Breviario del viejo corredor, de Lluís Alabern Siruela Biblioteca de Ensayo Fotografía: Pedro Delgado |
La primera vez que me presenté a las pruebas del INEF, que hacían media con la nota de selectividad, no conseguí entrar (lo logré al segundo intento). Había estado entrenando para un campeonato de España y apenas había tenido tiempo de prepararlas. A pesar de ello, no arrojé la toalla, y al año siguiente compaginé mis entrenamientos de atletismo con la preparación de las pruebas; con más rigor, sobre todo, los meses previos. Además, como plan B, me matriculé ese año (1985-86) en la Escuela de Arte de San Telmo y en un monográfico de dibujo en el que encajábamos estatuas helenísticas con carboncillo y lápiz de grafito en grandes pliegos de papel Ingres o en cartulinas de colores.
Dibujos de estatuas a lápiz y carboncillo, de Pedro Delgado Taller monográfico de dibujo en la Escuela de Arte de Málaga (1985-1986) Fotografía: Pedro Delgado |
Tenía claro que si, a la segunda, no entraba en el INEF, entraría en la facultad de Bellas Artes, que recién abría sus puertas también en Granada.
Y es que, junto al atletismo, yo sentía desde mi época de escolar una gran pasión por el arte, que me llevó con 14 años a cursar un año de estudio de dibujo en la Escuela de Arte, ubicada por entonces en la plaza de la Constitución, donde se encuentra ahora el Ateneo. Allí, en la misma sala donde impartió docencia el padre de Picasso, me daba clases Don Luis, un señor mayor y entrañable del que guardo un grato recuerdo. El otro profesor era Don Mariano, un hombre pelirrojo más joven que el anterior, con el que aprendían dos vecinos de mi mismo barrio (uno de ellos, José Ruiz Blanco, llegaría a ser un excelente pintor realista). Ellos ya llevaban allí algún que otro curso, y dibujaban con increíble facilidad y suma pericia las estatuas de escayola que adornaban la sala. Yo tuve que conformarme con empezar por los moldes de las figuras geométricas, las hojas de plantas, los ramilletes de cerezas y los detalles de la cabeza: un ojo, una oreja, una nariz..., cosas que luego también haría, pero en barro, en la asignatura de modelado en San Telmo.
Dibujos a carboncillo de Pedro Delgado Antigua Escuela de Arte de Málaga, curso 1980-1981 Fotografía: Pedro Delgado |
Trabajos de modelado de Pedro Delgado Escuela de Arte de San Telmo de Málaga, curso 1985-1986 Fotografía: Pedro Delgado |
Aquellos estudios los dejé al año siguiente para matricularme de Inglés en la Escuela de Idiomas, pues en el instituto siempre arrastraba esa asignatura, junto a las Matemáticas, de un curso para otro. Aunque al inicio empecé estudiando (aquellos famosos Do you / Would you like a cup of coffe? y Where's the Kent Road?) y aprobando los exámenes, luego, concentrado en el arreón final del bachillerato, descuidé aquel libro de inglés de tapas rojas (¿dónde andará?) y suspendí.
Lamentablemente, no volví a mis clases de dibujo, aunque siempre mantuve la afición a través de libros, fascículos y probaturas por mi cuenta con lápices de colores, grafitos, ceras y acuarelas.
Estación de mercancías en el puerto, acuarela de Pedro Delgado (1986) Fotografía: Pedro Delgado |
Tras las pruebas de acceso a la universidad del año 1986, me encontré con que había conseguido entrar en el INEF y en Bellas Artes, y que en cuestión de días debía decidir con qué carta quedarme. En un primer momento, mi reacción fue optar por las dos: matricularme de todas las asignaturas del INEF y de una o dos de Bellas Artes, pero eso no era posible: debías matricularte de todas las asignaturas y en clase era obligatoria la presencialidad. Yo ya era muy conocido en Málaga en el mundo del atletismo, e intuía que me resultaría más fácil encontrar un trabajo relacionado con el deporte al terminar mis estudios. Además, pensaba que aquella carrera me iba a permitir compaginar mejor los estudios con los entrenamientos. Así que, con todo el dolor de mi corazón, tuve que despedirme de mis estudios de Bellas Artes, del sueño adolescente de ser uno de esos pintores bohemios de Montmartre. Por supuesto, guardo aquella carta de admisión con cariño, sabedor de que mi vida seguramente habría sido otra muy distinta de haber tomado aquel camino.
Estudié la carrera de Educación Física en el INEF, aprobé mis oposiciones, seguí corriendo y no volví a dibujar ni a pintar nada. Y si lo hice años más tarde, fue a través de Lucía, viendo en ella, en sus bodegones y sus cuadros de temática marroquí y en sus escenas de Nueva York, una proyección del pintor que me hubiera gustado ser.
Óleos de Lucía Rodríguez Vicario http://luciarodriguezvicario.blogspot.com/p/obra-grafica.html |
Y por qué les hablo de todo esto, se preguntarán ustedes, si voy a reseñarles un libro, un librito por sus reducidas dimensiones, que lleva por título Breviario del viejo corredor.
Pues porque su autor, Lluís Alabern (Barcelona, 1968), se ha pasado toda la vida compaginando esas dos pasiones: dibujar y correr.
Siempre quise una vida desmesurada, bohemia, artística, hedonista. una vida comprometida con mi tiempo, con los paisajes, una vida, también, heróica.
Empecé a correr a los trece años en las pistas universitarias de Ciudad Central. Todos los niños corren y dibujan, quieren ser exploradores, aventureros, pero en la adolescencia muchos paran. Yo no paré. Ya he cumplido los sesenta, sigo corriendo, dibujando, aún sin rumbo, motivado por la aventura, pero sin horizontes. No tengo una vida desmesurada, pero sí comprometida con los montes, campiñas, bosques, acantilados y mares.
Mi cuerpo ha cambiado. Quiero seguir corriendo. Conozco a unos cuantos corredores ancianos, maestros de la prudencia, el esfuerzo y la gestión del dolor. Casi todos corrían cuando eran jóvenes y siguen haciéndolo a edades en las que no es fácil encontrar motivación. Ancianos de cuerpo nervudo que aman zambullirse en un río helado, pedalear por senderos y carreteras secundarias, correr casi a diario por caminos de grava, subir montañas.
Pero ojo, como ya nos advierte LLuís Alabern en la introducción, no busquen en este libro una guía con métodos, consejos y preceptos para alcanzar meta alguna.
[...] no habla tampoco de técnicas ni de equipamientos ni de fisioterapias.
No. Lluís nos habla aquí del correr como identidad, como refugio, como acto sagrado, como parte de la historia. Lo que encontrará aquí el lector serán «fragmentos hilvanados, reflexiones de un viejo corredor en las que se mezcla el correr con el dibujar y la orografía con la vida».
Puedes imaginar una línea de puntos cada vez que encuentres el verbo correr. Puedes imaginar, entonces, que escribes sobre esa línea la palabra dibujar. Puedes hacer el ejercicio inverso. Correr y dibujar han devenido, con el paso de los años, dos de mis actividades nucleares.
Porque como yo, como tantos otros niños, Lluís empezó a dibujar casi al mismo tiempo que a correr; aunque al contrario que muchos de nosotros, él no ha dejado de dibujar. Y es por eso que en esta epístola en forma de breviario abundan las referencias al arte, y nombres como Àngel Jové, Milton Glaser, John Ruskin, Jan Fabre, Ana Mendieta, Zong Bing, Fa Kuan, Ma Yuan, Xia Gui, Félicien Rops, Ricard Opisso, Caspar David Friedrich o Rockwell Kent salpican sus páginas. Y junto a ellos, grandes naturalistas o viajeros de la talla de Thoreau, Gary Snyder, Vladímir Arséniev, Tim Ingold, Robert Macfarlane, Sylvain Tesson, Claudio Magris, Werner Herzog o Bruce Chatwin.
Hablamos, poeta anciano, de un hombre que rompe con el orden natural que lo empuja a la pereza. Thoreau, en su tratado Caminar (1861), comenta: «A medida que el hombre envejece aumenta su disposición para la inmovilidad y las ocupaciones caseras». El corredor de caminos anciano rompe con ese postulado tan humano, vuelve al estado salvaje que lo obliga a estar siempre alerta, siempre moviéndose. Se adentra en el camino que no conoce para llegar al lugar desconocido. «Cuando quiero relajarme, busco el bosque más oscuro, o el pantano que, a ojos de mis conciudadanos, resulta más impenetrable y lúgubre. Camino por allí como por un lugar sagrado, un sanctasanctórum. «Allí está la fuerza, la médula de la naturaleza», concluye Thoreau.
Trotar adentrándose en el bosque pone en funcionamiento los resortes de la atención. Nos conecta de nuevo con la naturaleza. Solo si dibujamos sin rumbo, solo si nos adentramos en la densa vegetación de lo desconocido, el dibujo nos llevará a un nuevo sitio. «Vivir es dejar que las cosas pasen», comentaba el artista catalán Àngel Jové hace bastantes años a propósito de una exposición en el Centre d'Art Santa Monica (La Vanguardia, 1 de febrero de 1991). Esa frase le ha venido muy bien a mi cotidianidad no pocas veces. Se ha convertido en un catalizador que cultivo. Se trata, pasados los sesenta todavía me lo recuerdo a menudo, en efecto, de dejar que las cosas pasen. Olvidar este axioma se convierte en el germen de la angustia. No hay nada que buscar. Nada hay que forzar en el camino. Se trata de permitir que las cosas pasen. Hay que observar con detalle. Condescender con la naturaleza para que sea salvaje, pues, como escribió Thoreau, solo nos renueva la presencia de la naturaleza no sometida al hombre: «La vida coincide con lo salvaje. Lo más vivo es lo más salvaje».
Lluís Alabern comenzó a correr en competiciones escolares a los trece años, en la prueba reina del atletismo, los 1.500 metros, y lo hizo de la mano de Luis Miguel Landa, el que fuera campeón de España de maratón en el año 1973.
A los treces años, corría en las pistas universitarias, competía. Modulaba a lo largo de 1.500 metros los límites, las fuerzas. Aprendí a correr forzando, a esprintar antes que mis compañeros de carrera, a hipertrofiar las zancadas, para ganar.
***
Mi entrenador, en el colegio de la infancia, fue el atleta Luis Miguel Landa. Un hombre serio que me instó a correr medias distancias y me enseñó a gestionar el dolor y a aprovechar el extraño recurso, para un niño de trece años, del esprint para ganar. Salvo en aquellas competiciones de atletismo escolar, nunca más he vuelto a utilizar el esprint para ganar. Aprendí que, cuando parece que ya no quedan fuerzas, el cuerpo, inyectado de adrenalina, encuentra potencias inesperadas. Me prohibió fumar y fue el primero que señaló el correr como algo natural, algo intrínseco a la actividad humana.
Lluís Alabern con catorce años, cuando quería arañar segundos al crono Fotografía: Archivo personal de Lluís Alabern (Polaroid de 1982) |
Aquel mundillo quedó atrás, pero Lluís siempre siguió corriendo, trotando por los alrededores de su hogar o por los lugares a los que viajaba. También por el Montseny o la Costa Brava cuando descubrió el placer de correr por la naturaleza. En el año 2012, lejos de la forma y del tipo que tenía cuando corría de adolescente en las pistas universitarias de la Ciudad Central, quiso poner a prueba sus límites y se inscribió en algunas carreras de montaña, participando, entre otras competiciones, en varias ediciones de la Trail Sant Esteve y de la Marató del Montseny.
Lluís Alabern con M. (Marató del Montseny 2012) Fotografía: Archivo personal de Lluís Alabern |
Lluís Alabern en la Trail Sant Esteve 2013 Fotografía: Carmen de Tena |
Lluís Alabern en su última competición (Marató del Montseny 2015) Fotografía: Archivo personal de Lluís Alabern |
Sin embargo, después de su última maratón alpina, la edición de 2015 del Montseny, Lluís Alabern decidió dejar de competir.
Ahora corre por correr. Sigue haciéndolo por la naturaleza, pero lo hace sin dorsales, sin cronómetros ni entrenamientos. Corre despacio, cada vez más despacio, «como un topógrafo que utilizara sus pies para acotar los montes». A veces duda de por qué lo hace, si por el disfrute del paisaje, porque cuando corre todo es instante y sólo hay el aquí y el ahora, o por vaya usted a saber.
No sé por qué corremos y dibujamos. Poco importa a estas alturas. Sé que seguiremos haciéndolo, y eso me basta.
Si sus carreras alpinas me traen a la mente mi participación en la maratón del Aneto*, sus dudas me recuerdan la entrada que escribí en mi blog al respecto: ¿Por qué seguimos corriendo?**
Pedro Delgado Fernández Mini Maratón Peña el Bastón, 28 de marzo de 1981 |
**https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2016/05/por-que-seguimos-corriendo_26.html
Pedro Delgado en la cumbre del Aneto Nike Aneto X - Treme Marathon 1999 |
*https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2016/03/de-ultra-trails-maratones-alpinas-y.html
Lluís Alabern nos habla de muchos cosas en su breviario. Entre ellas, de la disposición innata del hombre para correr largas distancias, herencia de nuestros ancestros cazadores; de escuchar a nuestro cuerpo y no sobrepasarnos; del anciano corredor Pep de les Aigües, anarquista y pacifista; del campeón del mundo de ultramaratón (a los cincuenta y ocho años) Marco Olmo; de Murakami y Christopher McDougall; de la leyenda de la bella Pirene y la creación de los Pirineos; del camino de Ronda de la Costa Brava; de la momia Ötzi, «el hombre de los hielos», que hallaron unos alpinistas en los Alpes suizos; y, poniéndonos un nudo en la garganta, de José, su abuelo de los veranos montañeses.
En la posguerra, el que vivía en la montaña era sospechoso. Topo, maqui, contrabandista, brujo, lobo, cuélebre, terrorista. Todo eso es el montañés. Pesa en Asturias la revuelta del 34. No la olvidan los Nacionales. Hay que expurgar cerros, andanadas, cada cueva, los bosques y sus musgos. Se persigue a todos. Primero se sacude y luego se pregunta, y, como alguien rechiste, se le descerraja un tiro en el rostro y se le quema la casa. Atan a José al parachoques del Land Rover y lo arrastran varios kilómetros por los pedregales que unen los pastos superiores con el pueblo. Se lo llevan a una celda y lo hostian hasta aplastarle el carácter tosco que tiene. José no es nadie, se han equivocado, no esconde nada, lleva un jornal a su familia, solo es un minero curtido que camina muchos kilómetros todos los días para cuidar los rebaños de los pastos superiores cuando sale de la mina. José jamás perdonará. No podrá perdonar nunca a nadie con uniforme.
Mi gato Tom, acuarela de Lluís Alabern https://performanceconpdeperdedor.blogspot.com/2012/03/tom-nuestro-gato |
Lluís Alabern trabajaba en los años ochenta como delineante mientras estudiaba arquitectura. Más tarde estudió arte, y al acabar la carrera comenzó a trabajar como técnico en varios museos. Actualmente es jefe de Museografía del Museu Nacional d'Art de Catalunya.
Lluís Alabern (Barcelona, 1968) Fotografía: Archivo personal de Lluís Alabern, 2013 |
Y como ven en la fotografía, le gusta el arte de la performance.
«¿Hay algo más bello que saber que nadie puede poseerte? Por eso el arte de la performance es un medio tan importante. Pone en cuestión la esencia del arte. Y conforma al artista con sus propios límites físicos y mentales», escribe el artista y dramaturgo Jan Fabre en sus diarios. Correr, viejo corredor, es una forma de ser libre. Cuántas veces habré roto las cadenas de la cotidianidad calzándome unas zapatillas y saliendo a los montes.
Cuando estudiaba en la Facultad de Arte, me preguntaba a menudo, cómo hacer arte sin apenas arte, un arte vacío, limpio y preciso, directo, libre, un arte transparente para un mundo lleno de ruido. Corría y dibujaba por aquel entonces, pero no era consciente de que ahí, justo ahí, se encontraba todo el arte del que yo era capaz. Buscaba un arte de actitud, un arte donde verter ideas más allá de las formas. Tardé años en descubrir los vacíos del correr en los grandes espacios en blanco del papel, un lugar en el que ser, un espacio de libertad. Corredor anciano, más allá de los sesenta años, eso es todo a lo que aspiro: al silencio del trote, a los espacios en blanco.
Moleskine de Lluís Alabern, 2009 (con Christiaan Barnard) Fotografía: Archivo personal de Lluís Alabern |
«A quienes tienen la suerte de librarse de morir jóvenes se les privilegia con el preciado derecho de ir envejeciendo. Les aguarda el honor de su progresiva decadencia física», dice Murakami. A esos corredores viejos, va dedicado este libro.
Un día llegará en el que los pies no puedan correr. Un día, muy lejano, confío, quizás las manos ya no sirvan para dibujar. Viejo trota caminos, no desfallezcas. Correr y dibujar son actividades mentales. Mientras queden sentidos con los que sentir, mientras huelas el humus de los bosques, recuerdes las curvas de nivel, sientas el viento azotar el rostro, puedas rememorar el rumor del lápiz sobre la fibra de papel, la poesía será posible.
***
Ahora sé, anciano corredor, que dibujo montañas por la añoranza que sentiré el día que no pueda correr por ellas.
Correr, como viajar, tiene que ver con la muerte. «Sólo la muerte frena el trote. Pero ahí donde se para en seco el trotar, empiezan las zancadas de los siguientes».
Breviario del viejo corredor, de Lluís Alabern (Siruela) Fotografía: Pedro Delgado |
Nota: Les invito a visitar mi otro blog, Carta desde el Toubkal, para conocer otros aspectos de este ensayo, en un artículo que lleva por título Viajar tiene que ver con la muerte.
https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2023/11/viajar-tiene-que-ver-con-la-muerte.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario