Páginas

lunes, 6 de febrero de 2017

FÚTBOL Y LITERATURA


"Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol".
Albert Camus
"La escritura, como el fútbol, es un reflejo de lo que somos, amamos y odiamos".
Miguel Pardeza
"El que está en un colegio y juega bien al fútbol, tiene ya media vida salvada".
Antonio Soler 


A mediados de diciembre el Instituto Andaluz del Deporte, en colaboración con el Centro Andaluz de las Letras, organizó en Carranque unas jornadas bajo el título La cultura del fútbol. Para la primera tarde anunciaban un diálogo sobre literatura y fútbol entre los escritores Rosa Regás y Antonio Soler, así que no quise perdérmelo. El acto fue presentado por  la esquiadora María José Rienda, directora general de Actividades y Promoción del Deporte de la Consejería de Turismo y Deporte de la Junta de Andalucía, y a la mesa redonda se sumaron Isabel Guerrero, en calidad de jugadora y entrenadora, y Lucía Quiroga, directora del IAD, como moderadora.

Jornada La cultura del fútbol en el Instituto Andaluz del Deporte
Lucía Quiroga, Antonio Soler, Rosa Regás e Isabel Guerrero
Fotografía: Pedro Delgado

Jornada La cultura del fútbol en el Instituto Andaluz del Deporte, Málaga 2016
Lucía Quiroga, Antonio Soler, Rosa Regás e Isabel Guerrero
Fotografía: Pedro Delgado

Foto de cierre de la primera jornada La cultura del fútbol en el Instituto Andaluz del Deporte
Fotografía: Pedro Delgado







 El debate no defraudó, aunque se enredó en la cuestión de si el fútbol es o no cultura. A nivel sociológico está claro que el fútbol es una creación, pero es una creación que no trasciende, que no supone un paso adelante para la humanidad. No es alta cultura, ni Messi ni Ronaldo son Kafka o Beethoven. Me habría gustado que en lugar de debatir sobre ese hecho, se hubiese hablado más de literatura y fútbol. Que nos hubiesen dado norte sobre los libros que se han escrito acerca o en torno a este deporte. Quizá en otra ocasión...

 El último libro que me he leído relacionado con el tema es Torneo, el debut literario de la mano de Malpaso del exfutbolista Miguel Pardeza, quien fuera jugador del Real Madrid y del Real Zaragoza.

Torneo (Malpaso, 2016) de Miguel Pardeza

 Miguel Pardeza nos avisa, desde la nota aclaratoria inicial, de que no estamos ante una autobiografía al uso, pues lo que el onubense ha hecho es recrear la realidad, "alternar la verdad histórica con la ficción literaria". No obstante, el protagonista del libro es el propio Pardeza, quien se vale de sus recuerdos, "incluidos los falsos e inventados", para narrarnos su infancia y adolescencia en Huelva y Madrid, adonde llega con los complejos, inseguridades y temores propios de la edad para intentar labrarse un futuro en las filas del Real Madrid.

 Miguel Pardeza es del 65, y yo del 66, así que es normal que compartamos vivencias y emociones como las que aparecen en el libro, unidas a unos juguetes (las canicas, los cromos y los soldaditos de plástico de Montaplex), un dulce (los megatones de Cropan), unas bebidas (la Miranda de naranja y la Fanta de naranja y limón), un postre (las natillas que nos hacía nuestra madre con doble ración de galletas Cuetara), unos cómics (los de la factoría Marvel), una serie de televisión (Orzowei), unas películas (las de Bruce Lee) o un sistema educativo (EGB). Compartimos hasta una pedrada en la cabeza. Y como él, yo también estuve a punto de irme de este mundo de pequeño, aunque en mi caso fue por culpa de una vacuna para el tétanos que me pusieron después de pincharme con el clavo mohoso de una valla en el aeropuerto de Bilbao (¿Quién iba a pensar que el niño fuese alérgico al suero de caballo?).

Sobre de soldaditos de plástico de Montaplex

Algunos de mis cómics de la Marvel (Foto: Pedro Delgado)

Mi disco de Orzowei (Foto: Pedro Delgado)

 En lo que no coincidimos es en lo de Torneo, aquel programa de Daniel Vindel heredero de los Cesta y puntos y Área cinco, aunque mi amigo Miguel Ángel Moya sí llegó a participar en él y solía narrarme algunas anécdotas al respecto, como cuando consiguió clasificar a su equipo, el colegio José Luis de Arrese, para la fase televisiva del programa. Incluso llegó a participar, posteriormente, en un Torneo dedicado al atletismo.




Imágenes del programa de televisión Torneo
(extraídas del blog Carta de ajuste)
http://carta-de-ajuste.blogspot.com.es/2011/03/torneo.html

 Créanme, el tono con el que te hablaba de todo aquello ya te hacía lamentar habértelo perdido. El que no se lo perdió fue el joven Miguel Pardeza que, proclamado como el mejor jugador de la competición, aprovechó el programa para dar el salto a Madrid, a donde llegó con la responsabilidad de no fallar y no defraudar a su familia.

La pensión no era más que eso, una pensión. Como residencia para jóvenes jugadores, el hostal era una broma que plasmó en mis padres un mohín de disgusto e inquietud nada más ver su puerta [...] 
[...] Y luego estábamos nosotros, todos jóvenes futbolistas de provincias que veníamos a conquistar el Santiago Bernabéu con muchas espinillas y acentos andaluces, gallegos o murcianos. Formábamos una biodiversidad que se resumía en impaciencias, deseos y miedos parecidos. Los más pequeños tenían catorce años; los mayores, dieciocho, como mucho diecinueve, edad ésta en la que tenías que abandonar la pensión y empezar a vivir por tu cuenta de alquiler o con quien quisieras. Infantiles, cadetes y juveniles repartidos por los distintos equipos que existían entonces en la cantera del Madrid. [...] En los que llevaban más tiempo se notaba el desgaste de aquella vida entregada a una causa incierta, peleada en clara desventaja en relación con los chicos que vivían con sus familias en Madrid o alrededores. Tras dos o tres años en la cantera, uno ya empezaba a vislumbrar las posibilidades de triunfo o, por el contrario, de fracaso, y esa revelación o intuición actuaba como un orientador de tu actitud tanto en la residencia como en tu vida privada.

 En un país que gusta de las etiquetas y de los compartimentos estancos, Pardeza tiene ante sí el reto de labrarse un nombre como escritor. No es fácil. Lo sé por experiencia propia (al principio a todo el mundo le extrañaba que un atleta pudiese escribir un libro). ¿Un futbolista metido a novelista?, se preguntarán torciendo el gesto. Pero si algo tenemos los deportistas es constancia y fuerza de voluntad, así que, si se lo propone, todo llegará.

"La Quinta del Buitre"
Emilio Butragueño, Miguel Pardeza, Míchel, Sanchís y Martín Vázquez

Miguel Pardeza con la camiseta del Real Madrid y de la Selección Española

 Un escritor primerizo no necesita palos, sino ánimos, así que vaya por delante que estamos ante una primera novela muy digna. Y si no estamos ante un debut literario redondo, como esos balones con los que el autor atormentaba las cancelas de hierro y las puertas de madera de su calle, es por mor de ciertos pasajes que, a mi entender, debería de haber suprimido. Más fútbol y menos psicoanálisis le pediría a Miguel Pardeza si va a proseguir con "su historia" en otro volumen; algo a lo que lo animo, pues tiene el tono, el estilo y, seguro, mucho que contar.

 Por otra parte, me gustaría pensar que alguien le leyó algunos pasajes a Cruyff antes de morir, pues el holandés sale muy bien parado en el libro.
[...] aquella en la que empezaba a rodar el balón, que invariablemente traía el chico más pudiente y, casi por ello, el menos diestro en materia balompédica de la pandilla. En aquellos años, nuestro único objetivo era divertirnos y demostrar nuestras habilidades, casi todas plagiadas de las de nuestros héroes del momento. Yo era un aventajado en los secretos del mimetismo y mi espejo era un delantero flaco y estilizado que había ganado tres Copas de Europa con el Ajax y acababa de ser fichado por el Fútbol Club Barcelona. Un día le pedí a mi madre que me cosiera con tela de hule el número 14 en una vieja camiseta. [...] Creía que copiando los signos externos de mis ídolos podía llegar a ser uno de ellos. Uno de esos signos, como digo, era el número 14 que mi progenitora zurció con aguja y dedal y que el astro holandés había popularizado al frente de la naranja mecánica en el Mundial del 1974, a pesar incluso de haber perdido en la final contra la anfitriona Alemania en un partido memorable. Todavía hubo más signos que intenté adquirir por simbiosis, pero tuve que esperar un tiempo a que Productos Cropan editase un álbum titulado Así juego al fútbol con las acciones más brillantes del astro holandés. La colección, formada por ciento veinte cromos que para mi desconsuelo no llegué a completar, contenía una carta con rúbrica de Johan Cruyff en la que confesaba su asombro por la gran afición española, aludía al camino recorrido desde que se enroló en los infantiles del Ajax y animaba a sus seguidores a disfrutar del muestrario de sus secretos y habilidades con palabras que yo tomé como un catón del que juré no desviarme por ningún motivo.

Johan Cruyff. Así juego al fútbol, álbum Cropan

 [...] El cuadernillo estaba dividido en diferentes capítulos ilustrados por cromos en serie en los que la estrella del Barcelona iba exhibiendo cómo debían realizarse algunas acciones técnicas. [...] Las lecciones eran de un didactismo tan cándido que llegaban a ser conmovedoras, lo que no era óbice para que a mí me parecieran indicaciones sagradas de un oráculo venido de otro planeta.


 [...] En la contraportada, el álbum mostraba a un feliz y sonriente Cruyff sentado en el Camp Nou atrincherado detrás de todos o parte de los bollos de Cropan: Rufo, Megatón y Bombón Licor, cada uno de ellos, como puede suponerse, provistos del soporte calórico ideal para una dieta sana y equilibrada.


 Por último, quiero terminar esta entrada con unos párrafos de la página 43, unas líneas que deberían leer algunos padres que llevan a sus hijos a la escuela de fútbol o a entrenar con un equipo federado; porque los hay que no se enteran.
Una tarde, cuando ya mi juego había empezado a captar el interés de cazatalentos pagados por equipos de primera división, se presentó en el taller un emisario del Betis. Se trataba de Rogelio, una de las glorias del belicismo, al que sus aficionados recordaban como "la zurda de caoba". Había militado diecisiete temporadas en el Betis, conseguido diez goles olímpicos y patentado un regate conocido como "el regate de la tostá". Quería saber si mis padres me dejarían realizar una prueba en la ciudad deportiva donde él dirigía la cantera. Nervioso, sin saber cómo agarrar la escoba, casi diría que asustado, mi padre continuó barriendo el pringoso suelo del taller sin levantar la vista, sin decir una palabra, mientras Rogelio exponía inútilmente las puertas que podría abrirnos aquella oportunidad. A pocos pasos de la conversación, acodado en la mesa de las herramientas, yo sufría por lo incómodo de la situación y me mordía el labio inferior esperando una respuesta positiva que nunca llegó a pronunciarse. Tres cuartos de lo mismo volvió a suceder cuando representantes de otros equipos andaluces se interesaron por mi situación. A todos, mi padre se enfrentó como un monolito de adustez, cuando no de desdén. ¿De dónde le vendría a mi padre esa repulsa? No me cuesta admitir que nunca lo he sabido del todo. Aunque tal vez una de las razones que lo explique esté en su biografía. Nacido en el desvalimiento de una época hambrienta y trágica, trabajador desde los diez años, un infatigable y concienzudo self-made man, mi padre, como muchos niños de posguerra, se había forjado una voluntad de hierro. Su ética profesional presentaba alergias a toda forma de ganarse el porvenir que no dependiera del trabajo o del estudio. Y el fútbol estaba en las antípodas de ese ideario fermentado en la maldición de Adán. Incluso en aquellas fechas, antes de los anuncios de Nike, los contratos de Abramovich y los tatuajes de Beckham, la fotografía que arrojaba mi padre era la de un tipo fuera de época. En la actualidad, un hombre como él sería tomado por una rareza, a tenor de la obscenidad con que algunos progenitores jalean a sus hijos para que no se desvíen del incierto sendero futbolístico. Una extorsión (imposible calificarlo de otro modo) que, a mi modo de ver, roza en según qué casos los bordes de la indecencia moral, por no decir de la demencia. Y lo digo porque a lo largo de mis días, no sólo he visto a papás, en plena enajenación, desgañitarse con vítores a sus retoños que daban una vergüenza indescriptible, aplaudir en trance tonto-místico hasta despellejarse las manos, insultar a los siempre incomprendidos árbitros, pelearse con otros papás por naderías y estupideces. También he tenido que ver a muchachos, cuyo poco talento era cristalino para cualquiera que no estuviera cegado por ambiciones infectas, vivir bajo un enjambre de complejos y frustraciones el resto de su existencia sólo porque no culminaron los proyectos de sus codiciosos reproductores. Esos padres se creían con derecho a exigir de sus hijos la grandeza y el éxito que ellos no habían tenido o sabido ganarse.

http://malpasoed.com/es/libro/torneo/

1 comentario:

  1. Enhorabuena a Miguel Pardeza que acaba de obtener el Premio Panenka al mejor libro del año con esta novela. Un motivo más para escribir la continuación.

    http://www.panenka.org/miradas/intrahistorias/gala-de-los-iii-premios-panenka/

    ResponderEliminar