sábado, 7 de abril de 2018

LA MILLA PERFECTA


http://www.melusina.com/libro.php?idg=52424

Tres atletas, un objetivo 
y menos de cuatro minutos para alcanzarlo...

José Antonio me salió al paso nada más entrar en la librería Luces, me cogió del brazo y con un “Tienes que ver esto” me llevó con urgencia a la mesa de novedades. “Acabo de leerla y es buenísima“, me dijo señalando el ejemplar de La Milla Perfecta que coronaba una de las torres de libros.

La Milla Perfecta en la mesa de novedades de la librería Luces
Fotografía: Pedro Delgado

 “Te va a encantar”, añadió. Lo cogí y me quedé unos instantes embelesado con la portada: una fotografía coloreada en tonos pasteles de Roger Bannister tras correr la milla en menos de cuatro minutos y batir el récord del mundo. Luego lo hojeé. En las páginas centrales había un buen montón de fotografías en blanco y negro. Además de a Bannister, Landy y Zátopek reconocí a Chataway, del que ya hablé en Calle 1 hace tiempo. “Hubo un tiempo no muy lejano”, leí en la contraportada, “en el que se creía que correr una milla en menos de cuatro minutos estaba más allá de los límites del ser humano y, en el mundo del deporte, lograrlo se consideraba una gesta sin parangón. En 1952, tres hombres en tres continentes distintos –Europa, Australia y América– se empeñaron en conseguir lo imposible. La Milla Perfecta es un clásico de la literatura deportiva que captura todo el drama humano y el espíritu de competición de este acontecimiento legendario”.

Pedro Delgado y José Antonio con sus ejemplares de La Milla Perfecta en la librería Luces

 La cosa prometía, y esa misma tarde en el autobús, de vuelta a casa, mientras los pasajeros se ensimismaban en sus móviles, me sumergí en su lectura.
 Neal Bascomb, un escritor hasta ese momento desconocido para mí, me contaba desde el prólogo el porqué del título. Tras llevarse Bannister el gato al agua en Inglaterra, "quedaba una última pregunta: ¿quién sería el mejor de los tres cuando se colocasen codo con codo en la línea de salida? La respuesta llegó en la milla perfecta, una carrera en la que no compitieron contra el reloj, sino entre ellos. El británico Roger Bannister, el australiano John Landy y el estadounidense Wes Santee "ante un público que abarcaba el mundo entero".
 Por supuesto, el libro nos narra mucho más que eso. Las primeras ochenta y cuatro páginas discurren bajo el epígrafe "Un motivo para correr", y están distribuidas en cinco capítulos. El primero está dedicado a Roger Bannister, que se prepara para la final olímpica de los 1.500 metros en Helsinki 1952.

Roger Bannister

 El segundo se centra en Wes Santee, en cómo empieza a correr y a destacar en Kansas y en por qué va a correr en los Juegos el 5.000 en lugar del 1.500 como él quería.

Wes Santee sonríe en la línea de meta de los Campeonatos Nacionales de California, en 1952
El primer puesto le permite asistir a los Juegos Olímpicos de 1952 en Helsinki
Bettmann/Corbis

 En el tercero el protagonista es John Landy, clasificado para los 1.500 y 5.000 metros, apareciendo en esas páginas la figura del controvertido entrenador Percy Cerutty.

John Landy en 1954

 El cuarto capítulo da cuenta de las series clasificatorias de cada uno de ellos en Helsinki, de la mítica final de 5.000 metros que ganó Emil Zátopek –aquella carrera en la que Chataway pisó el anillo de la pista y se fue de bruces al suelo– y de la final de los 1.500 metros en la que Bannister era el favorito.
Roger Bannister estaba tan cansado que no podía dormirse. Por mucho que se revolviese y cambiase de postura, por más vueltas y patadas que diese a las sábanas no había forma de que se durmiera. Cada minuto que pasaba, cada segundo, le acercaba más a la final de los 1.500 metros; con cada hora le invadía una nueva ola de ansiedad. A las cuatro y media de la tarde del día siguiente se colocaría en la línea de salida junto a once de los mejores mediofondistas del mundo. El haber tenido que correr dos carreras en lugar de una, como esperaba, para clasificarse para la final había minado su confianza. Tenía miedo de estar ya demasiado cansado.
[...] Era imposible no ensayar en su cabeza una y otra vez la carrera que se avecinaba. ¿A qué ritmo debía empezar? ¿Era mejor quedarse en la cuerda o pasar al exterior? ¿En qué posición debía estar colocado en la tercera vuelta? ¿A qué distancia de la meta debía arrancar su esprint final?
 El quinto capítulo tiene maneras de ensayo, y en él se nos cuenta el origen de la milla y cómo los corredores fueron reduciendo sus registros poco a poco a lo largo de los años; incluyendo el duelo entre el caballero amateur Walter George y el atleta profesional William Cummings.

Imagen de la Milla del siglo en la que se enfrentaron William Cummings y Walter George
Foto: Racing Past
Para poder medirse con Cummings, George se vio obligado a abandonar su estatus de amateur, pese a que ofreció los honorarios que obtuviera en las carreras a un hospital de caridad. Tras una serie de carreras preliminares en las que ambos obtuvieron varias victorias, el 23 de agosto de 1886 Cummins y George se enfrentaron en la "Milla del siglo". Veinticinco mil espectadores se apiñaron alrededor de una pista de carreras de ciclistas para ver a George correr a tal velocidad que en la última vuelta dejó a Cummings tan rezagado que este cayó inconsciente. Su récord de 4:12,8 permaneció imbatido durante tres décadas y sentó las bases para que Paavo Nurmi presentase la milla de cuatro minutos al mundo, estableciendo un reto irresistible para los atletas que deseasen hacerse un hueco en la historia. 
Walter George
[...] El mundo del atletismo no se puso patas arriba cuando, en 1915, el estadounidense Norman Taber batió el récord de George por menos de dos décimas de segundo. Era una diferencia demasiado exigua para merecer algo más que una nota rápida en los libros de récords.
Norman Taber. 26 de junio de 1915, Cambridge
Fotografía: Beltmam (Gettyimages)
Entonces, el 23 de agosto de 1923, Paavo Nurmi, un ingeniero agrícola finlandés de Turku, se vio arrastrado por el mediofondista sueco Edvin Wide a una primera vuelta más rápida de lo que le habría gustado. Nurmi, que siempre corría con un gran cronómetro en la mano y prefería marcar un ritmo de carrera más regular, decidió seguir el ritmo de salida rápido que había marcado Wide. Al llegar a la tercera vuelta, Wide se vino abajo y Nurmi continuó con el ritmo. Batió el récord de Taber por dos segundos, con una marca de 4:10,4. Fue un salto adelante enorme, sobre todo teniendo en cuenta lo mucho que había tardado Taber en reducir la marca de Walter George en solo una fracción de segundo. De pronto el récord de la milla volvía a estar en disputa y cuando, en las Olimpiadas de París 1924, Nurmi ganó el oro en los 1.500 y los 5.000 metros en el plazo de cuarenta y dos minutos, parecía capaz de cualquier cosa. Joseph Binks, destacado periodista británico y antiguo corredor de la milla, le sugirió a Nurmi que la barrera de la milla estaba al alcance de los dedos, a lo que Nurmi replicó: "No. ¡Si acaso cuatro minutos y cuatro segundos!. Fuese aquello modestia innecesaria o no, lo cierto es que el finés había puesto sobre el tapete la posibilidad de correr la milla en cuatro minutos.
Paavo Nurmi fotografiado por Granger
 Inspirada por Nurmi, surgió en los años treinta una nueva generación de dotados mediofondistas cuyas carreras llenaban hasta la bandera los estadios de todo el mundo. Las carreras del Madison Square Garden rivalizaban con los modernos combates de boxeo con grandes bolsas. El aire estaba saturado de humo, el público devoto y entregado a sus corredores favoritos, y las gradas tan cerca de la pista que los aficionados sentían la corriente de aire que seguía al paso veloz del pelotón.
 El francés Jules Ladoumegue marcó en 1931 un tiempo de 4:09,2; el británico de origen neozelandés Jack Lovelock (que ganaría el oro olímpico en los 1.500 metros de 1936) lo rebajó en 1933 a 4:07,6 y en 1934 el estadounidense Glenn Cunningham detuvo el cronómetro en 4:06,8. Habría que esperar hasta 1937 para que el británico Sydney Wooderson lo rebajase mínimamente a 4:06,4. Los suecos Gunder Hägg y Arne Andersson se fueron pasando del uno al otro el récord de la milla durante tres años y medio, entre 1942 y 1945, hasta dejarlo en 4:01,4.

Gunder Hägg (derecha) y Arne Andersson en 1942
Muchos estaban deseando que se acabase con aquella obsesión con la marca, entre ellos el campeón olímpico de los 1.500 metros de 1912, el coronel Strode Jackson, quien, en el apogeo de la rivalidad entre Hägg y Andersson, escribió: "Cuando nos dejemos de estas tonterías de correr como metrónomos y con el reloj siempre en la cabeza, volveremos a las auténticas carreras: el triunfo de un corredor sobre el otro. Esta es la esencia original del atletismo y lo que volverá a ser cuando nos quitemos del medio el mito de los cuatro minutos.
 Sin embargo, para la mayoría el mito seguía creciendo. Como apuntó el periodista Frank Deford, en 1952, habíamos alcanzado los polos, encontrado las fuentes del Nilo, cartografiado los océanos más profundos y recorrido las junglas más impenetrables, pero la distancia de terreno que mide una milla seguía resistiéndose a todos los esfuerzos por cubrirla, a pie, en menos de cuatro minutos.
 Ese mismo año, menos de cuarenta y ocho horas después de clausurarse los Juegos Olímpicos de Helsinki, se celebró un encuentro entre el equipo del Imperio Británico y los Estadounidenses.
En los relevos de 4 x 1 milla, en los que cuatro corredores de cada equipo corren una milla, Roger Bannister les dio la ventaja a los británicos en el primer relevo, pero el segundo miembro de su equipo la perdió. Parecía que Wes Santee, que corría el tercer relevo para los estadounidenses, podría estirar esa ventaja lo suficiente para que los ingleses no pudieran recuperarla, sin embargo John Landy, que corría el mismo relevo en el equipo del Imperio, consiguió acortar distancias con Santee en las últimas 440 yardas. Los corredores del último relevo de cada equipo intercambiaron el liderato, pero al final ganaron los estadounidenses. Era la primera vez que Bannister, Santee y Landy competían juntos en una carrera. Ninguno de los tres recordaría gran cosa de los otros dos en aquella carrera, ni conservaría ningún recuerdo de una conversación ni impresión alguna de las capacidades de los demás. Sin embargo, cuando aquellos tres atletas se separaron (Bannister regresó a su vida en el hospital de Saint Mary, a solo un corto trayecto en metro; y Landy y Santee tomaron largos vuelos a sus respectivos países), cada uno estaba trazando una ruta para los días venideros que acabaría reuniéndolos. Sería una lucha que ni ellos ni decenas de millones de personas olvidarían jamás.
 El segundo acto del libro lleva por título La barrera, y abarca desde el capítulo sexto al catorce. En ese sexto se nos muestra a un Landy que compagina el atletismo con sus estudios en la Universidad de Melbourne, y que inspirado en los métodos de entrenamiento de Zátopek, con el que había departido en Helsinki, se acerca en Melbourne al récord del mundo de la milla parando el cronómetro en 4:02,1.
 En el séptimo volvemos a Roger Bannister, quien también tiene que compaginar los exigentes estudios de Medicina con los no menos duros entrenamientos que se ha marcado para llegar a su objetivo, algo que, junto a la conquista del Everest, ya es una cuestión de estado.
Desde que, en 1924, Irving y Mallory subieron el noventa y seis por ciento del monte Everest, y el año anterior Paavo Nurmi se quedó a 10,4 segundos de la milla en cuatro minutos, ambas metas han espoleado las mentes de los hombres. El año de 1953 será testigo del mayor asalto hasta el momento a ambas cumbres.
 En el capítulo ocho volvemos a Santee, que, como los otros, reparte su tiempo entre las competiciones y sus estudios en la Universidad de Kansas. En esas páginas conocemos a su entrenador Bill Easton, quien desea tanto como su pupilo adelantarse a sus dos rivales.

Bill Easton cronometra a Wes Santee
Fotografía: Duke D'Ambra

 Los infructuosos intentos de los tres conforman el siguiente capítulo: 4:04,2 Landy, 4:03,6 Bannister y 4:02,4 Santee.
Se recordó a los cronometrados que pusieran en marcha los relojes en cuanto vieran el humo salir de la pistola, no al sonido del disparo, para tener en cuenta el retraso entre el disparo y el sonido.
 Con Santee acercándose rápidamente al récord, podemos sentir en el capítulo 10 la presión a la que estaba sometido Bannister, y más cuando Santee, en su gira de verano por Europa, batió en Suecia el récord estadounidense de los 1.500 metros.
El público británico quería otro gran logro para igualar la reciente conquista del Everest y la coronación de la reina Isabel. Cualquier cosa que fuera menos que eso no sería suficiente.
 Roger Bannister marcó un tiempo de 4:02 en un intento con liebres  (Macmilan y Brasher) en Motspur Park, pero que una de las liebres utilizadas se dejase doblar para tirar en la última vuelta no fue bien visto, ni por sus rivales ni por la prensa.
 En los capítulos 11 y 12 se habla del obstaculista Chris Brasher, del fondista Chris Chataway y del entrenador austriaco y residente en Inglaterra Franz Stampfl; así como de los progresos de los protagonistas para tratar de romper la barrera. A veces, en lucha no sólo contra el cronómetro sino también contra las condiciones atmosféricas.

El atleta británico Roger Bannister cruza la línea de meta
Meeting entre Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda en el White City Stadium de Londres
5 de septiembre de 1952. Fotografía: Tropical Press Agency/Getty Images
En el exterior, un banco de nubes oscuras que cubría el cielo rompió de repente en un torrente de lluvia. Los paraguas que momentos antes protegían del sol desviaban ahora el mar de lluvia, que luego se convirtió en granizo, del aguacero. Ráfagas de viento soplaban por la pista y las personas expuestas se agacharon. Pero tan de repente como vino la tormenta pasó. Las nubes se abrieron y el sol regresó. A excepción de unos cuantos paraguas boca arriba, todo volvía a estar como antes. Pero no la pista, que estaba cubierta de charcos y hoyos en la ceniza donde había caído el granizo. 
 ***
Tenía un buen sentido de su ritmo, al igual que un jugador de golf experimentado sabe hasta dónde llegará una pelota por la fuerza que aplica a su swing. Sin embargo, no se trataba de una ciencia exacta. Landy sabía que había condiciones –nivel de relajación, viento, temperatura, estado de la pista, la presión de la competencia y una multitud favorable– que incidían en su velocidad. Era imposible distinguir entre una segunda vuelta a 59,5 o 60 segundos, al igual que la multitud no podía distinguirlo simplemente mirando. Lo único que Landy podía hacer era correr al cien por cien con la esperanza de que fuera suficiente. Si se daban los demás factores, batiría el récord.
 En el capítulo 13 se narran los preparativos de Roger Bannister para el día D marcado en el calendario.
Estaba decidido. La intención del jueves 6 de mayo era seguir adelante. A Bannister le quedaban menos de tres semanas para afinar la velocidad para el gran día. Los McWhirter le habían dejado bien claro que Landy competía en Escandinavia a principios de mayo y que Santee tenía la vista puesta en el torneo de Compton de principios de junio, así que la carrera en la pista de Iffley Road podría ser su última oportunidad.
 Y en el siguiente llegamos a tan esperada fecha, acompañando al británico a lo largo de la jornada. La angustia por lo ventoso del día, la preparación de los clavos, la conversación con su entrenador, el viaje en tren a Oxford, el almuerzo previo a la carrera, el encuentro con los compañeros (Chataway y Brasher) que iban a hacerle de liebres...

Chris Brasher, Roger Bannister y Chris Chataway
Oxford (Inglaterra), 6 de mayo de 1954
Getty Images
A las once en punto, bajó al laboratorio del hospital a afilar los clavos y frotarlos con grafito. Dadas las posibles condiciones, esto evitaría que las cenizas se le acumularan en la suela de los zapatos, lo que podía significar ganar unas cuantas yardas de milla. Cuando alguien se asomó al laboratorio y lo vio en la piedra de afilar, le preguntó: "No creerás que eso cambiará nada, ¿verdad?". Bannister sabía muy bien que en la batalla sobre décimas de segundos y medios segundos sí cambiaría algo. Además, había encargado los zapatos con los que pensaba correr a un zapatero especialista de Londres. "Deben ser ligeros", le había dicho Bannister al hombre que en una ocasión le proporcionó zapatos a Jack Lovelock. "Los necesito solo para tres carreras, para doce vueltas". El par resultante pesaba cien gramos, dos menos [sic] que los zapatos normales. Esto formaba parte de su plan cuidadosamente calculado. Cualquier ventaja contaba.
Zapatillas de clavos y piel de canguro utilizada por Roger Bannister para bajar de los cuatro minutos en la milla. Un comprador anónimo pagó por ellas 365.000 euros en la subasta celebrada en la casa Christie's en septiembre de 2015. Bannister donó ese dinero a distintas asociaciones y fundaciones, entre ellas una dedicada a la investigación neurológica, pues hacía tres años que había sido diagnosticado del mal de Parkinson.

 Gracias a esas páginas nos colamos en el estadio de Iffley Road junto a miles de espectadores.
Bannister, que llevaba una camiseta con tres rayas –verde, dorada y azul– y el dorsal 41, observó la pista, con los brazos colgando a los costados y el pie derecho ligeramente avanzado. Sentía el aire húmedo y fresco en la piel. Estaba en la cuarta posición desde el interior, con Chataway justo a su derecha y Brasher a dos posiciones a la izquierda. La multitud se quedó muda. Bannister se tensó y se preparó para la salida. Antes del disparo, Brasher saltó; salida nula. Después de que Brasher recibiese un aviso oficial del juez de salida, los corredores volvieron a la línea. Bannister estaba molesto porque pensaba que se habían perdido unos segundos preciosos durante los cuales el viento había dejado de soplar y que podía volver a hacerlo en cualquier momento.
 Volvió a reinar el silencio. Bannister aguardaba clavando los tacos en la ceniza para lograr una mejor tracción. Inspiró profundamente; esta podía ser su última oportunidad para ser el primero en romper la barrera de los cuatro minutos. 
Roger Bannister atravesando la cinta de meta en la histórica milla del 6 de mayo de 1954
Pista de atletismo de Iffley Road, Oxford (Inglaterra)


 Una vez conseguido el honor de bajar de los cuatro minutos en la milla, le quedaba enfrentarse a Landy y Santee, dirimir quién sería mejor en un encuentro cara a cara y sin liebres, algo que leeremos en la tercera parte del libro, subtitulada La milla perfecta, que engloba los cuatro últimos capítulos y un epílogo, abarcando el definitivo enfrentamiento en una misma carrera de los tres protagonistas, en la que fue llamada "la milla del siglo".

 Pocos días antes de que Santee parase el crono en 4:00,6
Estaba dolorosamente cerca. A seis décimas de segundo. No era nada, un parpadeo, una salida un instante más rápida, media zancada, una inclinación mayor en la línea de meta. No era nada, y lo era todo.
y 46 días después de la hazaña de Bannister, John Landy corrió en Finlandia, en la ciudad de Turku, en 3:58,5, estableciendo un nuevo récord del mundo de la milla. En dicha carrera también tomó la salida Chris Chataway, estando así involucrado en las dos millas más rápidas de la historia hasta ese momento.

John Landy bate el récord mundial de la milla (3:58,5)
21 de junio de 1954, Turku (Finlandia)
La carrera de la milla era una forma de arte creada con velocidad y resistencia. Bannister y Landy, ilustrando el hecho de que ambos elementos se podían aplicar de modos muy diferentes, tenían estilos diametralmente opuestos. Por lo que Bannister había leído y oído sobre el australiano, Landy era un "corredor en cabeza", la clase de deportista que, en la jerga del atletismo, marca un ritmo vertiginoso desde el principio y deja a sus enemigos atrás, mordiendo el polvo, incapaces de atraparlo en la última vuelta. Landy confiaba en su capacidad para juzgar el ritmo y en su nivel de forma superior para aplastar a sus rivales. Bannister era un "corredor posicional", que se mantenía atrás, dejando que atletas como Landy le llevasen alrededor de la pista, asegurándose de mantenerse lo bastante cerca –o "en contacto"– para, al sonar la campana, poder lanzar un veloz ataque final. Ambos estilos tenían ventajas e inconvenientes y, en la milla, todas las decisiones sobre el ritmo, el momento de romper el contacto y el momento de iniciar el ataque final debían tomarse rápidamente en las brumas del agotamiento. Pero los atletas pueden mejorar sus posibilidades si se preparan con antelación. Sencillamente, tenía que iniciar la carrera con la idea de que, al igual que los artistas que esbozan las líneas maestras de un cuadro, no podía saber los colores y las tonalidades que funcionarían mejor hasta después de dar las primeras pinceladas.

 Les dejo aquí el vídeo y una bonita fotografía de aquel mítico enfrentamiento en los Juegos del Imperio Británico y la Commonwealth de 1954. Wes Santee, que cumplía el servicio militar con los Marines en Estados Unidos, no recibió el permiso para viajar a Vancouver, Canadá, pero no por ello perdió emoción la prueba, con uno de los adelantamientos más icónicos de la historia.


Juegos del Imperio Británico y de la Commonwealth en Vancouver, Canadá
7 de agosto de 1954
Fotografía: Getty Images

 Ahora mismo no recuerdo si corrí alguna milla en pista, pero sí que disputé la distancia numerosas veces en circuitos urbanos. Incluso gané alguna que otra.

Pedro Delgado gana la II Milla Urbana de Navidad de Nerja
Diario Sur, 7 de enero de 1987

II Milla Urbana de Navidad
Nerja, enero de 1987
Diario Sur


Diario Ideal de Granada (Deportes) 22-10-1990
Pedro Delgado gana la IV Milla Urbana "Villa de la Zubia"

 Era una prueba que me gustaba y en la que me sentía cómodo, bueno, lo más cómodo que uno puede sentirse cuando va corriendo a toda pastilla. A veces –tuve esa suerte–, corrí junto a rivales de la talla de Steve Ovett o Steve Cram, que junto a Coe son para mi generación lo que Bannister, Chataway, Landy o Santee a la anterior; de ahí que haya disfrutado leyendo estas páginas.

Steve Ovett y Pedro Delgado en la V Milla Día de Andalucía
Granada, 28 de febrero de 1989

 Volviendo al libro, comentarles que les resumí vagamente lo capítulos para que vean que la novela no se ciñe a una sola carrera. El epílogo no tiene desperdicio, y a él volveré en otra ocasión para resaltar la talla humana de John Landy. Ahora, que recientemente falleció Bannister, no se me ocurre mejor homenaje al británico que recomendar esta lectura. Pónganse las zapatillas de casa, arrellánense en sus sillones y dispónganse a tomar la salida. ¡Lectores a sus puestos! ¡Listos!
El resto del anuncio quedó ahogado por los gritos de alegría de las mil doscientas personas que habían sido testigos de una ocasión histórica. Bannister había corrido la milla en 3:59,4; la barrera, por fin, se había roto. 
–¡Tres hurras por Roger Bannister!– gritó un joven estudiante. La multitud respondió: "Hip, hip ¡hurra! Hip, hip ¡hurra!".
Roger Bannister
(Harrow, Londres, 23 de marzo de 1929 - Oxford, 3 de marzo de 2018)

The Perfect Mile, de Neal Bascomb, editada en 2001
La Milla Perfecta, editada en castellano en 2017 por Melusina


Esta entrada está dedicada a Tomás Chincoa Gallego, quien falleció el pasado 2 de abril. Aun a sabiendas del poder del rival y de lo desproporcionado del encuentro, se midió a él con la misma entereza y coraje con la que se enfrentaba a cada carrera en su juventud. Ejemplo para todos, siempre permanecerá en nuestro recuerdo. Allá donde estés, amigo, un fuerte abrazo.



Nota: Todos los párrafos a color están extraídos de la primera edición de La Milla Perfecta de Neal Bascomb, editada por Melusina en octubre de 2017 con traducción de Blanca Rodríguez y Carlos Gual Marqués.