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martes, 12 de diciembre de 2023

BE WATER, MY FRIEND: LAS ENSEÑANZAS DE BRUCE LEE


Be water, my friend. Las enseñanzas de Bruce Lee, de Shannon Lee (Dojo Ediciones)
Fotografía: Pedro Delgado

Vacía tu mente.
Sé informe, vacíate de las formas, como el agua.
Si pones agua en una taza, se convierte en la taza.
Si pones agua en una tetera, se convierte en la tetera.
Si la pones en una botella, se convierte en la botella.
El agua puede fluir ¡o puede golpear!
Sé agua, amigo mío.

El año 2024 está a la vuelta de la esquina y con él los nuevos propósitos, el querer cambiar hábitos y actitudes que hagan mejor nuestra vida. Muchos son los que, ante el reto, recurren a los libros de autoayuda. Y es por eso que hoy voy a hablarles de Be water, my friend. Las enseñanzas de Bruce Lee, de Shannon Lee, publicado por Dojo Ediciones en 2020, en una traducción de Rubén Cervantes Garrido.

 Podría decir que este es un libro de autoayuda, pero en realidad va mucho más allá de eso. Las enseñanzas de Bruce Lee es sobre todo el homenaje de una hija a un padre, y no a un padre cualquiera, pues a su muerte, Bruce Lee se convirtió en un mito, alguien que sigue vivo en la mente de millones de personas por su legado marcial, cinematográfico y filosófico.

Shannon Lee con su libro Be water, my friend
Fotografía: Instagram de Shannon Lee

 Haré todo lo posible por enseñarte la filosofía de mi padre basada en el «Sé agua» y en cómo la entiendo yo después de muchos años inmersa en su vida y su legado. Para aquellos que no estéis familiarizados con esta cita, mi padre la empleó por primera vez en referencia a las artes marciales, que emplearemos como metáfora a lo largo del libro. El objetivo es ayudarte a vivir la vida más comprometida posible. Pero lo más importante para mí es que la idea de ser como el agua supone intentar encarnar las cualidades de la fluidez y la naturalidad en nuestras propias vidas. El agua se amolda a cualquier contenedor, puede ser blanda o fuerte, nunca deja de ser ella misma de manera simple y natural, y encuentra la manera de seguir moviéndose y fluyendo. Imagina que pudieras aprender a ser así de flexible, de sensible, de natural y de imparable. Para un artista marcial como mi padre, eso significaba alcanzar la cumbre de la técnica. Para mí, significa alcanzar la cima de mi habilidad como ser humano para ser expresiva, poderosa y fuerte.
 Creo sinceramente, y no soy la única, que mi padre fue en realidad uno de los filósofos más notables y profundos del siglo xx. Lo que pasa es que no hay muchas personas que lo vean así porque era una estrella del cine de acción y un artista marcial, y al parecer eso basta para desestimarlo como intelectual. Cuando pensamos en un filósofo, normalmente nos viene la imagen de un académico, de un autor publicado o de alguien que da charlas inspiradoras y educativas. No pensamos en una estrella del cine de acción. Pero mi padre fue mucho más que eso, como descubrirás, por la forma en que vivió su vida y por las palabras que nos legó.
***
 Lo más importante es que nuestra intención no es adoptar una actitud o programa rígido respecto a nada. Se trata de un libro sobre el agua, al fin y al cabo, y la vida, al igual que esta, tampoco es rígida ni está programada. Piensa simplemente en el pinchazo de una rueda o en una subida de sueldo inesperada. Tenemos que hacerles sitio a todas las vicisitudes de la vida, con sus subidas y bajadas, mientras aprendemos a ser flexibles, sensibles, naturales e imparables en medio de todo ello. No vas a aprender a maximizar el potencial y la fluidez de todo tu ser de la noche a la mañana. La primera vez que saborees el éxito y pienses que ya lo sabes todo, te tropezarás con un nuevo reto, y entonces todos tus viejos condicionantes mostrarán su feo rostro y la frustración te hará que quieras dar puñetazos a la pared. Y es en ese momento cuando deberás elegir, una vez más, entre rendirte o crecer.
 En esos momentos, trata de recordar estas palabras de mi padre: «Las personas deben crecer a través de frustraciones hábiles, porque, si no, carecerán de incentivos para desarrollar sus propias maneras de enfrentarse al mundo». Y es cierto. Si nunca intentas hacer nada difícil o desafiante, la primera vez que te ocurra algo así te caerás de culo y no sabrás qué hacer. O puede que te hagas un ovillo en el suelo. Trata de ver la frustración como un maestro o, me atrevería a decir, un amigo. Intenta escuchar lo que te dice y lo que dice sobre ti, sobre tus habilidades, sobre tus creencias, sobre dónde necesitas esforzarte un poco, sobre lo que realmente quieres y amas, y deja que te guíe hacia una comprensión completa de ti mismo. Te prometo que con el tiempo tu vida se abrirá y empezarás a sentirte más fuerte y libre.
 A medida que avancemos juntos en este viaje acuático, hablaremos también sobre la concentración de energía y la alegría. Hablaremos de la gestión de la derrota y las circunstancias cambiantes. Hablaremos de cómo cultivar la fe en uno mismo y la fe en este proceso. Debatiremos sobre la mejor manera de adoptar una consciencia activa en tu vida, y sobre cómo lograr el equilibrio y alcanzar la paz mental.
***
Y, lo más importante, recordemos que nuestro objetivo no es ser Bruce Lee; nuestro objetivo es ser enteramente nosotros mismos. [...] Al fin y al cabo, todo esto debe ayudarte a descubrir lo que amas, lo que te da fuerza, cuáles son tus sueños y cuál es realmente tu ser más esencial. De modo que prepárate y, siguiendo las palabras de mi padre, trata de mantener esta perspectiva mientras avanzamos:
No estés tenso, sino dispuesto; no pienses, pero no sueñes; no estés rígido, mantente flexible. Se trata de estar total y tranquilamente vivo, consciente y alerta, listo para lo que pueda venir...
De la Introducción de Shannon Lee

Shannon Lee y su padre Bruce Lee
Fotografía: Instagram Shannon Lee

 Shannon Lee apenas tenía cuatro años cuando falleció su padre, pero a pesar de ello, atesora cientos de anécdotas y recuerdos, muchos de ellos transmitidos por su madre, Linda Lee Cadwell, y los amigos de la pareja.

Bruce Lee y Linda Lee Cadwell con sus hijos Brandon y Shannon
Fotografía de los años sesenta: Instagram Shannon Lee

 Muchos de esos recuerdos están desgranados en este libro.

Casi toda (si no toda) su filosofía iba dirigida en un primer momento a su perfeccionamiento como artista marcial. Más tarde, como sucede con cualquier principio universal, acabó descubriendo que estos conceptos eran amplios y profundos, y que, lejos de limitarse a las artes marciales, podían aplicarse al arte de ser persona.
 Pero empecemos por el principio.
Un niño, un maestro de kung-fu y un barco
 Mi padre empezó a estudiar kung-fu en Hong Kong a los trece años. Su sifu (o maestro) era un hombre llamado Yip Man (también escrito Ip Man). Era un profesor muy habilidoso que no solo enseñaba técnicas físicas en sus clases, sino también filosofía taoísta y los principios del ying y el yang. A menudo ilustraba sus enseñanzas con parábolas sobre la naturaleza, como indicar las diferencias entre un roble y un bambú (el roble se acabará quebrando bajo un fuerte viento, mientras que el bambú sobrevivirá porque será capaz de moverse con él).
 Mi padre era un estudiante aplicado y aprendía rápido. Practicaba fuera de clase siempre que podía y se convirtió en un alumno estrella. Pero también era un adolescente cuyo mote de niño había sido Mou Si Ting, que significa 'nunca para quieto'. Su mote y nombre artístico posterior fue Siu Loong, o pequeño dragón. Nacido en la hora y año del dragón, el joven Bruce Lee era todo fuego, todo yang, y Yip Man se esforzó en todo momento por intentar enseñar a aquel fogoso adolescente no solo el valor de la fuerza y la astucia, sino la importancia de la delicadeza, la fluidez y la adaptabilidad.
 Para ser justos con mi padre, hay que decir que escuchaba a su maestro e intentaba seguir sus consejos, pero su impaciencia (y su mal genio) lo traicionaba; además, se preguntaba: «¿No será mejor ganar de la manera que sea? ¿Qué tiene que ver la delicadeza con ganar?»
 Un día, Yip Man estaba intentando enseñarle al joven Bruce a relajar y tranquilizar su mente, a olvidarse de sí mismo y seguir los movimientos del rival. En esencia, quería que practicase el arte del desapego, a responder al rival de manera intuitiva, en vez de quedar envuelto únicamente en su propia estrategia, calculando obsesivamente sus propios puñetazos y movimientos. Siempre que mi padre entraba en su dinámica y quedaba visiblemente atrapado por su propia inteligencia y combatividad mientras el sudor chorreaba por su frente arrugada, Yip Man intervenía para pedirle que conservara su energía adaptándose al desarrollo natural de las cosas. «Nunca te impongas a la naturaleza –le decía–. Nunca encares de frente un problema, contrólalo moviéndote con él». Finalmente, un día detuvo al joven Bruce y le dijo: «No practiques esta semana. Vete a casa y piensa sobre lo que te he dicho».
 ¡¿Que no practicara esa semana?! Era como decirle que dejara de respirar. Mientras estuvo desterrado de clase, Bruce siguió practicando por su cuenta. Meditó y se esforzó por entender lo que su maestro trataba de decirle por medio de la contemplación solitaria. Frustrado, y con energía acumulada, un día decidió emplear su tiempo libre no deseado para salir a navegar en un barco pequeño por la bahía de Hong Kong.
 Después de un rato, dejó de remar, se tumbó y se dejó llevar por las olas. Mientras estas lo mecían, empezó a recordar mentalmente las recomendaciones de su maestro y todo el tiempo que llevaba entrenando. ¿Qué estaba haciendo mal? ¿Por qué no entendía lo que su maestro le decía? ¡No tenía sentido! Su frustración alcanzó el límite. Enrabietado, se asomó al agua y golpeó el mar de la China Meridional varias veces con todas sus fuerzas.
 De pronto le asaltó un pensamiento. Se detuvo y se miró la mano húmeda. Mi padre escribiría sobre ello más tarde:
¿Acaso no acababa de demostrarme esta agua el principio del gung-fu? La golpeé pero no sufrió ningún daño. Volví a golpearla con todas mis fuerzas, ¡pero no la herí! Después, traté de agarrar un puñado de ella pero fue imposible. Esta agua, la sustancia más blanda del mundo, capaz de contenerse en la jarra más pequeña, solo aparentaba ser débil; en realidad, era capaz de penetrar las sustancias más duras del mundo. ¡Eso era! Quería imitar la naturaleza del agua.
 Tuvo una segunda revelación después de observar un pájaro sobrevolando el barco. Momentos después, lo vio reflejado sobre el agua:
¿No deberían los pensamientos y las emociones que siento frente a un rival pasar como el reflejo del pájaro que sobrevuela el agua? Esto es exactamente a lo que se refería el maestro Yip cuando decía que los sentimientos de uno no deben ser pegajosos ni rígidos. Por tanto, para controlarme, debo aceptarme a mí mismo primero siguiendo mi naturaleza, no oponiéndome a ella.
 Y así es como empezó la larga e íntima relación de mi padre con el agua, un elemento que es blando pero fuerte, natural pero dirigible, desapegado pero poderoso y, sobre todo, esencial para la vida. 

Ip Man y Bruce Lee practicando chi sao

 Al leer estas líneas, los que no practiquen las artes marciales o no sean deportistas se preguntarán si este libro les podrá ser de utilidad. La respuesta es sí, porque aunque se hable de artes marciales de vez en cuando, se usa como metáfora y para ilustrar conceptos que se pueden aplicar a la vida en general.

Sin limitaciones
 ¿Por qué imitar al agua era un principio tan importante para mi padre? Al fin y al cabo, la máxima fundamental que acuñó para ilustrar su arte y su vida fue esta:
No tener ningún camino como camino, no tener ninguna limitación como limitación.
 Cierto, pero ¿acaso no describe esto la naturaleza del agua a la perfección? Para cualquiera que haya tenido que enfrentarse alguna vez a una gotera, a veces resulta incomprensible cómo ha entrado el agua y cómo ha acabado donde ha acabado. A veces es necesario tirar abajo la pared o el techo enteros para averiguar de dónde procede y qué camino sigue. [...] Por angustioso que fuera para nosotros, ¿por qué resulta admirable el comportamiento del agua? Porque el agua no se iba a desalentar. Iba a encontrar un camino; varios, incluso. Iba a avanzar hasta encontrarse con un obstáculo, y luego, si era necesario, cambiaría de curso y seguiría fluyendo. Empleó la ausencia de camino como camino. En otras palabras, usó todos los caminos posibles, y avanzó sin limitaciones.

 ¿Qué hace falta para ser tan imparable como el agua, tan imparable como Bruce Lee? Ante esta pregunta lo primero que nos responde Shannon Lee es «Sé consciente».

 Leí este libro en septiembre antes de empezar el curso escolar (ya saben que soy profesor de Ed. Física en el I.E.S. Isaac Albéniz de Málaga) y al llegar a este punto pensé que esa era una máxima estupenda para mis alumnos: «Estar presente no significa solamente ocupar un espacio físico. No se trata simplemente de acudir a clase, sino de participar activamente en ella».

¿Escuchas, haces preguntas, tomas apuntes, participas en la conversación o estás pendiente del móvil, medio dormido, encapuchado, con los auriculares puestos? Es fundamental estar presente a la hora de intentar imitar al agua.

 Al igual que el agua de la lluvia actúa activamente porque esa es su naturaleza, y siempre elige seguir adelante si se le presenta la ocasión, nosotros, ante el primer obstáculo, podemos elegir entre detenernos o avanzar. Para crecer, para aprender, necesitamos dar ese paso adelante, necesitamos estar involucrados, debemos prestar atención.

 «Sé flexible», nos dice también Shannon. Y a continuación, nos muestra las palabras de su padre: «Cuando el hombre vive, es blando y flexible; cuando muere, se vuelve rígido. La flexibilidad es vida; la rigidez es muerte, ya hablemos del cuerpo, la mente o el espíritu. Sé flexible». Aquí tenemos la historia del bambú y el poderoso roble que le había contado su sifu o la ausencia de rigidez del agua.

 Una de las lecciones más sencillas y fáciles de comprender que nos ofrece el agua es su adaptabilidad. Si lanzas una piedra en un arroyo, el arroyo se adapta y le hace huevo a la piedra. Esta fue una de las lecciones que mi padre recibió el día que descubrió que el agua era una metáfora del gung-fu.

 Luego nos dice: «Adopta la tensión adecuada», «Ten un propósito», «Sé uno», máximas también recogidas en El tao del Jeet Kune Do que preserva las enseñanzas y el pensamiento de su padre.

El tao del Jeet Kune Do (Dojo Ediciones)

 Hay en el segundo de los capítulos, La taza vacía, otros consejos valiosos para mis alumnos que hacen referencia a la escucha y la atención: «La utilidad de una taza reside en su vacío. Vacía tu mente».

 En un artículo que mi padre escribió en 1971 sobre su arte del Jeet Kune Do, empezó citando una parábola zen para incitar al lector a abrir su mente, ya que lo que estaba a punto de decir resultaba extremadamente poco ortodoxo para las artes de combate del momento. Escribió:
Un día, un hombre instruido fue a consultar a un maestro zen. Mientras el maestro hablaba, el hombre instruido no dejaba de interrumpirlo, diciendo cosas como: «Sí, nosotros también tenemos de eso» y cosas por el estilo. Finalmente, el maestro zen dejó de hablar y empezó a servirle té al hombre instruido; siguió echando té hasta que la taza desbordó. «¡Basta! ¿No cabe más en la taza!», interrumpió el hombre instruido. «En efecto, ya lo veo –respondió el maestro zen–. Si antes no vacías tu taza, ¿cómo podrás probar mi té?».
 El hombre instruido no puede asimilar verdaderamente nada de lo que dice el maestro zen porque no deja de comparar y juzgar simultáneamente la información. En otras palabras, no está escuchando realmente. Su mente (su taza) está demasiado llena de su propio punto de vista (que mide y evalúa todo lo que dice el maestro) para dejar que entre nada más. Al hacer rebosar la taza, el maestro le demuestra al hombre que debe deshacerse de lo que ya cree saber –debe vaciar su taza– para escuchar realmente y asimilar la nueva información.

 Debemos centrar la atención en el momento presente y experimentarlo de manera plena. Tenemos que preparar la mente para abrirse, «deshacerte de todo el desorden y el ruido mentales, apagar el diálogo interior y plantarte firmemente en el presente poniendo en suspenso todos tus juicios y activando todos tus sensores». Es decir, ¡atiende!

 «La vida misma es tu maestra. Estás en un estado de constante aprendizaje» es la cita que abre el tercer capítulo del libro: El estudiante eterno. En él se habla de cuando fundó su segunda escuela de artes marciales en Oakland (California) y su enfrentamiento con la vieja guardia del kung-fu que vivía en el barrio chino de San Francisco. Como dice Shannon, las escenas parecen sacadas de una película.

Las escuelas que mi padre tenía en Seattle y Oakland, llamadas institutos Jun Fan Gung Fu, se dedicaban a enseñar una forma ligeramente modificada del wing chun, el arte marcial que mi padre había aprendido de adolescente en Hong Kong. Digo «ligeramente modificada» porque mi padre había empezado a reflexionar sobre las técnicas y a experimentar con ellas. Se trataba de desviaciones muy pequeñas respecto a la norma tradicional, como una ligera modificación de la posición del pie, mayor movimiento de la cintura, un movimiento de iniciación más rápido en respuesta a las acciones del rival, etc. A pesar de estas modificaciones, lo que enseñaba era básicamente wing chun.
 Pero como era Bruce Lee y tenía veinticuatro años, resultaba un poco bocazas. Se estaba dedicando a agitar la tradición y aquello molestó a la vieja guardia del kung-fu que vivía en el barrio chino de San Francisco. Mi padre ofrecía demostraciones en el teatro Sun Sing en la que hablaba de manera descarada sobre cómo muchas de las artes marciales chinas habían quedado anquilosadas por movimientos superfluos e innecesarios. Empleaba repetidamente el término lío clásico para referirse de manera denigrante a los demás estilos de kung-fu clásico. Después, retaba a la gente a subir al escenario para ver si eran capaces de superar su técnica.
 Como si eso no fuera suficiente para levantar ampollas, en sus escuelas se permitía el acceso a personas de todas las razas y procedencias. A ojos de las élites del kung-fu, las tradiciones era inviolables, y, aunque aceptaran la posibilidad de que ocasionalmente hubiera personas no chinas que accedieran a las escuelas de este arte marcial, de ninguna manera mantenían una política de puertas abiertas para el público en general. Bruce, por lo tanto, se estaba mostrando irrespetuoso, estaba corrompiendo la tradición, y los tradicionalistas del barrio chino no iban a tolerarlo.
 A finales de 1964, la comunidad china de San Francisco retó a mi padre. Estaban hartos de aquel joven atrevido y sus maneras rebeldes, y decidieron hacer todo lo posible por silenciarlo. Le propusieron un combate en su escuela de Oakland: si ganaba el luchador propuesto por los tradicionalistas, Bruce Lee debía dejar de dar clases; si ganaba mi padre, podría continuar con su labor sin injerencias. Sobra decir que mi padre aceptó el reto. No iba a permitir que nadie dictara su vida, y confiaba plenamente en su victoria. Tenía fe en sus habilidades y no dudó en defender sus creencias, fueran cual fueran las consecuencias.
 Todo parece salido de una película, pero para mi familia esto era la vida real. Mi madre, que estaba embarazada de varios meses, estuvo presente en la pelea, acompañada del buen amigo e instructor asistente de mi padre, James Lee (ya fallecido). La comitiva del barrio chino se presentó en la escuela de mi padre para el combate en noviembre de 1964. Presentaron a su campeón, un luchador del montón al que habían seleccionado por su habilidad, pero que no había participado directamente en la polémica. Después pasaron a enumerar las normas: nada de ataques a los ojos, nada de golpes a la ingle, nada de esto, nada de aquello... En este punto, mi padre intervino.
 No habría normas.
 Mi padre proclamó que si su verdadera intención era poner en riesgo su modo de vida y acabar con una parte esencial de su ser, el combate debía ser una lucha real sin restricciones. La pelea acabaría con un nocaut o una sumisión. Punto. Los tipos del barrio chino lo debatieron brevemente y aceptaron. Todos se colocaron en los extremos de la sala, y, sin más preámbulos, mi padre empezó a atacar. 

 Bruce Lee, nos dice Shannon, nunca quiso que le llamaran maestro. Decía: «Una vez que afirmas que has llegado a la cima, solo se puede ir hacia abajo». Se consideraba un estudiante eterno, siempre abierto a nuevas ideas, nuevas posibilidades, nuevas direcciones. Buscaba crecer a diario. Fruto de esa exploración y de esa mente abierta, estableció conexiones entre disciplinas e ideas sorprendentes.

 Por ejemplo, a la hora de desarrollar su arte del Jeet Kune Do, no recurrió únicamente a las artes marciales tradicionales en busca de inspiración e información: se fijó también en el boxeo occidental, la esgrima, la biomecánica y la filosofía. Admiraba la sencillez del boxeo e incorporó sus enseñanzas a su juego de pies y a sus herramientas de tren superior (el jab, el golpe cruzado, el gancho, el balanceo del cuerpo, etc.). De la esgrima, empezó fijándose en el juego de pies, el alcance y la sincronización del golpe de arresto y la respuesta, dos técnicas que afrontan los ataques y las defensas con movimientos preventivos. de la biomecánica, estudió el movimiento como un todo, tratando de comprender sus leyes físicas a la vez que las eficiencias y fortalezas biológicas. en cuanto a la filosofía, leyó extensamente tanto a autores orientales como occidentales, como Lao-Tse, Alan Watts y Krishnamurti, y se sirvió también de los libros de autoayuda populares del momento. Estaba abierto a todo tipo de inspiración y a todas las posibilidades. Su único límite era su propia imaginación y comprensión. 

Bruce Lee en Operación Dragón
Escena del combate en el templo Shaolin

 Igualmente, debemos experimentar en nuestra vida, investigar y mostrarnos abiertos a lo que descubramos, quizás así la pesadez de la vida se aligere un poco.

 En el capítulo 5, Las herramientas, Shannon nos pregunta cuál es nuestro Kung-fu.

 Kung-fu significa, literalmente, 'habilidad alcanzada a través del trabajo duro y la disciplina'. La traducción exacta no está ligada a la lucha, aunque ha acabado asociándose a las artes marciales chinas con el paso de los siglos, dada la cantidad de trabajo duro y disciplina que se necesitan para convertirse en un maestro. Dicho esto, es posible desplegar un buen kung-fu en cualquier ámbito: kung-fu matemático, kung-fu de cuidados maternos, kung-fu oratorio... Ya me entiendes. También es posible desarrollar un kung-fu vital o un kung-fu personal. Lo único que hace falta es ponerlo en práctica. Por lo tanto, ¿Cuál es tu kung-fu o cuál querrías que fuera?

 Y nos da una serie de herramientas y de ejercicios con los que salir de nuestro patrón y visualizar el camino que debemos seguir, porque el primer paso hacia el crecimiento es la acción.

 Bruce Lee anotaba sus progresos. Se ponía metas. Creaba recordatorios, ejercicios y herramientas para su crecimiento físico, mental y espiritual. Si no disponía de una herramienta en concreto, la creaba (o le pedía a alguien que lo hiciera). Si tenía dudas sobre la eficacia de algo, experimentaba y anotaba los resultados, hasta que encontraba la mejor manera de avanzar.

Páginas de Be water, my friend, con anotaciones del entrenamiento de Bruce Lee
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Hay un punto en el entrenamiento de fuerza de su entrenamiento que quiero destacar, algo que les repito mucho a los alumnos que se apuntan al gimnasio y empiezan a cargar peso como mulas buscando volumen muscular. Tuerzo el gesto y les recomiendo trabajar la fuerza resistencia, mucho mejor tener un cuerpo fuerte y fibroso que no estar hinchados como el muñeco de Michelin. Como verán en el texto siguiente, Bruce Lee se dio cuenta de ello rápidamente a través de la experimentación.

 Cuando mi padre empezó a complementar su rutina de artes marciales con ejercicios de otros campos, se interesó por el levantamiento de pesas. Un buen amigo suyo, Allen Joe, era culturista profesional. Mi padre acudió a él para que le enseñara algunos ejercicios. Empezó a practicar estas técnicas y obtuvo resultados, pero se dio cuenta de que, si bien se estaba volviendo más fuerte, estaba desarrollando unos músculos voluminosos de culturista que lo ralentizaban cuando ejecutaba técnicas de artes marciales. Sin embargo, no desechó el levantamiento de pesas por completo, sino que hizo algunos ajustes. Reconocía los beneficios de las pesas; lo único que tenía que hacer era incorporarlas en su rutina de una manera que sirviera a su meta final y se ajustaran específicamente a él. Empezó a utilizar pesas menos pesadas y a hacer más repeticiones. Después pasó al entrenamiento isométrico (alcanzar el fallo muscular lo más rápidamente posible), hasta que desarrolló una rutina con la que alcanzó el resultado que buscaba: un cuerpo fuerte y esbelto capaz de reaccionar al instante.

 Bruce Lee tenía una gran materia prima, pero sin su trabajo diario y su determinación no se habría convertido en el fenómeno en el que se convirtió. «Saber no es suficiente –decía–. Debemos aplicar. No basta con querer, hay que hacerlo».

 Hay otra frase de Bruce Lee que deberían tener presente esos alumnos que desde el principio de curso se muestran pesimistas con sus estudios y no abren los libros porque para qué, si van a suspender de todas maneras. «Si crees que algo es imposible, lo harás imposible. El pesimismo desafila las herramientas que necesitas para triunfar». Una mala actitud te ralentiza y dificulta tu éxito.

 Igual ocurre con aquellos que se plantean para el próximo año mejorar su forma física pero no se ven capaces de levantarse del sofá. Se necesita fuerza de voluntad, «la corte suprema que gobierna todos los demás departamentos de mi mente».

 Bruce Lee también creía profundamente en el poder de la autosugestión y de tener una actitud positiva. «Creía que el optimismo era una especie de fe que es necesario practicar y cultivar deliberadamente dentro de uno mismo».

 Y qué decir de la cita que abre el capítulo 6, El obstáculo. Dice así:

Créeme cuando digo que en toda cosa y acontecimiento importante hay siempre obstáculos, grandes o pequeños, y que lo que importa es la reacción que uno muestra ante tales obstáculos, no el propio obstáculo. No existe tal cosa como la derrota hasta que la admites ante ti mismo, ¡pero no antes!

 Este texto hace referencia a la gravísima lesión de espalda que se produjo en un entrenamiento después de la suspensión de la serie de los años sesenta El Avispón Verde, cuando ansiaba otra oportunidad para trabajar con la Warner Brothers y convertirse en el primer actor protagonista asiático de una película de Hollywood.

Van Williams y Bruce Lee como El Avispón Verde y Kato
Serie de televisión The Green Hornet

 Los obstáculos adoptan todo tipo de formas, tamaños y niveles de intensidad. Algunos son momentáneos: procrastinas demasiado y puede que ahora suspendas tu examen, o tu coche se ha averiado y vas a perderte una reunión importante. Otros son más crónicos y graves: puede que tengas un problema de adicción o sufras depresión clínica. Finalmente, hay otros que quizá surjan de la nada: puede que sufras un accidente de coche o que estalle una tubería en tu apartamento. Los obstáculos son inevitables. Es imposible no encontrárselos. Algunos pueden deberse a ti, a tus elecciones, y otros sencillamente te caen encima. Sea cual sea la situación, lo mejor es intentar recordar que el obstáculo es simplemente lo que ha ocurrido. En este sentido, es neutro. Es lo que ha sucedido. Y lo que hagas respecto a lo que ha ocurrido es lo que marcará la diferencia.

 Nuestros obstáculos son algunos de nuestros mejores maestros. Cómo superó Bruce Lee aquel trágico episodio es toda una lección de vida que podrán aprender en las páginas del libro.

 Y por si mis alumnos no llegan a leer este libro, quiero dejarles aquí otro texto de este capítulo que hace referencia a los exámenes del instituto:

 Cuando mi hija está estresada por un examen, a menudo le digo que lo único que consiguen sus quejas y sus gruñidos es dificultarle el estudio. El estudio ya es suficientemente duro. No tiene por qué gustarle estudiar, pero, si quiere hacer el examen lo mejor posible, el estudio es un factor importante. Por lo tanto, le digo que haga todo lo posible por quitarle a la tarea la capa de emociones negativas y pensamientos pesimistas y pasar a un estado neutro. Eres el creador y el intérprete de tu vida en todo momento. Las cosas tienen cierto significado porque se lo das, nadie más. [...] La preocupación no soluciona ningún problema, sino que convierte el problema en otro problema. El pesimismo tampoco soluciona los problemas, los vuelve más difíciles al sugerir que son imposibles de solucionar. Tampoco el miedo, ya que nos impide atacar los problemas porque tememos fracasar o empeorar la situación. Tampoco la duda, porque nos proporciona excusas para no solucionar los problemas. Por último, tampoco encontraremos soluciones en la apatía, porque nos vuelve insensibles a todo. Toda esta negatividad desafila las herramientas que tenemos a nuestra disposición para superar un obstáculo. Lo único que hace es crear más obstáculos aún.
 Entiende que eres poderoso. No entregues tu voluntad a los demás, a la negatividad o a las circunstancias. No entorpezcas tus habilidades. Tu mundo no tiene sentido al margen del que tú le des, y quizá no haya necesidad de dárselo siquiera. Peldaños o escollos: tú eliges.

 Bruce Lee comparaba a menudo el proceso de convertirse en uno mismo con el de un escultor. «Somos un trozo de mármol sin desbastar, y en vez de intentar añadir más mármol para crear una escultura, debemos picar todo lo que nos impide ver la obra de arte que se oculta en su interior. Con cada fragmento que retiramos, desvelamos nuestro verdadero ser. Mi padre empleó esta analogía también para referirse a sus artes marciales».

 Hay muchas páginas del libro en las que Shannon Lee nos interpela directamente:

 ¿Cuántos de nosotros queremos hacer cosas que aplazamos una y otra vez? Observa un pensamiento que hayas tenido al que no le hayas dado una respuesta inmediata, incluso uno tan trivial como «tengo que lavar los platos». Quizá después te hayas fustigado por no haber lavado los platos, o puede que hayas tenido el pensamiento cinco veces más antes de levantarte y hacerlo, y luego, mientras lo hacías, te ha fastidiado tener que hacerlo en se momento porque lo has ido aplazando hasta que estás cansado y lo único que quieres hacer es irte a dormir. Ahora piensa qué pasará si, inmediatamente después de acordarte de que tienes que lavar los platos, sencillamente te levantaras y lo hicieras. Hecho. Listo. Siguiente. Nada de malgastar pensamientos superfluos ni de amonestarte por no actuar; de este modo, la tarea (y tú mismo) deja de estar envuelta por una negatividad paralizante.
 Ahora emplea este ejemplo para algo más importante. Piensas: «Siempre he querido escribir una novela», y cuando tienes ese pensamiento, te llenas de asombro y entusiasmo. Bien, si a ese pensamiento le siguen otros sobre tu posible incapacidad, la falta de tiempo o lo ridícula que resulta la idea (al fin y al cabo, no eres un escritor), te encontrarás en el hueco sin ni siquiera un puente colgante inestable al que aferrarte. Pero si, en vez de eso, agarras un bolígrafo o enciendes el ordenador para empezar a anotar tus ideas o te apuntas a un curso online sobre cómo escribir novelas, dejas de estar en el hueco. Lo has atravesado. E independientemente de que escribas una novela entera o no, tendrás el inicio de algo con lo que jugar. La cantidad de esfuerzo que le dediques dependerá enteramente de ti. Puede que tardes diez años en escribir la novela, pero, ¿sabes qué?: si caes en el hueco entre el pensamiento y la acción (cuando el vacío se convierte en un agujero negro, no un espacio vivo y cocreador) y nunca arrancas, lo único que tendrás dentro de diez años será un montón de tiempo y energía malgastados en pensamientos y sentimientos sobre la novela que nunca escribiste.

En los capítulos 8 y 9, El vacío vivo y El camino del puño interceptor, aparece mi película favorita (supongo que también lo es para todos sus fans) de Bruce Lee: Operación Dragón.

Cartel de la película Operación Dragón

 Cuando se estrenó Operación Dragón, se eliminó una escena que mi padre había escrito y rodado para la primera parte de la película. Cuando se cumplieron veinticinco años del estreno, Warner Brothers volvió a incluirla. En ella puede verse a mi padre caminando junto a un monje –su maestro– que lo interroga.
Monje: Veo que tus talentos han superado el mero nivel físico. Tus habilidades han alcanzado el punto de conocimiento espiritual. Tengo varias preguntas. ¿Cuál es la técnica más elevada que aspiras a alcanzar?
Lee: No tener técnica.
Monje: Muy bien. ¿Qué piensas cuando te enfrentas a un adversario?
Lee: Que no hay adversario. 
Monje: ¿Y por qué?
Lee: Porque la palabra yo no existe.
Monje: Bien, continua.
Lee: Un buen artista marcial no se pone tenso, se prepara. No piensa, pero tampoco sueña. Se prepara para lo que pueda venir. Cuando el adversario se expande, yo me contraigo. Y cuando él se contrae, yo me expando. Y cuando hay una oportunidad, no doy un golpe. El golpe se da solo.

Bruce Lee dialoga con el monje en la escena inicial de Operación Dragón

***
 Uno de los alumnos de mi padre era Ted Ashley, entonces director de los estudios Warner Brothers. La Warner había intentado lanzar una serie de televisión protagonizada por mi padre (se trataba de Kung Fu, que acabó emitiéndose con un actor blanco haciendo de chino) y se había interesado por uno de sus proyectos cinematográficos, La flauta silenciosa, escrito junto al guionista Stirling Silliphant (que también era alumno suyo) y en la que compartiría el papel de protagonista con James Coburn. Fue otro intento fallido. Pero, puesto que mi padre había abandonado temporalmente Hollywood y estaba destrozando todos los récords de taquilla en Hong Kong con cada nueva película, sus defensores en Warner Brothers contaban finalmente con la prueba que necesitaban para persuadir al estudio a hacer una película con Bruce Lee.
 Operación Dragón fue un sueño hecho realidad para mi padre: ser la estrella de un largometraje de Hollywood. Dicho esto, lo cierto es que Hollywood la vendió como una película con dos protagonistas, por si acaso su apuesta por mi padre salía mal, y también debido a prejuicios y a las dudas que existían en torno a la xenofobia del público de la época. Pero mi padre no se preocupó. Sabía que poseía la calidad necesaria, aunque otros tuvieran sus dudas. Estaba preparado para aprovechar la oportunidad y mostrarle al mundo occidental la gloria del gung-fu chino y expresarse plenamente encarnando a un hombre chino auténtico en pantalla.
 Solo había un problema: el guion era terrible, hasta tal punto que mi padre insistió en que despidieran al guionista y lo enviaran de vuelta a California mientras él se dedicaba a reelaborar frenéticamente la mayor parte del texto. Por supuesto, el estudio no escuchó a mi padre y mantuvo al guionista en Hong Kong, que hizo pequeños retoques a aquella película de acción, que inicialmente recibió el título de Sangre y acero y, después, el inventivo La isla de Han (mientras mentían a mi padre y le decían que habían enviado al guionista a Los Ángeles). El guión original no contenía ninguna de las escenas icónicas que conocemos hoy. Nada de «dedo que indica el camino hacia la luna», «el arte de luchar sin luchar» ni escena filosófica en la que el monje habla de la verdadera naturaleza de la destreza: «Yo no doy un golpe. El golpe se da solo».
 Para mi padre era esencial que la película reflejara su arte y cultura con precisión y profundidad. Era su oportunidad de mostrarle al mundo quién era y lo que era capaz el practicante de gung-fu chino, y no estaba dispuesto a tolerar la mediocridad. De modo que reescribió el guion y se lo entregó a los productores. También debatió largamente con el estudio acerca del título. Su nombre artístico chino era Siu Loong, que significaba «Pequeño Dragón», y la película debía ser su carta de presentación en Occidente. El título Operación Dragón tenía más fuerza y era más específico que La isla de Han o Sangre y acero. Escribió numerosas cartas a la Warner Brothers solicitando este cambio de nombre: «Estudiad cuidadosamente el título Operación Dragón. Creo realmente que es un buen título, dado que Operación Dragón sugiere el surgimiento de alguien que encarna la calidad». Ese «alguien de calidad» al que se refería, por supuesto, no era otro que él mismo.
 El estudio acabó cediendo y cambió el nombre de la película. Mi padre entrenó como nunca lo había hecho y trabajó sin descanso en el guion para dejarlo lo mejor posible. Su productora, Concord Productions, fue la encargada de producir la película (aunque creo que no aparece en los créditos como productor), y él se ocupó personalmente de coreografiar la película entera. Trabajó día y noche para aprovechar al máximo la oportunidad que le habían dado. Iba a presentarle a Bruce Lee al mundo.
 Como le escribió a Ted Ashley en una carta: [...] En pocas palabras, este es el momento, y nadie lo sabe mejor que yo. Disculpa mi franqueza, ¡pero ese soy yo! Verás, mi obsesión es hacer, y disculpa la expresión, la puta mejor película de acción que jamás se ha visto. Para concluir, te daré mi corazón, pero, por favor, no me des únicamente tu cabeza. A cambio yo, Bruce Lee, siempre sentiré el mayor aprecio por la intensidad de tu implicación.
 Llegó por fin el primer día de rodaje. Los equipos hongkonés y americano estaban listos para empezar, con varios traductores encargados de ayudarles a comunicarse los unos y los otros. Mi padre, sin embargo, no apareció; se negó a presentarse en el set. El motivo era que en el guion definitivo no aparecía ninguna de las páginas que había escrito. No habían incorporado ninguno de sus cambios.
 Podía argüirse que mi padre tendía que haberse limitado a hacer la película como ellos querían, esperar que fuera un éxito y aprovechar una siguiente oportunidad, en la que quizá gozaría de mayor control creativo; una manera de meter la cabeza y tratar de abrirse hueco con cada nuevo proyecto. Pero mi padre ya había probado esa estrategia en Hollywood y sabía que no funcionaba. Sabía que, si no se pronunciaba, quedaría marginado una y otra vez por personas que «sabían lo que hacían».
 Y así empezó el duelo.

 Aquel duelo duró dos semanas, y su hija nos cuenta con todo detalle cómo su padre consiguió que los productores cedieran a sus exigencias. El resto ya es historia, Bruce Lee suspendió temporalmente el rodaje hongkonés de Juego con la muerte, y Operación Dragón (Enter the Dragon en inglés) fue un fenómeno mundial, un hito del cine que convirtió a su padre en un icono de las artes marciales.

 Shannon Lee nos habla en el último capítulo, Mi amigo, de la repentina muerte de su padre y de todo lo relacionado con su entierro.

 Mi padre murió el 20 de julio de 1973 de un edema cerebral, un hinchamiento del cerebro. La autopsia determinó que ocurrió como resultado de una reacción alérgica a un analgésico que le habían dado para calmar un dolor de cabeza. Han circulado muchas teorías sobre la causa de su muerte, que van de lo fantasioso (que fue asesinado por ninjas, por líderes de bandas criminales o a causa del misterioso toque mortal) a lo médico (que murió debido a una alergia, a un tipo determinado de epilepsia o a un golpe de calor). Soy consciente de que quizá nunca sepamos exactamente cómo ocurrió, pero centrarnos en ello y no en su vida es como mirar el dedo en vez de la luna; y, para mí, eso supone una auténtica lástima.
 Cuando mi padre falleció, se celebró un multitudinario funeral público en Hong Kong, pero no fue enterrado allí. Mi madre decidió llevar su cuerpo a Seattle (la ciudad donde se habían conocido y enamorado). Fue una decisión polémica para los habitantes de Hong Kong, que consideraban a Bruce Lee como su hijo nativo, pero para mi madre era una cuestión de mantener a sus hijos cerca de su padre y devolverlo a un lugar donde había encontrado una gran paz, sencillez e inspiración.

Tumba de Bruce Lee en el Lake View Cementery de Seattle
Fotografía: Marcial Delgado

 Que Bruce Lee sigue siendo fuente de inspiración para millones de personas, lo demuestra la estatua de él que erigieron en Mostar, Bosnia, en el año 2005.

Una vez terminada la terrible guerra civil que asoló la región, durante la cual buena parte de los monumentos del centro de las ciudades fueron destruidos, las distintas facciones se reunieron para intentar decidir qué monumentos volver a levantar. Evidentemente, se produjeron muchos debates acerca de distintos símbolos y su significado, y durante mucho tiempo fueron incapaces de llegar a un acuerdo.
 Hasta que alguien sugirió que erigieran una estatua de Bruce Lee. Sí, has leído bien: Bruce Lee.
 Los organizadores dijeron: «Una cosa que todos tenemos en común es a Bruce Lee». Para ellos, Bruce Lee representaba la lucha contra las divisiones étnicas. Lo consideraban una persona simbólica que había tendido puentes entre culturas y que había unido e inspirado a la gente.

Estatua de Bruce Lee, del escultor Ivan Fijolic
Mostar (Bosnia y Herzegovina)

¡¡Sed agua, amigo míos!!

Y si sois muy fans, os recomiendo clicar en los siguientes enlaces para leer mis detalladas reseñas de Bruce Lee: Una vida (Dojo Ediciones, 2019), de Matthew Polly, y Bruce Lee (Pequeño & Grande, Editorial Alba), de Mª Isabel Sánchez Vergara, así como un artículo sobre sus métodos de entrenamiento.

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2020/06/bruce-lee-una-vida.html

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2021/04/dia-del-libro-infantil.html

https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2020/10/be-water-my-friend-los-metodos-de.html

Libros de Bruce Lee de Dojo Ediciones
Fotografía: Pedro Delgado

Nota: Esta entrada está dedicada a mi padre, que hoy ha cumplido 88 años y también me ha enseñado lo suyo.


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