El taller de bicicletas, de Sempé (Blackie Books, 2019) Fotografía: Lucía Rodríguez |
Hoy voy a hablarles de un libro que les recomendé a mi alumnos al comienzo de la reclusión: El taller de bicicletas (o el secreto inconfesable de Raoul Taburin), de Sempé. Tengo por norma no recomendar ningún título que no me haya leído antes, pero en esta ocasión hice una salvedad, pues antes de dejarlo en la mesita de noche, bajo el libro que estaba leyendo, hojee sus páginas y me quedé embobado con sus ilustraciones y la composición de sus textos. Aquel era uno de esos libros que gusta poseer, un objeto bello que mostrar en la estantería, editado con el mimo y el cuidado que siempre pone Blackie Books en sus publicaciones, y que en este caso empieza por la cita de la guarda del libro, dos frases que hacen referencia a la perrita del logo de la editorial.
La perrita Blackie también tenía un secreto inconfesable: odiaba ir a buscar pelotas, porque no sabía apresarlas con la boca. Para disimular esta supuesta tara perruna, se hacía la ciega.
Será que el confinamiento me ha hecho muy blandito, pero leo eso y me emociono, pues sé que Blackie se fue a los dieciocho años, "sorda, ciega y casi blanca de tanto como se le encaneció el pelo". Ella, que se agarraba a la vida y jugaba a ser un matusalén perruno, es al fin inmortal gracias a este sello.
El fin de semana pasado le llegó su turno a El taller de bicicletas (o el secreto inconfesable de Raoul Taburin). Y qué decirles: que efectivamente el libro es una delicia que gustará tanto a niños como a adultos. Desde el inicio, textos y dibujos funcionan con la precisión de un reloj suizo.
Este último título, al igual que El taller de bicicletas, tienen el marchamo de "Para adultos", pero en verdad son "Para todos los públicos". En todas sus obras, Jean-Jacques Sempé exalta la amistad y nos lleva a reflexionar sobre nuestra posición en el mundo y el sentido de la vida.
Decía Einstein que la vida es como montar en bicicleta. Para no caerte debes estar siempre en movimiento. Quizás porque el ciclismo es también una escuela de vida, todos los años mis alumnos de 2º curso llevan las dos ruedas al instituto para realizar cuatro sesiones, en las que se realiza una progresión de habilidades y ejercicios a partir del nivel inicial de cada uno. De paso, igual alguno se aficiona a ella y de mayor la usa como medio de transporte para ir al trabajo y contaminar menos (mi ejemplo, porque es necesario predicar con el ejemplo, lo tienen a diario). Desgraciadamente, por culpa del coronavirus, este tercer trimestre nos vamos a quedar sin esas sesiones, pero desde aquí les prometo a mis alumnos que el próximo curso, aunque ya hayan pasado a 3º, daremos esas clases.
Para los de nuestra generación, montar en bicicleta era básico, y uno de los mejores entretenimientos que había era salir a que nos diera el aire en la cara mientras pedaleábamos por las calles o los descampados de nuestro barrio. La conquista de la bicicleta, la doma de aquellas dos ruedas, tras lograr quitarle los ruedines, pertenece a la épica de cada uno y está grabada en nuestra memoria a cincel y martillo; como alguna cicatriz que nos hicimos en las rodillas por culpa de algún descontrol, la mayoría de las veces caídas en el descenso de rampas como la del Aride del libro, o al chocar con la rueda trasera del amigo que nos precedía, como en esas caídas masivas que a veces se ven en el Tour, el Giro o la Vuelta a España. Pues bien, los tiempos han cambiado, y cada año me encuentro con alumnos, mayoritariamente del género femenino, que no saben montar en bicicleta. No sé si es por culpa de la pereza, por los cambios sociales o por la sobreprotección de los padres, ese no que querer que aprendan para evitarles que den con sus cuerpos en el suelo, que se hagan maestros del arte del batacazo. Afortunadamente, terminan soltándose en clase. Y es que montar en bicicleta, al igual que nadar, tendría que ser como el leer y escribir del colegio. Y si consiguiéramos añadirles el saber patinar, tendríamos la Santísima Trinidad. Tres cosas que, junto al esquí, una vez aprendidas, nunca se olvidan y que nos valen para toda la vida.
Sin duda, este es otro libro que tiene que estar en la biblioteca de los institutos.
Y por si les gusta el ciclismo y quieren leer más artículos sobre este deporte en Calle 1, les dejo los siguientes enlaces. Que ustedes los disfruten.
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2015/07/el-tour-de-francia-gallo-nero-y-los-dos.html
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2018/03/la-ultima-escapada-homenaje-manuel.html
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2019/04/la-bici-lo-es-todo-la-busqueda-de-la.html
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2018/06/de-cuando-bahamontes-gano-la-i-vuelta.html
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2016/11/que-te-jodan.html
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2017/09/comienza-la-ascension.html
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2020/03/quien-esta-haciendo-el-amor-con-tu.html
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2015/08/de-vuelta-casa.html
Si alguien había que lo supiera todo de cambios de marchas, calapiés, rodamientos de bolas, piñones, cámaras y neumáticos de todo tipo, ese era Raoul Taburin, el dueño de la tienda de bicicletas del pequeño municipio francés de Saint-Cerón.
Los chirridos, los siseos, los desajustes más sutiles, las intervenciones más delicadas, nada podía resistirse a la pericia de Raoul Taburin. Es más, su reputación era tal que, en toda la región, una bicicleta no se llamaba ya una bici, sino una taburina.Yo conocí el dibujo detallista de Sempé ya mayor, cuando les di a leer a mi hijos las simpatiquísimas historias de El pequeño Nicolás, en las que el también ya inmortal Goscinny se encargaba del guión. Aquella serie de libros era lo único que había de Sempé en castellano, hasta que Blackie creó una colección ex profeso en la que ya están Marcelín, Catherine y El señor Lambert.
Este último título, al igual que El taller de bicicletas, tienen el marchamo de "Para adultos", pero en verdad son "Para todos los públicos". En todas sus obras, Jean-Jacques Sempé exalta la amistad y nos lleva a reflexionar sobre nuestra posición en el mundo y el sentido de la vida.
El taller de bicicletas, de Sempé (Blackie Books) Fotografía: Lucía Rodríguez |
El taller de bicicletas, de Sempé (Blackie Books) Fotografía: Lucía Rodríguez |
Decía Einstein que la vida es como montar en bicicleta. Para no caerte debes estar siempre en movimiento. Quizás porque el ciclismo es también una escuela de vida, todos los años mis alumnos de 2º curso llevan las dos ruedas al instituto para realizar cuatro sesiones, en las que se realiza una progresión de habilidades y ejercicios a partir del nivel inicial de cada uno. De paso, igual alguno se aficiona a ella y de mayor la usa como medio de transporte para ir al trabajo y contaminar menos (mi ejemplo, porque es necesario predicar con el ejemplo, lo tienen a diario). Desgraciadamente, por culpa del coronavirus, este tercer trimestre nos vamos a quedar sin esas sesiones, pero desde aquí les prometo a mis alumnos que el próximo curso, aunque ya hayan pasado a 3º, daremos esas clases.
Para los de nuestra generación, montar en bicicleta era básico, y uno de los mejores entretenimientos que había era salir a que nos diera el aire en la cara mientras pedaleábamos por las calles o los descampados de nuestro barrio. La conquista de la bicicleta, la doma de aquellas dos ruedas, tras lograr quitarle los ruedines, pertenece a la épica de cada uno y está grabada en nuestra memoria a cincel y martillo; como alguna cicatriz que nos hicimos en las rodillas por culpa de algún descontrol, la mayoría de las veces caídas en el descenso de rampas como la del Aride del libro, o al chocar con la rueda trasera del amigo que nos precedía, como en esas caídas masivas que a veces se ven en el Tour, el Giro o la Vuelta a España. Pues bien, los tiempos han cambiado, y cada año me encuentro con alumnos, mayoritariamente del género femenino, que no saben montar en bicicleta. No sé si es por culpa de la pereza, por los cambios sociales o por la sobreprotección de los padres, ese no que querer que aprendan para evitarles que den con sus cuerpos en el suelo, que se hagan maestros del arte del batacazo. Afortunadamente, terminan soltándose en clase. Y es que montar en bicicleta, al igual que nadar, tendría que ser como el leer y escribir del colegio. Y si consiguiéramos añadirles el saber patinar, tendríamos la Santísima Trinidad. Tres cosas que, junto al esquí, una vez aprendidas, nunca se olvidan y que nos valen para toda la vida.
El taller de bicicletas, de Sempé (Blackie Books) Fotografía: Lucía Rodríguez |
El taller de bicicletas, de Sempé (Blackie Books) Fotografía: Lucía Rodríguez |
El taller de bicicletas, de Sempé (Blackie Books) Fotografía: Lucía Rodríguez |
El taller de bicicletas, de Sempé (Blackie Books) Fotografía: Lucía Rodríguez |
Sin duda, este es otro libro que tiene que estar en la biblioteca de los institutos.
Y por si les gusta el ciclismo y quieren leer más artículos sobre este deporte en Calle 1, les dejo los siguientes enlaces. Que ustedes los disfruten.
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2015/07/el-tour-de-francia-gallo-nero-y-los-dos.html
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2018/03/la-ultima-escapada-homenaje-manuel.html
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2019/04/la-bici-lo-es-todo-la-busqueda-de-la.html
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2018/06/de-cuando-bahamontes-gano-la-i-vuelta.html
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2016/11/que-te-jodan.html
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2017/09/comienza-la-ascension.html
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2020/03/quien-esta-haciendo-el-amor-con-tu.html
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2015/08/de-vuelta-casa.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario