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lunes, 27 de julio de 2020

¿VOLAMOS CUANDO CORREMOS?


Cronofotografías de Étienne Jules Marey para analizar el movimiento
Intervenidas por Lucía Rodríguez

La semana pasada escribí una reseña en mi otro blog sobre Una guía sobre el arte de perderse, de Rebecca Solnit. Entre las páginas de este ensayo, recientemente publicado por Capitán Swing, me encontré con esta disertación:
[…] cuando alguien va corriendo, cada paso que da es un salto, así que hay un momento en el que no existe ningún contacto entre su cuerpo y el suelo. Durante esos breves instantes, las sombras ya no se vierten desde sus pies, como si fueran un reguero, sino que permanecen debajo de ellos como un doble, como ocurre con los pájaros, cuyas sombras avanzan por el suelo que tienen debajo, acariciando la superficie terrestre, aumentando y disminuyendo de tamaño según se acerquen o se alejen de esa superficie los cuerpos que las forman. En el caso de amigos míos que corren largas distancias, esos brevísimos instantes en los que levitan suman una cantidad importante de tiempo; utilizando su propia potencia, pasan muchos minutos suspendidos en el aire, puede que una fracción considerable de una hora, posiblemente mucho más en las ultramaratones de ciento sesenta kilómetros. Volamos; soñamos en la oscuridad; devoramos el cielo con bocados tan pequeños que no se pueden medir.
 Leído así, no me cabe duda de que algunos hemos pasado mucho tiempo en las nubes.

Fotogramas separados de Eadweard Muybridge para analizar el movimiento
Intervenidos por Lucía Rodríguez

Pueden leer mi reseña sobre Una guía sobre el arte de perderse en:

lunes, 6 de julio de 2020

FÚTBOL Y LITERATURA (III)


A Óscar de Marcos, que ha estado fuera de la competición durante ocho meses tras una operación de tobillo. Desde Calle 1 le deseo el mejor de los regresos.

En noviembre de 2019, se celebró en Bilbao la X edición de “Letras y Fútbol”, una semana literaria que demuestra, una vez más, que el mundo del balompié no está reñido con el de la literatura.


 Con motivo de dicho evento, organizado por la Fundación Athletic Club, se presentó “Togo”, un relato largo o novela corta de Óscar de Marcos, jugador del Athletic de Bilbao, y “Bizitza Eskukadaka”, escrito por Ainhoa Tirapu, portera del equipo femenino del Athletic.

Togo y Bizitza Eskukadaka (Edita la Fundación Athletic Club)
Relatos autobiográficos de De Marcos y Ainhoa Tirapu, jugadores del Athletic Club

 Desde Málaga le solicité a la Fundación Athletic un ejemplar de ambos libros, que amablemente me hicieron llegar. Pensaba que el de Ainhoa estaría publicado en una edición bilingüe, pero solo venía en vasco, y el único alumno vasco que hemos tenido por el instituto, y que precisamente había nacido en Bilbao y era hincha del club, se graduó hace ya unos años. De todas formas, lo he dejado en mi departamento por si algún día aparece por aquí a saludarnos. El que sí me leí de una tacada fue Togo, y he de decir que me encantó.

Óscar de Marcos con un ejemplar de Togo (Edita Fundación Athletic Club)

 El relato autobiográfico de Óscar de Marcos arranca de una manera trepidante en el aeropuerto de Lomé, Togo, adonde el jugador viajó en el verano de 2010 para reunirse con el padre José Luis en el centro Don Bosco de Kará, donde además del colegio hay tres hogares de acogida para cientos de niños y jóvenes marginados de la ciudad.

Me colocan contra la pared, con las manos apoyadas por encima de la cabeza. Me cachean mientras no dejan de increparme en un idioma que no entiendo. Algo pasa, pero no sé qué. Todo ha sucedido sin darme cuenta. Hemos aterrizado de noche y he bajado las escalerillas del avión junto al resto de pasajeros. Me he subido al autobús que nos ha acercado a la terminal. Un trayecto corto, de solo unos segundos, pero en el que íbamos como sardinas en lata; yo, apenas sujeto a una barra y apretado contra una mujer que pesaría más de cien kilos, una togolesa enorme con su vestido africano y su moño. 
 Ha tenido que ser a la salida del autobús cuando me he equivocado. Me he puesto a la cola en una de las dos filas que se han formado para pasar el control de entrada al país. No he notado nada extraño, salvo que la gente me miraba disimuladamente por mi color de piel. O quizá por estar sudando como un pollo debido a la humedad y al calor infernal. He entregado mi pasaporte y unos formularios que me habían facilitado las azafatas y que he rellenado en el avión mismo; y, de repente, el caos. 
 No sé si alguien me ha introducido droga en el equipaje, si me han confundido con algún delincuente, si pretenden extorsionarme... Respondo a las amenazas de los agentes con gritos de ayuda: "Please, help, help!", pero no les gusta mi reacción. Uno de ellos agita delante de mi cara los papeles que le he entregado y me exige explicaciones, pero ¿sobre qué? 
 Entonces me acuerdo de Claude, a quien he conocido durante el vuelo. Puede que sea mi salvación. Vuelvo la cabeza y lo busco entre todos los ojos que me observan, pero no se halla en ninguna de las dos filas. Lo localizo a lo lejos, en un acceso diferente. 
 Claude, togolés afincado en Barcelona desde hace ocho años y, según me ha contado, hijo del exembajador de Togo en España. A la hora de coger las bandejas del menú de a bordo, lo he molestado sin querer y me ha salido un perdón de manera espontánea que nos ha dado pie a charlar en español durante el vuelo. Me he presentado y, en cuanto me ha preguntado a qué me dedico y le he respondido que soy futbolista, me ha identificado. Claude, más mulato que negro, un fan del FC Barcelona que, para mi sorpresa, incluso se acuerda del gol que marqué en la Supercopa del verano pasado al Barça de Guardiola. "Mi primer gol de rojiblanco", añado con una mezcla rara de orgullo y pudor. 
 Claude, del que me he despedido nada más aterrizar y que ahora mismo es el único clavo ardiendo al que puedo agarrarme: un pez gordo al que diviso a lo lejos en el aeropuerto de Lomé, a punto de cruzar una puerta y desaparecer dejándome solo ante el peligro, retenido por el personal de seguridad y acusado de no sé qué, de noche, en un país olvidado del África negra en el que nadie me conoce y en el que hablan un idioma que no entiendo. 
 Entonces, con todas mis fuerzas grito: 
 –¡Claude!
 No me negarán que engancha. A partir de ahí, los capítulos saltan en el tiempo y en el espacio, alternando los que nos hablan de su estancia africana (en el centro de los salesianos) con los que nos cuentan sus inicios en el fútbol, su fichaje por el Athletic, su ascensión meteórica, su bajada a los infiernos y su vuelta a la élite. Y todo escrito con una sinceridad apabullante.
Volvíamos de Vitoria a Laguardia después de un partido. Un itinerario que mi padre repitió conmigo durante siete años, todas las tardes laborables de cinco a nueve de la noche. Alrededor de una hora de ida, otra de vuelta, más las dos de entrenamiento, que él se quedaba a ver. A veces, llegábamos a casa incluso más tarde de las diez. Eso sin mencionar los partidos del fin de semana, por descontado.
 Aquel día ni siquiera había salido unos minutos al final de la segunda parte. Durante la temporada anterior, mi primer año de cadete, lo había jugado todo, al igual que en infantiles, pero ahora en Cadete Liga Vasca las cosas se habían torcido y apenas contaba para el nuevo entrenador. Más que enfadado, creo que aquel día estaba triste. No hablaba, la mirada perdida en un paisaje que conocía bien, mientras mi padre conducía pendiente de la carretera y pendiente también de mí. Tenía entonces quince años, y tampoco diría que daba demasiadas vueltas a las cosas. Para nada. Pero me imagino que la conclusión era clara y flotaba en ese coche en el que viajábamos: un chaval que no es titular indiscutible en los cadetes del Alavés difícilmente llegará a profesional.
 –Hijo, yo lo que quiero es que seas feliz. Si para ser feliz tenemos que volver a jugar en el equipo del pueblo, jugamos en el equipo del pueblo.
Un joven De Marcos ficha por el Athletic
Fotografía: Atizia Mcfine
De todas las alegrías posibles, las mejores son las compartidas. No pregunté ni cuánto iba a ganar ni por cuántos años fichaba ni nada parecido. Iba a jugar en el Athletic y era tal la euforia que sentía que no me cabía dentro y necesitaba compartirla. […] Aquel fue un momento inolvidable. Cuando conté que fichaba por el Athletic, fue como si ficháramos todos, la cuadrilla entera.
De Marcos junto a Alves en la final de la Supercopa de 2009
Fotografía: Athletic Club
Pero un jugador del Athletic no debuta de verdad hasta que juega en San Mamés, en La Catedral, y ante su público. Del partido de aquella noche de verano, final de la Supercopa frente al Barcelona, en plenas fiestas de Bilbao, un 16 de agosto, recuerdo tres flashes nada más, imagino que por la tensión que acumulaba.
 Soy titular y me dispongo a tocar mi primer balón. Es un pase que bajo a recibir de espaldas. Espero a que la pelota me llegue, pero, antes de que pueda reaccionar, Yaya Touré se anticipa como una locomotora. Lo que recuerdo perfectamente es el murmullo de San Mamés, como en el circo romano de Gladiator. Ese lamento por mi lentitud y torpeza. Y mi pensamiento: "Chaval, o espabilas y aceleras, o te pasan por encima".
 También recuerdo mi primer gol. Recorto a la derecha, la toco otra vez con la derecha hacia dentro y chuto con la izquierda; pega en Puyol y pasa por encima de Valdés. Sin embargo, no recuerdo la celebración. Solo las imágenes de la celebración que he visto en vídeo.
 Mi último recuerdo es el del cambio, el público en las gradas aplaudiendo y yo retirándome todo hinchado. […] De repente eres el centro del mundo, la sensación del momento; una burbuja de vanidad te envuelve sin remedio.
Óscar de Marcos en la celebración de su gol al Manchester United
San Mamés, 15 de marzo de 2012. UEFA Europa League
Fotografía: Jasper Julien (Getty Images Europa)
Para entonces, mi trayectoria descendente ya era algo evidente para todos. Había pasado de superrevelación a suplente; y como suplente, ni me estaba reivindicando ni funcionando como  revulsivo. […] El 14 de abril cumplía veintiún años y ese mismo día jugaba mi primer partido con el Bilbao Athletic. Después de veintiséis encuentros disputados con el primer equipo en Liga, Supercopa, Copa y Europa League, me tocaba debutar con el filial. […] El mundo al revés. En vez de vivir un proceso de gestación y maduración en el Bilbao Athletic durante nueve meses y, como consecuencia, subir y debutar con el primer equipo, yo bajaba a estrenarme con el filial después de casi toda una temporada jugando y entrenando a las órdenes de Caparrós.
Óscar de Marcos, jugador del Athletic Club. 9 de abril de 2018
Fotografía: María José Segovia (NURPHOTO)
Poco a poco empecé a ver la luz al final del túnel, y lo hice de la manera más sencilla posible: entrenando cada día mejor. Haciendo  de cada entrenamiento un fin en sí mismo. Disfrutando de aquello de lo que había disfrutado toda mi vida: el fútbol.
Oscar de Marcos en un Getafe-Athletic (Agosto, 2019). Agencia EFE
Junto a este foyer, se halla el campo del equipo Don Bosco. Aquí cada cooperante hace lo que sabe, y yo sé jugar al fútbol, así que este campo de arena es mi lugar de trabajo, donde voy a entrenar a niños marginados de la ciudad de Kará.
 El libro de Óscar de Marcos se abre con una cita de Eduardo Galeano que oyó por primera vez en boca de Marcelo Bielsa: "La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo."

El argentino Marcelo Bielsa cuando entrenaba al Athletic de Bilbao
Fotografía: REUTERS

"Supongo que todos debemos viajar a Togo alguna vez en nuestra vida. Y entender ya qué significa Togo".
 Presté a mis alumnos más futboleros el librito de De Marcos. A ver si así consigo que se enganchen a la literatura. De momento, las críticas han sido muy positivas, y hay una larga lista de espera para llevarse el libro a casa. Y les hace gracia que el Málaga aparezca entre sus páginas.

Nota: El cierre del instituto, debido a la pandemia, ha impedido que pueda fotografiar con el libro en las manos a todos los que lo han leído.
Para que un equipo funcione bien es importante que todos sus integrantes se sientan parte de él: los titulares, los suplentes y los que apenas entran en las convocatorias. Porque el fútbol es ante todo eso, un deporte de equipo, un juego colectivo, y la exigencia en los entrenamientos la ponen en gran medida quienes perseveran y dan lo mejor de sí mismos en cada sesión, a pesar de vestir de calle los días de partido y no aparecer en las fotografías de las crónicas periodísticas.

Fútbol y Literatura I:
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2017/02/futbol-y-literatura.html

Fútbol y Literatura II:
https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2020/06/futbol-y-literatura-ii.html

miércoles, 1 de julio de 2020

UNITY O EL BRAZO DE JOEL EMBIID


Unity (2019), de Hank Willis Thomas, en Brooklyn (Nueva York)
Erigida a iniciativa del programa Percent for Art
Fotografía: Sergio Pardo

Me entero por un artículo* de Ángela Molina que en noviembre de 2019 se instaló en Brooklyn, Nueva York, una escultura de Hank Willis Thomas (Nueva Jersey, 1976), bautizada con el nombre de Unity, un enorme brazo de bronce negro que emerge del suelo apuntando al cielo en un gesto que me recuerda al de muchos atletas. "Su diseño partió de un modelo natural de 2 metros y 13 centímetros, el pívot camerunés de la NBA Joel Embiid, y se ha convertido en el símbolo que reivindica las calles de Nueva York como espacio de diversidad racial, sexual y de género. También es el punto de encuentro donde se concentran diariamente los manifestantes al grito de Black Lives Matter, el movimiento internacional que surgió en 2013 del hashtag creado por tres mujeres líderes de la comunidad afroamericana tras el asesinato del adolescente Trayvon Martin en Florida a manos de un vigilante de barrio".

Joel Embiid, jugador de los Philadelphia 76ers

 Si les interesa el arte contemporáneo, les recomiendo una visita a la página web del autor:

El artista Hank Willis Thomas




*Artículo de Ángela Molina en BABELIA: Muerte y reanimación del monumento.