lunes, 23 de noviembre de 2020

KNOCK OUT!, LA CONMOVEDORA HISTORIA DEL BOXEADOR EMILE GRIFFITH


Knock out!, la novela gráfica sobre Emile Griffith de ECC Ediciones
Fotografía: Pedro Delgado

La primera página de Knock out!, de Reinhard Kleist, nos muestra un callejón típico de Nueva York, con sus escaleras de incendio interminables que descienden los altos edificios coronados por enormes bidones de agua, y la presencia, siempre majestuosa, del Empire State Building; una imagen que acostumbramos a ver en los cómics de The Spirit, Spiderman o Daredevil. Luego, entintado en un riguroso blanco y negro que contrasta con el magenta y el cian de la portada, vemos cómo unos malnacidos le propinan una brutal paliza a un tipo que acaba de salir, algo bebido, de un local nocturno. No vendrá ninguno de esos superhéroes a socorrerlo, tan sólo al final, cuando yace rendido y masacrado en el suelo, aparece la figura un tanto fantasmal de un boxeador que cubre su cabeza con la capucha del batín y tiene los guantes puestos. También es negro, y aunque parece más joven, le advierte de que "la vida es un combate sin normas establecidas"; de que "aquí no hay ni árbitro ni esquinas a las que arrastrarse para que alguien te eche agua en la cara".

Página 13 de Knock out! (Cortesía de ECC Ediciones)

 El agredido es el estadounidense Emile Griffith, el que fuera campeón del mundo de boxeo en las categorías de peso wélter, superwélter y medio, y la presencia es el cubano Benny Paret, quien le disputara cincuenta y un años antes el combate de revancha en el Madison Square Garden, frente al Hotel Pennsylvania en el que me alojé la vez que visité Nueva York.

Página 65 de Knock out! (Cortesía de ECC Ediciones)

 Griffith no quiere recordar el pasado pero Paret, que lo acompañará durante toda la noche, le anima a ello dentro del taxi que cogen para ir a casa del primero en Queens.

Página 64 de Knock out! (Cortesía de ECC Ediciones)

 La noche del 24 de marzo de 1962 era la tercera vez que se enfrentaban por el título de campeón del mundo de peso wélter –en la primera pelea se lo llevó Griffith, y en la segunda Paret–. Durante el pesaje previo a aquella trágica pelea, el púgil cubano le gritó fanfarroneando: "¡¡Eh, maricón!! ¡Hoy voy a reventaros a ti y a tu marido!". Emile se tiró a por él, pero su entrenador Gil Clancy lo agarró. "Solo quiere hacerte perder los nervios y la concentración". Las carcajadas de los presentes estallaron en los oídos de Emile, y Clay tuvo que retenerlo de nuevo. "¡No se lo permitas, chaval! Guárdate la rabia para el ring. ¡Dale su merecido!".

Página 71 de Knock out! (Cortesía de ECC Ediciones)

 Pero el libro no se centra sólo en aquel famoso y fatídico combate, sino que también recoge otros aspectos concretos de su vida para ofrecernos un retrato completo de su persona. Su historia, contada mediante flashbacks, es tan emotiva que uno cierra al final el libro un tanto sobrecogido.

Página 136 de Knock out! (Cortesía de ECC Ediciones)

 Como complemento al magnífico trabajo del dibujante y guionista aleman Reinhard Kleist, la editorial ECC ha añadido unas fotografías del protagonista, un artículo de Tatjana Eggeling –Emile Griffith: doble combate– sobre su vida, los clichés y estereotipos en torno a los boxeadores negros y unas breves semblanzas de otros púgiles homosexuales (Pánama Al Brown, Mark Leduc, Yusaf Mack, Orlando Cruz, Liz Carmouche, Michele Aboro y Halana dos Santos). También ha incluido una muestra de la maestría de Kleist: una serie de bocetos y dibujos que uno quisiera que vinieran en una carpeta aparte para poder enmarcar.

Emile Griffith, obra del artista alemán Reinhard Kleist
(Cortesía de ECC Ediciones)

 Colgar en la pared de tu biblioteca una imagen entintada de Griffith que te recuerde –como nos dice allout.org– que hay que seguir luchando por un mundo en el que nadie tenga que renunciar a su familia, a su libertad, a su seguridad y a su dignidad por ser uno mismo y amar a la persona que quiera. Porque Emile era homosexual y no lo ocultaba, en unos años en los que ningún deportista lo reconocía, y por eso y por el color de su piel fue doblemente discriminado.

 En estos tiempos, en los que se siguen produciendo burlas y agresiones por homofobia en la calle, o en los que un impresentable como Bolsonaro dice que Brasil no debe ser un país de maricas, es cuando más falta hacen libros como éste. Por eso, rogaría a las personas encargadas de las bibiotecas públicas y de los institutos de enseñanza secundaria que se hagan de un ejemplar para sus estanterías. Sería una buena manera de darle un nocaut a la homofobia, de dejarla fuera de combate.

Nocaut a la homofobia (pág. 78 y 79 de Knock out! (ECC Ediciones)
Fotografía: Pedro Delgado

Knock out!, de Reinhard Kleist, la novela gráfica sobre Emile Griffith
Fotografía: Pedro Delgado

Knock out! (ECC Ediciones), novela gráfica de Reinhard Kleist
Fotografía: Pedro Delgado

 Vaya desde aquí mi aplauso a ECC Ediciones por su apuesta, a Reinhard Kleist por su arte y a Irene Aceituno por la traducción. Espero que Griffith encontrase finalmente la paz. Para mí ya está en el panteón de los grandes.

Emile Griffith el 23 de noviembre de 1964 en Londres
Fotografía: Popperfoto/Getty Images


viernes, 13 de noviembre de 2020

EL ORO OLÍMPICO QUE LE BIRLARON A JOÃO CARLOS DE OLIVEIRA


João Carlos de Oliveira en la final de triple salto de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980
El árbitro sentado a la izquierda de la imagen es Robert Zotko
Fotografía: Valeriy Shustov (Sputnik)

La velocidad y las curvas, cuando vas a pedales, combinan mal con el asfalto mojado, y si encima hay sobre él hojas y semillas caídas de los árboles, la combinación resulta aún más nefasta, como pude comprobar el pasado miércoles 21 de octubre cuando me dirigía al instituto.

 Resultado: visita a Urgencias de El Ángel y unos cuantos hematomas y heridas provocadas por el golpe y la erosión que me obligaron a guardar reposo durante unos días; tiempo que aproveché para terminar un libro y empezar otro, y para leer un buen montón de suplementos dominicales –El País Semanal– que acumulo, a la espera de su lectura, en uno de los peldaños de la escalera.

Efectos de la velocidad en el cuerpo humano

 Pues bien, en uno de ellos, me topé con un artículo escrito por Carlos Arribas, ese Píndaro de las gestas deportivas, que tan bien utiliza las técnicas narrativas en sus crónicas. El oro robado a João Carlos de Oliveira se titulaba, y hacía referencia a la final de triple salto que se celebró el 25 de julio de 1980 en los Juegos Olímpicos de Moscú, y que quedó marcada por las trampas arbitrales en favor de dos de los tres atletas soviéticos que estaban en competición, Jaak Uudmäe y Viktor Saneyev (oro y plata a la postre con 17,35 y 17,24), y en contra del brasileño João Carlos de Oliveira (bronce con 17,22) y del australiano Ian Campbell, a los que los jueces dieron nulos intentos válidos por encima de los de sus rivales. John Boas, el entrenador de Campbell se fue furioso del estadio. «No podía creer lo que acababa de ver. Ian estaba completamente devastado». Y João Carlos, que ya había sido bronce en los anteriores Juegos (Montreal, 1976) lloraba desconsolado.

«Me han robado el oro, me han robado el oro», se lamentaba Oliveira en el autobús después de la final de triple, y Pedrão (su entrenador) le daba la razón. «Nunca le había visto llorar en mi vida», declaró después Pedrão. Ramón Cid en el autobús observaba y lamentaba. «Como no me clasifiqué para la final, vi la competición desde las gradas, y vi clarísimo un salto gigantesco de Oliveira. Saltó 18 metros o 17,90 como poco, récord del mundo, y era válido seguro, pero el juez del paso intermedio después de dudar un poco y de comprobar que era larguísimo, levantó la bandera roja para darlo nulo. Y ordenó enseguida borrar las marcas de la arena para que no pudiera reclamar. João levantó al cielo brazos estirados y mirada incrédula, como clamando una justicia que no llegó. Nadie le escuchó. Y lo mismo le hicieron a Ian Campbell, un australiano, al que dieron nulo un intento válido de 17.50. Eran nulos de raspado del pie libre, el izquierdo, en el segundo impulso del salto, el step, de los que no puede haber prueba porque son de apreciación, y en 1990 los borró la IAAF de su reglamento. Son nulos que se cantaban por ruido, indemostrables, una posibilidad maravillosa de putear a alguien».
 Las marcas de los falsos nulos le habrían proporcionado el oro a Oliveira, a quien le dieron como válidos solo dos de los seis intentos de la final, y se quedó en bronce con 17,22 metros, y la plata a Campbell, a quien solo dieron como bueno uno de seis, que fue quinto con 16,72 metros. El oro, sin embargo, no fue para el atleta designado, Saneyev, que estaba tocado, y solo pudo llegar a 17,24 metros, y en su sexto intento, sino para su compatriota Jaak Uudmäe, estonio, que sorprendió a todos con un salto de 17,35 metros. Fue una victoria soviética y una derrota del sistema.

Viktor Saneyev en la final de triple salto de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980
El árbitro sentado a la izquierda de la imagen es Robert Zotko

Jack Uudmäe en la final de triple salto de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980
El árbitro sentado a la izquierda de la imagen es Robert Zotko

 Uudmäe no tardó en volver al anonimato de una carera en la que sus únicos éxitos habían sido un par de medallas en campeonatos de Europa. «Todo estaba preparado para que ganara Saneyev, pero saltó lesionado y no pudo batirme», explicó luego Uudmäe en una entrevista.
[…] Harry Seinberg, el entrenador de Uudmäe, solo tuvo ocasión de hablar con João do Pulo (João del Salto, apodo de Oliveira) en 1992, cuando el mundo era otro, cuando el campeón brasileño se preparaba para participar en los Juegos Paralímpicos de Barcelona. «Todo fue un fraude, te robaron con falsos nulos», se disculpó Seinberg ante Oliveira, y habló también con un periodista del Jornal do Brasil. «Solo con la caída del telón de acero podemos decir la verdad: João había llegado a los 18 metros. En su momento pensé en denunciarlo ante el COI, pero di marcha atrás. Ahora estoy aliviado, al menos puedo pedir disculpas en mi nombre, en el de Uudmäe y en el del pueblo de Estonia». «Ya lo sabía», respondió Oliveira. «Ya sabía que yo había vencido en la prueba y, probablemente, alcanzado un nuevo récord mundial. No creí que hubiera hecho nulo y por esa injusticia lloré por primera vez en la vida».
 Año y medio después de Moscú, en las Navidades de 1981, la vida le siguió dando motivos para llorar. Y a Pedrão, para tomar una decisión que nunca habría deseado tener que tomar.
 «Pedrão, no hay otra, o la pierna o la vida», me dijo el doctor en el hospital», explicó años después el entrenador, quien también sabía que era un falso dilema. ¿La pierna o la vida?; no, era la pierna y era la vida. Cuando le amputaran la pierna derecha, João do Pulo moriría, aunque João Carlos de Oliveira siguiera respirando y su corazón latiera. «Su mundo se derrumbó, y el nuestro. Todo lo que le hacía ser João do Pulo era la pierna. Para él fue el fin, ¿no?», dijo su hermana Ana María, para quien también el mundo se hundió la noche del 21 de diciembre de 1981. João conducía su Passat por una autopista de São Paulo cuando un automovilista borracho perseguido por la policía chocó de frente. Oliveira entró en coma en el hospital. El parte señalaba fractura craneal, dos fracturas abiertas en la pierna derecha, la pelvis destrozada y la mandíbula fracturada. La pierna se gangrenó y se le amputó por encima de la rodilla. Tenía 27 años. Murió 18 años más tarde, alcoholizado y solo.

 Ramón Cid, nuestro ilustre triplista, conoció a Viktor Saneyev cuando visitó Sujumi (Georgia) en 1989. También al técnico Robert Zotko, que fue el árbitro que anuló todos aquellos saltos en aquella final de triple.

Ramón Cid extriplistay director técnico de la RFEA entre 2013 y 2018
Fotografía: Diario As

«Entonces era el centro del atletismo soviético, que organizaba allí concentraciones de tres meses con los mejores atletas y los mejores técnicos, solo la élite», cuenta el entrenador español, entonces responsable nacional de saltos. «En Sujumi había nacido Saneyev y allí le conocí, en un viaje con varios técnicos españoles más. Los rusos querían entrenarse en España con vistas a Barcelona 92 y a cambio nos permitieron ver a sus técnicos y sus sistemas de preparación. Y allí me encontré también con Robert Zotko, que era el director técnico nacional de saltos. Saneyev, a quien se homenajeaba en un festival atlético, héroe nacional 10 años antes, tímido y coloradote, nos pidió trabajo. Zotko, que había aprendido español en Cuba, simplemente nos dijo: «Me habéis caído bien», y se entregó a nosotros. Ordenó a los grandes técnicos, Vitaly Petrov y compañía, ponerse a nuestra disposición el tiempo que necesitáramos. Nosotros los interrogábamos y Zotko hacía de intérprete. Por la noche se bebía dos vodkas y, melancólico, nos recitaba poesías rusas que nos traducía al castellano».

Robert Zotko, entrenador de saltos ruso
Fotografía: Paulo Calado, 2000 (Jornal Record)

 Con la llegada al poder de Yeltsin, que no era de los que creían que las medallas reflejaban el poder de un país, Robert Zotko y muchos otros técnicos perdieron sus trabajos de funcionarios del estado. Zotko ejerció entonces de entrenador en Italia, y después en Portugal, adonde llegó en el año 2000 de la mano de José Barros, director técnico de la Federación Portuguesa de Atletismo, quien lo nombró responsable de saltos de la selección. De esa manera, Robert Zotko puso las bases de la revolución técnica del atletismo portugués, impartiendo cursos y seminarios a entrenadores y atletas.

José Barros, técnico de la Federación Portuguesa de Atletismo

 A José Barros, que trabó bastante amistad con él, y compartían cenas, tragos y confidencias, le confesó un día que él había traicionado al atletismo en los Juegos de Moscú. «Yo fui al infierno, y no volví», le aseveró.

«Esas explosiones», recuerda Barros, «ocurrieron un máximo de dos, tres veces. No añadía más. Era algo tóxico que le estaba matando. No era alcohólico. Bebía mucho, pero sabía cuándo parar. Necesitaba olvidar. Sin decir el motivo. Él sabía que yo sabía. Llevé su cuerpo a Moscú cuando murió y su hijo me lo reconoció: 'Has sido una de las personas más importantes en la vida de mi padre'. Ha sido uno de los momento más duros de mi vida». Zotko murió el 12 de febrero de 2004, a los 67 años.
 A Cid le llamó Barros para decírselo, y Cid inmediatamente echó de menos las llamadas a cualquier hora de la madrugada que siempre sabía que eran de un Zotko emocionado e impaciente por contarle algo y que él hacía como que le fastidiaban. También se acordó, sobre todo, de una noche cenando en Madrid con Zotko. «Cuando estábamos ya con el café, Roberto sacó una foto vieja de la cartera, ya arrugada, y nos la mostró. Era él con 20 años menos, camisa clara de árbitro de atletismo, sentado en una silla junto a una pista y levantando un banderín rojo para anular un salto durante los Juegos de Moscú. A su lado, una silla vacía, y empezó a explicarnos por qué siempre llevaba un velo de pena, un faro que no era melancolía sino arrepentimiento. 'Yo fui el que le dio los nulos a Oliveira en la final de los Juegos. Yo impedí que ganara. En la Unión Soviética, el triple solo lo podía ganar un soviético, y preferiblemente Saneyev'. Y yo creo que llevaba la foto en la cartera como quien lleva un cilicio, para mortificarse, para decirse constantemente, 'soy un cabrón'. Y me deja perdido ver al verdugo sufriendo. Le veo como víctima y verdugo […]».
 Solo cuatro días después de la muerte de Zotko, Nelson Évora, un chaval portugués que no ha cumplido aún los 20, compite en Moscú. Salta 16,85 metros. Consigue la mínima olímpica para los Juegos de Atenas. Su entrenador, João Ganço, pide que el locutor de la competición anuncie por los altavoces del pabellón que dedican este resultado a Robert Zotko, maestro y amigo.

Nelson Évora campeón olímpico en Pekín. Fotografía: Fabrice Coffrini

 Robert Zotko ya había puesto sus esperanzas en Nelson Évora cuando este tenía 17 años, y le animó a trabajar duro para demostrarle que no se había equivocado. En 2007, Nelson Évora se proclamó campeón del mundo de triple en Osaka, y al año siguiente, campeón olímpico en Pekín. "El ruso que privó a un brasileño de un oro olímpico había sentado las bases para que un portugués lo lograra 28 años más tarde".

«Toda acción en la vida tiene un precio que hay que pagar», le decía Zotko a Barros, y quién sabe si el oro de Évora, la gloria del rapaz de Odivelas, le hubiera parecido un pago por la deuda que contrajo en Moscú. Su redención. El punto final de sus búsquedas».

 Pero como muy bien apunta Ramón Cid, ese no debe de ser el punto final de todo. «Este solo llegará cuando el COI le devuelva a Oliveira el oro que le robaron».

Clasificación de la final de triple salto en los Juegos Olímpìcos de Moscú 1980

Nota. Pueden leer el artículo completo de Carlos Arribas en el siguiente enlace:

https://elpais.com/elpais/2020/08/27/eps/1598525636_433644.html