"La guerra me enseñó que la vida no pasa por los resultados de fútbol"
Omar De Felippe
Omar De Felippe, actual entrenador del Independiente de Avellaneda, tras un partido del Olimpo. Fotografía: Clarín. |
Cuando estalló la guerra de las Malvinas, en abril de 1982, yo tenía 16 años, y recuerdo haber sentido por un instante el mismo impulso que aquellos brigadistas extranjeros que llegaron a España a luchar por la República. No tenía edad para ello; pero es que además, cuando oí en el telediario o leí en la prensa que los británicos habían torpedeado el crucero militar ARA General Belgrano con mil trescientos veintitrés soldados dentro (murieron 323) y que iban a bombardear la isla, aquel pensamiento, aquel romanticismo inicial, se evaporó enseguida, muy a pesar de lo que decía Hemingway acerca de la gran ventaja que proporcionaba la experiencia de la guerra en un escritor.
Omar De Felippe en la Malvinas (1982) |
Por supuesto que aquella junta militar que gobernaba Argentina no se merecía ni mis desvelos ni los de nadie, sino la cárcel en la que acabaron más tarde. Al margen de la sed de aventuras, lo que tocaba mi fibra sensible y la de los que, teniendo la edad, corrieron a alistarse desde otros países, era el pueblo argentino, la tierra hermana. Es por eso que me resulta fácil posicionarme cada vez que se enfrentan en un mundial Argentina e Inglaterra. En este mundial, tal como estaban emparejados los grupos, las probabilidades de que eso ocurriese eran ínfimas. Ahora son imposibles, pues Inglaterra ya está eliminada. No obstante, si se diese el caso en otro campeonato, olvídense de todo aquello de Maradona y "la mano de Dios", y acuérdense del exjugador y entrenador de fútbol Omar De Felippe y de cómo el fútbol, el capitán Zunino y el azar le salvaron la vida en aquella guerra loca.
Mensaje de apoyo desde España de la selección
de Argentina que jugó el Mundial 1982.
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Lo que sigue ahora es uno de esos artículos de periódico de los que os hablaba hace unos días. Es de El País, tiene fecha del 4 de abril de 2011 y la firma de Diego Torres. Los entrecomillados pertenecen a la voz del propio De Felippe (Villa Madero, Buenos Aires, 1962). No me digan que la historia no da para un relato o una novela.
"El fútbol me salvó varias veces la vida"
De Felippe, técnico del Olimpo, recuerda su participación en la guerra de las Malvinas.
Diego Torres
Madrid
Siendo, recluta, en la primavera de 1981, Omar de Felippe quiso alterar jugando al fútbol la monotonía del cuartel del Regimiento de Infantería Mecanizado III, en La Tablada. "Todo tiene que ver con el fútbol", recuerda: "como estaba en la cantera de Huracán, iba todos los días a pedir permiso para entrenarme. Y me sacaban corriendo. Hasta que me recibió el capitán Zunino y me dijo: 'Venga conmigo a practicar tiro'. Como me fue bastante bien, me llevó al campamento de tiro deportivo de la X Brigada. Él salió campeón. Y yo, cuarto. El primer conscripto dentro de muchos militares de rango. Un caso raro. Así es que, cuando se armó la campaña de Malvinas, me convertí en apuntador de ametralladora. Zunino siempre me decía: "Usted viene conmigo".
Hoy, De Felippe es el entrenador del Olimpo, un pequeño club de la Primera División argentina. El sábado lo dirigió en la derrota frente al Vélez (1-2) mientras se cumplía el aniversario del comienzo de la guerra de las Malvinas. Para el técnico, más que un día de competición, fue una jornada de recuerdo de los compañeros caídos. Se cumplieron 29 años del inicio de aquellos dos meses de caos. El único intervalo en toda su vida en que se desvinculó completamente del fútbol. "Cuando me dieron la baja en el servicio militar, en diciembre de 1981, volví al Huracán para hacer la pretemporada y pelear por entrar en la plantilla del primer equipo", recuerda, "pero el 9 de abril tomaron las Malvinas y me llamaron otra vez. Y estuve hasta el final de la guerra".
"Al principio, vivíamos en pozos", recuerda el técnico; "como los temporales de agua y nieve eran constantes, se inundaban. Para refugiarnos mejor, construimos casamatas. Pero entonces nos hacíamos visibles. Cuando prepararon el ataque final, los británicos buscaron destruir todos nuestros radares con helicópteros. Una noche confundieron mi casamata con un radar y nos atacaron. Nos estaban bombardeando desde los buques y no escuchábamos ni veíamos nada. Pero, de casualidad, el capitán detectó el helicóptero y nos llamó para derribarlo. En el momento en que salimos, caminamos 10 o 15 metros y vimos el resplandor de las coheteras. Mi compañero Sergio Leal hizo cinco metros. Yo, unos 10. La casamata estalló. La onda expansiva nos tiró contra el piso. Cuando vimos al capitán, le dije: "Sin querer, nos salvó la vida".
"Fue el destino", dice De Felippe, que repasa los acontecimientos como una cadena casual; "por querer jugar al fútbol, salvé la vida. Pedí permiso para entrenarme, fui a un campeonato de tiro, salí cuarto y eso hizo que me uniera a un capitán que me llamó en el momento justo".
Habla de la experiencia del combate como de un suceso precipitado, alienante, siempre vinculado al contacto con su arma de 11 kilos, la ametralladora MAG, y con los efectos de la adrenalina. "Hacía 20 grados bajo cero, pero, cuando tienes que desplazarte en la oscuridad y hacer movimientos para efectuar el tiro, la ropa te molesta. Sientes mucho calor. Sin siquiera darte cuenta, acabas en mangas de camisa".
Muchos de los 10.000 conscriptos veteranos de Malvinas nunca encontraron una ocupación al regresar. Hasta 2004 no cobraron una pensión. El Estado la fijó en 700 pesos mensuales (unos 200 euros) retroactivos. Según publicó Edgardo Esteban en Página 12, los efectos psicológicos provocaron más de 500 suicidios.
"La reinserción fue durísima", recuerda De Felippe; "aquí se tapó todo. No se hablaba. Somos un país que no está acostumbrado a la guerra como otros. Mi madre, que aún vive, nunca me preguntó cómo me fue. Ni mis amigos ni mi familia estaban preparados para preguntarme nada. Era una situación rara. Ibas a ver a tu grupo de amigos y se hacía un silencio. Un vacío. No sabían cómo abordarte, cómo relacionarse. Nadie te preguntaba: '¿Cómo estás? ¿Qué te pasó?'. Al principio la Administración lo tapó todo bajo la alfombra".
"La nuestra es una sociedad muy exitista", reflexiona; "lo relaciono también con el deporte. En Argentina, si no ganas, eres un desastre. No sirves. Tal vez nos marcó el hecho de que la guerra se perdiera. Los combatientes fuimos los derrotados".
La mayoría de los veteranos regresaron a un mundo incomprensible. Un país en transformación. Una sociedad moralmente desorientada. De Felippe tenía 19 años y se aferró al fútbol, que es un orden, un lenguaje, y una manera de pensar. "Yo jugaba de cinco", dice; "regresé de Malvinas y me tuvieron tres días en los cuarteles. Nos dieron ropa y comida y nos largaron a la sociedad. Ahí mismo volví a Huracán. Entonces el fútbol me volvió a salvar la vida. Me ayudó a reinsertarme".
"Los excombatientes no tenían quien los escuchara", dice De Felippe; "pero yo tuve la suerte de caer en un grupo de fútbol, como son todos los de 30 jugadores en cualquier club del mundo. En Argentina los futbolistas se destacan por la desinhibición para jugar y para expresarse dentro de una cancha. El primer día de concentración, en la cena, los compañeros me llamaron: 'Ven, siéntate aquí. ¡Cuéntanos! ¿Qué te pasó allí?'. Quizás esas simples palabras fueron las que le faltaron a todos los excombatientes. Yo tuve la suerte de poder liberar así todas esas cosas que llevaba dentro. Por eso digo que el fútbol me salvó la vida varias veces: me dio la motivación para volver de Malvinas a cumplir mi sueño de ser jugador y me permitió sentirme uno más dentro de un grupo".
En el clima frenético del fútbol argentino. De Felippe reconoce que es un elemento extraño. "La guerra me enseñó que la vida no pasa por los resultados de fútbol", dice; "los entrenadores en Argentina nos sentamos en la silla eléctrica domingo a domingo. Yo, no. Yo soy un obsesivo del trabajo diario. Pero, si pierdo, la amargura no me dura más de 10 minutos".
Ahora que España ha sido eliminada del Mundial, quedémonos con los buenos recuerdos, aferrémonos a nuestros equipos de adopción y disfrutemos del fútbol sin más, sin darle importancia a los resultados.
De Felippe, técnico del Olimpo, recuerda su participación en la guerra de las Malvinas.
Diego Torres
Madrid
Siendo, recluta, en la primavera de 1981, Omar de Felippe quiso alterar jugando al fútbol la monotonía del cuartel del Regimiento de Infantería Mecanizado III, en La Tablada. "Todo tiene que ver con el fútbol", recuerda: "como estaba en la cantera de Huracán, iba todos los días a pedir permiso para entrenarme. Y me sacaban corriendo. Hasta que me recibió el capitán Zunino y me dijo: 'Venga conmigo a practicar tiro'. Como me fue bastante bien, me llevó al campamento de tiro deportivo de la X Brigada. Él salió campeón. Y yo, cuarto. El primer conscripto dentro de muchos militares de rango. Un caso raro. Así es que, cuando se armó la campaña de Malvinas, me convertí en apuntador de ametralladora. Zunino siempre me decía: "Usted viene conmigo".
Hoy, De Felippe es el entrenador del Olimpo, un pequeño club de la Primera División argentina. El sábado lo dirigió en la derrota frente al Vélez (1-2) mientras se cumplía el aniversario del comienzo de la guerra de las Malvinas. Para el técnico, más que un día de competición, fue una jornada de recuerdo de los compañeros caídos. Se cumplieron 29 años del inicio de aquellos dos meses de caos. El único intervalo en toda su vida en que se desvinculó completamente del fútbol. "Cuando me dieron la baja en el servicio militar, en diciembre de 1981, volví al Huracán para hacer la pretemporada y pelear por entrar en la plantilla del primer equipo", recuerda, "pero el 9 de abril tomaron las Malvinas y me llamaron otra vez. Y estuve hasta el final de la guerra".
"Al principio, vivíamos en pozos", recuerda el técnico; "como los temporales de agua y nieve eran constantes, se inundaban. Para refugiarnos mejor, construimos casamatas. Pero entonces nos hacíamos visibles. Cuando prepararon el ataque final, los británicos buscaron destruir todos nuestros radares con helicópteros. Una noche confundieron mi casamata con un radar y nos atacaron. Nos estaban bombardeando desde los buques y no escuchábamos ni veíamos nada. Pero, de casualidad, el capitán detectó el helicóptero y nos llamó para derribarlo. En el momento en que salimos, caminamos 10 o 15 metros y vimos el resplandor de las coheteras. Mi compañero Sergio Leal hizo cinco metros. Yo, unos 10. La casamata estalló. La onda expansiva nos tiró contra el piso. Cuando vimos al capitán, le dije: "Sin querer, nos salvó la vida".
"Fue el destino", dice De Felippe, que repasa los acontecimientos como una cadena casual; "por querer jugar al fútbol, salvé la vida. Pedí permiso para entrenarme, fui a un campeonato de tiro, salí cuarto y eso hizo que me uniera a un capitán que me llamó en el momento justo".
Habla de la experiencia del combate como de un suceso precipitado, alienante, siempre vinculado al contacto con su arma de 11 kilos, la ametralladora MAG, y con los efectos de la adrenalina. "Hacía 20 grados bajo cero, pero, cuando tienes que desplazarte en la oscuridad y hacer movimientos para efectuar el tiro, la ropa te molesta. Sientes mucho calor. Sin siquiera darte cuenta, acabas en mangas de camisa".
Muchos de los 10.000 conscriptos veteranos de Malvinas nunca encontraron una ocupación al regresar. Hasta 2004 no cobraron una pensión. El Estado la fijó en 700 pesos mensuales (unos 200 euros) retroactivos. Según publicó Edgardo Esteban en Página 12, los efectos psicológicos provocaron más de 500 suicidios.
"La reinserción fue durísima", recuerda De Felippe; "aquí se tapó todo. No se hablaba. Somos un país que no está acostumbrado a la guerra como otros. Mi madre, que aún vive, nunca me preguntó cómo me fue. Ni mis amigos ni mi familia estaban preparados para preguntarme nada. Era una situación rara. Ibas a ver a tu grupo de amigos y se hacía un silencio. Un vacío. No sabían cómo abordarte, cómo relacionarse. Nadie te preguntaba: '¿Cómo estás? ¿Qué te pasó?'. Al principio la Administración lo tapó todo bajo la alfombra".
"La nuestra es una sociedad muy exitista", reflexiona; "lo relaciono también con el deporte. En Argentina, si no ganas, eres un desastre. No sirves. Tal vez nos marcó el hecho de que la guerra se perdiera. Los combatientes fuimos los derrotados".
La mayoría de los veteranos regresaron a un mundo incomprensible. Un país en transformación. Una sociedad moralmente desorientada. De Felippe tenía 19 años y se aferró al fútbol, que es un orden, un lenguaje, y una manera de pensar. "Yo jugaba de cinco", dice; "regresé de Malvinas y me tuvieron tres días en los cuarteles. Nos dieron ropa y comida y nos largaron a la sociedad. Ahí mismo volví a Huracán. Entonces el fútbol me volvió a salvar la vida. Me ayudó a reinsertarme".
"Los excombatientes no tenían quien los escuchara", dice De Felippe; "pero yo tuve la suerte de caer en un grupo de fútbol, como son todos los de 30 jugadores en cualquier club del mundo. En Argentina los futbolistas se destacan por la desinhibición para jugar y para expresarse dentro de una cancha. El primer día de concentración, en la cena, los compañeros me llamaron: 'Ven, siéntate aquí. ¡Cuéntanos! ¿Qué te pasó allí?'. Quizás esas simples palabras fueron las que le faltaron a todos los excombatientes. Yo tuve la suerte de poder liberar así todas esas cosas que llevaba dentro. Por eso digo que el fútbol me salvó la vida varias veces: me dio la motivación para volver de Malvinas a cumplir mi sueño de ser jugador y me permitió sentirme uno más dentro de un grupo".
En el clima frenético del fútbol argentino. De Felippe reconoce que es un elemento extraño. "La guerra me enseñó que la vida no pasa por los resultados de fútbol", dice; "los entrenadores en Argentina nos sentamos en la silla eléctrica domingo a domingo. Yo, no. Yo soy un obsesivo del trabajo diario. Pero, si pierdo, la amargura no me dura más de 10 minutos".
Ahora que España ha sido eliminada del Mundial, quedémonos con los buenos recuerdos, aferrémonos a nuestros equipos de adopción y disfrutemos del fútbol sin más, sin darle importancia a los resultados.
Tremendo testimonio. La historia no es que de para un relato o una novela como dices, es que incluso da para pensar en resucitar al mismísimo Hugo Pratt y que la ilustre!!!
ResponderEliminarAcá lo cuenta el propio Omar http://www.youtube.com/watch?v=49pB0hg_vvk
Pues a falta del Maestro aplícate tú a la tarea que seguro que también lo bordas.
EliminarY gracias por el extra del vídeo. Voy a intentar meterlo al final de la entrada.
Un abrazo
No puedo. Lo subo a mi google+.
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