Ojeando viejos recortes de prensa, que se han ido acumulando en la mesa de la cocina este último año, me he topado con un artículo de la mexicana Guadalupe Nettel sobre los Juegos Olímpicos de 1968 que se celebraron en su país. Lleva por título “Encima de Villa Olímpica”, y tiene una anotación mía a bolígrafo con la fecha (14 de octubre de 2018) y el nombre del diario en el que apareció (El País).
En febrero de ese mismo año compré una revista de Raymond Depardon que recopilaba las fotografías que el francés había realizado durante las olimpiadas de Tokyo 64, México 68, Munich 72, Montreal 76 y Moscú 80, así que guardé el recorte con la idea de escribir una entrada que aunase el texto de Nettel, sobre la poco alumbrada matanza de Tlatelolco, con las bellas imágenes en blanco y negro de Depardon de los juegos de México. Pero el tiempo pasó, el recorte pronto quedó apilado entre otros y el libro varado en la sección de fotografía de la estantería. Hasta hoy, que con el recorte en la mano he ido a rescatarlo de la librería para mostrárselo a ustedes; intercalando el texto de la ganadora del Premio Herralde de Novela 2014 con las fotografías del de la Magnum. ¡Que ambos me perdonen! Por el atraso y por el atrevimiento.
ENCIMA DE LA VILLA OLÍMPICA
Por Guadalupe Nettel
Durante los primeros años de mi infancia viví con mi familia en un conjunto habitacional situado al suroeste de la Ciudad de México. La Villa Olímpica había sido construida en 1968 para hospedar a los atletas participantes en las Olimpiadas que tuvieron lugar en México durante ese año, a las delegaciones de los distintos países y a la prensa internacional. Fue el propio presidente Gustavo Díaz Ordaz quien inauguró el conjunto con un discurso que anunciaba su intención de "cobijar a la juventud del mundo", mientras vetaba a Sudáfrica por su política de apartheid, como habría hecho un presidente humanitario con ideas progresistas. Según el gobierno mexicano, esos juegos debían servir para afianzar la imagen internacional de nuestro país. Sin embargo, las protestas estudiantiles, inspiradas en los diversos movimientos sociales que tuvieron lugar en el mundo a lo largo de ese año*, contagiaron a la sociedad civil. Díaz Ordaz temía que esas protestas opacaran a las Olimpiadas dando una impresión de un México demasiado rebelde y desordenado.
El 2 de octubre, a tan sólo 10 días del inicio de los Juegos Olímpicos, en la Plaza de las Tres Culturas tuvo lugar una de las manifestaciones más concurridas de nuestra historia. A diferencia de otros presidentes, como De Gaulle o el propio Nixon, que nunca recurrieron a la violencia contra los estudiantes, al presidente de México le pareció que la mejor manera de atajar el movimiento era aplastarlo con un brutal despliegue de fuerza militar, conocido como la matanza de Tlatelolco, en la que murieron cerca de 200 personas. En sólo un par de meses el presidente había pasado de querer cobijar a la juventud del mundo a masacrarla.
Los Juegos Olímpicos de México 68 –probablemente los más tristes de la historia moderna– se inauguraron el día previsto, en un clima de absoluta represión. Mientras en los estadios los atletas competían por el oro y la plata, en las calles y en las universidades se llevaba a cabo una verdadera cacería de brujas.
A lo largo de los años setenta la Villa Olímpica fue vendida en régimen de condominio a familias mexicanas, pero sobre todo argentinas, uruguayas y chilenas, exiliadas tras los golpes militares ocurridos en Sudamérica a principio de los setenta.
Crecer junto a esos niños de tan diversos acentos y vocabularios fue muy enriquecedor. También lo fue escuchar sus historias, con frecuencia dramáticas, que involucraban la desaparición y tortura de sus padres o de sus abuelos.
En Villa, como nosotros la llamábamos, había árboles de muy diversas especies, también aves, caracoles, ardillas, zarigüeyas, lagartijas que perseguir con la reportera, y miles de rincones para esconderse. El club deportivo incluía canchas profesionales de basquetbol y de fútbol, un gimnasio olímpico, una pista de tartán, una alberca de 100 metros. También había una explanada muy amplia en la que era posible patinar o andar en bicicleta. Los niños hacíamos uso de todos esos espacios soñando que éramos tan atletas como sus primeros ocupantes, y que en un futuro no muy lejano participaríamos en las olimpiadas.
De todos los rincones de aquel lugar, mi preferido era un árbol situado justo frente a mi edificio y cuyas ramas alcanzaban el apartamento en el que vivía. Una tarde, mientras jugábamos en una de las áreas verdes, mis amigos y yo destapamos una alcantarilla, nos metimos en el hueco y comenzamos a caminar por el túnel del desagüe. Después de avanzar en la oscuridad durante varios minutos, encontramos la salida. Cuando emergimos de ahí descubrimos un jardín inmenso donde se alzaba una pirámide circular. Se trataba de las ruinas de Cuicuilco, un centro ceremonial de la cultura olmeda, ubicado del otro lado de la avenida. Por increíble que parezca ninguno de nosotros lo había visitado jamás. Ni siquiera sabíamos de su existencia. El lugar, lo leímos esa tarde, había sido devastado por un volcán en erupción. Junto a la pirámide sentimos olor a copal e incienso, y vimos a los habitantes de esa ciudad ir y venir por las calzadas de piedra. Esa tarde comprendimos que el pasado glorioso de este país está más cerca de los que suponemos, y que no importa cuán aterradores o viles sean los orígenes de un lugar, lo que cuenta es lo que hacemos con él. Como el árbol que había logrado crecer en medio de la piedra volcánica, encima de aquel episodio de muerte y represión, nosotros crecíamos libres y estábamos escribiendo nuestra propia historia.
* El 68 fue un año de conmociones sociales y políticas que dejó imágenes icónicas, entre otras, la ejecución a sangre fría de un prisionero del Vietcong por parte del jefe de Policía de Saigón en febrero; el asesinato de Martin Luther King en abril; las revueltas del mayo francés; el asesinato en junio de Robert Kennedy cuando acababa de ser nominado candidato demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos; la invasión de Praga por los rusos en agosto; la cristalización del movimiento hippie en el festival de Rock de Venice Beach, California, en septiembre; o los puños negros en alto de México 68 en agosto, de los que ya les hablé en otra entrada. Si no la vieron en aquella ocasión, pinchen sobre el enlace. Merece la pena.
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2016/10/llueve-sobre-mojado.html
Artículo de Guadalupe Nettel sobre la revista de fotos de Raymond Depardon Fotografía: Pedro Delgado |
En febrero de ese mismo año compré una revista de Raymond Depardon que recopilaba las fotografías que el francés había realizado durante las olimpiadas de Tokyo 64, México 68, Munich 72, Montreal 76 y Moscú 80, así que guardé el recorte con la idea de escribir una entrada que aunase el texto de Nettel, sobre la poco alumbrada matanza de Tlatelolco, con las bellas imágenes en blanco y negro de Depardon de los juegos de México. Pero el tiempo pasó, el recorte pronto quedó apilado entre otros y el libro varado en la sección de fotografía de la estantería. Hasta hoy, que con el recorte en la mano he ido a rescatarlo de la librería para mostrárselo a ustedes; intercalando el texto de la ganadora del Premio Herralde de Novela 2014 con las fotografías del de la Magnum. ¡Que ambos me perdonen! Por el atraso y por el atrevimiento.
ENCIMA DE LA VILLA OLÍMPICA
Por Guadalupe Nettel
Durante los primeros años de mi infancia viví con mi familia en un conjunto habitacional situado al suroeste de la Ciudad de México. La Villa Olímpica había sido construida en 1968 para hospedar a los atletas participantes en las Olimpiadas que tuvieron lugar en México durante ese año, a las delegaciones de los distintos países y a la prensa internacional. Fue el propio presidente Gustavo Díaz Ordaz quien inauguró el conjunto con un discurso que anunciaba su intención de "cobijar a la juventud del mundo", mientras vetaba a Sudáfrica por su política de apartheid, como habría hecho un presidente humanitario con ideas progresistas. Según el gobierno mexicano, esos juegos debían servir para afianzar la imagen internacional de nuestro país. Sin embargo, las protestas estudiantiles, inspiradas en los diversos movimientos sociales que tuvieron lugar en el mundo a lo largo de ese año*, contagiaron a la sociedad civil. Díaz Ordaz temía que esas protestas opacaran a las Olimpiadas dando una impresión de un México demasiado rebelde y desordenado.
El 2 de octubre, a tan sólo 10 días del inicio de los Juegos Olímpicos, en la Plaza de las Tres Culturas tuvo lugar una de las manifestaciones más concurridas de nuestra historia. A diferencia de otros presidentes, como De Gaulle o el propio Nixon, que nunca recurrieron a la violencia contra los estudiantes, al presidente de México le pareció que la mejor manera de atajar el movimiento era aplastarlo con un brutal despliegue de fuerza militar, conocido como la matanza de Tlatelolco, en la que murieron cerca de 200 personas. En sólo un par de meses el presidente había pasado de querer cobijar a la juventud del mundo a masacrarla.
Los Juegos Olímpicos de México 68 –probablemente los más tristes de la historia moderna– se inauguraron el día previsto, en un clima de absoluta represión. Mientras en los estadios los atletas competían por el oro y la plata, en las calles y en las universidades se llevaba a cabo una verdadera cacería de brujas.
A lo largo de los años setenta la Villa Olímpica fue vendida en régimen de condominio a familias mexicanas, pero sobre todo argentinas, uruguayas y chilenas, exiliadas tras los golpes militares ocurridos en Sudamérica a principio de los setenta.
Crecer junto a esos niños de tan diversos acentos y vocabularios fue muy enriquecedor. También lo fue escuchar sus historias, con frecuencia dramáticas, que involucraban la desaparición y tortura de sus padres o de sus abuelos.
En Villa, como nosotros la llamábamos, había árboles de muy diversas especies, también aves, caracoles, ardillas, zarigüeyas, lagartijas que perseguir con la reportera, y miles de rincones para esconderse. El club deportivo incluía canchas profesionales de basquetbol y de fútbol, un gimnasio olímpico, una pista de tartán, una alberca de 100 metros. También había una explanada muy amplia en la que era posible patinar o andar en bicicleta. Los niños hacíamos uso de todos esos espacios soñando que éramos tan atletas como sus primeros ocupantes, y que en un futuro no muy lejano participaríamos en las olimpiadas.
El famoso salto de altura de Dick Fosbury fotografiado por Raymond Depardon Estadio Olímpico de México, 20 de octubre de 1968. Fotografía: Lucía Rodríguez
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De todos los rincones de aquel lugar, mi preferido era un árbol situado justo frente a mi edificio y cuyas ramas alcanzaban el apartamento en el que vivía. Una tarde, mientras jugábamos en una de las áreas verdes, mis amigos y yo destapamos una alcantarilla, nos metimos en el hueco y comenzamos a caminar por el túnel del desagüe. Después de avanzar en la oscuridad durante varios minutos, encontramos la salida. Cuando emergimos de ahí descubrimos un jardín inmenso donde se alzaba una pirámide circular. Se trataba de las ruinas de Cuicuilco, un centro ceremonial de la cultura olmeda, ubicado del otro lado de la avenida. Por increíble que parezca ninguno de nosotros lo había visitado jamás. Ni siquiera sabíamos de su existencia. El lugar, lo leímos esa tarde, había sido devastado por un volcán en erupción. Junto a la pirámide sentimos olor a copal e incienso, y vimos a los habitantes de esa ciudad ir y venir por las calzadas de piedra. Esa tarde comprendimos que el pasado glorioso de este país está más cerca de los que suponemos, y que no importa cuán aterradores o viles sean los orígenes de un lugar, lo que cuenta es lo que hacemos con él. Como el árbol que había logrado crecer en medio de la piedra volcánica, encima de aquel episodio de muerte y represión, nosotros crecíamos libres y estábamos escribiendo nuestra propia historia.
Fotografía de Raymond Depardon de la prueba de los 3.000 metros obstáculos en el Estadio Olímpico Universitario de México, 14-16 de octubre de 1968. Fotografía: Lucía Rodríguez. |
Fotografías de Raymond Depardon de la final de los 200 metros ganada por el americano Tommie Smith. Estadio Olímpico de México, 16 de octubre de 1968. Fotografía: Lucía Rodríguez. |
* El 68 fue un año de conmociones sociales y políticas que dejó imágenes icónicas, entre otras, la ejecución a sangre fría de un prisionero del Vietcong por parte del jefe de Policía de Saigón en febrero; el asesinato de Martin Luther King en abril; las revueltas del mayo francés; el asesinato en junio de Robert Kennedy cuando acababa de ser nominado candidato demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos; la invasión de Praga por los rusos en agosto; la cristalización del movimiento hippie en el festival de Rock de Venice Beach, California, en septiembre; o los puños negros en alto de México 68 en agosto, de los que ya les hablé en otra entrada. Si no la vieron en aquella ocasión, pinchen sobre el enlace. Merece la pena.
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2016/10/llueve-sobre-mojado.html
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