El Profesional (Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario)
Alguno se preguntará por qué hablo de una novela de boxeo en un blog de atletismo, pero es que muchos de los párrafos que he subrayado durante su lectura, me han retrotraído a cosas que ya he visto o vivido en el mundo del atletismo. Y si no, juzguen ustedes:
Sobre los entrenamientos de antes y los de ahora:
Le estaba comentando que antes no dábamos mucha importancia a correr quince kilómetros y boxear veinte asaltos en el gimnasio. [...] Hoy le pides a un boxeador que haga la mitad de eso y te mira pensando que estás loco.Sobre la importancia del entrenamiento:
La gente cree que un combate se gana en el ring -me dijo Jay-. ¿Sabes dónde se gana un combate? Justamente aquí. Aquí, en la carretera y en el gimnasio.Sobre el dar con un atleta que pueda disputar un título:
-No lo vas a creer, pero diría que quiero ganar este título tanto por él como por mí.
-Te creo. Con la edad que tiene, no va a volver a estar ahí arriba. No va a tener a otro boxeador como tú. Si no lo consigue ahora, no lo conseguirá jamás.Sobre Entrenadores con mayúscula:
Dos días después, justo antes de mediodía, llegó Doc Carroll, cascarrabias, vehemente y vengativo, con todas las razones para ser todas esas cosas, y el mejor padrino que jamás haya conocido para un boxeador. He conocido a muchos que conducían a sus boxeadores hasta los títulos, y a otros que los llevaban directamente hasta las fuentes del arcoíris. No obstante, he descubierto que el destino controla el paso a estos lugares y sigo diciéndome, tratando de creer, que en realidad lo importante no es hasta dónde llegas, sino cómo haces el viaje. Doc siempre se costeó su propia manera de hacerlo [...] y desprendía de algún modo cierto aroma de otro tiempo.
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Cuando un chico arranca para convertirse en boxeador y, en algún lugar, se mete en un gimnasio bolsa de deporte en mano, es como un bloque de mármol en bruto salido de la gran cantera que es la masa humana. En cualquier bloque, un picapedrero puede ver muchas cosas, pero un maestro escultor no ve más que una. A su juicio, no hay dos bloques de mármol iguales y lo que él ve es aquello para lo que ese bloque se creó, y así es como nace la Victoria de Samotracia.
Además, así es como ha sucedido siempre con Doc. En el negocio del boxeo, como en cualquier otro, hay centenares de picapedreros y tres o cuatro maestros escultores, y el mejor escultor era Doc. Le estuve observando muchos años con una docena de boxeadores, trabajando meticulosamente con la razón y la inspiración, dando forma poco a poco y retirándose unos metros para contemplar lo que había hecho, y ocultando su nerviosismo, y su miedo también, tras esa fachada cínica.
[...] Cuando trabaja el mármol, el mejor escultor del mundo no puede añadir nada. Si no está en el bloque, no está. Nadie lo crea y, por tanto, ningún hombre es auténticamente creador, sino que lo que haces es revelar la forma eliminando todo lo demás. Eso es lo máximo que se puede aproximar un hombre a la creación, y esa es la razón por la que los grandes tienen miedo. Solo ellos pueden verlo todo y les da miedo que, en el proceso de eliminación, no consigan revelar la totalidad y que lo que está oculto quede oculto para siempre. Tienen aún más miedo incluso de recortar demasiado en el proceso y destruir para siempre buena parte de lo que ven. Así sucede en la creación de todas las cosas, incluida la de un boxeador.
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Cuando sonó la campana vi al chico de Doc ponerse en camino despacio y, a continuación, empezar a dar vueltas alrededor del otro con la guardia baja, asomándose por la parte superior de los ojos, y no había ninguna duda. Era el boxeador de Doc. Era lo que un pintor hace en sus cuadros para que le conozcamos, aun sin la firma, y lo que el escritor deja en sus escritos, si es lo bastante escritor, para que sepamos que nadie en todo el mundo más que él podría haber sido el autor.
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[...] Barnum era un negro viejo. No sé cuántos años tenía ni cuál era su nombre, porque todo el mundo lo llamaba simplemente Barnum, pero llevaba por ahí desde siempre. [...] sabía tanto sobre boxeo puro como el que más. Sabía realmente, y durante años había estado promocionando a chicos de color aficionados y, luego, perdiéndolos. Podría citar a media docena de boxeadores buenos a los que había descubierto, en el sentido de que había sido el único que les había enseñado lo mejor que ofrecieron, pero siempre había alguien que le desplazaba. Siempre se acercaba alguien al chico, que escuchaba al charlatán blanco y se fijaba en la ropa del charlatán blanco y luego miraba al viejo Barnum y, de repente, se largaba. Quizá pagaran a Barnum mil dólares y algunos de esos chicos ganaban dinero después, pero nunca llegaban a ser lo que podrían haber sido porque cuando dejaban a Barnum nunca les iba mucho mejor, y yo me preguntaba a menudo cuán buenos podrían haber llegado a ser.
-¿Cómo entran todos? Un chaval es un boxeador callejero y tiene un amigo. El chaval se hace aficionado y su colega se pone en el rincón con él. El chaval gana una docena de combates y quiere hacerse profesional, así que se lleva a su colega. Su colega le va a entrenar, quizá incluso sea su mánager. Son amigos y es una cosa maravillosa. El chaval tiene una docena de combates y le tumban. Lo deja, ¿pero lo deja su colega? Oh, no. Claro que no. Ahora es mánager. Está de alta en el gimnasio. Lleva una toalla al hombro. Ha entrado de por vida. Algún chico inocente entra andando, quiere ser boxeador. Entonces, ya tiene otro boxeador.
-Haces que parezca real.
-¿Crees por un instante que me lo estoy inventando? Los combates de aficionados no fabrican boxeadores. Fabrican entrenadores y mánager. ¿Entrenadores? No saben nada de entrenar. Son masajistas. Ayudas de cámara. Han conseguido una toalla y un montón de desfachatez. Tremendo.
-¿Qué se puede hacer?
-¿Hacer? Nada. Lo único que hace falta para ser entrenador o mánager es quince dólares y una licencia. Eso te habilita para arruinar la vida de un chico, o quizá para ponerle fin.Sobre tener o no tener talento:
-[...] Este es el peor negocio del mundo para los aficionados. Están expuestos a que los maten. ¿Cuántos boxeadores crees que he rechazado en cuarenta años?
-Docenas.
-¿Docenas? Apuesto a que he rechazado a un centenar. Yo les digo: "Mira, chico, tú no puedes. Sé un fontanero de medio pelo, no te vas a hacer daño. Te ganarás la vida. Si eres un boxeador de medio pelo te pueden matar". El chico se marcha odiándome. Va a ver a otro. Es mejor boxeador porque me odia. Va a demostrarle eso a Doc Carroll, pero eso no le convierte en boxeador. Nada puede convertirlo en un boxeador. El chico acude a uno de esos vagos que le rechaza y le manda a uno de esos aficionados que llevan una toalla en el hombro. Lo destrozan. En el mundo hay hoy unos doce mil boxeadores. ¿Sabes cuántos lo son de verdad?
-Dímelo tú.
-Un centenar. Quizá menos de un centenar.
-Es así con cualquier cosa.Sobre los nervios de la competición:
-[...] Y vas tú y le reprendes diciéndole que sus nervios son cosa de aficionado.
-Sabes lo que quiero decir.
-Claro que lo sé.
-Un boxeador tiene que sentir nerviosismo, o no es nada.
-Seguro. Si no, sería un niño que va al cine.
-Pero tiene que aprender a controlarlo y a dejarlo salir en el lugar adecuado.
-Sin duda.
-Yo quería que metiera ese nerviosismo en un buen golpe en el estómago.
-Lo sé.
-Eso es lo más difícil del mundo. La gente no lo sabe. Enseñar a un boxeador a controlar ese nerviosismo sin matarlo es lo más difícil del mundo.
-Es el secreto de todo, desde la pintura hasta, demonios, las ventas.
-Es lo más difícil de enseñar del mundo.
-O de hacer.
-¿Hacer? Diablos, si yo puedo enseñarlo, él puede hacerlo.Sobre lo sacrificado de este deporte:
-[...] Tienen diez años. Lo consiguen en diez años, o no lo consiguen. [...] Los boxeadores no son seres humanos normales [...]. Quítate eso de la cabeza. Deberías saberlo. Un boxeador es un bicho raro. Le han tocado diez años del oficio más duro del mundo, un negocio que requiere cada kilo de su fuerza y todos los segundos de su vida. No hay una maldita cosa que haga que no afecte a su oficio. No es un empapelador, un abogado, ni un escritor. No puede prolongarlo durante treinta o cuarenta años. Tiene que darlo todo ahora, o nunca.Sobre el acto de vestirte para la competición:
Cualquier forma de arte tiene un ritual, y yo había presenciado este muchísimas veces. Es la forma en que un hombre, preocupado, imprima sus lienzos con la espátula, o inserta dos hojas de papel en blanco en una máquina de escribir, o se despoja de la ropa de calle e introduce su cuerpo en el atuendo para el cuadrilátero. Para cualquier otro esto sería un acto incómodo, bochornoso por su fraudulencia, pero para este hombre se ha convertido en uno de los ritos más naturales.Sobre la búsqueda del mejor punto de forma:
Es uno de los retos científicos más complicados, esta lucha por ascender a un atleta por las montañas de su esfuerzo hasta hacerle alcanzar la cima de su rendimiento en el preciso momento en que debe actuar. Ese punto culminante no es más grande que la cabeza de un alfiler, envuelto en los misterios nubosos de un ser vivo, y así, aunque todos lo intenten, la mayoría fracasa, porque no solo requiere al más diligente de los escaladores, sino al más fantástico de los guías. [...] La mayoría se equivoca al tratar de colocar a un boxeador justo en lo más alto de un punto diminuto el último día. Calcula las probabilidades de equivocarse, por arriba o por debajo. De cualquiera de las dos formas estás fuera igual de mal. En esta vida no puedes pedir cosas raras. Tienes que construirlas. Lo descubrí. Llegas a un nivel en el que está casi donde tú querías que estuviera cuatro o cinco días antes del combate. No es tan difícil mantener eso. Luego, el siguiente paso que da es el paso para entrar en el ring, y está allí y ahí es donde pelea.Y algunos textos más que les invito a descubrir por sí mismos.
El Profesional
Gallo Nero
Autor: W. C. Heinz
Traducción: Ricardo García
http://www.gallonero.es/el-profesional/
Nota: Esta entrada es la continuación del post El Profesional.
http://pedrodelgadofernandez.blogspot.com.es/2016/01/el-profesional.html