Niños jugando al fútbol en la calle (Gjirokastra (Albania), agosto de 2017) Fotografía: Pedro Delgado Fernández |
El otro día, haciendo limpieza en la mesa de mi departamento en el instituto, me encontré con el recorte de este artículo, firmado por el periodista Jorge Marirrodriga en El País. Un texto que, después de copiarlo aquí para ustedes, he dejado pinchado en el tablón del gimnasio para que lo puedan leer mis alumnos.
EL ACENTO / JORGE MARIRRODRIGA
CUANDO DE VERDAD SE APRENDE ES EN LA DERROTA
Este periódico, en su sección Verne, informaba esta semana de que algunos equipos de fútbol de Galicia han decidido eliminar los goles de los resultados en sus categorías inferiores. Afirman que lo hacen por respeto a los niños y niñas que juegan, que no se trata de sobreprotegerlos sino de educarlos en valores deportivos y aseguran que lo único que importa del resultado es si han ganado o perdido porque a esas edades no tiene ninguna importancia que los demás se enteren de cuántos goles se han marcado o recibido. La Federación Gallega de Fútbol ya propuso la medida la temporada pasada. Allí explican que todas las semanas tienen que lidiar con padres que les exigen que corrijan los datos porque sus hijos han marcado tantos y no cuantos goles. Reconocen que el problema es con padres y en ningún caso con los chavales.
Sin poner en duda ni la buena intención ni la existencia de una reflexión que ha desembocado en la medida, no está de más colocar sobre la mesa alguna derivada que se puede generar. Por ejemplo, por pura coherencia, se podrían llevar las cosas hasta el final. Así, no solo los goles, lo que habría que eliminar es la competición misma. Millones de españoles han crecido jugando al fútbol en patios, calles y campos llenos de cardos y piedras sin participar en ninguna competición. En interminables partidos, sin árbitro, ni registros, ni clasificaciones, ni uniforme, ni –por supuesto– padres mirando. ¿Peleas? Escasísimas y siempre olvidadas al día siguiente. ¿Lesiones importantes? Menos aún. ¿Traumas? El de tener que interrumpir porque había que irse a comer o cenar. Aprendieron a reconocer un penalti sin que hubiera un árbitro que se lo impusiera y a aceptar que había buenos y malos. No había banquillo. Todos jugaban. Siempre había sitio para uno más en el campo. Eso sí que era un juego de convivencia y aceptación. Todos diferentes y todos en el mismo juego.
Es importante aprender a ganar y perder cuanto antes. A saber por qué ha sucedido y a afrontarlo sin miedo a lo que digan los demás, incluyendo tu padre. Los que ganan merecen reconocimiento de todos y los que pierden la simpatía y el ánimo. No es lo mismo perder por goleada que en el minuto 93 o en los penaltis. De eso algunos sabemos mucho. Que lo importante es si se ha ganado o perdido es lo que enseñan las malas escuelas de negocios.
Al hilo del artículo me he acordado de mi profesor de Fútbol en el INEF de Granada, el jienense Antonio Raya Pugnaire, que jugó en primera división con el Atlético de Madrid en la temporada 1970/1971 y en la 1973/1974. Él siempre decía que a los niños no había que preguntarles el resultado sino por cómo habían jugado y si se habían divertido. Lástima que todavía haya padres que no lo sepan.
Antonio Raya Pugnaire en su debut con el Atlético Madrid Estadio Vicente Calderón, 1971 Fuente: Juan A. Díaz en Revista Contraluz |
Antonio Raya en un Atlético Madrileño - Real Sociedad (Estadio Vicente Calderón, 1971) Fuente: Juan A. Díaz en Revista Contraluz |
Antonio Raya Pugnaire. Club Deportivo Ensidesa (Avilés) Segunda división, temporada 1976 Fotografía: Puche Fuente: José A. Díaz en Revista Contraluz |
Antonio Raya Pugnaire con la selección andaluza juvenil en 1966 Fuente: Juan A. Díaz en Revista Contraluz |
Antonio Raya Pugnaire, internacional con la selección olímpica Fuente: Juan A. Díaz en Revista Contraluz |
Un abrazo desde Calle 1 a Antonio Raya, y un saludo a Jorge Marirrodriga. Espero que no le importe que haya usado su texto en este post y les dejo aquí el enlace al artículo original del diario El País:
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