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viernes, 25 de diciembre de 2020

¡FELIZ NAVIDAD! SINCRONÍAS EN TORNO A DIEGO ARMANDO MARADONA


¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo!

La tarde que falleció Diego Armando Maradona estuve buscando un artículo de Jorge Valdano en el montón de recortes y revistas de la mesa de la cocina. Quería volver a leerlo para sentarme a la mesa del escritorio y copiarles aquel magnífico texto sobre la plenitud, Mario Alberto Kempes y Maradona.

Ida y vuelta de la plenitud.
Lo explicaré con nombres propios que me resultan familiares y que, al tiempo, son universales. Argentina ganó el Campeonato del Mundo de 1978 con Mario Alberto Kempes como máximo goleador y mejor jugador del torneo. Después, ganó el Mundial 86 con Diego Maradona sacándole muchos cuerpos de ventaja al segundo mejor jugador del campeonato. Pero en España 82, Mario (el crack) y Diego (el genio) jugaron juntos y, sin embargo, Argentina apenas llegó al decimosegundo lugar. Claro que los nombres importan, pero más importan los momentos. En España, Kempes estaba de vuelta de su excepcional nivel y Maradona de ida hacia su consagración absoluta. De lo que habla este recuerdo es de la importancia que ha tenido siempre la plenitud en la carrera de los jugadores y del efecto que eso produce en los equipos. Grandes nombres propios, demasiado pronto o demasiado tarde, son solo eso: grandes nombres.
Jorge Valdano (El juego infinito. El PAÍS)

 El recorte estaba sobre un XLSemanal, un suplemento del 25 de octubre que me puse a hojear al terminar el artículo por leer algo mientras me tomaba un café. Maradona, a los 60 años. El culebrón sin fin llevaba por título, y lo firmaba Jimmy Burns Marañón.

Artículo de Jimmy Burns Marañón sobre los 60 años de Maradona en el XXLSemanal

 Casi al cierre del mismo, leí: «Pero, a sus 60 años, tal vez lo más increíble de Maradona es que aún esté con nosotros». Hacía 21 días que a Maradona le habían extraído con éxito un hematoma del cerebro, y pensé en cuanta razón tenía el articulista.

 Acabé de beberme el café, dejé la revista sobre el montón y entré en el salón donde mi hijo pequeño jugaba a la Switch.

 –¿Te has enterado del futbolista ese que ha muerto? –me dijo sin despegar los ojos de la pantalla.

 –¿Cómo? ¿Qué futbolista? –le pregunté a su vez.

 –Maradona –dijo sin más.

 Oí aquellas cuatro sílabas y me quedé petrificado. No, no era posible.

 –Pero..., ¿cómo te has enterado?, ¿quién te lo ha dicho?

 –Me ha llegado la noticia hace quince minutos al móvil.

 Me senté en el sofá con mi cara de pasmo y le conté la sincronía que acababa de producirse. Su hermano mayor asomó por el salón.

 –¿Qué pasa? –preguntó.

 –Que ha muerto Maradona –le dije.

 –Sí, el de la tiza.

 –¿Qué tiza?

 –Una bolsa de cocaína que se le cayó del bolsillo. Y la gente: ¡La tiza, la tiza!

 –Con eso hay memes por ahí –confirmó el pequeño.

 No sabía de qué hablaban, y mi estupefacción se redobló. Había muerto el mejor futbolista del mundo y ellos me hablaban de memes... Me pareció muy triste. Luego entendí que ellos eran de una generación que no lo había visto de jugar, que se habían quedado con sus sombras y no con sus luces. Les hice un panegírico sobre Maradona –incluyendo su paso por el Barcelona, el Nápoles (un club modesto al que llevó a ganar dos Scudettos y la Copa de la UEFA) y el Mundial de México 86 que ganó con Argentina y en el que dejó, a modo de rúbrica, dos goles históricos (uno pleno de picardía y otro de audacia y desparpajo)–y cuando dieron la noticia en el telediario de la noche les hice presenciar sus mejores jugadas –la verdad es que me hubiese gustado ponérselas en bucle– para que viesen con sus ojos de qué tipo de jugador estábamos hablando. De su tendencia autodestructiva no hizo falta decirles nada. ¿Qué querés?, le oí decir una vez a alguien, si el pibe viene de donde viene. Al menos no olvidó sus orígenes.

«Qué me importa lo que hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía».
Roberto Alfredo «el Negro» Fontanarrosa

 Maradona me hizo vibrar con aquellos dos goles a Inglaterra en el mundial de México. Habían pasado cuatro años de la humillante derrota argentina en la guerra de las Malvinas, y los celebré ante la televisión como si yo también fuese argentino. De ahí que lo despidiese, como tantísimo de ellos, con un «adiós, comandante».

 Al día siguiente, recorrí todos los quioscos de la zona para hacerme con los diarios deportivos en los que aparecía el Diego en la portada. Los dejé sobre la mesa del salón, y Lucía, al verlos, le dijo a nuestros hijos: «Cuando vuestro padre se muera os va a tocar a vosotros decidir qué hacéis con esos periódicos». «Estas portadas, enmarcadas, quedan bonitas en cualquier lado», les dije.


 Y también me habría gustado tener las de L'Equipe y La Gazzeta dello Sport.


 Ha pasado un mes de la muerte de Maradona, pero las sincronías continúan. La otra tarde busqué un correo de José de Montfort con los enlaces a los seis números de Crack –minilibros colectivos sobre el fútbol, la vida y la literatura–, pues recordaba que en la portada de uno de ellos aparecía el astro argentino. Era en el Crack Vol. 4, y, al empezar a leer, me topé con dos sorpresas: la primera, que la revista era un especial Navidad (la concordancia con la fecha de hoy no podía ser más propicia), y la segunda, que Maradona aparecía al final de la misma vestido de Papá Noel sonriendo con una copa (que no trofeo) en la mano. Aquel era un peculiar homenaje de José de Montfort y sus compinches literarios al pelusa. Un homenaje en vida, como tantos que recibió (al margen de los que él mismo se dio).

https://fanzinecrack.tumblr.com

 En la página 54 empezaba 1986, el relato que el colombiano Andrés Didier Castro escribió sobre el Diego y sus míticos goles frente a la pérfida Albión. El cuento comienza con Maradona peloteando con un globo terráqueo antes del partido.

Diego Armando Maradona (1960-2020)

1986
Didier Andrés Castro
En la imagen un hombre patea un globo terráqueo lleno de aire por encima de su cabeza. Este sube y la cámara lo sigue. Baja y lo recibe con la cabeza; levanta la pierna izquierda y lo devuelve arriba, sobre su cabeza, hacia el cielo. Hace esto una y otra vez, lo hace girando para que todos lo vean desde diferentes ángulos. Su rostro lleva una expresión sonriente. Se divierte. Está en medio de la cancha enseñándole a todos como maneja el mundo con sus pies. El control que tiene sobre él. La cámara sigue el juego. El hombre no pierde de vista el globo terráqueo que sube de nuevo y proyecta una sombra sobre los camarógrafos apostados al frente. Es el único que lleva el globo. El único vestido frente la cámara para hacerlo. Es el único hombre en ese momento. Es el único hombre que existe en ese año. Es el único hombre que todos recuerdan. Es la única excusa para escribir esto hoy. […]

 Leo esto y me acuerdo de otro calentamiento memorable del pelusa, al ritmo del Live is life, en la previa al partido de la UEFA entre el Nápoles y el Bayern de Múnich en el Olímpico de Múnich en 1989.

«El fútbol que vale es el que uno guarda en el recuerdo»
Roberto Alfredo «el Negro» Fontanarrosa

 Y la más loca de todas las sincronías se produjo antes de anoche. Al escribirle a José de Montfort para que me enviase la portada del minilibro y el enlace, descubrí que habían sacado un Crack Vol. 7 dedicado a Diego Armando Maradona.

https://fanzinecrack.tumblr.com/

 Les copio aquí el prólogo para que sepan lo que se van a encontrar en este nuevo volumen.

Prólogo
Este año 2020 la pandilla Crack hacemos doblete. Si ya para conmemorar uno de los Días del Libro más raros de nuestra vida propusimos en el pasado mes de abril el Crack Vol. 6 Especial Pandemia, volvemos ahora con un número navideño que, sorprendido durante su gestación por la muerte del astro del fútbol argentino, viene dedicado a uno de los últimos mitos del s.XX: Diego Armando Maradona. No se trata aquí de un homenaje, un número hagiográfico, una celebración acrítica, ni siquiera una loa o análisis de su figura histórica. Más bien tratamos de situar al mito en nuestra órbita personal, lo cual nos permite que aparezca el 10 con sus luces, sus sombras y sus claroscuros. Está el genio, pero también está el hombre: el dios fieramente humano.
 Como siempre, y hace ya cinco años que lo venimos festejando en este minilibro colectivo fungido de amistad y literatura, venimos a jugar. Porque lo que nos une siempre es la conciencia lúdica de que el fútbol no es más que el punto de fuga, solaz de la vida, metonimia del mundo. Así, se habla aquí mucho del deporte rey, pero más sobre nosotros mismos, y nuestras circunstancias, que diría el filósofo.
 En este volumen colectivo que tiene el lector entre sus manos (entre sus píxeles –por el momento–, más bien) jugaremos un partido de futbito: 5 contra 5, que acabará en prórroga, con la participación especial de la excelente escritora colombiana Jenny Valencia, quien pone el broche de oro a esta compilación de textos inéditos con su relato "La madre y el barra brava", incluido en su reciente libro Buzirako Fútbol Klub (Ediciones del silencio, 2020).
 En la bancada argentina tenemos a Javier G. Cozzolino, abriendo fuego con una emotiva crónica sentimental dedicada a su padre, que se encuentra por estos días en el hospital y a quien desde aquí deseamos una pronta recuperación. Compartiendo argentinidad, pero desde Viena, Pablo Manzano nos trae la historia de dos talleristas que analizan la posibilidad de una nueva masculinidad y cómo la teoría entra en crisis en cuanto se confronta con la realidad de la vida personal. Chileno, aunque afincado en Barcelona, Ignacio Concha viene a recordarnos la primacía del gambeteo frente al tiquitaca.
 Desde España, Paula Baldrich nos cuenta, con mucha guasa, sobre las variantes lingüísticas que dificultan el lagoteo en una noche de fiestas populares de barrio. Y, por su parte, José de Montfort busca en la sonrisa de Maradona la verdad del engaño.
 El equipo colombiano, el más numeroso en esta ocasión, toca corto y al pie con Andrés Castro, que nos presenta a un personaje inolvidable que ve en la injusticia del fútbol el resarcimiento de las injusticias del capitalismo. Darío Rodríguez, pura fantasía, hombre de jogo bonito, se desmarca por la bando con una genialidad de las suyas, una más. A Sico Pérez se le encomienda el lanzamiento de las faltas más difíciles, que él lanza con precisión y tino, contándonos una historia de ocupación y que valora las posibilidades para nuevas formas de identidades familiares, al tiempo que es metáfora del abuso de las compañías energéticas. En el  mediocentro, Rubén Hurtado nos ofrece la historia de Renato, un periodista de obituarios que hubiese preferido jugar de volante mixto en un equipo de primera división. Y, por último, Santiago Noero se descuelga, centrando desde la banda izquierda, con una crónica futbolera muy personal sobre la identidad Caribe, pero también sobre la caída de las máscaras y la decepción de los ídolos.
 Cuando quiera lanzamos una moneda al aire y decidimos qué equipo comienza el juego.
Los editores

 Yo no he tenido tiempo de leer el número al completo, pero, por lo que llevo, la cosa promete.

 Y no me queda nada más que apuntar, salvo desearles una feliz Navidad y un próspero Año Nuevo 2021 que, me temo, seguirá siendo un año de incertidumbres. Cuídense, y, si les gustó la entrada, háganse seguidores del blog y suscríbanse al mismo a través del correo electrónico.

Nota: Esta entrada está dedicada al papá de Javier G. Cozzolino que lucha por su vida en un hospital. Ánimos para él y su familia.


domingo, 13 de diciembre de 2020

LIBROS PARA REGALAR A LOS MÁS DEPORTISTAS ESTAS NAVIDADES

Dicen que las mayores diferencias de resultados en el informe PISA no se dan ni entre autonomías ni entre centros, sino entre alumnos que tienen en su casa más de 200 libros y los que tienen menos de 10. Así que si usted quiere contribuir a mejorar el dichoso informe, y ya de paso a salvar la librería de su barrio, le recomiendo algunos libros de literatura deportiva para regalar a sus hijos, o a usted mismo, estas Navidades.

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miércoles, 2 de diciembre de 2020

PREMIOS DE CONSOLACIÓN


Paquito, Pedro y Enzo. Carranque, 24 de junio de 2009
Fotografía: Pedro Delgado

No hace mucho leí en EL PAÍS un extracto de Contra la igualdad de oportunidades*, del sociólogo César Rendueles. En él se hacía una referencia al atletismo y a los premios de consolación que se entregan en algunas escuelas deportivas al final de la temporada atlética.

En los años ochenta los ideólogos de Margaret Thatcher difundieron la historia de que algunas escuelas públicas británicas prohibían a los miembros de sus equipos de atletismo ganar más de una carrera al año con el fin de fomentar el igualitarismo y evitar que ningún niño se sintiera agraviado. Sospecho que es una historia falsa pero, curiosamente, me resulta familiar. Cuando era niño formé parte de un equipo infantil de atletismo. Lo entrenaba Rufino Carpena, que de joven había sido un gran atleta.

Rufino Carpena Ramos** (Gijón, 1929) 
 Carpena nació en el barrio de pescadores de Gijón, comenzó a trabajar a los once años y la leyenda decía que en los años cincuenta su entrenamiento consistía en ir y volver corriendo todos los días a la empresa siderúrgica donde estaba empleado. Como era de esperar, en nuestro equipo infantil siempre ganaban las competiciones oficiales los mismos niños: concretamente, los que corrían más rápido. A final de curso, Carpena organizaba una entrega de premios para nivelar las cosas y que ningún niño se quedara sin medalla. Los premios eran completamente surrealistas, con categorías inventadas: "niña de primer año de benjamines nacida en el primer semestre que no haya faltado a ninguna carrera de campo a través", y cosas así. Creo que aquella ceremonia tan loca y bastante divertida no sólo era un reparto de premios de consolación para los perdedores, sino que también era una manera de que los ganadores entendieran que la competición es sólo una parte de la práctica deportiva, incluso en un deporte individual como el atletismo. En realidad, si sólo se trataba de saber quién era el niño que corría más rápido, todo aquel esfuerzo era absurdo: los entrenamientos, los viajes, las carreras en las que participaban cientos de niños… Todo el mundo sabía desde el inicio de la temporada quiénes eran los mejores. Así que la entrega de premios de consolación de aquel equipo de atletismo también servía para decirle a la gente más rápida que, en realidad, tampoco era para tanto y evitar que se le subieran los humos. El resto de los atletas no son una comparsa de los mejores, una decorado pintoresco para que muestren su superioridad.

Como no podía ser de otra manera, tras leer esto me acordé de Yasti y de Francis, de Juani y de Carmeli, de Pepe y de todos los que no menciono, y de los premios que entregaban al final de la temporada en la escuela de atletismo del Club Nerja en Málaga. Nadie se quedaba sin una medalla.

Entrega de premios en la escuela de Málaga del Club Nerja de Atletismo
Ciudad Deportiva de Carranque, 24 de junio de 2009
Fotografía: Pedro Delgado


*https://elpais.com/ideas/2020-09-12/la-igualdad-como-objetivo-final.html?event_log=oklogin&o=cerrado&prod=REGCRART

**http://www.estadiogijon.es/2020/05/15/rufino-carpena-un-playu-campeon-que-domino-una-epoca/

**http://www.estadiogijon.es/2019/12/15/hoy-cumplio-90-anos-rufino-carpena-felicidades/


lunes, 23 de noviembre de 2020

KNOCK OUT!, LA CONMOVEDORA HISTORIA DEL BOXEADOR EMILE GRIFFITH


Knock out!, la novela gráfica sobre Emile Griffith de ECC Ediciones
Fotografía: Pedro Delgado

La primera página de Knock out!, de Reinhard Kleist, nos muestra un callejón típico de Nueva York, con sus escaleras de incendio interminables que descienden los altos edificios coronados por enormes bidones de agua, y la presencia, siempre majestuosa, del Empire State Building; una imagen que acostumbramos a ver en los cómics de The Spirit, Spiderman o Daredevil. Luego, entintado en un riguroso blanco y negro que contrasta con el magenta y el cian de la portada, vemos cómo unos malnacidos le propinan una brutal paliza a un tipo que acaba de salir, algo bebido, de un local nocturno. No vendrá ninguno de esos superhéroes a socorrerlo, tan sólo al final, cuando yace rendido y masacrado en el suelo, aparece la figura un tanto fantasmal de un boxeador que cubre su cabeza con la capucha del batín y tiene los guantes puestos. También es negro, y aunque parece más joven, le advierte de que "la vida es un combate sin normas establecidas"; de que "aquí no hay ni árbitro ni esquinas a las que arrastrarse para que alguien te eche agua en la cara".

Página 13 de Knock out! (Cortesía de ECC Ediciones)

 El agredido es el estadounidense Emile Griffith, el que fuera campeón del mundo de boxeo en las categorías de peso wélter, superwélter y medio, y la presencia es el cubano Benny Paret, quien le disputara cincuenta y un años antes el combate de revancha en el Madison Square Garden, frente al Hotel Pennsylvania en el que me alojé la vez que visité Nueva York.

Página 65 de Knock out! (Cortesía de ECC Ediciones)

 Griffith no quiere recordar el pasado pero Paret, que lo acompañará durante toda la noche, le anima a ello dentro del taxi que cogen para ir a casa del primero en Queens.

Página 64 de Knock out! (Cortesía de ECC Ediciones)

 La noche del 24 de marzo de 1962 era la tercera vez que se enfrentaban por el título de campeón del mundo de peso wélter –en la primera pelea se lo llevó Griffith, y en la segunda Paret–. Durante el pesaje previo a aquella trágica pelea, el púgil cubano le gritó fanfarroneando: "¡¡Eh, maricón!! ¡Hoy voy a reventaros a ti y a tu marido!". Emile se tiró a por él, pero su entrenador Gil Clancy lo agarró. "Solo quiere hacerte perder los nervios y la concentración". Las carcajadas de los presentes estallaron en los oídos de Emile, y Clay tuvo que retenerlo de nuevo. "¡No se lo permitas, chaval! Guárdate la rabia para el ring. ¡Dale su merecido!".

Página 71 de Knock out! (Cortesía de ECC Ediciones)

 Pero el libro no se centra sólo en aquel famoso y fatídico combate, sino que también recoge otros aspectos concretos de su vida para ofrecernos un retrato completo de su persona. Su historia, contada mediante flashbacks, es tan emotiva que uno cierra al final el libro un tanto sobrecogido.

Página 136 de Knock out! (Cortesía de ECC Ediciones)

 Como complemento al magnífico trabajo del dibujante y guionista aleman Reinhard Kleist, la editorial ECC ha añadido unas fotografías del protagonista, un artículo de Tatjana Eggeling –Emile Griffith: doble combate– sobre su vida, los clichés y estereotipos en torno a los boxeadores negros y unas breves semblanzas de otros púgiles homosexuales (Pánama Al Brown, Mark Leduc, Yusaf Mack, Orlando Cruz, Liz Carmouche, Michele Aboro y Halana dos Santos). También ha incluido una muestra de la maestría de Kleist: una serie de bocetos y dibujos que uno quisiera que vinieran en una carpeta aparte para poder enmarcar.

Emile Griffith, obra del artista alemán Reinhard Kleist
(Cortesía de ECC Ediciones)

 Colgar en la pared de tu biblioteca una imagen entintada de Griffith que te recuerde –como nos dice allout.org– que hay que seguir luchando por un mundo en el que nadie tenga que renunciar a su familia, a su libertad, a su seguridad y a su dignidad por ser uno mismo y amar a la persona que quiera. Porque Emile era homosexual y no lo ocultaba, en unos años en los que ningún deportista lo reconocía, y por eso y por el color de su piel fue doblemente discriminado.

 En estos tiempos, en los que se siguen produciendo burlas y agresiones por homofobia en la calle, o en los que un impresentable como Bolsonaro dice que Brasil no debe ser un país de maricas, es cuando más falta hacen libros como éste. Por eso, rogaría a las personas encargadas de las bibiotecas públicas y de los institutos de enseñanza secundaria que se hagan de un ejemplar para sus estanterías. Sería una buena manera de darle un nocaut a la homofobia, de dejarla fuera de combate.

Nocaut a la homofobia (pág. 78 y 79 de Knock out! (ECC Ediciones)
Fotografía: Pedro Delgado

Knock out!, de Reinhard Kleist, la novela gráfica sobre Emile Griffith
Fotografía: Pedro Delgado

Knock out! (ECC Ediciones), novela gráfica de Reinhard Kleist
Fotografía: Pedro Delgado

 Vaya desde aquí mi aplauso a ECC Ediciones por su apuesta, a Reinhard Kleist por su arte y a Irene Aceituno por la traducción. Espero que Griffith encontrase finalmente la paz. Para mí ya está en el panteón de los grandes.

Emile Griffith el 23 de noviembre de 1964 en Londres
Fotografía: Popperfoto/Getty Images


viernes, 13 de noviembre de 2020

EL ORO OLÍMPICO QUE LE BIRLARON A JOÃO CARLOS DE OLIVEIRA


João Carlos de Oliveira en la final de triple salto de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980
El árbitro sentado a la izquierda de la imagen es Robert Zotko
Fotografía: Valeriy Shustov (Sputnik)

La velocidad y las curvas, cuando vas a pedales, combinan mal con el asfalto mojado, y si encima hay sobre él hojas y semillas caídas de los árboles, la combinación resulta aún más nefasta, como pude comprobar el pasado miércoles 21 de octubre cuando me dirigía al instituto.

 Resultado: visita a Urgencias de El Ángel y unos cuantos hematomas y heridas provocadas por el golpe y la erosión que me obligaron a guardar reposo durante unos días; tiempo que aproveché para terminar un libro y empezar otro, y para leer un buen montón de suplementos dominicales –El País Semanal– que acumulo, a la espera de su lectura, en uno de los peldaños de la escalera.

Efectos de la velocidad en el cuerpo humano

 Pues bien, en uno de ellos, me topé con un artículo escrito por Carlos Arribas, ese Píndaro de las gestas deportivas, que tan bien utiliza las técnicas narrativas en sus crónicas. El oro robado a João Carlos de Oliveira se titulaba, y hacía referencia a la final de triple salto que se celebró el 25 de julio de 1980 en los Juegos Olímpicos de Moscú, y que quedó marcada por las trampas arbitrales en favor de dos de los tres atletas soviéticos que estaban en competición, Jaak Uudmäe y Viktor Saneyev (oro y plata a la postre con 17,35 y 17,24), y en contra del brasileño João Carlos de Oliveira (bronce con 17,22) y del australiano Ian Campbell, a los que los jueces dieron nulos intentos válidos por encima de los de sus rivales. John Boas, el entrenador de Campbell se fue furioso del estadio. «No podía creer lo que acababa de ver. Ian estaba completamente devastado». Y João Carlos, que ya había sido bronce en los anteriores Juegos (Montreal, 1976) lloraba desconsolado.

«Me han robado el oro, me han robado el oro», se lamentaba Oliveira en el autobús después de la final de triple, y Pedrão (su entrenador) le daba la razón. «Nunca le había visto llorar en mi vida», declaró después Pedrão. Ramón Cid en el autobús observaba y lamentaba. «Como no me clasifiqué para la final, vi la competición desde las gradas, y vi clarísimo un salto gigantesco de Oliveira. Saltó 18 metros o 17,90 como poco, récord del mundo, y era válido seguro, pero el juez del paso intermedio después de dudar un poco y de comprobar que era larguísimo, levantó la bandera roja para darlo nulo. Y ordenó enseguida borrar las marcas de la arena para que no pudiera reclamar. João levantó al cielo brazos estirados y mirada incrédula, como clamando una justicia que no llegó. Nadie le escuchó. Y lo mismo le hicieron a Ian Campbell, un australiano, al que dieron nulo un intento válido de 17.50. Eran nulos de raspado del pie libre, el izquierdo, en el segundo impulso del salto, el step, de los que no puede haber prueba porque son de apreciación, y en 1990 los borró la IAAF de su reglamento. Son nulos que se cantaban por ruido, indemostrables, una posibilidad maravillosa de putear a alguien».
 Las marcas de los falsos nulos le habrían proporcionado el oro a Oliveira, a quien le dieron como válidos solo dos de los seis intentos de la final, y se quedó en bronce con 17,22 metros, y la plata a Campbell, a quien solo dieron como bueno uno de seis, que fue quinto con 16,72 metros. El oro, sin embargo, no fue para el atleta designado, Saneyev, que estaba tocado, y solo pudo llegar a 17,24 metros, y en su sexto intento, sino para su compatriota Jaak Uudmäe, estonio, que sorprendió a todos con un salto de 17,35 metros. Fue una victoria soviética y una derrota del sistema.

Viktor Saneyev en la final de triple salto de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980
El árbitro sentado a la izquierda de la imagen es Robert Zotko

Jack Uudmäe en la final de triple salto de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980
El árbitro sentado a la izquierda de la imagen es Robert Zotko

 Uudmäe no tardó en volver al anonimato de una carrera en la que sus únicos éxitos habían sido un par de medallas en campeonatos de Europa. «Todo estaba preparado para que ganara Saneyev, pero saltó lesionado y no pudo batirme», explicó luego Uudmäe en una entrevista.
[…] Harry Seinberg, el entrenador de Uudmäe, solo tuvo ocasión de hablar con João do Pulo (João del Salto, apodo de Oliveira) en 1992, cuando el mundo era otro, cuando el campeón brasileño se preparaba para participar en los Juegos Paralímpicos de Barcelona. «Todo fue un fraude, te robaron con falsos nulos», se disculpó Seinberg ante Oliveira, y habló también con un periodista del Jornal do Brasil. «Solo con la caída del telón de acero podemos decir la verdad: João había llegado a los 18 metros. En su momento pensé en denunciarlo ante el COI, pero di marcha atrás. Ahora estoy aliviado, al menos puedo pedir disculpas en mi nombre, en el de Uudmäe y en el del pueblo de Estonia». «Ya lo sabía», respondió Oliveira. «Ya sabía que yo había vencido en la prueba y, probablemente, alcanzado un nuevo récord mundial. No creí que hubiera hecho nulo y por esa injusticia lloré por primera vez en la vida».
 Año y medio después de Moscú, en las Navidades de 1981, la vida le siguió dando motivos para llorar. Y a Pedrão, para tomar una decisión que nunca habría deseado tener que tomar.
 «Pedrão, no hay otra, o la pierna o la vida», me dijo el doctor en el hospital», explicó años después el entrenador, quien también sabía que era un falso dilema. ¿La pierna o la vida?; no, era la pierna y era la vida. Cuando le amputaran la pierna derecha, João do Pulo moriría, aunque João Carlos de Oliveira siguiera respirando y su corazón latiera. «Su mundo se derrumbó, y el nuestro. Todo lo que le hacía ser João do Pulo era la pierna. Para él fue el fin, ¿no?», dijo su hermana Ana María, para quien también el mundo se hundió la noche del 21 de diciembre de 1981. João conducía su Passat por una autopista de São Paulo cuando un automovilista borracho perseguido por la policía chocó de frente. Oliveira entró en coma en el hospital. El parte señalaba fractura craneal, dos fracturas abiertas en la pierna derecha, la pelvis destrozada y la mandíbula fracturada. La pierna se gangrenó y se le amputó por encima de la rodilla. Tenía 27 años. Murió 18 años más tarde, alcoholizado y solo.

 Ramón Cid, nuestro ilustre triplista, conoció a Viktor Saneyev cuando visitó Sujumi (Georgia) en 1989. También al técnico Robert Zotko, que fue el árbitro que anuló todos aquellos saltos en aquella final de triple.

Ramón Cid extriplistay director técnico de la RFEA entre 2013 y 2018
Fotografía: Diario As

«Entonces era el centro del atletismo soviético, que organizaba allí concentraciones de tres meses con los mejores atletas y los mejores técnicos, solo la élite», cuenta el entrenador español, entonces responsable nacional de saltos. «En Sujumi había nacido Saneyev y allí le conocí, en un viaje con varios técnicos españoles más. Los rusos querían entrenarse en España con vistas a Barcelona 92 y a cambio nos permitieron ver a sus técnicos y sus sistemas de preparación. Y allí me encontré también con Robert Zotko, que era el director técnico nacional de saltos. Saneyev, a quien se homenajeaba en un festival atlético, héroe nacional 10 años antes, tímido y coloradote, nos pidió trabajo. Zotko, que había aprendido español en Cuba, simplemente nos dijo: «Me habéis caído bien», y se entregó a nosotros. Ordenó a los grandes técnicos, Vitaly Petrov y compañía, ponerse a nuestra disposición el tiempo que necesitáramos. Nosotros los interrogábamos y Zotko hacía de intérprete. Por la noche se bebía dos vodkas y, melancólico, nos recitaba poesías rusas que nos traducía al castellano».

Robert Zotko, entrenador de saltos ruso
Fotografía: Paulo Calado, 2000 (Jornal Record)

 Con la llegada al poder de Yeltsin, que no era de los que creían que las medallas reflejaban el poder de un país, Robert Zotko y muchos otros técnicos perdieron sus trabajos de funcionarios del estado. Zotko ejerció entonces de entrenador en Italia, y después en Portugal, adonde llegó en el año 2000 de la mano de José Barros, director técnico de la Federación Portuguesa de Atletismo, quien lo nombró responsable de saltos de la selección. De esa manera, Robert Zotko puso las bases de la revolución técnica del atletismo portugués, impartiendo cursos y seminarios a entrenadores y atletas.

José Barros, técnico de la Federación Portuguesa de Atletismo

 A José Barros, que trabó bastante amistad con él, y compartían cenas, tragos y confidencias, le confesó un día que él había traicionado al atletismo en los Juegos de Moscú. «Yo fui al infierno, y no volví», le aseveró.

«Esas explosiones», recuerda Barros, «ocurrieron un máximo de dos, tres veces. No añadía más. Era algo tóxico que le estaba matando. No era alcohólico. Bebía mucho, pero sabía cuándo parar. Necesitaba olvidar. Sin decir el motivo. Él sabía que yo sabía. Llevé su cuerpo a Moscú cuando murió y su hijo me lo reconoció: 'Has sido una de las personas más importantes en la vida de mi padre'. Ha sido uno de los momento más duros de mi vida». Zotko murió el 12 de febrero de 2004, a los 67 años.
 A Cid le llamó Barros para decírselo, y Cid inmediatamente echó de menos las llamadas a cualquier hora de la madrugada que siempre sabía que eran de un Zotko emocionado e impaciente por contarle algo y que él hacía como que le fastidiaban. También se acordó, sobre todo, de una noche cenando en Madrid con Zotko. «Cuando estábamos ya con el café, Roberto sacó una foto vieja de la cartera, ya arrugada, y nos la mostró. Era él con 20 años menos, camisa clara de árbitro de atletismo, sentado en una silla junto a una pista y levantando un banderín rojo para anular un salto durante los Juegos de Moscú. A su lado, una silla vacía, y empezó a explicarnos por qué siempre llevaba un velo de pena, un faro que no era melancolía sino arrepentimiento. 'Yo fui el que le dio los nulos a Oliveira en la final de los Juegos. Yo impedí que ganara. En la Unión Soviética, el triple solo lo podía ganar un soviético, y preferiblemente Saneyev'. Y yo creo que llevaba la foto en la cartera como quien lleva un cilicio, para mortificarse, para decirse constantemente, 'soy un cabrón'. Y me deja perdido ver al verdugo sufriendo. Le veo como víctima y verdugo […]».
 Solo cuatro días después de la muerte de Zotko, Nelson Évora, un chaval portugués que no ha cumplido aún los 20, compite en Moscú. Salta 16,85 metros. Consigue la mínima olímpica para los Juegos de Atenas. Su entrenador, João Ganço, pide que el locutor de la competición anuncie por los altavoces del pabellón que dedican este resultado a Robert Zotko, maestro y amigo.

Nelson Évora campeón olímpico en Pekín. Fotografía: Fabrice Coffrini

 Robert Zotko ya había puesto sus esperanzas en Nelson Évora cuando este tenía 17 años, y le animó a trabajar duro para demostrarle que no se había equivocado. En 2007, Nelson Évora se proclamó campeón del mundo de triple en Osaka, y al año siguiente, campeón olímpico en Pekín. "El ruso que privó a un brasileño de un oro olímpico había sentado las bases para que un portugués lo lograra 28 años más tarde".

«Toda acción en la vida tiene un precio que hay que pagar», le decía Zotko a Barros, y quién sabe si el oro de Évora, la gloria del rapaz de Odivelas, le hubiera parecido un pago por la deuda que contrajo en Moscú. Su redención. El punto final de sus búsquedas».

 Pero como muy bien apunta Ramón Cid, ese no debe de ser el punto final de todo. «Este solo llegará cuando el COI le devuelva a Oliveira el oro que le robaron».

Clasificación de la final de triple salto en los Juegos Olímpìcos de Moscú 1980

Nota. Pueden leer el artículo completo de Carlos Arribas en el siguiente enlace:

https://elpais.com/elpais/2020/08/27/eps/1598525636_433644.html


lunes, 19 de octubre de 2020

BE WATER MY FRIEND: LOS MÉTODOS DE ENTRENAMIENTO DE BRUCE LEE


Bruce Lee corriendo con Bobo, su gran danés
Fotografía: Bruce Lee Foundation. Los Angeles, Estados Unidos

La primera vez que Bruce Lee interpretó a Kato, en la serie televisiva El Avispón Verde, era un poco rechoncho y le sobraba un poco de grasa. «No tenía músculos definidos, pero los deseaba desesperadamente», nos recuerda Van Williams, la estrella de la serie.

Van Williams y Bruce Lee en El Avispón Verde 

Bruce quería interpretar papeles heroicos y sabía que, dada su complexión pequeña y delgada, era necesario superar físicamente a sus homólogos blancos para adquirir una musculatura que transmitiera inmediatamente una sensación de fuerza en pantalla.

 Y eso fue lo primero que empezó a trabajar con ahínco cuando obtuvo el papel de Kato. "De su poca definición en El Avispón Verde (1966) pasó a tener en El furor del dragón (1972) un cuerpo hipertrofiado que parecía esculpido en mármol". "Su increíble definición muscular fue el resultado de entrenamientos continuos y de la reducción de su grasa subcutánea prácticamente a cero".

Chuck Norris y Bruce Lee en El furor del dragón

 En Bruce Lee: Una vida* (Dojo Ediciones, octubre 2019), la biografía más completa que se ha escrito sobre esta leyenda, el estadounidense Matthew Polly dedica algunas páginas a los métodos de entrenamiento de Bruce, en los que no faltaba la carrera continua.
Cuando se trataba de entrenar, Bruce Lee estaba a la vanguardia de la revolución del fitness. Fue el primer artista marcial en entrenarse como un atleta en una época en la que los tradicionalistas pensaban que bastaba con repetir técnicas básicas. Era una opinión generalizada. En los años 60, los jugadores de fútbol americano consideraban peligroso y perjudicial levantar pesas, y muchos equipos de la liga nacional lo prohibían. Bruce comprendió, sin embargo, que la fuerza y el acondicionamiento físico eran cruciales para convertirse en el luchador total.

Bruce Lee haciendo pesas

 Después de su agotador combate contra Wong Jack Man, Bruce redobló sus esfuerzos para mejorar su resistencia. «Cuando un atleta bajo de forma está cansado, no puede actuar debidamente –decía Bruce–. No puedes lanzar puñetazos ni patadas correctamente. Ni siquiera puedes eludir a tu adversario». Del boxeo tomó prestados el salto a la comba y las carreras.

Bruce Lee saltando a la comba

Todas las mañanas corría seis u ocho kilómetros por el vecindario acompañado de su gran danés, Bobo.

Bruce Lee corriendo con Bobo, su gran danés

«Para mí, correr no es solo una forma de ejercicio –decía Bruce–. También es una forma de relajación. Es una hora que tengo para mí todas las mañanas en la que puedo estar a solas con mis pensamientos».
 Desde adolescente, Bruce había levantado pesas, pero no se lo empezó a tomar en serio hasta que se fue a vivir a Oakland. Sus alumnos James Yimm y Allen Joe eran pioneros del culturismo y le enseñaron levantamientos y ejercicios básicos, pero a Bruce le interesaba la fuerza, no el tamaño; quería ser musculoso, no voluminoso, sabiendo que, en términos de fuerza, la velocidad es más importante que la masa. «A James y a mí nos gustaba entrenar con peso –dice Allen Joe–, pero Bruce prefería pesas más pequeñas y un mayor número de repeticiones. En su garaje, Bruce instaló una máquina isométrica, un soporte y banco para pesas y fortalecedores para los antebrazos.

Bruce Lee fortaleciendo los antebrazos

 A Bruce le volvía loco entrenar y disponía de tiempo libre para hacerlo. Como señaló con envidia uno de sus alumnos de Los Ángeles, «Para Bruce, todos los días eran fin de semana, porque nunca tuvo un trabajo estable como la mayoría de nosotros». De lunes a domingo seguía la misma rutina: corría por la mañana y luego ponía a punto sus herramientas marciales con quinientos puñetazos, quinientos jabs de dedos y quinientas patadas. Por la tarde, pasaba tiempo en su biblioteca leyendo libros de filosofía y llamando a su agente o a sus colegas. A primera hora de la noche, levantaba pesas tres días a la semana.

Bruce haciendo wing chun con un maniquí de madera

Bruce Lee trabajando la flexibilidad

Bruce Lee realizando trabajo isométrico de fuerza

Bruce Lee haciendo elevaciones de piernas

Bruce trabajando la resistencia en su bicicleta estática

 Entrenaba incluso cuando no entrenaba. Mientras veía la televisión, levantaba pesas y mientras conducía daba repetidos puñetazos a un pequeño makiwara, para ansiedad de sus pasajeros. Convertía cada actividad en un juego de artes marciales. «Cuando me pongo los pantalones –decía Bruce–, entreno mi equilibrio».

Flexiones con solo dos dedos de una mano
 
Dragon Flag

 Y si Bruce Lee entrenaba duro para tener ese físico y ese dominio de las artes marciales, no quiero ni pensar lo que habrá tenido que entrenar este crío para hacer esto. ¿Os gustan los retos? Pues aquí tenéis uno.



 Y para cerrar esta entrada, os dejo una pequeña joya que se creía perdida: la entrevista a Bruce Lee en el programa de televisión The Pierre Berton Show (9-12-1971). Está subtitulada al español, y en ella se descubre (en el minuto 15'47") el origen del famoso "Be water, my friend".

Bruce Lee. La entrevista "perdida"
The Pierre Berton Show, 1971

Bruce Lee: Una vida. Fotografía: Lucía Rodríguez
*https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2020/06/bruce-lee-una-vida.htm


Nota para mis alumnos:

Fluid, sed flexibles y adaptaros a los cambios. Usad la mascarilla y mantened la distancia social. Y cuando tengáis ocasión, difundid el legado de Bruce Lee por el mundo.