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viernes, 29 de noviembre de 2013

EL LIBRO DE MURAKAMI

Ahora que a todo el mundo le ha dado por correr una maratón y se acerca la fecha de la maratón de Málaga, y las aceras y los paseos marítimos de la ciudad están llenos de gente que corre, es el momento de releer el libro de Haruki Murakami que editó Tusquets en España en abril de 2010. Un libro, De qué hablo cuando hablo de correr, que no puede faltar en las estanterías de ningún aficionado a las carreras, corredores que han venido a engrosar la masa de los que disputan esos 42,195 kilómetros, sobre todo en la parte media y la cola de la prueba, lo que demuestra que la carrera pedestre es el medio deportivo de ocio más barato que existe -algo a tener muy en cuenta en estos tiempos de crisis- y de que la población empieza a preocuparse por su salud y a invertir en ella.


Haruki Murakami


 El libro es un tesoro para esos corredores que habitualmente, a la mañana, la tarde o la noche, arañan una hora al día para salir a correr con la mente puesta en lograr terminar tan agónica prueba. A ninguno de ellos decepcionarán sus páginas. Tampoco a los que, como a mí, les guste escribir, pues revela algunos aspectos de lo que se llama la cocina del escritor, relacionando en numerosas ocasiones el acto de escribir con el de correr.

"Corriendo por las calles, se puede distinguir fácilmente a los principiantes de los veteranos. Los que respiran a bocanadas cortas y jadeando son los principiantes, en tanto que los veteranos lo hacen de modo silencioso y regular. Sumidos en sus pensamientos, su corazón les va marcando lentamente el tiempo. Cuando nos cruzamos por los caminos, uno capta el ritmo respiratorio del otro y percibe cómo el otro marca el tiempo. Del mismo modo, cada escritor capta el estilo y el modo en que otro escritor utiliza el lenguaje".

 Dicho esto, puedo decir sin temor a ofender a Murakami que a mí, que siempre disputé todas la maratones en las que tomé salida, el libro me dejó algo frío en cuanto al tema atlético, pues las reflexiones del japonés están muy alejadas de las que puede hacer el corredor de alto nivel que intenta ganar la carrera. Aún así, tengo algunas frases y párrafos subrayados. Sobre todo ese Pain is inevitable. Suffering is optional, el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional, depende de uno; palabras que como apunta el propio escritor resumen de manera clara y concisa lo más importante de un maratón.

 Por lo demás, les animo a que se echen a correr con el reto de cubrir toda la distancia o de mejorar sus marcas; pero sin que eso les presione, pues sólo así disfrutarán de la prueba.

 Y por último, unos apuntes extraídos del libro para aquellos atletas veteranos a los que la edad va alejando de sus marcas pero siguen amando la larga distancia.

"Los tiempos no me preocupan. A estas alturas, estoy seguro de que, por mucho que me esfuerce, ya no conseguiré correr como antaño, cosa que aceptaré sin reparos. No me resulta agradable, pero es lo que tiene envejecer. Del mismo modo que yo desempeño mi papel, el tiempo desempeña el suyo".

"Lo importante es no competir contra el tiempo. Es posible que, en adelante, para mí tenga mucho más sentido saber con cuánta satisfacción correré esos cuarenta y dos kilómetros y hasta qué punto disfrutaré. Probablemente tenga que empezar a valorar y a disfrutar de las cosas que no se expresan en cifras. Y, muy probablemente, tenga que buscar a tientas una forma de orgullo ligeramente distinta de la que he sentido hasta ahora".
Pedro Delgado Fernández
1º en la Maratón de Badajoz, 1999
3º en la Maratón de Bilbao, 1998
5º en el Campeonato de España de Maratón y
Campeón de España por equipos de Maratón (Jimesa Maracena) en Barcelona, 2001







martes, 26 de noviembre de 2013

EL LOCO QUE CORRE

El loco que corre fue en Málaga, hace mucho tiempo, Rubén Camacho Sánchez-Gil, un corredor que se pateaba las calles en pantalón corto, un castellano-manchego seco e irónico que fue mi primer entrenador y mi profesor de Pedagogía en el INEF de Granada.


 


 

Fotografías: José Luis Leal Ruperto, 1981.
Rubén Camacho participó en el Campeonato de Europa Universitario de Campo a través en Berna, Suiza, en 1970; fue 3º en la maratón de Madrid de 1980; ganó la I y II Carrera Urbana Ciudad de Málaga (Corte Inglés) en 1979 y 1980 y la IV y V edición de la Mini-Maratón de la Peña El Bastón en 1981 y 1982.


 El loco que corre fui yo mismo en Olvera, en la serranía gaditana, donde estuve tres cursos dando clases de Educación Física en mi primer destino definitivo como profesor (ya ha llovido desde entonces). Vivía en la parte alta del pueblo; mi casa estaba encima de la tienda de Rosario, mi casera, y cuando llovía o hacía frío y atravesaba la tienda para salir a correr, la pobre  mujer me miraba como si fuese un caso perdido. Allí, el último año, enganché a un alumno, antes de que lo enganchara la legión, para que corriese conmigo. Ahora, Francisco Palma, el otro profesor de Ed. Física que había en el instituto, parece haber cogido el relevo y, desde hace unos años, cuando le deja su lumbalgia y las lesiones, sale a correr. Eso sí, no corre solo, sino acompañado de un grupito de amigos con los que ha montado el Club de Atletismo Olvera.


Olvera, Cádiz



                                            
 El loco que corre es también una página web (ellocoquecorre.com) que dirige Salvador Moreno, una página popular y exitosa centrada en el atletismo, una página en la que voy a colaborar con alguna que otra crítica literaria: comentarios de libros relacionados con la carrera pedestre que también publicaré en mi blog Calle 1.





P.D.: Esta entrada está dedicada a sus protagonistas: Rubén Camacho, Francisco Palma y Salvador Moreno.

sábado, 23 de noviembre de 2013

SENTIDO DEL HUMOR

A un deportista siempre se le presupone sentido del humor, pues no hay otra forma más práctica y sensata de encarar la derrota y el triunfo, de convivir con ambas circunstancias; es por eso por lo que espero arrancarle una sonrisa a María al final de esta entrada.

 María Vasco, la única atleta española que ha logrado una medalla olímpica (bronce en los 20 kilómetros marcha en Sidney 2000), se retiró la semana pasada, a los 37 años, de la alta competición; con un palmarés que también incluye otro bronce en los Mundiales al aire libre de Osaka, en 2007 (cuando nadie apostaba por ella, pues el año anterior sólo había sido decimoquinta en los Europeos de Gotemburgo), un quinto puesto en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 y un décimo en su quinta y última cita olímpica en Londres 2012.

María Vasco


 El bronce del Mundial fue como el retorno del Ave Fénix, un ave que estos días vuelve a arder para renacer con otras metas e ilusiones: reflotar su club de atletismo, adentrarse en el mundo de la moda, correr una maratón... ¡¡¿Correr una maratón?!! Pues sí, María Vasco, que como marchadora tuvo prohibido despegar los dos pies del suelo, quiere ahora volar y correr esos 42 kilómetros que tanta atracción despiertan últimamente.
 Con su retirada, la marcha atlética, esa especialidad errada, se queda sin su mejor referente. ¿Especialidad equivocada? Bueno, esto nos lleva al título de la entrada, pues con mucho sentido del humor Oscar Tusquets Blanca nos arranca una sonrisa en su libro de ensayos Todo es comparable (Editorial Anagrama) al hablar de esos deportes mal proyectados.





"(El deporte como proyecto) El proyecto de cualquier deporte debe favorecer que el resultado de la contienda sea justo y objetivo. Para que se mantenga el reconocimiento colectivo de la equidad de una competición es imprescindible que su reglamento sea claro y posible de aplicar y que sus jueces lo hagan con equidad; pero cuanto menor sea su intervención, menos subjetivas sus decisiones, y menos determinantes para el resultado final, mucho mejor para el deporte en cuestión. [...] Hay deportes mejor ideados y desarrollados que otros. A un deporte bien proyectado le podemos pedir varias cosas, que sea bello, competido, divertido, que dé posibilidades de remontar al que va perdiendo, que mantenga la emoción hasta el último segundo, que no sea sangriento..., pero quizás una de las exigencias más importantes es que su resultado sea justo y no dependa de la arbitrariedad de un juez. [...] El otro ejemplo de deporte equivocado es la marcha atlética. Como en el caso del waterpolo, es mucho más fácil imaginar su nacimiento que entender su supervivencia. La marcha debieron de inventarla un jocoso grupo de boyscouts que aburridos, no sé si por la excursión, por lo de la buena acción diaria o por no tener chicas, parieron la enfermiza idea de desafiarse a una carrera en la que estuviese prohibido correr. La idea en sí -desplazarse velozmente sin levantar los pies- ya resulta daliniana, como las carreras de sacos pero sin fiesta de fin de curso ni risas, pero lo peor es que, llevados por la seriedad de sus uniformes, los jovencitos decidieron llevarla hasta los Juegos Olímpicos, hazaña que lógicamente consiguieron. Como es preceptivo, tuvieron que redactar un reglamento y allí comenzaron los problemas; ¿cuándo dejamos de andar y comenzamos a correr? Dictaminaron que comenzamos a correr cuando en algún momento los dos pies están en el aire, por lo que es absolutamente obligatorio que en la marcha siempre tengamos un pie en contacto con el suelo. Esta imposición contra natura no sólo obligó a los marchadores a contonearse en unos andares equívocos, que provocaron las inmediatas chanzas de mal gusto por parte de los camioneros que se cruzaban con ellos en la carretera, sino que también hizo imprescindible que una cuadrilla de jueces persiguiese al pelotón para ver si hacían trampas. Pero a simple vista esto no es sencillo; durante siglos los hombres tuvieron dudas sobre si un caballo al galope tenía en algún instante las cuatro extremidades en el aire o no. Tuvieron que llegar las fotografías en serie Mybridge, que fueron financiadas precisamente para aclarar una importante apuesta sobre el particular, para que tuviésemos la certeza de que efectivamente el caballo durante una fracción de segundo tiene las cuatro pezuñas en el aire. 
Hoy, gracias a la cámara superlenta, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que todos los marchadores tienen los dos pies en el aire durante unas centésimas. Pero, a pesar de esta evidencia, una pandilla de ridículos jueces continúan vigilando a los marchadores y de vez en cuando y de forma aleatoria le sacan a alguno la señalita de advertencia. La cosa está tan poco clara que se necesitan tres amonestaciones para quedar eliminado -como si de niños hubiésemos necesitado tres pajas para quedar condenados-, pero cuando se exigen cosas tan antinaturales hay que tener un poco de manga ancha. 
 Napoleón Bonaparte, que era un poco grandilocuente pero no tonto, dijo en una ocasión: "No dictes nunca una ley que no te veas capaz de hacer cumplir." Sabio consejo que lamentablemente nuestros boyscouts no siguieron; claro que, dada su educación británica, Napoleón no debe de estar entre sus lecturas obligatorias".   

 El libro es de mi mujer, que se dedica a esto de las bellas artes (ver su blog Manchando lienzos manejando colores), pero hay en él tres ensayos que harán las delicias de todos los aficionados al deporte.

P.D.: Esta entrada va dedicada a María Vasco, a la que le deseo la mayor de las suertes en la nueva etapa que comienza, y también a mis amigos marchadores y exmarchadores: Kiko Rodríguez (ver su blog Historias de un marchador patético que se cree que no lo es) y Rafael Martín.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

CERRAR EL CÍRCULO

Después de seis temporadas en el club Atletismo Málaga, este año decidí cambiar de aires y fichar por el CAIM (Club Atletismo Independiente Malagueño) en el que no militaba desde el año 87, cuando me fuí al club Joma de Toledo e inicié mi larga singladura por clubes foráneos.
 Por otra parte, se da la circunstancia de que el CAIM fue el primer club de atletismo por el que fiché, a principios de los ochenta (cuando llevábamos publicidad de Ceregumil en la camiseta), así que tengo la sensación de haber cerrado un círculo.


Pedro Delgado Fernández, 1.500 m.l. Granada, 9 de mayo de 1982 (Fotografía Leal)


lunes, 18 de noviembre de 2013

TRANSPLANT RUN MÁLAGA: DEJA TU MARCA POR LA VIDA.



Que un atleta como yo, de casi 48 años (y que sólo lleva dos meses y medio entrenando después de una larga lesión), haya ganado los 5 Km de la Transplant Run de Málaga es algo circunstancial, pues los cracks del momento estaban corriendo en el cross de Álora (de hecho, yo también tenía que haber corrido allí, más estando con el amigo Rafa en el cartel de la prueba, pero el jueves vi en la federación el díptico de la Transplant Run y pensé que sería mejor correr por una buena causa).
 De todas formas, el foco ha de dirigirse hacia todos esos corredores trasplantados o donantes que recorrieron ayer la calle Pacífico, arriba y abajo, desde el Polideportivo "Martín Carpena"; corredores representados en la figura de Esther Mate, una malagueña que recibió un trasplante pulmonar hace 15 años y que desde entonces intenta hacer vida normal, lo que incluye salir a correr con regularidad y aceptar retos como el de terminar la maratón de Londres.


Pedro Delgado y Esther Mate en la Transplant Run de Málaga (Fotografía Miguel Moya)


 Esther es un ejemplo para todos, como el de esos donantes solidarios sin los cuales no podrían realizarse tantos trasplantes.

 ¿La crónica de la carrera?
 Os la resumiré en pocas palabras: Muchos corredores (1.800); mucho frío (9º); un speker de lujo (el amigo Manolo Sarria) y unos 800 metros de más que hacen que las marcas sean engañosas pues realmente se corrió mucho; sobre todo yo, que di un fuerte tirón demasiado lejos de la meta que me hizo llegar en plan Zatopek, ya saben, ese atleta checoslovaco que corría crispado y del que les hablaré otro día.


Salida de la Transplant Run de Málaga, 17 de noviembre de 2013 (Fotografía Miguel Moya)


Pedro Delgado Fernández, ganador de la I Transplant Run de Málaga (Fotografía Miguel Moya)


P.D.: Esta entrada está dedicada al amigo y atleta José Ponce Muñoz, donante vivo de riñón.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

¿Y LAS MUJERES, QUÉ?

Os dije que éste iba a ser un blog en el que relacionar el atletismo con todo aquello que me gusta: la literatura, el cine, el arte y los viajes; en definitiva, con todo aquello que nos hace más agradable la vida.
 Pero, ¿y las mujeres? me apuntan algunos.
 No os preocupéis que las mujeres también aparecerán por aquí. De momento, os quiero mostrar esta fotografía de la neozelandesa Allison Roe; una imagen que publicitaba la marca asics TIGER en la contraportada de la revista atletismo español, allá por los ochenta, cuando la marca esponsorizaba el Campeonato de Europa de Atletismo de 1982 en Atenas. Una fotografía que tenía pinchada en el tablón de corcho que decoraba mi habitación cuando estudiaba Educación Física en Granada.


Allison Roe, maratón de Nueva York 1981


¿Se puede ser más elegante? ¿Puede haber más belleza, más armonía en un gesto?

 Allison Roe ganó las maratones de Boston y de Nueva York en el año 1981, estableciendo en la segunda, con su marca de 2:25:29, un nuevo récord del mundo. A pesar de eso, Allison nunca ganó unas Olimpiadas, aunque no me cabe duda de que si en atletismo se valorase el apartado artístico, como se hace en otros deportes, Allison habría sido Campeona Olímpica.

martes, 12 de noviembre de 2013

EL DERECHO A DESTRUIRSE


"Nadie está libre de decir estupideces. Lo grave es decirlas con énfasis".
Montaigne


En estos tiempos tan turbios para el deporte, quiero empezar este blog mostrando cuales son mis principios, posicionándome ante esa panda de golfos apandadores que pululan por este bello deporte, indeseables tramposos que deberían ser sancionados a perpetuidad.

 La carta que aquí les muestro tiene ya sus años. La misiva estaba dirigida a la sección Cartas de El País Semanal y hacía referencia a un artículo (El derecho a destruirse) del escritor Javier Cercas, publicado en dicho suplemento el día 4 de diciembre de 2005 en su sección Palos de ciego (título, ahora me doy cuenta, de lo más elocuente), en el que lamentablemente el escritor hacía apología del doping.

 Mi carta de respuesta no fue publicada en la revista. Es por ello que la traigo a colación. Mi carta y el artículo de Javier Cercas, para que puedan posicionarse ustedes mismo.
 Groucho Marx decía aquello de "Estos son mis principios, y si no le gustan... bien, tengo otros". Yo no puedo decir lo mismo. Esto son mis principios y si no les gustan no se hagan seguidores de este blog.

Leo en el suplemento del 4 de diciembre el artículo El derecho a destruirse, sobre el dopaje, y me quedo anonadado. En él, Javier Cercas dice que el primer argumento usado contra el dopaje (quién se dopa hace trampas, pues mejora artificialmente su rendimiento y coloca a sus competidores en situación de desventaja) carece de la menor consistencia, pues, según él, "si todos los deportistas pudieran doparse todos estarían en igualdad de condiciones y nadie se hallaría en desventaja".
 Sr. Cercas, ante tamaña barbaridad, yo le pregunto: ¿Por qué hemos de vernos obligados a hacer trampas para igualarnos con los tramposos? ¿Por qué hemos de usar drogas, dañinas para el organismo, para igualarnos a ellos?
 Que unos atletas -que no merecerían llamarse así- decidan darle la espalda al juego limpio del barón de Coubertin, no debe invitar al resto de deportistas a contravenirlo. La legitimidad absoluta que atribuye al récord de las atletas alemanas dopadas de su época, es un fraude contra las atletas de los otros países y de otros tiempos.

Pedro Delgado Fernández



PALOSDECIEGO
El derecho a destruirse
Por Javier Cercas

Leí en una crónica de Juan José Fernández que Inés Geipel, velocista de la extinta República Democrática Alemana, ha solicitado que se borren de los ránkings oficiales sus récords, entre ellos la plusmarca alemana de clubes en la prueba de 4 x 100 metros libres. El motivo de esta petición insólita es conocido: al parecer, durante años, los deportistas de la RDA -así como los de otros países gobernados por regímenes comunistas- fueron obligados a ingerir sustancias prohibidas con el fin de mejorar su rendimiento, lo que por lo visto explicaría que algunas marcas mundiales conseguidas hace veinte años (entre 1983 y 1988 se establecieron 12 de los actuales récords mundiales femeninos) hoy día ni siquiera se rocen, igual que explicaría el hecho de que algunos países, entre ellos la propia Alemania, se hayan visto obligados a indemnizar a antiguos deportistas de élite que contrajeron graves enfermedades a causa de esos programas de dopaje forzado.

Inés Geipel

 A primera vista, el gesto de Inés Geipel, además de un tanto aparatoso -por no decir teatral-, parece encomiable; no hay que descartar que sea de una necedad perfecta. No diré que el hecho de que Geipel, que al retirarse como atleta padeció bulimia y serios problemas de obesidad, sea en la actualidad profesora universitaria y presidenta del Círculo de Autores Alemán avala esta sospecha, pero tampoco la elimina. Confieso que nunca he entendido todo el asunto del dopaje, un asunto que, sobra decirlo, no afecta sólo a los antiguos países comunistas, sino que está a la orden del día en todas partes y en casi todos los deportes. Por supuesto, es inaceptable que a los deportistas, como a cualquier otra persona, se les obligue a drogarse, o que se les drogue sin que tengan conocimiento de ello, y de las consecuencias que acarrea. Pero ¿y si son ellos los que, como ocurre casi siempre (como ocurría también en los países comunistas), deciden drogarse para mejorar sus marcas? Conocemos los argumentos usuales contra el dopaje. Uno: quien se dopa hace trampas, pues mejora artificialmente su rendimiento y coloca a sus competidores en situación de desventaja. Dos: quien se dopa pone en peligro su salud y hasta su vida. El primer argumento carece de la menor consistencia: si todos los deportistas pudieran doparse -es decir, ingerir las sustancias que más convienen a su organismo para que éste dé lo mejor de sí mismo-, todos estarían en igualdad de condiciones y nadie se hallaría en desventaja; por eso el gesto de Geipel es una necedad: todas las atletas alemanas de su época se dopaban, así que todas corrían en las mismas condiciones, y por tanto su récord es de una legitimidad absoluta. En cuanto al segundo argumento -el que atañe a la salud de los deportistas-, es irrefutable, pero también rigurosamente insuficiente, porque en una sociedad libre todo el mundo debe tener derecho a poner en peligro su salud, o incluso a destruirse, como le plazca, siempre y cuando no destruya a nadie con él. Claro que hay razones menos estúpidas para poner en peligro la propia salud que rebajar una marca de atletismo en medio segundo, pero ése no es motivo suficiente para impedir que alguien lo haga si así lo ha decidido.
No se escandalicen. Piensen en lo que ocurriría si elimináramos los logros obtenidos con la ayuda de las drogas por políticos, por periodistas, por empresarios, por artistas. De los escritores, ni hablemos. Cuenta Graham Greene que a finales de los años treinta se sometió a una dieta salvaje de bencedrina para forzar su ritmo de escritura. El resultado fue que en ese tiempo escribió El agente confidencial y terminó El poder y la gloria; también, que se vio sumido en una depresión sin fondo que acabó destruyendo su matrimonio y a punto estuvo de destruirle a él. El caso de Greene no es, como se sabe, insólito. De hecho, la historia de la literatura apenas registra el nombre de algún escritor que no se dopase del modo que fuese, y yo sólo conozco a dos novelistas -J.M.Coetzee y Kazuo Ishiguro- capaces de aguantar a pie firme un cóctel literario entero sin embriagarse. De acuerdo, Ishiguro y Coetzee son dos de los mejores, pero ¿qué hacemos con los demás? ¿Obligamos a que desaparezcan de las librerías El agente confidencial y El poder y la gloria porque fueron escritas con la ayuda de la bencedrina? ¿Prohibimos las obras completas de James Joyce y Ernest Hemingway y Samuel Beckett y Scott Fitzgerald y William Faulkner porque fueron escritas con la ayuda masiva del alcohol? ¿Y qué ocurriría si sometiéramos a controles antidopaje a políticos, periodistas, empresarios y artistas?
 ¿Cuántas constituciones y tratados, cuántos periódicos, cuántas empresas, cuántos cuadros y esculturas superarían la prueba? En too este asunto del dopaje en el deporte, el fariseísmo y la hipocrecía alcanzan cotas fabulosas. Y, por favor, no nos vengan con la pamema de que los deportistas deben ser un ejemplo para la juventud: si ellos lo son, con mayor motivo deberían serlo políticos, periodistas, empresarios, artistas y escritores. Vivir es un deporte de riesgo, y hemos construido la civilización a base de destruirnos, con las drogas y con lo que teníamos a mano. Excluir las drogas del deporte es excluirlo de la civilización.


Javier Cercas, en El País Semanal, núm. 1.523, 4 de diciembre de 2005, pág.12.