miércoles, 17 de junio de 2020

FÚTBOL Y LITERATURA (II)


Crack, un mini libro colectivo sobre el fútbol, la vida y la literatura

El fútbol regresó de esta larga reclusión, o al menos lo hizo a la pantalla de nuestros televisores. Pero, ¿realmente el fútbol andaba desaparecido? Creo que no, porque junto a la reposición de esos partidos históricos que nos brindaba la pequeña pantalla teníamos un puñado de buenos libros dedicados a este deporte. Libros y mini libros, porque hoy voy a hablarles de los segundos.

Fútbol y Literatura

 En concreto de unos mini libros colectivos que bajo el nombre de Crack son una celebración del fútbol, pero también de la vida, la amistad y la literatura. Mini libros de relatos que son una monería, además de gratuitos y digitales; aunque esto último es una lástima, pues dan  unas ganas locas de coleccionarlos en papel. Hasta el momento, la colección la componen seis números; el último de ellos, con una portada a lo A Ghost Story (la película de David Lowery) bellísima, es un Especial Pandemia dedicado "Al lector confinado", para hacerle más llevadera la inacción futbolera y servirle de consuelo.




 Me enteré de la existencia de estos volúmenes gracias a un correo de José de Montfort, "escritor publicado, articulista, bebedor de Voll-Damm y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios)", al que conocía de su paso por la editorial Malpaso, y que es uno de los autores de este colectivo con componentes a ambos lados del Atlántico: Colombia, México, España…; gente joven y de mediana edad a las que les gusta la literatura y el fútbol sobre todas las cosas.

Contraportada de Crack vol. 6, con sus autores debidamente protegidos

 Abre el último volumen de Crack el escritor colombiano Ruben Hurtado (1974), con un magnífico relato titulado Whitiman, una historia triste sobre el fútbol de barrio, la cancha de la escuela de fútbol como tabla de salvación o antídoto a las malas calles.
Whitiman, negro atleta, fue un tipo parado, temperamental y pelión, fue un compinche noble que disfrutó del fútbol del barrio y a diario afrontó los avatares del rebusque y los que ofrece la bala, el perico y la banda. A Whitiman lo conocí en los 90, en épocas del mundial de Italia. junto con él varios fuimos los que hicimos parte de una escuela de fútbol en donde adolescentes y niños del oriente de Cali, confluían. Siempre nos decía el profe Rembert: ¡Aquí de 10 jugadores uno o dos llegarán a la profesional, los demás trabajarán en otras cosas y otros dejarán que decidan por ellos en la calle! ¡Esto es más que un equipo, acá somos una familia y buscamos que ustedes se concentren en algo distinto a lo que pasa en las esquinas!
 El segundo relato, El conejito de la suerte, de Paula Baldrich (Barcelona), trata de los streaming a los que someten a un conejo sus dueños en busca de likes, followers y dinero. Una historia muy loca.
En nueve minutos, Andrea y Javi se acercarán a la caja donde pasa las horas Bad Bunny, le dirán "venga, conejito de la suerte, haznos ricos", lo sacarán de sus rejas y lo llevarán al campo de fútbol de porexpan. Cuando eso suceda, Bad Bunny sabrá qué hacer delante de la cámara y bajo el flash. Como otras veces, pondrá cara de ardilla y se revolcará en el césped de hojas de lechuga, a modo de calentamiento antes del partido.
 La siguiente se titula La Huida, del poeta y escritor colombiano Sico Pérez (Palmira, Valle del Cauca, 1985). Y ahora que lo pienso, en su relato no aparece el fútbol; aunque sí el confinamiento.
En las primeras semanas del confinamiento las noticias se sucedían con tal velocidad que de un día para otro el mundo en el que despertabas era totalmente diferente, la incertidumbre era nuestra certeza. Ahora el estado de alarma es nuestra normalidad, no es que hayamos olvidado cómo eran nuestras vidas antes de todo esto, sino que nos parecen extrañas, un poco fantasiosas. ¿En serio las personas se daban besos y abrazos y tomaban cervezas bajo el sol? ¿Se reunían en multitudes para asistir a conciertos, obras de teatro o eventos deportivos? ¿Las personas salían de sus casas cuando querían sin dar ninguna explicación? cuando Valeria me asalta con estas preguntas le describo con detalle cómo era ese mundo feliz sin omitir lo malo, toda la mierda que nos llevó a esto, lo que considero nuestra responsabilidad, la responsabilidad de nuestra generación, pero no puedo evitar sentirme por momentos como un contador de historias, como si aquello sólo lo hubiera imaginado.
 El cuarto relato es del de José de Montfort (Castellón, 1977) y lleva un título en latín, afortunadamente traducido para los que no pasamos del rosa, rosae: Videmus Nunc Per Speculum Et In Aenigmate (Vemos Ahora A Través del Espejo y en el Enigma). En el texto se mezcla la desazón por la perdida de la pareja con la obsesión por la vulva de ella y la belleza y la poesía amorosa en la sociedad del Antiguo Egipto.
Te juro que ya hace algunos (pocos) meses que no pensaba en tu vulva.
 Me distraía con el trabajo (más o menos) y los amigos. Salir al cine, tomar algo (no demasiado últimamente, sí mucho al principio), ir a la pista de patinaje.
 Pero ha pasado una cosa que no creerás: una pandemia mundial, la primera del s.XXI.
 [Estamos todos confinados obligatoriamente por el gobierno y, por ello, no hay trabajo, nos han hecho un ERTE en la empresa, todos despedidos; nada que hacer en todo el día]
Y cuando parece que en el relato no va a haber sitio para el fútbol, aparece Ronaldinho.

Cromo de Ronaldinho
He leido en un periódico que Ronaldinho, el astro del balón (ahora encerrado en una cárcel paraguaya porque le pillaron con un pasaporte falso), juega al fútbol con sus compañeros de encierro (asesinos, se nos dice) y pierde.
 En Seiscientos segundos sí que no hay fútbol. En su lugar, hay carreras de tortugas y un complejo engranaje de personajes y escenarios del que el autor, el colombiano Darío Rodríguez (Duitama, Boyará, 1977), logra salir airoso.
Una de las tortugas no quiere correr, incluso pretende escapar de la competición.
 De todos modos, la carrera inicia con las demás tortugas atletas.
 Una de ellas defrauda a sus espectadores y dueño: cojea, baja la testa, se detiene. El pequeño amo le grita con denuedo para que realice un mejor esfuerzo.
 La tortuga intenta explicarle entre jadeos a su amo que comprenda su cansancio. Que se ponga en su lugar. Sin embargo, el niño no logra entender lo que su tortuga le está diciendo y se desespera.
 La carrera es ganada por una de las tortugas mejor alimentadas del conjunto.
 Lo sigue la mexicana Teresa Zerón (Tzacotalpan, Veracruz, 1983), con El Principio del Final. En ella no hay fútbol, pero sí un boxeador con cuerpo de futbolista: Oscar Palomino, figura del boxeo en los años 90.

Oscar Palomino
Oscar Palomino era casi un niño cuando en su barrio vio a un amigo que tiraba golpes y se le cayó la boca. Ahí lo definió: quería ser boxeador y llegar a campeón.
 A los catorce años trabajaba en un pequeño bar de plaza Tetuán. Era camarero. Repartía de mesa en mesa, luego limpiaba. Al terminar se apresuraba, ponía la maleta sobre el hombro y sin importar la oscuridad de la noche abordaba un tren que lo dejaba en Gavá.
 Ahí había encontrado un gimnasio de boxeo donde le permitían entrenar. Entre sacos y cuerdas descubrió su sombra y la disciplina de los golpes. También el rigor de una vida seducida por el deporte.
 Terminaba agotado, con la frente escurriendo y los músculos abatidos. Era tanto el esfuerzo que al salir, su ropa, dentro de la maleta, le pesaba aún más. Pero no le importaba, sabía que para combatir como profesional no podía faltar ni fallar.
 El penúltimo relato es Hilos de Vecindario, del colombiano Santiago Noero (Cartagena, 1965). Está ambientado en Edimburgo y hace referencia a la pandemia y la reclusión, pero en él tampoco aparece ningún equipo de fútbol escocés, ni siquiera un mísero balón; aún así se lo perdonamos, y al final hasta le damos un like.
Cuando llegué a Edimburgo me oía un podcast completo cada vez que iba al gimnasio, porque demoraba veintiséis minutos a pie nada más para ir. Para mí, que soy perezoso, el ejercicio es un martirio, y lo hago solamente porque tengo el colesterol alto y un padre con dos bypasses.
 Cierra el volumen Últimas Páginas del Diario de 2021 de John Updike, escrito por Didier Andres Castro (Colombia, 1986), un relato en el que se aúna fútbol y pandemia, y por el que asoma el arquero de Argentina en el mundial de 1990 en Italia.
En la computadora se reproducía un partido del mundial del 90, Goycochea paraba un penal, uno de los dos que necesitaba Argentina para clasificar. Aquel día fue más que Maradona. Vi la pantalla, lo vi darle la clasificación a Argentina, esbocé una sonrisa, pero poco más. Aquella emoción desapareció pronto. Veía el juego de Argentina contra un país que ya no existe, en un deporte que ya dejó de jugarse.

El 30 de junio de 1990, Argentina se clasificaba para las semifinales del Mundial tras vencer por penaltis a Yugoslavia. Para ganar la tanda de penales, Sergio Goycochea tuvo que parar los dos últimos. En semifinales, ante Italia, Goycochea volvió a parar y a clasificar a su equipo en la tanda de penaltis, aunque luego perderían la final contra Alemania.

 Sinceramente, esperaba que todos los relatos tocasen el tema del fútbol, pero la verdad es que no me importó. Es lo que tiene que te guste leer. Además, es un Especial Pandemia y la pandemia sí que aparece por todos lados.

 Si a ustedes también le gusta leer, de otra manera no habrían llegado hasta esta línea, les aconsejo que pinchen sobre el enlace y se  descarguen el libro.

https://drive.google.com/file/d/1slRtgAX0EzlEBRG5XW9v0qDRqpPxjVnk/view

 Yo, mientras tanto, husmearé en los otros volúmenes. Y ya les iré contando.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Muchas gracias a ti, por compartir ese relato.
      Ja, ja. Yo tuve algún galápago, pero nunca se me ocurrió hacerlo competir con otros.
      Un saludo desde Málaga.

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