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martes, 9 de agosto de 2022

NACIDOS PARA CORRER, EL LIBRO QUE EMPEZÓ CON UNA PREGUNTA


Nacidos para correr, de Christopher McDougall
Fotografía: Lucía Rodríguez

El mejor corredor no deja huellas.
Tao Te Ching


Durante años oí hablar de Nacidos para correr –ese libro de culto que escribió Christopher McDougall sobre la historia de una tribu oculta, un grupo de superatletas y la mayor carrera de la historia–, lo que hizo que las expectativas estuvieran muy altas cuando comencé a leerlo, algo que siempre es contraproducente. Sin embargo, he de decir, al terminarlo, que no me ha defraudado. Es más, creo que la faja debería llevar una advertencia, algo tipo: «¡Atención, lector! El uso de este libro puede alterar su capacidad cognitiva y provocarle un deseo irrefrenable de salir a correr a todas las horas del día».

Faja del libro Nacidos para correr, de Christopher McDougall (Editorial Debate)

 El libro empieza cuando Christopher McDougall recorre la Sierra Madre mexicana en busca de lo que parece más una leyenda que una realidad: alguien llamado Caballo Blanco.

Algunos decían que Caballo Blanco era un fugitivo; otros habían oído que era un boxeador que huía como una especie de castigo autoimpuesto tras matar a golpes a un tipo en el ring. Nadie sabía su nombre, su edad o de dónde venía. Era como un pistolero del Lejano Oeste [...] Las descripciones y avistamientos estaban por todas partes; aldeanos que vivían a distancias imposibles unos de otros juraban haberlo visto viajando a pie el mismo día y lo describían dentro de una amplia escala que iba de «divertido y simpático» a «raro y gigantesco».
 Pero en todas las versiones de la leyenda de Caballo Blanco siempre se repetían algunos detalles básicos: había llegado a México años atrás y se había internado en las salvajes e impenetrables Barrancas del Cobre para vivir entre los tarahumaras, una tribu casi mítica de superatletas de la Edad de Piedra. Los tarahumaras quizás sean las personas más sanas y serenas del planeta, y los más grandes corredores de todos los tiempos.
 Cuando se trata de distancias enormes, nada puede vencer a un corredor tarahumara. Ni un caballo de carreras, ni un guepardo ni un maratonista olímpico. Pocas personas han visto a los tarahumaras en acción, pero a lo largo de los siglos han ido filtrándose desde las barrancas historias asombrosas acerca de su resistencia y tranquilidad sobrehumana.
 [...] de alguna manera, Caballo Blanco había conseguido llegar a las profundidades de las barrancas. Y ahí, cuentan, fue adoptado por los tarahumaras como un amigo y alma gemela, un fantasma entre fantasmas. Ciertamente, dominaba dos de las habilidades características de los tarahumaras –invisibilidad y resistencia– ya que aun cuando había sido visto recorriendo las barrancas, nadie parecía saber dónde vivía o dónde podría vérsele la próxima vez. Si alguien podía traducir los antiguos secretos de los tarahumaras, me dijeron, era este vagabundo solitario de la Sierra Alta.

 Por alguna extraña razón, siempre relacioné a Caballo Blanco con el Richard Harris de Un hombre llamado Caballo, aquel western que tanto me impresionó de chavea y que dio para toda una saga; así que la cara del actor me acompañó durante la lectura.

Richard Harris en Un hombre llamado caballo

 Sobre los tarahumaras de México, he de decir que ya sabía de ellos antes de abrir el libro. Creo que fue Pepe Zapico quien me habló de ellos y del rarájipari, el juego de carrreras tarahumara, en uno de los cursos de Ed. Física que impartimos en Bolivia. De los tarahumaras y de los Chasquis, mensajeros que recorrían el llamado camino Inca que a lo largo y ancho de aproximadamente 5.000 kilómetros unía el imperio incaico.

[...] Cuando los españoles llegaron hasta aquellas altiplanicies y se encontraron aquel sistema postal lo describieron en sus crónicas destacando la extraordinaria capacidad de los indígenas para la carrera.
 Se cuenta que un indio de la tribu "chasqui" de Cuzco, la capital de los incas del Perú, invertía cinco días para llegar a Quito, capital del Ecuador, distancia y tiempo que en la actualidad nos parece inverosímil.
 Por otro lado se afirmaba que una noticia podía llegar en tres días con sus noches desde Cuzco hasta Lima, capitales que están separadas por 650 kilómetros.
 Estos datos nos llevan a pensar que los correos de los indios Incas alcanzaban una velocidad no igualada por ningún otro pueblo, lo que sólo puede explicarse por un entrenamiento comenzado desde la misma infancia.
Pepe Zapico –Libro de texto Aristo 1º ESO–
***
[Rarájipari] Ángel se puso en pie y dividió a los niños en dos equipos de niñas y niños mezclados. Luego sacó dos pelotas de madera del tamaño de una bola de béisbol y le dio una a un jugador en cada equipo. Hizo una señal levantando seis dedos; los niños correrían seis vueltas desde la escuela hasta el río, haciendo una distancia total de aproximadamente cuatro millas. Los dos chicos dejaron caer las pelotas al suelo y arquearon un pie, de manera que la bola se mantenía en equilibrio en la punta de sus dedos. Lentamente, se enroscaron sobre sí mismos, colocándose en cuclillas y...
 –¡Vayan!
 Las pelotas pasaron silbando delante de nosotros; habían salido disparadas de los pies de los chicos como lanzadas por un bazuca, y los niños salieron en estampida detrás de ellas. [...] Marcelino alcanzó la pelota de su equipo cuando todavía estaba rodando. La acuñó con maestría con la parte superior de sus dedos para lanzarla nuevamente hacia el camino sin apenas detener su carrera. 

Rarájipari, juego de carrera tarahumara. Fotografía: Norawas.org
Pueden ver sus reglas en: https://elfistoldeldiablo.com

 El impulso que llevó a Christopher McDougall a escribir este libro, el origen de su aventura en pos de ese tipo escurridizo llamado Caballo Blanco, está en la sencilla pregunta que le hizo a su médico: «Doctor, ¿por qué me duele el pie?».

 Ja, ja. Perdonen que me ría, pero es que la respuesta del doctor me recordó a las que me daba mi hermano, también médico, cada vez que me lesionaba. «Su problema es que corre»; «el cuerpo humano no está diseñado para soportar esa clase de abuso»; «cada pisada golpea cada una de tus piernas con una fuerza equivalente al doble de tu masa corporal. De la misma manera que un martilleo constante en una roca de apariencia impenetrable, con el tiempo la convertirá en polvo, la carga del impacto relacionado con el hecho de correr puede, en última instancia, dañar tus huesos, cartílagos, músculos, tendones y ligamentos».

–Entonces, ¿no hay nada que pueda hacer? –pregunté al doctor Torg.
Se encogió de hombros.
–Puedes seguir corriendo, pero volverás a buscar más de estas –dijo, golpeando con la punta del dedo la enorme aguja llena de cortisona que estaba a punto de clavarme en la planta del pie.

 «Cómprese una bicicleta», fue la recomendación del doctor Torg, uno de los mejores especialistas en medicina deportiva del país, al bueno de McDougall. El podólogo al que recurrió para tener una segunda opinión le dio el mismo diagnóstico: «Parece que tiene el síndrome del cuboides». «Debería pensar en encontrar otro deporte que no sea correr».

 Un tercer diagnóstico, el de la doctora Davis tras verlo correr en un vídeo a cámara lenta, lo llevó al mismo punto de partida.

–¿Por qué me duele el pie?
–Porque correr es malo para ti.
–¿Por qué correr es malo para mí?
–Porque hace que te duela el pie.

 Dos años después, mientras McDougall paseaba su cuerpo de baloncestista por México para escribir un reportaje sobre una estrella del pop que había desaparecido en el país, se encontró con una revista de viajes en español en la que hablaban de los tarahumaras.

De pronto, una foto de Jesucristo corriendo por una pendiente de rocas me llamó la atención. Una inspección más detallada reveló que si bien podía no ser Jesucristo, sin lugar a dudas se trataba de un hombre en bata y con sandalias corriendo hacia abajo en una montaña de escombros. Empecé a traducir el pie de foto, pero no alcanzaba a entender por qué estaba en tiempo presente; parecía una fantasiosa leyenda acerca de un extinto imperio de superhombres evolucionados. Poco a poco fui entendiendo que tenía razón, excepto por los adjetivos «extinto» y «fantasiosa».

 Según el historiador mexicano Francisco Almada, un campeón tarahumara corrió una vez 435 millas, el equivalente a salir a correr en Nueva York y no detenerse hasta llegar a Detroit. Otros informes, decía el artículo, hablan de corredores tarahumara recorriendo 300 millas cada uno. Eso son casi doce maratones seguidas, mientras el sol sale, se pone y vuelve a salir. ¿Cómo es posible que no se lesionen?, se preguntó McDougall.

¿No deberíamos ser nosotros –los que tenemos zapatillas de tecnología punta y plantillas hechas a medida– los que no estuviéramos heridos, y los tarahumaras –que corren mucho más, en terrenos rocosos y con calzado que difícilmente se puede calificar como tal– constantemente machacados?

 El artículo que tenía que escribir para el New York Magazine sobre la cantante pop le pareció de inmediato soporífero, así que movió cielo y tierra para volver allí, esta vez de la mano de la revista Runner's World, e investigar y escribir acerca de lo que había leído en aquella revista.

Christopher McDougall

 Este libro, traducido al español por Diego Salazar, nos muestra los pasos de McDougall en pos de ese reportaje: primero, a la búsqueda de Arnulfo Quimare, el más grande corredor tarahumara vivo, proveniente de un clan de primos, cuñados y sobrinos casi tan buenos como él; luego, a la búsqueda de Caballo Blanco, «ese discípulo de Arnulfo venido del mundo moderno».

Arnulfo Quimare y Micah True, más conocido como Caballo Blanco

 Las aventuras que vive y los personajes que se le cruzan en la decisión de desvelar los secretos de los tarahumaras, alimentan sus páginas, a la vez que nos muestran cómo McDougall da rienda suelta al atleta que lleva dentro, entrenándose para uno de los mayores retos de su vida: una carrera de ochenta kilómetros, organizada por Caballo Blanco, que enfrentará a la tribu contra los más locos corredores estadounidenses.

Urique era un pueblo minero cuyos mejores días habían terminado hacía ya más de un siglo, así que solo tenía dos cosas de las que sentirse orgulloso: un paisaje tremendamente escarpado y sus vecinos tarahumaras. Y ahora, por primera vez, un grupo de exóticos corredores foráneos había hecho todo este viaje para medirse contra ambos, así que se había convertido en mucho más que una carrera: para la gente de Urique, era una oportunidad única en la vida de demostrar al mundo exterior de qué estaban hechos.
 Incluso Caballo estaba sorprendido de descubrir que la carrera había sobrepasado sus expectativas y se estaba convirtiendo en la Ultimate Fighting Competition de las ultramaratones clandestinas.

 A través de sus páginas también nos adentraremos en el mundo de las ultramaratones, como la salvaje Leadville Trail 100 de Colorado o la Western States Trail Ride 100 de California, dos ultras de un centenar de millas (160,934 kilómetros) que atraen a los tipos más duros e intrépidos del mundo.

La Leadville Trail 100 equivale a cerca de cuatro maratones enteras, la mitad del recorrido realizado a oscuras, con dos ascensos de ochocientos metros justo en el medio. La línea de salida de Leadville se encuentra al doble de la altitud en la que los aviones presurizan sus cabinas, y a partir de ahí todo es cuesta arriba. [...] Es el único fin de semana en que los hoteles y la sala de urgencias están llenos a la vez.
***
Ken había oído hablar de un tipo en California, un pelucón de la montaña llamado Gordy Ainsleigh, al que una yegua se le quedó coja justo antes de la mayor competición mundial de resistencia para caballos, la Western States Trail Ride. Gordy decidió correr de todas formas. Se presentó en la línea de salida con zapatillas de correr y preparado para correr a pie cien millas a través de la Sierra Nevada. Bebió agua de los arroyos, los veterinarios de las paradas médicas le midieron las constantes vitales y superó la marca de veinticuatro horas por diecisiete minutos. Como era de suponer, Gordy no era el único lunático de California, así que al año siguiente otro corredor se sumó a la carrera de caballos... y otro más el año siguiente... y otro más el siguiente... hasta que, en 1977, los caballos fueron desplazados y la Western States se convirtió en la primera carrera de cien millas a pie del mundo.

Película sobre la Western States 100 de 2010, en la que se enfrentaron cuatro ases del ultra trail –Anton Krupicka, Kilian Jornet, Hal Koerner y Geoff Roes– en la ruta que seguían los caballos que llevaban el correo postal desde el lago Tahoe a Auburn.

 McDougall nos habla del fugaz paso de los tarahumaras por la escena de las ultramaratones estadounidenses, y de cómo las historias acerca de sus victorias en Leadville se extendieron por el país.

«Parecían moverse con el terreno –dijo un espectador sobrecogido–. De la misma manera que el viento o la niebla se mueve a través de las montañas».

 Y junto a los grandes corredores tarahumaras –Arnulfo y Pedro Quimare, Avelado, Silvino, Manuel Lara, Manuel Luna, Victoriano Churro, Cerrildo Chacarito, Felipe Torres, Martimano Cervantes, Juan Herrera, Sebastiano y Herbolisto–, aparecen nombres claves del ultratrail –como Ann Trason, Scott Jurek, Jenn Shelton, Billy Barnett, Ted Descalzo, Eric Orton, Karl Meltzer, Catra Corbett, Lisa Smith-Batchen, Tony Krupicka o los hermanos Eric y Kyle Skaggs–, junto a figuras clásicas del atletismo –como Roger Bannister, Zatopek, Ron Clarke, Steve Prefontaine, Frank Shorter, Bill Rodgers, Alberto Salazar, Haile Gebrselassie, Khalid Khannouchi, Paula Radcliffe, Deena Kastor o Alan Webb– y entrenadores de la talla de Arthur Lydiard, Joe Vigil o Vin Lananna.

Scott Jurek corriendo con Arnulfo Quimare en las Barrancas del Cobre (México)
Fotografia: Luis Escobar

 Durante algunos capítulos, McDougall se olvida de Caballo Blanco para analizar esa obra de ingeniería que es el pie humano. Ahora sé de dónde surgió esa «moda» de correr descalzo, en chancletas o con zapatillas minimalistas, frente a las zapatillas tradicionales con mayor amortiguación, y toda esa controversia que aún nos acompaña. Por cierto, he de anotar que cada vez que Christopher mencionaba la «fascitis plantar», un escalofrío me recorría la espalda. Y es que fueron siete años y medio los que pasé sin poder correr por esa dolencia. Y aún hoy, cuando llevo corriendo desde el desconfinamiento, no hay día que corra sin temor a sentir el fatídico pinchazo.

Una vez que la fascitis plantar le clava los colmillos a uno (...), corre el riesgo de quedar infectado de por vida. Basta echar un vistazo por cualquier foro de corredores en Internet para encontrar, con toda seguridad, un buen puñado de mensajes de aquejados por la FP rogando por una cura. Todo el mundo sugiere rápidamente los mismos remedios –tablillas nocturnas, medias elásticas, ultrasonido, electroshock, cortisona, plantillas ortopédicas– pero los mensajes pidiendo ayuda siguen aumentando porque parece que ninguno de esos remedios funciona realmente.

 El texto incluye además un curioso e interesante ensayo sobre la teoría del Hombre Corredor y la caza por persistencia, que nos lleva a descubrir que, como dice el título, todos hemos nacido para correr. Y, por supuesto, nos desvela los enigmas que rodean la figura de Caballo Blanco: ¿quién es y por qué y cómo llegó hasta allí?

Micah True, nacido Michael Hickman, y conocido como Caballo Blanco
Fotografía: Billy Cody (via Mike Havenar) / The New York Times


P.D.: Esta entrada está dedicada a Micah True, Caballo Blanco, que falleció el 27 de marzo de 2012. Su legado, en forma de carrera (la Ultramaratón Caballo Blanco), continúa. Y la película documental Run Free, dirigida por Sterling Noren, recoge su historia.

Cartel Run Free, de Sterling Noren


 Y por si se quedaron enganchados al tema, les dejo Goshen, la película documental sobre los tarahumaras, producida y dirigida por Dana Richardson y Sarah Zentz.


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