." 
Ignacio Martínez de Pisón

 A lo largo de la novela veremos como su amistad se torna en enemistad, mientras dilapidan su potencial entre noches de fiesta, alcohol y mujeres.

"Espoleado por sus últimas victorias, Isidoro se sentía ya un campeón. Empezó a dejarse ver en los clubes nocturnos madrileños. Hubo muchas noches de jarana, alcohol y mujeres. Elegante como un galán de cine, de físico poderoso, con una atractiva sonrisa que desarmaba a cualquiera, era ya muy popular, sobre todo en el sector femenino. Iba siempre de punta en blanco y le gustaban los trajes bien cortados, en los que no le importaba gastar el dinero que hiciera falta. Las mujeres lo llamaban "el boxeador guapo"". 

Isidoro Gaztañaga

 En el País Vasco la gente estaba dividida. La mitad de la afición iba con Paulino y la otra mitad con Isidoro. Y todo el mundo estaba loco por ver una pelea entre ellos.

"Tras tantos insultos cruzados entre ambos, la derrota del de Régil y la victoria del de Ibarra acrecentó aún más la tirantez entre ambos. Isidoro se veía muy fuerte. Sentía que era el virtual campeón de España, pero para conseguirlo era necesario que Paulino lo invitara a combatir. Así pues, retó formalmente a Paulino a pelear por el título. Paulino no aceptó el desafío y los insultos aumentaron. En la prensa continuó el intercambio de cartas llenas de improperios y descalificaciones. Ante la actitud esquiva y huidiza de Uzcudun, la Federación Española de Boxeo le dio medio año de plazo para que pusiera en juego su título de campeón de España contra Gaztañaga".



"El día 13 de diciembre se celebró en el Madison Square Garden de Nueva York la pelea entre Joe Louis y Paulino Uzcudun. La expectación era enorme. El propio Gaztañaga, desde su hotel de La Habana, siguió el combate por la radio. Como mucha gente esperaba, Louis venció a Paulino por KO técnico. En dos minutos y medio de combate, el bombardero de Detroit dejó tumbado en la lona al leñador vasco. [...] 
-Ahora es el momento -comenzó a decir uno de ellos. 
-¿Para qué? 
-Para preparar la pelea entre Paulino e Isidoro. Tras la derrota, Paulino estará rabioso y con ganas de recuperar la moral. Después de tantos años de intentarlo, es el momento para que se celebre el esperado combate. 
-Ya. Seguro que Paulino está enrabietado porque ha perdido sus últimas peleas y seguramente piensa que un combate contra su rival de siempre, Isidoro, lo pondrá de nuevo en primera línea y le permitirá recuperar el respeto de sus seguidores".

 El combate nunca llegaría. Lo que sí llegó fue el levantamiento militar y la Guerra Civil que se extendió con rapidez por toda la península. Y mientras Gastañaga, republicano, permanecía en América, Uzcudun se sumaba al bando de los falangistas, pavoneándose aquí y allá con un fusil ametrallador en la mano. El doctor Ladis Goiti, que tanto le ayudó al inicio de su carrera y que luchaba en el Frente Popular, fue encarcelado, sin que Uzcudun, con graduación de teniente de Artillería, moviese un dedo por él. Méritos suficientes para que sea Gastañaga el que se erija hoy vencedor en este duelo ficticio.



Nota: En un principio, y dado mi reciente viaje a Irán, tenía pensado enlazar este post con la noticia de aquel púgil iraní, Masud Abdollahi, que en solidaridad con el pueblo palestino se negó a boxear contra un atleta israelí en los pasados Juegos de la Ruta de la Seda, celebrados en Bakú; pero luego pensé que no está bien eso de mezclar la política con el deporte. Ya sé que Irán no reconoce como país a Israel, y que enfrentarse a él en una competición supondría un cierto reconocimiento, pero habría preferido que le hubiesen dado a Masud la oportunidad de vencer en ese combate; así, al menos, su victoria habría sido también la de todos esos deportistas palestinos que, en su propia casa, sufren la discriminación sistemática de las autoridades israelíes. Y me callo ya, que he dicho que no está bien eso de mezclar política y deporte. Mezclemos mejor literatura y deporte.

"Claro que en el boxeo hay literatura. ¿No es la danza de Mohamed Alí en el ring pura poesía?" 
Donatella Iannuzi

P.D.: Esta entrada está dedicada a mi tío abuelo José Acosta Florido, "La Pantera Malagueña", boxeador en los años cuarenta que falleció el 16 de noviembre de 2002 y sobre el que ya escribí una entrada en este blog:
http://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2016/01/el-profesional.html