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miércoles, 17 de junio de 2020

FÚTBOL Y LITERATURA (II)


Crack, un mini libro colectivo sobre el fútbol, la vida y la literatura

El fútbol regresó de esta larga reclusión, o al menos lo hizo a la pantalla de nuestros televisores. Pero, ¿realmente el fútbol andaba desaparecido? Creo que no, porque junto a la reposición de esos partidos históricos que nos brindaba la pequeña pantalla teníamos un puñado de buenos libros dedicados a este deporte. Libros y mini libros, porque hoy voy a hablarles de los segundos.

Fútbol y Literatura

 En concreto de unos mini libros colectivos que bajo el nombre de Crack son una celebración del fútbol, pero también de la vida, la amistad y la literatura. Mini libros de relatos que son una monería, además de gratuitos y digitales; aunque esto último es una lástima, pues dan  unas ganas locas de coleccionarlos en papel. Hasta el momento, la colección la componen seis números; el último de ellos, con una portada a lo A Ghost Story (la película de David Lowery) bellísima, es un Especial Pandemia dedicado "Al lector confinado", para hacerle más llevadera la inacción futbolera y servirle de consuelo.




 Me enteré de la existencia de estos volúmenes gracias a un correo de José de Montfort, "escritor publicado, articulista, bebedor de Voll-Damm y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios)", al que conocía de su paso por la editorial Malpaso, y que es uno de los autores de este colectivo con componentes a ambos lados del Atlántico: Colombia, México, España…; gente joven y de mediana edad a las que les gusta la literatura y el fútbol sobre todas las cosas.

Contraportada de Crack vol. 6, con sus autores debidamente protegidos

 Abre el último volumen de Crack el escritor colombiano Ruben Hurtado (1974), con un magnífico relato titulado Whitiman, una historia triste sobre el fútbol de barrio, la cancha de la escuela de fútbol como tabla de salvación o antídoto a las malas calles.
Whitiman, negro atleta, fue un tipo parado, temperamental y pelión, fue un compinche noble que disfrutó del fútbol del barrio y a diario afrontó los avatares del rebusque y los que ofrece la bala, el perico y la banda. A Whitiman lo conocí en los 90, en épocas del mundial de Italia. junto con él varios fuimos los que hicimos parte de una escuela de fútbol en donde adolescentes y niños del oriente de Cali, confluían. Siempre nos decía el profe Rembert: ¡Aquí de 10 jugadores uno o dos llegarán a la profesional, los demás trabajarán en otras cosas y otros dejarán que decidan por ellos en la calle! ¡Esto es más que un equipo, acá somos una familia y buscamos que ustedes se concentren en algo distinto a lo que pasa en las esquinas!
 El segundo relato, El conejito de la suerte, de Paula Baldrich (Barcelona), trata de los streaming a los que someten a un conejo sus dueños en busca de likes, followers y dinero. Una historia muy loca.
En nueve minutos, Andrea y Javi se acercarán a la caja donde pasa las horas Bad Bunny, le dirán "venga, conejito de la suerte, haznos ricos", lo sacarán de sus rejas y lo llevarán al campo de fútbol de porexpan. Cuando eso suceda, Bad Bunny sabrá qué hacer delante de la cámara y bajo el flash. Como otras veces, pondrá cara de ardilla y se revolcará en el césped de hojas de lechuga, a modo de calentamiento antes del partido.
 La siguiente se titula La Huida, del poeta y escritor colombiano Sico Pérez (Palmira, Valle del Cauca, 1985). Y ahora que lo pienso, en su relato no aparece el fútbol; aunque sí el confinamiento.
En las primeras semanas del confinamiento las noticias se sucedían con tal velocidad que de un día para otro el mundo en el que despertabas era totalmente diferente, la incertidumbre era nuestra certeza. Ahora el estado de alarma es nuestra normalidad, no es que hayamos olvidado cómo eran nuestras vidas antes de todo esto, sino que nos parecen extrañas, un poco fantasiosas. ¿En serio las personas se daban besos y abrazos y tomaban cervezas bajo el sol? ¿Se reunían en multitudes para asistir a conciertos, obras de teatro o eventos deportivos? ¿Las personas salían de sus casas cuando querían sin dar ninguna explicación? cuando Valeria me asalta con estas preguntas le describo con detalle cómo era ese mundo feliz sin omitir lo malo, toda la mierda que nos llevó a esto, lo que considero nuestra responsabilidad, la responsabilidad de nuestra generación, pero no puedo evitar sentirme por momentos como un contador de historias, como si aquello sólo lo hubiera imaginado.
 El cuarto relato es del de José de Montfort (Castellón, 1977) y lleva un título en latín, afortunadamente traducido para los que no pasamos del rosa, rosae: Videmus Nunc Per Speculum Et In Aenigmate (Vemos Ahora A Través del Espejo y en el Enigma). En el texto se mezcla la desazón por la perdida de la pareja con la obsesión por la vulva de ella y la belleza y la poesía amorosa en la sociedad del Antiguo Egipto.
Te juro que ya hace algunos (pocos) meses que no pensaba en tu vulva.
 Me distraía con el trabajo (más o menos) y los amigos. Salir al cine, tomar algo (no demasiado últimamente, sí mucho al principio), ir a la pista de patinaje.
 Pero ha pasado una cosa que no creerás: una pandemia mundial, la primera del s.XXI.
 [Estamos todos confinados obligatoriamente por el gobierno y, por ello, no hay trabajo, nos han hecho un ERTE en la empresa, todos despedidos; nada que hacer en todo el día]
Y cuando parece que en el relato no va a haber sitio para el fútbol, aparece Ronaldinho.

Cromo de Ronaldinho
He leido en un periódico que Ronaldinho, el astro del balón (ahora encerrado en una cárcel paraguaya porque le pillaron con un pasaporte falso), juega al fútbol con sus compañeros de encierro (asesinos, se nos dice) y pierde.
 En Seiscientos segundos sí que no hay fútbol. En su lugar, hay carreras de tortugas y un complejo engranaje de personajes y escenarios del que el autor, el colombiano Darío Rodríguez (Duitama, Boyará, 1977), logra salir airoso.
Una de las tortugas no quiere correr, incluso pretende escapar de la competición.
 De todos modos, la carrera inicia con las demás tortugas atletas.
 Una de ellas defrauda a sus espectadores y dueño: cojea, baja la testa, se detiene. El pequeño amo le grita con denuedo para que realice un mejor esfuerzo.
 La tortuga intenta explicarle entre jadeos a su amo que comprenda su cansancio. Que se ponga en su lugar. Sin embargo, el niño no logra entender lo que su tortuga le está diciendo y se desespera.
 La carrera es ganada por una de las tortugas mejor alimentadas del conjunto.
 Lo sigue la mexicana Teresa Zerón (Tzacotalpan, Veracruz, 1983), con El Principio del Final. En ella no hay fútbol, pero sí un boxeador con cuerpo de futbolista: Oscar Palomino, figura del boxeo en los años 90.

Oscar Palomino
Oscar Palomino era casi un niño cuando en su barrio vio a un amigo que tiraba golpes y se le cayó la boca. Ahí lo definió: quería ser boxeador y llegar a campeón.
 A los catorce años trabajaba en un pequeño bar de plaza Tetuán. Era camarero. Repartía de mesa en mesa, luego limpiaba. Al terminar se apresuraba, ponía la maleta sobre el hombro y sin importar la oscuridad de la noche abordaba un tren que lo dejaba en Gavá.
 Ahí había encontrado un gimnasio de boxeo donde le permitían entrenar. Entre sacos y cuerdas descubrió su sombra y la disciplina de los golpes. También el rigor de una vida seducida por el deporte.
 Terminaba agotado, con la frente escurriendo y los músculos abatidos. Era tanto el esfuerzo que al salir, su ropa, dentro de la maleta, le pesaba aún más. Pero no le importaba, sabía que para combatir como profesional no podía faltar ni fallar.
 El penúltimo relato es Hilos de Vecindario, del colombiano Santiago Noero (Cartagena, 1965). Está ambientado en Edimburgo y hace referencia a la pandemia y la reclusión, pero en él tampoco aparece ningún equipo de fútbol escocés, ni siquiera un mísero balón; aún así se lo perdonamos, y al final hasta le damos un like.
Cuando llegué a Edimburgo me oía un podcast completo cada vez que iba al gimnasio, porque demoraba veintiséis minutos a pie nada más para ir. Para mí, que soy perezoso, el ejercicio es un martirio, y lo hago solamente porque tengo el colesterol alto y un padre con dos bypasses.
 Cierra el volumen Últimas Páginas del Diario de 2021 de John Updike, escrito por Didier Andres Castro (Colombia, 1986), un relato en el que se aúna fútbol y pandemia, y por el que asoma el arquero de Argentina en el mundial de 1990 en Italia.
En la computadora se reproducía un partido del mundial del 90, Goycochea paraba un penal, uno de los dos que necesitaba Argentina para clasificar. Aquel día fue más que Maradona. Vi la pantalla, lo vi darle la clasificación a Argentina, esbocé una sonrisa, pero poco más. Aquella emoción desapareció pronto. Veía el juego de Argentina contra un país que ya no existe, en un deporte que ya dejó de jugarse.

El 30 de junio de 1990, Argentina se clasificaba para las semifinales del Mundial tras vencer por penaltis a Yugoslavia. Para ganar la tanda de penales, Sergio Goycochea tuvo que parar los dos últimos. En semifinales, ante Italia, Goycochea volvió a parar y a clasificar a su equipo en la tanda de penaltis, aunque luego perderían la final contra Alemania.

 Sinceramente, esperaba que todos los relatos tocasen el tema del fútbol, pero la verdad es que no me importó. Es lo que tiene que te guste leer. Además, es un Especial Pandemia y la pandemia sí que aparece por todos lados.

 Si a ustedes también le gusta leer, de otra manera no habrían llegado hasta esta línea, les aconsejo que pinchen sobre el enlace y se  descarguen el libro.

https://drive.google.com/file/d/1slRtgAX0EzlEBRG5XW9v0qDRqpPxjVnk/view

 Yo, mientras tanto, husmearé en los otros volúmenes. Y ya les iré contando.

miércoles, 10 de junio de 2020

BRUCE LEE: UNA VIDA


«Para mí, correr no es solo una forma de ejercicio. También es una forma de relajación. Es una hora que tengo para mí todas las mañanas en la que puedo estar a solas con mis pensamientos».
Bruce Lee

Bruce Lee: Una vida, de Matthew Polly (Dojo Ediciones)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Entre los géneros cinematográficos que marcaron la infancia de los que nacimos en los sesenta, se encuentra el cine de artes marciales: películas como El luchador mancoKárate a muerte en Bangkok o El furor del dragón que veíamos los fines de semana en las matinales o en las sesiones dobles de algunos cines de barrio, y cuyo visionado nos hacía lanzar patadas y puñetazos al aire o al cuerpo de los amigos durante el resto de la semana.



 De entre todas aquellas películas, mis favoritas eran las de Bruce Lee, que estaban un nivel por encima de las demás, sobre todo Operación Dragón (Enter the Dragon). Aquella competición de lucha en la isla del misterioso señor Han me marcó de tal manera que me compré el Dvd en cuanto salió a la venta.


 La película, que fue su primer trabajo en Hollywood producido por un gran estudio (Warner), ha envejecido bien, y en alguna ocasión se la he proyectado a mis alumnos en la pantalla grande del salón de actos del instituto para compartir con ellos aquel cine de kung-fu y mantener viva la figura de Bruce Lee.


 Una vez les mandé un trabajo sobre su biografía. De aquellas pequeñas redacciones, con su imagen en las portadas, me acordé mientras leía la monumental y apasionante biografía de Bruce Lee que ha escrito Matthew Polly. Para ello, el estadounidense se ha valido de la voz de la madre, los hermanos y la mujer de Bruce, así como de amigos, maestros y compañeros de clase. También de la del propio Bruce, rescatando sus confesiones a la prensa. Y todo ello lo ha adornado con docenas de fotografías exclusivas y nuevos datos sobre su muerte prematura, que convierten este libro en la biografía más completa y definitiva de esta leyenda.


 Hay una imagen potente al final del prólogo, de lo más cinematográfica, que nos impulsa a leer cada uno de los tres actos y veinticinco capítulos de los que se compone el libro. La protagonizó Jesse Glover en el funeral de Bruce. "Como afroamericano educado en el Seattle de la década de los 50, Glover se había obsesionado con las artes marciales, pero había tenido dificultades para encontrar a alguien dispuesto a enseñar a un alumno negro. Bruce fue el primer profesor de kung-fu de Estados Unidos en aceptar alumnos independientemente de su raza o etnia. Durante años, Jesse y Bruce fueron como hermanos."
Mientras la congregación se disolvía y los dolientes volvían a sus coches, Jesse Glover permaneció junto a la tumba. Cuando los operarios llegaron para llenar la fosa, Jesse tomó una de sus palas y los ahuyentó. Fue un momento típicamente norteamericano: un hombre negro vestido de traje con lágrimas cayéndole por la cara llenando una tumba china en un cementerio blanco. Afirma Jesse: «No me parecía bien que Bruce fuera cubierto por manos extrañas».

Jesse Glover con Bruce Lee, alrededor de 1960
Fotografía: David Tadman

 Mi hermano Marcial visitó aquella tumba un 25 de febrero de 2015. Había leído en algún sitio que estaba enterrado allí, y ya que estaba en la ciudad se propuso ir a verlo. Me dijo que el Lake View Cemetery debe su nombre a las vistas que tiene a un lago, que es un camposanto con tumbas muy antiguas y que la de Bruce y su hijo Brandon están arriba de una colina.

Tumba de Bruce Lee y su hijo Brandon en el Lake View Cemetery de Seattle
Fotografía: Marcial Delgado


"Estar delante de su tumba me produjo una gran emoción. El día gris acompañaba. Honré como mejor sabía, con una oración, los restos de una persona con la que disfrutamos mucho en el cine. Me acordé de Operación Dragón y de lo que suponía nombrar a Bruce Lee en mi infancia. Más que un ser humano, era un mito. Sobre la tumba había flores y alimentos traídos por admiradores asiáticos. Cuando decidí marcharme llegó un italiano, también atraído por la leyenda. En ese momento el frío arreciaba y comenzó a lloviznar. Salí del centenario cementerio y vagué entre árboles majestuosos hasta tener ante mi vista el lago. Anduve por calles casi desiertas escoltadas por mansiones residenciales y finalmente me encontré con una señora mayor pero ágil que hospitalariamente me acompañó hasta la parada del autobús para el retorno a Seattle. No disponía de moneda local y me avergonzaba que me pagase el billete, por lo que en cuanto se marchó me volví andando. Por el camino me encontré con un modesto restaurante japonés donde me tomé una deliciosa sopa miso que me reconfortó. Sobre las 5 de la tarde, llegaba al hotel." 
Marcial Delgado

Tumba de Bruce Lee en el Lake View Cemetery de Seattle
Fotografía: Marcial Delgado

 Su repentina muerte el 20 de julio de 1973, a la edad de treinta y dos años y en su plenitud física, desató todo tipo de rumores conspiratorios. El más extraño de todos, recuerdo, hacía referencia a algún celoso maestro de kung-fu o a un grupo de artistas marciales japoneses poseedores del poder mágico del toque de la muerte retardado. Según decían, empleaban una técnica secreta de darte la mano en el saludo que, repetida en el tiempo, podía destruirte por dentro bastante tiempo después.
Muchos fans se acordaron de la escena inicial de Furia oriental, en la que Lee se echa, desolado, sobre el ataúd de su maestro fallecido.
 –Decidme de qué murió mi profesor –exige amargamente el personaje de Bruce.
 –De neumonía –le contesta un compañero estudiante.
 –¿Te crees eso?
 Otros decían que había sido envenenado, y los más fantasiosos creían que cuando se mudó al barrio de Kowloon Tong, que en cantonés significa «estanque de los nueve dragones», enfureció a aquellas fieras mágicas que lo maldijeron hasta acabar con su vida.

 «Sin duda alguna, la pregunta que más me han hecho a lo largo de los años ha sido: "¿Cómo murió Bruce Lee?"», afirma su mujer, Linda Lee Cadwell. El libro dedica dos largos capítulos a este asunto: El último día de Bruce Lee y La investigación; ambos apasionantes, por lo que me van a permitir que no les adelante nada y que sean ustedes quienes descubran la causa de su muerte.
Con una intensidad rara vez vista antes o después, Nunca Para Quieto embutió una vida entera de logros en apenas treinta y dos años. Su muerte no fue una tragedia, porque su vida fue un triunfo. «Aunque yo, Bruce Lee, pueda morir sin haber cumplido todas mis aspiraciones, no siento ningún pesar –le dijo a un periodista hongkonés en 1972, como si anticipara su propio panegírico–. He hecho lo que he querido. Aquello que he hecho lo he hecho con sinceridad y lo mejor que he sabido. No puede esperarse mucho más de la vida».
 En un capítulo anterior, Knockin' on heaven's door, se recoge con todo detalle un episodio previo (el 10 de mayo) de desmayo y convulsiones. Bruce estaba viviendo un momento de mucha actividad y estrés y había pasado de los 63 a los 54 kilos, pero aquel grave edema cerebral, a consecuencia quizás de un golpe de calor, que lo tuvo al borde de la muerte, no logró pararlo. "Bruce siguió trabajando sin descanso, porque se encontraba ante la mayor oportunidad de su vida y le aterrorizaba pensar que pudiera pasar de largo si no la aprovechaba".

Bruce Lee con el atuendo azul de Operación Dragón

 Bruce Lee fue enterrado con "el atuendo azul que había llevado en Operación Dragón y que le gustaba ponerse en casa porque era cómodo". La película se estrenó menos de un mes después de los dos funerales de Lee, el primero de ellos en Hong Kong, donde falleció, por lo que desgraciadamente no pudo ver cómo se convertía en una superestrella cinematográfica en los Estados Unidos. Él, que con tanto ahínco trabajó en pos de ese objetivo, apenas pudo vislumbrarlo.
El director Robert Clouse invitó a Bruce a una proyección especial de Operación Dragón. No había música, ni fundidos, ni efectos de sonido, pero no importó. Todos sabían que estaban ante un éxito, y al acabar la película Bruce miró al director unos segundos antes de sonreír. «Lo tenemos», le dijo. Sabía que el mundo se pondría a sus pies.
***
Operación Dragón tocó una fibra sensible en el mundo entero. La película había costado la minúscula suma de 850.000 solares y llegaría a recaudar 90 millones en 1973 y un total estimado de 350 millones a lo largo de los siguientes cuarenta y cinco años.

Bruce Lee en Operación Dragón
@Concord/Warner Bross/Kobal/REX/Shutterstock

Tras ella se estrenaron en los Estados Unidos todas las películas anteriores de Bruce con Golden Harvest: Kárate a muerte en Bangkok, Furia oriental y El furor del dragón. Por otra parte, los productores de El Avispón Verde juntaron tres capítulos, añadieron la audición de Lee y lo estrenaron como un largometraje.

Van Williams y Bruce Lee como el Avispón Verde y Kato
Serie de Televisión 
The Green Hornet
ABC Photo Archives/ABC/Getty Images

Dado que Bruce murió antes de hacerse famoso internacionalmente, los fans se desvivían por descubrir los detalles de su vida. […] Se publicaron cientos de revistas para fans con relatos novelados de sus heroicas hazañas y salieron más de media docena de álbumes y biografías. […] El año 1973 vio el nacimiento de toda una industria póstuma en torno a Bruce Lee, incluido un apartado de merchandising: colgantes, figuras de acción, camisetas, sudaderos y pósters para acompañar a los del Che Guevara. Las revistas de artes marciales como Black Belt y Fightin Stars, antaño poco más que hojas informativas, se convirtieron en publicaciones con páginas satinadas y servicio de compra por catálogo que ofrecía toda una gama de productos relacionados con Bruce Lee. Incluso Robert Lee intentó aprovechar la situación grabando un álbum folk dedicado a su hermano, The Ballad of Bruce Lee. «Desde que James Dean murió en su Porsche plateado –escribió Kenneth Turan, el crítico de cine de Los Angeles Times–, ninguna estrella de Hollywood ha recibido semejante despedida».
 Bruce Lee se convirtió en el santo patrón del kung-fu, adorado como un semidiós.
 Las películas baratas hongkonesas de artes marciales se convirtieron en un fenómeno cultural, y la canción Kung-fu fighting, de Carl Douglas, llegó a vender once millones de copias.

Carl Douglas. Kung-fu fighting
"Todos hacían kung-fu; aquellos gatos eran rápidos como el rayo".

 Incluso Elvis Presley, que vio Operación Dragón docenas de veces y hacía gestos de Kárate en sus conciertos, empezó a producir su propia película de artes marciales autofinanciada, aunque nunca la terminaría.
Durante el resto de la década, Operación Dragón se estreno en repetidas ocasiones y siempre alcanzó el top 5 de películas más taquilleras de la semana. En una sala de Irán, la película se proyectó diariamente hasta que el Gobierno fue derrocado en 1979. En los 80, se introducían ilegalmente cintas de VHS de Operación Dragón en Europa oriental, y se convirtió a Bruce en un símbolo de la resistencia anticomunista.
 Con celo de misionero, Bruce se había propuesto emplear el cine para promocionar las artes marciales, y su éxito superó todas sus expectativas. Antes de su muerte, había menos de quinientas escuelas de artes marciales en el mundo; a finales de los años 90, y debido a su influencia, había más de veinte millones de estudiantes de artes marciales solo en Estados Unidos.
 Tras su muerte, "los productores independientes y marginales de Hong Kong trataron de aprovecharse del fenómeno Bruce Lee contratando a actores que se parecían físicamente a él", "cambiándoles los nombres para engañar al público: Bruce Li, Bruce Le, Bruce Lai, Bruce Liang, Bruce Thai y Bronson Lee", y plagiando los títulos y las tramas de las películas originales.
La mejor película de este nuevo género basado en la explotación de la figura de Bruce Lee resultó ser Juego con la muerte (1978).
 Raymond Chow afirma que nunca tuvo intención de usar las escenas de la pagoda rodadas por Bruce en 1972 como parte de un largometraje, pero los distribuidores de todo el mundo se lo rogaron. En consecuencia, contrató a Robert Clouse como como director y a dos imitadores de Lee, uno para interpretar y otro para las escenas de acción. Dado que Bruce no había llegado a terminar el guión, trabajaron a partir del final de la historia y ensamblaron una película a modo de puzle. La endeble trama resultante se centró en el personaje de Billy Lo, un doble de acción que se niega a firmar un contrato con un turbio «sindicato». Después de que le disparen en la cara y lo den por muerto, Billy se somete a una operación para reconstruirle la cara, simula su muerte y se toma la venganza desde la tumba. Raymond incluyó escenas del funeral real de Lee de 1973 y la película resultó un despropósito confuso, hasta que aparece la grabación original de Bruce, acompañado por Dan Inosanto y Kareem Abdul-Jabbar. De repente, la película se vuelve mágica y sirve para recordar por qué Bruce Lee es irremplazable.

Bruce Lee y Kareem Abdul-Jabbar
Juego con la muerte
***
Bruce lleva el que se ha convertido en su atuendo más icónico: un ajustado mono amarillo con una raya negra. Estaba inspirado en el mono de esquí que Roman Polanski le había prestado durante sus vacaciones en Suiza.
 El primer acto de Bruce Lee: Una vida comienza en 1914, el año en el que "las fuerzas revolucionarias acababan de derrocar a la dinastía Qing y habían establecido una república constitucional, poniendo fin a cuatro mil años de poder imperial. El nuevo Gobierno era débil, varias facciones se disputaban el control, habían surgido revueltas populares en grandes ciudades, los bandidos campaban a sus anchas y el campesinado luchaba por sobrevivir." Matthew Polly nos habla de las dificultades de los abuelos de Bruce Lee en ese tiempo y de cómo se conocieron sus padres, Li Hoi Chuen, un actor célebre, y Grace Ho, la hija del hombre más rico de Hong Kong.

Los padres de Bruce, Grace Ho y Li Hoi Cruen
Década de 1950. Fotografía: David Tadman

 En ese primer capítulo, recibimos una clase magistral de historia, narrándosenos dos hechos históricos que van a explicar por qué Bruce Lee nacería en los Estados Unidos. El primero hace referencia a los bóxers y cuenta muy bien la guerra del opio que "retrata" la película 55 días en Pekín. De niño yo vibraba cuando las tropas internacionales entraban a liberar la ciudad bajo el himno de sus países, y cuando Charlton Heston subía a la hija del sargento Harry a su caballo y abandonaban Pekín al ritmo de Welcome Marines con el motivo característico de Yankee Doodle. Pero gracias a Matthew Polly comprendo que aquello fue un mísero episodio del colonialismo europeo.


 A raíz de aquel acontecimiento histórico vino la invasión japonesa y la Segunda Guerra Mundial, que desencadenaría la salida de Hong Kong de los futuros padres de Bruce: Li Hoi Chuen y Grace Ho.
En este tiempo de guerra y bajo la falsa sensación de seguridad de la Pax Britannica, Li Hoi Chuen y Grace Ho tomaron una decisión trascendental. En otoño de 1939, la compañía operística de Hoi Chuen fue invitada a realizar una gira de un año por Estados Unidos. El objetivo era recaudar fondos de la comunidad china en el exterior para apoyar la guerra. La pega era que no podía llevar consigo a toda su familia, únicamente a una persona. Con el ejército japonés acechando a Hong Kong, Grace tuvo que decidir si acompañarlo y dejar a sus tres niños pequeños (Peter tenía menos de dos meses) bajo el cuidado de su suegra o dejar que su marido viajara al otra lado del mundo durante un año por su cuenta. Fue la suegra de Grace quien la convenció para que acompañara a su hijo. «Mi abuela paterna dijo que debía irse con él porque, si no, otra podría tentarlo –cuenta Phoebe con una risita–. Le dijo a mi madre que no se preocupara, que mientras la abuela estuviera ahí nadie iba a maltratar a los tres niños. Así que mi madre se fue con él. Agnes, Peter y yo nos quedamos en Hong Kong».
 La pareja, nos cuenta Matthew, se alojó en la casa de huéspedes del Mandarin Theatre, a tan sólo una manzana del Hospital Chino, el único centro médico que aceptaba pacientes chinos, donde Grace, que descubrió su embarazo a los cinco meses de llegar a San Francisco, daría a luz.
Al acercarse su salida de cuentas, la compañía de Hoi Chuen fue contratada para actuar en Nueva York. Con gran reticencia, él dejó a su mujer sola en una ciudad extranjera y atravesó el país en tren. Grace escondió su ansiedad tras su sonrisa permanente. Al ponerse de parto unas semanas después, los vecinos la ayudaron a recorrer la calle hasta el hospital.
 Grace dio a luz a un varón sano –cinco octavas partes chino, una cuarta parte inglés y una octava parte judío-holandés–, que nació a las 7:12 de la mañana el 27 de noviembre de 1940.
 Los vecinos llamaron al teatro Le Qian Qui, en la Chinatown de Nueva York, y dejaron un mensaje para Hoi Chuen: «¡Es un niño!». Cuando el hombre oyó la buena noticia esa noche, celebró el nacimiento con la compañía entera repartiendo cigarrillos, el equivalente chino a repartir puros.
Grace Ho y Li Hoi Chuen con el pequeño Bruce Lee
 La primera pregunta que sus compañeros le hicieron fue: «¿Cuáles son sus signos astrológicos?». El zodiaco chino no solo asigna uno de los doce animales –rata, buey, tigre, conejo, dragón, serpiente, caballo, cabra, mono, gallo, perro y cerdo– al año de nacimiento de una persona (llamado el animal exterior), sino también al mes (animal interior), al día (animal verdadero) y a la hora (animal secreto). De los doce signos de nacimiento, el dragón es considerado el más poderoso y favorable. Los emperadores chinos adoptaron el dragón como símbolo, con lo que se asoció al liderazgo y la autoridad, y muchos padres chinos trataban de programar un embarazo con la esperanza de que su hijo naciera en el año, mes, día u hora del dragón.
 Hoi Chuen proclamó con orgullo que su niño había nacido en el año del dragón, el mes del cerdo, el día del perro y la hora del dragón. Dos signos de dragón, especialmente si uno era el año, se consideraban excepcionalmente propicios. Toda la compañía lo felicitó: «Tu hijo está destinado a la grandeza».
 Mi horóscopo chino, por mi año de nacimiento (1966), es el caballo, pero después de leer esto ardo en deseos de preguntarle a mi alumna Susana Zhang Wen Wen por mis otros signos zodiacales; aunque antes tendremos que volver al instituto, y preguntarle yo a mi madre si recuerda a qué hora nací, cosa que no es fácil teniendo cuatro hijos.


 Pero volvamos al bebé. Al ser ciudadano estadounidense de nacimiento, Grace debía ponerle un nombre americano a su hijo. Como a Li Hoi Chuen le habían anglicanizado su apellido (de Li a Lee) al solicitar el visado, el apellido del niño también apareció como Lee en la partida de nacimiento.
Para el nombre de pila, Grace, que hablaba poco inglés, acudió a un amigo sinoamericano*. Este consultó con la matrona, Mary E. Glover, que había asistido el parto y firmado el acta de nacimiento, y fue ella quien sugirió el nombre de Bruce.
*ciudadanos estadounidenses descendientes de chinos total o parcialmente, principalmente de la etnia han.
 A solas con su hijo, Grace eligió su nombre chino: Li Jun Fan. «Li» era el apellido familiar; «Jun» era parte del nombre del padre de Hoi Chuen (Li Jun Biao) y significaba «agitar, despertar, emocionar»; y «Fan» es el carácter chino de San Francisco. Así, el nombre chino de Bruce significaba «Agita y emociona a San Francisco».
 Hoi Chuen volvió con su mujer e hijo recién nacido en cuanto pudo. Grace bromearía después con sus amigos sobre cómo había llegado, con la cara aún pintada con los colores brillantes de la ópera cantonesa. Hoi Chuen decidió que la vida de su padre había estado tan llena de desgracias que daría mala suerte emplear el mismo carácter de «Jun» para el nombre de su hijo. Lo cambió por un carácter de «Jun» ligeramente diferente, que significaba «hacer eco, reverberar, resonar». A Hoi Chuen tampoco le gustaba «Bruce», pero dado que ya estaba inscrito en la partida de nacimiento, era demasiado tarde. «No puedo pronunciarlo», lamentó.

Prácticas de chi sao ("manos pegajosas") con su padre, Li Hoi Chuen, en Hong Kong
Verano de 1963. Fotografía: David Tadman

 "Bruce Lee se enfrentó a su primera cámara de cine antes de aprender a gatear. Fue, además, su primera y última actuación travestido. En una breve escena, un Bruce de dos meses aparece mecido en una cuna de mimbre, con una capota de encaje y una blusa de niña". Ocurrió en el rodaje de Golden Gate girl, de la directora Esther Eng, especializada en películas bélicas patrióticas, y Bruce tenía un plano corto en el que lloraba desconsolado.

Bruce Lee en su primer papel en la película Golden Gate girl

 Tras ello, Matthew Polly nos narra el regresó de la familia a Hong Kong. En un principio iba a ser una "visita temporal al extranjero" para ver a sus otros hijos pequeños, pero la visita duraría dieciocho años. Hacía dieciocho meses que la familia no se veía, y la abuela Li y los otros hijos se mostraron entusiasmados con el nuevo miembro de la familia, que pronto caería gravemente enfermo.
La emoción y alegría del reencuentro fueron rápidamente ensombrecidas por terribles noticias dentro y fuera de casa.
 La Segunda Guerra Mundial estaba sumiendo al planeta en fuego y sangre. El ejército japonés avanzaba hacia el corazón de China. En Europa, la Luftwaffe alemana bombardeaba las ciudades británicas y los submarinos alemanes hundían buques de suministros provenientes de América. Hong Kong quedó aislada tanto de China como de Gran Bretaña, indefensa y sola.
 ***
Un estallido de cólera asolaba la colonia, y Bruce Jun Fan se volvió tan débil y delgado que sus padres temieron que pudiera morir. Habiendo perdido ya a un niño, Grace atendía constantemente a su hijo enfermo. «Creo que lo malcrié por estar tan enfermo», diría Grace más tarde. Debido a esta enfermedad casi mortal, Bruce Lee creció más débil que los otros niños y no pudo andar sin dificultad hasta los cuatro años.
 El día 8 de diciembre de 1941, tras el ataque sorpresa sobre Pearl Harbor, Japón invadió Hong Kong, declarándole la guerra a Estados Unidos y Gran Bretaña. Li Hoi Chuen y su familia salvaron la vida gracias a que a los militares japoneses les gustaba la ópera china.
[…] la liberación de Hong Kong tuvo que esperar hasta después de Hiroshima, Nagasaki y la rendición de Japón el 15 de agosto de 1945. Tanto las autoridades chinas como las norteamericanas esperaban que el control de Hong Kong volviera a manos chinas, pero los británicos, que consideraban la restauración del dominio colonial una cuestión de honor y una necesidad para sus intereses comerciales en Asia, enviaron presurosos un cuerpo de la Marina Real para aceptar la rendición japonesa y reclamar la colonia el 30 de agosto.
 Visto en retrospectiva, fue el mejor resultado posible para los habitantes de Hong Kong. China estaba a punto de ser consumida por una guerra civil entre los nacionalistas y los comunistas, liderados por Mao Zedong, que seguiría rasgando el país y después lo sumiría en décadas de aislamiento y agitación. En cambio, los habitantes de Hong Kong prosperarían, especialmente familias como los Li, quienes disfrutaron de su periodo más boyante tras la ocupación de tres años y ocho meses.
 Tras la liberación, todos los desterrados regresaron en masa y en cinco años la población de Hong Kong pasó de seiscientos mil a tres millones de habitantes, y los precios de los alquileres subieron como la espuma. Li Hoi Chuen, que había adquirido algunos bienes inmuebles durante la ocupación añadió a su oficio de actor el de próspero rentista.
La enfermedad y fragilidad que acosaron a Bruce durante la ocupación desaparecieron tras la liberación. Se volvió tan hiperactivo que su familia lo apodó Nunca para quieto.
 […] «Tenía algo parecido a un trastorno que lo llenaba de demasiada energía, como un caballo al que han atado», dice Robert. Cuando no estaba tirando muebles en medio de un vendaval de caos, Bruce cuestionaba todo lo que sus padres le mandaban, ganándose otro apodo, el Pequeño Por Qué.
 La única forma de desactivar a Bruce era dándole lectura, cómics de kung-fu y novelas de artes marciales y de fantasía que le proporcionaron un rico mundo interior.
[…] pasaba buena parte de su tiempo de ocio en las librerías. Bruce leía tanto que su madre cree que esta afición le causó miopía. «Solía pasarse horas en la cama leyendo cómics con letra pequeña sin mi permiso –recuerda Grace–. Creo que esa fue la causa de su mala vista». Bruce empezó a llevar gafas correctoras a los seis años.
 Leer este párrafo me ha traído a la mente mis viejos cómics de artes marciales, en algunas de cuyas viñetas aparecía un personaje, Shang-Chi, con la mismísima cara de Bruce Lee.

Mis viejos cómics de artes marciales
Fotografía: Lucía Rodríguez

 Ya de adulto, la biblioteca personal de Bruce llegó a alcanzar los 2500 ejemplares, y, según su mujer, llevaba un libro allá donde fuera. Sabiendo eso, veo de distinta manera los memes que circulan por ahí con el repetido Bruce lee. Ojalá todos leyéramos más.

Memes Bruce Lee lee

 "Además de los apartamentos y su sueldo de actor, Hoi Chuen encontró una nueva fuente de ingresos: el cine". Al ser su padre miembro de la naciente industria del cine hongkonés, Bruce consiguió su primer papel en The birth of mankind (1946). En ella hace el papel de un niño que huye de su casa y se convierte en carterista. El nacimiento de la humanidad sería un film que encasilló "al joven Bruce en el rol de golfillo duro y astuto con buen corazón, un papel que interpretaría una y otra vez a lo largo de su carrera infantil".
 En su quinta película, My son A-Chang (Mi hijo A-Chang), también titulada The Kid (El chico), protagonizada junto a su padre en 1950, ya con diez años, interpretó el papel principal, y el film fue un éxito de taquilla y crítica.



 Pero sus padres no querían que el Pequeño Dragón Li descuidase los estudios por culpa del cine. "Para su educación primaria, Grace matriculó a sus hijas en St. Mary's School, dirigido por monjas europeas, y a sus hijos en Tak Sun, un colegio religioso para chicos".
Cuando Bruce entró en Tak Sun a los seis años, poseía una marcada desventaja. Al ser físicamente más débil y pequeño que los otros chicos y arrastrar, además, problemas de equilibrio de su enfermedad infantil, nunca aprendió a montar en bici. También lo aterrorizaba el agua. […] Llevaba, además, gafas gruesas con montura de carey debido a su grave miopía y tenía una oreja perforada para protegerlo de las serpientes demoníacas secuestradoras de niños. […] Cualquier cuatro ojos delgaducho se habría recluido en una esquina, cabizbajo, sumido en sus fantasías; pero no Bruce. Al igual que su personaje en Mi hijo A-Chang, era combativo e impaciente y se peleaba con cualquiera que se burlara de él o lo humillara. No importaba si eran grandes o pequeños, altos o bajos, mayores o jóvenes; peleaba contra todos, hasta que desarrolló una mala reputación y dejaron de meterse con él. 
 Si bien al principio Bruce se defendía de los insultos, pronto adquirió un gusto por el combate y empezó a provocar las peleas él mismo. Pasó de ser el chico con el que nadie quería meterse a una persona que era mejor evitar, y los padres empezaron a advertir a sus hijos de que no se acercaran a él.
 Bruce fue un verdadero dolor de muelas para sus profesores. Uno de sus maestros, el hermano Henry, lo recuerda como "un chico bueno e inconformista" pero "cargado de no sé cuántos kilovatios". Vamos, como alguno de mis alumnos.
De modo que cada mañana mi primer paso era canalizar toda esa energía y cansarlo antes de que causara problemas. Le daba todas las tareas que se me ocurrían: abrir todas las ventanas, limpiar las pizarras, traer la lista de clase de la oficina y hacer todo tipo de recados por todo el colegio. Cuando eso no funcionaba, lo enviaba al director con una nota: «Te mando a Bruce para tener unos momentos de paz». Echando la vista atrás y viendo el hombre en el que se convirtió, me alegro de no haberlo reprimido o agotado.
 "Malas notas, peleas constantes, bromas cada vez más violentas. […] Dado que ningún otro castigo parecía funcionar, su padre le impuso un "tiempo muerto" en su carrera de actor hasta que empezara a comportarse e impidió que el Pequeño Dragón participara en la secuela de Mi hijo A-Chang".

 En septiembre de 1951, Bruce entró, al igual que su hermano mayor Peter,  que sí era muy buen estudiante, en el colegio La Salle, uno de los centros educativos más prestigiosos de Hong Kong. Aquello fue muy importante para el futuro de Bruce, pues todas las clases se daban en inglés, un idioma sin el que "Bruce Lee jamás habría triunfado en Hollywood, donde hablar inglés era un requisito indispensable, especialmente para los actores asiáticos".
El inglés era una de las pocas asignaturas en las que Bruce destacaba. En general, era un estudiante pésimo, especialmente en matemáticas. […] tuvo que repetir curso dos veces en los cinco años que estuvo en La Salle.
 "Robert Lee, que idolatra a su hermano mayor y tiende a describirlo siempre de manera positiva, dice: «Bruce era más bien como un héroe en una película caballeresca, siempre tratando de defender al débil frente al fuerte, como un caballero errante». Esto era cierto para los miembros de su pandilla, a quienes cuidaba y protegía ferozmente. A cambio, lo saludaban como "hermano mayor", le hacían los deberes y lo dejaban copiar sus exámenes. "Tenía un liderazgo hipnótico que subyugaba a la gente, cuenta Michael Lai"".
Con sus fijaciones pandilleras, aquellos chicos de La Salle estaban imitando, a su manera burguesa, a sus mayores. Las tríadas (mafias chinas) operaban en la colonia desde los inicios del tráfico de opio, pero su influencia no acabó de despegar hasta la victoria de Mao Zedong en 1949. "Los comunistas purgaron a las tríadas, de modo que los criminales vinieron a Hong Kong –cuenta William Cheung, un amigo de Bruce–.
 […] Otro cambio cultural que afectó a Bruce y a su pandilla fue el creciente nacionalismo chino. La incapacidad de los británicos de defender a la colonia de los japoneses había destruido el mito de la superioridad blanca, y a muchos chinos les molestó el restablecimiento del régimen colonial tras la guerra. «Los británicos eran la clase dominante. Eran la minoría que gobernaba la ciudad –les relataría Bruce a sus amigos norteamericanos–. Vivían sobre las colinas con sus coches grandes y casas bonitas, mientras el resto de la población, que residía en la parte baja, sufría y se dejaba el culo para ganarse la vida. Veías tanta pobreza entre los chinos que acababa siendo natural odiar a los sucios británicos ricos. Eran los que más dinero ganaban y tenían los mejores trabajos por su piel blanca».
 Cuando salía de clase, Bruce y su pandilla iban a buscar pelea con los chicos británicos del colegio privado más cercano, el King George V; además había otro motivo de conflicto entre ambos grupos: las chicas. Los chinos andaban detrás de las británicas y los británicos detrás de las chinas en una especie de versión hongkonesa de West side story.

 En un intento de apartarlo de aquellas peleas, los padres de Bruce le permitieron volver a actuar, y entre 1953 y 1955 hizo pequeños papeles en diez melodramas. Entre medio de esos dos años, empezó a estudiar kung-fu. "Cuando Bruce Lee era joven, el kung-fu no era un pasatiempo popular. En la colonia cosmopolita, la alta sociedad rechazaba las artes marciales, que asociaban al campo, al pasado feudal de China y a la criminalidad de las tríadas. El acontecimiento que reavivó el interés por el kung-fu y volvió a ponerlo de moda fue un combate en 1954 entre dos rivales que representaban el conflicto entre la tradición y la occidentalización que dividía a la sociedad china". Aquel combate benéfico celebrado en Macao, entre Wu Gongyi y Chen Kefu, tuvo un final inconcluso y desordenado que hizo que se hablara de él durante semanas y que el kung-fu, casi de la noche a la mañana, se pusiera de moda.
Inspirados por el combate entre el viejo maestro de taichí y el joven luchador que mezclaba disciplinas, nuevos estudiantes inundaron los pequeños estudios de artes marciales y se dirigieron a las azoteas para participar en sus propios combates semiorganizados a puño descubierto, llamados beimo en cantonés. El joven Bruce Lee, que ya era un veterano luchador callejero, se vio atraído por aquellos combates clandestinos. Esto le llevaría a tomar una decisión que le cambiaría la vida: comenzó a estudiar kung-fu formalmente.
 A escondidas de sus padres, Bruce se puso a dar clases de wing chun, un estilo minoritario del kung-fu, con Ip Man, quien "pronto se hizo con una camarilla de jóvenes enojados a quienes les atraía su talento, su temperamento tranquilo y su ingenio.
Para ayudar a sus alumnos a convertirse en mejores luchadores, les enseñaba las nociones básicas del wing chun, que incide en el combate a corta distancia y emplea patadas bajas, rapidísimos puñetazos cortos, bloqueos y trampas: el estilo ideal para luchar en callejones estrechos. La principal técnica de entrenamiento es el chi sao (manos pegajosas), una forma de entrenamiento parecido al tuishou del taichí, en la que dos combatientes unen sus antebrazos e intentan bloquear, atrapar y golpear a su oponente manteniendo un contacto constante.
 Con el fin de controlar la ira de sus discípulos y hacerlos mejorar como personas, Ip Man también les enseñaba filosofía taoísta.
 «Se volvió obsesivo –afirma su hermano Peter–. Practicaba diligentemente día y noche». Si a Bruce le apasionaba algo, aprendía de manera extraordinariamente rápida, y se tomó el wing chun como su principal objetivo en la vida.

Ip Man y Bruce Lee practicando chi sao

 Sin embargo, sus notas y su comportamiento no dejaron de empeorar, hasta el punto de ser expulsado de La Salle en 1956 por un incidente poco edificante. Los avergonzados padres de Bruce matricularon a su hijo quinceañero en el Colegio San Francisco Javier (SFJ).

 En 1958, como si de una de sus películas futuras se tratase, Bruce se licenciaría de wing chun en una azotea, en un combate beimo, a puño descubierto, venciendo al instructor asistente de una escuela rival. Y ese mismo año ganó el Campeonato de boxeo interescolar con el Colegio SFJ.
Si bien Bruce seguiría luchando en las calles y azoteas de Hong Kong, aquel sería el primer y último campeonato oficial en el que participaría. No le gustaba la manera en que las reglas constreñían la efectividad de sus técnicas. Al crecer y mejorar como artista marcial, evitó los campeonatos de boxeo y kárate por puntos («un juego de mírame y no me toques»). Únicamente accedería, cuando se le retara, a participar en combates de «manos cruzadas» a puño descubierto.
 Mattew Polly nos habla también en ese primer acto del Bruce adolescente, de sus noches de bailes y amoríos, y del Campeonato hongkonés de Chachachá que ganó junto a su hermano Robert, algo de lo que presumió el resto de su vida.

Bruce y Robert Lee en el Campeonato hongkonés de Chachachá, 1958
Fotografía: Archivo David Tadman

De adolescente, la obsesión de Bruce por el kung-fu rivalizaba únicamente con su amor por el baile.
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Para el futuro de Bruce como actor de cine de artes marciales, estos antecedentes de bailarín serían una de las claves de su éxito. «Dado que tanto el baile como la lucha requieren de movimientos físicos y te obligan a encadenarlos de manera fluida, para él ambas cosas estaban relacionadas», dice Linda Lee. Muchos grandes luchadores de artes marciales han probado suerte en el cine, pero han fracasado rotundamente porque aquello que funciona en la calle a menudo parece rígido y torpe en la pantalla. «Había una especie de equilibrio y ritmo innatos en sus peleas [en el cine] –afirma el director hongkonés Michael Kaye–, y buscaba constantemente ritmos cada vez más complejos».
 A menor ritmo, siguió participando en películas. Siendo demasiado mayor para interpretar papeles de huérfanos traviesos y adorables, trató de superar su encasillamiento y ampliar su registro, con resultados irregulares. Y mientras tanto, no dejaba de meterse en líos; hasta que una paliza a un adolescente con padres poderosos lo llevó a vérselas con la policía. "–Oiga, o su hijo deja lo que está haciendo o tendremos que detenerlo porque no podemos tenerlo por ahí metiéndose en peleas todo el día", le dijeron a su madre. En ese momento, todos entendieron que Bruce necesitaba un cambio radical de aires; además, al ser ciudadano norteamericano, podía asistir allí a un instituto correctivo y obtener su diploma, incluso podía aspirar a acceder a una universidad local. En los Estados Unidos, le aguardaba un nuevo comienzo.
Sus padres esperaban que América cambiara a Bruce, pero resultó que fue la propia decisión de enviarlo fuera la que transformó al gamberro adolescente en un joven más maduro y tranquilo. «Una vez tomada la decisión, Bruce cambió de repente –dice Robert–. El señorito Nunca Para Quieto decidió de repente calmarse e incluso tomarse en serio sus estudios. […]» Su cambio de comportamiento fue tan drástico que sus padres creyeron en un principio que debía de haberse metido en un nuevo lío. Ver a su hijo estudiar en casa inquietó tanto a su madre que llamó al colegio para preguntar si había hecho algo. Solo después de que su padre tuviera una larga conversación con Bruce llegaron finalmente a la conclusión de que su hijo descarriado estaba madurando.
 Detrás de ello estaba la práctica espiritual que le proporcionaban las enseñanzas de Ip Man.
En distintas culturas, las artes marciales han servido históricamente a tres finalidades: la guerra (combate, lucha callejera), el deporte (boxeo, artes marciales mixtas) y el entrenamiento (espectáculos de combate, lucha libre, películas de kung-fu). Las artes marciales orientales sumaron una cuarta categoría: la práctica espiritual. El kung-fu se consideraba una forma de meditación en movimiento, y su objetivo más profundo era conducir a sus seguidores hacia la iluminación.
 Al tiempo que Bruce completaba sus estudios de las artes marciales con el vistoso kung-fu del norte por las mañanas, por las tardes proseguía su estudio de wing chun. Wong Shun Leung le enseñaba los aspectos físicos, mientras Ip Man lo guiaba a través de su dimensión psicológica y filosófica. Fueron las sabias enseñanzas de Ip Man las que llevaron a Bruce a una transformadora epifanía espiritual. […] El kung-fu se convirtió en su religión, en su camino a la iluminación. Se empezó a interesar profundamente por el taoísmo, la antigua filosofía china que se centra en fundirse con la naturaleza, dejarse llevar por la corriente, doblarse como el junto en el viento; […] Era lo suficientemente consciente para darse cuenta de que muchos de sus problemas eran resultado de una necesidad de controlar las situaciones, de imponer su voluntad. Era un dragón, un elemento de fuego, y su furia quemaba a quienes tenía alrededor. El taoísmo y el kung-fu le sirvieron como un correctivo psicológico, agua para extinguir el fuego. […] Bruce se hacía iniciado en las artes marciales como un macarra, pero a partir de aquel momento hablaría y pensaría cada vez más como un monje taoísta. Esta dicotomía interna y el conflicto entre su personalidad gamberra y sus percepciones de monje definirían su vida adulta.

Bruce Lee en El huérfano (The Orphan, 1960)

 "Irónicamente, justo cuando sus preparativos para abandonar Hong Kong estaban casi completos, el Pequeño Dragón recibió la oferta de uno de los mejores papeles de su carrera". Tras nueve años interpretando a personajes secundarios, por fin llegó su oportunidad con The Orphan (El huérfano), el equivalente oriental de Rebelde sin causa. Bruce aceptó la propuesta, pero esta no alteró los planes de la familia, y se enteraría del éxito de público y crítica ya en América.
La semana antes de marcharse, Bruce y su hermana Agnes acudieron a una vieja vidente para preguntar por su destino en América. La vieja le dijo lo que indudablemente le decía a otros miles de clientes angustiados: que algún día sería rico y famoso. «Nos reímos de ello –dice Agnes–, pero siempre sentí que aquello iba a pasar».
 Bruce se embarcó hacia un futuro al otro lado del mundo la tarde del 29 de abril de 1959. Y así fue como el 17 de mayo de 1959, dieciocho años después, Bruce regresaba a su lugar de nacimiento.

 El segundo acto del libro se centra en la estancia de Bruce en los Estados Unidos: su llegada a San Francisco; sus primeros trabajos como camarero y profesor de chachachá; su traslado a Seattle; sus estudios en la Edison Technical High School; la práctica de las artes marciales, sus exhibiciones y su magisterio; su obsesión por querer ser rico, famoso y el mejor artista de kung-fu del mundo.
El Día de la Apreciación Cultural Asiática en Edison Tech, Bruce ofreció una función de «kung-fu», que el cartel pegado en el muro del auditorio se encargaba amablemente de explicar que era un arte marcial chino. Los aproximadamente cuarenta estudiantes que se presentaron vieron a Bruce Lee subirse al escenario con gafas, traje y corbata, de modo que parecía el estereotipo del estudioso adolescente chino. Hablando con acento hongkonés, Bruce empezó a contar una versión sencilla y folclórica de la historia del kung-fu. Contó que se le había ocultado a los extranjeros para evitar que lo usaran contra los chinos y que los monjes budistas habían desarrollado técnicas letales basadas en las formas de lucha de los animales y los insectos. Para demostrarlo, Bruce adoptó en primer lugar la postura de un águila con la mano extendida en forma de garra; después se transformó en una mantis religiosa, ejerciendo con los antebrazos golpes como martillos de piano; después, la grulla blanca, con sus alas extendidas y la pierna levantada en posición defensiva, y, finalmente, el mono que roba melocotones, un eufemismo para referirse al acto de arrancarle los testículos al oponente.
 «Fue una actuación bellísima, una especie de cruce entre el ballet y la mímica –recuerda James DeMile–. Pero ni por asomo parecía una forma de lucha. Bruce parecía tan peligroso como Don Knotts (un actor de comedia estadounidense). El público empezó a reír tímidamente».
 Bruce paró en seco, se le oscureció el rostro y el público se calló. Entonces miró directamente a DeMile, que había estado sonriendo, y le dijo:
 –Tienes pinta de saber pelear. ¿Qué tal si subes aquí un momento?
 Igual que un recién llegado a la cárcel, Bruce eligió retar al tío más duro del patio. DeMile tenía veinte años y pesaba 100 kilos, y vaya si sabía pelear. Era campeón de boxeo y un luchador callejero que rara vez iba a ningún sitio sin una pistola en el bolsillo. En aquel momento se encontraba en libertad condicional.
 Cuando DeMile brincó sobre el escenario, Lee dijo que haría una demostración de su propio estilo de arte marcial llamado wing chun, desarrollado por una monja budista cuatrocientos años atrás y que privaba el combate a corta distancia. Bruce se dirigió a DeMile:
 –Cuando estés listo, golpéame con todas tus fuerzas con cualquiera de las dos manos.
 DeMile temía matar al chaval chino de un puñetazo, pero no tenía de qué preocuparse. Bruce procedió a hacerle a DeMile lo que ya le había hecho a Jesse Glover y a Ed Hart. Se deshizo de cada puñetazo como de un bebé y contraatacó con puñetazos propios, que detenía a centímetros de la nariz de DeMile. Como gran final, utilizó una mano para hacer un nudo con los brazos de DeMile mientras con la otra, con el fin de añadir ofensa y dolor, le daba golpes en la frente.
 –¿Hay alguien en casa? –preguntó Bruce ante las risas del público.
 «Estuve tan indefenso como un rollo de papel gigante. Fue como una pesadilla a cámara lenta –recuerda DeMile–. Después de la actuación, me tragué el poco orgullo que me quedaba y le pregunté si me enseñaría algunas de sus técnicas».
***

Las clases eran tan informales que apenas podían considerarse clases. La pandilla nunca llamó a Bruce maestro o sifu, sino simplemente Bruce. No les cobraba nada y, más que enseñarles, los usaba para proseguir su propia búsqueda de la perfección en el kung-fu. «Todos éramos maniquíes de entrenamiento para Bruce –apuntó Jesse–. Estaba centrado en su propio desarrollo y tenía poca paciencia para enseñar a quienes no aprendían rápidamente». Bruce encarnaba a un tipo de maestro brillante que se niega a enseñar a principiantes y se rodea únicamente de un grupo de alumnos experimentados que le asisten en sus propias investigaciones y descubrimientos.
 Uno de aquellos descubrimientos fue el célebre puñetazo de una pulgada. Bruce siempre quiso aumentar la fuerza de sus puñetazos a distancias cada vez más cortas. Al trabajar su coordinación y temporización, aprendió a rotar su cuerpo para crear la máxima cantidad de aceleración. «Su puñetazo se volvió más fuerte con la práctica», dice Jesse.

***
Sus alumnos, luchadores veteranos todos, le introdujeron también en la escena de combates norteamericana. Aprendió de ellos el valor de ciertos lanzamientos y estrangulamientos del judo y a apreciar el poder de los puñetazos del boxeo occidental y la fluidez de su juego de pies. Bruce se volvió un ávido aficionado al pugilismo y empezó a tomar prestados movimientos de sus campeones, como el juego de pies y temporización de Muhammad Alí y el balanceo y los serpenteos de Sugar Ray Robinson. Bruce seguía considerándose un luchador de kung-fu, pero estaba empezando a mezclar lo mejor de Oriente y Occidente. fue una actitud que mantendría durante el resto de su vida, que caracterizaría su propio arte y, finalmente, conduciría a un nuevo paradigma en las artes marciales.
 En ese segundo acto también vemos como Bruce entra en la Universidad de Washington en 1961, y cómo fue rechazado su alistamiento al servicio militar por la junta de reclutamiento. ¿Por qué? Pues para enterarse van a tener que leer el libro, porque no pienso contarles aquí todo. En el tomo no falta nada: su encuentro y su boda con Linda Emery; su primer y único libro (Gung fu chino: el arte filosófico de la defensa personal); su famosa exhibición y su polémico discurso en el Campeonato Internacional de Kárate de Long Beach en 1964; su victoria en el desafío con Wong Jack Man, "rememorado y reinventado en libros, en el teatro y en el cine en innumerables ocasiones"; su amistad con Jay Sebring, el peluquero de las estrellas de Hollywood; el nacimiento de sus hijos: Brandon y Shannon; su prueba con el productor William Dozier, que dio lugar al inicio de su carrera en el mundo del espectáculo norteamericano y al "be water, my friend";
–¿Nos explicarías cómo se aplican los principios del gung fu a un vaso de agua? –preguntó Dozier, recurriendo a un tema de la entrevista previa.
 –Bueno, para el gung fu el mejor ejemplo sería el vaso de agua –dijo Bruce sonriendo, cómodo por fin–. ¿Por qué? Porque el agua es la sustancia más blanda del mundo y sin embargo puede penetrar la roca más dura, el granito, lo que quieras. El agua también es incorpórea; con eso quiero decir que no puedes agarrarla; no puedes golpearla ni hacerle daño. De modo que eso es lo que intentan hacer todos los luchadores de gung fu: ser tan blandos y flexibles como el agua y adaptarse al contrario.
 –Entiendo. ¿Y cuál es la diferencia entre un puñetazo de  gung fu y uno de kárate?
 –Bueno, el puñetazo de kárate es como una barra de hierro: ¡bam! Un puñetazo de gung fu es como una cadena con una bola de hierro atada al final –dijo Bruce entre pequeñas risas, lamiéndose los labios–. Y hace ¡BANG!, y duele por dentro.
 La muerte de su padre; sus clases de interpretación con Jeff Corey; su actuación como Kato en la serie El Avispón Verde y su aparición junto a Van Williams en Batman (incluyendo la divertidísima anécdota con  Burt Ward, que hacía de Robin) también pertenecen a ese segundo acto, al igual que la creación del jeet kune do o «camino del puño interceptor».

Burt Ward, Adam West, Van Williams y Bruce Lee
Episodio que reunía a Batman con El Avispón Verde
1 y 2 de marzo de 1967 (ABC Photo Archives/ABC/Getty Images)

–¿Qué significa eso? –le preguntó Dan Inosanto mientras conducían un día por la autopista.
 –Dispones de tres oportunidades para golpear a un oponente: antes de que ataque, mientras ataca o después de que ataque –explicó Bruce–. Jeet kune do significa que lo interceptas antes de que ataque; interceptar su movimiento, sus pensamientos o su motivación.
 […] Bruce tomó el movimiento de pies del boxeo y las patadas del kung-fu, pero lo que hizo que su fusión fuera especial y no una mera amalgama de kickboxing fueron los elementos que extrajo de la esgrima. […] El término jeet kune do procedía del «golpe de arresto» de la esgrima, y en sus notas Bruce describía esta nueva concepción de las artes marciales como «esgrima sin espada».
 […] «El jeet kune do es un simple nombre, un barco con el que atravesar el río –dijo Bruce–, y una vez que se ha alcanzado la otra orilla, debe descartarse y no llevarse sobre los hombros». Empleando la estructura paradójica de los koan zen, denominó al jeet kune do «el estilo del no estilo» y definió así el eslogan de su escuela: «Usar el no camino como camino; tener la falta de límites como límite».
 […] Con el paso del tiempo, el jeet kune do se centró cada vez más en los aspectos filosóficos de las artes marciales y la vida que en las posturas o técnicas de lucha. Pon en duda la tradición pero sé pragmático: «Adopta lo que sea útil, rechaza lo que sea inútil». Encuentra tu propia verdad: «Añade lo que sea específicamente tuyo». Y sigue evolucionando.

 Matthew Polly nos habla de sus entrenamientos vanguardistas; sus problemas con el calor y el sudor; sus apariciones en Black Belt, la revista líder de artes marciales en los Estados Unidos; su encuentro y amistad con Kareem Abdul-Jabbar y los karatekas Mike Stone, Joe Lewis y Chuck Norris; del campeonato de Long Beach de 1967; y de sus clases de defensa personal a la élite de Hollywood (Silliphant, James Coburn, Steve McQueen, Blake Edwards, Roman Polanski, Sy Weintraub, etc).
McQueen era la estrella más taquillera de Hollywood […] Con el paso del tiempo, Bruce y Steve se hicieron amigos. «Conectaron de verdad –dice Linda–, porque eran la misma clase de hombres, tipos indisciplinados procedentes de entornos similares». Ambos tuvieron un padre adicto, ambos eran listos pero habían sido malos estudiantes y gamberros adolescentes que merodeaban por las calles con sus pandillas. «Si no hubiera encontrado la interpretación –le reconocería McQueen a un periodista–, me habría convertido en un delincuente». Ambos eran machos alfa enojados, agresivos e hipercompetitivos; encantador, en el caso de Lee; duro, solitario y estoico en el de McQueen. «Tardé bastante tiempo en llegar a conocerlo de verdad –dijo Bruce de McQueen–. Pero una vez que me aceptó como amigo, nos hicimos íntimos».
 […] Steve McQueen se convirtió en una especie de hermano mayor para Bruce en Hollywood. Su relación era una mezcla de mutua admiración y envidia. McQueen deseaba poseer la destreza de Bruce para la lucha, y este quería ser una estrella tan grande como su amigo.
James Coburn y Steve McQueen portando el féretro de Bruce Lee
*** 
Stirling Silliphant era igual de exitoso en televisión que en cine, y acababa de ser nominado para los Óscar por En el calor de la noche (1967). Había practicado esgrima en la universidad, pero ahora, a los cincuenta años, se encontraba sufriendo la crisis de la mediana edad. Intentó localizar a Bruce durante semanas sin éxito, hasta que pasó por el local de Sebring para su corte de pelo mensual.
 El 18 de marzo de 1968, Silliphant llamó a Bruce y le dijo:
 –Soy Stirling Silliphant. Llevo semanas buscándote. Me gustaría estudiar contigo.
 –La verdad es que no doy clases. Solo tengo uno o dos estudiantes –respondió Bruce, haciéndose de rogar.
 –¿Podemos quedar para hablar de ello? –preguntó ansiosamente Silliphant–. Tengo muchas ganas de estudiar contigo. Mi amigo Joe Hyams también. ¿Lo conoces? Es el columnista más importante de la ciudad; escribe en The Saturday Evening Post, está casado con Elke Sommer y acaba de publicar una biografía de Humphrey Bogart. Queremos comprar el bono de diez clases.
 […] Cuando se encontraron, Bruce echó un vistazo a Silliphant, de cincuenta años, y a Hyams, de cuarenta y cinco, y dijo:
 –Olvidadlo. No habéis estudiado nunca artes marciales. Sois demasiado viejos para empezar.
 Silliphant se quedó atónito. Dada su condición de prestigioso guionista y productor acostumbrado a contratar a montones de actores, había dado por supuesto que Bruce no dejaría escapar la posibilidad de tenerlo como alumno.
 –No sabes nada sobre mí –dijo, algo molesto–. […] Estuve en el equipo de esgrima de USC (Universidad de California del Sur) y ganamos el campeonato de la costa oeste. Lo único que tienes que hacer es enseñarme a encauzar mis aptitudes. En vez de golpear con la espada, golpearé con el cuerpo.
 […] Silliphant empezó a hacer una demostración usando un cuchillo a modo de espada. Pasado un minuto preguntó:
 –¿Qué te parece?
 Bruce se echó hacia atrás, aparentemente pensativo.
 –Eres demasiado viejo, pero tu postura, con una pequeña alteración, es casi la del jeet kune do. Después de ver tus movimientos, creo que podré enseñarte.
 Bruce miró entonces a Joe Hyams:
 –¿Por qué quieres estudiar tú conmigo?
 –Porque te vi en el campeonato de Ed Parker y me impresionó tu exhibición, y porque he oído que eres el mejor.
 –¿Has estudiado artes marciales?
 –Durante muchos años –respondió Hyams–. Luché en el Pacífico Sur durante la Segunda Guerra Mundial y empecé a estudiar artes marciales para evitar que me dieran palizas por ser judío. Pero lo dejé hace tiempo y quiero retomarlo.
 –¿Me muestras tus técnicas?
 Hayas se puso en pie para su prueba y realizó varias katas.
 –¿Te das cuenta de que debes desaprender todo lo que sabes y empezar de nuevo? –le preguntó Bruce.
 –No –dijo Hyams, alicaído.
 Bruce sonrió, le puso la mano en el hombro y le dijo:
 –Déjame que te cuente una historia que me enseñó mi sifu. Un día, un profesor fue a ver a un maestro zen para hacerle preguntas. Mientras el maestro explicaba, el profesor no dejaba de interrumpirlo, diciendo «sí, nosotros también hacemos eso», y cosas así. Finalmente, el maestro zen dejó de hablar y empezó a servirle té al profesor. Llenó la taza y siguió echando té hasta que se desbordó. «Suficiente. ¡No cabe más en la taza!», interrumpió de nuevo el profesor. «En efecto; si antes no vacías tu taza, ¿cómo podrás probar mi té?», respondió el maestro zen.
 Bruce estudió la cara de Hyams.
 –¿Entiendes el significado?
 –Sí –respondió–. Quieres que vacíe mi mente de conocimientos pasados y viejos hábitos, de modo que esté abierto a nuevos aprendizajes.
 –Así es –dijo Bruce, y después se dirigió a ambos–. Creo que podré enseñaros a los dos.
Stirling Silliphant y Bruce trabajando en el guión de The silent flute
Oficinas de Pingree Productions, alrededor de mayo de 1970
Fotografía: David Tadman
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De adolescente, Bruce había reclutado a una pandilla de entre sus compañeros de La Salle. En Seattle, había formado un grupo con sus alumnos de kung-fu y en Hollywood repitió el mismo patrón. Stirling Silliphant acabó convirtiéndose en el mayor mecenas y valedor de Bruce, el hombre que más hizo por su carrera.
 También nos cuenta su aparición en Ironside, serie policiaca protagonizada por un detective en sillas de ruedas que recordarán los de mi edad, en Blondie, comedia basada en un cómic, y en el western Here come the brides. Y con todo detalle nos explica su participación como "asesor de kárate" en la película La mansión de los siete placeres, parodia del cine de espías; así como su cameo en la película Marlowe, detective muy privado, en la que revienta, con un salto espectacular, la lámpara del techo, y en la que conoció a la actriz Sharon Farrell, con la que tuvo un fugaz romance.



«Reventar la lámpara no fue nada fácil. Fue el truco más difícil de toda la película. Debía saltar muy alto sin ayuda; no tenía más que un pequeño espacio para tomar carrerilla y subir hasta allí arriba». 
 Matthew Polly también nos aclara todo lo relativo a La flauta silenciosa, proyecto cinematográfico que no llegaría a buen puerto y que minó la amistad entre Bruce y McQueen; y nos narra los asesinatos de Sharon Tate, la mujer de Roman Polanski, y sus amigos, entre los que se encontraba Jay Sebring, el peluquero de las estrellas, íntimo de Bruce.
La proximidad personal y física de los asesinatos sacudió a Bruce hasta la médula. Jay Sebring era uno de sus mejores amigos en Hollywood y responsable en buena medida de haber lanzado su carrera de actor y de profesor de kung-fu. Bruce había enseñado a Sharon Tate a dar patadas en La mansión de los siete placeres y Roman Polanski era uno de sus clientes. Linda y él habían estado en su casa. «Fue un momento horrible y aterrador, porque habían asesinado a nuestros amigos –recuerda Linda–. Además, sucedió a poca distancia de donde vivíamos. La sensación que teníamos era la de que había locos sueltos matando aleatoriamente».

Bruce Lee dirige la coreografía de la pelea entre Sharon Tate y Nancy Kwan
La mansión de los siete placeres, Phil Karlson (1969)

 ¿Sabían que Polanski llegó a sospechar durante unas horas de Bruce? El motivo, bien curioso, también lo tienen en el libro. A raíz de ello, ambos se harían muy amigos.

 Matthew Polly hace referencia a esos proyectos fallidos que fueron las series Kung-fu y Kelsey. Y se recrea en el capítulo de la serie Longstreet en el que aparece Bruce –el tercero–. La intención de Silliphant, productor ejecutivo, "era mostrar el talento de Bruce a modo de tarjeta de presentación para ayudarlo a conseguir su propia serie de televisión. Haría que Bruce Lee interpretara a Bruce Lee. Con ayuda de Bruce, creó el personaje de Li Tsung, un anticuario asiático y maestro de kung-fu que acaba enseñando a luchar a Mike Longstreet", detective ciego, interpretado por James Franciscus. Como en Marlowe, Bruce se ocupó también de coreografiar las peleas.
Longstreet fue la primera actuación memorable de Bruce, el momento en el que empezó a advertir su potencial como actor de cine. Aún tenía trabajo que hacer, pero los momentos en los que hace de «Bruce Lee» son eléctricos.

James Franciscus (Mike Longstreet) y Bruce Lee (Li Tsung) entre tomas en Longstreet
Junio de 1971. Fotografía: ABC/Photo Archives/ABC/Getty Images

 El tercer acto del libro, como les dije más arriba, está centrado en  cada una de las películas de Bruce Lee, así como en su muerte y su leyenda. Para mí, que soy muy fan de Bruce, ha sido un placer descubrir tantísimas interioridades de los rodajes, así como de las circunstancias que rodearon su muerte, y creo que sus seguidores leerán y releerán estas páginas hasta aprendérselas de memoria.

 Ese último acto comienza con un viaje corto de Bruce a Hong Kong, donde es recibido como una estrella. El motivo: que El Avispón Verde había sido emitido recientemente en la ciudad "y se había vuelto tan popular entre los locales que lo apodaron El show de Kato". El hijo pródigo había regresado convertido en héroe local", y su participación en el popular programa de entrevistas de la televisión hongkonesa Enjoy yourself tonight, lo encumbró todavía más. Bruce se mostró relajado y encantador, y tras la entrevista hizo una de sus pulidas exhibiciones de kung-fu.
El público de Hong Kong había visto incontables exhibiciones de kung-fu, pero ninguna parecida a aquella. Tampoco habían visto a nadie como Bruce en televisión, con el carisma, la energía y el pavoneo, que había pulido observando atentamente a Steve McQueen, el rey del cool. «Era muy real, incluso en pantalla –recuerda Michael Hui, uno de los compañeros de Bruce en La Salle–. Daba la impresión de que podía salir de la televisión y entrar en tu salón». Lo que el público chino estaba acostumbrado a ver era a rígidos actores disfrazados a los que se les exigía pronunciar un diálogo estipulado bajo la amenaza del castigo si se desviaban de lo acordado. Lo que veían en Bruce era a un hombre libre, un hombre ajeno a la autoridad de cualquier institución y, en apariencia, a las constricciones de dos mil años de confucianismo. «Era muy directo, muy occidental, con un espíritu muy entusiasta y dinámico –dice Ang Lee, director de Tigre y dragón–, a diferencia de la reprimida actitud zigzaguean de los chinos». 
 Mattew nos describe aquí el paisaje cinematográfico de Hong Kong: del director Lo Wei, de la productora Golden Harvest de Raymond Chow, y de Run Run Shaw y el monopolio de Shaw Bross. que reavivó las películas de artes marciales con El boxeador chino, un film protagonizado por Jimmy Wang Yu que Bruce había visto en el barrio chino de Los Ángeles con Steve McQueen y Karen Abdul-Jabbar. "Su éxito marcó la transición de las fantasiosas películas de espadas wuxiá a las de kung-fu a puño descubierto, sentando así las bases para el ascenso a la fama de Bruce Lee".
Del mismo modo que Bruce soñaba con reemplazar a Steve McQueen como el actor más taquillero de Hollywood, pronto intentaría eclipsar a Jimmy Wang Yu en Hong Kong. Cualquier cosa que Jimmy hubiera hecho, Bruce se dispuso a hacerla mejor y de manera más espectacular.
 Enfrentados en un importante litigio, Raymond Chow y Run Run, batallaron por contratar a Bruce, llevándose el gato al agua el primero de ellos. El 28 de junio de 1971, Bruce firmó con Golden Harvest para hacer dos películas: El gran jefe (en España se tituló Kárate a muerte en Bangkok) y Furia Oriental. A cada una de ellas dedica Matthew un capítulo, páginas y páginas que no tienen desperdicio.



 En sendos capítulos, Matthew Polly nos aclara porqué Bruce no consiguió el papel para la serie Kung-fu y nos habla de Ah Sahm (luego El guerrero), una propuesta de Bruce ambientada en el viejo Oeste, cuya similitud con Kung-fu "ha llevado a algunos biógrafos a asumir erróneamente que ambos eran un solo proyecto o que Bruce era el autor de Kung-fu. Lo cierto es que son distintos". Por desgracia, la propuesta de Bruce no está fechada, de modo que se desconoce si la redactó antes o después de leer el guión de Kung-fu escrito por Ed Spielman y Howard Friedlander.

 En el capítulo dedicado a Furia Oriental volvemos a Hong Kong, a donde Bruce viaja con su mujer y sus hijos para asistir al estreno de El gran jefe.
Bruce había encarado la noche con esperanzas modestas. «No esperaba que El gran jefe batiera ningún récord –confesó–, aunque sí esperaba que hiciera dinero». La reacción del público lo sobrecogió. «Aquella noche, cuando el público se puso en pie y lo aclamó estruendosamente, todos los sueños de Bruce se hicieron realidad –dice Linda–. Después de menos de dos horas de acción en pantalla, Bruce se convirtió en una estrella rutilante y cuando abandonamos la sala nos asaltaron, prácticamente».
 Por fin pasaba de enseñar a las estrellas a convertirse en una de ellas. Matthew detalla la entrevista que le hizo el periodista Pierre Berton ese mismo año, la prolongación de su estancia en Hong Kong y el rodaje de Furia Oriental, con aquel final a lo Dos hombres y un destino. Por cierto, que los comentarios de los japoneses Riki Hashimoto y Jun Katsumura, y de Bob Baker, los actores que hacen de villanos, no tienen desperdicio.

Bob Baker y Riki Hashimoto en Furia Oriental (Fist of fury)

 En la película, que a los trece días ya superaba el récord de recaudación de El gran jefe, Bruce introdujo diversos elementos que se volverían inseparables de su imagen icónica: el uso del nunchaku; los característicos chillidos felinos al atacar; su forma exagerada de interpretar tomada de las películas japonesas de samuráis y sus patadas altas en cadena.

 Tras la ruptura con el director Lo Wei, de la que Matthew nos pormenoriza todos los detalles, Bruce se dirigió a Roma para rodar su siguiente película: El furor del dragón (The way of the dragón), en la que estaría a los mandos del guion y la dirección. Para el villano de la película, Bruce contrató a Chuck Norris, el mejor karateka de Estados Unidos en ese momento.
–¿Habrá una escena de lucha entre el señor Norris y usted en la película?
 –¿Que si Chuck Norris y yo lucharemos en la película? –contestó Bruce sonriente–. ¿Pensabas que haríamos el amor?
***
Dado que era ilegal rodar en el Coliseo, el equipo chino tuvo que sobornar a las autoridades pertinentes y aparentar ser turistas, con las cámaras escondidas en bolsas. Los guardias solo concedieron a los cineastas guerrilleros unas pocas horas para rodar un puñado de exteriores y planos de establecimiento: Chuck mirando a Bruce desde lo alto, Bruce corriendo, Chuck y Bruce encontrándose cara a cara. El director de fotografía, Nishimoto, se dedicó, sobre todo, a hacer fotografías con una cámara Hasselblad que ayudaría al equipo de producción de Hong Kong a dar forma a las columnas y los fondos con los que recrear el Coliseo en los estudios de Golden Harvest. Fue en Hong Kong, a lo largo de tres intensos días, donde se coreografió y rodó el grueso de la escena de lucha.
 En el capítulo Spaghetti Eastern, además de hablarnos de El furor del dragón, nos cuenta su relación con la actriz Betty Ting Pei y la nueva versión de La flauta silenciosa en la que empezó a trabajar con el título de Pierna del norte, puño del sur. La paralización de este proyecto, lo llevó a barruntar otra película: Juego con la muerte, centrada "en un grupo de cinco artistas marciales de élite que son contratados para recuperar un tesoro nacional chino localizado en el último de los cinco pisos de una pagoda en Corea del Sur. La pega es la siguiente: cada uno de los niveles está custodiado por artistas marciales expertos de diversos estilos a quienes deben derrotar para avanzar".
Bruce rodó únicamente las escenas de los tres pisos superiores y unas cuantas más de exterior antes de aparcar momentáneamente el proyecto. En total salieron unos noventa minutos de metraje sin pulir, que se quedaron en cerca de treinta cuando se editó.
 El siguiente capítulo lo dedica Matthew Polly a los sinsabores de la fama, un dolor de cabeza para Bruce que tuvo la mala experiencia de que un acosador trastornado saltase el muro de su mansión para desafiarlo. Dado que el asesinato de sus amigos, Jay Sebring y Sharon Tate, había ocurrido recientemente, se sintió aterrorizado y furioso. "Le di la patada más fuerte que le haya dado a nadie. Le di con toda mi alma", dijo Bruce.
Las cargas de la fama –el acoso constante, las puñaladas traperas, las disputas con viejos amigos, las preocupaciones acerca de su seguridad y la de su familia– habrían llevado a Bruce a preguntarse si todo ello valía la pena, de no haber sido por una noticia asombrosa. Por fin llegó la oportunidad por la que llevaba años trabajando sin descanso: Warner Bros. lo llamó para ofrecerle protagonizar su propia película de artes marciales en Hollywood. 
 Abrí este artículo hablándoles de Operación Dragón, y, como ven, voy a cerrarlo con la misma película. El capítulo dedicado a ella lleva por título Sangre y acero, que era el nombre que recibió el proyecto al inicio y que Bruce exigió cambiar por Operación Dragón. Al lograr su sueño de protagonizar una película de kung-fu en Hollywood, Bruce aparcó el rodaje de Juego con la muerte, para volcarse en el desarrollo de la nueva historia. No les desvelaré las anécdotas del rodaje, pero para que vean cuánto de Bruce hay en esta película, les dejo estas líneas:
[…] Clouse afirma: «En la parte final del rodaje, Bruce llegó a un agotamiento casi total».
 El equipo norteamericano concluyó el rodaje y volaron de vuelta a Estados Unidos el 1 de marzo de 1973. Bruce se quedó con el salón de espejos y siguió grabando junto a un pequeño equipo chino bajo un calor infernal durante cuatro días más para intentar perfeccionar el final de la película. «Para entonces, Bruce estaba tan metido que no quería dejarlo», dice Paul Heller.
 Bruce regresó entonces al principio de la película para añadir las escenas en el templo de Shaolin, que escribió y dirigió él mismo. Para incrementar el factor sorpresa, comenzó con un desafío entre él y el peso pesado Sammo Hung, uno de los dobles. Parecía un combate de lucha libre más que de kung-fu: ambos visten únicamente mallas cortas y guantes acolchados. «Durante el ensayo no hicimos nada, solo hablamos. "Tú golpeas, yo golpeo, tal, cual. Bien, ¿listo? Acción" –dice Sammo–. Una toma. Una toma. Fue muy rápido, apenas un día y medio».
Bruce Lee en Operación Dragón
Escena del combate en el templo Shaolin
 Después de la escena de lucha, Bruce insertó un diálogo con el abad del Templo Shaolin. En su continuo intento de educar a su público, su personaje predica la propia filosofía de Bruce: «Cuando mi rival se expande, yo me contraigo, y cuando él se contrae, yo me expando, y cuando veo la ocasión, no golpeo. –Levanta un puño–. Golpea solo».
 En unos pocos minutos de metraje, Bruce había conseguido transformar a su personajes, un agente secreto británico, en un héroe tradicional chino y adueñarse de la película.
 Las últimas páginas del libro también reservan un espacio a su hijo Brandon Lee –muerto trágica y absurdamente a los 28 años en la parte final del rodaje de El cuervo–, que ya forma parte del legado de su padre.

Bruce Lee con su hijo Brandon (Globe Photos)

 Matthew Polly, graduado por la Universidad de Princeton, estudió chino y filosofía oriental, y viajó al templo de Shaolin, lugar de nacimiento del kung-fu y el budismo zen, para vivir y entrenar con los monjes durante dos años. Fruto de esa experiencia fue su primer libro El shaolin occidental, al que siguió otro sobre artes marciales mixtas, Tapped out. La biografía de Bruce Lee es su tercer libro.
Adopté una metodología bastante sencilla. Vi todo lo que había rodado Bruce Lee y tomé abundantes notas. Después, leí todo lo que se había escrito sobre él y tomé también abundantes notas. Por último, entrevisté a todos los que lo habían conocido y estaban dispuestos a hablar y, de nuevo, tomé abundantes notas. Las volqué todas a un documento de Word en orden cronológico y el archivo final alcanzó las 2500 páginas y el millón de palabras.
 «Cuando se crea una estatua –le gustaba decir a Bruce–, el escultor no añade más y más arcilla a su pieza. En realidad, lo que hace es restar todo lo superfluo hasta que la verdad de su creación se revela sin obstáculos». Una vez obtenido mi montón de arcilla, me puse a cincelar hasta que se reveló la verdad.
 El proceso se prolongó durante seis años.
 Desde Calle 1 quiero darle las gracias a Dojo Ediciones por traducir (Rubén Cervantes Garrido) y publicar esta apasionante biografía. El mito es ya eterno.


Nota: Todos los textos a color pertenecen a la primera edición de la biografía Bruce Lee: Una vida, de Matthew Polly, publicada en castellano por Dojo Ediciones, en una traducción de Rubén Cervantes Garrido, en octubre de 2019.