miércoles, 22 de mayo de 2019

LA OTRA MARATÓN


Escribir un libro es como correr una maratón
Fotografía: Lucía Rodríguez

El pasado verano leí un artículo de Kate McKean, vicepresidenta de la agencia literaria Howard Morhaim, que llevaba por título No, no todo el mundo tiene un libro dentro. El encabezado secundario resumía muy bien el texto: "Con frecuencia la gente piensa que una historia, ocurrencia o aventura, merece ser puesta por escrito y publicada. Pero no todo sirve para una obra, ni todos somos buenos escritores", y en la parte final hacía una comparativa deliciosa entre escribir una novela y correr una maratón.
Si está usted leyendo esto, es muy probable que sepa escribir. Seguramente domina el idioma y es capaz de transmitir sus ideas mediante palabras. Pero eso no significa que pueda escribir un libro. 
 Pongámoslo así: yo corro desde que tenía un año. ¡Casi 40 años corriendo! Pero sería completamente incapaz de correr una maratón. No estoy capacitada físicamente para hacerlo aunque puedo correr varios kilómetros seguidos. Escribir un libro es una maratón. Hay que entrenarse, practicar, comprender cuáles son los propios puntos fuertes y débiles, y trabajar mucho para superarlos. Se necesita ayuda, comentarios y apoyo, y hacerlo muchas veces antes de que se llegue a correr la mejor carrera. Escribir un libro que alguien quiera leer es correr la mejor maratón posible. Nadie lo hace de buenas a primeras, y pocos escritores tienen el aguante necesario sin un entrenamiento riguroso.
 Si usted quiere escribir un libro, escríbalo. Es maravilloso, horrible, gratificante y demoledor, todo al mismo tiempo. Pero hágalo porque quiere, no porque alguien se lo sugirió una vez. Tenga en cuenta lo que implica antes de empezar, para que sus expectativas y sus objetivos sean razonables. No tiene que escribir para que le publiquen su historia, ni tiene por qué publicar con un editor clásico. Hay muchas otras opciones, si lo único que quiere es tener en sus manos un ejemplar de su relato. Simplemente tenga cautela cuando la gente bienintencionada pero completamente desinformada le dice que debería escribir un libro.
 Yo acabo de terminar de leer uno que es una pequeña joya para los que gusten de la literatura y de escribir relatos o novelas con mayor o menor habilidad. Se trata de Cómo piensan los escritores. Técnicas, manías y miedos de los grandes autores, de Richard Cohen (Birmingham, 1947), editado por Blackie Books con dos portadas opcionales –ambas ilustradas por Cristóbal Fortúnez– para que los lectores puedan elegir: la de Jane Austen o la de Mark Twain, que es la que yo tengo.


 Además de escritor y editor, Richard Cohen fue esgrimista profesional, compitiendo en Sable individual y por equipos en dos juegos olímpicos (Montreal 1976 y Los Ángeles 1984) y en dos campeonatos del mundo (Lyon 1990 y Budapest 1991), siendo su mejor clasificación la de Los Ángeles: octavo por equipos y vigésimo primero en la individual. Y si uno curiosea por internet puede ver que todavía sigue en plena forma, aunque ya compitiendo en  la categoría de veteranos. Como muestra, la fotografía del Campeonato del Mundo de Veteranos de 2017 donde Richard Cohen se colgó dos medallas.

Richard Cohen (Sable Cat. C), Kola Abidogun (Florete Cat. A) y Mike McKay (Florete Cat. A)
Campeonato del Mundo de Veteranos de Esgrima 2017. Fotografía: Gillian Aghajan

 Cohen entra a matar con el sable, y abre en canal algunos de los intríngulis con los que se puede topar un escritor: cómo redactar las primeras y las últimas líneas de una novela, la creación de los personajes, el punto de vista narrativo,  el ritmo de la prosa o el manejo de los diálogos, entre otras muchas cosas.
 Son legión los escritores que desfilan por sus páginas: desde los Mark Twain y Jane Austen de las portadas, a Tolstoí, Turguénev, Chéjov, Nabokov, Dickens, Joyce, Stevenson, Kafka, Flaubert, Camus, Borges, Virginia Woolf, Thomas Mann, Norman Mailer, Stephen King, Martin Amis, Iris Murdoch, Carver, Cheever, Vonnegut y un larguísimo etcétera. Lástima que se olvide de los autores españoles –imperdonable lo de Cervantes– y que los hispanoamericanos apenas estén representados.
Stendhal, muy alabado por la claridad de su prosa, se limitó a decir: "Copio el Código Napoleónico", el código civil francés promulgado por Napoleón Bonaparte en 1804, que subrayaba la importancia de que las leyes fueran claras y comprensibles.
*** 

Y así aprendí que en un relato quitar líneas es como avivar un fuego. No se nota la operación, pero todo el mundo nota el resultado. 
Rudyard Kipling 

 ***

 En 1872, un vecino de Tolstói dejó a su amante, Anna Pirogova. El ferrocarril acababa de llegar hasta la provincia y, desesperada, Anna corrió hacia las vías y se tiró al paso del tren. El cuerpo fue llevado a una cochera cercana y Tolstói, al conocer la tragedia, viajó hasta allá para ver los restos, pese a que había conocido a la mujer en vida. No le ponemos peros a que Anna Pigorova sea la inspiración de Anna Karénina, ni a que una hasta entonces desconocida madame Delphine Delamare, tras sus reiterados adulterios como esposa de un desatento médico rural, en 1850 decidiera envenenarse y pasara a convertirse en el modelo de Emma Bovary.
 ¿Por qué Nabokov llamó Lolita a Lolita?, ¿qué pensaba Mark Twain de sus lectores?, ¿por qué Tolstói dijo que todas las familias felices se parecen?, ¿por qué Virginia Woolf creía que el ritmo es lo más importante?, ¿por qué según García Márquez todo está en la primera frase?, ¿por qué Madame Bovary nos parece tan sensual y por qué Martin Amis dice que es imposible escribir de sexo?, son preguntas que atraen como un cebo desde la contraportada. No se preocupen, que no voy a desvelarles ninguna de ellas.
 Lo que sí les voy a proponer es un juego, el que Richard Cohen nos muestra en el capítulo que le dedica al argumento, una actividad para las clases de literatura que ilustra "el hecho de que la línea argumental más básica puede evolucionar si se le añade causalidad e información".
¿Qué hace que una historia tenga éxito? Hace algunos años intenté responder esta pregunta con ayuda de unos sesenta estudiantes de la Universidad de Kingston. Acompañé mi charla con una clase práctica de una hora, en la que pedí a los participantes que jugáramos a las Consecuencias: todos tenían que coger un trozo de papel y escribir un nombre (de varón, igual que ahora). Después se lo pasaban a la persona que tenían al lado. Esta, a su vez, debía añadir otro nombre, así A conocería a B, el segundo nombre. Los alumnos tenían que pasarse los papeles otra vez. La tercera anotación correspondía al lugar en el que A y B se habían conocido. Después debían seguir con "lo que él le dijo a ella", "lo que ella le dijo a él", "y la consecuencia fue", "y el mundo dijo". Siete entradas en total que dieron pie a unas sesenta historias bastantes disparatadas. 
 Les pedí a algunos estudiantes que leyeran la historia que había acabado en sus manos, y todavía recuerdo una de ellas: 
Adolf Hitler 
(conoció a) 
Jane Austen 
cerca de la rotonda de la feria. 
(Lo que él le dijo a ella): Mi madre me dijo que tuviera cuidado con las chicas como tú. 
(Lo que ella le dijo a él): ¿A quién le importa el qué dirán? Yo siempre te he querido, ya lo sabes. 
(Y la consecuencia fue) 
La emigración en masa por toda Bélgica. 
(Y el mundo dijo) 
Qué bonita pareja hacen. 
 Después de que algunos alumnos leyeran en voz alta sus historias, les pedí a todos que añadieran caracterización, contexto e información secundaria al relato que había acabado en su pupitre. Que aquellas invenciones fueran, cuando menos, surrealistas no importó: las historias revisadas que leyeron los estudiantes ya transmitían algo distinto. Hitler ahora jugueteaba con su bigote. Jane Austen no podía controlar su sonrojo. El encuentro en la rotonda de la feria se había producido de noche, mientras por las casetas deambulaban pandillas de punkis. Y Hitler, al saber que había conquistado el corazón de una noble dama, se sintió animado para conquistar Bélgica, de modo que la historia ya tenía causa y efecto.
Cómo piensan los escritores, de Richard Cohen (Blackie Books, 2018)
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Flaubert decía que un escritor en potencia debía leer quince mil libros para poder ponerse a escribir, así que si ustedes piensan aplicarse a ello, y apuntarse a esa otra maratón, bien pueden empezar por este.

Nota: Los textos a color pertenecen a la primera edición de Cómo piensan los escritores, de Richard Cohen, editado por Blackie Books en septiembre de 2018, con la traducción a cargo de Laura Ibáñez. Ojalá la edición tenga un largo y fructífero recorrido y que ello les anime a traducir y editar The Seven Basic Plots: Why We Tell Stories, de Christopher Booker, un volumen de más de setecientas páginas publicado en 2004, calificado como "un excelente resumen del arte de narrar".

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