jueves, 29 de febrero de 2024

EL AMOR TE HACE CORRER MÁS


El gran libro de los pájaros (Blackie Books)
Ilustración de Alexandre Reverdin
Cuando están en época de cortejo, los colibríes pueden alcanzar una velocidad (en vuelo picado) de hasta noventa y cinco kilómetros por hora. El amor te hace hacer cosas.
 La semana pasada escribí una reseña sobre El gran libro de los pájaros (Blackie Books, 2023) en mi otro blog; y como tengo subrayadas algunas líneas en las que aparece el atletismo o la educación física he decidido anotárselas aquí.
Una vez se posó un gorrión sobre mi hombro durante un instante mientras trabajaba en el jardín y sentí más orgullo por esa distinción que por cualquier medalla que hubiera podido colgarme.
Henry David Thoreau
***
El gran libro de los pájaros (Blackie Books)
Ilustración de Alexandre Reverdin 
EL BUITRE
–Franz Kafka–
Érase una vez un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado mis zapatos y mis calcetines y ahora me picoteaba la carne. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos a mi alrededor y luego tiraba otro.
 Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba todos esos ataques del buitre.
 –Estoy indefenso –le dije–. Apareció de la nada y empezó a picotearme, lo quise espantar y hasta pensé romperle el cuello, pero estos animales son muy fuertes y se notaba que me quería saltar a la cara. Preferí sacrificar los pies: ahora son solo unos jirones de carne inservibles.
 –No lo permita, caballero –dijo el señor–, un tiro bien dado y adiós al buitre.
 –¿Le parece? –pregunté–, ¿querría usted encargarse del asunto?
 –Encantado –dijo el señor–. voy a casa y traigo el rifle, ¿podrá aguantar media hora más?
 –No lo sé –le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí–: Por favor, vaya a por el rifle y al menos lo intentamos.
 –Bueno, bueno –dijo el señor mientras se alejaba–, me doy prisa.
 El buitre había escuchado nuestro diálogo tan tranquilo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo como si nada. Me di cuenta de que lo había comprendido todo, pero ya era tarde: alzó el vuelo, retrocedió para lograr el impulso necesario y, como un atleta que arroja la jabalina con todas sus fuerzas, encajó sus fauces en mi boca, hasta el fondo. Al caer de espaldas sentí un rayo de alegría, como una liberación. Mi sangre salía de las profundidades y se desbordaba, ahogando al buitre por completo.
***
EXPIACIÓN
–Elisa Victoria–
Sé que no fue así, pero así es como lo recuerdo. Mientras ocurría pensé que la situación era mejorable y pronto pude complacerme en comprobar que las imágenes habían sido retocadas al almacenarse en mi memoria. Han pasado cuatro meses y la alteración que encuentro cuando abro el archivo es tan apropiada y profunda que cualquiera diría que han pasado treinta años.
 Se había desmayado delante de todo el mundo, desplomándose grácilmente sobre los brazos de los que la rodeaban. Alrededor, su padre joven, sus tías, sus primos, sus amigas, nueve personas paradas cortando el paso en medio de la avenida peatonal más ancha y concurrida de la ciudad. Yo me había sentado en un escalón con una botella de agua entre los pies, un cuaderno sobre el regazo, un boli congelado en la mano derecha, y la llevaba viendo venir varios minutos, acercándose a lo largo de más de doscientos metros. Había pasado mucho tiempo pero había sido fácil reconocer su cara entre la lejana multitud. A medida que se aproximaban, todavía en actitud distendida, reconocí también a sus familiares. Sus voces no me llegaban, solo me llegaba el cantar de los vencejos volando de un edificio a otro, cada vez más rápido, cada vez más bajo. Caía la tarde, el cielo rosa y naranja haciendo juego con las luces de la ambulancia que alguien había llamado, y ella dejando de ser sostenida por una cascada de familiares para pasar a los brazos de dos enfermeros. Solía interpretar yo ese papel. Éramos compañeras de mesa. En aquellos pupitres pegados compartimos todos los apuntes, los materiales y los cuchicheos durante dos cursos. Le trencé el pelo negro en docenas de horas libres, escuché sus historias nocturnas los lunes a primera y ella escuchó las mías a segunda, nos hicimos fotos a oscuras con flash en los baños sin ventana, yo escribía y ella bailaba y cada una hacía bien lo suyo sin meterse en el terreno de la otra. La gente da por hecho que lo que escribo es todo cierto, a la gente le gusta mucho preguntar eso para sentirse extraña después, sea cual sea la respuesta, pero lo que escribo es todo mentira. Incluso si mi propósito era contar la verdad.
 En los brazos de los enfermeros distinguí los míos sujetando su tronco porque a ella le gustaba la clase de Educación Física cuando había que ensayar una coreografía, pero no cuando había que correr y si había que correr se desplomaba de camino al gimnasio. La sujetábamos entre varias y la acompañábamos a un silloncito que había en secretaría. Todas queríamos quedarnos con ella para saltarnos también la clase pero solo yo, por ser la compañera de pupitre, tenía el privilegio de permanecer a su lado, y siempre encontraba la manera de conseguir una toallita limpia que colocarle mojada sobre la frente, de sujetarle la mano y sacudirle los pies para justificar mi presencia. Estaba bastante convencida de que el desvanecimiento no era real, me parecía sospechoso que solo ocurriera justo aquellos mismos días a aquellas mismas horas, pero a mí tampoco me gustaba correr y si era todo un teatro nos estaba beneficiando a las dos. Desmayada en mis brazos no había llegado a tener más de dieciocho años. En los de los enfermeros acababa de cumplir treinta y tres. Sus primos habían envejecido mucho mientras su padre seguía teniendo un aspecto fresco en la distancia. Parecía más joven que yo. La depositaron en una camilla plegable y al cambiar de postura abrió los ojos para mirar al cielo un instante y volverlos a cerrar.
 Los vencejos la durmieron, los vencejos la mecían. No sé si era fingido, si era mentira. Creo que sí, como siempre, y eso no lo hizo menos hermoso. Los vencejos trinaban en el aire y los ruidos de la ciudad resultaban atronadores, pero en mi recuerdo el papel tiene el tacto de una trenza a medio hacer y no se oye otra cosa que su canto.
El gran libro de los pájaros (Blackie Books)
Ilustración de Alexandre Reverdin

 Si ustedes son de los que sacuden los manteles en la terraza para que los pajarillos picoteen las miguitas o de los que les ponen un comedero con semillas y trocitos de fruta y un cuenco con agua para que beban y se bañen, seguramente disfrutarán con la reseña:


El gran libro de los pájaros (Blackie Books)
Fotografía: Pedro Delgado

lunes, 12 de febrero de 2024

CURTISS HILL, EL HOMENAJE DE PAU AL AUTOMOVILISMO


Lanita leyendo Curtiss Hill (Escápula Comics), de Pau
Fotografía: Lucía Rodríguez

La verdad es que no  hay muchos cómics que traten el tema deportivo, y si encima nos centramos en algunos deportes en concreto, menos aún. Por eso, supongo que los aficionados al motor y el automovilismo habrán recibido con los brazos abiertos a Curtiss Hill, el cómic del mallorquín Pau publicado por la editorial Escápula en 2020.

 El libro huele a aceite y gasolina, y en cuanto lo abres escuchas el ruido de los motores y los pistones. Ya en la primera viñeta sentimos las vibraciones del volante en la palma de las manos, la fuerza centrífuga, la acrobacia y el equilibrio de los neumáticos que vuelan sin abandonar del todo el suelo. Un instante tras el que la curva se disuelve gradualmente en la recta.

Páginas de inicio de Curtis Hill. El mejor amigo del perro
Escápula Comics. Copyright by Pau

Páginas de inicio de Curtiss Hill. El mejor amigo del perro
Escápula Comics. Copyright by Pau

 El cómic de Pau tiene un encanto especial, a lo que contribuye el tono sepia de sus páginas y sus personajes antropomórficos. Esos perros, esas aves, esos conejos, esos felinos que visten y se comportan como seres humanos son, sin duda, el gran acierto y la seña de identidad del artista.

 Y luego está la documentación, el estudio de la época para que nada desentone en sus páginas. Los chaquetones, los guantes, los casquetes de cuero y las grandes gafas que llevan los pilotos; el diseño de los coches; la cámara de fotos con la que inmortalizan el momento de sujetar la copa que acaban de ganar... Todo está medido al detalle.

Detalle página 26 de Cutiss Hill (Escápula Comics)
Copyight by Pau

 El dibujo es tan detallista, que hasta podemos sentir la nube de polvo y humo que levanta el coche de delante. Una nube en la que se tenía que meter a ciegas el coche de detrás si quería adelantar, pegándose a la trasera hasta alcanzarlo y poner el morro de su coche por delante, momento en el que la nube se abría y volvías a ver la pista delante de ti. A veces, alguno excediéndose en los derrapes y yendo a estrellarse contra las balas de paja colocadas al borde de la pista.

Últimas viñetas de la página 18 de Curtiss Hill (Escápula Comics)
Copyright by Pau

Tres primeras viñetas de la página 19 de Curtiss Hill (Escápula Comics)
Copyright by Pau

 Con todo ello no me extraña que Curtiss Hill se alzara con el premio Ciutat de Palma de cómic 2019, y que años después de salir en Francia (Éditions Paquet), Reino Unido (Dark Horse Comics) y Holanda (Dark Dragon Books) –también salió en catalán en la misma Escápula Comics– todavía nos llegue el runrún del motor encendido.

Viñetas 4 y 5 de la página 15 de Curtiss Hill (Escápula Comics)
Copyright by Pau

En los convulsos años 30, el millonario, filántropo y piloto Curtiss Hill es el ídolo de todas las perritas, ganando carreras limpiamente gracias a su ingeniero mecánico Dino Canino. Su máximo rival Rowlf Zeichner, por el contrario, es antipático y tramposo. Pero el instinto de la fotoperiodista Maugène Berk le dice que no todo es lo que parece en esta historia de lucha por la victoria, el amor... ¡y la vida!

La fotoperiodista Maugène Berk en la última viñeta de la página 19
Curtiss Hill. El mejor amigo del perro (Escápula Comics)
Copyright by Pau

 El duelo entre los pilotos Curtiss Hill y Rowlf Zeichner, con el trasfondo de la llegada al poder de Hitler y el partido nazi, nos acompañará a lo largo del cómic, reservándonos una grata sorpresa al final.

Últimas tres viñetas de la página 36 de Curtis Hill
Escápula Comics. Copyright by Pau

Página 37 de Curtis Hill. El mejor amigo del perro
Escápula Comics. Copyright by Pau

 Es este un cómic que no tiene edad, pero que entusiasmará a todos esos críos que sueñan con coches y banderas a cuadros. Un tebeo fruto de una exitosa campaña de crowdfunding durante la pandemia, que llegó a las librerías en noviembre de 2020. Por cierto, que Pau rinde homenaje a todos los que hicieron posible esta aventura en la guarda del libro.

Agradecimiento de Pau a los que financiaron a través de Verkami la edición del libro
Copyright by Pau

 Lo que me parece que no le va a perdonar Lanita a Pau es esa avería en el volante del coche del conejo.

Viñetas 3 y 4 de la página 53 de Curtiss Hill (Escápula Comics)
Copyright by Pau

 Fuera bromas, y aprovechando que hoy toco el tema automovilístico, les voy a recomendar también una novela que leí hace tiempo y me entusiasmó. Se titula Esta historia (Editorial Anagrama, 2007), y en ella Alessandro Baricco nos narra la vida y el sueño de Ultimo Parri.

Literatura y automovilismo
Esta historia (Anagrama) y Curtiss Hill (Escápula Comics)
Fotografía: Pedro Delgado

Ultimo se llamaba así porque había sido el primer hijo.
 –Y Ultimo –había precisado de inmediato su  madre, en cuanto recuperó el conocimiento tras el parto.
 De manera que fue Ultimo.
 Al principio parecía que no estuviera por la labor. En los primeros cuatro años pilló todas las enfermedades posibles. Lo bautizaron tres veces: el cura no se veía capaz de darle la extremaunción a algo tan pequeño, con aquellos ojos que tenía: debido a ello, cada vez se decantaba por el bautismo, aunque sólo fuera por no volverse sin haber suministrado un sacramento.
 –Daño no le va a hacer.
 Y, en efecto, Último siempre salió vivo del paso: pequeño, delgado, blanco como un trapo, pero vivo. Tiene un corazón fuerte, decía su padre. Una flor en el culo, decía su madre.
 Por todo ello seguía con vida cuando, a la edad de siete años y cuatro meses, en noviembre de 1904, su padre se lo llevó al establo, le señaló las veintiséis vacas de raza piamontesa, que eran todo su patrimonio, y le comunicó que todavía no debía decírselo a la mamá, pero estaban a punto de liberarse, de una vez por todas, de aquel montón de mierda.
 Hizo un gesto amplio, tirando a solemne, que abarcaba todo aquel local, oscuro y pestilente. Luego escandió con lentitud:
 –Garaje Libero Parri.
 Libero Parri era su nombre. Garage era una palabra francesa que Ultimo nunca había oído. De buenas a primeras pensó que debía de significar algo así como «criadero» o, como mucho, «lechería». Pero no comprendía cuál era la novedad.
 –Repararemos automóviles –aclaró, lapidario, su padre.
 Y ésa sí que era, en efecto, una novedad.
 –Todavía no existen los automóviles –precisó la madre, cuando al final fue informada del asunto, una noche, en la cama, con la luz apagada.
 –Es una cuestión de meses. Y en cuanto llegue ese momento existirán –la informó Libero Parri, su marido, metiéndole la mano por debajo del camisón.
 –Que está el niño.
 –No hay problema: también habrá trabajo para él, aprenderá.
 –Que está el niño, saca esa mano de ahí.
 –¡Ah! –dijo Libero Parri, acordándose de que en invierno dormían todos juntos en la misma habitación, para ahorrar en estufas.
 Se quedaron un rato así, en una ligera bonanza comunicativa. Luego él volvió al ataque.
 –Ya he hablado con Ultimo del tema. Él está de acuerdo.
 –¿Ultimo?
 –Sí.
 –Ultimo es un niño, tiene siete años. Pesa veintiún kilos y tiene asma.

 Es una novela sobre las carreras automovilísticas, la Gran Guerra y la historia de amor de su protagonista con Elizaveta, una joven aristócrata rusa venida a menos tras la revolución bolchevique. El anhelo de Ultimo Parri no lo revelaré aquí, prefiero que lo descubran ustedes, pero sí les diré que es un plan precioso. Como el trabajo de Pau en Curtiss Hill (si pueden, háganse también con el sketch book del cómic).

Sketch book de Curtiss Hill by Pau (Escápula Comics)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Nota: Mil gracias a Pau por posibilitar la reseña y permitirme mostrar las páginas de Curtiss Hill en este blog. Y a todos aquellos a los que les gustan los cómics, les invito a visitar su página web, donde podrán seguir sus últimos trabajos, con atención especial al primer tomo de Las cinco banderas, donde nos muestra la odisea de su abuelo, primero en la Guerra Civil y luego en la II Guerra Mundial.

Las cinco banderas 1 by Pau
Escápula Comics

https://www.escapula.com/editorial/

jueves, 1 de febrero de 2024

DEL DON DEL CORRER


Del Don del  Correr, de José Luis Conde Caveda
Fotografía: Pedro Delgado

Me reencontré con José Luis Conde en el 40 aniversario del INEF de Granada. Él era de la 1ª promoción, y yo de la 5ª, por lo que sólo coincidimos un año en la facultad; sin embargo, durante muchos años nos vimos en las carreras, tanto de pista como de campo a través, pues ambos pertenecíamos al mundo del atletismo. Me comentó que acababa de publicar un libro sobre el acto de correr y, al decirle que tenía un blog deportivo en el que escribía reseñas, fue a su coche a traerme un ejemplar. Le dejé un bolígrafo para que me lo dedicara y me anotó su correo para que le diera mi opinión.

Dedicatoria de José Luis Conde (Del Don del Correr)
Fotografía: Pedro Delgado

 El libro se titula Del Don del Correr, y lo he estado leyendo estos días. Es así como me he enterado de que José Luis sufrió un ictus, una urgente operación de corazón, una infección hospitalaria y una profunda depresión que lo tuvo apartado de todo algo más de un año; y es por ello que estemos ante una historia de superación.

 Del Don del Correr comienza con un pistoletazo de salida, y termina con la llegada a meta. «El transcurso de la narración está contenido en los escasos 2 minutos –segundos arriba, segundos abajo– que un disciplinado y voluntarioso amateur puede tardar en recorrer la distancia de 800 metros lisos», que es la distancia en la que compitió José Luis Conde durante más de veinte años.

José Luis Conde Caveda (Cádiz, 1963)
Fotografía: solapa Del Don del Correr

 Conde hizo sus primeros pinitos en el mundo del atletismo en el instituto Ramiro de Maeztu de Madrid, pero no fue hasta el verano de sus diecisiete cumpleaños que quiso empezar a entrenar con regularidad, cuando contempló por televisión la final de 5.000 metros de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, ganada por el marroquí Said Aouita.

[...] así que pensé: "Yo quiero ser como ese, ese que despertó mi corazón aquella tarde-noche estival del mes de agosto, ese admirado por su tribu allá en el África del Norte, agasajado y venerado por su pueblo cuando volvía de las contiendas atléticas, el primer héroe con el que yo había vibrado en esta existencia". Su memorable nombre, Said Aouita, apodo con el que más tarde me nombrarían cariñosamente mis amigos, no porque corriese ni mucho menos tanto como él, ni porque me colgara medallas en ilustres campeonatos, sino porque teníamos una tez y un semblante que nos hacía parecer pertenecer a la misma honorable tribu.
Said Aouita, oro en 5.000 m
Juegos Olímpicos Los Ángeles 1984
 Así que, sin saberlo, esa tarde de emociones desbordadas iba a cambiar probablemente la trayectoria de mi vida. De ser un chico normal al que le podrían gustar las mismas cosas que a casi todos los chicos normales de esa edad, me convertí en un chaval un poco raro, al que a partir de ese momento le gustaría experimentar con poner el cuerpo al límite de sus posibilidades, o dicho más coloquialmente, un chico al que le gustaría sufrir hasta el extremo de forma gratuita y experimentar con las más que incómodas y boicoteadoras sensaciones del nerviosismo precompetitivo, la extenuación de una de las pruebas más exigentes del atletismo; pero por otro lado, disfrutar del éxtasis de los momentos posteriores, del placer del descanso del guerrero al concluir las hazañas deportivas con las mejores duchas, comidas, siestas y compañías que uno jamás pudiese haber imaginado.
***
 Por todo lo anterior, he ido comprobando, que en este deporte no se puede jugar a ganar, ya que las probabilidades de éxito en este nivel de realidad son una entre todos los que participen, haciendo que el grado de frustración se multiplique exponencialmente en tanto en cuanto nos limitemos exclusivamente a la premisa de ganar. Por lo tanto, y por todas estas ideas expuestas, soy de la opinión de que en este noble deporte hay que jugar a superarse, a divertirse, a crecer como personas, a relacionarse, a ayudarse, a conocer los límites y aprender a convivir con ellos, a disfrutar por el esfuerzo y no tratar de engañarnos ni de engañar a otros que son parte de nosotros mismos, a disfrutar de los paisajes y los pasajes, a disfrutar del buen tiempo y buenas caras, de los encuentros, de los viajes y de las celebraciones y comidas en tan gratas compañías... y cuando somos capaces de valorar todas estas cualidades, es posible que no ganemos "la carrera", pero es seguro, que ganaremos en otras muchas cosas, sobre todo, en cada aspecto que valoremos y disfrutemos, ya que en este disfrute, nos ganaremos a nosotros mismos, que por ende, es de lo único que trata este juego de la vida; de disfrutar, como bien dijo el poeta Neruda en su gran obra: Confieso que he vivido.

 Pero José Luis Conde ha querido ir más allá de lo deportivo en estas páginas autobiográficas, cargadas de evocaciones y anécdotas que van desde su infancia y adolescencia a su vida adulta, y, como nos dice David Cárdenas en el prólogo, salpica el texto de «profundas reflexiones existencialistas que acarician lo filosófico». En el texto de la contracubierta, extraído de ese prólogo, el profesor de la Facultad de Ciencias del Deporte nos apunta lo siguiente:

Este libro es una oda a la carrera más difícil de cubrir, la propia vida. Relata la transformación de una persona sencilla que debió superar situaciones complicadas, tanto físicas como emocionales, y que encontró en el deporte una forma de llegar a conocerse a sí mismo y a las personas que le marcarían para siempre. Un ensayo de introspección íntima que seduce al lector y lectora, y los invita a meditar sobre su propio camino.

 José Luis Conde, en la difícil tarea de exponer su propia corriente interna, ha escrito, sin rencor ni pudor, un texto muy personal y honesto, lástima que, no siendo José Luis un literato, los editores no hayan cuidado la edición y realizado una revisión a fondo del texto. Es algo que se agradecería en una segunda edición.

 Por lo demás, me alegra comprobar que, como diría su padre, «por encima de las nubes, siempre luce el sol». Un sol al que, por cierto, les recomiendo no mirar directamente a ninguna hora del día. Y si van a correr bajo sus rayos, usen protección. Que el cáncer de piel es una cosa muy seria.