lunes, 11 de agosto de 2025

QUE NO TE ROBEN LA INFANCIA


Yu Zidi, la patria es la infancia, artículo de Pérez Treviño en EL PAÍS
Fotografía: Pedro Delgado

Hace unos días leí en el diario EL PAÍS un artículo de opinión de José Luis Pérez Triviño, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Pompeu Fabra y director de Fair Play, revista que versa sobre filosofía, ética y derecho del deporte.

 En el texto, José Luis Pérez hacía alusión a la nadadora china Yu Zidi, que a sus 12 años ha asombrado a propios y extraños en el reciente mundial de natación celebrado en Singapur entre el 11 de julio y el 3 de agosto de este año.

 La precocidad de la nadadora ha despertado todas las alarmas y vuelve a abrir el debate sobre lo adecuado de que una niña tan joven compita en un evento de élite con la presión mediática y física que conlleva. El entrenamiento de alto nivel en edades tempranas es algo que llevamos tiempo observando, pero creo que es un error normalizarlo pues, como dice José Luis Pérez, el precio a pagar es demasiado alto. Los niños solo tienen una infancia, y no debemos dejar que se la roben.

Yu Zidi, la patria es la infancia
Opinión
José Luis Pérez Triviño
"La verdadera patria es la infancia". La frase de Rilke resuena como un eco en un mundo que parece haber olvidado su significado. Su sentido no remite solo a la nostalgia, sino a una verdad más profunda: que en esa etapa es donde se fragua el compañerismo, el sentido del asombro, la espontaneidad del juego y los lazos afectivos genuinos. La infancia debería ser tiempo sin cronómetros ni rendimientos. De ocio, no de negocio.
 Yu Zidi, nadadora china de tan solo 12 años, se ha convertido en un símbolo de esta tensión contemporánea. En los Campeonatos Mundiales de Natación celebrados en Singapur, su brillante actuación –incluida una medalla de bronce en el relevo 4x200 metros libres– ha generado una oleada de admiración internacional. Pero también ha encendido una controversia: ¿es adecuado que una niña tan joven compita en un evento de élite con semejante presión mediática y física?
 Es más, esta controversia debe dejar paso a una reflexión más profunda: el cuestionamiento del sentido de la infancia y de cómo el deporte, especialmente en su versión más profesionalizada, debe respetar ese ámbito sagrado de la vida. No todo lo que es posible es deseable, y no todo lo que despierta admiración debe ser imitado. La infancia no es una antesala del rendimiento y del éxito, sino una etapa con valor en sí misma, que exige cuidado, límites y protección frente a las lógicas externas que amenazan con invadirla.
 No se trata de negar el valor del deporte en la vida infantil. Bien concebido, el deporte puede ser fuente de alegría, salud, cooperación y aprendizaje. Pero no debe confundirse con el juego. Lo característico de la infancia no es la competición, sino el juego, sin finalidad externa, sin cálculo ni escrutinio. Cuando el deporte se convierte en obsesión pro el rendimiento, cuando se desdibuja la línea entre formación y profesionalización, entonces deja de ser una actividad saludable para convertirse en una amenaza, no solo física, también para el desarrollo mental.
 El problema no radica en el deporte en sí, sino en la colonización de la infancia por intereses que le son ajenos: intereses económicos, cuando se convierte en contenido monetizable; e intereses políticos, cuando los cuerpos infantiles son movilizados como instrumentos al servicio de proyectos nacionales. En China, esta lógica adquiere un cariz especialmente preocupante. La reforma de su Ley del Deporte en 2023 ha reforzado un modelo estatalista en el que el deportista –incluso el menor– queda subordinado al interés nacional. No se trata simplemente de formar atletas, sino de construir símbolos que encarnen la grandeza de la patria. El sujeto, incluso siendo un niño, se transforma en medio, no en un fin. La patria, en vez de proteger la infancia, la reclama para sí.
 Este contexto se agrava con decisiones recientes en el ámbito mundial. La Federación Internacional de Natación, World Aquatics, se está planteando revisas sus normativas sobre la edad mínima para participar en competiciones oficiales. Actualmente, los menores de 14 años pueden competir si alcanzan las marcas mínimas tipo A. Pero, ¿es ético permitir que niños de 12 años compitan a ese nivel?
 Reducir aún más los límites de edad no sería una medida progresista, sino una concepción peligrosa a la lógica del mercado y de la heroína nacional. Implicaría normalizar la exposición de menores a dinámicas físicas, psicológicas y mediáticas para las que no están necesariamente preparados. Y mandaría un mensaje perverso: que lo importante es ganar, aunque el precio sea renunciar a la infancia.
 Yu Zidi no pidió convertirse en emblema de nada. Y si pudiera hablar, mucho nos tememos que sería para sentirse orgullosa de sus medallas y de su servicio a la patria. Pero quedará la duda de si esto es lo que en otras circunstancias políticas hubiera expresado. Y a pesar de que su aparición en los medios de comunicación sea para mostrarla como modelo, su historia debería servir como una advertencia.
 Las autoridades deportivas no deben caer en el encantamiento de los logros deportivos. En lugar de eso deben focalizar su interés en las personas detrás de los deportistas. No basta con garantizar su seguridad física. Es necesario preservar también su salud mental y el crecimiento psicológico sin cambios disruptivos. Proteger la infancia es resistirse a la tentación de adelantar la edad adulta, aunque aquella traiga éxitos. Es saber decir no, aunque el talento deslumbre, aunque los récords caigan, aunque las medallas brillen.
José Luis Pérez Triviño
EL PAÍS, domingo 3 de agosto de 2025

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