martes, 23 de abril de 2024

¡FELIZ DÍA DEL LIBRO!


Togo, de Óscar de Marcos, en la biblioteca del IES Isaac Albéniz de Málaga
Fotografía: Pedro Delgado

Con motivo del Día del Libro y aprovechando que el Athletic Club ganó recientemente la Copa del Rey, los alumnos de 2º A de mi instituto, el IES Isaac Albéniz de Málaga, recomiendan la lectura de Togo, novela escrita por el jugador del Athletic Óscar de Marcos y editada por la Fundación Athletic Club con motivo del Festival Letras y Fútbol 2019.

 Y para que todos puedan leer esta novela en este día tan señalado, les dejo aquí el enlace a la Fundación Athletic Club donde han habilitado un enlace de descarga digital gratuita del libro (en el mismo, aceptan donaciones para proyectos sociales y culturales):

https://athleticclubfundazioa.eus/donaciones/

 También les dejo un segundo enlace con la reseña que escribí sobre Togo en Calle 1:

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2020/07/futbol-y-literatura-iii.html

¡Feliz día del libro!

jueves, 4 de abril de 2024

EL JUEGO INFINITO DE JORGE VALDANO


El juego infinito de Jorge Valdano
Fotografía: thesefootballtimes.co

Desde hace muchos años sigo la sección que tiene el exfutbolista Jorge Valdano en el diario EL PAÍS. Me gusta no sólo por lo que cuenta, sino también por cómo lo cuenta. Y porque rompe ese viejo y falso tópico que aleja al deportista del intelectual.

 Aquí les dejo los dos últimos artículos que he recortado y guardado entre las páginas de un libro:

EL JUEGO INFINITO / JORGE VALDANO

Psicólogo de la viveza

Ya que están de moda, hablemos de los árbitros. Tipos, como usted o como yo, narcisistas, influenciables, contradictorios... Los hay débiles, que respetan la voluntad de la mayoría, y los hay valientes, virtud que cuando se exhibe, toca extremos chulescos. En general son buena gente, pero la psicología de la masa acepta con desgana cualquier decisión que tomen. Los árbitros, pobres, no tienen hinchada propia.

 Para sacar ventaja ante la autoridad arbitral se ha empleado dinero, el método más burdo y corrupto; el miedo, al que hay muchas formas de convocarlo; o la astucia, que es un atajo simpático que toma la inteligencia para influir.

 En este último grupo hay personajes hímnicos. Carlos Salvador Bilardo es uno de ellos. Le debe su celebridad tanto a sus títulos como a su personalidad algo estrafalaria. Un hombre detallista hasta lo obsesivo, austero, supersticioso y con un sentido pragmático que, en ocasiones, lo arrastraba hasta más allá de los límites éticos. Podía ser burdo o fino para sacar ventaja. Tan capaz de decirle al médico de su equipo que a los adversarios hay que pisarlos cuando al pobre hombre se le ocurrió atender a un rival que cayó lesionado cerca del banco de suplentes, como de aplicar sofisticados mecanismos psicológicos para obtener un pequeño beneficio en un partido. Ese era el mejor Bilardo.

 En el Mundial de México, al terminar un partido de la fase de clasificación, estábamos en el vestuario festejando el triunfo con una felicidad infantil y apareció Bilardo como un poseído:

 –Valdano, –me dijo– dame tu camiseta.

 –¿Y eso? –pregunté.

 –Me la pidió Arppi Filho.

 –¿Y ese quién es?

 –Un árbitro basileño.

 Le dije que si pedía mi camiseta en un equipo en el que jugaba Maradona era un desubicado, pero la cosa no estaba para bromas:

 –Dame, dame, dame...

 Ansioso como era me quitó la camiseta de un tirón y El Gringo Giusti, magnífico compañero de equipo que estaba en quinto de Bilardología, cerró el capítulo:

 –No te preocupes, que algo va a sacar a cambio.

 Recibí el comentario con indiferencia, sin saber muy bien cómo interpretarlo. El Mundial avanzó con emociones fuertísimas y 20 días después de aquel episodio nos ganamos el derecho de jugar la final. Nunca, ni como jugador ni como entrenador ni como comentarista, me desvelaron los árbitros, pero en aquella ocasión la designación me arrancó una sonrisa: el árbitro sería el señor Arppi Filho. No le di importancia.

 Pero Bilardo era un hombre que consideraba crítica cualquier insignificancia de la que pudiera sacar una pequeña ventaja y conocía a fondo el alma humana, de modo que aquí encontró una oportunidad a su medida. El día de la final, antes de jugar el partido en la pizarra, empezó su charla técnica con una recomendación que definió su perfil y le dio la razón a mi compañero Bilardólogo:

 –El único que le reclama al árbitro es Valdano. Hay que ser muy hijo de puta para sacarle tarjeta amarilla a un jugador que te ha regalado su camiseta. Así que aquel día, entre mis pesadas misiones futbolísticas, estuvo la de acosar a Arppi Filho durante todo el partido. Como había previsto nuestro insuperable psicólogo de la viveza, sin consecuencias disciplinarias. Al revés, mi amigo Arppi recibió mis protestas con una sorprendente amabilidad.

EL PAÍS, 3 de febrero de 2024

Carlos Bilardo junto a Maradona en la final del Mundial de México 1986
Fotografía: Ferdi Hartung – Jaroriro! (rondomagazine.com)

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EL JUEGO INFINITO / JORGE VALDANO

Dos goles y un apretón de manos

Semana FIFA para las selecciones. Los aviones privados salen de aquí para allá trasladando a grandes estrellas del fútbol. Por contraste, viene a mi memoria el día de mi debut. Existen crónicas, pero ni una sola imagen de aquel partido. Era otra edad geológica. Es junio de 1975 y la selección Argentina se enfrentaría a Uruguay. César Luis Menotti hizo su lista de convocados, pero River y Boca se negaron a ceder a varios de sus jugadores. Un mes antes yo había sido campeón del Mundial Juvenil de Toulón (Francia) bajo las órdenes de Menotti y estuve entre los nuevos elegidos. Un llamado urgente para rellenar la convocatoria.

 Vamos a la secuencia. Newel's Old Boys, de Rosario, mi equipo, jugaba de local. Después del partido, el entrenador me dio la noticia: estaba citado para viajar con la Selección. Era miércoles por la noche y el partido se jugaría el viernes en Montevideo. Ya de madrugada encontré un precario tren nocturno para hacer el viaje hacia Buenos Aires, en asientos con listones de madera que me dejaban el cuerpo a rayas cuando intentaba dormir. De la estación, a toda prisa, al aeropuerto donde esperaba la delegación. Era mediodía del jueves y yo era un zombi.

 Fui suplente. Entre los titulares había dos grandes ídolos: Bochini, un talento puro fascinante, y el Beto Alonso, jugador de una elegancia superior. Verlos de cerca justificaba el viaje.

 Cuando se llevaba una hora de partido calenté durante algunos minutos y en el 67 entré sustituyendo al Loco Houseman, un genio díscolo. Uruguay acababa de empatarnos: 1 a 1.

 Pisando el minuto 80, un centro medido me encontró en el segundo palo. Le pegué un frentazo cruzado hacia abajo, la pelota botó, pegó en el palo y entró. Para morirse de alegría: era mi debut, era el estadio Centenario, hacía veinte años que Argentina no le ganaba a Uruguay y el centro me lo había servido el Beto Alonso. Todo eso junto no había entrado en ninguno de mis grandes sueños.

 Cinco minutos después, en la mejor jugada del partido, Alonso y Bochini empezaron a tirar paredes como albañiles de un palacio, y me propusieron entrar en la sociedad. Bochini me dio una pelota y se la devolví; me dio una segunda y también la devolví... Si alguien le daba una pelota a Bochini y salía corriendo hacia el área contraria, lo normal era encontrarse al arco de frente. Fue lo que ocurrió y, para que no me acusaran de tímido, casi le arranco la cabeza al portero. 3 a 1 para Argentina. Uruguay, que nunca se rinde, marcó el segundo poco antes del final.

 Yo estaba en el clásico momento esto no me está pasando a mí. Pero era verdad porque Menotti me estaba esperando en la boca del túnel y con su voz de barítono me preguntó: "¿Qué ha hecho, nene?" y me dio la mano como si no fuera un nene, sino un hombre. Bajé las escaleras y me encontré a un fotógrafo de la revista El Gráfico, que había visto de lejos la escena. Me pidió que le volviera a dar la mano a Menotti para la foto. Entre que El Gráfico era mi biblia futbolística y que yo no podía estar más feliz, obedecí.

 Subí, le toqué el hombro y cuando Menotti se giró, puse cara de triunfador y le dije: "Cesar, este señor dice que nos demos la mano otra vez para hacer una foto". Contestó con la voz más ronca aún: "Nene, la mano se da una sola vez y en serio".

 Me tiré de cabeza a la boca del túnel y desaparecí. Pero visto desde la distancia, fue una gran tarde: dos goles para Argentina en mi debut y una lección de vida.

EL PAÍS, 23 de marzo de 2024

Jorge Valdano con Cesar Luis Menotti en el Nou Camp de Barcelona en 1984
Fotografía: The Sun

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Nota: Como esta no es la primera vez que Jorge Valdano aparece en este blog, les dejo aquí los enlaces a otras entradas donde disfrutar de la sabiduría del astro argentino.

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2019/03/el-futbol-como-peligro-y-como-esperanza.html

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2020/12/feliz-navidad-sincronias-en-torno-diego.html

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2021/06/de-la-copa-america-y-la-eurocopa.html

 También pueden leer más artículos en la página web oficial de Jorge Valdano o en la web del diario EL PAÍS.

https://valdano.es/

https://elpais.com/autor/jorge-valdano/