domingo, 17 de enero de 2016

¿POR QUÉ UNA NOVELA DE BOXEO EN UN BLOG DE ATLETISMO?


El Profesional (Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario)

Alguno se preguntará por qué hablo de una novela de boxeo en un blog de atletismo, pero es que muchos de los párrafos que he subrayado durante su lectura, me han retrotraído a cosas que ya he visto o vivido en el mundo del atletismo. Y si no, juzguen ustedes:

Sobre los entrenamientos de antes y los de ahora:
Le estaba comentando que antes no dábamos mucha importancia a correr quince kilómetros y boxear veinte asaltos en el gimnasio. [...] Hoy le pides a un boxeador que haga la mitad de eso y te mira pensando que estás loco.
Sobre la importancia del entrenamiento:
La gente cree que un combate se gana en el ring -me dijo Jay-. ¿Sabes dónde se gana un combate? Justamente aquí. Aquí, en la carretera y en el gimnasio.
Sobre el dar con un atleta que pueda disputar un título:
-No lo vas a creer, pero diría que quiero ganar este título tanto por él como por mí. 
-Te creo. Con la edad que tiene, no va a volver a estar ahí arriba. No va a tener a otro boxeador como tú. Si no lo consigue ahora, no lo conseguirá jamás.
Sobre Entrenadores con mayúscula:
Dos días después, justo antes de mediodía, llegó Doc Carroll, cascarrabias, vehemente y vengativo, con todas las razones para ser todas esas cosas, y el mejor padrino que jamás haya conocido para un boxeador. He conocido a muchos que conducían a sus boxeadores hasta los títulos, y a otros que los llevaban directamente hasta las fuentes del arcoíris. No obstante, he descubierto que el destino controla el paso a estos lugares y sigo diciéndome, tratando de creer, que en realidad lo importante no es hasta dónde llegas, sino cómo haces el viaje. Doc siempre se costeó su propia manera de hacerlo [...] y desprendía de algún modo cierto aroma de otro tiempo.
***
Cuando un chico arranca para convertirse en boxeador y, en algún lugar, se mete en un gimnasio bolsa de deporte en mano, es como un bloque de mármol en bruto salido de la gran cantera que es la masa humana. En cualquier bloque, un picapedrero puede ver muchas cosas, pero un maestro escultor no ve más que una. A su juicio, no hay dos bloques de mármol iguales y lo que él ve es aquello para lo que ese bloque se creó, y así es como nace la Victoria de Samotracia.  
 Además, así es como ha sucedido siempre con Doc. En el negocio del boxeo, como en cualquier otro, hay centenares de picapedreros y tres o cuatro maestros escultores, y el mejor escultor era Doc. Le estuve observando muchos años con una docena de boxeadores, trabajando meticulosamente con la razón y la inspiración, dando forma poco a poco y retirándose unos metros para contemplar lo que había hecho, y ocultando su nerviosismo, y su miedo también, tras esa fachada cínica. 
 [...] Cuando trabaja el mármol, el mejor escultor del mundo no puede añadir nada. Si no está en el bloque, no está. Nadie lo crea y, por tanto, ningún hombre es auténticamente creador, sino que lo que haces es revelar la forma eliminando todo lo demás. Eso es lo máximo que se puede aproximar un hombre a la creación, y esa es la razón por la que los grandes tienen miedo. Solo ellos pueden verlo todo y les da miedo que, en el proceso de eliminación, no consigan revelar la totalidad y que lo que está oculto quede oculto para siempre. Tienen aún más miedo incluso de recortar demasiado en el proceso y destruir para siempre buena parte de lo que ven. Así sucede en la creación de todas las cosas, incluida la de un boxeador.
***
Cuando sonó la campana vi al chico de Doc ponerse en camino despacio y, a continuación, empezar a dar vueltas alrededor del otro con la guardia baja, asomándose por la parte superior de los ojos, y no había ninguna duda. Era el boxeador de Doc. Era lo que un pintor hace en sus cuadros para que le conozcamos, aun sin la firma, y lo que el escritor deja en sus escritos, si es lo bastante escritor, para que sepamos que nadie en todo el mundo más que él podría haber sido el autor. 
***
[...] Barnum era un negro viejo. No sé cuántos años tenía ni cuál era su nombre, porque todo el mundo lo llamaba simplemente Barnum, pero llevaba por ahí desde siempre. [...] sabía tanto sobre boxeo puro como el que más. Sabía realmente, y durante años había estado promocionando a chicos de color aficionados y, luego, perdiéndolos. Podría citar a media docena de boxeadores buenos a los que había descubierto, en el sentido de que había sido el único que les había enseñado lo mejor que ofrecieron, pero siempre había alguien que le desplazaba. Siempre se acercaba alguien al chico, que escuchaba al charlatán blanco y se fijaba en la ropa del charlatán blanco y luego miraba al viejo Barnum y, de repente, se largaba. Quizá pagaran a Barnum mil dólares y algunos de esos chicos ganaban dinero después, pero nunca llegaban a ser lo que podrían haber sido porque cuando dejaban a Barnum nunca les iba mucho mejor, y yo me preguntaba a menudo cuán buenos podrían haber llegado a ser.

Combate de boxeo, ilustración de Pedro Delgado Fernández

Sobre entrenadores con minúscula:
-¿Cómo entran todos? Un chaval es un boxeador callejero y tiene un amigo. El chaval se hace aficionado y su colega se pone en el rincón con él. El chaval gana una docena de combates y quiere hacerse profesional, así que se lleva a su colega. Su colega le va a entrenar, quizá incluso sea su mánager. Son amigos y es una cosa maravillosa. El chaval tiene una docena de combates y le tumban. Lo deja, ¿pero lo deja su colega? Oh, no. Claro que no. Ahora es mánager. Está de alta en el gimnasio. Lleva una toalla al hombro. Ha entrado de por vida. Algún chico inocente entra andando, quiere ser boxeador. Entonces, ya tiene otro boxeador. 
-Haces que parezca real. 
-¿Crees por un instante que me lo estoy inventando? Los combates de aficionados no fabrican boxeadores. Fabrican entrenadores y mánager. ¿Entrenadores? No saben nada de entrenar. Son masajistas. Ayudas de cámara. Han conseguido una toalla y un montón de desfachatez. Tremendo. 
-¿Qué se puede hacer? 
-¿Hacer? Nada. Lo único que hace falta para ser entrenador o mánager es quince dólares y una licencia. Eso te habilita para arruinar la vida de un chico, o quizá para ponerle fin.
Sobre tener o no tener talento:
-[...] Este es el peor negocio del mundo para los aficionados. Están expuestos a que los maten. ¿Cuántos boxeadores crees que he rechazado en cuarenta años? 
-Docenas. 
-¿Docenas? Apuesto a que he rechazado a un centenar. Yo les digo: "Mira, chico, tú no puedes. Sé un fontanero de medio pelo, no te vas a hacer daño. Te ganarás la vida. Si eres un boxeador de medio pelo te pueden matar". El chico se marcha odiándome. Va a ver a otro. Es mejor boxeador porque me odia. Va a demostrarle eso a Doc Carroll, pero eso no le convierte en boxeador. Nada puede convertirlo en un boxeador. El chico acude a uno de esos vagos que le rechaza y le manda a uno de esos aficionados que llevan una toalla en el hombro. Lo destrozan. En el mundo hay hoy unos doce mil boxeadores. ¿Sabes cuántos lo son de verdad? 
-Dímelo tú. 
-Un centenar. Quizá menos de un centenar. 
-Es así con cualquier cosa.
Sobre los nervios de la competición:
-[...] Y  vas tú y le reprendes diciéndole que sus nervios son cosa de aficionado. 
-Sabes lo que quiero decir. 
-Claro que lo sé. 
-Un boxeador tiene que sentir nerviosismo, o no es nada. 
-Seguro. Si no, sería un niño que va al cine. 
-Pero tiene que aprender a controlarlo y a dejarlo salir en el lugar adecuado. 
-Sin duda. 
-Yo quería que metiera ese nerviosismo en un buen golpe en el estómago. 
-Lo sé. 
-Eso es lo más difícil del mundo. La gente no lo sabe. Enseñar a un boxeador a controlar ese nerviosismo sin matarlo es lo más difícil del mundo. 
-Es el secreto de todo, desde la pintura hasta, demonios, las ventas. 
-Es lo más difícil de enseñar del mundo. 
-O de hacer. 
-¿Hacer? Diablos, si yo puedo enseñarlo, él puede hacerlo. 
Sobre lo sacrificado de este deporte:
-[...] Tienen diez años. Lo consiguen en diez años, o no lo consiguen. [...] Los boxeadores no son seres humanos normales [...]. Quítate eso de la cabeza. Deberías saberlo. Un boxeador es un bicho raro. Le han tocado diez años del oficio más duro del mundo, un negocio que requiere cada kilo de su fuerza y todos los segundos de su vida. No hay una maldita cosa que haga que no afecte a su oficio. No es un empapelador, un abogado, ni un escritor. No puede prolongarlo durante treinta o cuarenta años. Tiene que darlo todo ahora, o nunca.
Sobre el acto de vestirte para la competición:
Cualquier forma de arte tiene un ritual, y yo había presenciado este muchísimas veces. Es la forma en que un hombre, preocupado, imprima sus lienzos con la espátula, o inserta dos hojas de papel en blanco en una máquina de escribir, o se despoja de la ropa de calle e introduce su cuerpo en el atuendo para el cuadrilátero. Para cualquier otro esto sería un acto incómodo, bochornoso por su fraudulencia, pero para este hombre se ha convertido en uno de los ritos más naturales.
Sobre la búsqueda del mejor punto de forma:
Es uno de los retos científicos más complicados, esta lucha por ascender a un atleta por las montañas de su esfuerzo hasta hacerle alcanzar la cima de su rendimiento en el preciso momento en que debe actuar. Ese punto culminante no es más grande que la cabeza de un alfiler, envuelto en los misterios nubosos de un ser vivo, y así, aunque todos lo intenten, la mayoría fracasa, porque no solo requiere al más diligente de los escaladores, sino al más fantástico de los guías. [...] La mayoría se equivoca al tratar de colocar a un boxeador justo en lo más alto de un punto diminuto el último día. Calcula las probabilidades de equivocarse, por arriba o por debajo. De cualquiera de las dos formas estás fuera igual de mal. En esta vida no puedes pedir cosas raras. Tienes que construirlas. Lo descubrí. Llegas a un nivel en el que está casi donde tú querías que estuviera cuatro o cinco días antes del combate. No es tan difícil mantener eso. Luego, el siguiente paso que da es el paso para entrar en el ring, y está allí y ahí es donde pelea.
Y algunos textos más que les invito a descubrir por sí mismos.





El Profesional
Gallo Nero
Autor: W. C. Heinz
Traducción: Ricardo García
http://www.gallonero.es/el-profesional/






Nota: Esta entrada es la continuación del post El Profesional.

http://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2016/01/el-profesional.html

jueves, 14 de enero de 2016

EL PROFESIONAL

José Acosta Florido, La Pantera Malagueña

Reveso de la fotografía

Estas últimas semanas he estado inmerso en las páginas de El Profesional (Gallo Nero Ediciones, 2013), una novela sobre el mundo del boxeo que me ha hecho tener muy presente a mi tío abuelo José Acosta Florido, La pantera malagueña, quien subió a los cuadriláteros en la década de los cuarenta.

El Profesional (Gallo Nero)  Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario

 La novela, escrita por el estadounidense W. C. Heinz (1915-2008), está narrada por Frank Hughes, un periodista deportivo de la vieja escuela que quiere escribir un reportaje sobre Eddie Brown, aspirante al título mundial de los pesos medios. Para ello, Frank se acopla (al estilo del autor, que como corresponsal acompañó a un batallón en la Segunda Guerra Mundial), a la concentración de Eddie. Y mientras sigue durante un mes su día a día, conversa con su preparador físico Johnny Jay y su mánager  y entrenador Doc Carroll, y ve desfilar por el lugar a sparrings y periodistas, convierte al lector en espectador de esa rutina de entrenamientos que nos conducirá, en los capítulos finales, al vestuario del Madison Square Garden de Nueva York y a contemplar el tan esperado combate por el título de Campeón del Mundo.
Cuando bajamos del taxi al bordillo, pude sentir la tensión superficial que mantenía unida a la multitud. Invisible, intangible, en ninguna parte y en todas, frágil pero atenazadora, como la he sentido en una compañía de infantería antes de un ataque, en los testigos antes de una ejecución, en un tribunal antes de un veredicto, en una familia antes del momento de la muerte. Ahora prendía en esta muchedumbre, en los cuerpos en movimiento que se arremolinaban en la acera y en los inmóviles y los rostros que se volvían, blancos y negros, desde la línea de los balcones. Prendía en el policía montado y el caballo que caminaba sobre las alcantarillas y encerraba el murmullo suave, rasgado únicamente por los silbatos de policía y el claxon de los coches, que es característico de las multitudes ante una pelea. Dentro del Garden y en un plazo de dos horas, poco más o poco menos, sucedería algo y entonces esta película invisible de unidad de la máxima delgadez estallaría y todo rebosaría.
 362 páginas nos han llevado hasta allí: hasta ese momento en que se escucha "el murmullo expectante y creciente de la multitud" cuando el campeón y el aspirante suben al ring para iniciar el combate, esos quince asaltos por el campeonato del mundo de los pesos medios.
Ahora el árbitro les daba el discurso para la televisión y, luego, chocaron los guantes y se dieron la espalda y Freddie Thomas quitó la bata de los hombros de Eddie mientras cada uno volvía a su rincón y Doc tenía una pierna fuera de las cuerdas y otra todavía dentro y apenas se oía el timbre de aviso entre la multitud. Doc introdujo el protector en la boca de Eddie diciéndole una última cosa, gritando a Eddie para hacerse oír en medio del estruendo, y la cara de Eddie estaba impertérrita, mirando al otro tipo, y después sonó la campana y Doc dio una palmada en la espalda de Eddie y Eddie salió de aquel rincón.
 Y es a continuación, al inicio del capítulo 26, cuando leemos que "todo acabó en un minuto y cuarenta y ocho segundos". Y nos estremecemos con el dato, imposible no hacerlo, antes de lanzarnos a leer de un tirón esas páginas finales, buscando saber si todo el sacrificio de Eddie, todas esas mañanas y tardes de entrenamiento y todos esos combates que libró desde que empezó a boxear hace ya 9 años, tendrán su recompensa, y si esos más de 40 años de espera que lleva Doc Carrol para ver a uno de sus pupilos pelear por el cinturón de campeón del mundo, merecieron la pena. Y así leemos acojonados, temerosos de que todas esas ilusiones se desvanezcan con Eddie en la lona tras un jab, un crochet o un directo de derecha a la mandíbula.

 Publicada por primera vez en 1958, El Profesional -la única buena novela de boxeo que leyó Hemingway- sabe a cine clásico, a esas películas en blanco y negro que tanto gustan a nuestros padres. Y es en ese color en el que yo veía a Eddie por un lado, y a mi tío abuelo por otro, y no dejaba de lamentar no haber recogido en un cuarderno toda su experiencia pugilística cuando aún vivía y podía verlo en tecnicolor. Saber los combates que libró, que sentía antes, durante y después de cada pelea, los buenos y malos asaltos que tuvo... Me habría gustado verlo moverse sobre el ring, oír el chirrido de sus botas deslizándose sobre la lona, el sonido seco de sus puñetazos "y el leve y grave apresuramiento de su respiración". Cuando falleció, el 16 de noviembre de 2002, escribí un texto para el diario Sur a modo de homenaje, un texto que no me importó que modificaran en Redacción a la hora de dar la noticia. Para mí lo importante era que, como deportista que fue, tuviese ese recordatorio, ese reconocimiento, en el momento de su despedida.
 Aquí les dejo mi texto y la noticia que apareció en Sur:


LA PANTERA MALAGUEÑA

El sábado pasado falleció mi tío abuelo José Acosta Florido, el que fuera uno de los mejores boxeadores de Málaga en los años cuarenta. Lo noqueó el Parkinson a los 81 años.
 Cuando coincidíamos en alguna celebración familiar, me gustaba charlar con él: aunque en otro campo, yo era el único de la familia que había seguido sus pasos deportivos, por lo que siempre se alegraba de mis triunfos atléticos. Así, hablábamos de mis carreras pero, sobre todo, de sus combates en el "Gran Olimpia" de la calle Córdoba y en el cine Las Delicias, junto al antiguo colegio de Los Maristas, donde cruzaba sus guantes con púgiles de la talla de Granados, Laure, Iglesias, Pacheco o el malogrado Bautista.
 No recuerdo bien en qué ciudad truncó un pretendido amaño al tumbar en la lona al rival antes de concluir el segundo asalto. Y es que La Pantera Malagueña, como le apodaban, era mucha pantera.
 Su pelea, al retirarse de los cuadriláteros, quedó reducida a la que mantenía, como sargento de la Policía Municipal, con los estraperlistas de la época y, ya últimamente, contra su enfermedad. Él, que era muy chistoso y se reía hasta de su sombra, me decía que con los temblores que tenía en las manos, lo iban a contratar para echar la canela encima de las mantecadas.
 En fin, de él me queda su recuerdo y una vieja foto en blanco y negro en la que, con 20 años, posa vestido de corto. Está dedicada a mis abuelos y a mi padre. Por cierto, que mi abuela me contaba el día del funeral que fue ella quien le compró la tela y le hizo el albornoz para su debut y que, con cinta e hilo, le puso en la espalda ACOSTA. Con ese apellido, para orgullo mío y de toda la familia, figura en el libro Un siglo de deporte en Málaga.
Pedro Delgado


Noticia del fallecimiento de José Acosta Florido en el Diario Sur de Málaga 


Combate de boxeo, ilustración de Pedro Delgado Fernández

"Este es el lugar del boxeador. El vestuario, el gimnasio y el ring son el reino del boxeador, y en ellos el buen boxeador es el ser supremo. Respira, camina y habla en muchos sitios, pero a este es al que pertenece, tan perfectamente adaptado para esto que ni siquiera es consciente de ello, y nunca lo será hasta años después de haber terminado y luego le perturbará que algo haya desaparecido de su vida para siempre, no solo los combates, sino algo más. Ese algo lo es todo".







W. C. Heinz
Traducción de Ricardo García
Gallo Nero
http://www.gallonero.es/el-profesional/



Nota: Este post continúa en ¿Por qué una novela de boxeo en un blog de atletismo?

http://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2016/01/por-que-una-novela-de-boxeo-en-un-blog.html

lunes, 11 de enero de 2016

SE NOS HA IDO DAVID BOWIE

David Bowie   (Fotografía: Pedro Delgado)

Esta tarde tenía que sentarme delante del ordenador para escribir una entrada sobre El Profesional, una novela de boxeo del estadounidense W. C. Heinz; sin embargo, como si se hubiese escapado un crochet o un par de jabs de las páginas del libro, me encuentro conmocionado, noqueado, como si un directo de derecha me hubiese alcanzado en la mandíbula. La noticia me sorprendió esta mañana en el recreo: un correo de Lucía con el asunto Ha fallecido David Bowie a los 69. Se lo había comunicado Alfonso en un mail y mi primo Sergio (otro que tiene que estar bien triste hoy) por Whatsapp.

 Descubrí a David Bowie en el 83, con 17 años. Una ruptura sentimental me tenía abatido (ya saben como son las cosas del amor a esas edades) y fue su Modern Love quien vino a rescatarme.


 Su música ya nunca me abandonó, marcando momentos importantes y significativos de mi vida. Como comprenderéis, hoy es un día muy triste para mí.

 Bowie se ha despedido a su manera, anunciándolo velada y previamente en el segundo de los singles de su último álbum Blackstar, el cual salió a la venta el pasado viernes coincidiendo con su 69 cumpleaños. Mira aquí arriba, estoy en el cielo, nos dice en Lazarus, en un videoclip que también tiene segundas lecturas. "Bowie, que siempre teatralizó su vida, también nos ha contado su muerte, aunque no lo supiéramos, y quizás nos ha dicho que, como Lázaro, quien crea en su obra le hará resucitar".

 ¡Hasta siempre, David!
 Siempre estarás vivo en nuestros corazones.

Retrato de David Bowie en 2014

sábado, 2 de enero de 2016

REGALO DE REYES

Si se les viene encima la fecha del Día de Reyes y todavía no saben qué regalar, no lo duden: entren en una librería y háganse con algún ejemplar. Pueden dejarse llevar por una portada, por el nombre de un autor o por la sinopsis de una contraportada. Pero no se limiten a la mesa de novedades, curioseen los anaqueles, extraigan y abran los libros al azar, lean algunos fragmentos... Seguro que encuentran el libro adecuado para esa persona en la que están pensando. Y si aún así no saben por cuál decidirse, pídanle consejo al librero. Ellos conocen su oficio y son los primeros interesados en que ustedes acierten, pues la lectura tiene un componente viral. Precisamente por ese efecto contagioso, voy a pedirles que si les gustó Carta desde el Toubkal (Ediciones del Genal, 2015) lo recomienden y lo regalen en estas fechas tan especiales. Y si aún no lo han leído, aprovechen para autoregalarse un ejemplar. Compren un pasaje a Marruecos por poco más de diez euros, y déjense llevar por el país al son de esos doce relatos: asciendan al Toubkal con Alicia, acompañen a Matt y a Hussein hasta las orillas del lago Ifni; huyan con Rachid por las montañas del Atlas en ese western marroquí que es El Boxeador; adéntrense en las dunas del erg Chebbi para darse un baño de soledad con el japonés Nagumo y su camellero; pónganse en la piel de Marga mientras transcurren cada uno de esos cincuenta días a Tombuctú...

Carta desde el Toubkal (Ediciones del Genal 2015)
Pedro Delgado Fernández
Portada: óleo de Lucía Rodríguez Vicario

 En mi carta a los Reyes Magos tampoco van a faltar libros. Aquí les anoto los títulos que me he pedido:






 Donde los hombres alcanzan toda gloria (del grandísimo Jon Krakauer), porque aúna deporte y literatura;


El corazón de todo lo existente. La historia jamás contada de Nube Roja (de Tom Clavin y Bob Drury), porque adoro el western y el mundo de los indios americanos;



Una vida llena de agujeros (de Driss ben Hamed Charhadi), porque es un libro que fue transcrito y traducido por mi queridísimo Paul Bowles, una novela cuya edición esperaba desde hace mucho tiempo;


La guerra 'buena'. Una historia oral de la Segunda Guerra Mundial (del mítico Studs Terkel), porque me va a hacer revivir mi último viaje, en compañía de mi hijo pequeño, a las playas de Normandía;



Senderos de gloria (de Humphrey Cobb), para ver si con su lectura me dan ganas de retomar mi novela sobre Jean Bouin.


Jean Bouin

¡Que Melchor, Gaspar y Baltasar sean generosos con ustedes!