viernes, 20 de diciembre de 2024

CORRER ES UNA FILOSOFÍA. POR QUÉ CORREMOS (II)


Correr es una filosofía. Por qué corremos
Gaia de Pascale (Duomo Ediciones)
Fotografía: Pedro Delgado

Como ya les adelanté, continúo aquí la reseña de Correr es una filosofía. Por qué corremos, de Gaia De Pascale, editado por Duomo Ediciones en una traducción de Elena del Amo y Beatriz Galán Echevarría.

 Si no leyeron la primera parte de la reseña, donde comentaba los cinco capítulos iniciales, les animo a hacerlo ahora clicando sobre el siguiente enlace:

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2024/11/correr-es-una-filosofia-el-por-que.html

 Y si ya lo hicieron, pueden continuar con la lectura por donde nos quedamos.

 El capítulo sexto de Correr es una filosofía. Por qué corremos lleva por título La vid y la llama, y en él la autora nos habla de carrera y locura. ¿Carrera y locura? Pues sí, porque a veces hay que estar un poco cuerdo para correr desnudo tal cual los antiguos corredores griegos, como hacen los participantes de la Bare Buns Fun Run, «La carrera de los traseros desnudos», que se celebra en una zona boscosa de Washington el último domingo de julio sobre una distancia de 5 kilómetros.

Camiseta de la Bare Buns Fun Run

 Esa es una de las muchísimas carreras locas que existen en el mundo. Como la retrorunning, en la que se corre hacia atrás.

Andar como los cangrejos no es nada fácil: no sólo requiere una buena dosis de equilibrio, sino que además los músculos empiezan a doler mucho antes de lo acostumbrado. De hecho, se exige la acción de puntos del cuerpo distintos respecto a los que son llamados a cumplir con su deber en las carreras clásicas, y para hacerlo conviene estar lo más posible de puntillas, cosa que, a la larga, provoca calambres.

 De esta forma de correr podría hablarnos largo y tendido el granadino Jorge Herrera, que participó en un programa de televisión en el que el reto era correr hacia atrás. He intentado buscar las imágenes, sin éxito. Seguramente se parecería a ver rebobinar la cinta de una película.

 En Sondershausen, en el estado de Turingia (Alemania), se corre en una vieja mina de sal, a 1.600 metros de profundidad, la Crystal Mine Marathon.

Crystal Mine Marathon, Sondershausen (Alemania)

 Pero para estrambótica y loca la Krispy Kreme Challenge, la K2C Run, que se celebra en Carolina del Norte: la distancia a recorrer es de 8 kilómetros, pero en el cuarto hay que detenerse para comer ¡doce donuts!

Krispy Kreme Challenge (K2C Run), Carolina del Norte (EE. UU.)

 De esta y otras carreras nos habla Gaia De Pascale. Pero no hace falta participar en ellas para que nos tomen por dementes –de hecho, durante mucho tiempo, antes de que las carreras se pusieran de moda, ya fuimos vistos como locos por el común de los mortales–. Incluso hoy día, para muchos, el mundo sigue dividiéndose en dos categorías: los que corren y los que no. Los locos y los cuerdos. Aunque para los primeros los locos puedan ser los segundos. 

No hay nada que hacer, el mundo se divide en dos categorías: los que corren y los que no. Para los que nunca han experimentado la embriaguez de la carrera, todos los corredores parecen un poco tocados. Los motivos son muchos: los apasionados por la carrera se entrenan bajo cualquier condición atmosférica, en cualquier lugar y a cualquier hora. Por eso no es raro ver personas que corren por las calles al amanecer, bajo el diluvio, en la pausa de la comida en pleno calor del verano...

 Bendita locura la mía. Bendita locura la nuestra. La autora también nos habla en este capítulo de los efectos terapéuticos de la carrera para la curación de algunas enfermedades mentales, como la depresión. El psiquiatra americano Thaddeus Kostrubala, autor del libro El placer de correr, «no se limitaba a hablar con sus pacientes: se ponía las zapatillas de deporte y salía a correr con ellos, convencido de que esta práctica podía aportar más beneficios que muchas píldoras». Casi cuarenta años después los controvertidos estudios de Kostrubala, podemos afirmar «la capacidad de la carrera para actuar de manera positiva en la psique. La carrera ayuda a eliminar la angustia y el estrés, favorece el desarrollo de un ritmo más regular del sueño y mejora el humor».

 La carrera no es solamente un paréntesis de la vida. Es un modo de entender la vida misma. Ella misma es una vida y sus «normas fuera de la norma» se vuelven borrosas, se exponen, hasta anular la distinción entre lo que es normal y lo que no lo es: cada individuo, en cada momento de su existencia, independientemente de su edad, estatus social, forma física, puede decidir empezar a correr y saltar así a la otra parte de la línea de la normalidad.

 Saltemos nosotros ahora al séptimo capítulo, Casi animales (Carrera y cuerpo).

 Aquí asoma la famosa frase que Salvador Moreno López tenía en el reverso de su tarjeta de visita, la de la añorada página web El loco que corre y su You'll never run alone:

Reverso de la tarjeta de visita de Salvador Moreno (El loco que corre)
Fotografía: Pedro Delgado

La carrera está inscrita en el ADN de los humanos por razones de pura supervivencia.
 Cuando la caza era el único medio de subsistencia, no quedaba más remedio que ser más rápidos que las propias presas para procurarse el alimento.
 «Cada mañana, en África, una gacela se despierta. Sabe que debe correr más deprisa que el león o acabará muerta. Cada mañana, en África, un león se despierta. Sabe que deberá correr más deprisa que la gacela o morirá de hambre. Cuando sale el sol, no importa si eres un león o una gacela; lo importante es que empieces a correr».
***
 Un artículo aparecido en la revista Nature en 2004, firmado por Dennis Bramble y Daniel Lieberman, ambos biólogos evolucionistas, analiza con detalle el paso del Australopithecus al Homo habilis, llegando a considerar la carera un elemento fundamental en la evolución humana. Para ellos no fue la adquisición de la posición erguida la que hizo del ser humano lo que es. El Australopithecus era capaz de sostenerse sobre dos piernas ya desde hace más de cuatro millones de años y, sin embargo, el aspecto de este homínido aún era totalmente semejante al de un simio. Fue solamente en el momento en que «aprendió» a correr cuando pudo dar comienzo a su evolución a Homo habilis.
 Es verdad, dicen los estudiosos, que lo mismo que los simios, el hombre no está estructurado para carreras rápidas comparables a las de muchos cuadrúpedos, pero puede contar con características anatómicas que se prestan perfectamente a carreras de resistencia.
 Para los estudiosos, en resumen, hemos nacido para correr: no como velocistas, sino como corredores de resistencia.

 Gaia De Pascale nos habla en este capítulo de nuestros ancestros, pero también menciona tribus antiguas, como los tarahumaras o los hopi, grupos nativos americanos que tuvieron que arreglárselas sin la ayuda de los caballos durante un periodo mucho más largo que las poblaciones europeas.

 Los hopi siempre han sido pacíficos y se han dedicado a la agricultura más que a la caza. Y, sin embargo, para ellos la carrera es una verdadera y auténtica panacea, un tratamiento para el humor y para la salud, hasta el punto de ser ritualizada en uno de los momentos más álgidos de su contacto con lo divino: la Danza de la Serpiente. Se trata de un ritual que dura varios días, entre baños ceremoniales, reuniones amistosas para fumar y caza de serpientes. El propósito es congraciarse con los dioses de modo que hagan llorar al cielo todas sus lágrimas, apagando la sed de sus áridas tierras. El octavo día de la danza se celebra una carrera en la que los participantes deben demostrar su velocidad y su resistencia física. El ganador recibe como premio un don de gran valor simbólico: un vaso de agua, el bien más preciado, y los palos necesarios para la oración.

Corredores Hopi en la línea de salida de una carrera en Oraibi Pueblo
Arizona, 1902. Fotografía: Jesse H. Bratley

***
 Y, sin embargo, hay algo que actúa dentro de nosotros exactamente con la fuerza de un reclamo atávico. Es el deseo de recuperar nuestro cuerpo corriendo, saliendo ahí afuera haga el tiempo que haga, escuchando solamente a nuestras necesidades primarias: tengo hambre, tengo sed, qué recorrido será el más apropiado para dosificar lo mejor posible las fuerzas, adónde me llevará esta cuesta, cómo debo desplazar las rodillas para afrontar esa bajada. El mundo entonces se convierte solamente en el espacio que tenemos enfrente, el universo entero encerado en un trecho de camino, un sendero, una pista que, por muy angosta que sea, puede encerrar en sí misma los vastos horizontes de la sabana.

 La suiza Gabriela Andersen-Schiess, con la que tanto sufrimos viéndola caminar hacia la línea de meta en la primera maratón femenina de los Juegos Olímpicos, en Los Ángeles 1984, también aparece en este capítulo. Su tesón y determinación para completar el recorrido en unas condiciones extremas de calor, exhausta y deshidratada, hace que no podamos olvidarnos de ella. Imposible no volver a emocionarnos al ver de nuevo las imágenes de su entrada al estadio.

 El capítulo octavo lleva por título La soledad del corredor de fondo, y el subtítulo Carrera y soledad. Como no podría ser de otra manera, la autora nos habla aquí de la novela de Alan Sillitoe, llevada al cine por Tony Richardson en 1962. Por ese motivo y porque tengo pensado escribir una reseña sobre el libro de relatos de Alan Sillitoe, me van a permitir que me salte cualquier referencia a este capítulo y deje los comentarios de De Pascale para ese momento.

Portada de la edición de Impedimenta

 Igualmente, tampoco les hablaré de la película Carros de fuego, que también aparece en este capítulo, y de la que algún día espero hablarles largo y tendido.

Carátula DVD Carros de fuego

 Llegamos así al penúltimo capítulo, el noveno: La carrera de la pereza (Correr y sufrir), donde se habla del castigo que les espera a los perezosos, los «que no escogen nunca entre el bien y el mal, los que no toman partido y que, tras haberse comportado como villanos durante toda su vida, se convierten también en parias tras su muerte». El castigo para ellos es correr detrás de una insignia blanca, una bandera que corre veloz sin cesar, a la que están obligados a seguir.

Pero esta insignia no hace más que girar sobre sí misma, sin ir a ninguna parte, como hicieron estos pecadores cuando aún estaban en el mundo.

 Todo eso lo recoge Dante en la Divina Comedia, en el canto III del Infierno.

Los perezosos corriendo por toda la eternidad
Óleo de Giovanni Stradano

En el canto III del Infierno, Dante abre la puerta de la «ciudad doliente» y empieza su viaje por el reino del «eterno dolor».
 La primera imagen de castigo ejemplar que encontramos en la Divina Comedia es la de una carrera. Los perezosos han quedado al margen de toda gracia, ya divina ya demoniaca, y merecen la peor de las suertes.
 La pena corporal que estos individuos deben sufrir es relativamente blanda respecto a la gran cantidad de cuerpos desgarrados, rotos, destrozados o quemados que Dante encontrará a continuación. Aquí el castigo viene de las picaduras de unos insectos que «estimulan» a los desgraciados y les dejan el rostro ensangrentado, pero sin mutilarles el cuerpo como sucede en otros lugares.
 El verdadero dolor de los perezosos es otro. Lo que les martiriza no es tanto la mortificación del cuerpo cuanto la obligación de seguir corriendo siempre, sin detenerse, tras un icono sin significado. Los perezosos deben correr y punto. Para ellos no habrá meta ni descanso.
 En un paisaje confuso, a su vez incapaz de mostrar una apariencia clara, envuelto en una atmósfera que no permite reconocer siquiera si la escena tiene lugar de día o de noche, los condenados hacen esto: afanarse sin descanso tras la nada.
 Aquí, en este antiinfierno rechazado incluso por Lucifer, no sólo correr provoca dolor o asume el dolor que provoca; aquí la carrera es el dolor en sí, el castigo dado a los hombres de la peor calaña.

Quizás de aquí venga esa idea compartida de que cuando correr no es una elección voluntaria, se convierte en un castigo.

El vínculo entre la carrera y el castigo es histórico. En todas las universidades y centros deportivos, en todas las estructuras de adiestramiento militar, en todas las escuelas en cuyos campos de fútbol se reúnen varios grupos de chavales, siempre hay alguno que vive bajo esta eterna amenaza: «Si no haces esto, si no alcanzas los objetivos del grupo... Diez, veinte, treinta vueltas a la pista».
***
 Y es que el acto de correr implica un sufrimiento, y el sufrimiento toca todas las teclas del ser humano. Sufre el físico por la fatiga implícita en la carrera, que es tanto más rigurosa cuanto menos entrenado está el individuo, o cuanto más alto pone sus objetivos, y sufre la mente porque ejecutar un ejercicio que en apariencia no tiene ninguna finalidad puede resultar de lo más desalentador.

 Lo que sí podemos corroborar es que el sufrimiento está intensamente relacionado con la actividad del corredor, tanto si queremos llegar el primero a la meta como si somos de los últimos. Y para la mayoría, si no lo han dado todo y no han sufrido es que no han corrido de verdad.

 En este capítulo, De Pascale menciona a algunos ultramaratonianos, como Francesco Prossen que narró en La grande corsa sus vivencias personales en el Tor des Géants, que con sus 330 kilómetros de recorrido y un desnivel total de 24.000 metros está considerada la carrera más dura del mundo. En estas pruebas, «la carrera es la caja de Pandora que saca a la luz los miedos y las angustias enterrados en la cotidianidad. Se corre también contra estos espectros. Siempre más lejos. Siempre más rápido. No para huir de ellos, sino para atravesarlos».

 ***
 El tiempo tiene una presencia eterna en las carreras y simboliza el arco de toda una existencia: se empieza a correr de niño, se crece zancada a zancada para encontrarse viejo y agotado en los últimos kilómetros.
 Y se muere, al alcanzar la meta.

 El famoso muro de la maratón también asoma en estas páginas:

Los músculos se endurecen. Las piernas empiezan a pesar como bloques de mármol. La cabeza, hasta hace poco clara y ligera, se llena de pensamientos confusos. Con un poco de suerte, sólo una parte del cuerpo estará tentada de tirar la toalla. Ora al cerebro, ora las articulaciones o el aparato digestivo. Aunque lo normal es que se vea afectado todo.
 Es lo que se conoce como «el muro del maratoniano». Se presente hacia el kilómetro treinta y cinco y es la bestia negra de cualquier corredor.
 Desde el punto de vista técnico, es una crisis metabólica fruto del agotamiento del glucógeno. A menudo sucede de repente y con tanta violencia que la expresión «chocar contra el muro» resulta perfecta para dar una idea del tipo de conmoción física que provoca.

 Un muro que hay que romper, que hay que atravesar si queremos llegar a meta.

 El último capítulo del libro lleva por título Alicia se seca las lágrimas, y hace referencia a la novela Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll, al capítulo III, cuando el pájaro Dodo propone una carrera para que Alicia y los animales puedan secarse con el aire, pues el llanto de la niña, que ha creado una balsa de agua, los ha empapado a todos. La carrera de Comité o carrera loca.

Carrera de Comité, capítulo III Alicia en el País de las Maravillas
Fotografía: Pedro Delgado

 Llegados a este punto el dodo traza una pista, quizá circular o quizá no. Eso no es lo importante. Después, todos empiezan a correr cuando les parece, ya que no hay nadie que diga «¡Preparados, listos, ya!». Al cabo de media hora aproximadamente, cuando el dodo anuncia que la carrera ha terminado, algunos de los participantes ya estaban descansando tan tranquilos.
 En resumen, cada uno ha hecho lo que le ha venido en gana, y en el momento en que se plantea la más obvia de las preguntas («¿Pero quién ha ganado?»), al dodo no le queda más remedio que responder que no ha ganado nadie, o, mejor dicho, que han ganado todos y que por eso todos merecen un premio.
 Alicia y el resto de los animales ya están secos, y ésta es su verdadera victoria. Han conseguido su objetivo: drenar la balsa de agua y continuar su viaje por el País de las Maravillas.
***
 La carrera ayuda a Alicia y al resto de los animales porque encarna el enfrentamiento al dolor y, por ende, su superación. Es así como se secan las lágrimas y se aparta el llanto.

 No se trata de ignorar el dolor, sino de asumirlo y superarlo. Atravesar el muro de sufrimiento del que hablábamos en el capítulo anterior para salir renovado del trance.

 Gaia De Pascale nos habla aquí de la historia de Adriano Berton y de los obstáculos que tuvo que superar con una alta dosis de resiliencia, una palabra que parece haberse puesto de moda en los últimos años. Antes decíamos «Tienes que adaptarte a esa situación o afrentar y superar ese problema u obstáculo». Ahora decimos «Tienes que ser resiliente».

El término resiliencia viene de la metalurgia. Se llama resilientes a los metales capaces de resistir cualquier fuerza sin romperse.
 Si nos quedamos en las imágenes de carreras, que son las que aquí nos interesan, podríamos decir que los resilientes son todos aquellos que logran salir indemnes del golpe contra el muro. Que se trate del muro del corredor de maratones y de su implicación física, o bien de un muro exclusivamente psicologico no supone ninguna diferencia: en ambos casos, para superar los obstáculos con los que se encuentran debe tenerse una gran voluntad y una mente fuerte y sana.
 La palabra resiliencia deriva del latín resalio, iterativo de salio, que significa «pasar de dentro a fuera» o «sobrevenir». En esta acepción la palabra resiliencia mantiene el sentido de un cuerpo que choca contra un muro pero es lo suficientemente fuerte para sobreponerse al golpe y seguir avanzando sin desintegrarse.

 Es obvio, que el deporte implica un ejercicio de resiliencia.

 Correr magnifica el estrés y obliga al individuo a reestructurarse y redefinirse continuamente. Es imposible correr sin haber ejercitado también una actitud lo suficientemente templada para afrontar las dificultades. En muchos deportes, poseer una técnica óptima puede ser suficiente; para correr, simplemente, no basta.
 [...] no se puede recorrer todo el camino sin sufrir. Es decir, esto sólo puede suceder si el trayecto es demasiado breve o si lo hemos recorrido sin esforzarnos.

 La importancia de la resiliencia en las carreras es que nos ayuda a reforzar la resiliencia de la vida. «La resistencia de los maratonianos va más allá de lo que parece humanamente lógico, del mismo modo que la vida misma va poniéndonos obstáculos que a la mayoría les parecen insoportables». Como decía el escritor japonés Haruki Murakami: «El dolor es inevitable. El sufrimiento es opcional».

 Cierra el libro un epílogo titulado Correr no sirve para nada (o la felicidad del correr), donde la autora recopila todas las respuestas a la pregunta de por qué corremos. Y ese cierre, magnífico, me lleva a pensar en aquel artículo que escribí hace casi diez años, y que titulé ¿Por qué seguimos corriendo?  Me alegra saber que coincido con la autora.

[...] y la mayoría acaba respondiendo la verdad más simple: «Porque me gusta».
 Esto es. Corremos porque nos gusta.

Pedro Delgado Fernández
Mini Maratón Peña el Bastón
Málaga, 28 de marzo de 1981

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2016/05/por-que-seguimos-corriendo_26.html

 Como ven, el libro toca tantos palos que merecía la pena dedicarle dos entradas. Lean, corran y vuelvan a leer.

Nota: Esta entrada está dedicada a Gaia De Pascale, a la que desde aquí le agradezco el tiempo que dedicó a escribir este libro y le envío un afectuoso saludo.

Gaia De Pascale (Génova, 1975)