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domingo, 27 de octubre de 2024

ALGO DE DEPORTE EN LAS MEMORIAS DEL CINEASTA WERNER HERZOG


Las memorias de Werner Herzog junto a la figura de su admirado Franco Baresi
Fotografía: Pedro Delgado

Recientemente reseñé Cada uno por su lado y Dios contra todos (Ed. Blackie Books, 2024) en mi otro blog. Se trata de las memorias del cineasta y escritor Werner Herzog, y en sus páginas, además de hacer referencia a su vida y a su trayectoria cinematográfica, nos habla de su práctica deportiva, del fallido documental sobre el boxeador Mike Tyson y del que sí hizo sobre los saltos de esquí: El gran éxtasis del escultor de madera Steiner.

 En Wüstenrot empezamos a jugar al fútbol con los chicos del barrio y siempre llevábamos la ropa sucia. Mi padre consideraba que era un deporte demasiado ruidoso y opinaba que teníamos que practicar algo más distinguido, como la esgrima con florete o el hockey sobre hierba. Nos apuntamos a un club de hockey de Heilbronn para probar y en uno de los primeros entrenamientos recibí un pelotazo directo en la espinilla. Las pelotas de hockey sobre hierba no son propiamente pelotas, sino piedras del tamaño de un puño. Me dolió muchísimo y se me formó un ganglio en el hueso. Así que no quise volver a intentarlo. Para que mi padre no se enterara de que seguíamos jugando al fútbol, llevábamos los pantalones cortos de gimnasia escondidos bajo la ropa limpia, que nos quitábamos nada más salir del colegio para jugar en los campos de coles.
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Werner Herzog en uno de los partidos de la Hofer Filmtage
Celebrado durante el Hof International Film Festival (Hof, Baviera)
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Tengo asumido que ya no puedo saltar con el pie derecho. La verdad es que fue un accidente estúpido y descuidado el que sufrí al saltar por aquella ventana [...]. De todos modos, al ser el mío el tobillo izquierdo pude seguir jugando al fútbol en Alemania. Mi hermano Till me metió en el Schwarz-Gelb de Múnich, donde jugaba tanto de portero como de delantero. Los jugadores eran taxistas, panaderos u oficinistas, y yo los adoraba.

El Schwarz-Gelb no competía en ninguna liga oficial, pero quizá nos habríamos mantenido en quinta división. Mi hermano era mejor portero que yo. Cuando tenía catorce años, llamó la atención de un cazatalentos del 1860 Múnich, que era el club dominante en la ciudad antes del Bayern, pero mi madre lo disuadió de hacer carrera como deportista profesional. El Schwarz-Gelb había sido fundado por un pastelero, Sepp Mosmeir. Nunca había conocido a un hombre tan entrañable.

Sepp Mosmeir
Fotografía: FC Schwarz-Gelb
 Sepp irradiaba una calidez incondicional y amaba profundamente la ópera, además de poseer extraordinarias dotes de liderazgo. Siempre nos conmovía. Al mismo tiempo, sin embargo, una sombra oscurecía todo su ser. Uno de sus recuerdos de infancia era que él y sus amigos treparon a un poste eléctrico en el terraplén del ferrocarril, en Tirol del Sur, y que uno de los chicos consiguió agarrar la línea de alta tensión. El niño se agitó y sacudió durante varios minutos hasta que empezó a echar humo. Sepp describió el ruido del cuerpo carbonizado al caer finalmente al suelo: sonaba como un saco lleno de briquetas golpeando la vía del tren. La esposa de Sepp, Moosin, murió de cáncer tras una larga agonía y luego le sucedió lo mismo a él. Lo visité poco antes de que muriera. Dejó un vacío en mí que durará para siempre.
 Pasé de portero a jugador de campo. En el festival de Cannes, creo que fue en 1973, cuando se proyectó Aguirre en la sección independiente de la Quincena de Realizadores –el festival oficial había rechazado la película–, se programó en el estadio un partido de fútbol de actores contra directores, y yo jugué de portero. La mayoría de los directores eran muy poco deportistas –algunos estaban tan gordos que apenas podían andar–, mientras que los actores estaban en su mayoría en buena forma. La verdad es que su dominio era aplastante, pero yo atajaba todos los balones que  me llegaban. Los actores cambiaron entonces de táctica: pasaron a dejar que los directores llegaran hasta su campo y luego chutaban el balón hacia mi solitaria portería, donde de repente aparecían solos frente a mí de dos en dos y de tres en tres. Entre ellos estaba Maximilian Schell, que había jugado en la selección amateur de Suiza. Lo vi correr hacia mí tras un pase largo, completamente solo. Me alejé del punto de penalti, llegué primero al balón y lo despejé una fracción de segundo antes de Schell, pero este no pudo evitar chocar contra mí con todas sus fuerzas. Podría haberlo esquivado, pero yo quería ganar siempre, incluso en un partido amistoso. Vi las estrellas. El codo se me dislocó y se dobló adelante: tardé un año entero en recuperarme. Schell y yo nos hicimos amigos a raíz de aquella colisión, y en su película nominada al Oscar El peatón hago una breve aparición como figurante mudo.

 A partir de entonces jugué de delantero, aunque casi todos los jugadores del Schwarz-Gelb eran más rápidos o mejores que yo a nivel técnico. Pero yo entendía más rápido los movimientos al espacio y sentía una intensa necesidad de marcar. Mi instinto goleador solía atraer a más de un defensa rival, lo que abría huecos para mis compañeros. Sabía leer las jugadas, como los futbolistas a los que más admiro. El italiano Franco Baresi, por ejemplo, era un defensa de los años ochenta capaz de adivinar las intenciones colectivas de todo un ataque contrario. Nadie tenía una comprensión del juego tan profunda como él.
Franco Baresi

Palabras de Herzog sobre Baresi:
«Non ci sarà mai nessun altro capitano come Baresi»

Thomas Müller, el delantero del Bayern de Múnich, también es de la misma estirpe: aparece solo, como un fantasma, ante la portería rival, ve los espacios como nadie y es imposible decir de dónde ha salido.
Thomas Müller
Fotografía: Gol Olímpico Wordpress

Mi abuelo estaba cortado por el mismo patrón, sabía interpretar las jugadas. Sepp Mosmeir era defensa y su sueño de marcar un gol nunca se hizo realidad. En su partido de despedida, de repente nos pitaron un penalti a favor. Todos insistimos para que lo tirara él, que se mostraba reticente a hacerlo. Sepp Mosmeir marcó. Lo sacamos del campo llorando. El árbitro detuvo el partido durante varios minutos.
 Jugando al fútbol sufrí algunas de las lesiones típicas de este deporte, como una rotura de ligamentos. Una vez, cuando aún jugaba de portero, un delantero me golpeó el mentón durante un partido contra el gremio de carniceros bávaros, una horda de fortachones que se abalanzaban sobre nosotros a lo bruto, como si fuéramos ganado. Había parado un balón y me desplomé al suelo. Cuando desperté, no quería abandonar el campo e intenté hacerle comprender al árbitro que la expulsión era errónea, que no era yo quien había cometido la falta, sino mi adversario. Pero el árbitro gritó varias veces algo que no comprendí porque me retumbaba la cabeza. al final me tiró de la camiseta y señaló toda la sangre, que solo podía ser mía. Eso sí lo entendí. Me dieron catorce puntos en la barbilla, y como entonces no tenía seguro y no podía permitirme ningún lujo, me cosieron a pelo. Del mismo modo me sacaron una muela sin la inyección habitual para adormecer el dolor. Definir aquello como masoquismo sería sin duda un error. Formaba parte de mi forma de entender el mundo y vivir la vida.
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Rudi Gutendorf (1926-2019)
Entrenador que más equipos y selecciones ha dirigido en la historia (38)

Allí le conocí [se refiere a Werner Janoud, uno de sus mejores amigos] a través del entrenador de fútbol Rudi Gutendorf, que había entrenado a cinco equipos en los primeros tiempos de la Bundesliga y desde entonces había viajado por todo el mundo como seleccionador de varios países. Cuando estuve en Lima para la preparación de Aguirre, participé en el entrenamiento físico de su equipo, el Sporting Cristal de Lima. Un día en que el equipo A jugaba contra el equipo B del club profesional, les faltaba un hombre, así que Gutendorf me puso en el equipo B. ¿En qué posición quería jugar? Le dije que no me importaba, pero que quería jugar contra Gallardo. Este era un extremo de la selección peruana que la prensa internacional había elegido parte del once ideal del Mundial de México, junto con Pelé y todos los grandes jugadores de la época.
Alberto Gallardo, mito peruano
Foto: https://www.gloriosoceleste.com

Gallardo era un velocista, un maniático que siempre hacía lo inesperado en el campo. Yo quería al menos darle trabajo, ser un estorbo para él, y por eso intenté seguirle el ritmo. A los diez minutos me pasaron el balón: para entonces ya no sabía qué camisetas llevábamos ni cuál era la portería contraria. Al cabo de un cuarto de hora salí del terreno de juego a rastras con calambres en el estómago y vomité durante horas en los arbustos de adelfas que bordeaban el campo. Janoud me sacó de uno de los arbustos y nos hicimos amigos de inmediato. En Aguirre se le ve en la balsa, dando vueltas sin parar en los rápidos hasta que Aguirre la destruye de un cañonazo.
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Werner Herzog haciendo toques con un balón de fútbol en 1982
Fotografía: Instagram thenyff

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 Me gustaría dirigir una película con Mike Tyson sobre los primeros reyes francos. Nos conocimos porque un productor de Hollywood quería hacer un documental sobre él. En la reunión había gente de la productora y cinco abogados. Tyson estaba visiblemente incómodo y lo invité a salir a la terraza. Queríamos hablar a solas, de hombre a hombre, y enseguida conectamos. En lugar de hablar de su documental, lo hicimos de su infancia. De niño vivía en una habitación individual con su madre. Cuando ella tenía compañía masculina, él solía estar presente y robaba dinero de los pantalones tirados por el suelo. Antes de cumplir los doce años ya lo habían detenido unas cuarenta veces. Cuando tuvo edad suficiente para delinquir, aprendió a boxear en un reformatorio y se convirtió en el campeón mundial de los pesos pesados más joven de la historia. Más tarde, tras cumplir tres años de prisión por un cargo de violación que él niega categóricamente, empezó a leer con afán, movido por la curiosidad intelectual. Conoce la República de Roma y la dinastía franca temprana de los merovingios: Clodoveo, Childerico, Childeberto, Fredegar y el carolingio Pipino el Breve. Tras el fin de su carrera de boxeador, Tyson perdió trescientos millones de dólares y tenía una montaña de deudas, por lo que supongo que exigió unos honorarios tan altos que el documental no se materializó. Como boxeador era temible. Después de arrancar de un mordisco parte de la oreja de su oponente Evander Holyfield en un combate por el título, recibió el sobrenombre de «El hombre más malo del planeta». Mike Tyson, sin embargo es más bien un hombre tímido que parece un niño. Habla en voz baja y ceceante. Aconsejé a Paul Holdengräber que invitara a Tyson a una de sus charlas abiertas en la Biblioteca Pública de Nueva York. Resultó ser una velada memorable a la que asistieron seiscientos cincuenta intelectuales, académicos, escritores y filósofos. Paul, a quien yo había puesto al corriente, preguntó primero al público si había alguien que hubiera oído hablar de Pipino el Breve, pero nadie lo conocía. Pipino fue el primer rey carolingio, hijo de Carlos Martel y padre de Carlomagno. Mike Tyson hizo entonces una disertación sobre él y el nuevo comienzo de la Europa moderna.
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Pueblo montañero de Sachrang (Aschau), Alemania
Fotografía: www.aschau.de/bergsteigerdorf
Desde muy pequeño he querido volar. Pero no con un avión, sino así, sin más, con mi cuerpo, sin material complementario. Todos esquiábamos desde pequeños, pero en el valle de Sachrang no hay pistas dignas de mención. Por eso empezamos a hacer saltos de esquí: construimos nuestras propias rampas y sufrimos memorables aterrizajes forzosos. En una ocasión, mi hermano aterrizó en la nieve con las puntas de los esquís, que se hundieron y quedaron atascadas hasta tal punto que perdió ambas botas. Bajó dando tumbos por el resto de la pista sin esquís ni botas. El hijo de un vecino, Rainer, probó conmigo la rampa de saltos que había lejos del pueblo. Entonces nos parecía un gran salto, pero cuando lo veo hoy es patético, diminuto. Soñábamos con convertirnos algún día en campeones del mundo, así que tomamos prestados unos esquís de verdad. Pero medían 2,20 metros de largo y eran mucho más altos que nosotros, además de ser anchos, con cinco ranuras en la parte inferior para mantener los esquís rectos en la línea de salida. La rampa tenía una entrada natural, no era una torre construida artificialmente sino una pendiente empinada. En la cima había un gran abeto en el que nos apoyábamos en posición perpendicular a la pista, para saltar luego a la rampa helada con aquellos esquís demasiado grandes. Un día, mi amigo sufrió un accidente. Yo estaba debajo de la rampa y lo vi saltar, pero no consiguió colocar bien los esquís y no había forma de pararlo por la empinada cuesta. Aún puedo verlo, como si fuera hoy, luchando para frenar durante todo el descenso. Pero acabó precipitándose por la ladera de la colina hacia el bosque, de cabeza, donde había algunas rocas. El ruido del impacto todavía me estremece. Lo encontré con graves heridas en la cabeza, tan terribles que no puedo ni describirlas. Estaba seguro de que estaba muerto o agonizando. Intentó decir algo, pero había perdido todas las muelas. Tardó unos minutos, que se me hicieron insoportablemente largos, en perder el conocimiento por una providencia misericordiosa. Me encontré en el dilema de correr al pueblo en busca de ayuda y dejarlo solo o quedarme con él aunque no pudiera auxiliarlo. Finalmente decidí cargar con él, aunque pesaba más que yo. La pendiente hasta la línea de meta era muy pronunciada. Pero yo (o más bien él), tuve suerte porque pasó un granjero con un caballo y un trineo enganchado. Lo ingresaron en el hospital, estuvo tres semanas en coma, quizá menos, y al final se despertó y su estado fue mejorando. Apenas tuvo secuelas, salvo por las muelas, que tuvieron que sustituirlas por piezas de plata. Además, sufrió jaquecas toda su vida, que aparecían con los cambios de tiempo. Décadas después del accidente, tras haber perdido completamente el contacto con él, recibí una extraña señal de vida. En el programa deportivo de la ZDF, que emitía los resúmenes de los partidos de fútbol de la liga alemana, siempre hacían un sorteo en la sección del Gol del Mes. Esto debía de ser a principios de los ochenta. Elegían el gol que había recibido más votaciones por parte de los telespectadores y lo emitían de nuevo en el programa. Entonces, un invitado en el estudio extraía a ciegas una postal de entre las aproximadamente doscientas mil recibidas, y el remitente recibía como premio un viaje y dos entradas para el siguiente partido de la selección alemana. Las postales estaban dispuestas en un semicírculo de grandes bolsas en el suelo del estudio, y el invitado hurgaba en una de ellas y sacaba una tarjeta. Después de esta fórmula rutinaria se leyó en voz alta el nombre del afortunado: Rainer Steckowski, de Sachrang. La anomalía estadística es tan extraordinaria que nadie me creerá, pero yo sé que fue real. En cualquier caso, mi sueño de dedicarme a los saltos de esquí y volar se borró de un plumazo con el accidente de Rainer. Pasaron muchos años hasta que pude acercarme de nuevo a una rampa.

Documental de Herzog sobre los saltos de esquí

 Más tarde, en 1974, dirigí un documental sobre saltos de esquí, El gran éxtasis del escultor de madera Steiner. Había visto saltos de esquí en televisión muchas veces. Incluso había tomado fotos en gran formato en blanco y negro con una cámara de aspecto primitivo, de madera de caoba, con trípode, fuelle y placa. Para ajustar el enfoque, tenía que colocarme debajo de una tela negra, como los fotógrafos del siglo XIX. Me convertí en un bicho raro entre los cientos de fotógrafos profesionales con sus modernas cámaras y enormes teleobjetivos, aunque yo no quería fotografiar a los atletas en pleno vuelo, como los demás, sino justo antes del momento en que se lanzan a la pista, cuando ya no hay vuelta atrás. Hay un miedo secreto en todos, pero nadie habla de ello; como mucho, hablan de respeto. De hecho, los que saltan más alto nunca son los más atléticos y musculosos: suelen ser chavales de diecisiete años, de rostro lívido y granulado y mirada insegura. Uno de ellos me llamó la atención alrededor de 1970. Era el suizo Walter Steiner, escultor de madera de profesión, un artista que trabajaba y vivía en Wildhaus, Appenzell. A veces subía solo a las montañas y tallaba grotescos rostros en los troncos de los árboles gigantes caídos, normalmente con una expresión de horror, pero nunca revelaba las ubicaciones de sus esculturas, y solo a veces las encontraba algún excursionista. En sus primeras competiciones internacionales, siempre acababa muy por detrás del resto de los participantes, pero vi algo en él que me impresionó. Aquel joven tranquilo tenía algo extático en sus vuelos, tan solo le faltaba técnica. Les dije a mis amigos:
 –Estáis viendo al futuro campeón del mundo.
 Su estatura era fuera de lo común: muy alto, flaco, con las piernas demasiado largas. Parecía torpe en tierra, como una grulla que camina sobre piernas delgadas de rodillas nudosas, pero en el aire también volaba como un pájaro. Daba la impresión de que su elemento fuera el aire, no la tierra.
El suizo Walter Steiner
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 Sentía una profunda afinidad con Walter Steiner. En 1973, durante el tradicional Torneo de las Cuatro Colinas, que se celebra entre finales de un año y principios del siguiente, iba en una posición muy por detrás de sus rivales porque arrastraba las secuelas de una lesión, una costilla rota. Cuando surgieron dudas sobre si había apostado por un caballo cojo, lo apoyé incondicionalmente. Le dije que en Planica, en Eslovaquia, volaría más alto que los demás. Eso podría haberle dado un poco más de confianza, pero a veces, en mi trabajo con los actores o los protagonistas de mis documentales, se trataba de algo más: necesitaban contacto físico. Con Bruno S., el protagonista de dos de mis películas, El enigma de Gaspar Hauser y Stroszek, fueron momentos táctiles. Cuando estaba fuera de sí por el mundo tan horrible que había vivido durante su infancia y adolescencia, simplemente lo cogí suavemente de la muñeca y eso lo calmó. El día antes de saltar, Steiner estaba decaído y tenía dudas sobre su estado de forma. Tenía a cuatro camarógrafos allí. Fuera, de camino a su habitación, nos pusimos de acuerdo para subirlo a hombros y llevarlo por la solitaria calle nevada. Alguien hizo una foto borrosa que he redescubierto hace poco. Pero recuerdo ese momento con diáfana claridad, porque fue un simple gesto físico a partir del cual empezamos a confiar los unos en los otros. Al día siguiente, durante los primeros saltos de prueba, Steiner estuvo extraordinario. Nadie había volado jamás como él. Yo había encontrado en su álbum de fotos una imagen, que pasaba más bien desapercibida, en la que parecía un cuervo. Él se limitó a descartarla con un comentario superficial. Pero después de haber ido sobre mis hombros, se sinceró. Cuando tenía unos diez años, encontró un cuervo joven que se había caído de su nido y lo crio con mucho cuidado. El pájaro sobrevivió y se convirtió en su mejor amigo, porque Steiner siempre fue un niño solitario. Le gustaba posarse en su hombro y, al salir de clase, lo esperaba fuera, en las ramas de un árbol. Steiner silbaba y el cuervo acudía a él volando y se posaba en su hombro mientras él volvía a casa en bicicleta. Pero el ave iba perdiendo cada vez más plumas y los demás cuervos lo picoteaban y atormentaban, era insoportable ver aquello. Finalmente, Steiner no pudo aguantar más y le disparó con la escopeta de su padre. Ahora que su cuervo ya no volaba, él, Steiner, lo hacía por él.
 En Planica, Steiner destacó tanto que estuvo a punto de volar hacia su propia muerte varias veces, pues la infraestructura de entonces no estaba diseñada para un saltador como él. Para entendernos: cuando aterrizas en una pendiente pronunciada después de haber volado por los aires, la energía cinética se va disipando gradualmente hasta que alcanzas el rellano. Incluso las malas caídas suelen terminar sin consecuencia. Pero si aterrizas en el rellano tras haber hecho un vuelo demasiado largo, cosa que nadie concebía posible por entonces, la pérdida de velocidad hasta cero se produciría de golpe y sería tan peligroso como saltar desde el vigésimo piso de un rascacielos a la calle. Las gigantescas instalaciones de Planica y casi todas las que había por el mundo tenían un radio circular que cambiaba rápidamente a horizontal, como transición de la pendiente pronunciada al rellano. El comienzo de ese radio era el punto crítico y siempre estaba marcado con una línea roja en la nieve. Si un saltador rebasaba ese punto, la dirección técnica tenía que detener la competición de inmediato y continuar con un recorrido más corto para que los saltadores no pudieran alcanzar la zona roja de peligro. Steiner, sin embargo, sobrevoló el punto crítico hasta batir por diez metros el récord mundial vigente; allí ni siquiera había marcadores de distancia. Cuando aterrizó, la compresión era ya tan fuerte que el impacto lo desequilibró y se cayó.
 Sufrió una conmoción cerebral, le empezó a sangrar la cara y durante una hora no sabía dónde estaba ni qué había pasado. Pero en los siguientes dos días de competición, los jueces yugoslavos continuaron dejando cuatro veces que Steiner arrancara desde demasiado arriba y volara hacia la zona de la muerte. Querían ver un nuevo récord mundial, costara lo que costase. Sus saltos atrajeron a cincuenta mil espectadores.
 –Quieren verme sangrar, quieren que me haga añicos –dijo Steiner.
 Ganó la competición por una distancia sin precedentes en la historia de este deporte. Steiner exigió entonces –ahora tenía autoridad para hacerlo–, que se reconstruyeran los saltos de esquí en insistió sobre todo en una transición desde la pendiente hasta el rellano con una curva matemática calculada de forma diferente. Actualmente, que yo sepa, las grandes rampas ya no tienen un radio circular, sino una curva calculada según la sucesión de Fibonacci, es decir, una parte de una curva de espirales, como los amonites fosilizados. La curvatura de este radio es mucho más alargada y no se puede volar hasta el final del rellano.
 Hoy en día, las competiciones de saltos de esquí son pruebas sintéticas y estandarizadas en comparación con los días del éxtasis de Steiner. Los perfiles de las rampas se adaptan a las curvas balísticas de los saltadores, que nunca vuelan tan alto como las copas de los árboles, sino que siempre están cerca de la pista en altura de vuelo. En la época de Steiner, nadie usaba cascos protectores y no había monos como los de hoy. Ahora toda está regulado al milímetro, incluso la distancia de los hombros a la entrepierna que debe tener el traje en relación con la altura del deportista, porque una entrepierna demasiado baja sería una pequeña vela adicional. Los comités miden con dispositivos especiales la permeabilidad al aire entre la parte delantera y la trasera, porque durante los Juegos Olímpicos de Invierno de Innsbruck el equipo austríaco llevaba trajes cuya espalda apenas era permeable al aire, lo que resultó en la formación de una joroba artificial que tenía el mismo efecto que las alas de un avión. Creo que Austria ganó todas las medallas de oro. El cambio más visible es la posición de los saltadores. Hoy todos saltan con los esquís en posición de uve, lo que proporciona un vuelo más estable y aerodinámico. Steiner todavía volaba con los esquís en paralelo porque los jueces lo recompensaban con puntuaciones más altas. Pero ya hacía tiempo que se sabía, por pruebas en el túnel de viento, que la postura en uve era mejor. De repente, un solitario esquiador de Suecia empezó a saltar en esa postura. Era el testarudo visionario Jan Boklöv. Los jueces lo penalizaban en todas las competiciones, pero él persistió sin inmutarse, y por eso ocupa un lugar destacado en mi lista de héroes secretos.
Jan Boklöv entrenando en Calgary en 1988 antes de los Juegos
Fotografía: Jan Collsiöö / TT
El invierno posterior, otros saltadores siguieron su ejemplo y, de repente, todo el mundo lo hacía y el sistema de puntuación tuvo que cambiar. Los esquís que nos prestaban de niños no eran ni de lejos tan anchos ni tan flexibles como plumas de águila, y no tenían fijaciones para que el talón pudiera desengancharse del esquí. Hoy los atletas vuelan en posición horizontal, como si cabalgaran sobre un colchón de aire, y los más atrevidos tienen las orejas literalmente entre las puntas de los esquís.

 Como bien dice el crítico cinematográfico Javier Ocaña, El gran éxtasis del escultor de madera Steiner es «mucho más que un documental deportivo, que también. Una película sobre el miedo y el arrojo de un pionero, un aventurero casi demente, y personaje típicamente 'herzogiano'».

 Mientras les copiaba este último texto a color de Herzog –el libro está traducido por Marina Bornas Montaña–, me acordaba de Anu Roiha, la finlandesa de alma latina que nos acogió a mi hijo Enzo y a mí en Rovaniemi cuando fuimos a visitar a Papá Noel allá por diciembre de 2009. La primera noche con ella nos llevó a visitar las pistas de esquí de la ciudad, pero era muy tarde y ya no había nadie en las instalaciones, iluminadas por algunos focos. Era una noche muy fría, y estando allí nos veíamos obligados a hacer respiraciones muy pequeñas para que no nos afectara el aire helado. Desde lo alto de la colina, donde aparcó el coche, se veían también las luces de la pista de saltos. Anu nos señaló la enorme rampa con el índice, y nos dio algunos detalles técnicos. Yo había visto saltar por una de aquellas rampas en la televisión, y admiraba la pericia y el valor de aquellos saltadores que volaban más de 100 metros antes de pisar la nieve. Mentalmente me deslicé por aquella superficie y sentí el vértigo y el pavor a la caída. Y eso que aún no había visto el documental de Herzog. Afortunadamente, Enzo no tenía vértigo ni miedo a volar y ya está surcando los cielos como piloto de líneas aéreas. Quién sabe si alguna vez llevará en su avión a otros pequeños a conocer a Santa Claus Papá Noel*, o a la mismísima Anu a veranear a la Costa del Sol.

Película completa en alemán con subtítulos en inglés


Inicio de la película en alemán con subtítulos en castellano

 Y llegados al final, no puedo más que recomendarles la lectura de Cada uno por su lado y Dios contra todos, así como la reseña que escribí sobre el libro en mi otro blog.

Cada uno por su lado y Dios contra todos. Memorias, Werner Herzog
Editadas por Blackie Books
Fotografía: Pedro Delgado

https://cartadesdeeltoubkal.blogspot.com/2024/09/las-memorias-de-werner-herzog.html

*https://pedrodelgadofernandez.blogspot.com/2014/12/sos-navideno.html