—Dirección, setenta y tres grados; sillín, setenta y cuatro grados –musitó para sí, como si se tratara de un conjuro.
Nada más empezar a leer el prólogo supe que este no sería un ensayo al uso sobre el mundo de la bicicleta, pues el autor, Robert Penn, me hablaba en el arranque de aquella memorable y romántica escena de Dos hombres y un destino en la que Butch Cassidy monta en el manillar de su bicicleta a Etta Place mientras suenan los acordes de Raindrops Keep Fallin' On My Head. Volví a ver aquel wéstern de George Roy Hill en 2008, el día antes de viajar a Bolivia en busca de la tumba de Butch Cassidy y Sundance Kid, aquellos forajidos del Salvaje Oeste que interpretaban en la película Paul Newman y Robert Redford. Ya no se hacen películas como estas, con ese ritmo tan pausado, fue lo primero que pensé al terminar los créditos y volver a la escena de la bicicleta para escuchar una vez más la canción compuesta por Burt Bacharach, quien, por cierto, se llevó dos Óscar aquel año 1969: a la mejor canción original y a la mejor banda sonora original de una película (no un musical).
Música: Burt Bacharach.
Letra: Hal David.
Intérprete: B. J. Thomas.
Leyendo me entero de que el tipo de bicicleta que le muestra Butch a Etta ("Te presento al futuro") se llamaba "de seguridad".
Fue la primera bicicleta moderna, y la culminación de la larga y escurridiza búsqueda de un vehículo impulsado por el hombre. Fue "inventada" en Inglaterra en 1885.
[...] Se la llamó safety ("de seguridad") porque las ruedas eran pequeñas y del mismo tamaño, el centro de gravedad del ciclista recaía en la parte central de la bicicleta y se podía llegar al suelo con ambos pies. En pocas palabras, rodar con ella era seguro. [...] Este modelo borró del mapa cualquier otro tipo de bicicleta previo: los velocípedos, los biciclos, el biciclo enano, la Facile, la Kangaroo, los triciclos, los triciclos tándem y los cuadriciclos quedaron obsoletos en pocos años. La forma definitiva de la bicicleta había llegado.
[...] Cuando Butch y Sundance partieron hacia Sudamérica, la bicicleta ya había conquistado una amplia aceptación social y había golpeado con fuerza en el nexo de la sociedad. En una sola década, ir en bicicleta había pasado de ser una ocupación recreativa pasajera, exclusiva de una pequeña minoría de hombres ricos y atléticos, a convertirse en la forma de transporte más popular del planeta. Y lo sigue siendo.
El título del libro viene dado por una afirmación del escritor estadounidense Stephen Crane, autor de la magnífica novela El rojo emblema del valor, quien decía eso de "La bicicleta lo es todo".
Nos cuenta Robert Penn en el prólogo que en 1990 se compró su primera bicicleta de montaña, "una práctica y rígida Saracen Sahara de fabricación británica", y que con ella fue desde Kasgar (China) a Peshawar (Pakistán) atravesando la cordillera del Karakórum y el Hindi Kush. Ese es uno de mis viajes soñados y siempre postergado por la conflictiva situación que vive la zona, así que sentí como afloraba la envidia al leerlo.
Robert Penn con su Saracen Sahara en su viaje por la Karakórum y el Hindi Kush Fotografía: Archivo personal de Robert Penn facilitado por la editorial Capitán Swing |
De vuelta en Londres donde trabajaba como abogado, la Saracen hacía mucho más que llevarme de un lado a otro: simbolizaba la vida más allá de los trajes de raya diplomática.Y al seguir, la envidia ya me invadió por completo:
Una invernal tarde de sábado de 1995 fui a Roberts Cycles, un renombrado fabricante de cuadros del sur de Londres, y encargué un cuadro para un cicloturismo hecho a medida. Lo llamé Mannanan, por Mannanan mac Lir, la mítica figura celta que protege la isla de Man, donde yo crecí. Con esa bicicleta crucé Estados Unidos, Australia, el sudeste asiático, el subcontinente indio, Asia Central, Oriente Medio y Europa, es decir, el mundo entero. "Fúndete con el universo. Si no puedes hacer eso, al menos sé uno con tu bicicleta", escribió el mecánico de bicicletas estadounidense Lennard Zinn. Después de tres años y cuarenta mil kilómetros lo había logrado.
Ahora Mannanan está colgada en la pared de mi cobertizo.
No me dirán que no es para menos. A los que amamos la aventura nos hubiera gustado leer páginas y páginas sobre las peripecias del autor alrededor del mundo con unas alforjas, pero La bici lo es todo se centra más en otro tipo de viajes, los del autor en busca de la bicicleta de sus sueños, un verdadero "Meccano" construido a base de los mejores componentes y el mejor cuadro que, a la postre, es el alma de la bicicleta.
Algo así mueve a Robert Penn. Frente a las bicis industriales, el lujo de las bicicletas hechas a mano. El placer de la búsqueda de cada pieza para el ensamblaje final.
Y mientras acompañamos al autor en sus idas y venidas, este aprovecha para contarnos la evolución del ciclismo.
No voy a desvelarles el color o los colores elegidos por Rob, para no quitarles la sorpresa, pero sí, para abrir boca, alguna de las anécdotas que incluye el libro, como la de la historia de Campagnolo, la mítica empresa de Vicenza o la del propio autor cuando se mudó de la ciudad al campo.
"Aprender a montar en bicicleta es fácil. Y una vez que se aprende, jamás se olvida", nos recuerda Robert Penn, algo que les repito todos los años a los alumnos que me encuentro que no saben montar por culpa de la sobreprotección de sus padres. Y menos mal que son minoría, porque sin duda uno de los recuerdos más bonitos que todos atesoramos es el de nuestro padre guiándonos en nuestras primeras pedaladas; en esas bicicletas a las que les íbamos quitando poco a poco los ruedines hasta conseguir descender la cuesta menos pronunciada que hubiera cerca de casa, sin ayuda de ellos primero y luego también sin que nuestro padre corriese al lado tratando de equilibrarnos con sus manos. Recuerdo con cariño aquella época en la que, "ya expertos", íbamos todo el santo día en bicicleta por el simple placer de hacerlo: el componente lúdico de las dos ruedas. Uno de los sitios preferidos por mí y por mis hermanos era el espacio que hoy ocupa el centro de salud, el campo de fútbol del Mortadelo y el colegio Christian Andersen, una extensión de montículos de tierra y matojos por entonces en la que podíamos sentirnos pilotos de motocross. Junto a ella estaban los mercancías de Renfe y las pirámides de piedras sueltas que transportaban, y, a ratos, deteníamos nuestras bicicletas junto al pequeño apeadero para ver pasar los trenes. ¡Qué tiempos aquellos!
Los mejores artistas que se dedican a la construcción de cuadros tienen más en común con los artesanos que hacen relojes Patek Philippe, guitarras Monteleone o camisas Borelli que con el grueso de fabricantes que producen cuadros de carbono y aluminio como churros en las fábricas del Extremo Oriente. [...] El cuadro de mi bici solo se hará una vez y será de acero. [...] No serán los componentes más ligeros ni atractivos del mercado, sencillamente serán los mejores.Así, visitamos de la mano de Robert Penn fábricas y talleres en Italia, Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña a la búsqueda de esos componentes, y asistimos al proceso de fabricación de los mismos, una peregrinación que me recordó a esos extranjeros que viajan a Andalucía en pos de las manos de tal o cual artesano guitarrero. Precisamente, recuerdo ahora a un couchsurfer que pasó por casa, Marc Eithien, un virtuoso de la guitarra que antes de regresar a Canadá después de dar vueltas por el mundo iba a la Alpujarra Granadina a por una guitarra que había encargado: su guitarra, la suya, la mejor guitarra del mundo.
El canadiense Marc Eithien tocando la guitarra* en casa, 21 de mayo de 2017 *Esa es la guitarra mala, la buena le esperaba en la Alpujarra Fotografía: Lucía Rodríguez |
Algo así mueve a Robert Penn. Frente a las bicis industriales, el lujo de las bicicletas hechas a mano. El placer de la búsqueda de cada pieza para el ensamblaje final.
La clave de por qué alguien querría una bicicleta hecha a mano es precisamente esta: porque se acoplará a la perfección, como un traje hecho a medida en Savile Row.
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[…] construir ruedas es como afinar guitarras: cada uno de los radios tiene que vibrar a la perfección.
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Las máquinas de troquelado, plegado y remachado martillaban, moldeaban, enrolaban y cortaban acero. Sugerí que la banda sonora de la fábrica –antaño la banda sonora de toda la ciudad– apenas debía de haber cambiado en un siglo.
–Así es –repuso Steven con ojos centelleantes–. Algunos de los empleados llevan aquí casi tanto como la propia fábrica. Te presento a Bob.
[…] –Sí, llevo cincuenta años trabajando aquí, aunque con un capataz como este tengo la sensación de llevar muchos años más. Lo único que hay más viejo que yo es esta máquina. Es de los años cuarenta. Por suerte, todavía podemos conseguir piezas de repuesto para ella. Ojalá pudiera decir lo mismo de mí.
Carreras anuales de los seis días Madison Square Garden Mediados de la década de 1890, principios de la de 1920 |
Y mientras acompañamos al autor en sus idas y venidas, este aprovecha para contarnos la evolución del ciclismo.
John Boyd Dunlop, un veterinario escocés residente en Belfast, inventó el neumático en 1888. Con el fin de mejorar la salud de su hijo de nueve años, un médico le había aconsejado que montara en bicicleta y había puntualizado que la actividad resultaría aún más beneficiosa si se pudieran reducir las sacudidas de los ásperos adoquines de granito que cubrían las calles de la ciudad. […] Durante el auge de los velocípedos –que eran conocidos, con razón, como "agitahuesos"– las llantas eran de hierro macizo. Cuando en 1885 se introdujo la bicicleta de seguridad, las llantas eran de tiras de caucho sólido y estaban clavadas o pegadas al borde de la rueda. Esto suponía una mejora con respecto al hierro, pero, aun así, un simple paseo podía hacer repiquetear los molares de un ciclista hasta que se le salieran disparados.
Dunlop clavó tiras de lino a las ruedas de madera del triciclo de su hijo, insertó unos tubos de goma inflables muy rudimentarios con una válvula de retención y los llenó de aire comprimido. Era como tener un cojín flexible sujeto a la rueda. Funcionó. Dunlop lo bautizó con la palabra "pneumático", patentó la idea y comenzó a producirlos a pequeña escala en Dublín.
***
"Sobre el remache" es una vieja expresión ciclista de la época en la que todos los sillines estaban hechos de cuero y se fijaban al cuadro con remaches de metal. Retrata a un ciclista encogido en la bicicleta, agarrándose con las manos a la sección de caída del manillar y con las nalgas precariamente posadas sobre la nariz del sillín mientras trata de aprovechar al máximo la potencia de la máquina con cada golpe de pedal, yendo lo más rápido que puede. Tengo la sensación de que "sobre gel" no transmite la misma intensidad.Otra cuestión importante que tendrá que resolver el autor es la elección del color de la bicicleta: ¿El amarillo intenso Van Gogh?, ¿el negro?, ¿el azul Bianchi o celeste de Fausto Coppi?, ¿el naranja-Malteser de las bicicletas de Eddy Merckx?, ¿el gris foca?, ¿el gris perla?, ¿frambuesa, azul cielo, carmesí, zafiro, verde mar y mirto…?
–No. Ese color no puede ser –dijo Jason dejando un bote de pintura. Se volvió hacia mí, apoyó las caderas en el banco de trabajo y se cruzó de tobillos y brazos. Estábamos en su taller de pintura.
–¿Qué quieres decir con que "no" puede ser?
–Pues que no. Eso mismo. No.
–No me puedes decir eso. Yo soy el cliente. Y dijiste que podía elegir el color que quisiera.
–Rob, algún día me lo agradecerás, incluso puede que hoy mismo. Pero de ninguna manera voy a pintarte esta bici de color púrpura. No estamos en 1973. No vamos a ir a un concierto de Slade esta noche. Te lo prometo, si la pintas así, volverás dentro de seis meses para rogarme que vuelva a pulverizarla, así que no.
El púrpura había surgido al final del viaje. En mi cabeza visualizaba un púrpura imperial: púrpura de Tiro, el tinte que descubrieron los fenicios, el color de la sangre coagulada.
–Tú no eres Ziggy Stardust -dijo Jason–. Eres Rob Penn.
David Bowie como Ziggy Stardust Fotografía: Mick Rock |
No voy a desvelarles el color o los colores elegidos por Rob, para no quitarles la sorpresa, pero sí, para abrir boca, alguna de las anécdotas que incluye el libro, como la de la historia de Campagnolo, la mítica empresa de Vicenza o la del propio autor cuando se mudó de la ciudad al campo.
Tullio Campagnolo en el taller de Vicenza |
El fundador de la compañía, Tulio Campagnolo, era un consumado ciclista amateur. En cierta ocasión competía en una carrera llamada Gran Premio della Vittoria durante la época de brutal frío que coincide con la fiesta de San Martino. Las distintas biografías ofrecen fechas dispares, aunque el 11 de noviembre de 1927 parece la más probable de todas ellas. Cuando Tullio alcanzó la cima del paso de Croce d'Auné en los Doloridas, al norte de Vicenza, era líder de la carrera. En aquellos tiempos, las bicicletas de competición aún no tenían desviados o cambios de marcha: los mecanismos acoplados a la mayoría de las bicicletas modernas para mover la cadena de un piñón dentado a otro, cambiando así de marcha. La palabra original derailleur, es francesa con pronunciación anglosajona ("de-rail-er") y significa desviar el curso o descarrilar.
La bicicleta de Tullio tenía dos velocidades en un buje trasero de doble cara con dos ruedas dentadas –un engranaje fijo habitualmente alto para los recorridos planos y uno corto de piñón libre para las subidas–. Para cambiar de marcha había que desmontar la rueda trasera y darle la vuelta, pero para ello primero había que aflojar las tuercas de mariposa que sujetaban la rueda en las punteras del cuadro.
Tullio Campagnolo
En la cima helada y nevada del paso, con los dedos entumecidos y congelados, Tullio forcejeó para aflojar las pesadas tuercas y así poder voltear la rueda. Muchos de sus rivales le adelantaron, sin duda burlándose bajo sus alientos helados. Se cuenta que al finalizar la carrera Tullio declaró: Bisogna cambià qualcossa de drio ("Algo debe cambiar en la parte trasera"). Hablaba en serio.
El 8 de febrero de 1930, Tullio Campagnolo patentó la palanca de liberación rápida, un pestillo de acero dentro de un eje hueco con una tuerca en un extremo y una palanca con una leva para fijarla en el otro. Era sencillo y genial: operaba en todo tipo de condiciones metereológicas. En lugar de desatornillar tuercas para sacar la rueda, simplemente se tiraba de una palanca. Durante ochenta años se ha mantenido básicamente inalterado. Hoy en día, el cierre rápido es un accesorio universalmente estándar en casi todas las bicicletas que se fabrican. Cada día, decenas de miles de ciclistas en todo el mundo dan la vuelta a sus bicicletas para sacar una rueda –para reparar un pinchazo o meter la bici en el maletero de un coche–. Con los dedos en las palancas de liberación rápida, honran en silencio la memoria de Tullio Campagnolo, el ingenioso gurú.
Palanca de liberación rápida de la rueda inventada por Campagnolo |
Interior del Warwicks Country Pub en Abergavenny, Brecon Beacons (Gales)
Mudarme a Brecon Beacons, en Gales, hace siete años supuso una nueva revelación en la percepción cultural de la bicicleta. Para entonces, en la ciudad había cuando menos un número creciente de personas que reconocían los beneficios de la bicicleta en materia de salud y transporte. En el campo, el único motivo razonable para tener que desplazarse en bici era la pérdida del carné de conducir; para un agricultor galés no podría existir otro motivo. Y punto. Los lugareños me observaban entrar y marcharme pedaleando de Abergavenny y se quedaban muy sorprendidos.
A los cinco meses de haberme mudado, un viernes por la noche estaba en el pub local, que se encontraba en lo alto de una colina. Un viejo del que únicamente conocía el nombre de su granja me agarró por el codo y me condujo muy amable hasta una esquina del bar. Me miró fijamente y me dijo: "Veo que vas en bici. ¿Hace cuánto que perdiste el carné, hijo?". Le expliqué que no me había quedado sin carné, sino que elegía ir en bici a diario porque, bueno, simplemente porque me encantaba. Me guiñó un ojo y se dio unos golpecitos con el dedo en la nariz reseca. Un año después, otro viernes por la noche, el granjero volvió a apartarme a un lado en el mismo pub. Aquella vez su mirada fue aún más severa: "Veo que sigues yendo en bici, hijo –me dijo–. Ya es mucho tiempo sin poder conducir. A mí me lo puedes contar… ¿Hiciste algo horrible? ¿Mataste a un crío?".Ja, ja. No me negarán que tiene su gracia. Yo cada vez que lo imagino no puedo evitar reírme.
"Aprender a montar en bicicleta es fácil. Y una vez que se aprende, jamás se olvida", nos recuerda Robert Penn, algo que les repito todos los años a los alumnos que me encuentro que no saben montar por culpa de la sobreprotección de sus padres. Y menos mal que son minoría, porque sin duda uno de los recuerdos más bonitos que todos atesoramos es el de nuestro padre guiándonos en nuestras primeras pedaladas; en esas bicicletas a las que les íbamos quitando poco a poco los ruedines hasta conseguir descender la cuesta menos pronunciada que hubiera cerca de casa, sin ayuda de ellos primero y luego también sin que nuestro padre corriese al lado tratando de equilibrarnos con sus manos. Recuerdo con cariño aquella época en la que, "ya expertos", íbamos todo el santo día en bicicleta por el simple placer de hacerlo: el componente lúdico de las dos ruedas. Uno de los sitios preferidos por mí y por mis hermanos era el espacio que hoy ocupa el centro de salud, el campo de fútbol del Mortadelo y el colegio Christian Andersen, una extensión de montículos de tierra y matojos por entonces en la que podíamos sentirnos pilotos de motocross. Junto a ella estaban los mercancías de Renfe y las pirámides de piedras sueltas que transportaban, y, a ratos, deteníamos nuestras bicicletas junto al pequeño apeadero para ver pasar los trenes. ¡Qué tiempos aquellos!
Hoy día me sigo subiendo a la bicicleta casi a diario, pero sólo para ir al instituto en el que trabajo, no como Robert Peen que la usa para todo:
El escritor H. G. Wells decía que siempre que veía a un adulto en bicicleta recuperaba la esperanza por la humanidad. No quisiera ser pesimista, pero pierdo un poco la esperanza en esa humanidad ahora que el patinete eléctrico ha irrumpido con tanta fuerza en la ciudad. Ojalá que nadie arrumbe su bicicleta por no tener que pedalear, más en estos tiempos en los que es tan necesario que todos realicemos ejercicio físico y combatamos la obesidad.
[...] la uso para ir al trabajo, a veces por trabajo, para mantenerme en forma, para empaparme de aire y de sol, para ir de compras, para escapar cuando el mundo me está rompiendo las pelotas, para saborear el compañerismo físico y emocional de pedalear con amigos, para viajar, para mantenerme cuerdo, para saltarme la hora del baño de mis hijos, para divertirme, para tener un momento de gracia, en ocasiones para impresionar a alguien, para asustarme y para escuchar la risa de mi hijo. A veces monto en bici por el simple hecho de montar en bici. Hay una amplia variedad de razones emocionales, físicas y prácticas, y un lazo que las une: la bicicleta.Mi bicicleta es una extremadamente rara, una Mountain Bike de 1992 de la casa Swatch, la de los relojes, una edición limitada a 500 ejemplares que se adjudicaron en riguroso sorteo entre los miembros del Club Swatch. Creo que su precio era de 115.000 pesetas, unos 690 euros. Con el tiempo ha perdido los tapacubos que era el elemento más vistoso de la bicicleta, pero me sigue llevando al instituto como el primer día. Y cuando trabajaba y vivía en Olvera también me di mis buenas cabalgadas por la Vía Verde hasta Coripe, eran los tiempos en los que los túneles todavía no habían sido acondicionados y estaban medio obstruidos de tierra y agua.
Pedro Delgado con su Mountain Bike Swatch de 1992 Málaga, Carrera Urbana Ciudad de Málaga 2012 Fotografía: Pepe Chinchilla |
El escritor H. G. Wells decía que siempre que veía a un adulto en bicicleta recuperaba la esperanza por la humanidad. No quisiera ser pesimista, pero pierdo un poco la esperanza en esa humanidad ahora que el patinete eléctrico ha irrumpido con tanta fuerza en la ciudad. Ojalá que nadie arrumbe su bicicleta por no tener que pedalear, más en estos tiempos en los que es tan necesario que todos realicemos ejercicio físico y combatamos la obesidad.
–¿Sabes cual es la palabra que más gente relaciona con "libertad" en los experimentos tipo asociación de palabras? –preguntó a modo de conclusión. Y él mismo se respondió–: "Bicicleta".
Antonio Columbo, propietario de Columbus y Cinelli
Nota: Los textos a color están extraídos de la primera edición de La bici lo es todo: La búsqueda de la felicidad sobre dos ruedas, de Robert Penn, publicado por Capitán Swing en una traducción de Lucía Barahona.
Y para mañana os deseo un ¡Feliz Día del Libro!
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